Naturaleza humanizada, humanidad naturalizada. La construcción de un paisaje (página 2)
Enviado por Tom�s Ezequiel Bondone
Pero la palabra paisaje lleva implícita en si misma una muestra relacionada con los diferentes valores de aquello que representa ante nosotros. El paisaje es sobre todo un concepto fruto de una construcción cultural. No significa meramente un lugar físico o las imágenes sobre él producidas, sino más bien puede definirse como el conjunto de una serie de de ideas, sensaciones y sentimientos originados ante quien lo mira. Ello se elabora a partir de la estimulación que ejerce una situación concreta ante una topografía determinada. [6]
La noción de paisaje reclama también algo más: reclama una interpretación, la búsqueda de un carácter y sobre todo la presencia de una emotividad. Y son precisamente estos rasgos los que aparecen visibles en un texto publicado el 8 de octubre de 1942 en el diario cordobés Los Principios, en una de sus tres notas editoriales del día. Este singular comentario, de tono reflexivo, aparecido con el título "El paisaje en Córdoba" alude a las características de nuestra geografía, y por su significación en relación al tema que nos ocupa los transcribimos íntegramente:
No concuerdan las opiniones respecto al paisaje en Córdoba. Unos dicen que es exuberante, un canto de pujanza, algo así como el grito cálido; otros, en cambio, lo juzgan como una expresión mística, basándose en las suaves ondulaciones de sus montañas y en su naturaleza que no es del todo rica de formas ni de colores tropicales.
La solución del punto la hallaremos, los que precisamente nos encontramos en medio del paisaje cordobés, interrogando a quienes han opinado acerca de nuestros panoramas. Por supuesto que no hablamos de la llanura – larga, monótona, interrumpida aquí o allá por alguna ciudad importante o algún pueblo de cierta significación – sino del panorama que da carácter a Córdoba, que le distingue entre los demás estados: de su serranía.
Existen numerosos viajeros que han venido a Córdoba y a su retorno han consignado sus impresiones. Algunos se han ocupado de sus sierras; otros de sus hombres, de sus instituciones y de los sucesos que por ese entonces era escenario nuestra ciudad o la provincia. Ellos tienen la respuesta en sus páginas escritas al correr de la pluma. Si no todos coinciden en la característica general de nuestras montañas, por lo menos hay una mayoría que las ubica dentro de una categoría.
Nuestro paisaje – a opinión de la expresada mayoría – no es exuberante, sino mesurado; no es pagano, sino místico. Paisaje que al decir de Enrique Larreta, reclama un fraile montado en un borrico, como aquellos que un día vieron cruzar a San Francisco de Asís con su hábito remendado y sus sandalias cargadas de polvo de muchos caminos. Y por, quizás; si hemos de creer en la influencia telúrica, esa vocación de Córdoba por las cosas sobrenaturales, que le han dado el rango de la ciudad creyente por excelencia.
Habría que ahondar el punto en un ensayo circunstanciado. No carece de interés y quizás se encuentre en él la clave de muchas razones que pensamos descubrir por senderos más complicados y acaso distantes de la realidad histórica.[7]
El texto propone una sugestiva cuestión que refleja cómo, aún durante los años iniciales de la década de 1940, la percepción de la naturaleza cordobesa continua originando un tipo de argumentación que se debate entre lo "místico" y lo "pagano". Aunque se opera sobre el tema una mediación tamizada por la sensibilidad artística es insoslayable la determinante gravitación ejercida por la Iglesia y el mundo católico, en el ámbito cordobés. Hay que tener en cuenta que Los Principios, como órgano de difusión de la juventud católica, fue un medio de considerable peso en la difusión (e imposición) de los dogmas de un Nacionalismo Católico de Córdoba. Plagada de metáforas, y como lo venía haciendo con muchos otros temas, la estrategia discursiva del diario intentaba en este caso abordar una temática de raíz cultural y con ello injerir en la promoción de un tipo de representación de la naturaleza cordobesa. [8]
Con sus matices, el comentario evidencia la puesta en acto de un juicio estético reflexivo sobre una naturaleza exterior que se transmuta en paisaje porque es percibida por un espectador que se fija en ciertos detalles de la misma y revalúa sus apariencias sensibles como entes materiales. En este sentido y sobre lo que ya enunciamos más arriba, la tradición paisajística cordobesa juega un papel muy importante como un ingrediente de peso en las consideraciones sobre el carácter de la naturaleza serrana. Así el paisaje de las sierras de Córdoba aparece entonces como un constructo que combina disposiciones naturales y humanas cuya identificación depende de mecanismos de percepción y de categorías culturales de interpretación. Una operación de clasificación y recorte mediante las cuales se representa la realidad a través de un texto "autorizado" que apunta al fortalecimiento de una identidad. Es evidente que el autor al catalogar a nuestro paisaje como "mesurado" sólo se está circunscribiendo a una porción de la geografía cordobesa, las llamadas Sierras Chicas, ya que indudablemente este sería un calificativo que no le corresponde a las denominadas Sierras Grandes.[9]
Otra cuestión insoslayable que atraviesa el tema es el "uso" turístico operado sobre las Sierras, una práctica promovida desde finales del siglo XIX por la literatura o la prensa escrita, como veremos más adelante, e impulsada masivamente en las décadas siguientes a través de planes y programas diseñados desde la órbita estatal. El mismo diario Los Principios lanzó en 1933 un "Suplemento del Turismo" el cual informaba sobre los beneficios del clima o los circuitos turísticos de Córdoba[10]. Asimismo aparecían periódicamente en este diario secciones o subsecciones con títulos tales como "Paisajes Serranos" o "Las sierras y el arte" en las cuales se reproducían fotografías o grabados con imágenes de diversos "rincones de nuestras serranías" algo que estimulaba la valoración de estos territorios desde una artística mirada.[11] También en los años 30 comienza una nueva modalidad con el parcelamiento, compra y venta de lotes para casas de veraneo, una característica que se acrecentará en las décadas siguientes y en la que se relacionan la oferta inmobiliaria y el aprovechamiento de la tierra, lo que además queda registrado en la prensa periódica de la época.[12]
Con todo ello y en relación al carácter de nuestras serranías, el texto reproducido más arriba pareciera preguntarse asimismo (anacronismo mediante) ¿quién creó a los creadores?. Parafraseando a Bourdieu,[13] su autor genera un interrogante tácito que nos induce a nosotros a proponernos ahora un ejercicio retrospectivo para continuar ensayando algunas consideraciones sobre el tema, en relación a cómo y quiénes descubrieron originariamente el paisaje serrano cordobés.
El paisaje serrano: entre el progreso y el modernismo
Siguiendo las apreciaciones de Régis Debray, sabemos que los pintores fueron los primeros que de manera regular descubrieron el paisaje en Occidente: "En otro tiempo se pintaban las montañas antes de describirlas".[14] Así desde fines del siglo XVIII hasta los inicios del XX las diferentes versiones gráficas del territorio argentino fueron obra de pintores, imágenes que se gestaron en una imbricación de intencionalidades, como documentos históricos, relevamientos científicos y obras artísticas.[15] En relación al paisaje de las Sierras de Córdoba la cuestión se presenta aún como un campo fértil para la exploración teórica, y aunque las imágenes sobre él producidas ha sido un tema examinado ya en parte a través de distintos abordajes,[16] proponemos introducirnos esta vez en otras formas de la representación de nuestro territorio. Como un vector complementario y dentro de un trabajo de investigación mayor, abordaremos ahora algunos aspectos de la representación del paisaje en sede literaria, ya sea por medio del ensayo periodístico, la prosa o la poesía.
Hacia finales del siglo XIX y mucho antes del descubrimiento de las posibilidades turísticas de la Costa Atlántica las bondades de las Sierras de Córdoba estaban de moda. Y en relación a ello junto a los comentarios de "vida social" relacionados con la presencia de encumbrados veraneantes, las descripciones de la naturaleza se combinan con la ponderación de los adelantos tecnológicos como el tendido de vías férreas y las obras de ingeniería, maravillosas ventajas relatadas en la prensa porteña por un cronista anónimo enviado especial del el diario La Nación:
Los trenes salen de Alta Córdoba todos los días a la 1.20 p m. El trayecto no puede ser más pintoresco y lleno de novedad para los que vivimos en las llanuras. A cada trecho que recorre la locomotora en su carrera vertiginosa, cambian los paisajes como en la pantalla de un cinematógrafo. Tan pronto se ve un valle cubierto de álamos y duraznales como un monte de árboles espinosos, sierras por donde sube o baja el tren, terraplenes elevados, planicies cubiertas de césped, quebradas profundas, cascadas hermosísimas, curvas peligrosas, montes de árboles corpulentos, piedras inmenas que cuelgan de las montañas como amenazando desprenderse al sentir la trepidación de la máquina, barrancas altísimas donde habitan millares de loros; pero lo que más se admira y sorprende son las obras del dique de san Roque…[17]
Un acontecimiento que favoreció la proximidad con la naturaleza a excursionistas y viajeros fue el ferrocarril. En efecto, el 11 de junio de 1892 quedó oficialmente inaugurado el tren de trocha angosta que al atravesar el Valle de Punilla unía la ciudad de Córdoba con la localidad Cruz del Eje. Esta nueva vía de comunicación posibilitó el acceso al campo a los habitantes de diversas ciudades del país y especialmente a los de la capital de la provincia.[18] Es importante observar cómo la entrada en los escenarios naturales de este nuevo medio de locomoción originó una manera diferente en la percepción del paisaje. La velocidad y el punto de vista elevado contribuyeron a una nueva concepción de la mirada desde una distancia espacial y emocional totalmente novedosa para entonces. De esta manera el acto de contemplación de la naturaleza se transforma en un espectáculo, como la contemplación de una película maravillosa.
En muchos de estos escritos es recurrente la comparación del paisaje de las sierras con el de la llanura, la búsqueda de sorpresas felices y pintorescas novedades eran del todo satisfechas en los recorridos por los territorios cordobeses. Ello queda explicitado en los comentarios de Eduardo Schiaffino quien casi de manera profética señalaba las virtudes de las sierras de Córdoba como espacio fecundo para el desarrollo y arraigo de una corriente de pintores paisajísticos al estilo de la escuela francesa de Fontainebleau, algo que en efecto y con sus propias características estaba comenzando a originarse justamente en esos años, tras las primeras incursiones de Emilio Angelini Caraffa y sus seguidores.[19]Y las palabras de Schiaffino en relación a la naturaleza serrana son elocuentes:
Región feliz, donde las cosas inmutables alzan perennemente un trino a la belleza excelsa, en donde la luz, desposada con la forma, realza la armonía bajos los ojos de Eros…
A medida que subíamos y flanqueábamos cumbres tras cumbres, maravillados y absortos en la contemplación del paisaje que se tornaba siempre diverso y prodigaba riquezas de detalle capaces de satisfacer al artista más exigente, iba acentuándose en nuestro espíritu la convicción de que tal como en Francia la famosa escuela de paisajistas había surgido en Fontainebleau, así, andando el tiempo, la Sierra cordobesa tendría la misma virtud, pues que ofrecía idénticos recursos dentro de una belleza análoga. [20]
El aquilatado Eduardo Schiaffino había alimentado sus convicciones en Europa en lo referido al concepto de paisaje, ya que para él su práctica artística implicaban un proceso de elaboración técnica y un lenguaje específico, cuestiones que no encontraba en la pampa y si en las sierras. [21]
Hacia 1895-96 comenzaron a publicarse en el diario La Nación de Buenos Aires una serie de crónicas firmadas con el seudónimo Ashaverus,[22] las que narraban pintorescas travesías por las Sierras de Córdoba. En 1897 los artículos, compilados, corregidos y aumentados, se convirtieron en libro con el título Tierra adentro. Sierras de Córdoba. El verdadero nombre del autor, era Amado Ceballos un polifacético educador, periodista y jurisconsulto cordobés, ardiente propagandista del liberalismo quien mantuvo resonadas polémicas con la iglesia católica en el medio local.[23] El mismo se definía como "físico, geólogo, botánico, mineralogista, meteorologista, agrónomo, político, etc., etc., todo de afición y ocasión; de profesión vagabundo e impresionista". Sin lugar a dudas un simpático y singular personaje, ecléctico y sagaz, dueño de una personalidad que reflejaba cabalmente el tono general de un fin de siglo marcado por el pragmatismo positivista y la influencia decisiva del cientificismo. Su libro se presentaba para los lectores de entonces como una guía moderna, colmada de datos, observaciones curiosas, alusiones políticas, todo narrado en un tono ameno, risueño y algo socarrón. Indudablemente ello significó en aquellos años una importante contribución para el conocimiento de una porción de la Argentina, prácticamente inexplorada o desconocida para los ojos de los habitantes de la ciudad. Así, provisto de esta guía práctica, el gran público comenzará a descubrir el paisaje de las Sierras de Córdoba de una manera diferente, como no se lo había hecho hasta entonces. Y en relación a la experiencia[24] que le significó al propio autor la ascensión al cerro Uritorco, sus palabras son elocuentes ante la exhibición de la naturaleza que lo desborda:
Lo más prudente, y quizá también lo más artístico es sentarse un momento sobre una piedra y saborear el paisaje, que solo las bestias pueden mirar sin más preocupación que la del número 1. Allí el voluptuoso galanteador de auras y ondinas descansa, acariciando con los ojos de la carne y el alma el agua cristalina y fresca de una silenciosa y modesta vertiente. Un corto esfuerzo más, y se ha triunfado.
El panorama que se presenta a la vista desde la cima, la más alta de toda la cadena, como se ha dicho, es imponente y llega para los pocos habituados hasta acercar a las fronteras del vértigo. El ojo domina extensísima perspectiva que llega, allá en los límites del horizonte, a los territorios de seis o siete provincias… .[25]
El texto de Ashaverus también está atravesado por las nuevas ideas higienistas, una corriente que hacia el último cuarto del siglo XIX fue tomando gran auge, precaviendo enfermedades, promoviendo esparcimiento, vida sana y aire puro. Y como lo señalaba su autor la gente de la llanura sofocante que en época estival acuda a las Sierras de Córdoba encontrará un "delicioso verano en las alturas de montaña, con sus cerros, quebradas, despeñaderos, grutas, torrentes, arroyos silenciosos, huertas primitivas y tantas cosas más…" Estas cualidades eran exaltadas en el prólogo del libro, firmado nada menos que por Rubén Darío, poeta modernista y apasionado viajero que tras su estadía en Córdoba [26]recomendaba visitar las Sierras apartándose de la ciudad, y que cada uno de los paseantes al recorrer aquellos parajes se dejara llevar por sus propias impresiones:
Desde que vais en el ferrocarril os saludan los lindos paisajes. Habéis dejado la llanura serena y monótona, veis aclararse en un bello cielo la línea recortada de las alturas, picos mastoides, ondulaciones suaves o bruscamente impedidas por un hachazo en el filo de la sierra. Cosquín, lugar donde se afianzan y renuevan los pulmones…
Pero es verdaderamente paradisíaco aquel pueblo nuevo – Capilla del Monte -situado en tal deliciosas alturas. El paisaje es multiforme y caprichoso. Si vais a los lugares de los baños, encontráis los extraños juegos de las rocas, los cristalinos y armoniosos remansos de las aguas, la vegetación intrincada y lujuriante, los manojos verdes de las lianas variadas, los troncos ásperos como forrados con carapachos de tortugas o cueros de caimanes.[27]
Córdoba aparece así en el horizonte cultural argentino como una especia de "higienópolis" ya que la experiencia de transitar o habitar, aunque momentáneamente, sus paisajes, implicaba un efectivo accionar terapéutico de orden físico y emocional. Una cualidad potenciada tras los alcances de las poéticas formas de la naturaleza serrana plasmadas por medio de un tipo de lenguaje sensibilizado y ágil, propio de las evocaciones volcadas en la literatura modernista.
Las palabras y las sierras…
Las representaciones literarias de las Sierras de Córdoba plasmadas en la pluma de Rubén Darío, Leopoldo Lugones o Enrique Larreta[28] se caracterizan por un profundo esteticismo, con imágenes sensoriales, percepciones lumínicas y sugestiones impresionistas. En sus relatos sobresale el elemento lírico y la emoción poética expresados con elegancia de estilo, excitabilidad y abundancia de notas sensuales, pródigas en enumeraciones pictóricas pero con cierta sobriedad formal que surge como una reacción contra el estilo pomposo desgastado por el romanticismo.[29]
El caso de Lugones es quizás el más emblemático, ya que como lo ha expresado Oscar Caeiro el carácter de la geografía serrana, sus dominios de infancia, está presente de una manera constante y significativa en su obra[30]. Esta rehúye de la representación literaria de un paisaje esteriotipado y se concentra en una voz poética que, si bien con una especie de frenesí o truculencia, revela un sentido singular de la naturaleza y sus elementos junto a la referencia tácita de lo humano. En su primer libro, Las montañas de oro, publicada en 1897 y escrito entre los veinte y veintitrés años de edad, se advierte cierta retórica optimista[31] de tono original y potente, como por ejemplo en "El carbón". Aunque no evoca de manera explícita referencias concretas de parajes serrano, hay en el texto una fuerte alegoría telúrica: "En el seno de la fragua toda roja – como una garganta abierta - arde el negro corazón hecho pedazos, corazón caliente y noble de los montes de la tierra… Y del negro corazón de las montañas surgen quejas, que parecen subterráneos murmullos…".[32]
La nostalgia de su provincia natal está presente en las incontables y resonantes evocaciones serranas dentro de la obra de Lugones, como una especie reconcentrada meditación a través de la cual descubre el fondo del silencio. La naturaleza se transforma en eternidad, en belleza, en ausencia, en indescifrable y eterno misterio. En El libro de los paisajes escrito en 1917, de tonalidad diversa y más lírica, es donde el poeta juega magistralmente con imágenes y aliteraciones. También en esta obra no se advierten referencias geográficamente concretas pero contiene algunas visiones que permiten dar un paso más allá en el desarrollo del tema. Con pasión constructiva elabora casi en abstracto ciertas experiencias fundamentales que están en la base de su percepción del paisaje, como por ejemplo la luz o el silencio:
Venía ya, por la cañada amena,
La dulce luz de palidez brillante
Como un agua dorada por la arena
Rayó el sol los linderos del levante;
Y abriendo inmensamente el infinito,
Su triple haz de oro se erigió, gigante,
En una excelsa prorrupción de grito.[33]
El mundo reposa conforme.
Domina en el cielo rotundo
Un álamo verde y enorme.[34]
A través de la calma y el silencio estival de la siesta serrana el autor quiere manifestar la magnificencia límpida del paisaje y lo que parece ser carente de sonido y movimiento queda enunciado con la riqueza expresiva que lo caracteriza. A través de un lenguaje directo, tierno y algo risueño Lugones consigue plasmar efectos visuales y sonoros, una característica típica de los poetas modernistas, quienes lograron que el arte de la palabra sirviera para plasmar cuadros pictóricos o ejecutar sinfonías musicales.
Dentro de la producción literaria en Córdoba hacia finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX encontramos algunos ejemplos literarios que exploran la geografía serrana de una manera particular. Las voces vernáculas dan cuenta de una "conciencia de interioridad" con anclaje en la tradición, que en plena época de progresos y transformaciones mantienen una relación ambigua con el cosmopolitismo mundano. Voces que asimismo reflejan las tensiones y luchas entre el pensamiento católico y las ideologías liberales, en una ciudad mediterránea que pugnaba por su modernización.
En el año 1900, bajo los aún atronadores ecos del modernismo Martín Gil publica en Córdoba Prosa Rural un volumen que propone una representación de una porción de la realidad territorial de la provincia a través de un lenguaje efectivo que interpreta la naturaleza serrana y su gente. Con estilo descriptivo y conversacional pero con sensibilidad poética la obra surge como un producto en el que gravitan las ideas cientificistas, evidenciadas tras una sagaz y precisa observación. En efecto, además de transitar por el mundo literario, Gil fue meteorólogo y astrónomo y actuó en la escena política desempeñándose como diputado o como Ministro de Obras Públicas de la provincia entre los años 1913 y 1916. Estuvo a cargo durante varios años del Observatorio Astronómico, y fue el responsable de la instalación del Ecuatorial Zeiss, un telescopio que servía para medir ascensiones, rectas y declinaciones de astros.[35]
Su prosa a la vez que expone, narra con soltura el carácter de la naturaleza, en un tipo de representación efectista que combina lo real y lo literario:
Declina el sol, dando un salto mortal sobre las montañas, y rasgando al pasar algunas nubes que se le atraviesan en el camino, así como en el circo, la linda rubia saltarina ecuestre, de faz risueña y cuerpo aprisionado en malla rosa, perfora el disco de papel pintado que el payaso le opone diestramente.
Los conos azules de las sierras se destacan de relieve en un gran fondo de luz anaranjada. Millares de chicharras hacen vibran los montes con su canto estridente. Oyese el balido lejano de las majadas que llegan al corral, y el grito agudo de la mujer que las arrea.
Después, la luz a agonizar, y la sombra y el silencio invaden lentamente. Sopla una leve brisa. Las flores de la noche, como temerosas de ser vistas, abren con sigilo sus pétalos sedosos, y la atmósfera se carga de perfumes; los grillos principian a templar su cuerdita chillona; las ranas modulan en coro sus salmos plañideros; a lo lejos se oye el llanto cristalino de los manantiales, y en todas direcciones, cual estrellas fugaces, se ven cruzar los tucos y luciérnagas con sus verdes linternas.[36]
La representación de un fragmento de la naturaleza que Gil nos propone aquí presenta una fuerte marca de iconicidad, a través de un realismo naturalista que rehúye de mistificaciones románticas, un relato descriptivo de gran musicalidad provisto de un tono objetivo y transparente. Las diferentes facetas en la obra literaria de Martín Gil denuncian con humor o sarcasmo las tradicionales características de la sociedad cordobesa, tradición que desnuda y critica. La descripción de la vida rural le sirve en algunos casos para denunciar formas de la existencia social sustentada por la pervivencia de prejuicios, como ha quedado reflejado en "Pato hediondo" el relato que inicia Modos de ver publicado 1903.
Contrariamente al pensamiento de Gil, la obra de Juan José Vélez[37] exalta las formas de concepción y los rasgos de la tradición cordobesa restableciendo valores morales o espirituales, y un ejemplo de ello puede leerse en la manera como cada uno considera al hábito doctoral de Córdoba, ubicándolos en posiciones claramente opuestas.
En relación al paisaje local, Vélez publica en 1934 Estampas Serranas, una obra atravesada por el ideario católico, el nacionalismo y el fomento del turismo, ya que desde su acápite se presenta como "una excursión a la montaña cordobesa, (¡tierra de los argentinos!) – y ello – es valorizar el concepto de la ciudadanía. El espectáculo de la belleza en la naturaleza levanta el espíritu, asociándolo al no menos brillante espectáculo de las ideas."
Efectuar un recorrido por nuestras serranías, es ponerse en comunicación directa, o mejor en presencia de los más hermosos cuadros de la naturaleza, frente a frente de verdaderos monumentos de piedra que permanecen hieráticos en su inmovilidad de rocas, causando siempre la admiración del turista que jamás se cansa de contemplarlos con las potencias del alma absortas en tan sublimes perspectivas de milenaria grandeza.
Al abandonar La Falda, llevábamos en nuestro itinerario el alma saturada de emociones: no era sólo el aire oxigenado de la sierra el que había desatado nuestra energías y volcado en nuestros pechos todo el aroma virginal de su deslumbrante vegetación: así no sé qué de extraño ocurre siempre a los que sentimos a la patria grande y libre, en cualquier zona de la República; también nosotros, en nuestra gira, nos habíamos sugestionado fuertemente. Todos estos lugares bendecidos por Dios, hermosos y fértiles, ricos y pródigos, ahora surgiendo tan atrayentes en medio de una naturaleza floreciente… [38]
A pesar de su matiz convencional con algunos acentos de un romanticismo residual la prosa de Vélez intenta prolongar, tras sus fuertes sugestiones, la experiencia vivida en la naturaleza cordobesa. A su vez, en otros tramos del libro se pregunta sobre el futuro de esta geografía, la que por esos años ya estaba comenzando a transformarse con el impacto de diversos equipamientos materiales. Su mirada sobre la presencia de los modernos adelantos del progreso es optimista, y a ellos los animiza haciéndoles decir: "Somos el progreso en marcha: aquí hemos golpeado en la pétrea entraña de estos cerros y hemos surgido a la vida como heraldos de la nueva era".[39] Impactos y transformaciones que desde otro punto de vista originaban negativas marcas y señales sobre la naturaleza serrana, como lo denuncia con poética indignación Baldomero Fernández Moreno en 1931 con su poesía "Las piedras manchadas":
No sé cómo las caras soportan la vergüenza,
no sé como las manos atrevidas no tiemblan,
¡manchar de esta manera las inocentes piedras,
ávidos comerciantes, efímeras parejas!
Las piedras más remotas perdidas en la sierra,
las piedras del camino, las piedras de la acequia,
las piedras de la gruta, las piedras de la cueva,
cada una con su nombre, cada una con su fecha.
Pero ya no habrá tronco perfecto en la floresta,
Pronto tendrán avisos los lomos de las bestias,
Los picos de los pájaros, los filos de las hierbas,
Y el agua tendrá números y el aire tendrá letras.[40]
Como hemos visto, la literatura y el arte se constituyen en maneras únicas de enunciar la experiencia ante el medio natural, ya que pueden lograr que sea visto y comprendido como una forma de complicidad entre el hombre y su entorno, como naturaleza humanizada. Pero como lo sostiene Raymond Williams, el paisaje tanto en su dimensión material como en su referencia literaria, es la producción de un tipo particular de observador, sustraído del mundo del trabajo. "El campo nunca es paisaje antes de la llegada de un observador ocioso que puede permitirse una distancia en relación con la naturaleza." [41]
Autor:
Tomás Ezequiel Bondone
Curador, Museólogo, Profesor de Dibujo y Pintura, Profesor de Historia del Arte
[1] BERQUE, Agustín: "En el origen del paisaje" – traducción de Alfredo Taberna - en Revista de Occidente Nª 189, Madrid, febrero de 1997, p. 9.
[2] Cfr. BONDONE, Tomás Ezequiel: "La Academia y el paisaje en Córdoba. Ver y volver a ver" en Martínez, Juan Manuel (editor). Arte Americano. Contextos y formas de ver. Descubre la otra mirada. Terceras Jornadas Internacionales de Historia del Arte. Santiago de Chile, Universidad Adolfo Ibáñez, Ril Editores, 2006; pp. 177-183; ver tb. "El paisaje de las Sierras en el corazón de Argentina" ponencia presentada en el Simposio Internacional Paisagem e Iconografía Nacional na arte da América Latina, organizado por el Departamento de Postgrado de la FAU, Universidad de San Pablo, Brasil, 21 al 23 de noviembre de 2007.
[3] En cuanto al concepto de representación, seguimos la noción tal como la comprende y maneja Louis Marin: "Uno de los modelos más operativos construidos para explorar el funcionamiento de la representación moderna – ya sea lingüística o visual – es el que propone la toma en consideración de la doble dimensión de su dispositivo: la dimensión `transitiva´ o transparente del enunciado, toda representación representa algo; la dimensión `reflexiva´ u opacidad enunciativa, toda representación se presenta representando algo" Cfr. CHARTIER, Roger: Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin. Buenos Aires, Manantial, 1996, p 80.
[4] GOMBRICH, Ernst, H.: "La teoría del arte renacentista y el nacimiento del paisajismo" en Norma y forma. Estudios sobre el arte del Renacimiento. Madrid, Debate, 1996, pp. 107-121.
[5] CATTARUZZA, Alejandro: Los usos del pasado. La historia y la política argentina en discusión, 1910-1945. Buenos Aires, Sudamericana, 2007, pp. 55-57.
[6] Sobre la definición de paisaje véase el exhaustivo abordaje teórico de: MADERUELO, Javier: El paisaje. Génesis de un concepto. Madrid Abada, 2005.
[7] "El paisaje en Córdoba" en Los Principios, Córdoba, 8 de octubre de 1942, p. 4, col, 1 y 2.
[8] Las tensiones originadas en Córdoba por la contraofensiva de un núcleo de matriz eclesiástica y los grupos liberales que pugnaban por una laicización de la cultura están claramente expuestos en el trabajo de ROITENBURD, Silvia N.: Nacionalismo católico Córdoba (1862-1943). Educación en los dogmas para un proyecto global restrictivo. Córdoba, Ferreyra, 2000.
[9] Dentro del territorio cordobés se distinguen claramente tres cordones montañosos principales: el oriental o Sierras Chicas, cuya altura máxima se encuentra en el Cerro Uritorco (1.979 msm); la cadena central o de las Sierras Grandes, constituida por los cordones de la Sierra Grande (con el cerro Los Gigantes como altura máxima, con 2.374 msm.), la Sierra de Achala y la Sierra de Comechingones (con el cerro Champaquí, que con sus 2.887 msm. es la máxima altura de la provincia ); y el cordón occidental donde se destacan la Sierra de Guasapamapa y la Sierra de Pocho.
[10] "Es ideal el clima de las serranías de la provincia" en Los Principios, Córdoba 15 de octubre de 1933, p. 12.
[11] Cfr. Fotografía publicada con la siguiente cita: "Paisajes serranos. Un hermoso paisaje impresionado por el objetivo en las proximidades de Mina Clavero" en Los Principios, Córdoba, 13 de Julio de 1933, p. 13. El destacado es nuestro.
[12] En medio de reproducciones de vistas y perspectivas dibujadas por diversos autores aparecen con grandes letras de molde propuestas publicitarias tales como esta: "Entre estas maravillosas serranías está su lote", anunciadas recurrentemente tanto en Los Principios como en La Voz del Interior durante los años centrales de la década de 1930 y 1940.
[13] BOURDIEU, Pierre: "¿Quién creó a los creadores?" en Sociología y Cultura. México, Grijalbo2, 2002, pp. 225-238.
[14] DEBRAY, Régis: Vida y muerte de la imagen. Una historia de la mirada en Occidente. Barcelona, Paidós, 1994, p. 169.
[15] PENHOS, Marta: Mirar, saber, dominar: imágenes de viajeros en la Argentina. Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas Artes, 2007, p. 6.
[16] Cfr. BONDONE, Tomás Ezequiel: "Conocer para ver. Ver para conocer. Las nuevas ciencias y el florecimiento de la pintura de paisaje en Córdoba" en XI Jornadas de Investigación del Área Artes Centro De Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 8 de noviembre de 2007.
[17] "Desde Córdoba. De Buenos Aires a Capilla del Monte" en La Nación, Buenos Aires, 24 de enero de 1897, p. 7, c. 3 y 4. Aunque la reseña no está firmada existen certezas de que su autor sea Ashaverus.
[18] La construcción del ferrocarril se realizó en cuatro etapas (de 1891 a 1892) llevadas a cabo por la corporación inglesa Perry Cutbil de Longo y Cia., representada en Córdoba por la firma "Córdoba North Western Rail-way & Co. Ltd." GAMARRA FONTÁN, José María: "El ferrocarril de La Cumbre" en La Cumbre – Córdoba. Historia gráfica. Córdoba, Fuentes Históricas y Bibliográficas Argentinas, 2005, pp. 23-30.
[19] Sobre este tema véase: "Paisajes de la ciudad y el campo: la ampliación de la mirada" en BONDONE, Tomás Ezequiel: Caraffa, Córdoba, Ediciones Museo Caraffa, 2007, pp. 147-171.
[20] SCHIAFFINO, Eduardo: "Impresiones argentinas. Alta Gracia. La ruta de San Antonio con los padres franciscanos" en La nación, Buenos Aires, 14 de marzo de 1897, p. 8, c. 1 a 4.
[21] MALOSETTI Costa, Laura: "La querella del paisaje y el arte nacional" en Los primeros modernos. Arte y Sociedad en Buenos Aires a fines del siglo XIX. Buenos Aires – México, Fondo de Cultura Económica, 2001, pp. 337-346.
[22] El nombre proviene de un personaje legendario, condenado a la inmortalidad y a caminar hacia el día del Juicio final por haber maltratado a Jesucristo en el trayecto del Calvario. A partir del siglo XIII, esta leyenda adquirió formas diversas. En el siglo XVII, un autor alemán lo presentó como un judío, el "judío eterno", llamado Ashaverus o Asuero (1602), que en la traducción francesa de 1609 se convirtió en el "judío errante". A partir de entonces el tema se extendió con gran rapidez, a través de las imágenes populares, las estampas y los romances. El judío errante, personificación del destino del pueblo judío después de la muerte de Cristo, ha inspirado a escritores como Schiller, Goethe, Chamiso, Shelley, Borges y, especialmente, a Eugenio Sue, que, con su novela "El judío errante" (1845), ha sido el escritor que más ha contribuido a la difusión de este mito en el mundo actual.
[23] CUTOLO, Vicente Osvaldo: Nuevo Diccionario biográfico argentino (1750 – 1930), Buenos Aires, Elche, 1969, p. 262.
[24] En cuanto a la noción de experiencia y al paisaje como representación cultural se ha prestado atención a las formulaciones teóricas de BESSE, Jean-Marc: "Las cinco puertas del paisaje. Ensayo de una cartografía de las problemáticas paisajeras contemporáneas" en MADERUELO, Javier (dir.): Paisaje y pensamiento, Madrid, Abada, 2006, pp. 145-171.
[25] ASHAVERUS: Tierra Adentro. Sierras de Córdoba. Buenos Aires. Imprenta Cooperativa, 1897, p. 41.
[26] La breve permanencia de Darío en la ciudad mediterránea fue interpretada como "una gran fiesta" como "los juegos olímpicos del arte, de la idea y la belleza y que inicia un nuevo período intelectual entre nosotros…". Todo lo relacionado con este acontecimiento, discursos, programas, cartas, comentarios y notas de diversos medios de prensa, fueron recogidos en una publicación especial de 50 páginas impulsada por el Ateneo de Córdoba, Cfr. Discursos y poesías. Leídos en la velada celebrada en honor de Rubén Darío el 15 de octubre de 1896. Córdoba, Imprenta de Los Principios, 1896.
[27] En el período de cambio de siglo XIX – XX pocos autores de las letras han suscitado tantos estudios y biografías como la obra y la vida de Félix Rubén García Sarmiento, verdadero nombre de Rubén Darío (1867-1916). En tal sentido puede consultarse el atractivo abordaje realizado por Santiago Esteso Martínez: "Lecturas profanas. La pluma encantada de Rubén Darío" en Orientaciones. Revista de homosexualidades. Madrid, Fundación Triángulo, Nº 6, segundo semestre de 2003, pp. 23-41.
[28] La geografía serrana significaba para Enrique Larreta – Buenos Aires 1875 – 1961 – un ámbito propicio para la inspiración literaria, aquí escribió por ejemplo La naranja (Buenos Aires, Espasa Calpe, 1947), un ensayo evocativo de meditaciones filosóficas El autor de La gloria de don Ramiro compró en 1918 el campo "El Potrerillo" ubicado en el Valle de Paravachasca cerca de Alta Gracia, tierras que habían pertenecido a la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, hoy declarada Patrimonio de la Humanidad. Larreta pasaba allí largas temporadas con su familia, en la casa de estilo colonial que empezó a construir en 1920 y terminó para 1924. Los interiores aún conservan piezas de arte, platería del Alto Perú, cuadros cuzqueños del siglo XVIII y parte de la colección de arte latinoamericano que atesoró el escritor. Para una aproximación a su obra véase: CAMPANELLA, Hebe: Enrique Larreta: el hombre y el poeta. Buenos Aires, Marymar, 1987.
[29] VEIRAVé, Alfredo: Literatura hispanoamericana y argentina. Buenos Aires, Kapelusz, 1973, p. 177.
[30] CAEIRO, Oscar: "El paisaje serrano en Lugones" en Revista de Estudios Hispánicos, Vol. VI, Nº 1, Alabama, Prensa Universitaria, Enero de 1972, pp. 37-49. Leopoldo Lugones nació en 1874 en Villa de María en el departamento cordobés de Río Seco. Fue el primogénito del matrimonio de Santiago Lugones y Custodia Argüello. Concluyó sus estudios secundarios en la ciudad de Córdoba y en 1896 se instala definitivamente en Buenos Aires. Así a los 22 años comienza a escribir en La Nación, promovido por su amigo Rubén Darío, lo que da inicio a una productiva y destacada carrera en el mundo cultural argentino. Se suicidó en una isla del Tigre en 1938.
[31] Según Carlos Obligado es indudable la influencia ejercida aquí por Edgar Allan Poe. La métrica de la obra, cuya versificación irregular es aparente, no debe confundirse con el verso libre que años más tarde caracterizó el personal estilo de Lugones.
[32] LUGONES, Leopoldo: Antología poética. Selección y prólogo de Carlos Obligado. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1951, p. 48.
[33] Del poema "Aurora" en Antología poética, op. cit, p 197.
[34] Del poema "Serenidad" que integra Las horas doradas de 1922. Antología poética, op. cit, p. 207.
[35] Martín Gil nació en Córdoba (Argentina) el 23 de octubre de 1868. Murió en Buenos Aires el 9 de diciembre de 1955. Además de haber sido un prolífico escritor sobre temas diversos, colaboró con el diario La Nación desde 1912, considerado uno de los principales meteorólogos argentinos de la primera mitad del siglo XX. Desde muy temprana edad profesó un interés sobre la astronomía y la meteorología, siendo en relación a estas ciencias un completo autodidacta en cuanto a las observaciones e investigaciones que realizaba. Sin embargo, también cursó estudios de abogacía en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Quien es quien en la Argentina. Biografías contemporáneas. Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1939.
[36] GIL, Martín: Prosa Rural (1900) en Antología, selección y prólogo de Arturo Capdevila, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1960, pp. 50-51.
[37] Vélez (Córdoba, 1871 – ¿ ?), miembro de una familia católica de larga tradición en la ciudad, se dedicó a la vida política y literaria con una pródiga creación intelectual. En 1909 publicó Manila una novela romántica muy difundida en la época. Fue además Jefe del Archivo de la UNC. Algunos aspectos sobre su biografía pueden encontrase en un "folleto" de 73 páginas publicado en Córdoba en 1940 (s/d de editor y/o autor) cuyo título es Currículum Vitae. Carrera literaria de Juan José Vélez. Ver también: Quien es quien en la Argentina. Biografías contemporáneas. Buenos Aires, Guillermo Kraft, 1939, p. 797.
[38] VéLEZ, Juan José: "Belleza de Nuestras Sierras. A lo largo del Valle de Punilla" en Estampas Serranas. Córdoba, Editorial Pereyra, 1934, pp. 132-134. El libro tiene ilustraciones de Juan Olsacher (Carátula) Director del Museo Provincial de Bellas Artes; Francisco Vidal Director de la Academia de Bellas Artes, Andrés Piñero, Fray Guillermo Butler.
[39] VéLEZ, Juan José, ídem, p. 137.
[40] FERNÁNDEZ MORENO, Baldomero: "Cuadernos de verano. Córdoba y sus Sierras" en Antología 1915-1947. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1952, p. 219.
[41] WILLIAMS, Raymond: El campo y la ciudad – Prólogo a la edición en español de Beatriz Sarlo – Buenos Aires, Paidós 2001 p. 19.
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