Sigue viaje la flotilla de Colón para continuar su segundo viaje bordeando la costa sur de Cuba, después de recorrer la bahía de Cochinos, con sus abundantes manantiales de aguadulce, costea la península de Zapata y penetra en la espaciosa ensenada de la Broa, recalando en las cercanías del actual surgidero de Batabanó. Reconoce después la flotilla una gran parte de las cenagosas costas pinareñas y, con gran sorpresa de todos, un anciano indígena de aquellas comarcas, que ha sido llevado a bordo de las carabelas, no puede entender el lenguaje de los otros taínos que lo acompañaban. Colón acababa de descubrir la más antigua y atrasada población de la isla, los indios "Guanahatabeyes".
Superviviente quizás de los primitivos indígenas continentales, fueron encontrados en la cueva de El Purial, restos de un hombre muy viejo desde el punto de vista antropológico, por lo que fue llamado "el hombre de El Purial", aunque sus restos también han sido encontrados en Soroa, Pinar del Río, y es posible que sea el representante del paleo-amerindio que vivió en las costas floridanas y venezolanas, que pasó a Cuba en épocas tempranas. Su cráneo es mesaticéfalo y, por la fisonomía general, su forma, aspecto y gran desarrollo de la sínfisis del maxilar inferior, los diferentes índices de la cara, la conformación especial de los huesos, sus anomalías y otros rasgos anatómicos los antropólogos han señalado al hombre de El Purial como un verdadero amerindio.
Los guanahatabeyes debieron haber arribado a las costas de Cuba hace muchos cientos de años, ya que constituían la fase más primitiva, o sea el habitante más antiguo, de tipo paleolítico, que había dejado sus vestigios en toda la isla como lo prueban las investigaciones arqueológicas. Sus antecesores extendidos por todo el territorio de Cuba dejaron restos óseos destruidos o quemados y a veces pintados de rojo. Estos han sido encontrados en las innumerables cavernas que tienen las sierras cubanas. En ellas también han sido hallados restos de comida-corojos, conchas de moluscos, huesecillos de jutías, de pájaros, de peces y restos del gran Megalocmus Rodens, perteneciente a la fauna del Pleistoceno y extinguido ya a la llegada de los españoles, así como de numerosas variedades de jutías, peces, pájaros y del perro mudo que es bien conocido por éstos. Algunos implementos de su vida cotidiana, así como toscos cavados en las rocas y vasijas hechas de grandes caracoles se encontraron.
En una de las cartas de Diego Velásquez dirigidas al Rey, en que le da cuenta de la empresa que realizaba, le dice: "…envié con el dicho bergantín visitar dos provincias de indios, que en el cabo desta isla, a la banda del Poniente están, que la una se llama Guaniguanico é la otra los Guanahatabibes, que son los postreros indios dellas; y que la vivienda destos guanativives es á menera de salvajes, porque no tienen casas, ni asientos, ni pueblos, ni labranzas, ni comen otra cosa sino las carnes que toman por los montes, y tortugas y pescado".
Los estudios arqueológicos han permitido conocer que tenían el mismo tipo físico que el de los taínos, pero eran de cráneo y de estatura un poco más baja. Su cabeza presenta una forma general sub-braquicéfala de aspecto macizo, gran desarrollo facial, pronunciada mandíbula inferior y excelente dentadura, la cual se conserva completa en todos los restos extraídos. Los huesos de las extremidades son largos, por lo que corresponden a un hombre de alta talla, de constitución fuerte y sana, muy de acuerdo con una alimentación rica en fosfatos, a base de moluscos y productos del mar con que se sustentaba. Este hombre era, en su conjunto, mucho más robusto y resistente que sus sucesores en la ocupación de la isla. El Guanahatabey, de economía recolectora de productos de la costa, se caracteriza entre otras cosas, por la ausencia de cerámica y agricultura, la falta de comunidades establecidas en pueblos y la existencia de agrupamientos no muy numerosos de carácter seminómada. Residía en paraderos a campo abierto y, aunque era un hombre de costas, no se puede afirmar que fuera pescador. Por la magnitud de los residuarios, puede deducirse que las comunidades no estaban formadas por numerosos individuos; por el contrario, estaban integradas por un reducido número de individuos que hacían vida común. El número de residuarios, sin embargo, es muy numeroso, sobre todo en Cuba y en ningún caso contaban con viviendas.
En el momento de la llegada de Colón, éste los encontró viviendo en cuevas; contaban con numerosas canoas, en las que fueron a recibir al Almirante, según refiere Pedro Mártir. Los guanahatabeyes andaban completamente desnudos; se cubrían el cuerpo solo con pinturas procedentes de dos sustancias minerales: el ocre y la limonita. Estas sustancias han sido encontradas frecuentemente en sus residuarios y los investigadores las consideran una prueba de su posible procedencia floridana, ya que los indígenas de la parte sur del continente nunca emplearon sustancias minerales con estos fines, sino vegetales. Sus costumbres funerarias eran curiosas. Hacían montículos de tierra, en cuyo interior se presentaba una capa de cientos de pequeños pedernales, debajo había huesos de jutías y aves, mezclados con caracoles terrestres. Debajo de estas capas se colocaban los cráneos de tres en tres, en forma de triángulo, en el vértice del mismo uno de muchacho, mirando hacia arriba y, en la base, uno de hombre y otro de mujer, ambos mirándose. En algunos entierros han sido encontrados huesos totalmente fragmentados, lo que ha hecho suponer a algunos arqueólogos cierta práctica de canibalismo por este grupo aborigen. La propia naturaleza del monumento funerario demuestra que tenían una creencia en la vida extraterrena. La orientación este-oeste de los restos es una prueba de relación con los puntos cardinales, por donde sale y se pone el sol, significativos de la vida que surge y de la que se termina. Sobre su idioma nada se conoce y, a juzgar por los cronistas, era totalmente diferente al de las de los demás indígenas que poblaban las Antillas. Las descripciones de los hallazgos encontrados por los españoles a su llegada a Cuba, demuestra que éstos habían ocupado muy tempranamente la Isla y, al producirse la llegada de Colón, se encontraban en pleno proceso de extinción.
En su tercera expedición, Colón puso rumbo al oeste, más al sur que en las dos anteriores, acercándose a las costas de Sudamérica las carabelas llegaron a la desembocadura de un caudaloso río: el Orinoco. Colón pisaba por primera vez tierra firme del continente. Y sin embargo, aunque se percata de que está ante una inmensa tierra, no tomó conciencia de que aquello pudiese ser un continente. No obstante, escribió: "… porque creo que allí es el Paraíso Terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina. Y creo que esta tierra que agora mandaron descubrir Vuestras Altezas sea grandísima y haya otras muchas en el Austro de que jamás se hobo noticia".
Supone Colón que ha llegado al final del Oriente, al Paraíso Terrenal, convencido de que el río Orinoco era uno de los siete ríos que bañaban el Edén. Había observado Colón que el color de estos aborígenes era más claro, y sus tipos, sus armas y vestimentas distintas con relación a los anteriormente vistos: "…y la gente de allí de muy linda estatura y blancos más que otros que haya visto en las Indias, e los cabellos muy largos e llanos, e gente más astuta e de mayor ingenio e no cobardes." Estaba esta vez en presencia de los antiguos "Arahuacos" (o arawaks), indios que se encontraban distribuidos en América del Sur, desde Paraguay a Venezuela, y que comenzaron a pasar desde las costas de Venezuela a las Antillas alrededor del comienzo de Nuestra Era, para convertirse en el tronco de las culturas que habitarían posteriormente las Antillas – los ciboneyes y los taínos, sus descendientes, diferenciados por la evolución distinta, rápida en la rama taína, lenta en la ciboney.
Los arahuacos viajaban en canoas a lo largo de la cadena de islas que formaban las Antillas Menores y, en el curso de varios siglos conquistaron y asimilaron grupos de otras culturas. A fines del siglo XV ocupaban ya la mayor parte de las Grandes Antillas y se convirtieron a la vez en el grupo más importante que en la práctica da nombre a la cultura dominante en dicha área. Son escasas las fuentes que nos permiten estudiar esta ancestral cultura, debido a que los cronistas que tuvieron la oportunidad de conocerlos no dejaron casi ninguna información. La mayor riqueza de datos se debe a la arqueología y, con excepción de Colón, quien fue de los pocos que contactaron con ellos, nadie aporta datos significativos.
En su carta a los Reyes Católicos, Colón escribió: El día siguiente vino de hacia Oriente una grande canoa con veinticuatro hombres, todos mancebos e muy ataviados de armas, arcos y flechas y tablachinas, y ellos, como dije, todos mancebos, de muy buena disposición y no negros, salvo mas blancos que otros que haya visto en las Indias, y de muy lindo gesto y fermosos cuerpos y los cabellos largos y llanos, cortados a la guisa de Castilla, y traían la cabeza atada con un pañuelo de algodón tejido a labores y colores, el cual creía yo que era almaizar. Otro de estos pañuelos traían ceñido e se cobijaban con él en lugar de pañetes. Cuando llegó esta canoa habló de muy lejos. Yo ni otro ninguno no los entendíamos, salvo que yo les mandaba hacer señas que se allegasen un poco luego se desviaban. Yo les hacía mostrar bacines y otras cosas que lucían, por enamorarlos porque viniesen, y a cabo de buen rato se allegaron más que hasta entonces no habían, y yo deseaba mucho haber lengua y no tenía ya cosa que me pareciese que era de mostrarles para que viniesen: salvo que hice sobir un tamborín en el castillo de popa que tañesen e unos mancebos que danzasen, creyendo que se allegarían a ver la fiesta. Y, luego que vieron tañer y danzar, todos dejaron los remos y echaron mano a los arcos y los encordaron, y embrazó cada uno su tablachina y comenzaron a tirarnos flechas.
Cesó luego el tañer y danzar y mandé luego sacar unas ballestas, y ellos dejáronme y fueron a más andar a otra carabela, y el piloto entró con ellos y dio un sayo e un bonete a un hombre principal que le pareció de ellos, y quedó concertado que le iría hablar allí en la playa, adonde ellos luego fueron con la canoa esperándole. Y él, como no quiso ir sin mi licencia, como ellos le vieron venir a la nao con la barca, tornaron a entrar en la canoa e se fueron, e nunca más los vide ni a otros en la isla. Los habitantes de Aragua eran cazadores y pescadores, sobre todo agricultores. Su agricultura era muy primitiva, sin embargo, resultaba suficiente gracias a la riqueza del territorio. Cultivaban el maíz, la mandioca, las batatas y las legumbres propias del trópico. Además, comían los frutos del banano, del cocotero, del aguacate y otros árboles que les ofrecían sus productos sin cultivarlos. La caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres tenían un valor secundario en su alimentación. Cazaban animales y aves que abundaban en el área con sus flechas de madera y hueso, que tiraban con las manos o por medio de arcos. Aunque Oviedo ha señalado que tenían flechas envenenadas, durante las investigaciones arqueológicas no se han encontrado síntomas que reflejen inoculaciones traumáticas. Por lo general, estos indios se servían de sus flechas para la cacería y nunca para guerrear. También se alimentaban de peces, mariscos, caimanes y pájaros acuáticos. Además de la piedra, empleaban los huesos y otros derivados animales y las conchas de mariscos como materia prima. También se adornaban con huesos de animales. Comerciaban con las aldeas vecinas, fundamentalmente mariscos. Parecen haber utilizado pequeñas conchas marinas, siempre perforadas en el mismo lugar como moneda de cambio, y se supone que utilizaban fragmentos de oro con el mismo fin. Los indios también se adornaban con conchas, en especial, las más raras, que por lo regular buscaban en los lugares más apartados. Estos pueblos habitaban en pequeñas chozas construidas de troncos enterrados y paredes hechas de cañas sujetas con bejucos y cubiertas de paja; un hueco en el techo servía de respiradero y de salida para el humo que producía el fuego encendido de manera permanente. Tenían una sola puerta baja, muy diferente de las de sus sucesores inmediatos, los indios de las Antillas. Utilizaban hamacas para dormir. El clima era tan benigno que no los obligaba a usar vestidos, por lo que andaban prácticamente desnudos y se pintaban el cuerpo de rojo con sustancias de origen vegetal. Los hombres usaban unas ligas de algodón en los brazos y piernas, y las mujeres llevaban delantal o faldilla de algodón tejido. Se perforaban las orejas y la nariz para el uso de adornos y se deformaban la cabeza desde la infancia. Al parecer la vida de familia no les era desconocida. Todo parece indicar que la mujer se quedaba en la casa, mientras el marido iba a cazar y a buscar los alimentos. Probablemente ella cuidaba de los hijos, fabricaba los objetos de barro, cocinaba y tejía las redes. Las mallas de sus redes parecen haber sido muy anchas, a juzgar por las lanzaderas encontradas en sus entierros. De su cocina solo se conoce la elaboración de la yuca, el maíz y el acostumbrado cocido de las carnes y las legumbres. Confeccionaban comidas especiales en los funerales. La formación de los piaches (médicos) comenzaba en edad temprana.
Desde la infancia se les confiaba a los profesores, que tenían sus escuelas en bosques retirados, donde llevaban una vida aislada, ocupados en el estudio de las plantas y de sus usos. Después sometían al discípulo a una iniciación. Según los cronistas, el habitante del Orinoco era muy enfermizo, lo que, al parecer, propició un determinado desarrollo de la medicina. Aunque las descripciones de las enfermedades son incompletas, se sabe que las de la piel eran abundantes, así como las congestiones pulmonares. Las enfermedades febriles eran las que causaban mayor mortalidad. Entre las enfermedades introducidas por los europeos hubo epidemias tenaces como el araguato, caracterizado por tos convulsiva con fiebre intensa. Los piaches eran a la vez sacerdotes y adivinos. La religión sencilla de estos indios no necesitaba sino de ceremonias elementales. Los orinoquenses (arahuacos) y sus santuarios eran los árboles y las peñas. Al parecer, no era la misma en la cordillera que en los valles de Aragua, como lo han demostrado los ídolos encontrados en los "cerritos" y en las "grutas". Los arahuacos son conocidos por la construcción de "carritos", montículos artificiales (parecidos a los caneyes) de dimensiones variables, que oscilaban entre diez metros de largo por tres de ancho, y los mayores de hasta doscientos metros de largo por quince a veinte de ancho. Todos llevaban restos humanos, objetos de adorno, utensilios de barro y restos de cocina.
También contenía vasijas funerarias, lo que prueba que su colocación en tierra precedía a la inhumación de los cadáveres. Junto con los huesos a veces se enterraban objetos de diversa naturaleza: útiles de diferentes formas, alhajas, collares, conchas, vasijas y reliquias. Estos montículos han sido considerados como la obra de "culturas medias" centroamericanas, extendidas hasta Sudamérica por obra de los arahuacos. El arte de la alfarería había llegado a tener entre los indios de Aragua un desarrollo relativamente considerable, con una diversidad de las formas y variedad en su ornamentación que obliga a considerarlo un pueblo con tradición ceramista. Su cerámica estaba hecha de tierra cocida barnizada, a veces al temple en color rojo. En sus enterramientos han sido encontradas ollas que han conservado las huellas del fuego. La forma de las vasijas difería de acuerdo con los usos a los cuales estaban destinadas. Los indios de Aragua no han dejado nada que demuestre que hubiesen conocido ni el dibujo ni la pintura, ya que su arte decorativo no demuestra mucha imaginación. Tanto en las piedras de sus collares como en los adornos de sus vasijas, no se encuentran sino copias de los más simples modelos de la naturaleza. Por el contrario, eran músicos. Además de sus guaruras militares tenían flautas. En las fiestas bailaban al son de sus instrumentos.
En su cuarto y último viaje, Colón había recibido unas completas instrucciones de los Reyes, entre ellas la ordenanza de que debía descubrir "las islas e tierra firme de las indias en la parte que cabe a Nos", es decir, tras la línea de Torsedillas. El 30 de julio de 1502, después de haberse calmado la grandísima tempestad, que durante veintiocho días de forcejeo lo enfrentó a vientos contrarios y terribles corrientes. Colón divisó las islas Guanajas y decidió tomar tierra en la mayor del grupo La Guayama, donde encontró una larga embarcación de mercaderes impulsada por veinticuatro remeros. En la misma llevaba objetos de comercio de la época, entre ellos espadas de dos filos de pedernal, vestidos y pañetes de diferentes colores y monedas de almendras, cosas todas que usaban en la tierra maya. Seguidamente la flota continuó por toda la costa centroamericana de Honduras y navegó a lo largo de la costa de América Central. Las tierras llanas de Nicaragua y Honduras que se orientaban al Atlántico las ocupaban al tiempo de la llegada de Colón, poblaciones que no habían superado el nivel de agricultores de la selva. Era la primera vez que los españoles encontraban un territorio cuyos habitantes se cubrían con ropas de algodón. Eran gentes que vestían ricas indumentarias como sobrevivencias de una antigua cultura. En una carta que envió a los Reyes Españoles, en que contaba sus experiencias en las islas y lugares hallados por él en esta ocasión, consignó un detalle muy interesante que se refiere a la indumentaria que vestían los naturales y las obras que ejecutaban con pericia: "Allí (asienta Colón) dicen que hay grandes mineros de cobre: hachas de ello, otras cosas labradas, fundidas, soldadas hube y fraguas con todo su aparejo de platero y crisoles. Allí van vestidos y en aquella provincia vide sábanas grandes de algodón, labradas de muy sotiles labores; otras pintadas muy sutilmente a colores con pinceles. Dicen que la tierra adentro hacia Catayo las hay tejidas de oro".
Los europeos se habían encontrado con los restos decadentes, con los últimos representantes de los que había sido la más brillante civilización del continente, cuyas ciudades desiertas y sus derruidos santuarios cubría en el interior el denso ropaje de la selva. A la llegada de Colón, toda la zona comprendida por Guatemala, Honduras y Nicaragua estaba habitada por los "Chontales", cuyo pasado maya les había posibilitado traer desde la zona de Tabasco parte de sus adelantos, como el arte de la navegación, lo que le permitió dominar preferentemente las costas de Yucatán. Esto les valió el sobrenombre de "Fenicios de Mesoamérica"2 por la organización que lograron en el comercio marítimo a gran escala. Eran hábiles marineros que habían aprendido a guiarse por las estrellas en las rutas del mar. Incluso Colón llevó un piloto indígena de Guanaja para que indicara a las carabelas el rumbo hacia las costas de la América del Sur que él conocía perfectamente. Sabían pues orientarse en el mar, porque habían aprendido a seguir los movimientos de los astros y estaban enterados de las posiciones que ocupaban en el espacio en determinadas épocas del año.
Colón pudo comprobar que en los chontales sobrevivían aún importantes elementos de la cultura tradicional de los mayas y que se había encontrado con personas de un nivel cultural más elevado que el que había observado en los anteriores. El Almirante quedó sorprendido porque les vaticinó un eclipse solar a estos indígenas y éstos no negaron, señalándole que ese día no había llegado aún. Lamentablemente, Colón no tuvo oportunidad de conocer que los antepasados de estos indígenas habían tenido el más perfecto calendario astronómico que se ha conocido y que poseían una tabla en la que señalaban los eclipses – no solo de sol, sino de la Luna, Venus, Júpiter y Saturno – con toda exactitud.
Los chontales originalmente conocían la navegación en ríos y en el tranquillo golfo de México. Más tarde, lograron desarrollar el arte de la navegación en un medio muy difícil, en el Caribe, donde el mar es muy inestable, hay temporadas ciclónicas y la barrera de coral – que parte de Chontay y llega hasta Honduras – hace peligrosa la navegación. Construían canoas lo suficientemente grandes para cargar mucha mercancía y transportar pasajeros para cubrir grandes distancias y transportarse por el Caribe, de esta manera superaron el cayuco, que era una canos pequeña hecha de un tronco ahuecado.
El crecimiento del comercio incidió en el desarrollo de técnicas para la construcción de barcos. El mayor barco de que se tiene información fue el que encontró Colón durante su último viaje, cerca de Bay Island. La canoa es descrita tan larga como una galera, de dos metros y medio de ancho y con una calma en el medio. Según el Almirante, llevaba más veinticinco hombres, así como mujeres y niños. Según Herrera, el comercio de lo chontales llegaba hasta Honduras; y tenían representantes de los mercaderes en las distintas zonas que se hacían cargo del creciente comercio. Utilizaban como moneda de cambio una especie de cascabeles de metales más o menos preciosos, raras y curiosas conchas, traídas de lugares lejanos y granos de cacao. Había también intercambio de plumas, mantas, blusas, hachas de cobre y otros. La sal, una de sus principales producciones, era traída a las costas de Honduras desde salinas en la Isla Mujeres, Cozumel o la zona del río Lagartos. Los antecesores de los chontales son los mayas de Oxaca y Tabasco; Chontalli significaba en Náhuatl extraño y extranjero y se aplicaba, en el sentido bárbaro a gente muy diversa. En la zona de Tabasco existió un señorío chontal cuyo cacique Talezcoob, al parecer, los españoles le transformaron su nombre a la localidad indígena.
En el siglo VIII estuvieron en Yaxchilán y ya hacia 1.300 se instalaron en la confluencia de los ríos Chixoy y de la Pasión y más tarde conquistaron Sibal y Ucamal. De acuerdo con la tradición el rey Alfane Leochine fundó la nación en 1374. Los chontales combatieron contra sus vecinos, los zapotecos y los nujes. En 1425, el rey zapoteco Zaachila II propuso al rey chontal Anashi Tlapique paz eterna; pero, en 1436, volvió a declararse la guerra entre los dos pueblos y los chontales fueron vencidos por los zapotecos. Los estudios arqueológicos demuestran, en la mayoría de los casos, la presencia de pescado en la dieta de los chontales. Además de la pesca, practicaban la caza de la tortuga y el manatí, dos especies que les significaban una abundante posibilidad de carne, así como el caparazón y la piel en ambos casos. Su comida era más sustanciosa que la de otros indígenas, además del pozol (masa de maíz cocida sin sal y diluida en agua) y el jorote (pozol mezclado con polvo de cacao) y para ocasiones ceremoniales el balché. Esta es una bebida hecha con corteza fermentada del árbol del mismo nombre, a la que añade miel de caña y pozol. Los chontales trabajaban poco, bebían mucho y se divertían con frecuencia.
El Consejo de Ancianos era muy importante y constituía la máxima autoridad de la familia, lo dirigía un viejo llamado Chagola, que presidía las ceremonias; su fiesta principal estaba relacionada con el equinoccio de otoño, en el cual celebran un tequio. Tenían sus propios chamanes encargados de las ceremonias. En éstas sacrificaban gallinas en las cuevas y cumbres de los cerros; vertían la sangre en las cuatro direcciones y hacia el suelo, para alimentar a la tierra. Los curanderos eran muy estimados y se les consideraba como una especie de sacerdotes. Estos asistían a las parturientas y enterraban la placenta en el lugar donde cocinaban "para que el niño no pasara hambre". Creían en el nahualismo y atribuían a la brujería la causa de algunas enfermedades.
Su lengua, según algunos cronistas, era un dialecto maya, aunque algunos niegan esta filiación y la consideran una lengua extranjera. La lengua de los chontales difiere del náhuatl o tolteca y pertenece al grupo zoque-maya, familia del maya-quiché. Un manuscrito chontal de principios del siglo XVII era tan distinto del maya yucateco del noroeste, que los habitantes de ambas regiones debieron haber tenido dificultades para entenderse. No existen vestigios de que en toda la extensión de la península y hasta una gran porción de lugares adonde llegaba su influencia se hubiese hablado otra lengua que la maya o yucateca, abundante y expresiva.
La vestimenta de los hombres consistía en unas mantas sujetas con nudos encima de los hombros; utilizaban unos ceñidores cuyo extremo principal colgaba por delante – los nobles los llevaban adornados con plumas de vistosos colores – en la cintura. El vestido de las mujeres consistía en unos faldellines y unas mantas cuadradas como blusas. La orla de estos vestidos solía estar tan adornada como el delantal de los cinturones varoniles. Tenían forma organizada de gobierno, basado en la célula de la comunidad, el territorio estaba densamente poblado y existía un número apreciable de ciudades con casas de cal y canto. No habían encontrado los españoles un pueblo primitivo desnudo y carente de inteligencia que vivía de la caza y la pesca, sino una comunidad que trabajaba la tierra, que era comunal, pero los nobles tenían privilegios sobre ella.
Esta población se dividía, a principios del siglo XVI, en tres clases sociales: los nobles detentaban el poder y llevaban a cabo las actividades políticas, religiosas, comerciales y militares; los plebeyos labraban la tierra y los esclavos, cautivos de guerra, servían a los nobles y cuidaban las parcelas cultivadas asignadas al estamento superior. En esa época, los chontales ya no erguían estelas y la escritura jeroglífica, así como el conocimiento astronómico y los grandes sistemas de medir el tiempo, habían sido olvidados o contaban con escasa atención en el ámbito ritual. La península de Yucatán estaba dividida en una serie de pequeños estados, en los que gobernaban familias nobles, como los Cocom en Sotuta, los XIV en Mani, los Canul en Ahcanul, los Pech en Ceh Pech y los Chel en Ah Kin Chel. El empobrecimiento era general y los asentamientos más importantes, en cuanto al tamaño de los poblados y la calidad y volumen de las construcciones, estaba en la costa. Apenas algunas pirámides con templos de materiales perecederos y pequeños edificios públicos o residenciales de piedra o mampostería quedaban como testimonio todavía vivo de la pasada grandeza maya.
Los sitios del interior eran aún menos monumentales y, aunque los mayas vivían cerca de los antiguos centros, a varios de los cuales seguían haciendo peregrinaciones, no conservaban los estímulos que antaño habían hecho posibles obras de tal envergadura. El matrimonio era celebrado entre un hombre y una sola mujer, pero las leyes permitían el repudio y pasar a nuevas nupcias, pero ello ocasionaba grandes disturbios en las familias. El adulterio y el estupro se castigaban con la pena de muerte, ejecutada por lo común por medio del apedreamiento. Ninguno podía contraer matrimonio con mujer pariente por línea paterna. No obstante, podía tomarse por esposa hasta una prima hermana por línea materna. Los hijos tomaban por nombre el de los padres y por sobrenombre el de las madres.
En la administración de justicia el fallo de los jueces era invariable, pues entre ellos no había derecho de apelación, la pena del traidor, del incendiario y el homicida era de muerte. Si el homicida era menor de edad o plebeyo, se le condenaba a la esclavitud; en caso de que la muerte hubiese sido casual o accidental, el homicida daba un esclavo a los dolientes. Cuando la falta cometida era grave – sin que el culpable llegara a merecer la pena máxima o la esclavitud – el castigo era la prisión o una multa, o se le exponía en pública con las manos atadas a la espalda, un collar sobre la garganta y los cabellos cortados; este último castigo era muy doloroso e infamante. La pena del ladrón era restituir lo robado o servir como esclavo hasta pagar el valor del objeto robado. Para afirmar la verdad en juicio no usaba el juramento sino la imprecación. Las cárceles eran jaulas grandes de madera fuerte como el hierro, pintadas a veces de colores vivos. Los chontales heredaron la conocida festividad tradicional que se efectúa en la época en que el maíz está en elote, la clásica "Ofrenda del Elote" del culto maya con la cual se agradecía a la deidad del maíz la merced repetida de las cosechas abundantes.
Por lo inhóspito de la región, este ceremonial se continuaba desarrollando conforme al ritual heredado de sus antecesores, libre de las influencias de otros ritos que hubieran deformado su hondo significado alegórico. La ofrenda del maíz era un acto religioso de gran significación en la vida del pueblo maya. Del maíz había sido formado el hombre por Hunakku, el Dios Creador, y ese grano prodigioso constituía la base de su alimento diario. Era natural que cuando las mazorcas abultadas anunciaban que la cosecha estaba salvada se produjeran grandes manifestaciones de alegría y se escenificaran solemnes ceremonias en acción de gracias. El día dedicado a la ofrenda, la población vestía sus trajes de fiesta, las mujeres llevaban cañas florecidas de maíz que levantaban hacia el cielo en ademán de ofrecimiento. En un grupo abigarrado y entonando canciones recorrían la extensión de los sembrados con sus elotes.
Durante el paseo sonaban frenéticamente los pitos y tambores y se escuchaban plegarias recitadas apresuradamente. Los indígenas se golpeaban el pecho y hacían expresivas señales de asentimiento. La ofrenda del elote la efectuaban familias con muestras de respeto y devoción. La existencia de accidentes costeros y puertos de abrigo en toda la costa del Caribe proveyó a los chontales de una infraestructura marítima que les permitió un amplio control sobre la costa. Es por ello que el comercio marítimo integra a la comunidad caribeña continental. Por el mar se supone que llegaron los primeros mayas a las costas orientales de Yucatán; el mar lo comunicaba con los pueblos lejanos; el mar les daba recursos para su dieta alimenticia y les permitió subsistir, a pesar de la pobreza de la tierra; por ese mismo mar llegaron también los que habrían de someterlos.
El audaz navegante Cristóbal Colón logró poner término con sus descubrimientos a una de las separaciones más espectaculares entre partes habitadas de la Tierra. Y así dio inicio al conocimiento de la verdadera dimensión del mundo. Su hazaña radica en que propició el encuentro de dos mundos, de dos culturas que se desarrollaban sin tener conciencia una de la otra: la europea y la americana. En el momento de la arribada de Colón al Nuevo Mundo, Europa se encontraba en pleno esplendor cultural, apoyado sobre todo por la invención de la imprenta, acontecimiento de importancia extraordinaria, que contribuyó a la difusión de las nuevas ideas y que a la vez dio a conocer el encuentro de ese "otro mundo". América, por su parte, mostraba distintos grados de desarrollo, desde una forma de imperio como el de los incas, hasta tribus recolectoras sin zonas fijas de asentamiento. Las grandes culturas americanas – azteca, maya, quechua – habían hecho avanzar la ciencia, el arte y el pensamiento de acuerdo con sus condiciones y necesidades y mantenían un ritmo de progreso que ha sorprendido a las posteriores generaciones. Esas civilizaciones más desarrollas se encontraban en zonas continentales a las que Colón no pudo llegar. Las demás áreas tenían su cultura, menos desarrollada, pero igualmente en ascenso. Es al Almirante de la mar Océana a quien le corresponde la primicia de haber llevado a los europeos y legados a las actuales civilizaciones las descripciones de los pobladores aborígenes con los cuales contactó y llamó "indios", por haber creído que se encontraba en la India. Fuera de Colón, que conoció ese mundo tal como existía, y del Padre Las Casas, que lo secundó en su llegada, todos los demás escribieron solo por referencias. Oviedo, que pudiera acercarse en algo a ellos, llegó a La Española en 1515 y él mismo declara su desconocimiento diciendo: "todo se ignora debido a que se han acabado los indios, e los mas viejos e entendidos dellos se han muerto." Cincuenta años después de aquel primer encuentro, la población indígena había desaparecido prácticamente y los esclavos negros habían ocupado sus puestos en los trapiches de caña y en las minas de oro. Por su parte, los indios nunca pudieron disfrutar de los adelantos materiales que los colonizadores trajeron consigo.
Durante sus cuatro viajes (1492-1504) Colón tuvo la oportunidad de establecer contacto con esos apacibles hombres en estado de desarrollo incipiente que no sobrevivieron a la conquista: lucayos, taínos, ciguayos, macuriges, caribes, ciboneyes, guanahatabeyes, arahuacos y chontales.
Bibliografía:
1.- Cristóbal Colón: Diario de navegación, publicación de la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, Tipografía Ponciano, la Habana, 1961
2.- Fernando Colón: Vida del Almirante Don Cristóbal Colón, Cap. LXI, Madrid.
3.- Bartolomé de Las Casas: Obras Escogidas, t. III, Ediciones Atlas, Madrid, 1958.
4.- Pedro Mártir de Anglería: Dec. I, Lib. IV, Cap. III.
5.- Michele de Cúneo. Relato del segundo viaje, Carta privadísima, 15 de octubre de 1495, Barcelona, S.A.
6.- Fray Bartolomé de Las Casas: Historia de las Indias, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1875, t. 3, p. 464.
7.- Colección de Documentos Inéditos del Archivo de Indias, t. II, p. 424.
8.- G. F. De Oviedo: Historia general de las indias Madrid, 1851, dec. III, libro VIII, capítulo IV.
9.- Cristóbal Colón: Carta a los Reyes Católicos, en los cuatro viajes del Almirante y su testamento. Edición y prólogo de Ignacio B. Anzoátegui, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1946.
9.- Gaspar Marcano: Vallées D Aragua et de Caracas, en Etnografía Precolombina de Venezuela, Instituto de Antropología e Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1971.
10.-Don José de Oviedo y Baños: Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela. Madrid, 1723, Citado por Gaspar Marcano en Op. cit., p. 35.
11.- Cristóbal Colón: Lettera Rarissima. Carta enviada por Colón a los Reyes de España referente a las islas y lugares hallados por él, escrita en la isla de Jamaica, el 7 de julio de 1503. Impresa en Venecia, en 1505, por Simone de Lovere.
12.- Fray Diego de Landa: Relación de las costas de Yucatán. Citado por David Mille en Pesca del Caribe, Tesis de doctorado, Universidad de Wisconsin.
13.- France V. Scholes y Ralph L. Roys: The Maya Chontal Indians of Alcalan Tixchel, Carnegie Institution, Washington, 1957.
Autor:
Blas Nabel Pérez
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