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Homosexualidad e identidad sexual

Enviado por jorgemarin1


  1. Grupos detractores, entusiastas y dudosos
  2. Imagen del homosexual
  3. Identidad sexual
  4. Espectáculos públicos
  5. Medios de comunicación
  6. La tercera socialización
  7. El lugar de la escuela
  8. Breve conclusión
  9. Bibliografía

La reforma del Código Civil Argentino ha establecido los derechos y obligaciones que le asisten a las personas homosexuales, entre los que podemos destacar: la identidad de género, que permite la elección del sexo y el cambio de nombre en el documento de identidad, el casamiento igualitario, que contempla la posibilidad de formar una familia, recibir como beneficios implícitos la herencia conyugal, la adopción de infantes, entre otros.

Si bien, la sanción de la ley nos ha posesionado en el mundo como el primer país de Sudamérica que incorporó los derechos de una minoría para integrarla a las esferas sociales y así evitar los casos de discriminación, también pudimos comprobar que la sociedad se encuentra dividida con opiniones dispares. Es comprensible esperar distintas reacciones. Los cambios no se producen de la noche a la mañana, sino que son graduales, ya que los efectos de una ley conllevan un proceso de maduración y aceptación. Esto es el comienzo para reconstruir un nuevo orden social, desde un enfoque plural, con características democráticas e instaurar lo multicultural de las identidades como una marca distintiva.

Las diversas identidades que encontramos en la sociedad postindustrial, a fines del siglo xx, junto con el proceso de expansión de la sociedad civil, es el escenario histórico de la problemática de gender (género). Según Stuart Hall, la pluralización de la vida social produce una expansión de las posiciones y las identidades disponibles para toda la gente (1990: 95). Los nuevos movimientos sociales incluyeron las demandas surgidas de estos actores emergentes y replantearon el problema de la subjetividad a la luz de la multiplicación de los puntos de poder y sus líneas de intersección con el pensamiento posmoderno (Michel Foucault, Jacques Derrida, Jean-François Lyotard). El feminismo y los movimientos sociales alrededor de las políticas sexuales tuvieron un efecto desestabilizador de las tradiciones establecidas en torno a la identidad, al poner énfasis en el carácter relacional y no esencial de la subjetividad (Cohendoz, 2008: 283).

Grupos detractores, entusiastas y dudosos

Antes de la reforma, la sociedad había quedado dividida en dos grupos antagónicos: los detractores, que se oponían a la medida con una serie de argumentos políticos, religiosos o morales, y los entusiastas, impulsores del proyecto, a los que se sumaron el grueso de la población que veía con buenos ojos este progreso social, comparable con otros países del mundo.

Cuando se aprobó la ley, los detractores siguieron sosteniendo su postura con algunas reservas. En la práctica, debieron cumplir con lo establecido legalmente, aunque hubo casos aislados de funcionarios que se negaron y fueron sancionados.

En la actualidad, si bien los grupos detractores y entusiastas se mantienen, aparecieron los dudosos: aquellos que están de acuerdo con la incorporación de los derechos igualitarios, pero se mantienen al margen con respecto a la adopción, por el temor aun existente de que el modelo de la familia tradicional pudiera llegar a desaparecer: un obstáculo difícil de superar.

Estos sectores disidentes y conciliatorios conviven actualmente, como fuerzas antagónicas que marcan un rumbo dinámico, en ese proceso de llegar a establecer la imagen que se construye del homosexual.

Imagen del homosexual

El tema "sexo" estuvo vedado en distintas épocas históricas. Con la llegada de la democracia, el destape había ganado las calles. Aparecieron publicaciones pornográficas y eróticas de todo tipo. Con el tiempo, en las tapas de las revistas comerciales, las fotos con poses y desnudos son moneda corriente. Nos acostumbramos a la idea y ya no nos produce extrañamiento, sino que pasa a ser algo normal, a veces, un recurso cansador e inevitable.

La homosexualidad se mantuvo casi al margen, conservando el gran fetiche del "tabú". En la actualidad, se ha instalado la polémica en todos los sectores sociales. Dejó de hablarse a escondidas y con cierto disimulo para culpabilizar los implicados, así como también, la gran mayoría ya no cuestiona su comportamiento ni los trata como a un "enfermo".

Pese a estos cambios, en la imagen del homosexual todavía perdura esa construcción mantenida "oculta" durante siglos. Siempre estuvo asociada con el hombre, con la arbitraria idea de tener modales femeninos, luciendo ropa de mujer, transformado en un objeto sexual, burdo y falaz, que satisfacía su deseo carnal por ser un "pervertido". El común de la gente lo identificaba como "gay", un rótulo que en la actualidad se mantiene y del que no podemos dejar de sustraernos.

En el imaginario colectivo,[1] esta imagen potente y focalizada quedó instaurada en las relaciones interpersonales o sociales, en donde impera como norma el "sentido común", en aquellos saberes vivenciales construidos por el sujeto, cuyos contenidos no llegan a cuestionarse, sino que se lo toman como la verdad misma.[2]

En este entramado, el "estereotipo" se instala como un esquema cultural, en la que el individuo logra "filtrar" su realidad con el entorno. Según Lippmann, "estas imágenes son indispensables para la vida en sociedad. Sin ella, el individuo estaría sumido en el flujo y el reflujo de la sensación pura; le sería imposible comprender lo real, categorizarlo o actuar sobre ello" (citado por Amossy y ot, 2001: 32).

La estructura conformada por esta cualidad operante, modela el pensamiento, adjudicando a la imagen del otro, los otros y lo otro una cualidad distintiva. De este modo, la idea del homosexual podemos diversificarla al incluir otros aspectos como la "transexualidad" y la "homosexualidad femenina", en el que aparecen no sólo la idea de "gay", sino la de "travesti" y "lesbiana", como algo unívoco, fundante, un parámetro delimitador.

Cada estereotipo conlleva implícito una relación unívoca en el accionar y el contexto en donde se produce. Lo que se debería reformular es el sentido, la idea fundante, con el propósito de no encasillar al homosexual como "gay".[3] De allí se entiende la reacción del actor Rupert Everett, quien admitió ser "homosexual" sin identificarse con un "gay". En la "comunidad gay" de su país (Inglaterra), provocó malestar sus declaraciones y se las malinterpretó. En realidad, dicha "comunidad" entendía que ser "gay" u "homosexual" era lo mismo, por responder a un esquema social ampliamente aceptado.[4]

El estereotipo logra transformarse como un "lugar común", una banalidad aceptada como una verdad incuestionable.[5] De este modo, podemos relacionar al homosexual con el rótulo de "gay", que adquiere una finalidad de sentido globalizada para identificar los distintos casos con generalizaciones vagas y permeables, sin sustento racional: "toda persona homosexual –hombre o mujer– es gay".

Estas imágenes, a su vez, pueden llegar a deformarse en un "clisé, no sólo "como una fórmula superficial, sino además como una expresión cristalizada, repetible bajo una misma forma" (Amossy y ot, 2001: 16). El carácter seriado de esta imagen hace que circule en la sociedad de idéntica manera y, a veces, con otros agregados, pero sin analizar o cuestionar el contexto en el cual se originó. Se presenta, entonces, una imagen vacua de contenidos (interpretaciones). La idea que tengamos del homosexual se transforma en algo inconexo. Al "gay" o "travesti" se lo vincula con la "oferta de sexo", incluso se llega a la discriminación, con insultos gratuitos y calificaciones peyorativas, de desagrado y mal gusto. Para algunos homosexuales, y en especial los travestis, conviven con la discriminación, y suelen ser víctimas de ese "rótulo" que lo llegan a aceptar de manera natural, puesto que es la única alternativa que tienen para lograr su sustento económico. Muy lejos quedaría aquella noción de identidad, como personas con sentimientos, emociones, deseos y sobre todo, que puedan llegar a cumplir un rol materno o paterno, de acuerdo con la identidad sexual que cada uno haya elegido.

De esta manera, los sujetos construyen el orden social a partir de acciones, fantasías y saberes que fundan sus ideologías, a través de la "representación social", en donde el sujeto se vincula con el objeto (material o inmaterial) y lo incorpora a su realidad con una determinada pertinencia cultural, en cuyas acciones se

refleja un "saber del sentido común" entendido como conocimiento "espontáneo", "ingenuo" o como pensamiento natural por oposición al pensamiento científico. Este conocimiento, proveniente de saberes heredados de la tradición, de la educación y de la comunicación social […], modela no sólo el conocimiento que el individuo tiene del mundo, sino también las interacciones sociales. Desde esta perspectiva, la representación social puede ser definida como "una toma de conocimiento, socialmente elaborada y compartida, que tiene una finalidad práctica y apunta a la construcción de una realidad común a un conjunto social (Jodelet, 1989: 36)" (Amossy y ot, 2001: 54-55).

Esta metamorfosis cobra impulso a través del "rumor", incorporado como una cualidad inherente, que reformulan los principios establecidos desde el "imaginario colectivo" hasta llegar al proceso de construcción de un "saber cotidiano" del sujeto, fundado en la "representación social". El mecanismo de reconocimiento hace que nuestra realidad quede comprendida como un estamento de lo subjetivo, en los que llegamos a intervenir para modificar conductas, actitudes y pensamientos.

Cabría entonces analizar, en otra instancia, de qué manera un individuo puede construir su "identidad sexual".

Identidad sexual

La "identidad sexual" de una persona se incorpora a través de distintos enfoques: biológicos, psicológicos y culturales. Esto le "permite a un individuo formular un concepto de sí mismo sobre la base de su sexo, género y orientación sexual y desenvolverse socialmente conforme a la percepción que tiene de sus capacidades sexuales" (Pauluzzi, 2002: 78).

Desde lo biológico, podemos establecer que la idea de sexo está regida por los genitales para llegar a reconocer las cualidades distintivas de la especie humana: pene para el varón, y vagina para la mujer. Esta pertinencia de diferenciación de sexos no es un condicionamiento para determinar la "identidad sexual", sino que ésta se sitúa como una construcción social, en la que se incluye la "identidad de género". Dicha identidad no está conformada sólo por el sexo, sino que se establece a partir de una cosmovisión, en donde interpretamos la sexualidad con parámetros construidos a lo largo de nuestra vida y que responden a un contexto más amplio: la cultura.

El género es la institucionalización social de las diferencias de sexo. Señala condiciones sociales, pero simultánea y fundamentalmente, constituye un sistema conceptual, un principio organizador, un código de conductas por el cual se espera que las personas configuren sus subjetividades y se comporten femenina o masculinamente. El género no sería una categoría descriptiva, sino una normativa que determina la percepción social de los sujetos; por lo tanto, feminidad y masculinidad son construcciones que una sociedad erige para perpetuar su estructura y funcionamiento. Sin embargo, el género puede entenderse también como una categoría analítica para comprender los sentidos materiales e históricos que las culturas otorgan a las diferencias de sexo y a las desigualdades en las relaciones de poder y, en especial, para abordar las subjetividades a fines del siglo xx en las sociedades posmodernas (Cohendoz, 2008: 28-284).

A partir de nuestro nacimiento, vamos construyendo la "identidad sexual" por las relaciones con el grupo familiar, nuestra interacción con el medio y los otros, en donde se proyectan nuestros deseos, fantasías, etcétera.

En la fase de la "latencia", la sexualidad comienza a definirse, principalmente, en este intercambio recíproco, en el que llegamos a adoptar distintos modelos sociales de comportamiento, a veces, ambivalentes, con conductas del sexo opuesto, como algo habitual, que luego podemos aceptar o rechazar.

Este es un proceso constreñido y limitado desde su inicio, ya que el sujeto no decide sobre el sexo que irá o no a asumir; en verdad, las normas reglamentarias de una sociedad abren posibilidades que interpelan al sujeto. Aunque esas normas reiteren siempre, de forma compulsiva, la heterosexualidad, paradójicamente también dan espacio para la producción de los cuerpos que no se ajustan a ellas. Estos serán constituidos como sujetos "abyectos" –aquellos que escapan a la norma–. Pero, precisamente por eso, estos sujetos son socialmente indispensables, ya que constituyen el límite o la frontera, esto es, suministran "el exterior" para los cuerpos que "materializan la norma", los cuerpos que efectivamente importan (Butler 1993) (Cohendoz, 2008: 286).

El resultado de estas inclinaciones nos hace ver que esto no responde a lo biológico exclusivamente, sino que en buena medida depende de una serie de determinaciones inconscientes para el sujeto, ya que puede situarse en el camino de la heterosexualidad u homosexualidad.

El individuo heterosexual reconoce patrones de comportamiento estables, definidos como varón o mujer, y podría tener una actividad y madurez sexual convencionales, es decir, casarse con una persona del sexo opuesto, tener hijos, etcétera.

El individuo homosexual, en cambio, tiene una sexualidad comprendida en el ámbito global, más determinada, pero que no puede explicitarse como algo congénito o adquirido. Si bien la homosexualidad es tanto masculina como femenina, se reserva el término "homosexual" para referirse al hombre y "lesbiana" a la mujer. En ambos casos, la persona elige a su pareja del mismo sexo.

Desde el psicoanálisis, se pueden analizar distintas visiones para entender las causas que lo originan. Es allí que podemos señalar la importancia de la "fijación materna", que lograría dificultar la transición hacia otro objeto femenino; un sujeto que desarrolla una fascinación por buscar objetos eróticos en los que reconoce el amor a su madre, tal como ella lo "amaba"; y el factor narcisista, por ser el objeto más "próximo" y "fácil", en la condición erótica descubierta en el otro. También se lo vincula al hombre con el complejo de castración no resuelto, cuyo efecto sería el rechazo al cuerpo femenino; y en la mujer, con la fijación de la figura "paterna", de tal modo que ella "renuncia" a la "mujer" como un aspecto más de esa renuncia, en lo que respecta a la competitividad con el padre y otras figuras sustitutas.

Existiría, a su vez, una tercera definición: la bisexualidad, en donde el sujeto tendrá impulsos sexuales dirigidos a ambos sexos, de una manera ambivalente. Esta dualidad no implica un grado de negatividad como el caso de la homosexualidad ni positividad en el sentido opuesto. No se puede clasificar como algo bueno o malo, sino que simplemente existe.

En último término, se incluiría a la "transexualidad", que puede ser vista en aquella persona que porta un determinado sexo, pero adquiere comportamientos del contrario. En tal sentido, hay una frase que puede resumir este concepto: "Soy otro en un cuerpo que no me pertenece". En muchos casos, las personas "transexuales" han solucionado su problema por medio de operaciones quirúrgicas. En esta concepción podemos incluir al "travestismo", muy frecuente en los hombres, que consiste en vestir y adoptar hábitos femeninos. Estas actitudes van asociadas con un tratamiento hormonal para asemejarse más a las personas del otro sexo.[6]

En lo que respecta al ámbito cultural, podemos incluir una visión amplia: amistades, situaciones cotidianas, laborales, relaciones interpersonales, etc., que difunden creencias y valores en torno a esta problemática. Es dable destacar que en la última reforma del Código Civil Argentino se han establecido los derechos que le asisten a las personas homosexuales.

En un amplio espectro, si bien podemos estar condicionados por el sexo, la "identidad sexual" no transita por este único nivel, sino que es una construcción subjetiva, incorporada colectivamente en la sociedad, por la imagen que podemos recibir del otro y los otros. De acuerdo con este criterio, llegamos a reformular los propios que van a regir los destinos de nuestras vidas. Es por ello que podemos decir que existen tantas "identidades" como personas, puesto que conlleva una elección personal.[7]

Esta construcción de la "identidad sexual" podemos corresponderla en el ámbito social, en lo que respecta a su proyección en los espectáculos públicos y los medios de comunicación, como parte integrante de nuestra realidad cotidiana.

Espectáculos públicos

Establecer que la "imagen" de un homosexual puede estar sometida a un clisé en los espectáculos públicos constituye una realidad cuestionable en distintos sentidos.

En algunas comedias pasatistas de teatro, cine y televisión, aparecía con frecuencia la "imagen" de un homosexual con un estilo "afeminado", que provocaba risa. Recrear al personaje desde esta visión extrema, era incorporar esos "rasgos" que lo diferenciaba de cualquier persona "heterosexual", adjudicándole un canon preciso, instituido socialmente. Cuanto más exagerada era su caracterización, mayor impacto producía en el público.[8] Esto trajo como consecuencia que esa "imagen" cobrara vida propia, en un doble sentido: se lo llegaba aceptar o rechazar por esa provocación inherente del personaje, cuyo efecto quedaba implícito en las reglas de ese juego dialéctico, el cual logró que se instalara esta imagen como un clisé.

Este recurso también fue utilizado para otras producciones artísticas, como La jaula de las locas, tanto en la versión cinematográfica como teatral. Se puede hallar una diferencia con las comedias pasatistas, precisamente, por haber instalado la polémica, con un argumento inteligente, que rescata en el contexto aquello que se enuncia sin "golpes bajos". Se toma en cuenta que la "elección sexual" es personal, y a su vez, organiza una crítica social por no haberse entendido al "homosexual" en el reconocimiento de los derechos que se reclamaba, en una época oscura sumergida en el letargo del "tabú" (década del ´80).

Medios de comunicación

La TV es un medio de fuerte influencia en la sociedad: un termómetro que filtra distintos aspectos, creíbles o no, en los personajes que surgen al estrellato y de los que todavía perduran en el tiempo. Trata de mantenerse en sintonía con la realidad, y en este sentido, se habla abiertamente de la homosexualidad, principalmente, su vinculación con los famosos. Ya no se especula como en otros tiempos en que se llenaban los espacios de "dudas" para dar a entender que la noticia de un "supuesto romance" entre "fulanito y menganito" iba a "dar que hablar", sino que se debate el tema con seriedad, se lo celebra y festeja.

Tanto Ricky Martín como Florencia de la V. (transexual), constituyen claros ejemplos, como el espejo de una realidad incuestionable. Es dable destacar que son casos extraordinarios. Lo que tienen en común es que decidieron optar por la paternidad y maternidad no por medio de la adopción, sino, el "alquiler de un vientre". En cuanto a las relaciones familiares, Ricky Martin convive con su pareja y sus dos hijos, pero todavía no ha formalizado el casamiento. Florencia de la V., en cambio, pasó por distintas etapas. Se la conoció como travesti cuando comenzó a trabajar de actriz y vedette. Con el tiempo, se operó en Chile para el cambio de sexo. Conoció a su pareja y, luego, celebraron la unión civil. Después que ella obtuvo su DNI como mujer, formalizaron el casamiento. La familia se agrandó con la llegada de las trillizas. Como se puede apreciar, estas situaciones particulares no fueron una pose que captó el ojo desnudo de una cámara, al igual que en un "reality", sino lo contrario: un acto de amor, asumido con responsabilidad.

También se vio el caso de un coronel y un jefe de las Fuerzas Armadas, que tras varios años de convivencia decidieron casarse. Aquí pudimos comprobar, más allá de haberse cumplido con todos los recaudos exigidos por la institución, que la homosexualidad está presente en todos los ámbitos, aunque pensemos lo contrario: una fuerza puede llegar a doblegar cualquier pensamiento con la adquisición de modelos "heterosexuales" bien definidos.[9]

Este nivel interpretativo de sucesos puede ser tomado como una referencia que nos impulsa a pensar que nuestra realidad ha cambiado, que se ha transformado el fetiche del "tabú" y que hemos despertado de nuestro letargo. Igualmente, no todo es placentero, tal cual se nos suele mostrar, incluidos los efectos recibidos como estímulos constantes de esta interacción con el medio, que podemos incluir como una tercera socialización.

La tercera socialización

Existen dos etapas de socialización del individuo: la primera corresponde a la familia, cuyas normas y valores sociales pueden o no coincidir, de acuerdo con las necesidades del grupo.[10] En la segunda aparece la sociedad y la escuela, que preparan y condicionan al individuo para su vida adulta, en lo que pueden aportar complementos, o bien, aparece el conflicto, el cual debe superarse.[11]

Cabría, entonces, incluir una tercera, en la que toma protagonismo los medios masivos de comunicación, "y más concretamente aquellos medios que exigen de la interacción del individuo con los otros, ya sea esta interacción en tiempo real (síncrona) o con períodos más o menos duraderos (asíncrona) como es el caso de la red de redes, Internet" (Revuelta Domínguez, 2004: 3-4).

Esta inclusión no es deliberada ni antojadiza, puesto que los medios apuntan, principalmente, a la expansión, a la incorporación de lo nuevo, con un notable mejoramiento del control social, cuya apertura se intensifica en el compromiso con la realidad y en las relaciones sociales. Los medios, con su gran potencial, producen notables cambios en la sociedad, puesto que nada ha quedado relegado a esta nueva cultura de masas.

La comunicación, en tal sentido, se puede diferenciar de otros medios por sus características y elementos propios. Según Carlos R. Wright,

los medios no están dirigidos a destinatarios individuales o colectivos determinados, sino a un auditorio anónimo, relativamente grande, heterogéneo e indeterminado. Sus mensajes son rápidos y perecederos, a diferencia de las expresiones artísticas que perduran a través de los años. Sus estructuras están bien organizadas. Sus producciones son altamente costosas, lo que la sustrae al uso de particulares deseosos de conectarse con el público. En suma, es una actividad industrial y profesional, en tanto que la comunicación interpersonal de antaño, no estaba organizada como sistema y carecía de profesionales (Wright, 1999: 23).

Enrique Guinsberg prefiere denominarlos "medios masivos de difusión", porque entiende que la utilización actual "no posibilita la comunicación, sino que (los medios) se limitan a difundir verticalmente los mensajes emanados por las estructuras de dominación que los controlan". Sin embargo, desempeñan la función de un poderoso aparato educativo y lo hacen "no en el limitado sentido de suministro de conocimientos y de información (mitos que el liberalismo considera atributos de la educación), sino en el más importante y profundo de orientación y formación hacia una forma de vida…" (citado por Wright, 1999: 43).

Es posible analizar los contenidos plurales que se muestran en los medios masivos, en tres vertientes: con los que presentan un "halo" de credibilidad como el que se muestra en los noticieros; con la espectacularidad de la información ofrecida en los programas de chimentos; y con el entretenimiento masivo, en el caso de los "reality show".[12]

Al presentar los casos de Ricky Martín y Florencia de la V., que perduran en el tiempo, hemos optado por conferirles un rasgo realista y descartar aquel que puede tener la influencia del "reality", pese a que en los medios la noticia había ganado un espacio de interés público, difundido con espectacularidad, frivolidad e impacto. Esto implica tomar como parámetro delimitador una visión racionalista, por entender que los medios, al no ser neutrales ni inocentes, posibilitan hallar el reconocimiento de lo "verosímil", integrado como un rasgo intrínseco en la construcción de la realidad.

El lugar de la escuela

La sociedad todavía transita por el camino de la contradicción. Pese a que se haya aprobado la ley, no podemos afirmar que la discriminación haya desaparecido, así como también, que estemos de acuerdo con todo lo que se lee, dice o muestra. Igualmente, se ha dado un gran paso en lo que respecta a la "identidad sexual". Falta mucho camino por recorrer. Este es el comienzo para continuar con el debate en distintos ámbitos: familias, reuniones ocasionales y escuelas.

La escuela debe recuperar ese lugar de privilegio que tenía antaño. En este sitio, el alumno podrá construir su futuro, con un pensamiento crítico, acorde con la época, y así poder desterrar ciertos "prejuicios". Resulta necesario que las nuevas generaciones deban "conocer" y "reconocer" que existen los derechos de una minoría con respecto a la identidad sexual, el casamiento igualitario, los nuevos modelos de familia anexados al tradicional para llegar a incorporarlos a su realidad cotidiana.

En esta diversidad cultural, la institución educativa debe centrar su enfoque no como el tema puntual de una asignatura que los alumnos deben aprender por estar incluido en un programa oficial, sino establecer debates concretos y reales.

Un recurso muy utilizado en algunas escuelas es la creación del espacio extracurricular "taller de valores", coordinados por docentes y profesionales de distintas áreas, en donde no sólo se instrumenta para el tratamiento de temas puntuales como la "convivencia escolar", sino que puede analizarse también a la homosexualidad, vinculado con el casamiento igualitario, adopción, roles de las nuevas familias, entre otros. Telma Barreiro, considera "importante instalar, difundir y desarrollar una corriente de ideas que tenga en cuenta la importancia crucial del ámbito de lo socioafectivo como parte del proyecto pedagógico, asociado a los aprendizajes curriculares y entretejido frecuente con ellos" (Barreiro, 2006: 7).

En este sentido, debemos tener presente que el tema nos involucra a todos, tengamos o no una inclinación homosexual, y se debe asumir con responsabilidad, sin delegar la participación con excusas sin sentido. El discurso debe coincidir con nuestra acción y la práctica con nuestras convicciones para que no se transforme en palabras bonitas, huecas, que transmiten sólo un conformismo sin credibilidad, sino que debe ser significativo para todos.

Lo importante es saber canalizar los distintos enfoques y tomar el parámetro de la "discriminación" no como una mera "agresión verbal", sino como un síntoma de la "violencia social".[13]

De la escuela y nosotros (los docentes) depende que en esta acción se potencie el logro de cristalizar una auténtica formación ciudadana en todo sentido.

Breve conclusión

La aprobación de la reforma del Código Civil Argentino ha generado distintas opiniones con respecto al tema de la homosexualidad, por haber incorporado los derechos que le asisten a una minoría para integrarlos al seno de la sociedad.

El tema puede llegar a abordarse desde distintos enfoques, con el fin de establecer de qué manera un individuo construye la realidad, con la idea que se tenga de la homosexualidad y el homosexual, en un amplio espectro, incluyendo los enfoques que presentan los medios masivos de comunicación.

Después del "boom" que fuera instalado por los medios al aprobarse el proyecto, el debate debe continuar en distintos sectores, entre ellos, la escuela, como principal referente para cristalizar los nuevos valores en las futuras generaciones y así lograr consensuar opiniones para evitar casos como la censura, discriminación y violencia.

De nosotros depende que esta utopía se transforme en una realidad cotidiana y el tema deje de ser "tabú" para incorporarse en lo social, sin prejuicios ni "tapujos" de ningún tipo.

Bibliografía

Amossy, Ruth y Herschberg, Pierrot Anne (2001), Estereotipos y clichés, Buenos Aires, EUDEBA.

Barreriro Telma (2006), Violencia y escuela. En Novedades Educativas, Buenos Aires, nº 187.

Brusilovsky, Silvia (1986), ¿Criticar la educación o formar educadores críticos?, Buenos Aires, Coquena Grupo Editor S. R. L. Libros del Quirquincho.

Cohendoz, Mónica (208), 21/ Género (gender). En: Amícola, José y De diego, José Luis, La teoría literaria hoy, Buenos Aires, Ediciones Al Margen.

Frigerio Graciela y Poggi, Margarita (1992), Las Instituciones Educativas, Cara y Ceca, Buenos Aires, Kapelúsz.

Gomiz Lorenzo, Teoría del periodismo, Cómo se forma el presente, Buenos Aires, Paidós, 1991.

Gvirtz, Silvana y ots. (2008), La Educación ayer, hoy y mañana, Buenos Aires, Editorial Aique.

Iriarte Besso j., Llera Billoni y otros. (1992). La Sexualidad adulta, Enciclopedia de la Psicología. Tomo 6 – Edit. Océano. Barcelona, ESPAÑA. (Págs. 87-123),

León José A. (1996), Prensa y educación. Un enfoque cognitivo, Buenos Aires, Aique.

Moderador, La diferencia entre "ser" y "promover". En: Crónicas de Nuestro Tiempo. Artículo: Declaraciones del actor inglés Rupert Everett. 21-05-2012.

Prawda Ana, Clima institucional y resolución de conflictos, En: Novedades Educativas, Nº 139.

Pauluzzi (2002), Educación. Sexo y prevención de la violencia, Buenos Aires, Norma.

 

 

Autor:

Jorge Marín

Periodista, escritor y docente especializado en ciencias de la comunicación. Es autor de Los cuentos de Germán (narrativa), Villa Mitre, la reina de la villas, Gramáticas Interactivas, Arte Digital, Mythos (ensayos), y Las cosas que se te ocurren, ¿Quién sos?, El mufa (teatro). Colabora con artículos en la revista Voces, perteneciente al I.S.F.D. Nº 3.

[1] La construcción de lo social se encuentra conformado por el “imaginario colectivo”, algo así como la unión de fuerzas antagónicas: “un conjunto de imágenes y de representaciones –generalmente inconscientes– que, producidas por cada sujeto y por cada grupo social, se interponen entre el productor y los otros sujetos tiñendo sus relaciones, sean éstas interpersonales, sociales o vínculos con el conocimiento” (Frigerio y ot., 1992: 14).

[2] El sentido común está conformado por aquellos “procesos y categorías cognoscitivas con los que un sujeto hace inteligible una situación o toma de acciones, poniendo en juego conocimientos o informaciones provenientes del saber cotidiano y utilizándolos en forma poco flexibles en cuestionar la relación entre la situación que les dio origen y aquella en la que se aplica y con escasa preocupación por poner a prueba las aseveraciones” (Brusilovsky, 1992: 42).

[3] “…la oposición cae en el juego patriarcal del opresor y el oprimido; por ello, es necesario encontrar una nueva significación para cada uno de los términos a partir de ellos mismos. No se trata ya de asumir la diferencia, sino de generar diferencias productoras de múltiples voces, registros y experiencias” (Cohendoz, 2008: 288).

[4] “Frente a los movimientos que promueven la integración y el reconocimiento de los derechos civiles de gays y lesbianas, los representantes del ataque Queer sostienen una postura más radical: por ejemplo, Beatriz Preciado quien en su Manifiesto contrasexual (2002) proclama la liquidación de toda la serie de binomios tradicionales que han servido como fundamento de la filosofía moderna y de la reflexión feminista, así como de ciertas teorías gays: las oposiciones homosexualidad/heterosexualidad, hombre/mujer, masculino/femenino, naturaleza/tecnología” (Cohendoz, 2008: 285).

[5] El lugar común, que puede ser interpretado como “una banalidad, pero a veces ineludible; es una banalidad, pero tan universalmente aceptada que toma el nombre de verdad. La mayor parte de las verdades que corren por el mundo (las verdades son buenas corredoras) pueden ser vistas como lugares comunes, es decir, asociaciones de ideas comunes a un gran número de hombres, que casi ninguno de esos hombres osaría quebrar de manera deliberada” (Gourmont R, 1900: 84-85) (citado por Amossy y ot, 2001: 24).

[6] “Butler toma prestado de la lingüística el concepto de perfomatividad, para afirmar que el lenguaje que se refiere a los cuerpos o al sexo no hace sólo una constatación o una descripción de esos cuerpos, sino que, en el instante mismo de la nominación “hace” aquello que nombra, esto es, al decir, produce los cuerpos y los sujetos” (Cohendoz, 2008: 286).

[7] “No hay autoconstrucción, sino una dependencia de un sistema previo, una especie de máquina discursiva que produce sujetos. El sujeto emerge dentro de una matriz determinante en la que se establecen a priori y naturalizados los géneros; es producido por efecto de una identificación en el mapa de la binariedad heterosexual, especie de rejilla a través de la que se naturalizan los cuerpos para responder al modelo sexual establecido. Esta norma heterosexual constituye un sistema de exclusiones, cuyo efecto es distinguir lo legítimo de lo abyecto. Puesta en discusión la norma, promueve una conciencia reflexiva sobre el lenguaje cuyo uso se transforma en un espacio de disputa política: ya sea por el género, ya sea por la etnia o por el sector social de pertinencia” (Cohendoz, 2008: 287-288).

[8] “En tanto el sujeto está constituido a través de un proceso de diferenciación, ‘los actos de diferenciación lo distinguen de un exterior constitutivo, un dominio de alteridad degradada, asociada convencionalmente a lo femenino, pero no exclusivamente’ (Butler, 1990: 13). Por lo tanto la capacidad de actuar es siempre una prerrogativa política” (Cohendoz, 2008: 287).

[9] “Tanto el cuerpo como el discurso son conceptualizados desde los estudios de género para abordar el valor crítico de las operaciones de transgresión de la norma heterosexual. Así, los estudios de género vienen ahora a cuestionar los fundamentos mismos de las ciencias sociales para revisar no sólo la noción de sujeto en las teorías científicas, sino también del sujeto productor de esas mismas teorías” (Cohendoz, 2008: 284).

[10] “… la socialización primaria se produce en la niñez. En este proceso, el niño adquiere el lenguaje y ciertos esquemas para comprender y actuar sobre la realidad. Internalizar el mundo de los otros. Si bien esta socialización varía de una cultura a la otra, de un grupo social a otro y de una época a otra, siempre tiene un componente emocional o afecto muy intenso. Los aprendizajes producidos en esta etapa de la vida son difíciles de revertir. Se trata de la socialización que los niños reciben de su familia o de las personas que lo cuidan” (Cvirtz, Silvina y otros, 2008:29).

[11] “La socialización secundaria se realiza en las instituciones. No implica un componente emocional tan intenso como el de la socialización primaria, sino que se trata del aprendizaje de roles, es decir, de formas de comportamiento y de conocimiento que se esperan para actuar en determinados lugares sociales, como son el rol del maestro, del médico o del alumno” (Cvirtz, Silvina y otros, 2008:29).

[12] El “reality show” es un formato televisivo que muestra un “juego” que intenta parecerse a lo real, pero todo el mundo conoce las reglas y se hace cargo. Una percepción distorsionada de lo real, con una visión esquemática, parcial y dualista: el poder de las imágenes parecen reales, pero son ficticias. “Las escenas pueden provocar sentimientos y emociones diversas: tensión, miedo, alegría, etc., exactamente igual que si viéramos algo parecido a esas escenas en la vida real y ni siquiera un profesional de la crítica televisiva, habituado a ver la TV, en cuanto producto de manos humanas y no de la naturaleza, está libre de ser transportado por aquellas imágenes ficticias que ve en la pantalla” (León, 2005: 114).

[13] “El sujeto “homosexual” se concreta mediante un proceso en el que es sometido a la violencia del orden simbólico, por la que el cuerpo es percibido como extraño al entrar en la zona de la significación; este sujeto es interpelado por lo abyecto del sistema simbólico heterosexual, resignifica el orden discursivo y con ello hace proliferar las identidades más allá de los modelos binarios heterosexuales…” (Cohendoz, 2008: 289).