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Género e historia del trabajo (Aproximación a sus paradigmas historiográficos)

Enviado por Jesús Delgado-Burgos


Partes: 1, 2

  1. De los espacios conquistados por la mujer y los movimientos feministas de los años setenta del siglo XX a la presencia de la mujer en la historia del trabajo
  2. El género como categoría de análisis y la historia del trabajo después de 1990
  3. Nuevos enfoques y nuevos paradigmas
  4. Recapitulación
  5. Bibliografía

De los espacios conquistados por la mujer y los movimientos feministas de los años setenta del siglo XX a la presencia de la mujer en la historia del trabajo

La historia del género es el estudio del trabajo en una dimensión más amplia. Considerar el género como categoría analítica permite analizar la composición de la fuerza humana de trabajo, las relaciones sociales, las clases y las formas de producción en contextos históricos específicos tomando en consideración las formas en que se estructuran relaciones sociales entre los hombres y las mujeres en los espacios públicos y privados, así como las nociones ideológicas, jurídicas y políticas construidas para definir el rol de las personas en la sociedad.[1] No fue hasta finales de la década de 1970 y principios de los años de 1980 que el género como categoría de análisis comenzaría a utilizarse en las investigaciones históricas acerca del trabajo y la mujer. Su utilización estuvo precedida del reclamo de mujeres en ámbitos intelectuales, por tener su espacio en la historia escrita. Mientras en 1928, la escritora inglesa, Virginia Woolf, efectuaba una profunda reflexión acerca de los factores que excluían a la mujer de la producción literaria y de la historia escrita, Simone de Beauvoir se expresaba en el sentido de que la mujer tendría que escribir su propia historia.[2] Esos primeros acercamientos, sin ser efectuados desde la perspectiva historiográfica, implicaban un cuestionamiento a la narrativa histórica y a la construcción de la identidad del sujeto desde el positivismo como corriente epistemológica. Así por ejemplo, Virginia Woolf, a fines de la década de 1920, no sólo se preguntaba "cuáles eran las condiciones en que vivían las mujeres" que les impedía incursionar en el campo de la literatura, sino el porqué a las mujeres "apenas la menciona la historia".[3] Por su parte, Simone de Beauvoir, publicó en 1949 El segundo sexo, libro que se convirtió en la obra más importante y polémica de su época. Sus planteamientos contribuyeron a repensar la historia de la mujer y recibió las críticas más mordaces dentro y fuera de la academia. Para unos, Beauvoir se "sentía humillada por ser mujer y que a causa de ello quería ridiculizar a los hombres". Otros sectores, como fue el caso de los comunistas franceses, expresaron que a las obreras les importaba poco los problemas que la autora planteaba.[4] En una serie de entrevistas que se le hiciera a Simone de Beauvoir entre 1972 y 1982, planteaba que el feminismo implicaba un esfuerzo por cambiar las condiciones de la mujer independientemente de la lucha de clases, y que las mujeres estaban llamadas a tomar su futuro en sus propias manos:

By feminist, I meant fighting on specifically feminine issues independently of the class struggle…Therefore it is absolutely essential for women to take their destiny into their own hands. [5]

Esas reflexiones sobre la condición de la mujer estaban dirigidas principalmente a enfatizar las diferencias biológicas y a la búsqueda de espacios en la esfera política y económica de la sociedad. La incorporación del género a los estudios históricos tuvo como antecedentes el surgimiento de movimientos y organizaciones feministas que a principios del siglo XX exigían el derecho al voto, y durante la década de 1970 reclamaban, entre otras reivindicaciones, el derecho a decidir sobre sus cuerpos, la reproducción o el aborto.

Linda K. Kerber, en su ensayo "Gender", traza, lo que podría denominarse como la genealogía de los estudios sobre la mujer y el género en Estados Unidos.[6] Según la autora, los primeros estudios sobre la mujer fueron realizados en la década de 1920 por un grupo de mujeres estudiantes que ingresaron a los departamentos de historia de varias universidades. Como área de investigación, el tema fue "silenciado" de universidades y casas editoras entre los años de la Depresión Económica de 1929 y mediados de 1960. Durante esos años, indica Kerber, la ideología de la "virilidad" y la "estabilidad social", como fundamentos de la cultura, la economía y la "familia tradicional" americana, se tradujeron en un desarraigo de la mujer como sujeto histórico en universidades y círculos académicos.[7] Mientras en la academia, lo femenino entraba en un periodo de exclusión y olvido, fuera del ámbito académico, primordialmente en sectores políticos de izquierda influenciados por las ideas marxistas, se mostraba interés en los debates sobre la mujer como protagonista históricas y parte consustancial de la relación entre las fuerzas económicas y el cambio histórico.[8]

Durante las décadas de 1960 y 1970, el desarrollo de luchas por los derechos civiles de los afroamericanos, las luchas sociales, y el surgimiento de nuevas tendencias historiográficas contribuyeron a imprimirle a las luchas feministas en y fuera de Estados Unidos nuevas dimensiones. Según Kerber, las perspectivas de análisis estuvieron influenciadas por académicas marxistas inglesas que trataban de establecer "la relación jerárquica del género", la manifestación del patriarcado y los mecanismos de opresión presentes en el trabajo doméstico y en la producción fuera del ámbito familiar. Su influencia se dejó sentir en el movimiento feminista que emergió a fines de la década de 1960 como parte de una agenda de "reconstrucción histórica", proveniente en parte de la visión ideológica de la "nueva izquierda", que utilizando el marxismo como teoría y método de análisis, trataba de establecer un vínculo entre "la opresión de la mujer y el capitalismo, el racismo y la represión sexual".[9] Según Jonathan M. Wiener, en sus inicios fue rechazada por la academia tradicional y sus trabajos tuvieron una aceptación limitada.[10] Su vínculo con los primeros estudios sobre la mujer fue una edición especial del Radical America, publicado en 1970 dedicado a la "liberación de la mujer". En 1971 publicaron "Women in American Society: An Historical Contribution", escrito por Mari Jo Buhle, Ann G. Gordon y Nancy Schrom. Dicha monografía, indica Wiener, se consideró uno de las más importantes publicado en su época. Establecía un vínculo entre la historia de la mujer y el activismo feminista, que según Wiener tenía como objetivo "definir la especificad de opresión" experimentada por la mujer.[11]

En otras experiencias históricas, como es el caso del movimiento feminista francés, algunas de sus primeras manifestaciones fueron el rechazo de la imagen creada acerca de la mujer y el uso de la palabra "feminista" como identidad de las mujeres que reivindicaban sus derechos. Uno de los debates desarrollados en esas primeras etapas del feminismo francés estuvo relacionado con la composición de sus organizaciones. Mientras un sector abogaba por organizaciones integradas exclusivamente por mujeres, otro proponía la creación de organizaciones heterogéneas por entender que toda reflexión acerca de la opresión de la mujer tenía que realizarse junto a los hombres. Según Anne Tristán, la intención de crear organizaciones en defensa de los derechos de la mujer en las que se aceptasen hombres significaba no comprender que "cada categoría de oprimidas tiene primero que realizar su propia lucha, al margen de sus opresores de hecho".[12] En esos debates, subsistía un planteamiento más amplio en el sentido de entender la emancipación de la mujer como parte de la lucha de los trabajadores por transformar sus condiciones de trabajo.

Como resultado de los nuevos enfoques historiográficos durante la década de 1970 se comenzó a analizar la historia de la mujer tomando en consideración la relación hombre-mujer como expresión del dominio patriarcal, tanto en el ámbito familiar como en el trabajo asalariado. En ese contexto algunos historiadores plantearon la necesidad de construir un concepto que hiciera factible brindarle cohesión teórica a los estudios acerca de la mujer.[13] Los acercamientos a los estudios de la mujer se concentraban en reivindicar su identidad como parte de los procesos históricos y sus aportaciones. Algunos de los trabajos históricos, proyectaban la mujer como parte de la "identidad nacional" y no desde la perspectiva de su redefinición.[14] Por su parte, la historia del trabajo concentraba su atención en los estudios acerca de la clase obrera sin hacer distinción de raza o género, y focalizaban en las experiencias de los trabajadores antes y después de la industrialización.[15]

En 1978 Louise A. Tilly y Joan W. Scott publicaron el resultado de sus investigaciones de un estudio histórico comparativo sobre la incorporación de las mujeres al trabajo en Francia e Inglaterra entre los años de 1700 y 1950.[16] Al ser un estudio comparativo entre dos naciones que tuvieron procesos diferentes de industrialización, les permitió analizar el trabajo de la mujer en sus especificidades y determinar las características generales del mismo. Su enfoque, según las autoras, viabiliza aplicar el método y la conceptualización utilizada a la historia del trabajo de las mujeres a otras experiencias históricas. Como estudio del trabajo, concentraron en los sectores rurales y urbanos que incorporaban un gran número de mujeres en la actividad productiva: artesanos, campesinos, tenderos, trabajadores diestros y no diestros, y trabajadores manufactureros e industriales.[17] Metodológicamente, la investigación está construida mediante el uso de fuentes documentales que les permite establecer correlaciones de carácter estadístico en un periodo de larga duración para determinar la correspondencia entre las transformaciones económicas, los cambios demográficos (natalidad, mortalidad) y la participación de las mujeres en la economía de Francia e Inglaterra durante el periodo estudiado. En su perspectiva teórica, la investigación se nutre de las aportaciones de estudios antropológicos, demográficos e históricos sobre la familia.[18] Permitió además redefinir y analizar, conceptos tales como trabajo, salario, producción, reproducción de la fuerza de trabajo, mujer y familia. A partir de esos conceptos se discute y analiza el rol desempeñado por las mujeres como parte de las fuerzas productivas en el ámbito familiar y en la esfera pública entre la industrialización y el desarrollo económico de ambas naciones en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Según las autoras, tradicionalmente el trabajo se ha definido como la actividad productiva conducente a la producción de bienes para el consumo e intercambio en el mercado. Esa definición establece una relación directa entre el trabajo y el salario, dejando fuera de la misma el valor del trabajo domestico no pagado realizado por las mujeres en el espacio familiar que resulta indispensables para la reproducción de la fuerza de trabajo. A los efectos de diferenciar el trabajo asalariado del trabajo doméstico no asalariado, utilizan el concepto "actividad doméstica" para éste último.[19] Según las autoras, los modos de producción y la estructura familiar definen los patrones de producción y reproducción de las mujeres así como la función del trabajo doméstico en el contexto de la economía.[20] Mientras en la economía rural los conceptos familia y doméstico eran utilizados para referirse al mismo entorno socioeconómico productivo, en la economía urbana y preindustrial, aunque los patrones de producción y consumo comenzaron a establecer entornos diferenciados, se mantenía la relación directa entre el taller para el trabajo artesanal y el hogar.[21] En ambas formas de producción, el trabajo de las mujeres se consideraba parte consustancial de la producción social en sí. Con la industrialización, las percepciones acerca del trabajo doméstico, de la mujer y lo familiar se transformaron. La industrialización, al implicar una transferencia de fuerza de trabajo del sector agrícola a la hacia la manufactura, el comercio y los servicios, y establecer una correlación directa entre trabajo y salario, excluyó el trabajo no asalariado de la mujer realizado en el ámbito doméstico y la reproducción como factores indispensables para la actividad económica de la sociedad.[22] De igual modo, al incrementar el número de mujeres en la actividad manufacturera fuera del hogar, la importancia del trabajo se visualizaba, no en función de las necesidades del trabajo doméstico, sino en relación a la obtención de un salario para satisfacer las necesidades propias de la familia:

For increasing numbers of women, as well, the essence of work was earning a wage. Since they were members of family wage economies, their work was defined not by the household labor needs, but by the household"s need for money, for money to pay for food and to meet other expenses, such as rent. [23]

Las transformaciones en las formas de producción y los empleos disponibles, además de incorporar fuerza de trabajo femenina en la manufactura, impactó en las nociones acerca de las relaciones hombre-mujer en el ámbito familiar y en el espacio público. En el caso de las hijas, según plantean Tilly y Scott, la incorporación la mercado de empleo, ya fuese como sirvientas, costureras, o manufactureras, era vista por sus padres como mecanismo para aliviar la carga económica que representaba mantener una familia y una contribución al presupuesto familiar. Las hijas-trabajadoras que se mantenían residiendo en el hogar, transformaban sus nociones acerca de la familia. De hijas pasaban a ser contribuyentes al presupuesto familiar lo que le brindaba espacio para reclamar intervención en el uso del presupuesto. Cuando el empleo les requería residir fuera del hogar, estas pasaban a residir con otro núcleo familiar u hospedarse, la aportación resultaba esporádica o ninguna y se quebraban los lazos familiares tradicionales. Por otro lado, al ser trabajos estacionales o de corta duración, éstas trataban de conseguir otros empleos, de no conseguirlos se veían expuestas al acoso sexual de que eran víctima las mujeres en las ciudades y zonas manufactureras.[24] El proceso de incorporación de las mujeres como fuerza de trabajo asalariada y la transformación de la familia en una unidad económica para el trabajo y el consumo se fortaleció durante el siglo XX, y la "división del trabajo doméstico" se definió más claramente:

Husband and unmarried children were family wage earners, wife devoted most of their time to child care and household management. Wives continued, however, to work sporadically in order to earn wages to help raise the family"s level of consumption. [25]

Aunque a principios del siglo XX, los patrones de incorporación al trabajo asalariado por las mujeres mantuvieron las mismas tendencias que durante el siglo XIX, posterior a la Segunda Guerra Mundial, tanto en Francia como en Inglaterra, manifestaron factores de cambio. En ambos países, la demanda de fuerza de trabajo femenina era resultado de la expansión del sector industrial, comercial y de servicios. Mientras en Inglaterra la expansión del sector terciario se tradujo en una incorporación mayor de la mujer como fuerza de trabajo, en Francia la participación femenina declinó durante el mismo periodo. Por otro lado, los patrones ocupacionales, según las autoras, mantuvieron la segregación y la división del trabajo por sexo. Mientras los hombres se ubicaban en la industria pesada y en funciones gerenciales, las mujeres se ubicaban principalmente en empleos de servicio (oficinistas, secretarias, enfermeras y maestras, entre otras).[26]

La investigación realizada por Louise A. Tilly y Joan W. Scott contribuyó a transformar significativamente el campo de la investigación histórica relacionada con el trabajo y la formación de la clase obrera. De unas nociones en que la clase como categoría analítica se utilizaba para explicar el carácter de las contradicciones entre el capital y el trabajo, se comienza a estudiar tanto el proceso productivo como la composición de la fuerza de trabajo tomando en consideración los factores demográficos, la estructura familiar como unidad económica y la relación entre el trabajo asalariado y no asalariado. Ese enfoque permitió analizar las condiciones que incidieron en la incorporación de la mujer a la producción, su importancia para el proceso productivo en su conjunto y trazó pautas para construir nuevas categorías para el análisis histórico.

El género como categoría de análisis y la historia del trabajo después de 1990

A finales de los años de 1970 la historia social, impulsada por los Annales e influenciada por el marxismo, cuyos enfoques historiográficos estimularon el estudio de las formaciones sociales y económicas, las relaciones sociales de producción esclavista o capitalista, la formación y luchas de la clase obrera, había entrado en una etapa de agotamiento. Sus nociones principales, sustentadas en la noción materialista de la historia y la clase como categoría de análisis, enfrentaron la crítica de historiadores argumentando que sus propuestas y explicaciones históricas resultaban absolutas y confinaban la acción del sujeto histórico al determinismo económico. Como resultado, comenzaron a aflorar nuevas tendencias conceptuales, metodológicas y analíticas para la investigación histórica. Entre ellas, destacó el género como categoría de análisis para los estudios de las relaciones sociales entre los hombres y las mujeres.[27]

Tras décadas de movimientos feministas y luchas por los derechos de la mujer, y de investigaciones y debates al respecto, en 1986, la historiadora Joan W. Scott publicó el ensayo "El género: una categoría útil para el análisis histórico". Redactado inicialmente para ser presentado ante la American Historical Association en 1985 y traducido al español y al francés para su publicación en varias revistas profesionales, es considerado un "icono" intelectual para los investigadores coetáneos y posteriores a Scott que se han aproximado a los estudios sobre género y trabajo.[28] El ensayo tiene como objetivo establecer y precisar la importancia de la reflexión teórica sobre el impacto del género en las relaciones sociales e institucionales, las relaciones de poder, y cómo a partir de dicha categoría, es posible repensar la construcción del sujeto histórico y abordar sus temas de investigación.[29] Utilizando como marco de referencia los estudios de las historiadoras del feminismo que le antecedieron y la necesidad de brindarle cohesión analítica y conceptual a la historia de la mujer como sujeto histórico, Joan Scott logró brindarle al concepto género el carácter de categoría histórica que trasciende la historia descriptiva, funcionalista y de "relaciones entre los sexos" que hasta entonces se le había otorgado a los estudios sobre la mujer.[30] Ese trabajo de reflexión teórica sobre el género, que ha orientado muchas de las investigaciones históricas desde la década de 1990, ha permitido repensar el pasado desde unas perspectivas historiográficas en la que los factores ideológicos inherentes a la construcción de los valores culturales de la sociedad, sus formas de producción y el ordenamiento jurídico-político del Estado, se vean íntimamente relacionados con los roles asignados al hombre y la mujer, la familia, la reproducción y la sexualidad. [31]

Según la autora, las historiadoras feministas habían utilizado varias perspectivas ideológicas para el estudio del género que se resumían en tres nociones historiográficas: el origen del patriarcado, la concepción marxista de la historia basada en la clase como categoría analítica y la tendencia posestructuralista influenciada por el psicoanálisis.[32] Mientras el estudio del patriarcado asumía como problemas de investigación el ejercicio del poder del hombre sobre la mujer, la reproducción biológica y la sexualidad, las feministas marxistas se enfocaban en los factores económicos que explicaban y determinaban las relaciones de género, pero no le brindaban a dicho concepto el carácter de categoría analítica.[33] Por su parte, la tendencia psicoanalítica, se orientaba hacia la identificación de los procesos que construyen la "identidad del sujeto" en las etapas primarias en el desarrollo de la niñez, ya fuese a través del estudio de las "relaciones-objetos" o mediante el lenguaje como mecanismo a través del cual se representa el género.[34] En su análisis de ambas tendencias, Scott concluye que las mismas no resultaban adecuadas para los historiadores. En relación a la teoría de "relaciones-objetos", expresaba dudas sobre la creación de la identidad a partir de relaciones sociales limitadas al ámbito familiar y la experiencia doméstica. Sobre la teoría que focaliza en el lenguaje, exponía que tendía a efectuar una mirada reduccionista del pasado al otorgarle a la relación hombre-mujer un carácter absoluto, en que la relación entre ambos sujetos se fijaba como "la única relación posible y como aspecto permanente de la condición humana".[35] Efectuado el análisis epistemológico de las teorías a las que se enfrentó para poder plantear su propuesta, Scott asume el género como categoría principal. En tanto concepto, lleva implícito una construcción del saber para definir las identidades que se asignan al hombre y la mujer a partir de las relaciones que se desarrollan en los espacios económicos, políticos, sociales y culturales como esferas públicas, y privadas.[36] Asumiendo como referente esa conceptualización, la autora establece dos proposiciones fundamentales: (1) el género como expresión de las relaciones sociales fundamentadas en las diferencias entre los sexos y (2) como elemento constitutivo de las "relaciones significantes de poder".[37] A partir de esas relaciones, se desarrollan los "símbolos y mitos" culturales como referentes, los "conceptos normativos" que establecen los valores éticos y sociales para definir lo femenino y masculino, las nociones políticas relacionadas con las instituciones sociales, y la construcción de las identidades.[38]

Un aspecto cardinal de Joan Scott en la construcción del género como categoría de análisis histórico de las relaciones sociales, es que su utilización requiere de una interpretación no tradicional para lograr identificar la jerarquía de los valores y entender la identidad en sí como algo cambiante y relativo a sus contextos históricos.[39] Como ensayo de reflexión teórica sobre una de las categorías de análisis en la investigación histórica, la autora identifica otras categorías analíticas (clase, raza, etnicidad) que pueden reconceptualizarse utilizando como referente la metodología utilizada por ella.[40]

Si el trabajo de Louise A. Tilly y Joan W. Scott sobre la incorporación al trabajo de las mujeres en Francia e Inglaterra representó un cambio cualitativo en relación a los estudios de la mujer que les antecedieron, y un proceso de ruptura con los enfoques historiográficos de la historia social de los años setenta del siglo XX, la transformación de género en una categoría analítica, abrió puertas para nuevas investigaciones. Se profundizó en los estudios sobre la incorporación de las mujeres al trabajo, en su importancia para las transformaciones económicas, políticas o sociales y su participación en las luchas obreras. Los estudios realizados no quedaron confinados al espacio del la mujer como sujeto histórico sino que se aproximaron al estudios de las instituciones sociales (familia, iglesia, escuela, sindicatos, etc.) en su rol de estructuras de poder basadas en el género y el patriarcado que conducen a la exclusión, la opresión y construcción de identidades acerca de lo femenino.

Los mecanismos que se utilizan en la construcción de códigos y símbolos para asignar funciones e identidades a los individuos según el género y de acuerdo a las necesidades del Estado fue abordado por Laura Lee Downs, en su ensayo: "Women"s Strikes and the Polictics of Popular Egalitarism in France, 1916-18".[41] El ensayo pretende demostrar que ese movimiento huelgario ha sido analizado por historiadores desde una perspectiva similar a cuando ocurrieron los hechos, y que siendo las mujeres sus protagonistas principales, se construyó un discurso basado en el género para despolitizar los reclamos de las trabajadoras, crear identidades sobre la moralidad de las mujeres en huelga y silenciar su voz en la historia.[42] Utilizando periódicos, interrogatorios policíacos, publicaciones obreras, y documentos gubernamentales de la época, Laura Lee Downs, reconstruye las nociones que se crearon sobre el movimiento huelgario y de protestas ocurridas en la industria metalúrgica y de municiones entre mayo y junio de 1917 en París. En dichos manifestaciones huelgarias participaron cerca de 43 mil trabajadores, de los cuales el 75% eran mujeres.[43] Como parte del estado de guerra, se elaboró un discurso de defensa nacional que unificaba amplios sectores de la clase obrera y la burguesía en contra de la amenaza alemana. El conflicto laboral se interpretó como un peligro a la integridad nacional. Ante la peligrosidad se movilizaron múltiples sectores de la sociedad para poner fin a las protestas y lograr que las mujeres regresaran al trabajo.[44] El estudio de Laura Lee permite analizar cómo en épocas de crisis el discurso acerca de lo nacional y las nociones sobre el género se utilizan para demonizar las luchas de las trabajadoras, silenciar la naturaleza política de sus reclamos y exaltar los valores culturales que se construyen para definir las identidades. En la prensa escrita se les trataba despectivamente. Las protestas se caracterizaban como actos no propios de la feminidad. Las mujeres que participaban en acciones de protesta se caracterizaban con epítetos para describirlas como poseedoras de semblantes amenazantes y traicioneros.[45] Al comparar la identidad que se construyó para los interrogatorios de los hombres y mujeres que fueron arrestados durante la huelga, la autora indica que lo femenino se definía a base de valores morales mientras lo masculino se construía en función de la acción política. Respecto a los hombres se indagaba sobre la posibilidad de que hubiera recibido dinero de parte de agentes alemanes para alterar el orden, y se les preguntaba acerca de sus posibles vínculos con organizaciones sindicales o revolucionarias. Por el contrario, a las mujeres se les interrogaba sobre su estado civil, la fidelidad o infidelidad para con sus esposos en guerra y posibles amantes.[46] Para Lee Downs, la diferencia en el tipo de interrogatorios demuestra el nexo que se establecía entre la masculinidad y el racional político. En ese racional la esfera política no estaba asignada al rol de mujer a pesar de que su activismo fue más impactante que el de los hombres, y sus cánticos de huelga incluían reclamos por la igualdad.[47] El trabajo de Laura Lee Downs sobre las trabajadoras francesas en la industria de metales y de municiones, y las luchas que protagonizaron es un modelo de investigación sobre aspectos de la historia del trabajo que la investigación histórica tradicionalmente ha omitido por tratarse de procesos que en su época fueron silenciados tanto por el discurso oficial como por las instituciones a las cuales se enfrentaban. Aunque la autora hace referencia a publicaciones obreras, no profundiza en el análisis del discurso que asumieron los sindicatos franceses para oponerse a las acciones de las trabajadoras.

Un enfoque similar al de Laura Lee Downs se encuentra en la investigación de Jacquelyn Dowd Hall, sobre la huelga de trabajadores de la Fulton Bag and Cotton Mills de Atlanta en 1914.[48] El mismo analiza el impacto de la industrialización, la vida urbana y la recomposición de la fuerza de trabajo en la configuración de las nociones, discursos e identidades relacionadas al trabajo, la masculinidad, la feminidad y los espacios públicos o privados. Utiliza como marco de referencia la incorporación intensiva de la mujer a la industria manufacturera, y el rol desempeñado por las trabajadoras durante la huelga. Jacquelyn Dowd Hall compara las discusiones sobre la huelga que se generaron a través de la prensa de Atlanta con las que surgieron durante esos días a raíz de la acusación y convicción del gerente de una fábrica para la producción de lápices por violación y asesinato de una niña de trece años. El contraste le permite analizar el discurso de la elite social en la comunidad para fortalecer sus nociones sobre el rol de la mujer en el entorno urbano y fabril de la ciudad. La autora, demás de analizar lo escrito en la prensa de la época, interpreta el discurso no escrito de las imágenes fotográficas utilizadas para los reportajes, y los informes redactados por espías contratados por la empresa. Dicha documentación le permite reconstruir el discurso que se construyó para la fábrica y la opinión pública sobre las trabajadoras en huelga, sus organizadores sindicales y las nociones e identidades que se construyeron para representar lo femenino y sus espacios. Al vincular las situaciones ocurridas en relación a la huelga, la autora concluye que los reportajes de los espías son reveladores de la mentalidad y los convencionalismos existentes acerca de la mujer. Los informes, como indica Dowd, revelan el vínculo de los "significados del conflicto del trabajo cuando los asuntos de clase y el género son transpuestos" así como "la modernización del sexo y el rostro discursivo del poder".[49] La narrativa de los reportajes de prensa y las fotos que le complementan estaban matizados por códigos sociales y culturales de la época. Así por ejemplo, el entorno urbano fabril se caracteriza en los informes de los espías como dominados por el "crimen y la inmoralidad".[50] Cuando se contrastaban los trabajadores con el organizador de la unión, se caracteriza a los primeros como "inocentes miembros" y a los segundos: "rudos hombres" del sindicato que les controlan.[51] Los trabajadores que se declaraban en huelga perdían la inocencia que se les confería y se describían como "ladrones" y "asaltantes de camino". En relación a las mujeres, eran caracterizadas como "depredadoras sexuales".[52] El activismo feminista era transformado por los espías en "actividad ilícita". Jacquelyn Dowd Hall indica que los espías veían la fábrica como un "espacio sexualizado" en el que la seducción era utilizada como mecanismo de infiltración. Haciéndose pasar por artistas o bailarines, los espías invitaban a trabajadoras a "divertirse". Su objetivo era conseguir información relacionada con la huelga, si no lograban sus propósitos recurrían al desprestigio de la persona.[53] En el contexto del conflicto laboral, el espionaje sistemático, y el incremento de la presencia de la mujer en el espacio público urbano, ocurre la violación y asesinato de Mary Phanagan por el cual se acusó a Leo Frank.

Al estudiar los reportajes de prensa sobre la violación y asesinato de la niña de trece años, y la condena del convicto, la autora indica que se puso al descubierto la intensidad de los conflictos raciales, de clase y religiosos. Para el Journal of Labor, el caso era evidencia de la vulnerabilidad de la mujer ante el avance del capitalismo e indicaban que el caso Phanagan difería poco de las mujeres que consumían lentamente sus vidas en el proceso de trabajo industrial.[54] Los "ciudadanos prominentes blancos" trataron de vincular el asesinato de Phanagan con un conserje afroamericano que había sido acusado por su jefe de la violación de la niña.[55] Los reportajes del Atlanta Georgian, convirtieron a Mary Phanagan en "símbolo de la mujer blanca trabajadora que defendió su castidad con la muerte". Las "sectores tradicionalistas" veían el trabajo asalariado de la mujer como muestra del consumismo.[56] En relación a algunas de las fotografías en las que aparecen mujeres ocupando espacios públicos, Dowd indica que éstas permiten estudiar la exposición y la representación del género y los roles asignado al hombre y la mujer respectivamente. Una de las fotos analizadas es en la que aparece O. Delight Smith, fotógrafa y reportera del Journal of Labor junto a dos dirigentes sindicales. Mientras la mirada y la postura de los hombres expresan rudeza, firmeza y determinación, la fotógrafa refleja el rol asignado a la mujer: distanciamiento del espacio público y de las posiciones de liderato. Lo mismo ocurre con otras de las fotos en que aparecen trabajadores en huelga: mientras los hombres aparecen de pie y en primer plano, las mujeres so localizan un en segundo plano, sentadas y realizando tareas domésticas.[57] El ensayo de Jacquelyn Dowd Hall permite enfocar los mecanismos discursivos, las imágenes y los códigos que se utilizan para la representación de lo femenino y lo masculino, tanto en su entorno urbano e industrial como en el contexto del trabajo y la esfera pública. El análisis que se efectúa sobre las trabajadoras de la Fulton Bag es más abarcador que el de la incorporación las mujeres trabajadoras francesas al trabajo y la reacción a las manifestaciones de protesta que realizaban. No sólo analiza el discurso de prensa escrita, sino que incorpora la deconstrucción del discurso a través de la imagen visual y amplia sus referentes de comparabilidad al contrastar los discursos sobre la huelga en sí con un hecho, que siendo aislado y no relacionado con la huelga, mediante el género y la raza se vincula como parte de los códigos éticos-religiosos creados desde las creencias religiosas y la cultura civil para la mujer.

Nuevos enfoques y nuevos paradigmas

El análisis de género revitalizó las investigaciones históricas y transformó los discursos, las temáticas y las formas de estudiar la experiencia social de las personas y sus relaciones sociales. Le brindó cohesión a los estudios de la mujer a la par que la historia del trabajo y la clase obrera, en su perspectiva absolutista y como proyecto histórico, daba visos de entrar en una etapa de estancamiento. Como forma de conocimiento implicó un cuestionamiento epistemológico a todos los aspectos del saber y de la práctica política, económica, social o cultural:

Gender, as feminist scholars and critics have demonstrated, is everywhere – into not only our families, churches, business, and public institutions but also the very language in which we discuss and evaluate our experiences, including the languages of philosophy, art, politics, science and history. [58]

En su etapa inicial, los estudios de género focalizaron en el análisis de la incorporación de la mujer al trabajo asalariado, su participación y exclusión como sujeto histórico en las luchas e instituciones sociales, y contribuyó a la interpretación de la sexualidad, el matrimonio y la familia como forma de construir las relaciones entre las personas y las estructuras de poder. En otros aspectos, como tendencia de investigación fue criticada por sectores académicos cuyas áreas de investigación centraban en los estudios afroamericanos, caribeños o de los países del tercer mundo. Una de las críticas planteadas a los estudios de género se relacionaba con la percepción occidental acerca del saber y la cultura. Sus críticos planteaban entre otras consideraciones que las mujeres negras, por razón de raza y experiencia histórica, experimentaban un mundo no experimentado por quienes no lo eran; que las feministas occidentales relegaron de sus estudios a la mujer no occidental, y abogaban por una metodología y teoría del feminismo negro. [59]

A la luz de esas críticas, a fines de los años de 1990, los análisis de género se orientaron hacia el estudio de de las identidades nacionales, la ideología de la dominación política y sexual en los países caribeños y africanos. Un ejemplo de esos nuevos enfoques es la colección de ensayos Feminist Genealogies, Colonial Legacies, Democratic Futures, publicado 1997.[60] Según las editoras, Jacqui Alexander y Chandra Talpade, los trabajos se ubican en un contexto histórico impregnados por procesos educativos en los cuales las luchas anticoloniales contra la dominación británica en Trinidad y Tobago contribuyeron a la construcción de lo nacional mas no transformaron los valores normativos de la masculinidad y heterosexualidad:

Then, as now, nation and citizenship were largely premised within normative parameters of masculinity and heterosexuality. [61]

El ensayo de Chandra Talpade Mohanty nos aproxima a un estudio de las mujeres trabajadoras en el contexto del mundo no occidental y globalizado.[62] En el mismo se hace una revisión de la literatura relacionada con la incorporación al trabajo asalariado de las mujeres y la construcción de las identidades en una economía dependiente. Su objetivo es estudiar la explotación de las mujeres pobres del Tercer Mundo y cómo desarrollan una práctica organizativa para transformar su vida cotidiana como mujeres trabajadoras.[63] Chandra Talpade establece como pregunta de trabajo las posibilidades de construir prácticas de solidaridad entre las mujeres trabajadoras a través de identidades nacionales, raciales y de clase, en el contexto de una economía capitalista globalizada. [64]La autora utiliza el concepto "trabajo de mujer" como categoría analítica para examinar las especificidades históricas en que se establecen las jerarquías de género y raza.[65] En su análisis, las nociones que se asumen acerca del trabajo y los trabajadores es esencial para entender las políticas sexuales establecidas en un capitalismo global. Para Chandra Talpade, el proceso de colonización que definió las relaciones entre las metrópolis y los países colonizados instauró procesos culturales e ideológicos que se tradujeron en la creación de identidades acerca de la mujer, la pobreza y la raza basadas en el trabajo y el consumo que aún subsisten en los países que lograron advenir a la independencia y construir el Estado nacional. Según la autora, en el contexto de una economía global la ideología de la masculinidad, la feminidad y la sexualidad desempeñan un rol importante para el consumo.[66]

Al analizar la experiencia de las trabajadoras de Narsapur, India, para la fabricación de encajes, basado en un estudio realizado en 1982, establece que la integración de los campesinos pobres y las sociedades tribales a la producción para el mercado internacional descansó en el trabajo femenino y en la definición de la mujer trabajadora como ama de casa según las nociones de casta y género: los hombres dedicados al trabajo no productivo (comercio) y la mujer a la producción en sí.[67] Al comprar la experiencia de Narsapur con la de las trabajadoras inmigrantes en la fábrica de ensamblaje de productos electrónicos en el Valle de California, indica que las identidades se establecen según el género, la raza y la etnicidad. Las mujeres se definen con las categorías solteras, madres, esposas y trabajadoras suplementarias, siendo las casadas la principal fuerza de trabajo.[68] Utilizando el concepto "intereses comunes" elaborado por Anna G. Jonasdotir en el análisis de la experiencia de la mujer trabajadora inmigrante, Chandra Talpade sugiere la necesidad de escribir la historia de un grupo específico de mujeres trabajadoras, con intereses comunes a través de las fronteras nación/estado, basado en la desmitificación de la masculinización del trabajo y la construcción de la identidad social de la mujer del Tercer Mundo como trabajadora. [69]

Recapitulación

La utilización del género como categoría de análisis fue una de las aportaciones más significativas de los trabajos de reflexión histórica que se realizaron durante las últimas décadas del Siglo XX. Su construcción como forma de conocimiento y metodología de análisis para el estudio de las vías y mecanismos que estructuran las relaciones entre las mujeres y los hombres en contextos económicos, políticos, sociales y culturales, estuvo precedida por los esfuerzos realizados en comunidades académicas y no académicas para aproximarse al estudio de la mujer como protagonista del cambio social y sujeto histórico. De ser un concepto utilizado para establecer la diferenciación gramatical entre lo femenino y lo masculino, o las especificidades biológicas que distinguían a un sexo del otro, pasó a ser una herramienta conceptual utilizada por sociólogos e historiadores desde finales de los años de 1980.[70] Sus antecedentes se ubican en las primeras experiencias intelectuales en que la mujer intentaba ocupar un espacio en la creación literaria, el surgimiento de organizaciones y luchas feministas reclamando los derechos de la mujer, y los primeros acercamientos historiográficos efectuados en la academia.

Partes: 1, 2
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