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Familias que educan a sus hijos en etapas difíciles (página 2)

Enviado por Alex Alba Solares


Partes: 1, 2

Pero no solo los conocimientos le aportan a la relación con los hijos, también los sentimientos y las emociones, que por supuesto, no son siempre positivas; por el contrario, los propios esfuerzos que demanda la educación, movilizan tensiones, ansiedades: los padres experimentan una falta de control que "los saca de paso", "le colman la copa", como ellos mismos refieren.

La vivencia diaria en la relación con los hijos también alcanza niveles de frustración, sobre todo cuando depositamos en ellos expectativas que superan las posibilidades reales de los hijos.

Todas estas cuestiones nos demuestran lo difícil que resulta la tarea de ser padre, pero además si se tiene en cuenta que para ello no hay escuela, ni universidad que gradúe, aún cuando echemos un vistazo a alguna literatura especializada en el tema, que nos ayude a encontrar el camino, éste decididamente se hace complejo, porque cada hijo es una escuela, cada hijo requiere de un manual. Es por eso que no queda más remedio que ensayar, y entre ensayo y error descubrir aquellas actitudes que nos ayuden a seguir andando.

Sin embargo, a pesar de lo difícil que resulta la tarea educativa, de algo se está claro: traemos a los hijos al mundo y entraña una inmensa responsabilidad, que ligada al placer de verlos crecer contribuye a nuestro propio crecimiento. Nadie debe desligarse de los hijos, o al menos aquellos que lo hacen, difícilmente puedan experimentar la emoción por los logros alcanzados por ellos, por sus triunfos en la vida, en los estudios y por la propia familia que luego van construyendo.

En cuanto a la necesidad de ver crecer a los hijos, existen muchos padres que quieren que su hijo crezca, pero al mismo tiempo desean que no lo haga; pues cada etapa nueva del desarrollo exige cambio de actitudes, nuevos comportamientos, nuevos sentimientos que desestabilizan aquello que ya se había logrado. De ahí, que muchos padres se muestren resistentes al cambio de manejo, y esto definitivamente conduce a las contradicciones con los hijos.

Cuando son pequeños y hemos logrado su adaptación al corral, de pronto comienzan a pedir un espacio mayor, porque quieren caminar, cuando logramos que jueguen tranquilos en casa, comienzan a pedir el juego fuera con amiguitos y si es que ha llegado la adolescencia, entonces sí que surgen las grandes contradicciones con la salidas, los horarios y el grupo de amigos.

La flexibilidad para el cambio se impone desde el propio instante en que nace, por la necesidad de romper con algunas expectativas puestas en un ideal de hijo, que muchas veces se parece, pero nunca coincide con el hijo que nos corresponde.

Desidealizar al hijo, puede ayudar en la resistencia al cambio, en evitar frustraciones y a la vez en la comprensión real del hijo que tenemos. Esto va desde el sexo que soñamos para nuestro hijo, hasta los legados las expectativas.

Los legados y las expectativas idealizadas se corresponden con lo que para uno como padre resulta "normal" o en todo caso "bueno para ellos". Pero se lega también anhelos que sirven para compensar las propias frustraciones personales de los padres. De ahí que sea común escuchar a un padre decir "no quiero que pase lo que yo pasé", "yo quiero que sea médico".

Esto encierra un compromiso profundo, limita la libertad de escoger y fomenta un sufrimiento en el hijo entre lo que quiero y lo que esperan mis padres de mí, que además de responder a fracasos de ellos mismos, corresponden a un momento histórico diferente al de sus hijos.

La cuestión no está en dejar de orientarlos sino en permitirles la libertad de defender su propia identidad, sus gustos, intereses y motivaciones.

Para desidealizar a los hijos, es necesario recodificar la propia crianza, estar convencido del proceso dinámico que encierra la misma y que nos lleva a contradicciones, desacuerdos, pero también a grandes lecciones. No olvidemos que de nuestros hijos también aprendemos.

Los padres no deben renunciar nunca a la necesidad que tienen sus hijos de ser orientados, como tampoco deben renunciar a la autoridad como profunda necesidad para su desarrollo, lo cual también demanda extrema tolerancia y flexibilidad para lograr cambios.

Para ejercer la autoridad, es necesario valorar las necesidades del niño y del adulto. No querer tener un psicólogo en casa, dando explicaciones por cada cosa que hacen, ni confundir autoridad con autoritarismo. Para una buena autoridad, los límites suelen ser el mejor recurso.

Hay padres que agotan a los hijos con sus "cantaletas", dicen tantas veces lo mismo, que termina por no escucharse. La "cantaleta" comienza con frases que se repiten, algunos sermones, amenazas, le sigue la queja y termina con el grito.

El momento más crítico: el baño. Lo más interesante de este asunto es que los hijos se acostumbran a la "cantaleta" y hasta que no lo repiten varias veces no consiguen su propósito.

La autoridad precisa de un decir y un hacer que no se contradigan, actuar con límites, explicar lo que precisen sus hijos porque también es importante dialogar y sobretodo manteniendo una verdad que sirva de sustento para la autoridad. El engaño y la mentira son enemigos de la autoridad. Hay verdades que pueden ocultarse por la edad del niño, hay detalles que no merecen contarse, pero una explicación verdadera de acuerdo a las circunstancias puede ser paradigma para una buena autoridad.

El diálogo con los hijos permite además desarrollar la capacidad para escuchar, así los padres proporcionan un espacio para respetar y aceptar a los hijos y éstos se entrenan par la comunicación en las relaciones interpersonales.

La escucha permite potenciar su autoestima, defender su identidad y sobretodo comprender la realidad en la que se desarrollan. De la misma forma ayuda a trasmitirles mensajes dolorosos, situaciones difíciles sin que esto afecte el desarrollo normal de los hijos, porque se entrenan para la escucha y también para la aceptación. Mensajes como "mamá y papá se están divorciando, pero seguimos siendo tus padres", "abuela acaba de morir, es doloroso, pero hay que seguir recordándola con alegría y no con tristeza". Estos mensajes requieren para su buena comprensión, de un entrenamiento previo en una comunicación sin ruido, sin presiones, y con libertad para expresarnos.

No importa que la emoción que acompañe sea el llanto, la tristeza, si educamos a nuestros hijos en un diálogo abierto, también ellos van a estar preparados para una emoción auténtica, acorde al mensaje que se trasmite.

En el estudio de la cronología familiar se destaca la etapa del ciclo vital de la adolescencia por la confluencia de personas en la familia, que transitan por diferentes etapas de la vida, entre ellos el hijo adolescente marcando conflictos propios de la edad, el adulto medio que comienza a acercarse a la mitad de su vida y el análisis en torno a ésto, y los abuelos aceptando los cambios del adulto mayor.

En tal sentido se plantean para la familia funciones que debe cumplir en torno a cuestiones relacionadas con la difícil tarea de educar a los hijos y entre ellos al adolescente con el establecimiento de los linderos (límites) del sistema de comunicación, que se vuelven flexibles para permitir la entrada y salida, la dependencia y la independencia, de los adolescentes y también la de los abuelos que se van debilitando. El tomar decisiones conyugales y de trabajo propias de la edad adulta madura es otra razón que marca la etapa Adolescencia de la familia, las cuales son siempre objetos de debates y polémicas, que conllevan reajustes, se generan tensiones y se precisa el revisar hasta llegar a cambios. Comenzar el cuidado de los abuelos viejos, también aparece como elemento de la etapa donde el adulto medio tiene que afrontar las patologías propias de sus padres que transitan por la adultez mayor.

Cuando llega la adolescencia entonces, hay padres que no toleran la mentira, y sobre todo de parte de sus hijos en esta etapa, y exigen que les cuenten todo. Habría que preguntarles ¿hasta dónde han sido defensores de la verdad? ¿Cuántas veces se sentaron a conversar con sus hijos de pequeños?

La adolescencia como etapa de transición, requiere nuevas reglas, nuevas formas de comunicación y autoridad con los hijos. Es una edad en que aumentan los riesgos y se debilita la posibilidad de control que se tenía antes.

Es por esto y por la conmoción social, propia de estos tiempos, donde la vida familiar experimenta grandes cambios, que con frecuencia sean los adolescentes los que protagonicen las dificultades fundamentales y quienes por su comportamiento susciten la máxima preocupación.

En los distintos momentos por los que transita la familia, aquel en el que uno de los hijos entra en la edad adolescente, marca un hito en la relación con los padres y consiguientemente en la dinámica de todos sus miembros.

Con toda razón aumentan las preocupaciones de los padres, porque saben que aumenta la necesidad de vivir experiencias riesgosas, quieren vivir una vida de adultos, sin asumir las responsabilidades que esto implica.

Cualquier adolescente desorienta a un padre, cualquiera lo hace actuar de manera descontrolada y rígida. Es por eso que se hace necesario establecer una relación diferente entre padres y adolescentes.

Los adultos encargados de hijos adolescentes requieren de nuevos límites en la educación, que además constantemente se pueden ir rediseñando, las reglas familiares también se reajustan y la comunicación requiere de un constante ensayo – error.

La difícil tarea de guiar a un adolescente lleva a los padres con frecuencia a actuar como un adolescente más, creyendo que de esa forma logran su confianza. Este error desorganiza al adolescente, que requiere de emociones estables y conductas maduras para imitar.

No debemos olvidar que una cosa es tener una relación amistosa con los hijos y otra es convertirlos en cómplices de sus conflictos. Los adultos no pueden dejar de ser adultos, porque solamente con madurez pueden trasmitirles la seguridad que ellos necesitan.

El adolescente tiene que ver en el padre un eterno guía. Para ello es necesario que adquieran actitudes en cuanto a la tolerancia, aceptación, respeto y diálogo constante, pero también se requieren valores que no se trasmiten dichos verbalmente, sino que son captados, inducidos a través del comportamiento.

La concepción hacia la pareja, la familia, la sexualidad, las relaciones humanas, la ideología conlleva un sistema de valores que el adolescente necesita aprender a través de la actuación de sus padres. Ser ejemplo de honestidad, sinceridad, lealtad entre otras son las cuestiones que no se aprenden de un día para otro.

La adolescencia se caracteriza por rápidos y diversos cambios que pasan de manera muy dinámica. Existen múltiples problemas que se asocian con frecuencia a este período de la vida como son, entre otros, los fracasos de la escuela y los problemas sentimentales y sexuales que los pueden llevar a embarazos, abortos y matrimonios tempranos. Por otra parte, los conflictos generacionales producto de la incomprensión de los adultos, y muy en especial de la familia, los pueden conducir a situaciones serias y complicadas como la autoagresión física y la muerte. En este sentido la familia puede ser un refugio, un sistema de solidaridad y apoyo mutuo o bien puede dificultar el desarrollo individual y social.

Las relaciones interpersonales y las formas de comunicación que se establecen en el seno familiar, ejercen también una fuerte influencia en la educación de los hijos adolescentes; igualmente, la forma de transmitir el afecto, el ejercicio de la autoridad, los límites, que mencionábamos anteriormente, y el respeto de los espacios, forman parte de un conjunto de factores que identifican individualmente una familia determinada y que en función de estos factores se han de desarrollar sus miembros.

Los adolescentes son altamente sugestionables e imitadores, y esto es algo que igualmente los distingue y debe tenerse en cuenta por los padres, a la hora de actuar, considerando que estas son para el adolescente pautas de aprendizaje que perciben de la familia, así su modo de vida, a través del lenguaje y de sus actitudes tiene su expresión en la conducta del adolescente.

Es sin dudas entonces, en el marco familiar donde el adolescente, va modelando el estilo de relación con los otros, precisamente en el desarrollo del quehacer cotidiano de la vida familiar, en el cual se forma las potencialidades individuales para ello. En esta labor educativa no solo es importante la intención de los padres de lograrla, sino la preparación de que dispongan y de las posibilidades materiales para llevarla a cabo.

En relación con la función socializadora de la familia en la que se vinculan las cuestiones afectivas, la comunicación y con la llamada "atención" o "control familiar", los factores más importantes podríamos decir de la educación de los padres, son un permanente amor y solicitud, constante dirección y, en resumen, una atmósfera familiar equilibrada y libre de tensiones.

En esta etapa, y quizás porque es el preludio del desprendimiento de los hijos para constituirse como adultos diferenciados de su origen, estos no aprenden solo lo transmitido verbalmente, lo que enseñan los padres, sino que están pendientes de lo que los padres hacen correctamente. Los toman como modelos o antimodelos en todas sus actitudes.

La función que deben jugar los padres, se distancia del rol que desempeñan. Dicha función esencialmente consiste en descubrir (hacer conscientes) las necesidades básicas y las contradicciones que en cada etapa de la vida de los hijos potencian su crecimiento saludable. Lograrlo implica conocer las características más importantes de cada una de las etapas del crecimiento y las crisis por las que atraviesan, y contar con las herramientas necesarias que faciliten el desarrollo de los hijos y de los propios padres como seres autónomos, coherentes y protagonistas de su historia.

En tal sentido aparece la necesidad de "conducir" al adolescente a encontrar "el sentido de la vida", de forma tal que haga suyos aquellos valores y legítimas aspiraciones sociales y morales, a través de su asimilación activa y personal, todo lo cual posibilitará una regulación consciente de su comportamiento, aun cuando estén en proceso de formación, y el surgimiento de la concepción del mundo para iniciarse adecuadamente en la edad juvenil.

De esta forma insistimos en considerar a la familia como uno de los espacios de mayores cambios a la par con las transformaciones sociales, y dentro de ella a las que tienen adolescentes, por ser estos altamente sensibles a las influencias de su medio familiar y social.

Los padres por ejemplo, que laboran en sectores complejos en cuanto a características, horarios, etc., con frecuencia no valoran la necesidad de reforzar los espacios de atención y comunicación con los adolescentes, de lo cual es importante destacar que las circunstancias influyen, pero no eximen de responsabilidad.

La transmisión de la experiencia de la que son portadores los padres, desde sus historias personales, son un caudal de conocimientos, costumbres, normas, tradiciones y valores necesarios para el desarrollo pleno de los hijos. Los padres son agentes socializadores imprescindibles, en los que se conjuga el afecto que sienten por sus hijos, la aspiración de que se conviertan en personas sanas física y psicológicamente y la transmisión de los conocimientos necesarios para su desarrollo como seres humanos.

La estructura de la familia en la adolescencia está en crisis, no solo por la etapa adolescente, con sus ritmos y cambios imprevisibles, sino porque coincide que los padres también atraviesan su propia crisis en relación con su edad (crisis de la edad media de la vida), con sus propios cuestionamientos hacia su persona, hacia su relación conyugal, su familia y su entorno en general, pero igualmente la crisis valorada como fenómeno de crecimiento desde la macro estructura familiar, y así se valora que la familia también se modifica y se supera, como que cada miembro familiar desarrolla un sistema que permite escalar hacia estructuras superiores y acorde con la edad y las necesidades que aparecen .

Los padres por ejemplo, viven una etapa en la que ya se ha logrado cierto desarrollo profesional o técnico e igualmente en el marco de la pareja se logró una relación satisfactoria o por el contrario ya existe el divorcio o alguna nueva pareja.

El logro de una familia estable podemos decir, es un reto para todo adulto, pues la modernidad ha conspirado contra la estabilidad de las parejas. La equidad de género, la amplitud de intereses culturales, políticos y morales han propiciado el aumento de separaciones y divorcios. Las casas vacías durante el día, la incomunicación intrafamiliar, la rigidez de roles de género y la falta de cultura general psicológica tienden a modificar hoy en día la vida familiar.

La relación de pareja no es un hecho estático, sino que igualmente transita por diferentes etapas evolutivas y éstas a su vez se relacionan con el ciclo vital de la familia.

Lo que significa que la pareja que enfrenta la etapa del ciclo vital de la adolescencia, precisa de reajustes que requieren a su vez de movilidad psicológica y asimilación de los cambios.

De ahí que se diga que la pareja, está expuesta a vivir una crisis ante cada etapa nueva por la que transita la familia y asumir a los hijos en plena adolescencia y a su vez a los padres, desde la perspectiva de la pareja es un verdadero reto que requiere de la adopción de nuevos roles a partir de las nuevas demandas, para lo cual la pareja debe estar preparada.

El adulto medio es además el sostén afectivo y económico de la familia: el responsable principal de los hijos y muchas veces de sus padres.

Todo ello hace de esta edad un período de satisfacción o frustración, en la medida en que la estabilidad sea afortunada o no, repercutiendo en la familia en sentido general.

Por otra parte se incorpora también el adulto mayor (los abuelos), que comienza con su proceso natural de decadencia, donde la salud se hace sensible, no pueden hacerse las mismas cosas de antes y todo esto presupone preocupación, dedicación y ciertos sacrificios por parte de la familia.

En relación con los padres mayores el adulto medio también debe enfrentar determinadas responsabilidades sobre todo la mujer, las cuales hacen de esta etapa del desarrollo una de las más estresadas. En este sentido es necesario recabar la ayuda de la familia como un todo, dando a conocer y conociendo lo que está pasando para promover el apoyo y cariño que son necesarios no solo a los abuelos y padres ya mayores, sino también a la mujer y al hombre cuando él se enfrenta a estos menesteres, y más cuando no está acostumbrado a hacerlo.

La propia naturaleza del grupo familiar, la convivencia y las relaciones familiares, hacen de la familia un blanco permanente para los debates, aspecto que se magnifica ante la adversidad, las crisis económicas y otras situaciones de carácter general o particular que agregan vulnerabilidad a la familia.

Trabajar al grupo familiar resulta una tarea compleja para cualquier persona, y esto debe hacerse de forma integral. De manera que para valorar a la familia debemos examinarla en el contexto que se desarrolla y la dinámica que opera en la misma, a partir de los cambios sociales.

A partir del impacto que tiene la interacción con el entorno social en la formación y desarrollo de la familia, nos hace comprender que la calidad de la socialización y el proceso de adaptación social depende de la entrada a ese exterior, así, la familia aunque auténtica y con identidad propia requiere de esa influencia social y tiene la responsabilidad de preparar a sus miembros para esa inserción en el contexto macro social.

En su condición de célula básica de la sociedad, la familia sintetiza la congruencia de los cambios económicos y sociales. Su desarrollo, por tanto, no es anárquico, sino que responde a las transformaciones experimentadas por la sociedad a la que representan, y, aunque sigue siendo la institución fundamental es también diferente de lo que fue un día o, dicho de otra manera la familia es una institución permanente pero no inmutable.

Difícil entonces resulta la tarea de formar a los hijos y sobre todo algunas etapas resultan más complejas que otras para la familia, como es el caso de la adolescencia, pero aún cuando resulte difícil, a la tarea y al intento, nadie debe resistirse. Construyamos nuestro papel de educadores, formemos a nuestros hijos en nuestra familia y con nuestras propias manos. El empeño requiere de esfuerzo pero también de alegrías y satisfacciones.

 

 

Autor:

Alex Alba Solares

MsC. Psicología Clínica. Irsa Santana Viera

Partes: 1, 2
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