Hay además otra consideración importante que debe tenerse muy en cuenta. El penado no brota de una manera espontánea, sin tener antes del delito relaciones con la sociedad. A ella pertenecía, de ella recibía influencias, en ella tuvo complicidades por regla general, morales cuando menos; en ella encontró y ha dejado personas que no eran mejores que él, que eran peores acaso, y, en fin, sin tal o cual circunstancia, que parece casual, en ella podía haber vivido honrada, o al menos pacíficamente. O no se ha de saber nada del penado, anterior al delito, sin lo cual no hay posibilidad de conocerlo, o es preciso estudiarle cuando aún no había delinquido, cuando parecía ser como los hombres honrados, y lo era tal vez, y habría podido continuar siéndolo. Así, pues, el penado es un hombre más o menos culpable, más o menos ignorante, más o menos extraviado, pero un hombre, en fin, y a quien son aplicables las leyes morales, que no desconoce por lo común, aunque las haya infringido una y muchas veces, y esté dispuesto a infringirlas siempre.
Algo podemos contestar a la pregunta de ¿por qué ha delinquido el penado? Tal vez la verdad de la respuesta estará más en relieve si hacemos al darla una especie de paralelo diciendo:
El hombre fue delincuente: | El hombre es virtuoso: |
Porque fue débil. | Porque es fuerte. |
Porque fue egoísta. | Porque tiene abnegación. |
Porque fue duro. | Porque es sensible. |
Porque no tuvo dignidad. | Porque es digno. |
Porque fue material. | Porque fue espiritual. |
Porque fue ignorante del bien. | Porque conoce el bien. |
Porque alteró una armonía | Porque respeta la armonía, |
y se ha complacido en el mal. | y se complace en el bien. |
Porque fue activo para el mal. | Porque ha sido activo para el bien. |
¿Y por qué no son delincuentes muchas personas débiles, egoístas, duras, poco dignas e ignorantes? Porque es una cosa muy compleja cualquiera acción humana; porque además de los elementos que tiene en sí, el hombre halla otros exteriores, recibe influencias de que no dispone. Realmente, en las influencias de la época entran todas las exteriores que pueden recibirse; porque según los tiempos, influye de distinto modo la religión, se modifica la moral, se limita o se extiende la ignorancia, obra el espíritu de familia, tienta la miseria, la represión contiene y estimula la impunidad. Pero a fin de apreciar mejor estos elementos, que tienden a empujar al mal o desvían de él, estudiaremos con brevedad, pero separadamente, los principales elementos del medio moral en que nace y vive el hombre antes de infringir la ley, examinando en capítulos sucesivos cómo influyen: La religión; La familia; La posición social; La instrucción; La opinión; El natural.
La diferencia natural que existe entre los hombres, como es verdad, debe decirse; como es ley, debe respetarse; razón tendrá, y sólo nos incumbe acatarla y estudiar sus efectos.
Aunque hay mucha diferencia natural en los hombres, no constituye por lo común desigualdad perjudicial o beneficiosa, porque las dotes por ellos recibidas son, si no iguales, equivalentes, como conviene a seres sociables, de cuyas inclinaciones y aptitudes varias podrán resultar mutuos servicios. Estas diferencias son un indispensable elemento de asociación fecunda en bienes, de progreso, y revelan una superior armonía.
Por debajo y por encima de la masa general, y como fuera de la regla, hay excepciones de personas que valen naturalmente más o menos que la multitud, tienen mejores o peores inclinaciones que ella, y más o menos inteligencia. En las familias se habla de hermanos que, antes que haya podido modificarlos una educación idéntica, parecen buenos o malos; en las escuelas de niños que con menos trabajo aprenden mejor, y en todas partes se dice de algunos hombres que son tontos, o que no tienen una razón natural muy clara. Estas ventajas pueden no serlo en absoluto para el individuo, y no es seguro que las cualidades superiores resulten beneficiosas para el que las tiene, o de su carencia le venga un mal. La tentación de acusar al que dotó a los hombres tan desigualmente, pronto se contiene, por la reflexión; en la mayor parte de los casos al menos, de que las diferencias son o pueden ser equivalencias, o en que las ventajas pueden no serlo para el que las posee. Las dotes más brillantes, las de la inteligencia, unas veces parecen alas que elevan dichosamente al que de ellas dispone, otras pesada cruz que abruma al que la lleva.
¿Puede corregirse el penado? ¿Puede enmendarse?
Empezaremos por fijar bien el sentido de las palabras. Y no pudiendo recurrir para ello en esta ocasión, como en otras muchas, al Diccionario de la lengua, procuraremos pasar sin su auxilio.
Corregir, significa modificar en el sentido del bien algo que está mal, cosa o persona; corregir al que yerra; corregir pruebas de imprenta o un instrumento para hacer con él observaciones exactas; y se dice igualmente corrección de estilo y corrección de un penado: no hay duda que la palabra se usa en concepto material y moral.
Enmendar, en el sentido en que empleamos ahora esta palabra, es igualmente cambiar en sentido del bien algo que está mal; pero no se aplica a las cosas, sino a las personas. No se dice enmendar un nivel ni un manuscrito, ni tampoco a un hombre, porque para la enmienda es necesario el concurso del enmendado. Se corrige al que yerra para que se enmiende, pero sin el concurso de su voluntad no se enmendará. El pecador arrepentido, en el acto de contrición, no implora la gracia divina para corregirse, sino para enmendarse, y no hace propósitos de corrección, sino de enmienda.
Así, pues, ya porque la palabra corregir se aplica indistintamente a cosas y a personas, lo cual no sucede con la de enmendar, ya porque ésta expresa un acto que no puede realizarse sin el concurso de la voluntad del sujeto, la enmienda es una cosa más íntima, más interior que la corrección; para enmendarse es necesario corregirse; pero alguno puede aparecer corregido sin haberse enmendado, porque la corrección es la modificación ostensible, el hacer o abstenerse de una cosa, el hecho, que puede tener móviles muy distintos; la enmienda, además del hecho, es el pensamiento, es el móvil digno y elevado, es un cambio interior que corresponde al que se observa exteriormente; en fin, se comprende que un hombre se corrija por razón, por cálculo, sin arrepentirse; pero no puede haber enmienda sin arrepentimiento.
Si no pareciere exacto este modo de apreciar la significación de las palabras corregir y enmendar, téngase al menos entendido que las usamos en el sentido arriba expresado; que para nosotros, corregirse es mejorar de conducta, y enmendarse mejorar de pensamiento y de deseos; variar las causas de las alegrías y de los dolores; modificar, en fin, el modo de ser moral. La corrección corresponde a lo que se ha llamado honradez legal; la enmienda a la virtud, a la honradez verdadera, a la moralidad. Dada esta explicación, para que la mala inteligencia de las palabras no aumente las dificultades, que ya son muchas, del asunto, entraremos en materia procurando responder lo mejor que nos sea posible a esta pregunta: ¿Puede corregirse el penado? ¿Puede enmendarse?
Bajo el punto de vista de la corrección y enmienda, hay que hacer de los penados una clasificación, no muy conforme con las que suelen hacerse. Es preciso lo primero formar dos clases.
1.ª La de los que han hecho mal, contra las influencias que los rodeaban.
2.ª La de los que han hecho mal cediendo a esas influencias.
La primera clase tiene menor número de individuos; pero la gravedad de su dolencia moral es mayor, y tanta, que bien apreciada, deja en el ánimo el temor fundado de no alcanzar por ningún medio curación completa.
Cuando se ve un hombre infame, hijo de padres honrados; que vio ejemplos de laboriosidad, y estuvo ocioso; de honestidad, y fue lascivo; de compasión, y se mostró cruel; que respondió con la práctica del vicio a las lecciones de la virtud, y con desvío al amor; que no se halló en más situaciones peligrosas que las creadas por él; que desoyó las voces amigas, apartó las manos protectoras, convirtiendo las vías del honor y de la dicha en camino de vergüenza y perdición; no es posible dejar de estremecerse al ver tanta maldad, y de dudar de la eficacia de los medios que han de extirparla por completo.
La perversión de estos delincuentes, que lo han sido a pesar de todas las circunstancias que los rodeaban, no debe medirse por el hecho. Culpables o inocentes, no hay dos hombres iguales; la apreciación de toda moralidad ha de ser individual; en la clase de penados que nos ocupa, como en todas, hay grados de culpa, pero en todos existe como factor común la dificultad mayor de que se enmiende el que fue un malvado en circunstancias propias para ser un hombre virtuoso, y hasta un hombre modelo.
Hay personas que atribuyen a las paredes de una celda, a la soledad, al silencio, a las amonestaciones del capellán, del director, del visitador de una penitenciaría, virtudes verdaderamente maravillosas, a cuya influencia no resiste perversidad ninguna. Nosotros creemos en la eficacia de esos medios, pero no en su omnipotencia, y dudamos que quien fue sordo a la voz de su padre, y con el llanto de su madre no se ablandó, se conmueva mucho con la palabra de personas que, aunque ilustradas y virtuosas, al cabo son extrañas, y no pueden tener sino en mucho menos grado la unción del amor.
Dudamos que se pueda decir nada esencial y eficaz, que él no hubiera podido decirse antes de cometer el crimen, al criminal bien educado y suficientemente instruido. Dudamos poder introducir en la meditación que sigue al crimen, nada esencial y eficaz, que no hubiese en la premeditación que le precedió. Dudamos que aquella dureza, sin la cual no hubiera ferozmente quitado la vida a una criatura que siente, y hecho tanto daño a los que la amaban, dureza que debe ser muy empedernida, cuando no se ablandó en una atmósfera propia para excitar la sensibilidad, ceda al calor de la exhortaciones, del silencio, del poder de la disciplina penitenciaria.
La segunda clase bajo el punto de vista de la corrección y enmienda, la más numerosa, comprende a los penados que han recibido influencias perturbadoras y como auxiliares del mal. La miseria, la ignorancia, el pernicioso ejemplo, algún género de fanatismo, etc. Se comprende la necesidad de nuevas subdivisiones en esta clase, si hemos de formar alguna idea de lo que en ella puede influir el sistema penitenciario. Distinguiremos, pues: Gravedad del delito. Premeditación. Repetición. Menor gravedad del delito. Edad. Sexo entre otras.
Gravedad del delito. -Cuando el delito es muy grave, lo es también la dificultad de la enmienda. El delincuente ha infringido tantos preceptos, hollado tantas leyes, revela tal dureza y egoísmo, tanta falta de dignidad y elevación, que al intentar modificarle para el bien, apenas se encuentra un lado sano que pueda servir de apoyo.
El que, por ejemplo, mata para robar o para heredar, une de tal modo la crueldad a la vileza, hay en él una perversidad tan honda, que no es dado esperar una completa regeneración. Podrá conseguirse con mucho trabajo y mucho tiempo que se vaya mejorando algo, que sea menos malo; pero hacer de él un hombre bueno, en el tiempo y con los medios que hay en este mundo, no lo creemos posible. Los grandes malvados pueden tal vez modificarse algo, acaso bastante, nunca lo suficiente para que el cambio pueda ser más que una preparación a otro más radical que se consiga con medios más eficaces, e introduciendo elementos de que no tenemos aquí idea, pero cuya necesidad, si bien se reflexiona, es evidente.
Al hombre, reo de crímenes atroces, podemos apartarle del mal ejemplo que tuvo, de la ociosidad que le depravó, ilustrar la ignorancia en que vivía; pero con todo esto no haremos de él un hombre virtuoso y honrado. Porque téngase en cuenta que los grandes crímenes se cometen generalmente en la edad viril, cuando el hombre tiene aptitud física para proveer a sus necesidades, y conocimiento cabal de lo que hace. Decimos cabal, porque si la ignorancia deja muchos puntos obscuros en la conciencia, y da lugar a veces a perturbaciones graves, no suele ser en los casos a que nos referimos, donde el móvil egoísta, vil, y el hecho horrible, son cosas de tanto bulto, que es imposible dejar de palparlas. Cuando se hace mal en tanto grado, se sabe todo el mal que se hace; el que asesina por robar o para heredar, o para imponer silencio a la víctima de su brutal apetito, no puede ocultarse a sí mismo la enormidad de su atentado, y si no lo siente, no es porque lo desconoce.
El móvil puede variar mucho la gravedad del mismo hecho y la probabilidad de enmienda en el autor. Por ejemplo, el que mata por celos, no puede compararse en perversión al que mata por robar, y el homicida que lo es por fanatismo político o religioso, que no obra con conocimiento de causa, sino que se equivoca teniendo por buena obra una acción mala, es ciertamente culpable, pero no incorregible, y no sólo corrección, sino enmienda puede esperarse de él.
El fin no legitima, mas puede atenuar más o menos la culpabilidad de los medios; pero cuando en los medios y en el fin es todo malo, todo perverso, atroz y evidente; cuando no hay en el culpable más obcecación que la del egoísmo, que no le impidió obrar con perfecto conocimiento de causa; cuando nada esencial se le dice al penitenciado que él no supiera antes de ser reo, la enmienda se dificulta mucho.
Premeditación. -Hay en el crimen calculado una gravedad que no puede desconocerse, y que generalmente no se desconoce, por lo que no es necesario insistir acerca de ella. Pero suele haber mayor culpa que se supone en el crimen que no se premedita y en que las más veces hay, si no determinado cálculo, larga preparación de vicios, faltas graves o muchas, y desenfreno de apetitos y pasiones. La embriaguez, por ejemplo, puede excluir la premeditación, pero no la culpa de llegar voluntariamente a un estado en que no se razona: los dichos y hechos provocativos de gente perversa, pueden excluir la premeditación, pero no la culpa de asociarse con personas malas, y acudir a los parajes que frecuentan: esos amores, con mucha propiedad calificados de malsanos, pueden excluir la premeditación, pero no la culpa de prescindir de la virtud y aun de toda moralidad en las relaciones de sexo, convirtiendo el apetito en señor absoluto, y declarando la pasión irresponsable. El crimen impremeditado suele ser una fiera que no se ha soltado de propósito, pero a quien se deja adquirir bastante fuerza para que rompa la jaula.
No decimos que se confunda el crimen que se calcula, con el que no es efecto del cálculo; pero sí que hay mayor culpa de la que generalmente se cree en los crímenes impremeditados, y más dificultad que se supone para corregir a sus autores. Muchos imaginan que el hombre que acalorado hace una muerte, en cuanto se calma, es o puede ser una persona excelente, lo cual, por regla a que con dificultad se podrá hallar excepción, es de todo punto inexacto; el sistema penitenciario debe considerar a los autores de crímenes impremeditados, como a verdaderos criminales, con mayor posibilidad de enmienda, pero con mucha necesidad de corrección.
Es necesario enfrenar apetitos, calmar pasiones, contener egoísmos, rectificar ideas, cambiar hábitos; dar, en fin, al hombre el dominio de sí mismo, para que no se convierta en depósito de materias inflamables, donde cualquier caso fortuito determina una explosión. La enmienda no es imposible ciertamente, pero no tan fácil como se supone.
Repetición. – Es gravísimo el caso de reincidencia en delitos atroces, y muchas veces no puede atribuirse al influjo del mal estado de las prisiones, ya porque el reincidente ha sufrido la pena en penitenciarías bien organizadas, ya porque al entrar en el presidio por primera vez había cometido más de un crimen.
Cuando un hombre mata por un poco de dinero, y el recuerdo de su acción perversa está tan lejos de causarle dolor, que la repite; cuando nada dice a su corazón ni a su conciencia aquella criatura inmolada por un interés vil; cuando se disfrutan las ventajas materiales compradas al precio de una vida, y se inmola otra para conseguir más, y se bebe y se brinda alegremente, y no parece salir sangre de la copa que con el precio de la sangre se llena y se apura tantas veces; cuando no se ve el ultimo gesto de la víctima ni se oye el ¡ay! postrero, y si se escucha, en vez de contener, excita a inmolar otras; cuando el crimen parece que tiene sabor agradable y dejos dulces, y se busca en su repetición la del placer que proporciona; en frente de estas fieras, después de vencida la repugnancia de acercarse a ellas, queda por vencer la dificultad de humanizarlas. Repetimos respecto de estos criminales lo que dejamos dicho del que lo es contra las buenas influencias que le rodean; es posible modificarlos algo en el sentido del bien, pero no creemos hacedero regenerarlos.
Menor gravedad del delito. – Entre el crimen horrendo y la falta que se pena, tan leve a veces que no debía penarse, hay una escala inmensa, grados diversos de culpa y de dificultad para la corrección y enmienda. En esta clase, la más numerosa, hay diversidad casi infinita de moralidades: creemos que el mayor número de los penados que comprende son susceptibles de corrección, y muchos de enmienda. Aquí entran los delitos impremeditados, las obcecaciones a impulsos de un móvil que en sí no es malo y puede ser hasta bueno y generoso, la ignorancia, el error, el mal ejemplo, la miseria; muchas circunstancias exteriores de que se debía haber triunfado, pero que en ocasiones hacen muy difícil el triunfo. Aquí están los que son arrastrados por iniciativa ajena al mal, y perseveran en él, por no atreverse a romper los lazos que los unen con los malvados; aquellos cuyo delito es más bien la resultante de sus vicios que de su propósito de delinquir; los aturdidos, que colocándose en malas situaciones, para salir de ellas se han creado otras peores; las víctimas de la falibilidad de la justicia humana, y en ocasiones de leyes injustas; los que han ido rodando por la sociedad con su primera falta, como la bola de nieve que se desprende de la montaña, y se aumenta y adquiere grandes proporciones con los materiales que encuentra al paso: de estos elementos se compone aquella multitud encarcelada, donde hay culpa ciertamente, pero a la vez desgracia, y que si se ha atraído las severidades de la justicia, también los dulces sentimientos de la conmiseración. No quisiéramos que este sentimiento influyera en nuestro juicio, cuando pensamos que, con raras excepciones, los comprendidos en la clase de que vamos hablando podrían corregirse, y gran número enmendarse.
A pesar del mal estado de nuestras prisiones, y contando con que muchas reincidencias no se comprueban, puede asegurarse que gran número de licenciados de presidio no reinciden, y aunque estemos lejos de creer por eso que estén enmendados siempre, será cierto que hallan medio de vivir sin infracción abierta de la ley. Esto prueba que el hombre, en las peores condiciones, tiene una gravitación moral muy fuerte hacia el orden y la justicia: tal es el secreto de los resultados de las colonias penales, donde se atribuye al sistema lo que es obra de la naturaleza humana.
Idea general de los diferentes sistemas penitenciarios
Mientras el objeto de la pena fue suprimir al penado o escarmentarle, su cometido cruel era sencillo; es fácil matar o mortificar a un hombre; pero desde el momento en que se le quiere corregir, el problema se complica y su resolución ofrece grandes dificultades; unas, que se presentan en la esfera de la teoría, otras, en el terreno de la práctica.
Desde que la ciencia y la caridad han rasgado el velo, que, como losa fúnebre sobre hombre enterrado vivo, cubría a los infelices condenados por la ley; desde que empezaron a revelarse los misterios de dolor y de ignominia que había detrás de las rejas y de los muros de una prisión; desde que surgió como un nuevo sentido en el hombre el respeto a la dignidad humana; desde que la ley de amor ha empezado a practicarse, hemos tenido grandes revelaciones; se ha extendido la esfera del deber y del derecho, y reconociendo el que tiene todo ser racional a la justicia, nos hemos formado de ella idea más exacta, practicándola con los mismos que la niegan o la pisan. No ha mucho que esto sucede, y no obstante, se han escrito miles de libros sobre las leyes penales y la índole y aplicación de la pena: se tratan en ellos las grandes cuestiones y los pequeños detalles, considerando el asunto bajo todas sus fases, y dando a la discusión el sello del amor a la humanidad y del respeto al derecho. No se puede considerar sin enternecimiento y legítimo orgullo este numeroso grupo de pensadores y hombres de caridad, que llevan su amor y su pensamiento a los que abrigan odios y han empleado para el mal su inteligencia. Santa y noble vocación, que los llama a curarla llaga más hedionda y más rebelde de las que atormentan y desfiguran el cuerpo social. ¡Bendita perseverancia de los que acabarán por triunfar de tantos obstáculos como se oponen a la reforma de las prisiones!
La diversidad de pareceres sobre puntos importantes prueba que los estudios penitenciarios no han llegado aún a constituir una verdadera ciencia6, y si sus progresos no son tan rápidos como debería esperarse del número, dotes intelectuales y morales y actividad de los que la cultivan, consiste en que su objeto es el hombre, cuya naturaleza y fin se considera en este momento de tan diverso modo. La ciencia penitenciaria viene a cimentarse sobre un suelo movedizo, y por eso su trabajo es más rudo y menos fecundo; pero al fin fructificará, porque la verdad no es estéril ni perecedera.
La impaciente voluntad propende a irritarse, al ver que después de tan meditadas teorías se conserven en tantos pueblos las malas prácticas; que no haya ninguna, por absurda que sea, que no tenga partidarios, ni sistema que no encuentre defensores. Pero la lentitud del progreso es ley en las ciencias sociales: cuando se trata del hombre, nada hay fácil ni breve: la oscuridad de tantos misterios y el ciego impulso de tantas pasiones dificultan la consolidación de conocimientos que necesitan luz y reposo. Resignémonos, pues, con que no pertenezcan a la historia los diferentes sistemas penitenciarios, que si referidos a otros tiempos eran una desdicha, en los nuestros, a la vez que un mal, parecen un anacronismo, y aun diríamos una vergüenza, porque causa cierto rubor que, desde el momento en que brilla la luz de la justicia, no la vean todos claramente.
Un día llegará en que no se discutan las leyes penitenciarias, como no son discutidas hoy las de la gravedad; un día llegará en que no sea cuestionable el modo de penar al delincuente; y si siempre es de temer que haya algunos que no se enmienden, al menos no se disputará sobre el método que hay que seguir para procurar su enmienda. Entretanto que ese día llega, no se puede prescindir de la realidad ni hacer caso omiso de opiniones, que no nos parecen razonables, pero que son fuertes, puesto que se traducen en hechos. Cinco son los sistemas que, con más o menos derecho a ser así llamados, y con mejores o peores razones, se defienden en teoría y se realizan en la práctica; estos sistemas son:
De clasificación. Colonias penitenciarias (deportación). De Filadelfia. De Auburn. Irlandés.
Sistema de clasificación
Este sistema encierra al penado, y comprendiendo cuanto puede depravarse con el trato de otros que sean peores que él, y juzgando de las moralidades por los delitos, agrupa a los que han cometido los de la misma clase: ladrones con ladrones, asesinos con asesinos, separando también los adultos de los jóvenes, y de éstos los niños. Durante la noche ha de haber aislamiento, aunque no falta quien sostenga que los dormitorios deben ser comunes para los reclusos de la misma clase. La instrucción literaria y religiosa suelen recibirla en un local común. Se pueden dedicar los penados a labores fuera del establecimiento, suponiendo grandes ventajas en que se ocupen en obras públicas y trabajos penosos e insalubres. Los escritores partidarios de este sistema (los que conocemos, al menos) no le han formulado con bastante claridad y de una manera completa; quedan muchos puntos por resolver, y hay bastante variedad en el modo de considerar otros, y mucho de vago, de insuficiente y aun de contradictorio. Más bien que un sistema, nos parece una transición, entre el dejar comunicar a los penados libremente y aislarlos del todo: viendo los males de lo primero y las dificultades de lo segundo, los espíritus apocados, o aficionados a las soluciones fáciles, adoptaron ésta, que tuvieron por término medio y justo, puesto que ni dejaba enteramente confundidos a los reclusos, ni los sujetaba a las amarguras de la soledad, ni al Estado a gastos cuantiosos para procurársela.
En España, no es lo mismo imprimir y publicar, y con frecuencia lo impreso puede considerarse como inédito.
No es posible detenerse un momento a reflexionar lo que debe ser una prisión, sin convencerse de que, al comunicar los criminales entre sí, se pervierten, se amaestran en sus malas artes, y tienen tendencia a ponerse al nivel del peor, que es quien goza de mayor autoridad.
»Se ha pensado, pues, en clasificarlos, para que los peores no se reúnan con los menos malos, y como si dijéramos, para fijar un máximum, el más bajo posible, a la perversidad de cada clase.
En la clasificación se atiende a la edad, reincidencia, género de delito, teniéndose por más perfecta la que más grupos forma. La clasificación no es posible, y si lo fuera, sería inútil. Puede contribuir al orden material de la prisión, mas para el orden moral es impotente. La clasificación busca identidades, o cuando menos grandes semejanzas, y dice: Los penados de la misma edad, del mismo delito, los reincidentes, deben parecerse. Pero la experiencia no confirma esta suposición. Hay jóvenes, de tal manera depravados, que pueden dar lecciones de maldad a los veteranos del vicio y del crimen. La misma condena, por el mismo delito, recae a veces sobre individuos muy diferentes, ya por falta de prueba, que determinó disminución de pena, ya por las circunstancias en que se halló el culpable, legalmente tan malo como otro, moralmente mucho mejor. La reincidencia es unas veces efecto de maldad; otras, de la situación en que se halla el licenciado de presidio, con tan pocos medios de ganar su subsistencia honradamente en una sociedad que no cree en su honradez.
Así, pues, la clasificación es material, de moral que debía ser; y si para alcanzar la perfección queremos subdividir, aumentando el número de grupos y disminuyendo el de individuos que los componen, llegaremos a la unidad, si no hemos de incluir en la misma categoría moralidades muy diversas. ¿Podríamos hallar la solución del problema mirando la pena como exclusivamente correccional, y diciendo que ha de durar lo necesario para la corrección del penado? Tampoco así aparece el punto fijo que hemos menester:
1.º porque nadie sabe cuándo un delincuente está corregido.
2.º Porque los más culpables son los que suelen dar señales exteriores, únicas que podemos apreciar, de corregirse más pronto.
3.º Porque las penas leves, que duran días, no pueden ser correccionales, en el sentido que a la palabra correccional se da.
¿Qué hacer, pues? ¿Queda otro recurso que la escala desde un día a treinta años, para la pena, y desde la leve falta al más grave delito, para la culpa?
Al establecerla, pensemos mucho en dos cosas.
1.º Que siendo las nociones de tiempo y de culpa muy diferentes, no pueden corresponderse exactamente.
2.º Que si dos cosas no pueden ser medidas con exactitud, cuanto más se detalla la medida, más errores se cometen; como si con un instrumento grosero, capaz sólo de apreciar metros, queremos tener milímetros, la operación más detallada será más inexacta, aumentando su inexactitud a medida que los detalles aumentan; y partiendo de ellos para nuestros cálculos, éstos saldrán errados por necesidad.
Conclusiones
Al dar idea de los diferentes sistemas penitenciarios, aunque brevemente, hemos hecho su juicio crítico, y hemos podido ver que la clasificación nos parece imposible, y, caso de no serlo, inútil; que la reclusión constante en la celda es cruel e impropia para la educación; los medios empleados en Inglaterra, últimamente, unos aceptables y otros no. A nuestro parecer, la solución del problema está en el sistema que tiene al recluso en su celda para dormir y comer, y le aísla por medio del silencio en el taller donde se instruye, en la capilla donde acude a las ceremonias del culto.
Tenemos el íntimo convencimiento, de que la reunión silenciosa en la medida necesaria y que aísla moralmente al recluso es posible, aun en penitenciarías más pobladas que las de Suiza, y sin recurrir a los castigos brutales de los Estados Unidos, siempre que haya un buen sistema de penas disciplinarias y recompensas, y que los empleados cumplan bien con su deber: esta es la gran dificultad y la causa de nuestras dudas.
Condiciones que debe tener el sistema penitenciario para ser verdaderamente educador y correccional. Partimos del supuesto de que no se haga el ensayo del trabajo en común, bajo la severa regla del silencio, o de que salga mal. El penado estará en la celda para dormir, comer y trabajar, y en ella recibirá la instrucción industrial de maestros, que a la vez serán vigilantes. Saldrá de la celda para recibir la instrucción moral, religiosa y literaria, para pasear y para la voluntaria asistencia a las ceremonias del culto.
Podrá ser visitado por los empleados, el capellán y el médico, y por las personas de su familia que ofrezcan garantías de moralidad, si por su mala conducta no se hace indigno de este beneficio; también podrán visitarle los individuos de las asociaciones caritativas, si tienen condiciones de ilustración, prudencia y moralidad suficientes. Trabajará, a ser posible, en su oficio, si le tiene y es productivo; si no, aprenderá uno que lo sea, y más de uno si es hábil, y su condena larga.
Su instrucción, tanto industrial como moral, religiosa y literaria, será tan extensa como fuere posible, salvo en aquellos casos raros en que algún género de conocimientos pareciere peligroso, y no se le enseñarán.
La disciplina de la prisión tendrá por base, más bien la esperanza de las recompensas, que el temor de los castigos. Éstos nunca serán crueles ni degradantes; ni aquéllas, propias para halagar los apetitos groseros. La rebaja de la condena no podrá obtenerse sino con la buena conducta, ni será nunca más de la décima parte. Cuando el penado salga con rebaja, la libertad será condicional, y volverá a la prisión, aunque no cometa delito, si es mala su conducta.
En la penitenciaría, las distinciones se harán en virtud de la conducta que allí observen los penados, y no por la posición que ocupaban en la sociedad. Allí se dará a todos lo necesario y lo justo; lo superfluo, sólo como recompensa. En cuanto a las formas y consideración, se ha de tratar al último criminal de modo que, habiendo igualdad para todos, no se deba ofender el gran señor.
Los jóvenes, cuando no hayan dado pruebas de gran perversidad, serán educados en colonias agrícolas: si por su maldad se viera que habían llegado para el crimen a la mayor edad, no hay inconveniente en que para la pena se les considere como mayores. En lo esencial, no debe haber diferencia entre las penitenciarías de hombres y de mujeres. Las jóvenes, ya por la mayor precocidad del sexo, ya porque es raro que adolescentes cometan delitos, no se llevarán a prisiones especiales, y bastará, cuando parezca conveniente, tratarlas con alguna más blandura. Las prisiones deben ser iguales en cuanto a su régimen y disciplina, sin más diferencia que las indicadas respecto a las colonias agrícolas para jóvenes delincuentes.
El alimento, el vestido y la habitación debe ser lo necesario para que no se altere la salud ni abrevie la vida, que siempre acorta la pérdida de la libertad, y para que el recluso adquiera hábitos de limpieza que, contribuyendo a darle dignidad, influirán en su corrección. El personal ha de ser ilustrado, moral y retribuido y considerado al par de los funcionarios que más se honran, por no haber ninguno que llene misión más elevada. Todos los abastecimientos han de hacerse por administración, auxiliándose con Hermanas de la Caridad. Los productos del trabajo no se sacarán al mercado, sino que se consumirán en los establecimientos y dependencias del Estado.
Al salir de la prisión, el penado ha de hallar facilidades para ser honrado, dificultades para reincidir, lo cual se conseguirá haciendo distinción de los que deben, o no, disfrutar de libertad completa, y obteniendo la cooperación de las sociedades caritativas, sin cuyo auxilio quedará siempre incompleto el sistema penitenciario. Por otra parte, las cárceles preventivas para no sentenciados y las prisiones penitenciarias para los que cumplen con las penas impuestas por sus delitos real y verdaderamente ¿sirven para, o cumplen su cometido de reinsertar a los delincuentes a la sociedad?, ¿realmente los readapta a la sociedad de la cual proviene y a la cual agravia con su actitud y su proceder rompiendo las reglas sociales y la ley impuesta por ella?.
Creemos que, como el caso de la Cárcel Distrital y Municipal de Villaldama 6) es solo un ejemplo de la necesidad de revisión de las prisiones preventivas que, como muchas otras en el Estado y en el País no cuentan con instalaciones, infraestructura, sistema legal o reglamentario internos que determinen a ciencia cierta los procedimientos y las obligaciones de los Munícipes de proveer a todo lo necesario para el buen desempeño de autoridades policiales y custodios en materia de reclusorios preventivos y de las funciones de los oficiales de policía a los que convierten en mandaderos del Alcalde, del cabildo, en lavadores de patrullas, en cuidadores de edificios de los ediles y no en profesionales de la seguridad porque no les otorgan valor alguno a su desempeño, menos aún a la institución a la que representan. Estas últimas merecen un estudio más somero.
Bibliografía
NOTAS:
1) http://www.villaldama.gob.mx
2) Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano, Montaner I Simón Editores, 1887.
3) Estudios Penitenciarios.-Concepción Arenal
4) Penología Y Sistemas Penitenciarios.- RINCONDELVAGO.COM.
5) Monografías.com
6) Secretaría de Seguridad Pública y Tránsito Municipal de Villaldama, N. L.
ANEXOS
1.- Medidas internas de seguridad implementadas en la Cárcel Municipal y Distrital de Villaldama, N.L.
2.- Planteamientos a la Subsecretaría de Administración Penitenciaria de la Secretaría de Seguridad Pública de N.L., relativas a la Cárcel Municipal y Distrital de Villaldama, N.L.
3.- Listado de internos implementado en la Cárcel Municipal y Distrital de Villaldama, N.L.
4.- Informe de relación de internos elaborado para la Subsecretaría de Administración Penitenciaria de la Secretaría de Seguridad Pública de N.L., relativo a la Cárcel Municipal y Distrital de Villaldama, N.L.
5.- Reporte diario de actividades implementado en la Cárcel Municipal y Distrital de Villaldama, N.L.
Autor:
Lic. Luis Humberto Bernal Gonzalez
UNIVERSIDAD AUTONOMA DE NUEVO LEON
FACULTAD DE DERECHO Y CRIMINOLOGIA
Diplomado en Seguridad Pública
DICIEMBRE 2008
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