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Carta a los adolescentes infames (página 2)


Partes: 1, 2, 3

Se puede pensar que el que escribe, escribe para enseñar algo, pero eso sería un error, el verdadero escritor sólo escribe para sí mismo, es su forma de desarrollo, una forma de vida. Quizá otros puedan nutrirse de sus escritos, pero sólo aquellos que hayan caminado tanto como él. Por eso hay tanto escritor mediocre con tanto éxito. De ahí la diferencia entre un clásico y un best seller, que el primero se lee minoritariamente, generación tras generación, traspasando la barrera del tiempo, mientras que el segundo lo leen millones de descerebrados que se reconocen en semejante basura. Lo semejante tiende a lo semejante, quien ve la televisión basura se embasurece, se emporca y acaba siendo el digno miembro de una enorme piara, al cultivar y acrecer su peor parte. Pero al acrecentamiento en la ignorancia sería absurdo llamarle progreso, nadie es excelente por consistir su superioridad en ser más ignorante que los demás, ser más ignorante no es ser más sino ser menos, y no hay ciencia de lo menos aunque exista el mal y el progreso en el mal. También hay que cuidarse por ello del estancamiento y de la involución, pues lo mejor, si no se ejercita, se atrofia o se pierde.

Pero ¿por qué ocuparse de algo tan poco apreciable como lo que todavía no es nada pero pretende serlo todo? ¿Por qué pensar en los adolescentes si son tan poco dignos de estimación? -se me podría preguntar. Pues os daré dos razones: primera, que todo acontecimiento es una buena ocasión para ejercitar la reflexión, incluso el encuentro no ya sólo con los adolescentes cronológicos, seres al fin y al cabo por hacer y que quizá puedan llegar a desarrollar algún tipo de excelencia, sino con los adolescentes con canas, éstos ya despreciables y algunos irrecuperables, que han involucionado de tal manera y se han estancado de tal modo, que merecerían nuestra compasión si fuésemos cristianos; pero como no lo somos, tan sólo se hacen acreedores de nuestro desprecio. Y la segunda razón, ya expuesta con otras palabras en relación con la acción de escribir, que si pensar en el diablo era la forma en que los virtuosos frailes querían progresar en lo divino, para progresar en la razón cultivada, me veo en la necesidad de estudiar aquello que la estorba o la impide. Como decía Maquiavelo, se trata de aprender el camino del infierno, para evitarlo.

¡Adolescentes!, vosotros sois quienes pretenden saberlo todo sin trabajar nada, quienes pretenden tener dignidad sin haberla ganado a pulso, quienes pretenden ser mejores sin dedicar, no ya unos años, sino la vida entera a mejorar. Sois quienes queréis los fines sin esforzaros por conseguir los medios. En nuestra época sois muchos, no sólo sois adolescentes, y aunque sí principalmente, por edad, se os puede localizar entre los 14 y los 20 años, también personas de todas las edades y de toda condición social podrán identificarse con la condición que aquí se expone. Porque en nuestra época del consumo inmediato se piensa que se pueden comprar las virtudes, cuando sólo se pueden adquirir con esfuerzo y años de trabajo. No se puede comprar el conocimiento, ni la sensibilidad, ni la valentía, ni el amor, ni la disciplina, ni el respeto, ni la prudencia, ni la amistad, todos los hombres cuentan en general con esas y otras muchas facultades en potencia, pero es necesario llevarlas al acto y eso, en la cultura, a diferencia de en la naturaleza, no sucede espontánea y necesariamente. Como dice Hegel en la semilla del árbol está ya contenido el árbol futuro al igual que en el embrión humano está contenido el hombre futuro, pero el desarrollo del hombre no consiste en llegar a ser hombre, como el del árbol consiste en llegar a necesariamente ser árbol, sino que el desarrollo del hombre consiste en llegar a la edad de la razón, en convertirse en una razón, un cuerpo y una sensibilidad cultivadas. Mucho más que en la naturaleza en este terreno lo que no se poda, se abona y se rodea de un ambiente idóneo se marchita, se angosta, se tuerce y se pudre. Pero la metáfora de la planta no nos basta, porque a diferencia de ésta el hombre tiene que participar en cuanto hacerse consciente de su voluntad de crecimiento o de lo contrario se sufrirá de enanismo y borreguismo.

Psicología del adolescente-niñato.

El adolescente no accede aún a la teoría en ninguna de sus modalidades, ni a la ciencia, ni al arte, tiene, tan sólo, psicología, y toma esa parte como un todo. Su salida de la infancia le sume en un letargo espiritual, una sensación de autosuficiencia y un engreimiento, cuya extrema duración puede acabar arruinándole en cuanto proyecto de razón cultivada. Se cree especial aunque no tiene nada de especial porque aún ni siquiera ha tenido tiempo de forjarse ninguna especialidad. Experto en todo y en nada por obra del Espíritu Santo, piensa que ha nacido ya con algo de lo que carecen los demás, tiene la pérfida idea del Antiguo Régimen de que por alguna razón oculta ha nacido noble en un mundo de plebeyos.

La consideración de los demás es recíproca y esta clase de borregos se consideran todos ellos nobles y a los demás borregos, esto es, prontos a juzgar a los demás sin tener siquiera criterios ni elementos de juicio, prejuzgan psicológicamente que todos son borregos menos ellos. Todavía tienen que recibir muchas palizas hasta darse cuenta de lo borrego que hay en ellos y, entonces, volcarse a trabajar contra eso, su propia estupidez, y no pretender dar lecciones a los demás.

Como desconocen el plano teórico no pueden desprenderse de su yo, que les persigue a todas partes, ni de sus emociones, y siendo incapaces aún de razonar, se dedican a rebuznar. Pero sus rebuznos les suenan a música celestial, aunque no hayan llegado tampoco a emanciparse del juicio de los demás y la notoriedad de su ignorancia y su poca valía les produzca un enorme dolor en los momentos en que queda en entredicho o cuando les acaece un arrebato temprano de lucidez.

Humildad, buenos modales, disciplina y respeto, las tres actitudes básicas para el comienzo del crecimiento.

Estos cuatro conceptos resumen la actitud del que aprende y progresa, porque sólo se puede aprender y progresar con ayuda de lo que es mejor, es decir, únicamente lo mejor nos puede orientar hacia el mejorar. Contradictorio sería el tender hacia lo peor para ser mejor. Ahora bien, ¿qué actitud es la que nos puede ayudar a que lo mejor nos acoja? ¿cómo lograremos que lo mejor, que no quisiera en principio, juntarse con lo peor, se nos arrime y nos impulse ayudándonos a arribar hacia su zona? Desde luego que no lo lograremos, ¡no lo lograreis, adolescentes!, ¡creyendóos mejores que lo mejor!. Hacia lo mejor, para ser acogido, hay que acercarse humildemente, pidiendo permiso para entrar, quitándose los zapatos y manteniendo alejada la sucia mano. Una vez dentro, habiendo entrado con humildad y manifestando buenos modales, para permanecer en lo mejor habrá que acrecentar la disciplina, pues mantenerse en la lucha por mejorar requiere esfuerzo y constancia, y una vez que la humildad y la disciplina nos hayan hecho lograr el ingreso entre los mejores habrá que demostrar respeto ante nuestros iguales y también hacia todos los demás que se nos dirijan con educación, amabilidad y cortesía. A los zafios los trataremos con simple y llana cortesía, seremos meramente educados con ellos, y no maltrataremos a quienes nos son inferiores, pero no les podremos tener estimación, base del respeto, porque sólo ha de estimarse lo igual o lo mejor.

Los modales son algo que se ha de aprender en casa primariamente y ejercitar entre los conciudadanos después. A tener modales se le llama tener buena educación, no siendo a los profesores a quienes corresponde enseñar a un niño a sonarse los mocos o pelar una naranja, sino a los padres. Sin modales es absurdo que se acuda a la escuela, porque entonces el profesor, en lugar de enseñar su materia tendrá que consagrarse a modelar el comportamiento, ya que sin un comportamiento correcto es imposible enseñar nada ni aprender nada.

Quien se crea que puede acercarse a lo mejor y comprarlo, pagando, como quien consume un artículo o valor de cambio, va muy listo, pues no se puede comprar, y por eso es tan estimable, lo más estimable es lo que no se puede comprar ni vender. ¡Tratad, adolescentes infames, de comprar el amor, por ejemplo! Pagareis a una prostituta unas lecciones de infamia que os alejarán del arte de la erótica y no llegareis más lejos en el exquisito arte del sexo que el perro o el chimpancé.

– El momento de la hybris y el final del miedo a la muerte como recomienzo de una nueva etapa.

El momento de la hybris viene después de haber acrecentado mucho, mucho, durante años, las fuerzas, y los adolescentes que pretenden adoptarlo, sin tener potencia para ello, son la manifestación más palmaria de la temeridad de la ignorancia. Quien quiera hacer algo por los demás primero tiene que hacer mucho por sí mismo, para lo cual, desde luego, necesitará de otros con los que aprender y otros que le ayuden a aprender. No hay nada más triste ni más ridículo que un ignorante pretendiendo aleccionar y enseñar a los sabios. Nada es más zafio que la imagen de Jesús, a los doce años, entre los doctores. Pero ya se sabe que el cristianismo es una religión de esclavos y un veneno progresivo en lo peor. Tan sólo el capitalismo rivaliza con el cristianismo en provocar envilecimiento, estancamiento e involución.

"El carácter pecaminoso de lo corporal, y por supuesto la aversión hacia la desnudez, es ya rasgo inherente a la tradición religiosa judía, que reaparece en el cristianismo, y, en segundo lugar, el atletismo y los juegos atléticos no pudieron quedar de ninguna manera al margen del conflicto entre cristiandad y paganismo, que precipitaría la muerte, por motivos religiosos, de los antiguos juegos paganos, y con ellos del deporte griego (…) La Iglesia radicalizó su actitud frente a todo lo relativo al cuerpo, y en consecuencia, frente a la educación física, de manera que, al quedar la educación y la cultura en sus manos tras el colapso del Imperio Romano, la formación literaria de tipo clásico sobrevivió, pero la formación física desapareció o, mejor dicho, quedó reducida al simple entrenamiento del cuerpo con vistas a la guerra. Esta situación, como es sabido, se mantuvo durante muchos siglos, y sólo en época contemporánea la educación del cuerpo ha comenzado a ocupar el lugar que le otorgaron los griegos, el lugar que, en suma, le corresponde en la formación integral del ser humano". (F.García Romero Los juegos Olímpicos y el deporte en Grecia. Editorial AUSA. Sabadell, 1992, 1.4.2.1. págs 169-170).

El cristianismo sintió profunda aversión por el cultivo del cuerpo y de la mente, sustituyendo a ambos por el culto al espíritu. La flagelación y mortificación del cuerpo sustituyó a las prácticas deportivas y la plegaria y la teología desplazaron o sojuzgaron a la sofística y a la filosofía. No puedo detenerme aquí a explicar la relación de la muerte, de lo negativo, con la vida, y de cómo el cristianismo nubló y debilitó las mentes con la mentira de la inmortalidad, para eso hay que leer a Hegel y eso es algo que yo apenas estoy comenzando a hacer, pues no hace mucho que se leer (mis iguales entienden lo que significa esto último y a los demás es ocioso el explicárselo).

Música, Gimnasia y Filosofía, los tres modos fundamentales del desarrollo.

La música desarrolla la sensibilidad, la gimnasia la corporalidad y la filosofía la intelectualidad. Las dos primeras enseñan el equilibrio, la armonía, la paciencia y la disciplina necesarias para abordar con humildad y respeto la tercera, al tiempo que abonan el terreno sobre el que se asienta el pensamiento. El pensamiento no puede asentarse sobre una sensibilidad embotada ni sobre una corporalidad enfermiza y angostada, de ahí que todas las labores humanas que embotan la sensibilidad y arruinen el cuerpo sean trabajos a los que los griegos, nuestros principales maestros, consideraron siempre como propios de esclavos y no de hombres libres. Lo divino que hay en el hombre son esas semillas por desarrollar.

"¿Qué gobierno supremo, qué magistratura, qué reinado puede ser más excelente que el de quien, despreciando todo lo humano y considerándolo indigno de la filosofía, no medita más que en lo sempiterno y divino, y está convencido de que aunque los otros hombres puedan llamarse tales, sólo lo son realmente los educados en las humanidades?" (Cicerón República, Libro I, 17, 28-29).

Componer música (arte), realizar nuevos movimientos corporales o hacer teoría científica o filosofía, son las tres pruebas fundamentales del haberse desarrollado. Son, esencialmente, resultado, resultado de un laborioso trabajo, del menos vil de los trabajos, del trabajo de la consecución de la areté, de la labor de la excelencia. La capacidad teorética, la sensible y la práctica son un resultado que se convierte en un nuevo comienzo en un nivel superior, en un proceso de retroalimentación que nunca culmina. Pero un desarrollo unilateral, como el especialismo para la profesionalización, exclusivo fin de nuestras escuelas actuales, no equivale a progreso en general, ya que sólo se puede avanzar en todos los frentes a la vez. De ahí que el nivel del progreso en particular sea siempre más alto que el nivel del progreso real, esto es, general. Ello nos hace comprensible que un profesional de nuestro tiempo, aparentemente un triunfador, desde el modo vulgar de considerar el éxito, pueda ser en la realidad un infrahombre, como nos lo demuestran a diario muchos de nuestros conciudadanos, en la televisión, en los certámenes futbolísticos, en los centros de consumo conspicuo, en todos los lugares y escalas del espectro de la sociedad del dinero.

Agonismo y semejanza.

Los niños, en Grecia, iban acompañados de sus pedagogos, como Menón en la obra platónica que lleva tal nombre. Sócrates al hablar con adolescentes, con quienes habían pasado la edad de Menón e ingresado en la institución de la efebía, no pretendía enseñarles nada, pues nada decía tener que enseñar, sino que proponía que la búsqueda del conocimiento era lo que proporcionaba la virtud y, al buscar la propia, le gustaba caminar en compañía, y al no encontrar semejantes, se contentaba con caminar junto a los mejores jóvenes de Grecia, ya que los viejos estaban ya echados a perder por la política y el dinero. Sin embargo los sofistas sí que pretendían enseñar la virtud, como si fuese algo que se pudiese transmitir y no algo que sólo podía alcanzar el interesado mismo, con su trabajo y esfuerzo, siendo entonces algo sobre lo que tan sólo se podría ayudar a alcanzar mediante la orientación. Pero Protágoras parece entenderlo del último modo, porque cuando en el diálogo que lleva su nombre responde a la pregunta de Sócrates sobre lo que conseguirá un noble muchacho al acudir a su compañía, el sofista responde que se hará mejor. Esto es, no lo hará mejor Protágoras, sino que se hará mejor el muchacho si frecuenta la compañía del sofista. Y eso porque lo semejante tiende a lo semejante, de modo que si se quiere ser mejor habrá que buscar la compañía de los mejores y, imitándoles primero, participar después de su virtud hasta llegar a alcanzar su virtud.

La relación de Sócrates con Alcibíades sería incomprensible de no haber una semejanza de la desemejanza, y, efectivamente, lo que dice Heidegger acerca de esa relación es que el pensamiento más profundo se relaciona con lo más vivo, con lo que manifiesta una mayor vitalidad. De todas formas dirá Sócrates en la República que en la relación sale perdiendo, ya que él tiene mucho más que ofrecer que el joven Alcibíades, pero este último había demostrado y habría de seguir demostrando después que era de los mejores y por tanto digno de la atención del filósofo. Su belleza, su nobleza, su ingenio, el modo respetuoso y atento como trataba a su maestro, su actitud erótico-festiva y su humildad intelectual para con el pensador le hacían acreedor de la suerte de su compañía.

Los diferentes pueden ser nuestros semejantes porque muchas son las virtudes y las formas de progresar en la virtud. Artistas, como Mozart o como Esquilo, son semejantes de filósofos como Platón o Nietzsche, o de científicos como Darwin o Einstein. ¿Cómo no va amar la filosofía al arte si es lo que necesita para completarse?. El arte, la ciencia y la filosofía son las principales formas de progresar en la virtud. Difícil es cultivarlas todas, pero necio el no cultivar ninguna.

El problema de la educación de los adolescentes, concebida de un modo trivial o usual y no del erótico-festivo antedicho, es que ni Sócrates ni Protágoras aprenderían nada ni progresarían en nada si en lugar de semejantes, frecuentasen la compañía de los inferiores. ¿Qué podría aprender Sócrates de los más torpes de sus interlocutores? ¡Nada! Aunque de los mejores, como Alcibíades, recibiese edificación. En esos otros casos en los que la inferioridad es manifiesta y no hay siquiera el elemento erótico-festivo de la edificación que se produce cuando lo profundo se mezcla con lo más vivo, produciéndose el encuentro entre dos plenitudes, cuando el caso es de confrontación con la ignorancia, como el del Eutidemo, no hay agonismo, no hay progreso mutuo de las dos partes en liza, lo que hace Sócrates es propinar una paliza a su adversario, con facilidad, sin tener siquiera que esforzarse. Por eso el diálogo más agonístico de Platón, junto a El Banquete, es el Protágoras, porque en él se encuentra Sócrates con un semejante, con un contendiente de la misma envergadura. Y la estructura pugilística del diálogo refleja una realidad profunda, la acción agonística en dirección a la virtud, que deja a cada contendiente con los golpes y el aprendizaje del otro.

Rivalidad, Olimpiadas y formación integral: contra la especialización extrema.

Ya existieron en la Grecia clásica unos pocos críticos, contrarios al deporte especializado. Platón sitúa a la gimnasia y a la música como elementos propios de la educación pública de todos los ciudadanos, tanto hombres como mujeres (República 376e, 403c, 452a-b, 455d ss., 521d y ss.; Leyes 765d, 754c-d, 801d, 804e, 809a). Ataca duramente el régimen de vida y la finalidad del sistema de entrenamiento de los atletas profesionales (Rep. 403e, Leyes 796a.d y 830a) que acaban arruinándose como seres humanos a causa de la dedicación en exclusividad al deporte; condena de la especialización que reaparece en Aristóteles (Política 1338b). La gimnasia debe practicarse sin excesos "desde la niñez, a lo largo de toda la vida" (Rep. 403c; Leyes 643b-c y 794a-b), incluso durante la vejez (Aristóteles Política 1331a), buscando un equilibrio entre la educación física y la intelectual, ya que Platón y Aristóteles coinciden con el ideal de la educación ateniense tradicional, en el que el cuidado del cuerpo, junto al del espíritu, también hace mejores, moral e intelectualmente, a las personas, ya que proporcionan cualidades como la valentía, la honestidad, la resistencia, la belleza, el vigor y la salud. El agonismo griego se caracteriza por la reunión de hombres "que no compiten por dinero, sino por poner a prueba sus cualidades" (Heródoto 8.26). A través de la rivalidad (agon) de los certámenes atléticos, poético-musicales, teatrales y filosóficos, se fomentaba el cultivo y desarrollo de la excelencia (areté), distinguiéndose ya en la antigüedad entre una rivalidad buena o positiva y otra mala o meramente destructiva (las dos Érides de Hesíodo Trabajos y Días vv.12-42). La discordia positiva es la que permite el crecimiento mutuo y tiene esa finalidad, mientras que la discordia negativa es la que busca la destrucción o el sometimiento (esclavitud) del otro en lugar del mutuo desarrollo.

Fácilmente se podrá incluir en nuestros días, leyendo lo anterior, a la competencia del liberalismo económico moderno o capitalismo en la Eris (discordia) mala, que busca el sometimiento del otro a través de la esclavitud laboral y el exclusivo crecimiento económico a consta de la ruina física, moral e intelectual propia y ajena. El capitalista es un especialista en el enriquecimiento económico privado, siendo el egoísmo, la maximización del beneficio, la única finalidad de todas sus actividades; debido al equívoco que suscita la idea moderna de que las cualidades físicas, morales o intelectuales, se pueden comprar en el mercado.

Nunca los críticos del especialismo pudieron vencer la afición popular y entre los vencedores de los juegos, aunque hubo muchos ciudadanos empezaron a surgir profesionales. Se levantaban estatuas a los vencedores alabando la belleza y destreza de su arte, los poetas les cantaban como hijos de algún dios y sus ciudades les trataban como héroes eternos.

El Atleta triunfador era uno de los hombres de mayor éxito social, ganaba la exención de pagar impuestos y de hacer el servicio militar, el derecho a la manutención vitalicia en el comedor de honor de la ciudad, la inmunidad personal y la inmunidad de encarcelamiento, entre otras ventajas dependiendo de la época. Al principio el ciudadano que practicaba el deporte como parte de su formación recibió estos homenajes, homenaje que Sócrates pidió al tribunal que lo condenaba a muerte como pena alternativa a su acción por la ciudad, pero poco a poco el ciudadano empezó a ser desplazado por los profesionales, especializados exclusivamente en el deporte y embrutecidos en todo lo demás.

¿Qué son los cien años de Olimpiadas modernas frente a los más de 1.200 años de las que se celebraron en la antigüedad?. Desde el siglo VIII a.C. hasta el siglo IV d.C. se llevaron a cabo, cada cuatro años, los Juegos antiguos. Luego tuvo Occidente un largo periodo (quince siglos al menos) durante el cual había perdido su tradicional práctica de los deportes de competición. Quince siglos de estancamiento a causa del cristianismo. Hasta que en Atenas, en el año 1896, se llevó a cabo la primera Olimpiada de los Juegos Modernos. ¿Pero tienen algo que ver esos nuevos juegos profesionalizados y masificados con el agonismo de la ciudad griega?

El pugilismo como ejemplo particular del agonismo educativo en general.

El pugilismo es un buen ejemplo de agonismo y es en el agonismo deportivo y corporal donde mejor puede verse la relación entre la rivalidad entre semejantes y la virtud. Los certámenes atléticos, poético-musicales, teatrales, sofísticos y filosóficos centraban la vida del pueblo Griego, en el deporte su máxima expresión se daba claramente en las tres modalidades de lucha sin armas: pugilato, lucha y pancracio, además de en las otras modalidades deportivas, orientadas todas ellas a la guerra y a la defensa de la libertad frente a la esclavitud.

Hay que distinguir entre entrenamiento y competición al hablar del agonismo griego. El entrenamiento puede hacerse y es favorable que así sea con alguien que esté un poco por encima del nivel que se tenga, de ese modo el superior siempre puede aprovechar para su ejercicio de mantenimiento al inferior y el inferior progresará al ver la meta cercana. Cuando un maestro entrena con un novato, el primero se aburre y pierde el tiempo, mientras que el segundo no puede aprender nada por estar muy por encima y muy lejano, el nivel del primero. Los maestros sólo deben enseñar a los mejores, porque tienen la maestría, que los mejores están a punto de alcanzar.

En la competición nadie pondrá en duda que los contendientes tienen que ser semejantes, ya que de lo contrario, el púgil superior proporcionará una soberana paliza al púgil inferior, y nada se aprende de boxeo por hacer el papel de saco, aunque para los espectadores que no conozcan a fondo el espectáculo pueda ser mayormente espectacular una paliza que el equilibrio entre iguales de gran nivel. Es más vistosa a un neófito la paliza que puede dar un ajedrecista avezado a quien no domina el juego que un encuentro entre campeones del mundo o maestros.

Se dirá que el entrenador muchas veces no es un semejante, sino que lo ha sido, lo cual quiere decir lo mismo, ya que si por la edad y no por desidia y abandono, se pierde vigor corporal, no por ello se pierde lo que se adquiere a través del vigor corporal. El entrenador físico entrado en años, el excampeón pugilístico, puede ayudar a los que quieran llegar al nivel que él conoció y conoce, dirigirá entonces su entrenamiento, aunque ya no entrene con ellos.

Por suerte el vigor intelectual es mucho más duradero que el corporal y el maestro siempre podrá llegar a competir con sus discípulos, devenidos maestros ellos mismos, como con iguales. El mejor discípulo de Sócrates fue Platón, el mejor de Platón Aristóteles, el mejor de Husserl fue Heidegger, todos ellos rivalizan en la maestría de la filosofía, juntos cuando pertenecen a la misma época, a través de los siglos, cuando no son contemporáneos. Sin embargo suele haber algo erróneo en muchos maestros, algo que pone en duda incluso su condición de tales, pues muchas veces, en lugar de alegrarse de que su discípulo se haya convertido en maestro y haya llegado a rivalizar con él, lo experimenta como una traición, ya que antes le seguía y ahora vuela por sí solo y se le enfrenta. Pero esa actitud denota un fallo en el maestro, ya que si bien la actitud del discípulo novato o del niñato, que pretenden saberlo todo sin trabajar nada, resulta detestable, la actitud del maestro que, tras largos años de haber dedicado tiempo al discípulo, viendo su crecimiento, no acepta gozoso que el pupilo vuele por si sólo y ya no necesite más entrenamiento sino mucha competición, comete una falta a la que el maldito mesianismo somete a veces incluso a los mejores, la de no querer iguales. Pero eso pasa por falta de ejercicio, ya que el maestro acostumbrado a frecuentar maestros no se apenará de contar con uno más y ahora exdiscípulo, mientras que el maestro acostumbrado a los adolescentes, al tiempo que pierde la ocasión de mejorar su maestría, se estanca y se envilece, pierde la perspectiva de la igualdad y, de tanto estar tan por encima de sus pupilos, se desacostumbra y ya no admite ni la rivalidad ni su propio progreso.

Cierto que hay también entendidos en la materia, y muchos que quieren pasar por tales sin serlo, esto es, charlatanes, ya que los griegos no sabían todos ellos componer tragedias (aunque desde la niñez se habían ejercitado en contemplarlas y en componerlas) y, sin embargo, eran unos extraordinarios jueces de las tragedias. Pero es que el árbitro de una competición, aunque sea necesario que sea un practicante aficionado de la actividad en la que se compite para poder valorarla o juzgarla en su mayor o menor estimación, no tiene que ser un experto competidor él mismo, para poder darse cuenta de cuando un contendiente es mejor que otro. El árbitro puede ser un aficionado, pero no solamente a la contemplación, como en nuestros días, sino a la práctica de aquello que ha de juzgar. Contra más lejano al de los contendientes sea el nivel del propio árbitro peor será su juicio, ya que en rigor, uno sólo puede ser juzgado por sus semejantes o por quienes estén por encima.

Sólo la miseria de tener que ganarse la vida de ese modo ha obligado en nuestro tiempo a que los maestros tengan que ocuparse de la educación de los adolescentes, cuando bastaría un joven un poco más maduro para educar a los adolescentes, o un adulto que no fuese un maestro, bastaría (y de hecho basta) una cualificación ligeramente superior a la que se exige, siendo contraproducente la mayor distancia. Resulta claro que todos los maestros que pueden, dejan a los novatos en manos de un aprendiz avanzado y se consagran a la enseñanza de los mejores, de quienes empiezan a ser sus semejantes, y quienes no hacen eso, o bien no pueden escoger o en realidad no son maestros. Aquel adulto que dice que lo que a él le gusta es enseñar a los niños no es un maestro, no tiene maestría, sino que cuenta con bondad, amabilidad y poco seso, su nivel científico es muy pobre. También todos los mamíferos son pacientes y amables con los cachorros.

Cuando se piensa que el mejor profesor de un niñato es el más sabio, el maestro, se atiende a una mística espiritualista del todo quimérica, la de que aquél que conoce lo más profundo es quien está mayormente capacitado para transmitir la magia de la ciencia a través de la enseñanza de lo más simple. Un árbol robusto no crece en un terreno que no ha sido previamente abonado y regado, por muy sabio que sea el agricultor que plante la semilla.

De la nada, nada puede surgir.

 

Simón Royo Hernández

 

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