- Introducción
- Marco conceptual
- Reacciones e incidencia del miedo en la infancia
- Función del miedo
- Clasificación del miedo
- Evolución del miedo en las distintas etapas de vida
- Fobias
- Técnicas para la eliminación del miedo basado en las teorías del aprendizaje
- Desensibilización sistemática
- El modelado
- Conclusiones
- Bibliografía
Introducción
Todos los niños tienen miedo a algo, padecen y experimentan numerosos miedos, unos a la oscuridad, otros a la separación de la madre, a personas extrañas, otros a los médicos. Pueden ser muchas cosas las que provocan este sentimiento pero, con un poco de ayuda, los niños podrán superar esta etapa sin problemas. La mayoría de los miedos son pasajeros, irán apareciendo y desapareciendo en determinadas edades y estados evolutivos. Estos miedos les ayudarán a enfrentarse de forma adecuada a situaciones difíciles y amenazantes con las que se encuentran a lo largo de su crecimiento.
La función del miedo en estos casos es proteger a la infancia de posibles daños. Los miedos son reacciones emocionales que forman parte del desarrollo y son constantes en la naturaleza humana. Es normal que los niños presenten miedos específicos.
El miedo es una emoción que surge cuando la persona se siente en peligro, sea real o no la amenaza. Es una respuesta normal, necesaria y adaptativa ante amenazas reales o imaginarias más o menos difusas que prepara al Organismo para reaccionar ante una situación de peligro. Estos miedos son necesarios para la supervivencia del hombre. Los temores se convierten en la niñera del niño cuando éste comienza a alejarse de la madre y empieza a explorar el mundo por sí solo.
El niño evita la mayoría de los peligros como respuesta al miedo. Este aparece cuando se viven situaciones de inseguridad que el niño no puede controlar. La infancia es la etapa en la que el ser humano siente más miedos. Cuando los niños sienten miedo son incapaces de autocontrolarse, lo único que hacen es intentar evitar la situación.
El recién nacido generalmente tiene miedo hacia cosas como la intensa luz y a los fuertes ruidos. Hacia los tres años, y con más frecuencia en las niñas que en los niños, aparecen el miedo a los animales, a la oscuridad, a quedarse solos en algún sitio, a las tormentas, a personajes de ficción como brujas, fantasmas.
Hay ocasiones en que las respuestas de ansiedad no desempeñan una función adaptativa, se disparan de forma totalmente incontrolada y son causa de sufrimiento para los niños que las experimentan. Surgen, en estas circunstancias, como un "miedo sin saber de qué". En el caso de los trastornos de ansiedad, las respuestas de temor funcionan como un "dispositivo antirrobo defectuoso", que se activa y previene de un peligro inexistente.
Capítulo 1
Marco conceptual
EL MIEDO EN LA INFANCIA
Etimológicamente miedo quiere decir perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño, real o imaginario; también puede definírselo como aprensión a que suceda algo indeseable. Desde Gabrielle Roth, terapeuta gestáltica, el miedo es una emoción vital y útil; nos pone en estado de alerta, cataliza nuestras sensaciones y aumenta nuestra conciencia ante el peligro. Es un instinto básico de supervivencia, nos pone en atención a lo que sucede y bien calibrado nos mantiene en equilibrio con el medio.
Cuando negamos el miedo, disminuyen las señales de peligro y aumentan los riesgos, situación frecuente en muchos adolescentes que para demostrar su "incipiente madurez", desoyen sus alarmas internas; ejemplo: los accidentes en motos. Los miedos tienen varias formas de expresión: lenguaje corporal, lenguaje psíquico y lenguaje social, los cuales están íntimamente relacionados.
El miedo es la ansiedad producida por una situación identificable asociada a un estímulo aversivo cuya función es preparar al organismo para sortear el obstáculo (Klein, 1994; Moreno, 1992). Es una perturbación angustiosa del estado de ánimo ante una amenaza concreta, conocida, externa y no originada por un conflicto.
Según Francisco Xavier Méndez, los niños experimentan miedos muy variados a lo largo de su desarrollo. La mayoría son pasajeros y el más común, es el miedo a los extraños que aparece a los meses de nacer.
Una pequeña proporción de miedos infantiles son persistentes, continuando incluso en la adultez. Estos temores se convierten en un problema, porque interfieren el funcionamiento diario del niño y de su familia.
El miedo se le considera como una emoción totalmente normal, ya que es una respuesta emocional común en los niños. También es útil porque evita correr riesgos innecesarios, como por ejemplo cuando un padre le enseña a su hijo que debe de apartarse de los objetivos nocivos o peligrosos para él.
Pero hay un serio problema cuando un niño no tiene miedo a nada, ya que está expuesto a muchos peligros. La ausencia del miedo puede hacer que un niño juegue con fuego o cruzar la pista, sin percatarse del peligro al que está expuesto. Los miedos actúan como sistema de seguridad y constituyen la motivación que impulsa a evitar el peligro.
Cuando la ansiedad remite a estímulos específicos, se habla propiamente de miedo. La mayoría de los niños experimentan muchos temores leves, transitorios y asociados a una determinada edad que se superan espontáneamente en el curso del desarrollo. El miedo constituye un primitivo sistema de alarma que ayuda al niño a evitar situaciones potencialmente peligrosas. El miedo a la separación es la primera línea de defensa; si se rompe ésta, entonces entran en acción los miedos a los animales y a los daños físicos. Desde esta perspectiva, los miedos son respuestas instintivas y universales, sin aprendizaje previo, que tienen por objetivo proteger a los niños de diferentes peligros.
Reacciones e incidencia del miedo en la infancia
El miedo es un sentimiento normal en presencia de amenazas, útil para la supervivencia del individuo y de la especie y para evitar peligros innecesarios. Como señalan Sassaroli y Lorenzini (2000), si una especie no fuera capaz de experimentar miedo se extinguiría rápidamente al no poder darse cuenta a tiempo de los peligros, ni poder reaccionar ante ellos. Es por tanto un fenómeno adaptativo y protector. Algunos autores llegan a definirlo como la niñera o el ángel de la guarda para los niños, por funcionar como un agente defensor cuando el niño comienza a experimentar movilidad y a alejarse de la madre.
También es el miedo un fenómeno motivador y socializante. Mejora la motivación y el rendimiento si no es extremo. Una cantidad óptima de miedo conduce a una buena ejecución. Poca tensión o miedo en una situación amenazadora lleva a actuar con descuido, y cuando es excesivo lleva a reaccionar con torpeza.
En ocasiones, incluso puede ser un ser aspecto deseado y perseguido activamente para gozar con la tensión y excitación que provoca —el ejemplo más popular son las películas de terror—, más aún, algunas personas buscan oportunidades para experimentar vívidamente el miedo y dominar el peligro a través de deportes de riesgo, u otras prácticas peligrosas.
Definición del miedo.- Recogiendo las aportaciones de diferentes autores se puede definir el miedo como un conjunto de sensaciones, normalmente desagradables, que se ponen en marcha ante peligros que se viven como reales, originando respuestas de tipo defensivo o protector. Estas respuestas se manifiestan en un conjunto de reacciones fisiológicas, motoras-comportamentales y manifestaciones cognitivo-subjetivas.
Reacciones fisiológica.- Las reacciones fisiológicas son independientes de la edad y están provocadas por una serie de cambios bioquímicos, principalmente descarga de catecolaminas —la más conocida es la adrenalina—, de noradrenalina, epinefrina y otras sustancias.
Estos cambios desencadenan la denominada «tormenta vegetativa» que consiste en un conjunto de síntomas como taquicardia, tensión muscular, temblores, sudoración, palidez, sequedad de garganta y boca, sensación de náusea en el estómago, urgencia de orinar y defecar, respiración rápida, dificultades para respirar. Estas manifestaciones pueden vivirse con mayor o menor intensidad y predominando unas u otras, según los individuos y las situaciones.
Toda esta «tormenta» va dirigida a preparar al organismo para luchar contra el peligro si valora que puede enfrentarse con él, o para huir si evalúa que le sobrepasa; la taquicardia supone un bombeo más rápido del corazón para irrigar mejor los músculos, la respiración es más rápida para disponer de más oxígeno, la palidez supone que la sangre va principalmente hacia los músculos con el fin de aumentar la fuerza muscular y de perder menos sangre en caso de heridas, el organismo suspende algunas funciones que no son absolutamente necesarias con el fin de ahorrar energía. (Sassaroli y Lorenzini, 2000).
Si el miedo permanece durante un período largo, da paso a una serie de alteraciones psicosomáticas como inquietud, fatiga, alteraciones del sueño, alteraciones del apetito e irritabilidad.
Reacciones motoras-comportamentales:
Los patrones de conducta reactivos ante el miedo presentan a veces un marcado contraste: Puede darse una tendencia a petrificarse o enmudecer que, en formas extremas, puede llegar a la muerte fingida o aparente, o por el contrario puede haber una huida desesperada, gritos y agitación motriz. Este último patrón de conducta puede presentarse como primera reacción o inmediatamente después del anterior.
Los estudios etológicos sobre el comportamiento animal ante el miedo, han permitido además diferenciar otros dos patrones reactivos: La defensa agresiva, más frecuente en animales jóvenes y la desviación del ataque a través de conductas de sumisión e incluso conductas de tipo sexual o infantil.
Manifestaciones cognitivo-subjetivas:
Son pensamientos y sentimientos subjetivos internos, variables según los sujetos y las formas diferentes de valorar y percibir el miedo. Consisten fundamentalmente en sensaciones subjetivas de peligro y amenaza, bloqueos del pensamiento, pérdida de confianza, sensación de impotencia, etc.
Los tres conjuntos de reacciones descritas —fisiológicas, comportamentales y cognitivas —, están interrelacionados entre ellos, y, pueden presentarse juntos o sucesivamente, con intensidad muy moderada o alta dependiendo de la intensidad del miedo. La intensidad depende a su vez de varios factores en interacción: el tipo de estímulo, el sujeto y su sensibilidad fisiológica y psicológica, el contexto, etc. Es decir, pueden presentar importantes variaciones entre unos individuos y otros y entre unas situaciones y otras (Echeburúa, 2000).
Por qué aparecen los miedos
Los miedos infantiles pueden aparecer por inseguridad. La utilización del castigo cuando el niño es incapaz de racionalizarlo, produce un estado emocional de inseguridad. Ésta y la consecuencia del miedo, hacen que el niño lo traslade del objeto que se lo produce a otro objeto o situación. La situación amenazante debilita al niño reduciendo sus defensas y haciendo que responda con miedo.
Los miedos también aparecen por la predisposición al mismo; esto es, reaccionar de una manera miedosa ante algunos hechos estaría relacionado con una sensibilidad heredada. Si los adultos muestran física o verbalmente que sienten miedo, enseñan al niño a ser temeroso
Posible origen de los miedos
Independientemente de la programación genética del niño para desarrollar los miedos evolutivos normales de la infancia, se han apuntado algunos factores que pueden incidir significativamente sobre los mismos.
Una de las variables estudiadas han sido los patrones familiares. Según algunos estudios, los padres con tendencia a ser miedosos y/o con más trastornos de ansiedad suelen tener hijos con miedos o ansiedad, en mayor proporción que los padres "normales". Algunas teorías explican esta hipótesis en base a que los hijos buscan y captan la información sobre la reacción emocional de sus cuidadores ante situaciones de incertidumbre. A través del modelado (aprendizaje que efectúa el niño por observación de un modelo) una madre puede alterar o modelar los miedos de sus hijos en función de las emociones que manifieste o que el niño perciba. Otro mecanismo de adquisición o potenciación de los miedos es la información negativa (instrucciones verbales). Una información negativa sobre alguna situación o estímulo concreto puede ser una fuente que genere el temor. La capacidad de convicción vendrá condicionada por lo relevante que resulte para el niño la persona que emita la información.
En algunos casos, es correcto levantar temores, por ejemplo por parte de los padres, acerca de determinados riesgos que corren, en especial, los adolescentes. No obstante, también pueden darse informaciones erróneas por parte de personas ajenas a la familia que pueden provocar miedos injustificados. En la etapa adolescente se suele creer más a los compañeros a que a los padres.
Hay un tipo de miedos que se adquieren por aprendizaje directo como es el miedo a no poder respirar. Sería el caso de niños que han sufrido ataques de asma o se han despertado repentinamente por la noche con la sensación de no poder respirar.Otra forma de adquisición es por condicionamiento. Supongamos un niño que de pequeño sufrió quemaduras importantes al jugar con un petardo que le explotó en las manos. Probablemente la simple visión de los mismos o su estruendo le provoquen miedo y rechazo, tanto más, cuanto mayores fueron las consecuencias.
Finalmente apuntar como posible generador de miedos en niños, otras experiencias vitales desagradables o traumáticas, como presenciar malos tratos, peleas o situaciones que le impacten emocionalmente (accidentes, muerte de algún ser querido, etc.). En el peor de los casos, estos miedos pueden derivar en trastornos clínicos como fobias específicas, ansiedad generalizada o estrés post-traumático.
Igualmente es desaconsejable la visualización de programas de televisión, películas u otros que contengan imágenes violentas o de terror cuando el niño aún no presenta una edad adecuada para separar nítidamente la ficción de la realidad.
Función del miedo
El miedo es la reacción normal y adaptativa que experimentamos cuando nos enfrentamos a estímulos (situaciones, objetos y pensamientos) que implican peligro o amenaza, teniendo un valor de supervivencia. El miedo, como cualquier otra emoción, se manifiesta a tres niveles o tipos de respuesta:
Expresiones conductuales visibles.
Sentimientos y pensamientos subjetivos.
Cambios fisiológicos acompañantes.
Tanto en los humanos como en los animales, aparecen diferentes tipos de estrategias de conducta que van desde la inmovilidad total hasta los ataques de pánico con huida desesperada de la fuente de peligro. Los sentimientos que aparecen con el miedo son sensaciones desagradables más o menos intensas (desde el simple malestar hasta el terror), urgencia de escapar y gritar, irritabilidad, ira, agresividad, sensación de irrealidad, percepción espacio-temporal alterada, falta de concentración, pensamientos irreales o distorsionados, etc. Las manifestaciones fisiológicas más comunes son:
Ritmo cardiaco acelerado.
Sudoración excesiva.
Tensión muscular.
Sequedad de garganta y boca.
Sensación de nausea en el estómago.
Urgencias de orinar y defecar.
Dificultad en respirar.
Respiración rápida y entrecortada.
Temblores.
Dilatación de las pupilas.
Erizamiento del pelo.
Aumento de la presión arterial.
Entre cambios bioquímicos que el miedo produce se encuentra la secreción de adrenalina (epinefrina) en las glándulas adrenales y noradrenalina (norepinefrina) en las terminaciones periféricas de los nervios del sistema nervioso autónomo, así como un incremento en la tasa de ácidos grasos libres y corticosteroides en plasma.
Si el miedo continúa durante un periodo de tiempo largo, producirá fatiga, dificultad para dormir, insomnio, pesadillas, pérdida del apetito, facilidad para sobresaltarse, agresión y evitación de cualquier situación temida.
Los recién nacidos muestran una conducta alterada y trastornada cuando tienen hambre, están cansados o nerviosos, antes que miedo propiamente dicho. En los primeros meses de vida el niño no responde con cautela ante estímulos novedosos pero si responde con gritos y lloros alertando a la madre en busca de protección cuando tiene hambre, dolor, frío o recibe una estimulación violenta como ruidos fuertes o ante la pérdida de apoyo. Es una reacción muy adaptativa, ya que le ayuda a sobrevivir ante posibles peligros.
Se puede diferenciar diferentes tipos de llantos dependiendo si es llanto de hambre, de dolor o simplemente para llamar la atención o "falso" llanto. Sobre las dos primeras semanas los bebes lloran cuando se les retira algún objeto gratificante como el chupete o se interrumpe la alimentación. A medida que transcurren las primeras semanas el bebe empieza a prestar más atención a los estímulos novedosos que a los familiares mostrando interés y reacciones que pueden ser de aprensión y miedo. Gracias al miedo existimos como especie.
De los 8 a los 12 meses el niño es capaz de reconocer y diferenciar los estímulos familiares de los extraños y comienza a mostrar miedo a las personas desconocidas.
Cuando empieza a caminar las respuestas de evitación se hacen más patentes al poder exteriorizar el temor huyendo del estímulo atemorizante y corriendo al encuentro de su madre.
Durante los dos primeros años de vida los temores van aumentando. El niño puede explorar su entorno teniendo más probabilidades de encontrarse con situaciones peligrosas, desde las caídas sin importancia, sufrir sustos de personas extrañas, percances con animales como los perros y no digamos con coches que circulan peligrosamente a escasos metros de nuestros enanos.
En el momento empiezan a poder comunicarse con el habla, el desarrollo cognitivo cambia así como la naturaleza los miedos. Se pasa de los miedos a daños físicos a miedos de carácter social.
Los niños más pequeños tienen miedos a seres imaginarios, ruidos fuertes, al daño físico, a la oscuridad, separación de los padres, a la escuela, animales, mientras que los adolescentes padecen más temores a hacer el ridículo, al fracaso escolar, a ser observado, al aspecto físico, a las relaciones sociales, a la muerte etc.
Clasificación del miedo
Comentaremos los principales miedos de la infancia:
Miedo por separación.
Miedo a los extraños.
Miedo a la enfermedad y el daño físico.
Miedo a la oscuridad.
Miedos escolares.
Miedo por separación.-
El miedo por separación es aquel que sufren los niños cuando son separados, alejados de sus padres, familiares o personas ligadas afectivamente. Es uno de los temores más consolidados de la especie humana por su valor de supervivencia, ya que la soledad convierte a los niños en presas fáciles, con alto riesgo de perecer o sufrir algún percance. Prácticamente todos los niños sufren este tipo de ansiedad, es un fenómeno universal que también ha sido observado en otras especies.
Durante la infancia se presentan diferentes situaciones en las que se produce la separación involuntaria:
1. Escolarización.
2. Trabajo de los padres.
3. Hospitalización.
4. Divorcio o separación.
5. Muerte de los progenitores.
La actitud de los padres es fundamental para la evolución del miedo a la separación. Aquellos que muestran ansiedad ante la separación de sus hijos acaban por contagiarles.
Los factores que influirán en el incremento de este tipo de ansiedad, tanto en su duración, intensidad como frecuencia son:
1. La edad del niño. Cuanta menos edad mayor ansiedad.
2. La calidad del vínculo entre la madre y el niño.
3. La naturaleza de la situación. Si la situación es impredecible e incontrolable y comporta cambios bruscos en el funcionamiento cotidiano del niño.
4. Las experiencias previas de separación.
Sobre los 6 meses comienza la ansiedad por separación manifestada por los bebés con llantos y gritos cuando los padres se alejan, con objeto de llamar su atención. En esta etapa, estas reacciones suelen ser menos específicas y diferenciadas a las figuras paternas produciéndose reacciones similares ante otras personas cuando se siente abandonado y solo. Cuando llegan a los dos años de edad el hecho de poder andar les permite expresar mejor su temor corriendo al lado de su madre en cuanto ésta se aleja. En este momento, el desarrollo cognitivo es mayor, permitiéndole ser su comportamiento más especifico y diferenciado estableciendo una relación estable con las figuras que lo cuidan y protegen.
El tipo de crianza determinara el inicio y duración de este tipo de ansiedad. En culturas en las que la relación madre-hijo es estrecha se manifestará antes y desaparecerá más tarde que en culturas con otras pautas de crianza.
Cuando la separación se prolonga por mucho tiempo se ha identificado tres fases por las que los niños suelen atravesar:
1ra. Fase de protesta, en la que el niño grita, llora y patalea buscando activamente a sus padres.
2da. Fase de desesperanza, el niño se muestra triste y retraído como habiendo perdido la esperanza de reencontrarse con la madre.
3ra. Fase de desinterés o desapego, el niño parece haber olvidado a sus padres.
Miedo a los extraños.-
El miedo a los extraños es un miedo innato, presente en todas las culturas y países. Su aparición y desvanecimiento está entre el primer y segundo año de edad. La respuesta de miedo dependerá de la situación y sobre todo de la conducta del extraño. Los niños se asustan cuando se les presenta un objeto al que no están acostumbrados como un rostro desconocido. Suelen reaccionar con la interrupción de la sonrisa, desviando la mirada y rompiendo a llorar. Es el estimulo más temido de los niños entre los seis meses y dos años.
Las probabilidades de tener una reacción de miedo ante un extraño son altas si la situación es desconocida, los padres están ausentes, el extraño se aproxima rápidamente y hay contacto físico con el niño. Y por el contrario, la probabilidad es baja si la situación es conocida, los padres están presentes, es el niño el que inicia la aproximación de forma lenta y no hay contacto físico.
Las características físicas del desconocido también influyen. Las mujeres suelen causar menor temor que los varones y los niños menos que los adultos.
La experiencia previa con desconocidos juega un papel importante, manifestando una respuesta de temor menor aquellos niños que han estado expuestos a diferentes individuos.
Una posible explicación al miedo a los extraños presentado por los niños puede ser debido al vestigio evolutivo que refleje el infanticidio y los abusos a menores practicados ampliamente por personas extrañas durante la evolución de los homínidos y sus predecesores. Esta selección evolutiva se explica por el abuso y la frecuencia de infanticidio entre los mamíferos.
Miedo a la enfermedad y el daño físico.-
Las respuestas de miedo ante las enfermedades y los daños físicos son generales en los humanos porque representan una amenaza real la seguridad y supervivencia de la especie.
El miedo a las heridas y a la sangre la presentan casi todos los niños. Puede darse casos de hematofobia, es decir la reacción de miedo ante la visión de sangre acompañándose de mareos y desmayo. Suele haber antecedentes familiares con el mismo trastorno.
Los miedos a la hospitalización, al dentista, a las inyecciones es un problema muy extendido y la actitud de los padres es decisiva así como la experiencia anterior de los niños.
Miedo a la oscuridad.-
El miedo a la oscuridad suele aparecer en torno a los dos años y desaparece alrededor de los nueve. Uno de cada tres niños suele padecerlo.
Se pone en funcionamiento por la noche cuando llega la hora de acostarse. El temor a la oscuridad se asocia con diferentes tipos de miedos, como seres malvados imaginarios, monstruos, ladrones, soledad, separación, etc.
Las pesadillas y los terrores nocturnos suelen aparecer como trastornos de sueño asociados a este temor. No son lo mismo, por lo que conviene definirlos para distinguirlos.
Las pesadillas son sueños terroríficos prolongados cuyo contenido tiene que ver con amenazas a la propia seguridad o supervivencia. Suelen aparecer entre los tres y seis años de edad. Cuando se despiertan se despabilan pronto y recuerdan vívidamente lo soñado.
Los terrores nocturnos son despertares bruscos, acompañados de llantos y gritos, sin que el niño reaccione ante los esfuerzos de sus padres para despabilarlo. La confusión y la desorientación perduran durante varios minutos después de despertar. Suelen aparecer entre los cuatro y los doce años de edad.
Miedos escolares.-
La escuela es el lugar donde los niños pasan la mayor parte de su tiempo, teniendo todo tipo de experiencias, positivas y negativas. Estas últimas son las que se refieren a los temores escolares. El rechazo al colegio es uno de los miedos más incapacitantes pero que afecta a una minoría de niños. Normalmente suele empezar de forma progresiva independientemente del nivel educativo en que se encuentren, existen cuatro tipos de miedos escolares:
1. Miedo al fracaso escolar y al castigo.
2. Miedo al malestar físico.
3. Miedo social.
4. Ansiedad anticipatoria.
Se ha comprobado que los miedos escolares aumentan con la edad, al contrario de lo que sucede con los miedos infantiles.
Los miedos escolares más frecuentes por orden de intensidad son:
1. Repetir curso.
2. Ser enviado al director o jefe de estudios.
3. Ser sorprendido copiando en un examen.
4. Aviso a los padres por personal del colegio.
5. Suspender un examen.
6. Cambiar de colegio.
Capítulo 2
Evolución del miedo en las distintas etapas de vida
MIEDOS EVOLUTIVOS NORMALES MÁS FRECUENTES EN LAS FASES DEL DESARROLLO INFANTIL
El niño de 0 a 1 año suele responder con llanto a los estímulos intensos y desconocidos, así como cuando cree encontrarse desamparado. En los niños de 2 a 4 años aparece el temor a los animales. En los niños de 4 a 6 años surge el temor a la oscuridad, a las catástrofes y a los seres imaginarios (como brujas y fantasmas) así como el contagio emocional del miedo experimentado por otras personas y la preocupación por la desaprobación social. Entre los 6 y los 9 años pueden aparecer temores al daño físico o al ridículo por la ausencia de habilidades escolares y deportivas. Los niños de 9 a 12 años pueden experimentar miedo a la posibilidad de catástrofes, incendios, accidentes; temor a contraer enfermedades graves; y miedos más significativos emocionalmente, como el temor a conflictos graves entre los padres, al mal rendimiento escolar, o, en ambientes de violencia familiar, el miedo a palizas o broncas. Entre los adolescentes de 12 a 18 años tienden a surgir temores más relacionados con la autoestima personal (capacidad intelectual, aspecto físico, temor al fracaso, etc.) y con las relaciones interpersonales. Los miedos infantiles expuestos son muy frecuentes y pueden afectar hasta al 40-45% de los niños. Son, por ello, normales, aparecen sin razones aparentes, están sujetos a un ciclo evolutivo y desaparecen con el transcurso del tiempo, a excepción del miedo a los extraños que puede subsistir en la vida adulta en forma de timidez.
CURSO EVOLUTIVO DE LOS MIEDOS
Primera infancia.-
Los diferentes estadios de desarrollo conllevan asociados la preponderancia de un tipo u otro de miedos. Según algunos autores, los bebés no comienzan a manifestar el sentimiento de miedo antes de los seis meses de vida. Es a partir de esa edad cuando empiezan a experimentar miedos a las alturas, a los extraños y otros. Estos tres tipos de miedo se consideran programados genéticamente y de un alto valor adaptativo. De hecho su presencia denota un cierto grado de madurez en el bebé.
A esta edad también surge la ansiedad de separación de la figura de apego.
Entre el año y los dos años y medio se intensifica el miedo a la separación de los padres a la que se le suma el temor hacia los compañeros extraños. Ambas formas de miedo pueden perdurar, en algunos casos, hasta la adolescencia y la edad adulta, tomando la forma de timidez. Lo habitual es que vayan desapareciendo progresivamente a medida que el niño crece.
Es en esta etapa, cuando empiezan también a surgir los primeros miedos relacionados con pequeños animales y ruidos fuertes como pueden ser los de una tormenta.Etapa preescolar (2,5-6 años).-
Se inicia una evolución de los miedos infantiles. Se mantienen los de la etapa anterior (extraños, ruidos, etc.) pero van incrementándose los posibles estímulos potencialmente capaces de generar miedo. Ello va en paralelo al desarrollo cognitivo del niño. Ahora pueden entrar en escena los estímulos imaginarios, los monstruos, la oscuridad, los fantasmas, o algún personaje del cine. La mayoría de los miedos a los animales empiezan a desarrollarse en esta etapa y pueden perdurar hasta la edad adulta.
De 6 a 11 años.-
El niño alcanza la capacidad de diferenciar las representaciones internas de la realidad objetiva. Los miedos serán ahora más realistas y específicos, desapareciendo los temores a seres imaginarios o del mundo fantástico.Toma el relevo como temores más significativos el daño físico (accidentes) o los médicos (heridas, sangre, inyecciones).
Puede también presentarse, dependiendo de las circunstancias, temor hacia el fracaso escolar, temores a la crítica y miedos diversos en la relación con sus iguales (miedo hacia algún compañero en especial que puede mostrarse amenazador o agresivo).
El miedo a la separación o divorcio de los padres estaría ahora presente en aquellos casos en el que el niño perciba un ambiente hostil o inestable entre los progenitores.Pre adolescencia.-
Se reducen significativamente los miedos a animales y a estímulos concretos para ir dando paso a preocupaciones derivadas de la crítica, el fracaso, el rechazo por parte de sus iguales (compañeros de clase), o a amenazas por parte de otros niños de su edad y que ahora son valoradas con mayor preocupación.
Suelen también aparecer los miedos derivados del cambio de la propia imagen que al final de esta etapa empiezan a surgir.
Adolescencia.-
Se siguen manteniendo los temores de la etapa anterior pero surgen con mayor fuerza los relacionados con las relaciones interpersonales, el rendimiento personal, los logros académicos, deportivos, de reconocimiento por parte de los otros, etc.
Decaen los temores relacionados con el peligro, la muerte. La adolescencia es una etapa de "ruptura" con la barrera protectora familiar y la necesidad de búsqueda de la propia identidad. Es posible que el joven sienta la necesidad de probarse ante situaciones de riego potenciales como medio de autoafirmarse ante sus iguales y demostrar que ha dejado atrás ciertas etapas infantiles.
EVOLUCIÓN DE LOS MIEDOS EN FUNCIÓN DE LA EDAD
Los miedos infantiles surgen en muchas ocasiones sin ninguna razón aparente, se desarrollan según una secuencia evolutiva predecible y acaban desapareciendo o decreciendo con el paso del tiempo.
Algunos aspectos de lo que atemoriza a los humanos y la forma de demostrarlo pueden considerarse determinados biológicamente -lo cual no significa que sean inmutables-, mientras que otros dependen más bien de aprendizajes y experiencias individuales y sociales. En realidad, como subrayan la mayoría de los autores, las reacciones emocionales humanas están causadas por la interacción de factores biológicos y culturales.
Algunas características del desarrollo infantil y el contexto en el que se desarrolla contribuyen a explicar la frecuente aparición de miedos evolutivos: los avances en la maduración y el aprendizaje, la evolución del sistema nervioso y la maduración de la capacidad perceptiva, hacen que el niño tenga una mejor percepción de los peligros. Puede observarse la aparición súbita de respuestas de miedo a medida que el niño madura y aumenta su campo perceptivo. Tales miedos desaparecen frecuentemente con la misma rapidez con la que surgieron y, como afirma Valles Arángida (1991), sólo podemos inferir que las respuestas perceptivas del niño ante determinado estímulo han sufrido algún cambio como resultado de las interacciones entre aprendizaje y maduración.
Otros aspectos que inciden en la aparición evolutiva de los miedos son la capacidad simbólica y de representación -que lleva al niño a recordar experiencias desagradables y prever que pueden repetirse-, la mayor información acerca de la realidad y las advertencias de los adultos.
Existen muchas gradaciones en la intensidad de aprendizaje necesario para que aparezcan distintos miedos. El miedo a la separación, a los extraños, a los animales, se presentan en la mayoría de los niños sin que sucedan acontecimientos más allá de las experiencias normales, en cambio otros se dan únicamente después de experiencias especiales. El hecho de que un miedo particular aparezca a determinada edad no implica que esté conectado con peligros especiales, o experiencias negativas del niño; puede indicar sencillamente que la percepción ha madurado hasta un punto concreto.
Como afirma Marks (1990):
Los objetos y situaciones que los niños temen a medida que crecen se alteran a lo largo del proceso de desarrollo y a través de las exposiciones a situaciones nuevas. Cuando un niño se aterroriza bruscamente ante situaciones con las que ha tenido experiencia previa sin traumas o miedos, dicha reacción debe considerarse madurativa.
El miedo puede también surgir de manera impredecible en la exposición ante situaciones nuevas. La novedad, los cambios bruscos en la estimulación física pueden provocar miedo.
Por otra parte, durante los primeros años, el niño aún no distingue claramente lo real de lo imaginario, por ello puede creer sin dificultad en la aparición de criaturas imaginarias, ogros, brujas animales fantásticos o lejanos (Méndez, 2000), a pesar de que los padres traten de razonar con él y nieguen reiteradamente tal posibilidad.
También los niños pueden a través de un proceso de aprendizaje social desarrollar miedos ante situaciones y objetos con los que no han tenido ninguna experiencia y que corresponden a estereotipos culturales (por ejemplo, los cuentos o historias como las del lobo, el hombre del saco).
Respecto a la aparición de trastornos, y el modo en que un miedo evolutivo puede transformarse en desadaptativo, diversos autores han señalado que los "traumas" únicos y aislados en las primeras épocas de la vida muy raramente conducen a la aparición de trastornos prolongados. Sólo una minoría de miedos desadaptativos y fobias están causados de esta manera (Echeburúa, 1993, 2000). Es más probable que los trastornos estén provocados por situaciones de estrés agudas, múltiples y continuadas. Son estas las que causan daño a largo plazo (Rutter, 1981; Marks, 1990).
Las conductas continuas de evitación del estímulo temido juegan un factor primordial en el mantenimiento del miedo y la ansiedad. Cuanto más se evita el objeto o la situación, más aumenta el temor y viceversa, en una especie de círculo mantenedor del problema. La evitación provocaría un refuerzo negativo al hacer desaparecer el temor de forma momentánea, pero a la larga contribuye a mantener, agravar y cronificar la situación, ya que al no enfrentarse con ella, la persona la ve cada vez más insuperable y más ansiógena.
El conductismo y las teorías del aprendizaje destacan el papel de los refuerzos positivos en el mantenimiento de la situación, cuando el niño recibe exceso de atención, caricias, mimos caprichos en el momento de sentir miedo.
Otra forma de aprendizaje social es a través de la observación de modelos (Bandura, 1987). Por tanto, hay formas muy variadas de adquisición de miedos: la experiencia directa con acontecimientos causantes, la información sobre estímulos atemorizantes, la observación de un modelo que tiene una reacción de temor en determinada situación… a partir de aquí, si los comportamientos del niño o las personas que lo rodean son inadecuados, pueden crearse trastornos o fobias.
Miedos evolutivos más frecuentes en las fases del desarrollo infantil
Los miedos típicos varían a medida que el individuo va madurando. Como ya hemos apuntado, aparecen, aumentan, decrecen y desaparecen en secuencias predecibles en diversos estadios del desarrollo.
Los niños temen a situaciones muy variadas que, en parte, dependen de la edad (Gray 1981; Johnson y Melamed, 1987). Hay miedos muy característicos, como el miedo a los extraños y a la separación, que disminuyen en la etapa preescolar, en cambio otros aumentan, como el miedo a los animales, disminuyendo a partir de los 9-11 años (Marks, 1990). El miedo a la oscuridad presenta un patrón de relación con la edad menos consistente, lo cual puede significar que es un miedo más condicionado ambientalmente.
Los miedos a los extraños, a objetos no familiares y a la separación son comunes entre los 8 y los 22 meses y tienden a desaparecer hacia los dos o tres años. (Pearce, 1995; Sandín, 1997). Se considera que estos miedos dependen del crecimiento y maduración de procesos cognitivos, puesto que a pesar de la existencia de procedimientos muy diferentes para educar y criar a los niños, el miedo a la separación y a los extraños aparece en todas las culturas humanas Qersild y Holmes, 1995).
Es curioso comprobar cómo existen respuestas instintivas y universales de miedo ante determinados estímulos, como los extraños, la separación, las alturas, la oscuridad, lo que algunos autores llaman miedos "atávicos" o "vestigiales", ya que suponían un peligro real para la especie humana en tiempos lejanos. Sin embargo no hay respuestas innatas ni universales ante los peligros de la vida "moderna", como los coches, la electricidad, los enchufes (Méndez, 2000).
Algunos estudios han encontrado que el miedo más frecuente entre los 2 y los 4 años es el miedo a los animales; entre los 4 y los 6 a la oscuridad y a las criaturas imaginarias (Pearce, 1995; Sandín, 1997). Otros estudios, han encontrado que entre los 2 y los 6 años, los miedos más comunes son los que se dan hacia los médicos, los perros, las tormentas y la oscuridad (Marks, 1990).
Página siguiente |