4) Estadio operacional formal: éste lo ubicamos entre los 11 años hasta la adolescencia, los jóvenes ya en esta etapa pueden razonar de manera hipotética y en ausencia de pruebas materiales. Asimismo está en condiciones de formular hipótesis y ponerlas a prueba para hallar las soluciones reales de los problemas entre varias soluciones posibles, alcanzando en esa oportunidad el razonamiento hipotético deductivo.
Continuando con Wallon[2]también existe un sistema clasificatorio de las etapas del desarrollo. Para él, el objeto de la psicología era el estudio del hombre en contacto con lo real, que abarca desde los primitivos reflejos hasta los niveles superiores del comportamiento.
Plantea la necesidad de tener en cuenta los niveles orgánicos y sociales para explicar cualquier comportamiento, ya que, según este autor, el hombre es un ser eminentemente social. Para él, el ser humano se desarrolla según el nivel general del medio al que pertenece, así pues para distintos medios se dan distintos individuos. Por otro lado, el desarrollo psíquico no se hace automáticamente, sino que necesita de un aprendizaje, a través del contacto con el medio ambiente.
Considera, este autor, que la infancia humana tiene un significado propio y un papel fundamental que es de la formación del hombre. En este proceso de la infancia se producen momentos críticos del desarrollo, donde son más fáciles determinados aprendizajes. Wallon intenta encontrar el origen de la inteligencia y el origen del carácter, buscando las interrelaciones entre las diferentes funciones que están presentes en el desarrollo. Un estadio, para Wallon, es un momento de la evolución con un determinado tipo de comportamiento.
Para Piaget[3]este es un proceso más continuo y lineal. En cambio, para Wallon, es un proceso discontinuo, con crisis y saltos apreciables. Si en Piaget las estructuras cambian y las funciones no varían, en Wallon las estructuras y funciones cambian.
Otra diferencia con Piaget es que mientras que él utiliza un enfoque unidimensional en su estudio del desarrollo, Wallon utiliza un enfoque pluridimensional.
Seis son los estadios que propone Wallon en su estudio:
5) Estadio impulsivo
6) Estadio emocional
7) Estadio sensoriomotor y proyectivo
8) Estadio del personalismo
9) Estadio categorial
10) Estadio de la adolescencia
1) Estadio impulsivo: Abarca desde el nacimiento hasta los cinco o seis meses. Este es el periodo que Wallon llamaría de la actividad preconsciente, al no existir todavía un ser psíquico completo. No hay coordinación clara de los movimientos de los niños en este periodo y el tipo de movimientos que se dan son fundamentalmente impulsivos y sin sentido. En este estadio todavía no están diferenciadas las funciones de los músculos, es decir, la función tónica (indica el nivel de tensión y postura) y la función clónica (de contracción-extensión de un músculo).
2) Estadio emocional: Empieza en los seis meses y termina al final del primer año. La emoción en este periodo es dominante en el niño y tiene su base en las diferenciaciones del tono muscular, que hace posible las relaciones y las posturas.
3) Estadio sensoriomotor y proyectivo: Abarca desde el primero al tercer año. Este es el periodo más complejo. En él, la actividad del niño se orienta hacia el mundo exterior y con ello a la comprensión de todo lo que le rodea. Se produce en el niño un mecanismo de exploración que le permite identificar y localizar objetos. El lenguaje aparece alrededor de los doce o catorce meses, a través de la imitación; con él enriquece su propia comunicación con los demás (que antes era exclusivamente emocional). También, en este periodo se produce el proceso de andar en el niño, el cual incrementa su capacidad de investigación y búsqueda. Aunque el niño puede conocer y explorar en esta edad, no puede depender todavía de sí mismo y se siente incapaz de manejarse solo, cosa que resolverá a partir de los tres años con el paso al siguiente estadio.
4) Estadio del personalismo: Comprende de los tres a los seis años. En este estadio se produce la consolidación (aunque no definitiva) de la personalidad del niño. Presenta una oposición hacia las personas que le rodean, debido al deseo de ser distinto y de manifestar su propio yo. A partir de los tres años toma conciencia de que él tiene un cuerpo propio y distinto a los demás, con expresiones y emociones propias, las cuales quiere hacerlas valer y por eso se opone a los demás, de aquí la conducta de oposición.
5) Estadio categorial: De los seis a los once años. Este estadio está marcado por el significativo avance en el conocimiento y explicación de las cosas. Se producen las construcciones de la categoría de la inteligencia por medio del pensamiento categorial.
6) Estadio de la adolescencia: Se caracteriza por una capacidad de conocimiento altamente desarrollada y, por otro lado, se caracteriza por una inmadurez afectiva y de personalidad, lo cual produce un conflicto, que debe ser superado para un normal desarrollo de la personalidad.
Tomando a Winnicott, podemos decir que los "objetos transicionales" y "fenómenos transicionales" son la zona intermedia de experiencia, entre el pulgar y el osito, entre el erotismo oral y la verdadera relación de objeto, entre la actividad creadora primaria y la proyección de lo que ya se ha introyectado.
Existe un estado intermedio entre la incapacidad del bebé para reconocer y aceptar la realidad y su creciente capacidad para ello. La sustancia de la ilusión, lo que se permite al niño y lo que en la vida adulta es inherente del arte y la religión.
En el desarrollo de un niño pequeño aparece, tarde o temprano, una tendencia a entretejer en la trama personal objetos-distintos-que-yo. En cierta medida, estos objetos representan el pecho materno.
Las experiencias funcionales (experiencia autoerótica como la succión del pulgar con la otra mano el bebé toma un objeto exterior –sábana o frazada- y lo introduce en la boca junto con los dedos; o el trozo de tela se aferra y succiona de alguna manera, o no se lo succiona; o desde los primeros meses el bebé arranca lana y la reúne y la usa para la parte acariciadora de la actividad; o se producen movimientos de masticación, acompañados por sonidos de "mam-mam", balbuceos, etc) van acompañadas por la formación de pensamientos o de fantasías (objetos transicionales). Los padres llegan a conocer su valor.
Las pautas establecidas en la infancia pueden persistir en la niñez, de modo que el primer objeto blando sigue siendo una necesidad absoluta a la hora de acostarse, o en momentos de soledad, o cuando existe el peligro de un estado de ánimo deprimido. La necesidad de un objeto o de una pauta de conducta específicos, que comenzó a edad muy temprana, puede reaparecer más adelante, cuando se presente la amenaza de una privación.
Cuando el bebé empieza a usar sonidos organizados ("mam", "ta", "da") puede aparecer una palabra para nombrar al objeto transicional. Es frecuente que el nombre que da a esos primeros objetos tenga importancia y por lo general contiene en parte una palabra empleada por los adultos.
A veces no existe un objeto transicional aparte de la madre misma. O el bebé se siente tan perturbado en su desarrollo emocional, que no le resulta posible gozar del estado de transición, o bien se quiebra la secuencia de los objetos usados.
Las cualidades especiales de la relación con el objeto consisten en que el bebé adquiere derechos sobre el mismo. Pero desde el comienzo existe como característica cierta anulación de la omnipotencia. El objeto es acunado con afecto y al mismo tiempo amado y mutilado con excitación. Nunca debe cambiar, a menos de que lo cambie el propio bebé. Tiene que sobrevivir al amor instintivo, así como al odio y si se trata de una característica, a la agresión pura. Pero al bebé debe parecerle que irradia calor, o que se mueve, o que posee cierta textura, o que hace algo que parece demostrar que posee una vitalidad o una realidad propia. Proviene de afuera desde nuestro punto de vista, pero no para el bebé. Se permite que su destino sufra una descarga gradual. No se lo olvida ni se lo llora. Pierde significación.
Es cierto que un trozo de frazada (o lo que fuere) simboliza un objeto parcial, como el pecho materno. Pero lo que importa no es tanto su valor simbólico como su realidad.
Cuando se emplea el simbolismo el niño ya distingue con claridad entre la fantasía y los hechos, entre los objetos internos y los externos, entre la creatividad primaria y la percepción. El término de objeto transicional deja lugar para el proceso de adquisición de la capacidad para aceptar diferencias y semejanzas.
Algunos comentarios basados en la teoría psicoanalítica, afirman que a) el objeto transicional representa el pecho materno, o el objeto de la primera relación. b) es anterior a la prueba de realidad establecida. c) en relación con el objeto transicional el bebé pasa del dominio omnipotente (mágico) al dominio por manipulación (que implica el erotismo muscular y el placer de la coordinación). d) a la larga el objeto transicional puede convertirse en un objeto fetiche y por lo tanto persistir como una característica de la vida sexual adulta. e) a consecuencia de la organización erótica anal, el objeto transicional puede representar las heces (pero no se debe a ello que llegue a tener mal olor y a no ser lavado).
Según Klein (en el texto "A qué jugamos con los bebés precursores del Fort-da" de Silvia Peaguda) el objeto transicional no es un objeto interno; es una posesión. Pero (para el bebé) tampoco es un objeto exterior.
El bebé puede emplear un objeto transicional cuando el objeto interno está vivo, es real y lo bastante bueno (no demasiado persecutorio). Pero ese objeto interno depende, de la existencia, vivacidad y conducta del objeto exterior. El fracaso de éste último en el cumplimiento de alguna función esencial lleva en forma indirecta al carácter inerte o a una cualidad persecutoria del objeto interno. Cuando subsiste la característica de insuficiencia del objeto exterior, el interior deja de tener significado para el bebé y entonces, el objeto transicional se vuelve también carente de sentido. Este último puede representar el "pecho externo" pero en forma indirecta, debido a que se representa un pecho "interno".
Un niño no tiene la menor posibilidad de pasar del principio del placer al de realidad, o a la identificación primaria y más allá de ella, si no existe una madre lo bastante buena. La "madre" lo bastante buena (que no tiene por qué ser la del niño) es la que lleva a cabo la adaptación activa a las necesidades de éste y que la disminuye poco a poco, según la creciente capacidad del niño para hacer frente al fracaso en materia de adaptación y para tolerar los resultados de la frustración.
La madre bastante buena comienza con una adaptación casi total a las necesidades de su hijo y a medida que pasa el tiempo se adapta poco a poco, en forma cada vez menos completa, en consonancia con la creciente capacidad de su hijo para encarar ese retroceso.
Entre los medios con que cuenta el bebé para enfrentar ese retiro materno se cuentan los siguientes: a) su experiencia, repetida a menudo, en el sentido de que la frustración tiene un límite de tiempo. Es claro que al comienzo este debe ser breve. b) una creciente percepción del proceso. c) el comienzo de la actividad mental. d) la utilización de satisfacciones autoeróticas. e) el recuerdo, el revivir experiencias, las fantasías, los sueños; la integración de pasado, presente y futuro.
Si todo va bien, el bebé puede incluso llegar a sacar provecho de la experiencia de frustración, puesto que la adaptación incompleta a la necesidad hace que los objetos sean reales, es decir, odiados tanto como amados. La consecuencia es que el bebé puede resultar perturbado por una adaptación estrecha a la necesidad, cuando dicha adaptación continúa durante demasiado tiempo y no se permite su disminución natural, puesto que la adaptación exacta se parece a la magia y el objeto que se comporta a la perfección no es mucho más que una alucinación.
Al comienzo, la madre ofrece al bebé la oportunidad de crearse la ilusión de que su pecho es parte de él. La tarea posterior de la madre consiste en desilusionar al bebé en forma gradual, pero no lo logrará si al principio no le ofreció suficientes oportunidades de ilusión.
El bebé crea el pecho una y otra vez a partir de su capacidad de amor o de su necesidad.
Los fenómenos transicionales representan las primeras etapas del uso de la ilusión, sin las cuales no tiene sentido para el ser humano la idea de una relación con un objeto que otros perciben como exterior a ese ser.
Cuando la adaptación a las necesidades del bebé es lo bastante buena, produce en éste la ilusión de que existe una realidad exterior que corresponde a su propia capacidad de crear. En otras palabras, hay una superposición entre lo que la madre proporciona y lo que el bebé puede concebir al respecto.
El aspecto de la ilusión es intrínseco de los seres humanos. Si las cosas salen bien en ese proceso de desilusión gradual, queda preparado el escenario para las frustraciones que se denominarán "destete".
Si la ilusión-desilusión toma un camino equivocado, el bebé no puede recibir algo tan normal como el destete.
En la infancia la zona intermedia es necesaria para la iniciación de una relación entre el niño y el mundo y la posibilidad una crianza lo bastante buena en la primera fase crítica. Para todo ello es esencial la continuidad (en el tiempo) del ambiente emocional exterior y de determinados elementos del medio físico, tales como los objetos transicionales.
Cuando se encuentra ausente la madre, o alguna persona de la cual depende el bebé, no se produce un cambio inmediato porque éste tiene un recuerdo o imagen mental de la madre, lo que podemos denominar una representación interna de ella. Cuando ello se produce, los fenómenos transicionales se vuelven poco a poco carentes de sentido y el bebé no puede experimentarlos. Presenciamos entonces la descarga del objeto. Antes de la pérdida vemos a veces la exageración del empleo del objeto transicional como parte de la negación de que exista el peligro de la desaparición de su sentido.
Para Spitz, las señales afectivas generadas por la disposición de ánimo maternal se convierten en una forma de comunicación con el infante.
Puesto que la experiencia afectiva, en el marco de las relaciones madre e hijo actúa durante el primer año de vida como un tractor roturador para el desarrollo de todos los otros sectores, se deduce que el establecimiento del precursor del objeto libidinal inicia también el comienzo de la racionalidad con las "cosas"
Es de suprema importancia que la primera relación del infante sea con un congénere humano, pues todas las relaciones sociales posteriores se basarán en esa relación.
Los afectos placenteros surgen en el transcurso de los tres primeros meses de vida, siendo la respuesta sonriente su manifestación más notable. Las manifestaciones de displacer siguen un rumbo estrechamente paralelo; se vuelven más y más específicas en el curso de los tres primeros meses de vida. Al comienzo del cuarto, el niño expresa su desagrado al abandonarle su pareja humana. Pero así como el infante a esa edad no sonreirá (de un modo seguro) a nada que no sea el rostro humano, tampoco mostrará desagrado cuando le quitemos un juguete suyo o algún otro objeto familiar; llora sólo cuando su compañero humano de juego interrumpe éste y lo abandona.
Alrededor del sexto mes, la especificación de la respuesta sonriente y de la respuesta de desagrado se hace más señaladas y se extienden a un número menos creciente de estímulos, incluyendo aquellos conectados con "cosas". Ahora el niño llorará, no sólo cuando le deja su compañera de juego, sino también cuando le quitan su juguete. En la segunda mitad del primer año se vuelve capaz de seleccionar su juguete favorito, entre otras varias cosas.
La respuesta sonriente es el indicador afectivo de la satisfacción que se espera de la necesidad; es decir, el indicador de una descarga de tensión.
Los rastros mnémicos de esas dos experiencias –placenteras y de displacer- servirán para reconocer la recurrencia de hechos dados semejantes. Estas son las dos experiencias afectivas principales en la primera infancia.
Entre los ocho y los diez meses de vida, el papel de los dos efectos primarios, el placer y el displacer, no es difícil de detectar en el desarrollo del infante. Pero luego, al mes, se hace más oscuro su papel, porque entonces uno de los dos afectos parece actuar sobre el otro en formas complicadas e imprevistas.
El privar al infante del afecto de displacer, durante el transcurso del primer año de vida, es tan dañino como privarle del afecto de placer. Dejar inactivo a cualquier de estos afectos trastornará el equilibrio del desarrollo. La importancia de la frustración para el progreso del desarrollo no puede ser sobreestimada, sin embargo; después la naturaleza misma lo impone. Las reiteradas e insistentes frustraciones de la sed y del hambre seguirán; éstas obligarán al infante a volverse activo, a buscar y a incorporar el alimento (en lugar de recibirlo pasivamente por medio del cordón umbilical) y a activar y desarrollar la percepción. El siguiente paso importante es el destete, que impone la separación de la madre y acrecienta la proporción de autonomía; y así sigue paso a paso.
Sin displacer, sin esa proporción de frustración, adecuada a la edad, no es posible ningún desarrollo satisfactorio del yo.
Entre el sexto y el octavo mes se produce un cambio decisivo en la conducta del niño hacia los otros. El infante distingue claramente entre el amigo y el extraño. Si uno de éstos está cerca de él, hará que entre en funciones una conducta típica, característica e inconfundible del infante; dará muestras de diversas intensidades de recelo y de angustia y rechazará al desconocido.
Aproximadamente a la octava semana, el medio circundante ha aprendido ya a distinguir cuando el niño tiene hambre, cuando le duele el vientre y cuando expresa el deseo de que le entretengan.
Por el tercer mes de vida, las huellas mnémicas de una serie de señales dirigidas por el niño hacia el medio circundante quedan codificadas en su aparato psíquico. Así el pequeño h llegado a dominar lo que Karl Buhler[4]denominó "la llamada", es decir, la capacidad para volverse hacia el medio e indicar su necesidad.
Los gritos de hambre, seguidos de la satisfacción, constituyen la base del sentimiento de omnipotencia que es una etapa del sentido de la realidad. Aquí tenemos la transición desde la etapa de la manifestación pura a la etapa de petición de lo que se desea. Éste es el primer paso importante que da comienzo a la comunicación y que, finalmente, lleva a la comunicación con la ayuda de señales semánticas.
En la angustia del octavo mes, la hipótesis de que el niño responde a la ausencia de la madre con desagrado es la más posible. Si reacciona al enfrentarse con un desconocido, es porque éste no es su madre: su madre "lo ha dejado".
En las semanas que siguen inmediatamente a los primeros indicios de la angustia del octavo mes, hacen su aparición muchos patrones de conducta, realizaciones y relaciones. Ante todo el más destacado entre ellos es la emergencia de nuevas formas de relaciones sociales. La comprensión de los ademanes sociales y su uso, como vehículo de comunicación recíproca, de comienzo. Esto es más impresionante en la comprensión de las prohibiciones y órdenes y su respuesta a ellas.
El avance en la comprensión de las relaciones sociales es también evidente en la participación creciente del niño en los juegos de reciprocidad social.
Esto contraste con el niño de tres meses, para el cual un rostro humano es lo mismo que otro, pues para él sólo representa una Gestalt signo de la satisfacción de la necesidad. No obstante, cuando el desconocido se acerca al niño de ocho meses, se siente burlado, en su deseo de tener a su madre con él. La angustia que manifiesta no es en respuesta al recuerdo de una experiencia desagradable con el desconocido; es en respuesta de su percepción de que el rostro del desconocido no coincide con las huellas anémicas del rostro de la madre.
Como la respuesta sonriente a la edad de tres meses, la angustia del octavo mes, señala una etapa diferente en el desarrollo de la organización psíquica.
Una vez que el objeto queda establecido, el niño ya no confunde nada con él. Esta exclusividad confiada permite al niño formar vínculos estrechos que confieren al objeto propiedades únicas.
Alrededor de los seis meses, la creciente influencia del yo se hace sentir por la integración de huellas mnémicas de experiencias repetidas innumerables veces y por los intercambios que tiene el hijo con la madre. Finalmente, de esto resulta la fusión de las imágenes de los dos preobjetos: "la madre buena" y la "madre mala". Surge una sola madre, el objeto libidinal propiamente dicho. La persona de la madre atraerá hacia sí los impulsos agresivos del infante, así como sus impulsos libidinales. La fusión de los dos impulsos y la fusión del objeto bueno y malo en uno, a saber: el objeto libidinal, son por lo tanto, las dos facetas de uno y el mismo proceso. En consecuencia, el buen objeto parece predominar en esta fusión, a lo que se debe, probablemente, que al objeto libidinal se le denomine también objeto amoroso.
En el nivel afectivo, empieza a surgir una matización sutil de actitudes emocionales. Los celos, la cólera, la envidia, el sentido de posesión, de una parte y de otra el amor, el afecto, el apego, la alegría, el placer, pueden observarse hacia el fin del primer año de vida.
La diferenciación de esos nuevos matices de emociones, es un resultado del despliegue de relaciones de objeto más complejas, que también estimulan la formación de ciertos mecanismos de defensa, hacia el final del primer año de vida.
La actitud de la madre, el clima emocional con que subviene a las necesidades del infante, son de importancia decisiva para el desarrollo de la imitación –que aparece entre los ocho y diez meses, después del establecimiento del segundo organizador-. La actitud materna es aún más importante para el proceso dinámico, a través del cual los mecanismos de identificación se establecerán. El clima emocional dentro de la díada es una influencia que facilita o dificulta los intentos del infante por convertirse en su madre y actuar como actúa ella.
La adquisición de patrones de acción, el dominio de la imitación y el funcionamiento de la identificación, son artificios que permiten al niño lograr una autonomía creciente de su madre.
Retomando a Winnicott en su texto "El papel de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño" plantea la siguiente pregunta: ¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la madre? La madre refleja su propio estado de ánimo o, peor aún, la rigidez de sus propias defensas. En este caso, muchos bebés tienen una larga experiencia de no recibir de vuelta lo que dan; miran y no se ven a sí mismos. Surgen consecuencias. Primero empieza a atrofiarse su capacidad creadora y de una u otra manera buscan en derredor otras formas de conseguir que el ambiente les devuelva algo de sí. Es posible que lo logren con otros modos y los niños ciegos necesitan reflejarse a sí mismos por medio de otros sentidos que no sean la vista. El que así es tratado crecerá con desconcierto en lo que respecta a los espejos y a lo que estos pueden ofrecer.
La falta de cuidados maternos, tal como lo sostiene Bowly (en el texto de Claudia Gerstenhaber) puede llevar a un desajuste en la integración social y a dificultades en las relaciones interpersonales.
El informe de Bowly se ocupa principalmente del problema de la privación (ausencia de algo que se necesita). La falta de cuidado materno es dañosa para el niño y tiene consecuencias severas a largo plazo.
Según Ausubel en el texto "El desarrollo infantil" ; los niños son más susceptibles al miedo cuando los rodea una atmósfera de aprehensión como inseguridad y hostilidad, cuando se los abruma prematuramente con problemas y preocupaciones propias de los adultos y cuando se los somete de manera constante a la amenaza, intimidación y exigencias que están por encima de su capacidad. También se muestran más temerosos cuando los padres los sobreprotegen o les manifiestan su propio temor puesto que el miedo no sólo es una emoción contagiosa sino que en este caso también priva a los niños de una fuente principal de apoyo y confianza. Por lo tanto, existe una elevada correlación positiva entre la cantidad de miedos que poseen los niños y las de sus madres.
Las crisis de llanto son una muestra de la necesidad que tiene el niño de restituir su vivencia de unidad, amenazada por la negativa a satisfacer su demanda, por la demora o por la ruptura en la comunicación. En los niños de pecho la crisis tono-emocional, descripta por Wallon, es la caricatura del estado de tensión: el niño enrojece, grita, sus dedos están contraídos en su puño cerrado, los brazos plegados, las piernas tensas, la comunicación exterior se ha roto, toda exploración es imposible.
Pueden presentarse situaciones desfavorables para el desarrollo cuando en la interpretación parental queda enmascarado el verdadero sentido de los síntomas. Tal sería el caso de un niño marcadamente hipotónico que su madre interpreta como tranquilo. O en el extremo opuesto, el festejo de la hiperkinesia como vivacidad. Son múltiples las posibilidades de interpretación respecto de las variantes tónicas normales y patológicas, pero no caben dudas acerca de que el tono muscular y sus mecanismos constitucionales tienen importante influencia en la relación madre-hijo. Es fácil imaginar cómo un retardo en la maduración trastoca todos los esquemas de la madre, pudiéndose iniciar de esta manera también una difícil relación con el niño.
Las relaciones incorrectas madre-hijo pueden llevar a una diversidad de perturbaciones del niño. Relaciones donde la personalidad de la madre es incapaz de ofrecer al niño una relación normal, o que por razones de su personalidad, la madre es compelida a perturbar la relación normal. En uno u otro caso, podemos decir que la personalidad materna actúa como agente provocador de la enfermedad, como una toxina psicológica. Por esta razón, Spitz ha llamado a este grupo de perturbaciones en las relaciones de objeto, o más bien a sus consecuencias, enfermedades psicotóxicas de la infancia. Distinguió una serie de patrones de conducta maternal dañinos, cada uno de los cuales parece estar vinculado con una perturbación psicotóxica, específica del infante. Los patrones de conducta maternos son:
1) franca repulsa primaria
2) tolerancia excesiva angustiosa primaria
3) hostilidad enmascarada de angustia
4) fluctuaciones entre el mimo y la hostilidad
5) oscilaciones cíclicas del humor de la madre
6) hostilidad conscientemente compensada
1) franca repulsa primaria:
–Repulsa activa primaria: en este síndrome la actitud maternal consiste en una repulsa global de la maternidad; repulsa que incluye tanto el embarazo como al niño y probablemente también muchos aspectos de la sexualidad genital.
–Repulsa pasiva primaria: la reacción del recién nacido hacia la madre, que no quiere aceptarlo. En los casos extremos, el recién nacido se vuelve comatoso, extremadamente pálido y de sensibilidad reducida. Esos casos parecen hallarse en estado de shock.
La repulsa pasiva maternal no está dirigida contra el niño como individuo, sino contra el hecho de haberlo tenido. Es decir, se trata de una repulsa de la maternidad, de una repulsa sin objeto. Esta actitud puede existir sólo durante las primeras semanas después del parto y durante los dos primeros meses. Después, cuando el niño empieza a desarrollarse, su individualidad específica, su personalidad empieza a hacerse sentir y la hostilidad materna se hace también más específica, más dirigida hacia lo que es su hijo, a saber: un individuo diferente de todos los demás. Las actitudes de estas madres, su hostilidad generalizada a la maternidad, provienen de su propia historia personal, de sus relaciones con el padre del niño, de la manera en que ellos lograron o no lograron resolver su propio conflicto de Edipo y su angustia de castración. Es completamente lógico que los síntomas manifiestos de las perturbaciones del niño en estos casos, se expresan a través de síntomas orales, como una parálisis en la incorporación durante los primeros días de vida y como el vómito en una etapa un poco avanzada.
2) La tolerancia excesiva angustiosa primaria es una actitud maternal que puede ser considerada una subdivisión, es decir, una protección maternal excesiva. Relacionada con la tolerancia excesiva angustiosa está la perturbación que Spock ("Consideraciones sobre el autismo" de Juan José Calzetta) ha llamado "el cólico de los tres meses" que es un cuadro clínico conocidísimo; después de la tercera semana de vida y continuando hasta el fin del tercer mes de vida, el infante empieza a quejarse a gritos por la tarde. El alimento puede calmarlo pero sólo temporalmente. Dentro de un tiempo relativamente corto vuelve a dar muestras de síntomas dolorosos de cólicos. Estos duran varias horas y luego cesan, reanudándose a la tarde siguiente. Hacia el fin del tercer mes, las perturbaciones tienen la tendencia a desaparecer de un modo tan inexplicable como cuando aparecieron.
Se ha establecido un círculo vicioso entre la híper- tonicidad del infante y el exceso de tolerancia angustiosa de la madre, en particular, cuando se pone en práctica el plan de alimentación de la auto-demanda. Se puede presumir con certeza que una madre excesivamente solícita reacciona a toda manifestación de desagrado de su bebé, alimentándolo o amamantándolo. Existen dos formas de amamantamiento: a) la ingestión del alimento como tal, que satisface y sacia el hambre y la sed simultáneamente y b) la descarga de la tensión. El cuerpo tiene como respuesta el reflejo de succionar. Durante las primeras semanas de vida, la elevación de la tensión se descargará mediante la actividad oral, por lo tanto, una madre excesivamente preocupada es menos capaz de distinguir si el niño tiene realmente hambre, o si grita por otras razones.
Al llegar aquí, la híper- tonicidad constitucional, la complacencia somática del infante, se funde con el exceso de preocupación psicológica de la madre. El sistema digestivo es más activo, tiene un peristaltismo más rápido y el exceso de alimento puede producir una actividad intestinal excesiva. De esto resulta un círculo vicioso: el niño hipertónico es incapaz de deshacerse de su tensión normalmente, en el curso del proceso de mamar. La madre, excesivamente solícita, alimenta al niño inmediatamente otra vez, con una sumisión exagerada a los dogmas de la auto-demanda. No obstante, el alimento que el infante ha injerido recarga de nuevo el sistema digestivo, acrecienta la tensión y origina un recrudecimiento del estado de displacer, lo que lleva a la repetición del cólico y de los gritos. La madre ansiosa, es capaz de interpretar los gritos del niño sólo dentro del marco de la auto-demanda y alimentará una vez más al niño, prosiguiendo de ese modo el círculo vicioso.
Cuando el infante logra descargar la tensión por otros medios que no son el oral, sus demandas vocales sobre la madre disminuyen; y así se interrumpirá el círculo vicioso de la tensión, resultante del amamantamiento por auto-demanda y de la auto-demanda que lleva al cólico. Pero después del tercer mes las energías del infante están canalizadas en otras actividades y el nivel de la tensión desciende.
3) La hostilidad enmascarada de ansiedad (eczena infantil). La actitud de la inmensa mayoría de las madres cuyos hijos sufren eczema infantil, es angustia manifiesta, sobre todo acerca de sus hijos. Pronto quedó claro que esta angustia manifiesta correspondía a la presencia de cantidades inusitadamente grandes de hostilidad inconsciente reprimida. Esas madres también tienen otras notables peculiaridades; no les gusta tocar a sus hijos. Al mismo tiempo, se preocupan por la fragilidad, la vulnerabilidad de sus niños. Esta preocupación exagerada es una compensación excesiva de la hostilidad inconsciente. Los actos de esas madres se contradicen con lo que dicen.
4) Fluctuaciones entre el mimo y la hostilidad (cabeceo de los infantes). Antes de la edad de seis meses el cabeceo es raro y, sin embargo, cuando se produce se efectúa en posición supina. Por lo general, los niños llevan a cabo esta actividad cabeceante después de los seis meses, puestos de codos y de rodillas. Después de los diez meses, el cabeceo puede efectuarse en pie.
Cuando el cabeceo en la infancia adopta un giro patológico, se convierte en la actividad principal del niño, afectado por este estado y viene a sustituir a la mayoría de las actividades habituales corrientes de esa edad.
La relación entre los niños cabeceantes y sus madres es muy peculiar. Las madres de estos niños tienen personalidades extravertidas e infantiles, con una predisposición al contacto intensivo, positivo y carecen de control sobre su agresividad, la cual se expresa en explosiones frecuentes de emociones negativas y de una hostilidad manifiesta violentamente.
La conducta de la madre, autocontradictoria e inconsecuente, lleva al niño a almacenar en su memoria representaciones objeto-conflictivas.
La única actividad autoerótica que no requiere selección y singularización de "objeto" privilegiado es el cabeceo, pues, al cabecear, todo el cuerpo del infante queda sujeto a una estimulación autoerótica. Esta actividad no tiene objeto, o más bien el objeto activado es el objeto del impulso narcisístico primario. Los infantes cabeceantes son retardados (uno de los principales factores son la privación de crianza y de estimulación social, lingüística).
Los niños no tuvieron la oportunidad de investir la representación de las partes privilegiadas de su propio cuerpo en la acción, reacción e interacción con el cuerpo de su madre. Ese objeto que debía ser la madre era tan contradictorio que no se dejaba convertir en modelo para la formación del objeto idéntico a sí mismo en el espacio y en el tiempo; por eso el establecimiento de relaciones con otros objetos se vuelve en cierto modo imposible.
El niño se limita a la descarga de su impulso libidinal en forma de cabeceo y el impulso en su totalidad está dirigido hacia el objeto narcisista primario, el propio cuerpo.
5) Oscilaciones cíclicas del humor de la madre (juegos fecales y coprofagia). El juego fecal durante el primer año de vida, está íntimamente relacionado con la ingestión oral.
Los niños coprófagos presentan síntomas orales, aun cuando muestren apariencia de depresión, pese a eso se muestran bien predispuestos socialmente…a su manera peculiar y extraña.
Las madres de niños coprófagos tienen una personalidad que se caracteriza por una ambivalencia profundamente asentada. De modo periódico, cuando sus superyoes están en situación ventajosa, los componentes hostiles son reprimidos y tienen la apariencia de una madre que se sacrifica a sí misma, que se humilla, que rodea a su hijo de amor. Dichos periodos de "amor" duran un tiempo perceptible, nunca menos de dos meses; y suelen ser reemplazados entonces por un cambio a la hostilidad. Estos también persisten por un tiempo apreciable.
El niño imita la actitud materna; pero la imita en términos globales, que son aún los únicos que es capaz de asimilar. Y éstos son los términos de "tomar" y de "escupir". Lo que llevaría al niño coprófago a la incorporación oral de su objeto.
Dado que el síndrome coprófago surge en la estela de un cambio radical en la actitud de la madre, lo que, para el niño a esa edad equivale perderla, se distinguen tres componentes en el cuadro clínico de la coprofagia.
a) la depresión lleva a la incorporación oral del objeto perdido
b) el niño imita la depresión de la madre
c) el niño ha sufrido lo que equivale a la pérdida del objeto "bueno".
La pérdida de la madre entregada a la depresión no es una pérdida física, es una pérdida emotiva, pues la madre, al cambiar su actitud emocional, cambia también radicalmente las señales con que ella se identifica, para el niño, como objeto bueno. Es una pérdida que puede experimentarse de esa forma sólo en el primer año de vida.
6) La hostilidad materna compensada conscientemente (el niño hipertímico). La conducta maternal en estos casos es el resultado de un conflicto consciente. Para tales madres, el hijo sirve de desahogo para sus satisfacciones narcisísticas y exhibicionistas, no como un objeto amoroso. No obstante, una madre así se da cuenta de que su actitud hacia el hijo es impropia, se siente culpable y por eso, conscientemente, compensa con exceso su actitud mediante la dulzura almibarada, o agridulce. Esta actitud materna se encuentra principalmente en círculos intelectuales y profesionales.
Los niños se familiarizan excesivamente con los objetos inanimados y los manipulan con naturalidad. Pero en el sector social de su personalidad, muestran un retraso notable, de acuerdo con el tipo de relaciones humanas que les brindan sus padres. Cuando están en el segundo año de vida, son aptos para la hiperactividad, no son muy sociables y son destructivos con los juguetes. Por otra parte, no muestran interés por el contacto con seres humanos y se vuelven hostiles cuando alguien se les acerca. John Bowly[5]los denominó "hipertímicos agresivos".
En el síndrome de depresión anaclítica la sintomatología y la expresión facial de los niños es similar a la que se encuentra en los adultos que padecen depresión. Cuando el niño que padece dicha enfermedad es privado de su madre, sin que le proporcionen un sustituto aceptable para un periodo que dura más de tres meses a cinco meses, se inicia entonces un empeoramiento del estado del infante, durante los cuales, todos los síntomas se hacen más marcados y se consolidan, siguiendo rápidamente una sucesión. Después de un periodo relativamente breve de tres meses, aparece un nuevo cuadro clínico: el retraso motor se hace evidente por completo, los niños se tornan pasivos por completo, yaciendo boca arriba en sus camas, no logran alcanzar la etapa del control motriz, el rostro se torna inexpresivo, la coordinación ocular es defectuosa. Cuando al cabo de un tiempo reaparece la movilidad, toma forma de cabeceos espasmódicos en algunos niños, mientras que en otros aparecen movimientos digitales extraños –movimientos descerebrados o atetósicos-.
Por el contrario, si durante este periodo de transición, regresa la madre, la mayor parte de los niños mejoran –la perturbación dejará secuelas que aparecerán años posteriores-. Cuando la separación excede de cinco meses, la sintomatología entera cambia radicalmente y parece confundirse con el síndrome del hospitalismo.
Tanto la depresión anaclítica como el hospitalismo demuestran una deficiencia grande en las relaciones de objeto que lleva a una detención en el desarrollo de todos los sectores de la personalidad. Esas dos perturbaciones ponen de manifiesto el papel cardinal de las relaciones de objeto en el desarrollo del infante.
Las manifestaciones de agresión corrientes en el niño normal después del octavo mes, tales como patalear, morder, mascar, etc., están ausentes en los niños que sufren depresión u hospitalismo. El desarrollo tanto libidinoso como agresivo, está vinculado estrechamente con la relación del infante con su objeto libidinal. Mientras los niños estén privados de estos objetos, se volverán cada vez más incapaces de dirigir hacia fuera, no sólo la libido, sino también la agresión.
En los niños sometidos a una privación prolongada de aportaciones afectivas, cesan todas las actividades autoeróticas de cualquier género, incluyendo en éstas el chuparse el pulgar.
En el marasmo, los niños fueron privados de la oportunidad de formar relaciones de objeto. En consecuencia, no han sido capaces de dirigir el impulso libidinal y el impulso sobre uno y el mismo objeto, que es el requisito indispensable para lograr la fusión de ambos. Privados de un objeto en el mundo exterior, los impulsos no fusionados se vuelven contra su propia persona, que aquellos toman como objeto. La consecuencia del volver contra la propia persona la agresión no fusionada, queda de manifiesto en los efectos destructivos de los niños que empeoran, adoptando la forma del marasmo, cuya única tarea corresponde a asegurar la supervivencia.
Con respecto a los trastornos de eliminación –enuresis– ; se han descripto dos tipos de curso de enuresis: un tipo "primario", en el que el sujeto nunca ha establecido continencia urinaria y un tipo "secundario", en el que el transcurso se desarrolla después de un periodo de continencia urinaria establecida. La enuresis primaria se inicia a los 5 años de edad. La época más frecuente en que se inicia una enuresis secundaria es de los 5 a 8 años de edad.
Aproximadamente el 75% de todos los niños enuréticos tienen un familiar, biológico en primer grado que también ha sufrido el trastorno.
Los criterios para el diagnóstico son:
a. emisión repetida de orina en la cama u en la ropa (sea voluntaria o intencional)
b. el comportamiento en cuestión es clínicamente significativa, manifestándose por una frecuencia de dos episodios semanales durante por lo menos 3 meses consecutivos o por la presencia de malestar clínicamente significativo o deterioro social, académico o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.
c. La edad cronológica es de por lo menos 5 años (o el nivel de desarrollo equivalente)
d. El comportamiento no se debe exclusivamente al efecto fisiológico directo de una sustancia ni a una enfermedad médica.
Desde la perspectiva freudiana, por ejemplo, el niño asume un papel fundamental en la tramitación de la identidad sexual femenina. La devoción de la madre hacia esa otra parte de sí que la mira desde fuera de ella y la completa es la contrapartida afectiva del sostén que, como bien lo indicó Winnicott (1980), funciona como agente necesario del desarrollo psicológico del niño. Pero ese amor, como todos, exige retribuciones. Silvia Bleichmar manifiesta que los trastornos graves de la constitución psíquica que producen trastornos del pensamiento y de la inteligencia son problemas de la estructura del sujeto que deben ser abordados como tales.
Si el pequeño es incapaz, por insuficiencia neurológica, de proporcionarlas, podrá producirse un efecto sobre la estructura psíquica materna que será directamente proporcional a la fragilidad de ésta. Esto, a su vez, ejercerá en la misma proporción un efecto retroactivo sobre la patología del niño en el sentido de su agravamiento. En este sentido es interesante la introducción del concepto de "niño insuficientemente bueno", el que determina una ruptura en la transmisión psíquica del vínculo intergeneracional.
Difícilmente podría no considerarse como una verdadera catástrofe psíquica el no sentirse amada ni reconocida por el propio hijo, ya que la frustración recae sobre expectativas libidinales básicas para la estructura. El hecho de la aparición del autismo alrededor de los dos años de edad o poco antes no resulta indiferente en lo que hace al sufrimiento parental. Pequeños signos laboriosamente desmentidos durante esos primeros 20 o 24 meses -un proceso de ocultamiento en el que a menudo colaboran, bienintencionados, los mismos pediatras-, retornan de manera súbita y siniestra bajo la forma de un extraño mal, que en nada parece afectar excepto en aquello que realmente importa para las relaciones entre las personas. Una intervención psicológica desafortunada puede tener la desastrosa consecuencia de culpabilizar a las madres, con lo que sólo se logra dañar los mecanismos de sostén que pudieron conservarse a pesar del intenso sufrimiento que produce en el grupo familiar la aparición de un niño con estas características y, por lo tanto, provocar un mayor aislamiento del niño.
La cuestión del sentimiento de culpa puede evaluarse en toda su gravedad cuando se piensa que inevitablemente estos niños generan en sus padres afectos intensamente ambivalentes y no es frecuente que pueda aceptarse y tolerarse el odio hacia la propia descendencia. En el discurso de los padres de niños autistas, la fantasía de muerte del hijo aparece siempre como un contenido sumamente doloroso, fuertemente negado la mayoría de las veces y de verbalización siempre difícil.
Anexo
Un estudio relaciona el estrés durante el embarazo con la esquizofrenia infantil
FUENTE: www.20minutos.es
Un feto en su séptima semana de gestación
Se desprende de una investigación de la Universidad de Manchester.
También aumentan las posibilidades de tener un parto prematuro y de que el bebé desarrolle defectos de nacimiento.
Los bebés cuyas madres sufren estrés grave durante el primer trimestre del embarazo tienen un alto riesgo de desarrollar esquizofrenia en el futuro. Así se desprende de un nuevo estudio realizado por la Universidad de Manchester, en el Reino Unido, que ha sido publicado en Archives of General Psychiatry. Además, el estrés durante los primeros meses de la gestación aumenta considerablemente las posibilidades de tener un parto prematuro y de que el bebé desarrolle defectos de nacimiento, según dicho estudio. El estudio analizó datos de 1,38 millones de nacimientos en Dinamarca. El equipo de la doctora Kathryn M. Abel analizó datos de 1,38 millones de nacimientos en Dinamarca entre 1973 y 1995. Los investigadores se concentraron en los casos de estrés mental grave durante los seis meses previos a la concepción o durante el embarazo. Los indicadores de estrés incluyeron la muerte, el diagnóstico de cáncer, un infarto o un accidente cerebrovascular en un familiar cercano.
Asimismo, el equipo controló a los hijos de esas mujeres desde los 10 años de edad hasta la aparición de signos de esquizofrenia. Encontraron que la posibilidad de desarrollar esta enfermedad mental entre los bebés cuyas madres sufrieron la muerte de un familiar durante el primer trimestre del embarazo fue un 67 % más alta que en los hijos de mujeres sin estrés.En cambio, el estrés por otras causas o previo al embarazo o durante otros trimestres no aumentó el riesgo de esquizofrenia en el bebé. "Nuestros resultados sugieren que el medio ambiente influiría en el neurodesarrollo en la interfase feto-placenta-madre", concluyó el equipo.
Una buena relación con la madre previene los trastornos de personalidad
FUENTE: www.familia7.info
Un estudio de especialistas de Salud Mental del Consorcio Hospitalario Provincial de Castellón indica que una buena relación con la madre durante la etapa de infancia y juventud previene en la edad adulta la aparición del trastorno límite de la personalidad, conocido como "doble personalidad". La investigación ha sido publicada en la revista "Adicciones" bajo el título de "Estudio sobre aspectos etiológicos de la patología dual", y ha sido elaborada, entre otros, por los doctores Matías Real y Gonzalo Haro, del Servicio de Psiquiatría del Consorcio. Ambos recuerdan que existían estudios previos que manifestaban que una familia desestructurada "puede conllevar el consumo de drogas, problemas de conducta en la adolescencia y la aparición del trastorno de la personalidad en la vida adulta".
Sin embargo, el objetivo de esta investigación, según Real, era "evaluar una parte de la interacción entre los antecedentes familiares, la dinámica familiar, los trastornos de conducta, los trastornos por uso de sustancias y los trastornos de personalidad".
Los resultados han indicado que evaluando los elementos "de manera transversal" se puede observar "una compleja interrelación de estos aspectos", y han concluido que "parece no existir una única causa para que se desarrollen problemas de personalidad", sino que "tienen que juntarse varios factores".
Así, los doctores han destacado en su estudio la importancia de "la carga genética heredada en el trastorno límite", ya que los pacientes drogodependientes con familiares alcohólicos pueden tener casi tres veces más riesgo de padecer dicho trastorno de la personalidad.
Sin embargo, el factor genético "no es suficiente", ya que la relación de estos pacientes durante su infancia y adolescencia con su madre es también un aspecto determinante en la aparición de "doble personalidad", pues aquellos niños que no desarrollaron un vínculo afectivo con su madre tienen más predisposición.
Importante: Este trabajo está subido a www.monografias.com
Conclusión
Las condiciones de salud mental de un lactante van a signar toda su vida. Es por ello, que es de vital importancia el tipo de vínculo que establezca con su madre o con quien lleve a cabo la función materna. En relación al proceso de crianza y al tipo de vínculo que se establezca (depresivo, fóbico, obsesivo) surgirán categorías de significado personal en los futuros adultos, que dependiendo de su intensidad, dará como resultado sujetos "normales", neuróticos o psicóticos.
Las relaciones de apego tempranas son la manera como el niño se conectará intersubjetivamente en el futuro con los demás y con el ambiente. La forma como la madre actúa hacia su hijo, irá dejando huellas neurológicas en él, lo que implica una manera específica de cómo el niño va construyendo su significado personal.
Habiendo realizado esta monografía podemos decir que amplió nuestros conocimientos previos acerca de la temática y nos ayudó a tener presentes, con mayor claridad, los parámetros esperables para cada etapa evolutiva.
Nosotras como docentes, no sólo respondemos al objetivo pedagógico sino que, también, tenemos la responsabilidad de detectar y derivar problemas que afectan el desarrollo del niño y su aprendizaje. Por esta misma razón, es que todos los puntos tratados en esta investigación son sumamente enriquecedores para nuestro trabajo diario con los niños y sus familias.
Bibliografía
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www.mayeuticaeducativa.idoneos.com
www.wikilearning.com
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USAL- Licenciatura en Educación Inicial
Cátedra: Didáctica del Jardín Maternal
[1] WINNICOTT, D.W.: Realidad y Juego. Cap I: Objetos transicionales y fenómenos transicionales, Ed Paidos, Buenos Aires, 1971
[2] www.mayeuticaeducativa.idoneos.com
[3] PEAGUDA, Silvia: A qué jugamos con los bebés precursores del Fort-da. En Escritos de la Infancia Nº 8, 1998
[4] SPITZ René: El primer año de vida. Tercera parte: Patologías de las relaciones de objeto
[5] GERSTENHABER, Claudia: John Bowly y la teoría del apego. Ed. Novedades Educativas Nº 35, Buenos Aires, 2001
Autor:
Barro, Andrea Giselle
Serrano, Lorena Paola
lorenaserrano2010[arroba]hotmail.com
Sede: José C. Paz
Carrera: Licenciatura en Educación Inicial
Cátedra: Didáctica del Jardín Maternal
Profesora: Lic. Susana Fernández de Canaves
Año: 2010
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