(ensayo popular)
EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS PEKIN 1975 . Primera edición 1966 – (4a impresión)
- Nota del editor
- Prologo
- Prologo a las ediciones francesa y alemana
- La concentración de la producción y los monopolios
- Los bancos y su nuevo papel
- El capital financiero y la oligarquía financiera
- El reparto del mundo entre las grandes potencias
- El imperialismo, como fase particular del capitalismo
- El parasitismo y la descomposición del capitalismo
- La critica del imperialismo
- El lugar histórico del imperialismo
Se ha tomado como base de la presente edición de El imperialismo, fase superior del capitalismo el texto de la edición española de las Obras Escogidas de Lenin, en dos tomos, publicadas por Ediciones en Lenguas Extranjeras, de Moscú, en 1948. Este folleto ha sido editado después de haber sido confrontado con la versión china, publicada por la Editorial del Pueblo, Pekín, en septiembre de 1964, y consultado el original ruso de las Obras Completas de Lenin, t. XXII. Las notas incluidas al final del folleto han sido redactadas y traducidas según las de la edición china, publicada por la Editorial del Pueblo, Pekín.
El folleto que ofrezco a la atención del lector fue escrito en Zurich durante la primavera de 1916. En las condiciones en que me veía obligado a trabajar tuve que tropezar, naturalmente, con una cierta insuficiencia de materiales franceses e ingleses y con una gran carestía de materiales rusos. Sin embargo, la obra inglesa más importante sobre el imperialismo, el libro de J. A. Hobson, ha sido utilizada con la atención que, a mi juicio, merece.
El folleto está escrito teniendo en cuenta la censura zarista. Por esto, no sólo me vi precisado a limitarme estrictamente a un análisis exclusivamente teórico — sobre todo económico –, sino también a formular las indispensables y poco numerosas observaciones de carácter político con una extraordinaria prudencia, por medio de alusiones, del lenguaje a lo Esopo, maldito lenguaje al cual el zarismo obligaba a recurrir a todos los revolucionarios cuando tomaban la pluma para escribir algo con destino a la literatura "legal".
Produce pena releer ahora, en los días de libertad, los pasajes del folleto desnaturalizados, comprimidos, contenidos en un anillo de hierro por la preocupación de la censura zarista. Para decir que el imperialismo es el preludio de la revolución socialista, que el socialchovinismo (socialismo de palabra, chovinismo de hecho) es una traición completa al socialismo, el paso completo al lado de la burguesía, que esa escisión del movimiento obrero está relacionada con las condiciones objetivas del imperialismo, etc., me vi obligado a hablar en un lenguaje servil, y por esto no tengo más remedio que remitir a los lectores que se interesen por el problema a la colección de mis artículos de 1914-1917, publicados en el extranjero, que serán reeditados en breve. Vale la pena, particularmente, señalar un pasaje de las páginas 119-120[]: para hacer comprender al lector, en forma adaptada a la censura, el modo indecoroso de cómo mienten los capitalistas y los socialchovinistas que se han pasado al lado de aquéllos (y contra los cuales lucha con tanta inconsecuencia Kautsky), en lo que se refiere a la cuestión de las anexiones, el descaro con que encubren las anexiones de sus capitalistas, me vi precisado a tomar el ejemplo. . . ¡del Japón! El lector atento sustituirá fácilmente el Japón por Rusia, y Corea, por Finlandia, Polonia, Curlandia, Ucrania, Jiva, Bujará, Estlandia y otros territorios del imperio zarista no poblados por grandes rusos.
Quiero abrigar la esperanza de que mi folleto ayudará a orientar en la cuestión económica fundamental, sin cuyo estudio es imposible comprender nada en la apreciación de la guerra y de la política actuales, a saber: la cuestión de la esencia económica del imperialismo.
EL AUTOR
Petrogrado, 26 de abril de 1917
PROLOGO A LAS EDICIONES FRANCESA Y ALEMANA
Este libro, como ha quedado dicho en el prólogo de la edición rusa, fue escrito en 1916, teniendo en cuenta la censura zarista. Actualmente, no tengo la posibilidad de rehacer todo el texto; por otra parte, sería inútil, ya que el fin principal del libro, hoy como ayer, consiste en ofrecer, con ayuda de los datos generales irrefutables de la estadística burguesa y de las declaraciones de los sabios burgueses de todos los países, un cuadro de conjunto de la economía mundial capitalista en sus relaciones internacionales, a comienzos del siglo XX, en vísperas de la primera guerra mundial imperialista.
Hasta cierto grado será incluso útil a muchos comunistas de los países capitalistas avanzados persuadirse por el ejemplo de este libro, legal, desde et punto de vista de la censura zarista, de que es posible — y necesario — aprovechar hasta esos pequeños resquicios de legalidad que todavía les quedan a éstos, por ejemplo, en la América actual o en Francia, después de los recientes encarcelamientos de casi todos los comunistas, para demostrar todo el embuste de las concepciones y de las esperanzas socialpacifistas en cuanto a la "democracia mundial".
Intentaré dar en este prólogo los complementos más indispensables a este libro censurado.
En esta obra hemos probado que la guerra de 1914-1918 ha sido, de ambos lados beligerantes, una guerra imperialista (esto es, una guerra de conquista, de bandidaje y de robo), una guerra por el reparto del mundo, por la partición y el nuevo reparto de las colonias, de las "esferas de influencia" del capital financiero, etc.
Pues la prueba del verdadero carácter social o, mejor dicho, del verdadero carácter de clase de una guerra no se encontrará, claro está, en la historia diplomática de la misma, sino en el análisis de la situación objetiva de las clases dirigentes en todas las potencias beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva, no hay que tomar ejemplos y datos aislados (dada la infinita complejidad de los fenómenos de la vida social, se puede siempre encontrar un número cualquiera de ejemplos o datos aislados, susceptibles de confirmar cualquier tesis), sino indefectiblemente el conjunto de los datos sobre los fundamentos de la vida económica de todas las potencias beligerantes y del mundo entero.
Me he apoyado precisamente en estos datos generales irrefutables al describir el reparto del mundo en 1876 y en 1914 (§ VI) y el reparto de los ferrocarriles en todo el globo en 1890 y en 1913 (§ VII). Los ferrocarriles constituyen el balance de las principales ramas de la industria capitalista, de la industria del carbón y del hierro; el balance y el índice más notable del desarrollo del comercio mundial y de la civilización democráticoburguesa. En los capítulos precedentes de este libro, exponemos la conexión entre los ferrocarriles y la gran producción, los monopolios, los sindicatos patronales, los cartels, los trusts, los bancos y la oligarquía financiera. La distribución de la red ferroviaria, la desigualdad de esa distribución y de su desarrollo, constituyen el balance del capitalismo moderno, monopolista, en la escala mundial. Y este balance demuestra la absoluta inevitabilidad de las guerras imperialistas sobre esta base económica, en tanto que subsista la propiedad privada de los medios de producción.
La construcción de ferrocarriles es en apariencia una empresa simple, natural, democrática, cultural, civilizadora: se presenta como tal ante los ojos de los profesores burgueses, pagados para embellecer la esclavitud capitalista, y ante los ojos de los filisteos pequeñoburgueses. En realidad, los múltiples lazos capitalistas, por medio de los cuales esas empresas se hallan ligadas a la propiedad privada sobre los medios de producción en general, han transformado esa construcción en un medio para oprimir a mil millones de seres (en las colonias y en las semicolonias), es decir, a más de la mitad de la población de la tierra en los países dependientes y a los esclavos asalariados del capital en los países "civilizados".
La propiedad privada fundada en el trabajo del pequeño patrono, la libre concurrencia, la democracia, todas esas consignas por medio de las cuales los capitalistas y su prensa engañan a los obreros y a los campesinos, pertenecen a un pasado lejano. El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulacion financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países "avanzados". Este "botín" se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón), que, por el reparto de su botín, arrastran a su guerra a todo el mundo.
La paz de Brest-Litovsk, dictada por la monárquica Alemania, y la paz aún más brutal e infame de Versalles, impuesta por las repúblicas "democráticas" de América y de Francia y por la "libre" Inglaterra, han prestado un servicio extremadamente útil a la humanidad, al desenmascarar al mismo tiempo a los coolíes de la pluma a sueldo del imperialismo y a los pequeños burgueses reaccionarios — aunque se llamen pacifistas y socialistas –, que celebraban el "wilsonismo" y trataban de hacer ver que la paz y las reformas son posibles bajo el imperialismo.
Decenas de millones de cadáveres y de mutilados, víctimas de la guerra — esa guerra que se hizo para resolver la cuestión de si el grupo inglés o alemán de bandoleros financieros recibiría una mayor parte del botín –, y encima, estos dos "tratados de paz" hacen abrir, con una rapidez desconocida hasta ahora, los ojos de millones y decenas de millones de hombres atemorizados, aplastados, embaucados y engañados por la burguesía. Sobre la ruina mundial creada por la guerra, se agranda así la crisis revolucionaria mundial, que, por largas y duras que sean las peripecias que atraviese, no podrá terminar sino con la revolución proletaria y su victoria.
El Manifiesto de Basilea de la II Internacional, que, en 1912, caracterizó precisamente la guerra que estalló en 1914 y no la guerra en general (hay diferentes clases de guerra; hay también guerras revolucionarias), ha quedado como un monumento que denuncia toda la vergonzosa bancarrota, toda la traición de los héroes de la II Internacional.
Por eso, uno el texto de ese Manifiesto como apéndice a esta edición, advirtiendo una y otra vez a los lectores que los héroes de la II Internacional rehuyen con empeño todos los pasajes del Manifiesto que hablan precisa, clara y directamente de la relación entre esta guerra que se avecinaba y la revolución proletaria, con el mismo empeño con que un ladrón evita el lugar donde cometió el robo.
Hemos prestado en este libro una atención especial a la crítica del "kautskismo", esa corriente ideológica internacional representada en todos los países del mundo por los "teóricos más eminentes", por los jefes de la II Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay MacDonald y otros en Ingíaterra, Albert Thomas en Francia, etc., etc.) y por un número infinito de socialistas, de reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos.
Esa corriente ideológica, de una parte, es el producto de la descomposición, de la putrefacción de la II Internacional y, de otra parte, es el fruto inevitable de la ideología de los pequeños burgueses, a quienes todo el ambiente los hace prisioneros de los prejuicios burgueses y democráticos.
En Kautsky y las gentes de su calaña, tales concepciones significan precisamente la abjuración completa de los fundamentos revolucionarios del marxismo, defendidos por Kautsky durante decenas de años, sobre todo, dicho sea de paso, en la lucha contra el oportunismo socialista (de Bernstein, Millerand, Hyndman, Gompers, etc.). Por eso, no es un hecho casual que los "kautskistas" de todo el mundo se hayan unido hoy, práctica y políticamente, a los oportunistas más extremos (a través de la II Internacional o Internacional amarilla) y a los gobiernos burgueses (a través de los gobiernos de coalición burgueses con participación socialista).
El movimiento proletario revolucionario en general, que crece en todo el mundo, y el movimiento comunista en particular, no puede dejar de analizar y desenmascarar los errores teóricos del "kautskismo". Esto es tanto más necesario cuanto que el pacifismo, y el "democratismo" en general — que no sienten pretensiones de marxismo, pero que, enteramente al igual que Kautsky y Cía., disimulan la profundidad de las contradicciones del imperialismo y la ineluctabilidad de la crisis revolucionaria engendrada por éste — son corrientes que se hallan todavía extraordinariamente extendidas por todo el mundo. La lucha contra tales tendencias es el deber del partido del proletariado, que debe arrancar a la burguesía los pequeños propietarios que ella engaña y los millones de trabajadores cuyas condiciones de vida son más o menos pequeñoburguesas.
Es menester decir unas palabras a propósito del capítulo VIII: "El parasitismo y la descomposición del capitalismo". Como lo hacemos ya constar en este libro, Hilferding, antiguo "marxista", actualmente compañero de armas de Kautsky y uno de los principales representantes de la política burguesa, reformista, en el seno del "Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania"[4], ha dado en esta cuestión un paso atrás con respecto al inglés Hobson, pacifista y reformista declarado. La escisión internacional de todo el movimiento obrero aparece ahora de una manera plena (II y III Internacional). La lucha armada y la guerra civil entre las dos tendencias es también un hecho evidente: en Rusia, apoyo de Kolchak y de Denikin por los mencheviques y los "socialistas-revolucionarios" contra los bolcheviques; en Alemania, Scheidemann, Noske y Cía. con la burguesía contra los espartaquistas[5]; y lo mismo en Finlandia, en Polonia, en Hungria, etc. ¿Dónde está la base económica de este fenómeno histórico-mundial?
Se encuentra precisamente en el parasitismo y en la descomposición del capitalismo, inherentes a su fase histórica superior, es decir, al imperialismo. Como lo demostramos en este libro, el capitalismo ha destacado ahora un puñado (menos de una décima parte de la población de la tierra, menos de un quinto, calculando "por todo lo alto") de Estados particularmente ricos y poderosos, que saquean a todo el mundo con el simple "recorte del cupón". La exportación de capital da ingresos que se elevan a ocho o diez mil millones de francos anuales, de acuerdo con los precios de antes de la guerra y según las estadísticas burguesas de entonces. Naturalmente, ahora eso representa mucho más.
Es evidente que una supetganancia tan gigantesca (ya que los capitalistas se apropian de ella, además de la que exprimen a los obreros de su "propio" país) permite corromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aristocracia obrera. Los capitalistas de los países "avanzados" los corrompen, y lo hacen de mil maneras, directas e indirectas, abiertas y ocultas.
Esta capa de obreros aburguesados o de "aristocracia obrera", completamente pequeños burgueses en cuanto a su manera de vivir, por la cuantía de sus emolumentos y por toda su mentalidad, es el apoyo principal de la Segunda Internacional, y, hoy día, el principal apoyo social (no militar) de la burguesía. Pues éstos son los verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, los lugartenientes obreros de la clase capitalista (labour lieutenants of the capitalist class), los verdaderos portadores del reformismo y del chovinismo. En la guerra civil entre el proletariado y la burguesía se ponen inevitablemente, en número no despreciable, al lado de la burguesía, al lado de los "versalleses" contra los "comuneros".
Sin haber comprendido las raíces económicas de ese fenómeno, sin haber alcanzado a ver su importancia política y social, es imposible dar el menor paso hacia la solución de las tareas prácticas del movimiento comunista y de la revolución social que se avecina.
El imperialismo es el preludio de la revolución social del proletariado. Esto ha sido confirmado, en una escala mundial, desde 1917.
Durante los últimos quince o veinte años, sobre todo después de la guerra hispano-americana (1898) y de la anglo-boer (1899-1902), la literatura económica, así como la política, del Viejo y del Nuevo Mundo, consagra una atención creciente al concepto de "imperialismo" para caracterizar la época que atravesamos. En 1902, apareció en Londres y Nueva York la obra del economista inglés J. A. Hobson, "El imperialismo". El autor, que está situado en el punto de vista del socialreformismo y del pacifismo burgueses — punto de vista que coincide, en el fonda, con la posición actual del ex-marxista C. Kautsky — hace una descripción excelente y detallada de las particularidades económicas y políticas fundamentales del imperialismo. En 1910, se publicó en Viena la obra del marxista austriaco Rudolf Hilferding, "El capital financiero" (traducción rusa: Moscú 1912). A pesar del error del autor en la cuestión de la teoría del dinero y de cierta tendencia a conciliar el marxismo con el oportunismo, la obra mencionada constituye un análisis tebrico extremadamente valioso de la "fase moderna de desarrollo del capitalismo" (así está concebido el subtítulo de la obra de Hilferding). En el fondo, lo que se ha dicho acerca del imperialismo durante estos últimos años — sobre todo en el número inmenso de artículos sobre este tema publicados en periódicos y revistas, así como en las resoluciones tomadas, por ejemplo, en los Congresos de Chemnitz y de Basilea, que se celebraron en otoño de 1912 — salía apenas del círculo de ideas expuestas o, para decirlo mejor, resumidas en los dos trabajos mencionados. . .
En las páginas que siguen nos proponemos exponer someramente, en la forma más popular posible, el lazo y la correlación entre las particularidades económicas fundamentales del imperialismo. No nos detendremos, tanto como lo merece, en el aspecto no económico de la cuestión. Las indicaciones bibliográficas y otras notas que no a todos los lectores pueden interesar, las damos al final del folleto.
I. LA CONCENTRACION DE LA PRODUCCION Y LOS MONOPOLIOS
El incremento enorme de la industria y el proceso notablemente rápido de concentración de la producción en empresas cada vez más grandes constituyen una de las particularidades más características del capitalismo. Las estadísticas industriales modernas suministran los datos más completos y exactos sobre este proceso.
En Alemania, por ejemplo, de cada mil empresas industriales, en 1882, tres eran empresas grandes, es decir, que contaban con más de 50 obreros; en 1895, seis, y en 1907, nueve. De cada cien obreros les correspondían, respectivamente, 22, 30 y 37. Pero la concentración de la producción es mucho más intensa que la de los obreros, pues el trabajo en las grandes empresas es mucho más productivo, como lo indican los datos relativos a las máquinas de vapor y a los motores eléctricos. Si tomamos lo que en Alemania se llama industria en el sentido amplio de esta palabra, es decir, incluyendo el comercio, las vías de comunicación, etc., obtendremos el cuadro siguiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de 3.265.623, es decir, el 0,9% . En ellas están empleados 5,7 millones de obreros sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%; caballos de fuerza de vapor, 6,6 millones sobre 8,8, es decir, el 75,3%; de fuerza eléctrica 1,2 millones de kilovatios sobre 1,5 millones, o sea el 77,2%.
¡Menos de una centésima parte de las empresas tienen más de 3/4 de la cantidad total de la fuerza de vapor y eléctrica! ¡A los 2,97 millones de pequeñas empresas (hasta 5 obreros asalariados) que constituyen el 91% de todas las empresas, corresponde únicamente el 7% de la fuerza eléctrica y de vapor! Las decenas de miles de grandes empresas lo son todo; los millones de pequeñas empresas no son nada.
En 1907, había en Alemania 586 establecimientos que contaban con mil obreros y más. A esos establecimientos corres pondía casi la décima parte (1,38 millones) del número total de obreros y casi el tercio (32%) del total de la fuerza eléctrica y de vapor*. El capital monetario y los bancos, como veremos, hacen todavía más aplastante este predominio de un puñado de grandes empresas, y decimos aplastante en el sentido más literal de la palabra, es decir, que millones de pequeños, medianos e incluso una parte de los grandes "patronos" se hallan de hecho completamente sometidos a unos pocos centenares de financieros millonarios.
En otro país avanzado del capitalismo contemporáneo, en los Estados Unidos, el incremento de la concentración de la producción es todavía más intenso. En este país, la estadística considera aparte a la industria en la acepción estrecha de la palabra y agrupa los establecimientos de acuerdo con el valor de la producción anual. En 1904, había 1.900 grandes empresas (sobre 216.180, es decir, el 0,9%), con una producción de 1 millón de dólares y más; en ellas, el número de obreros era de 1,4 millones (sobre 5,5 millones, es decir el 25,6%), y la producción, de 5.600 millones (sobre 14.800 millones, o sea, el 38%). Cinco años después, en 1909, las cifras correspondientes eran las siguientes: 3.060 estableci mientos (sobre 268.491, es decir, el 1,1%) con dos millones de obreros (sobre 6,6 millones, es decir el 30,5%) y 9.000 millones de producción anual (sobre 20.700 millones, o sea el 43,8%).
¡Casi la mitad de la producción global de todas las empresas del país en las manos de la centésima parte del número total de empresas! Y esas tres mil empresas gigantescas abrazan 258 ramas industriales. De aquí se deduce claramente que la concentración, al llegar a un grado determinado de su desarrollo, por sí misma conduce, puede decirse, de lleno al monopolio, ya que a unas cuantas decenas de em presas gigantescas les resulta fácil ponerse de acuerdo entre sí, y, por otra parte, la competencia, que se hace cada vez más difícil, y la tendencia al monopolio, nacen precisamente de las grandes proporciones de las empresas. Esta transformación de la competencia en monopolio constituye de por sí uno de los fenómenos más importantes — por no decir el más importante — de la economía del capitalismo moderno, y es necesario que nos detengamos a estudiarlo con mayor detaile Pero antes debemos eliminar un equívoco posible.
La estadística norteamericana dice: 3.000 empresas gigantescas en 250 ramas industriales. Al parecer, corresponden 12 grandes empresas a cada rama de la producción.
Pero no es así. No en cada rama de la industria hay grandes empresas; por otra parte, una particularidad extremadamente importante del capitalismo, que ha alcanzado su más alto grado de desarrollo, es la llamada combinación, o sea la reunión, en una sola empresa, de distintas ramas de la industria que representan en sí o bien fases sucesivas de la elaboración de una materia prima (por ejemplo, la fundición del mineral de hierro, la transformación del hierro en acero y, en ciertos casos, la elaboración de tales o cuales productos de acero), o bien distintas ramas que desempeñan unas con relación a otras un papel auxiliar (por ejemplo, la utilización de los residuos o de los productos accesorios, producción de artículos de embalaje, etc.).
"La combinación — dice Hilferding — nivela las diferencias de coyuntura y garantiza, por tanto, a la empresa combinada una norma de beneficio más estable. En segundo lugar, la combinación determina la eliminación del comercio. En tercer lugar, hace posible el perfeccionamiento técnico y, por consiguiente, la obtención de ganancias suplementarias en comparación con las empresas 'puras' (es decir, no combinadas). En cuarto lugar, consolida la posición de la empresa combinada en comparación con la 'pura', la refuer~a en la lucha de competencia durante las fuertes depresiones (estancamiento de los negocios, crisis), cuando la disminución del precio de la materia prima va a la zaga con respecto a la disminución de los precios de los artículos manufacturados"*.
El economista burgués alemán Heymann, que ha consagrado una obra especial a las empresas "mixtas" o combinadas en la industria siderúrgica alemana, dice: "Las empresas puras perecen, aplastadas por el precio elevado de los materiales y el bajo precio de los artículos manufacturados". Resulta lo siguiente:
"Por una parte, han quedado grandes compañías hulleras, con una extracción de carbón que se cifra en varios millones de toneladas, sólidamente organizadas en su sindicato hullero; luego, estrechamente ligadas a ellas, las grandes fundiciones de acero con su sindicato. Estas empresas gigantescas, con una producción de acero de 400.000 toneladas por año, con una extracción inmensa de mineral de hierro y de hulla, con la producción de artículos de acero, con 10.000 obreros alojados en los cuarteles de las colonias obreras, que cuentan a veces con ferrocarriles y puertos propios, son los representantes típicos de la industria siderúrgica alemana. Y la concentración continúa avanzando sin cesar. Las empresas van ganando en importancia cada día; cada vez es mayor el número de establecimientos de una o varias ramas de la industria que se agrupan en empresas gigantescas, apoyadas y dirigidas por media docena de grandes bancos berlineses. En lo que se refiere a la industria minera alemana, ha sido demostrada con exactitud la doctrina de Carlos Marx sobre la concentración; es verdad que esto se refiere a un país en el cual la industria se halla defendida por derechos arancelarios proteccionistas y por las tarifas de transporte. La industria minera de Alemania está madura para la expropiación"*.
Tal es la conclusión a que se vio obligado a llegar un economista burgués, concienzudo, por excepción. Hay que observar que considera a Alemania como un caso especial a consecuencia de la protección de su industria por elevadas tarifas arancelarias. Pero esta circunstancia no ha podido más que acelerar la concentración y la constitución de asociaciones monopolistas patronales, cartels, sindicatos, etc. Es extraordinariamente importante hacer notar que, en el país del librecambio, en Inglaterra, la concentración conduce también al monopolio, aunque un poco más tarde y acaso en otra forma. He aquí lo que escribe el profesor Hermann Levy, en su estudio especial sobre los "Monopolios, cartels y trusts", hecho a base de los datos del desarrollo económico de la Gran Bretaña:
"En la Gran Bretaña, precisamente las grandes proporciones de las empresas y su alto nivel técnico son las que traen aparejada la tendencia al monopolio. Por una parte, la concentración ha determinado el empleo de enormes sumas de capitaí en las empresas; por eso, las nuevas empresas se hallan ante exigencias cada vez más elevadas en lo que concierne a la cuantía del capital necesario, y esta circunstancia dificulta su aparición. Pero por otra parte (y este punto lo consideramos como el más importante), cada nueva empresa que quiere mantenerse al nivel de las empresas gigantescas, creadas por la concentración, representa un aumento tan enorme de la oferta de mercancías, que su venta lucrativa es posible sólo a condición de un aumento extraordinario de la demanda, pues, en caso contrario, esa abundancia de productos rebaja su precio a un nivel desventajoso para la nueva fábrica y para las asocia ciones monopolistas". En Inglaterra, las asociaciones monopolistas de patronos, cartels y trusts, surgen en la mayor parte de los casos — a diferencia de los otros países, en los que los aranceles proteccionistas facilitan la cartelización — únicamente cuando el número de las principales empresas competidoras se reduce a "un par de docenas" . . . "La influencia de la concentración en el nacimiento de los monopolios en la gran industria aparece en este caso con una claridad cristalina"[*].
Medio siglo atrás, cuando Marx escribió "El Capital", la libre concurrencia era considerada por la mayor parte de los economistas como una "ley natural". La ciencia oficial intentó aniquilar por la conspiración del silencio la obra de Marx, el cual había demostrado, por medio del análisis teórico e histórico del capitalismo, que la libre concurrencia engendra la concentración de la producción, y que dicha concentración, en un cierto grado de su desarrollo, conduce al monopolio. Ahora el monopolio es un hecho. Los economistas escriben montañas de libros en los cuales describen manifestaciones aisladas del monopolio y siguen declarando a coro que "el marxismo ha sido refutado". Pero los hechos son testarudos — como dice un refrán inglés — y, de grado o por fuerza, hay que tenerlos en cuenta. Los hechos demuestran que las diferencias entre los diversos países capitalistas, por ejemplo, en lo que se refiere al proteccionismo o al librecambio, condicionan únicamente diferencias no esenciales en la forma de los monopolios o en el momento de su aparición, pero que el engendramiento del monopolio por la concentración de la producción es una ley general y fundamental de la fase actual de desarrollo del capitalismo.
Por lo que a Europa se refiere, se puede fijar con bastante exactitud el momento en que se produjo la sustitución definitiva del viejo capitalismo por el nuevo: fue precisamente a principios del siglo XX. En uno de los trabajos de recopilación más recientes sobre la historia de la "formación de los monopolios", leemos:
"Se pueden citar algunos ejemplos de monopolios capitalistas de la época anterior a 1860; se pueden descubrir en ellos los gérmenes de las formas que son tan corrientes en la actualidad; pero esto constituye indiscutibler~ente la época prehistórica de los cartels. El verdadero comienzo de los monopolios contemporáneos lo hallamos no antes de la década de 1860. El primer gran período de desarrollo del monopolio empieza con la depresión internacional de la industria en la década del 70, y se prolonga hasta principios de la última década del siglo". "Si se examina la cuestión en lo que se refiere a Europa, la libre concurrencia alcanza el punto culminante de desarrollo en los años 1860-1880. Por aquel entonces, Inglaterra terminaba la edificación de su organización capitalista de viejo estilo. En Alemania, dicha organización entablaba una lucha decidida contra la industria artesana y doméstica, y empezaba a crear sus formas de existencia". "Empieza una transformación profunda con el crac de 1873, o más exactamente, con la depresión que le siguió y que — con una pausa apenas perceptible, a principios de la década del 80, y con un auge extraordinariamente vigoroso, pero breve, hacia 1889 — llena veintidós años de la historia económica europea". "Durante el corto período de auge de 1889-1890, fueron utilizados en gran escala los cartels para aprovechar la coyuntura. Una política irreflexiva elevaba los precios todavía con mayor rapidez y aun en mayores proporciones de lo que hubiera sucedido sin los cartels, y casi todos esos cartels perecieron sin gloria 'enterrados en la fosa del crac'. Transcurrieron otros cinco años de malos negocios y precios bajos, pero en la industria reinaba ya un estado de espíritu distinto del anterior: la depresión no era considerada ya como una cosa natural, sino, sencillamente, como una pausa ante una nueva coyuntura favorable". "Y el movimiento de los cartels entró en su segunda época. En vez de ser un fenómeno pasajero, los cartels se convierten en una de las bases de toda la vida económica, conquistan una esfera industrial tras otra, y, en primer lugar, la de la transformación de materias primas. Ya a principios de la década del 90, los cartels consiguieron en la organización del sindicato del cok, el que sirvió de modelo al sindicato hullero, una técnica tal de los cartels, que, en esencia, no ha sido sobrepasada por el movimiento. El gran auge de fines del siglo XIX y la crisis de 1900 a 1903 se desarrollan ya enteramente por primera vez — al menos en lo que se refiere a las industrias minera y siderúrgica — bajo el signo de los cartels. Y si entonces esto parecía aún algo nuevo, ahora es una verdad evidente para todo el mundo que grandes sectores de la vida económica son, por regla general, sustraídos a la libre concurrencia"*.
Así, pues, el balance principal de la historia de los monopolios es el siguiente:
1. 1860-1880, punto culminante de desarrollo de la libre concurrencia. Los monopolios no constituyen más que gérmenes apenas perceptibles.
2. Después de la crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cartels, pero éstos constituyen todavia una excepción, no son aún sólidos, aun representan un fenómeno pasajero.
3. Auge de fines del siglo XIX y crisis de 1900-1903; los cartels se convierten en una de las bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo.
Los cartels se ponen de acuerdo entre sí respecto a las condiciones de venta, a los plazos de pago, etc. Se reparten los mercados de venta. Fijan la cantidad de productos a fabricar. Establecen los precios. Distribuyen las ganancias entre las distintas empresas, etc.
El número de cartels era en Alemania aproximadamente de 250 en 1896, y de 385, en 1905, abarcando cerca de 12.000 establecimientos*. Pero todo el mundo reconoce que estas cifras son inferiores a la realidad. De los datos de la esta dística de la industria alemana de 1907 que hemos citado más arriba se deduce que hasta esos 12.000 grandes establecimientos concentran seguramente más de la mitad de toda la fuerza motriz de vapor y eléctrica. En los Estados Unidos, el número de trusts era, en 1900, de 185; en 1907, de 250.
La estadística norteamericana divide todas las empresas industriales en empresas pertenecientes a personas aisladas, a firmas y a corporaciones. A las últimas pertenecían, en 1904, el 23,6%; en 1909, el 25,9%, es decir, más de la cuarta parte del total de las empresas. En dichos establecimientos estaban ocupados, en 1904, el 70,6% de obreros; en 1909, el 75,6%, las tres cuartas partes del número total. La cuantía de la producción era, respectivamente, de 10,9 y de 16,3 mil millones de dólares, o sea el 73,7% y el 79% de la suma total.
En las manos de los cartels y trusts se encuentran a menudo las siete o las ocho décimas partes de toda la producción de una rama industrial determinada; el sindicato hullero del Rhin y Westfalia, en el momento de su constitución, en 1893, concentraba el 86,7% de toda la producción del carbón en aquella cuenca, y en 1910, el 95,4%*. El monopolio constituido en esta forma proporciona beneficios gigantescos y conduce a la creación de unidades técnicas de producción de proporciones inmensas. El famoso trust del petróleo de Estados Unidos ("Standard Oil Company") fue fundado en 1900.
"Su capital era de 150 millones de dólares. Fueron emitidas acciones ordinarias por valor de 100 millones de dólares y acciones privilegiadas por valor de 106 millones de dólares. Estas últimas percibieron los siguientes dividendos: en el período 1900-1907: 48, 48, 45, 44, 36, 40, 40, 40% o sea, en total, 367 millones de dólares. Desde 1882 a 1907, obtuviéronse 889 millones de dólares de beneficio neto de los que 606 millones fueron distribuidos en dividendos, y el resto pasó al capital de reserva"[*]. "En todas las empresas del trust del acero ("United States Steel Corporation") estaban ocupados, en 1907, no menos de 210.180 obreros y empleados. La empresa más importante de la industria minera alemana, la Sociedad Minera de Gelsenkirchen ("Gelsenkirchener Bergwerksgesellschaft") tenía, en 1908, 46.048 obreros y empleados"[**].
Ya en 1902, el trust del acero producía 9 millones de toneladas de acero[***]. Su producción constituía, en 1901, el 66,3% y, en 1908, el 56,1 % de toda la producción de acero de los Estados Unidos[****]. Sus extracciones de mineral de hierro, el 43,9% y el 46,3%, respectivamente.
El informe de la comisión gubernamental norteamericana sobre los trusts dice:
"La superioridad de los trusts sobre sus competidores se basa en las grandes proporciones de sus empresas y en su excelente instalación técnica. El trust del tabaco, desde el momento mismo de su fundación, consagró todos sus esfuerzos a sustituir en todas partes en vasta escala el trabajo manual por el trabajo mecánico. Con este objeto, adquirió todas las patentes que tenían una relación cualquiera con la elaboración del tabaco y empleó para esto sumas enormes. Muchas patentes resultaban al principio inservibles y tuvieron que ser modificadas por los ingenieros que se hallaban al servicio del trust. A fines de 1906, fueron constituidas dos sociedades filiales con el único objeto de adquirir patentes. Con este mismo objeto, el trust creó fundiciones, fábricas de construcción de maquinaria y talleres de reparación propios. Uno de dichos establecimientos, en Brooklyn, da ocupación, por término medio, a 300 obreros; en él se experimentan y se perfeccionan los inventos relacionados con la producción de cigarrillos, cigarros pequeños, tabaco rapé, papel de estaño para el embalaje, cajas, etc."*. "Hay otros trusts que tienen también a su servicio a los llamados developping engineers (ingenieros para el desarrollo de la técnica), cuya misión consiste en inventar nuevos procedimientos de producción y en comprobar los perfeccionamientos técnicos. El trust del acero abona a sus ingenieros y obreros premios importantes por los inventos susceptibles de elevar la técnica o reducir los gastos"**.
Del mismo modo está organizado todo cuanto se refiere a los perfeccionamientos técnicos en la gran industria alemana por ejemplo, en la industria química, la cual se ha desarro llado en proporciones gigantescas durante estas últimas décadas. El proceso de concentración de la producción creó ya en l908 en dicha industria dos "grupos" principales, que, a su manera, evolucionaban hacia el monopolio. Al principio, esos grupos constituían "alianzas dobles" de dos pares de grandes fabricas con un capital de 20 a 21 millones de marcos cada una; de una parte, la antigua fábrica de Meister, en Höchst, y la de Cassella, en Francfort del Main; de otra parte, la fábrica de anilina y sosa en Ludwigshafen y la antigua fábrica de Bayer, en Elberfeld. Uno de los grupos en 1905 y el otro en 1908 se pusieron de acuerdo, cada uno por su cuenta, con otra gran fábrica, a consecuencia de lo cual resultaron dos "alianzas triples" con un capital de 40 a 50 millones de marcos cada una, y entre las cuales se inició ya una "aproximación", se estipularon "acuerdos" sobre los precios, etc.
La competencia se convierte en monopolio. De aquí resulta un gigantesco progreso de la socialización de la producción. Se efectúa también, en particular, la socialización del proceso de inventos y perfeccionamientos técnicos.
Esto no tiene ya nada que ver con la antigua libre concurrencia de patronos dispersos, que no se conocían entre sí y que producían para un mercado ignorado. La concentración ha llegado hasta tal punto, que se puede hacer un cálculo aproximado de todas las fuentes de materias primas (por ejemplo, yacimientos de minerales de hierro) en un país, y aun, como veremos, en varios países, en todo el mundo. No sólo se realiza este cálculo, sino que asociaciones monopolistas gigantescas se apoderan de dichas fuentes. Se efectúa el cálculo aproximado del mercado, el que, según el acuerdo estipulado, las asociaciones mencionadas se "reparten" entre sí. Se monopoliza la mano de obra calificada, se toman los mejores ingenieros, y las vías y los medios de comunicación — las líneas férreas en América, las compañías navieras en Europa y América — van a parar a manos de los monopolios citados. El capitalismo, en su fase imperialista conduce de lleno a la socialización de la producción en sus más variados aspectos; arrastra, por decirlo así, a pesar de su voluntad y conciencia, a los capitalistas a un cierto nuevo régimen social, de transición entre la plena libertad de concurrencia y la socialización completa.
La producción pasa a ser social, pero la apropiación continúa siendo privada. Los medios sociales de producción siguen siendo propiedad privada de un número reducido de individuos. El marco general de la libre concurrencia formalmente reconocida persiste, y el yugo de un grupo poco numeroso de monopolistas sobre el resto de la población se hace cien veces más duro, más sensible, más insoportable.
El economista alemán Kestner ha consagrado una obra especial a la "lucha entre los cartels y los outsiders", es decir, empresarios que no formaban parte de los cartels. El autor ha titulado dicha obra: "La organización forzosa", cuando hubiera debido hablar, naturalmente, para no embellecer el capitalismo, de la subordinación forzosa a las asociaciones monopolistas. Es instructivo echar una simple ojeada aunque no sea más que a la enumeración de los medios a que acuden dichas asociaciones en la lucha moderna, novísima civilizada por la "organización": 1) privación de las materias primas (. . . "uno de los procedimientos más importantes para obligar a entrar en el cartel"); 2) privación de mano de obra mediante "alianzas" (esto es, mediante acuerdos entre los capitalistas y los sindicatos obreros para que estos últimos acepten trabajo solamente en las empresas cartelizadas); 3) privación de medios de transporte; 4) privación de mercados; 5) acuerdo con los compradores para sostener relaciones comerciales únicamente con los cartels; 6) disminución sistemática de los precios (con objeto de arruinar a los "outsiders", es decir, a las empresas que no se someten a los monopolistas, se gastan millones para vender, durante un tiempo determinado, a precios inferiores al coste: en la industria de la bencina se ha dado el caso de bajar el precio de 40 a 22 marcos, es decir, ¡casi a la mitad!); 7) privación de crédito; 8) declaración del boicot.
Nos hallamos en presencia, no ya de una lucha de competencia entre grandes y pequeñas empresas, entre establecimientos técnicamente atrasados y establecimientos de técnica avanzada. Nos hallamos ante la estrangulación, por los monopolistas, de todos aquellos que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad. He aquí cómo se refleja este proceso en la conciencia de un economista burgués.
"Aun en el terreno de la actividad económica pura — escribe Kestner –, se produce cierto desplazamiento de la actividad comercial, en el sentido tradicional de la palabra, hacia una actividad organizadora especulativa. Consigue los mayores éxitos, no el comerciante que, basándose en su experiencia técnica y comercial, sabe determinar mejor las necesidades del comprador, encontrar y, por decirlo así, "descubrir" la demanda que se halla en estado latente, sino el genio [?!] especulador que por anticipado sabe tener en cuenta o intuir el desenvolvimiento en el terreno de la organización, la posibilidad de determinados lazos entre las diferentes empresas y los bancos" . . .
Traducido al lenguaje común, esto significa: el desarrollo del capitalismo ha llegado a un punto tal, que, aunque la producción de mercancías sigue "reinando" como antes y siendo considerada como la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y las ganancias principales van a parar a los "genios" de las maquinaciones financieras. En la base de estas maquinaciones y de estos chanchullos se halla la socialización de la producción; pero el inmenso progreso logrado por la humanidad, que ha llegado a dicha socialización, beneficia . . . a los especuladores. Más adelante veremos cómo, "basándose en esto", la crítica pequeñoburguesa y reaccionaria del imperialismo capitalista sueña con volver atrás, a la concurrencia "libre", "pacífica", "honrada".
"La elevación persistente de los precios, como resultado de la constitución de los cartels — dice Kestner –, hasta ahora se ha observado sólo en lo que se refiere a los principales medios de producción, sobre todo a la hulla, el hierro, la potasa, y, por el contrario, no se ha observado nunca en lo que se refiere a los artículos manufacturados. Como consecuencia de ello, el aumento de los beneficios se ha limitado igualmente a la industria de los medios de producción. Hay que completar esta observación con la de que la industria de transformación de las materias primas (y no de productos semimanufacturados) no sólo obtiene, como resultado de la constitución de cartels, ventajas en forma de las ganancias elevadas, en perjuicio de la industria dedicada a la transformación ulterior de los productos semimanufacturados, sino que ha pasado a mantener, con respecto a esta última industria, relaciones de dominación, que no existían bajo la libre concurrencia"*.
Las palabras subrayadas por nosotros muestran el fondo de la cuestión, que de tan mala gana y sólo de vez en cuando reconocen los economistas burgueses y que se empeñan tanto en no ver y pasar por alto los defensores actuales del oportunismo, con C. Kautsky al frente. Las relaciones de dominación y de violencia — violencia que va ligada a dicha dominación –: he aquí lo típico en la "nueva fase del desarrollo del capitalismo", he aquí lo que inevitablemente tenía que derivarse y se ha derivado de la constitución de los monopolios económicos todopoderosos.
Citaremos otro ejemplo de los manejos de los cartels. Allí donde es posible apoderarse de todas o de las más importantes fuentes de materias primas, la aparición de cartels y la constitución de monopolios es sobremanera fácil. Pero sería un error pensar que los monopolios no surgen también en otras ramas de la producción en las cuales la conquista de todas las fuentes de materias primas es imposible. En la industria del cemento, la materia prima existe en todas partes. Sin embargo, también esta industria está extremadamente cartelizada en Alemania. Las fábricas se han agrupado en sindicatos regionales: el de Alemania del Sur, el renanowestfaliano, etc. Los precios establecidos son precios de monopolio: ¡de 230 a 280 marcos por vagón, cuando el valor de coste es de 180 marcos! Las empresas dan dividendos del 12 al 16%; además, no hay que olvidar que los "genios" de la especulación contemporánea saben canalizar hacia sus bolsillos grandes sumas de ganancias, aparte de las que se reparten en concepto de dividendo. Para eliminar la competencia en una industria tan lucrativa, los monopolistas se valen incluso de artimañas diversas: hacen circular rumores falsos sobre la mala situación de la industria; publican en los periódicos anuncios anónimos: "¡Capitalistas! ¡No coloquéis vuestros capitales en la industria del cemento!"; por ultimo, compran empresas "outsiders" (es decir, que no forman parte de los sindicatos), abonando 60, 80, 150 mil marcos al que "cede". El monopolio se abre camino en todas partes, valiéndose de todos los medios, empezando por el pago de una "modesta" indemnización al que cede y terminando por el "procedimiento" americano del empleo de la dinamita contra el competidor.
La supresión de las crisis por los cartels es una fábula de los economistas burgueses, los cuales lo que hacen es embellecer el capitalismo a toda costa. Al revés, el monopolio que se crea en varias ramas de la industria aumenta y agrava el caos propio de todo el sistema de la producción capitalista en su conjunto. La desproporción entre el desarrollo de la agricultura y el de la industria, desproporción que es característica del capitalismo en general, se acentúa aún más. La situación privilegiada en que se halla la industria más cartelizada, la llamada industria pesada, particularmente el hierro y la hulla, determina en las demás ramas de la industria "la falta mayor aún de coordinación sistemática", como lo reconoce Jeidels, autor de uno de los mejores trabajos sobre "las relaciones entre los grandes bancos alemanes y la industria"**.
"Cuanto más desarrollada está la economía nacional — escribe Liefmann, defensor acérrimo del capitalismo — tanto más se entrega a empresas arriesgadas o, en el extranjero, a empresas que exigen largo tiempo para su desarrollo o, finalmente, a las que sólo tienen una importancia local".
El aumento del riesgo es consecuencia, al fin y al cabo, del aumento gigantesco de capital, el cual, por decirlo así, desborda el vaso y se vierte hacia el extranjero, etc. Y junto con esto 106 progresos extremadamente rápidos de la técnica traen aparejados consigo cada vez más elementos de desproporción entre las distintas partes de la economía nacional, de caos, de crisis.
"Probablemente — se ve obligado a reconocer el mismo Liefmann — la humanidad asistirá en un futuro próximo a nuevas y grandes revoluciones en el terreno de la técnica, que harán sentir sus efectos también sobre la organización de la economía nacional . . . [la electricidad, la navegación aérea]. Habitualmente, y por regla general, en estos períodos de radicales transformaciones económicas se desarrolla una fuerte especulación" . . .**
Y las crisis — las crisis de toda clase, sobre todo las crisis económicas, pero no sólo éstas — aumentan a su vez en proporciones enormes la tendencia a la concentración y al monopolio. He aquí unas reflexiones extraordinariamente instructivas de Jeidels sobre la significación de la crisis de 1900, la cual, como sabemos, desempeñó el papel de punto crucial en la historia de los monopolios modernos:
"La crisis de 1900 se produjo en un momento en que, al lado de gigantescas empresas en las ramas principales de la industria, existían todavía muchos establecimientos con una organización anticuada, según el criterio actual, establecimientos 'puros' [esto es, no combinados], que se habían elevado sobre las olas del auge industrial. La baja de los precios, la disminución de la demanda, llevaron a esas empresas 'puras' a una situación calamitosa que o no conocieron en modo alguno las gigantescas empresas combinadas o que sólo conocieron durante un breve período. Como consecuencia de esto, la crisis de 1900 determinó la concentración de la industria en proporciones incomparablemente mayores que la crisis de 1873, la cual efectuó también una determinada selección de las mejores empresas, pero, dado el nivel técnico de entonces, esta selección no pudo crear un monopolio de las empresas que habían conseguido salir victoriosas de la crisis. Precisamente de un tal monopolio persistente, y, además, en un alto grado, gozan las empresas gigantescas de la industria siderúrgica y eléctrica actuales, gracias a su técnica complicadísima, a su extensa organización, a la potencia de su capital, y, en menor grado, también las empresas de construcción de máquinas, determinadas ramas de la industria metalúrgica, las vías de comunicación, etc."*.
El monopolio es la última palabra de la "fase más reciente del desarrollo del capitalismo". Pero nuestro concepto de la fuerza efectiva y de la significación de los monopolios contemporáneos sería en extremo insuficiente, incompleto, reducido, si no tomáramos en consideración el papel de los bancos.
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