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Literatura. Trabajo de Análisis

Enviado por mdupin


    Trabajo de Análisis

    1. El Imperio Romano
    2. La literatura latina del ‘Saeculum augusteum’
    3. Reseña histórica de la literatura latina
    4. ‘Quintvs Horativs Flaccvs’
    5. Su Ars Poética
    6. El contenido de la Epístola
    7. Vigencia de las ideas horacianas
    8. Fuentes consultadas
    • El Imperio Romano

    Para comprender mejor la personalidad y la obra de Horacio deben conocerse el contexto histórico y el ambiente literario en que se educó. Cabe recordar algunos daros relevantes sobre el Imperio.

    Según la tradición romana, la ciudad de Roma fue fundada en el año 753 a.C. por los gemelos Rómulo y Remo a las orillas del Tíber. Esta pequeña ciudad floreció y se desarrolló hasta llegar a ser considerada, durante la época previa a la República, superior a sus vecinos; se hizo cada vez más fuerte a medida que se apoderó de más territorios. Ya en la República, alrededor del año 270 a.C., Roma dominaba toda la península Itálica y proseguía su expansión. Este imperio, que a partir del siglo I a.C. sería gobernado por emperadores, creció y absorbió ciudades y territorios que hoy en día comprenden mas de 40 países; tenía unos 5000 Km. de un extremo a otro.

    Su sociedad poseía un gran afán por la guerra y la dominación de otros pueblos, que se contrastaba en gran medida con el amor por la vida rural. No cabe duda de que la conquista del imperio se llevó a cabo, en su mayor parte, a la fuerza y en ocasiones con la más extrema brutalidad. Pero también poseían los ciudadanos romanos un afán de cultura que les llevó a estudiar en profundidad las obras de sus antecesores de la civilización helénica.

    Después de Sila (90 a.C.) y Pompeyo el Grande (75 a.C.-65 a.C.) subió al poder Julio César. Comenzaba la época más gloriosa de Roma, el período clásico.

     Cayo Julio César era miembro de una de las familias más laureadas de Roma, los Julios, que se decían descendientes de la misma Afrodita. Perseguido por Sila, quien le obligó a divorciarse de su esposa Cornelia, César huyó del dictador hasta que consiguió el perdón. Después inició su carrera militar en el Asia Menor hasta que Sila falleció y regresó a Roma donde inició su carrera senatorial. En el año 69 a.C. fue nombrado cuestor de la Hispania Ulterior para regresar años después a Roma donde inició su enfrentamiento con Pompeyo. Durante la estancia de éste en Oriente, Julio consiguió los nombramientos de edil, pontifex maximus y pretor urbano, congraciándose con la plebe y con el orden ecuestre al aliarse con Craso. En el año 61 César era nombrado gobernador de la Hipania Ulterior pero al año siguiente estaba de regreso en Roma. Los tres personajes con mayor influencia en aquellos momentos -Cesar, Pompeyo y Craso- decidieron unirse para formar el Primer Triunvirato, consolidado con el matrimonio de Julia, hija de César, con Pompeyo. Los triunviros se repartieron las zonas de influencia: Craso recibió el gobierno de los países de Oriente, Pompeyo permanecía en Roma y César asumía el mando militar de la Galia Cisalpina y el proconsulado de la Narbonense. Desde ese momento se enzarzó en una dura guerra contra los galos que duraría ocho años, consiguiendo la conquista de toda la Galia. Luchó contra los germanos en las orillas del Rin y envió dos expediciones a Britania. La muertes de Julia y Craso (54 y 53 a.C.) motivaron la separación entre Pompeyo y César al desaparecer los vínculos entre ambos. Cada uno deseaba imponerse debido a su tendencia al poder personal lo que provocaría una encarnizada guerra civil. Cuando en el año 49 Julio acababa su mandato en la Galia, el Senado le ordenó que retirara las legiones del territorio galo; esto motivó que César atravesara el Rubicón y marchara con sus tropas hacia Roma. Pompeyo se retiró a los Balcanes para preparar la resistencia mientras su lugarteniente en España era derrotado. César y Pompeyo se enfrentaron en Farsalia (48 a.C.), viéndose obligado Pompeyo a huir a Egipto donde fue asesinado por Ptolomeo XIV. César no fue muy agradecido con quien mandó asesinar a su rival ya que marchó a Egipto y le arrebató el trono para entregárselo a Cleopatra, con la que mantuvo una estrecha relación. Desde ese momento se dedicó a poner fin a las resistencias pompeyanas venciendo definitivamente en Tapso y Munda a los partidarios de Pompeyo. En el año 45 a.C. se convertía en el único dueño de la situación y recibía el nombramiento de "dictator perpetuus" al que había de añadir los títulos de "imperator", "pontifex maximus" y "pater patriae". César ejercía más bien como un monarca, lo que motivó que las alarmas saltaran entre los partidarios de la república. Sus enemigos se aliaron para poner fin a su vida lo que ocurrió en marzo del año 44 a.C.; Bruto fue el brazo ejecutor. El heredero de su programa reformista será su hijo adoptivo Octavio.

    Al acceder al poder Augusto encontró a Roma sumida en el más absoluto caos. Cuando falleció, el Estado había sido pacificado y organizado. Con esta frase pueden resumirse los más de 50 años que Octavio pasó al frente del gobierno romano, iniciándose en estos momentos el período conocido como Imperio. No en balde, posiblemente la obra arquitectónica más importante que se levantó durante su gobierno es el Ara Pacis (el Altar de la Paz) cuyos espléndidos relieves aún hoy podemos contemplar en las cercanías del Tíber.

     Octavio Augusto nació el 24 de septiembre del año 63 a.C. en el seno de una familia burguesa procedente de Veletri, en el Lazio. Su padre se llamaba Cayo Octavio y había sido durante un tiempo gobernador de Macedonia. Su carrera política estuvo determinada por su matrimonio con Atia, una sobrina de César. Cuando Cayo Octavio iba alcanzar el consulado, falleció (58 a.C.). De ese matrimonio, posiblemente de conveniencia como todos entre los miembros de la élite romana, habían nacido dos hijos: Octavia y Cayo Octavio, conocido posteriormente como Augusto. La muerte del pater provocó que Turino -nombre de Augusto en estos momentos gracias al éxito alcanzado por su padre en una campaña en la zona de Turio- quedara bajo la tutela de Lucio Marcio Filipo, segundo esposo de su madre, quien impuso una férrea disciplina a la educación del joven. Pero el personaje con más ascendente en la política romana de esos años no tardó en granjearse la amistad del joven.

    En el año 45 a.C. Julio César adopta a Octavio quien, desde ese momento, se llamará Cayo Julio César Octaviano. Ese mismo año acompañó al dictador a las campañas militares en España, donde tomó un claro partido durante la guerra civil. Octaviano fue enviado al Épiro por César para detener a los partos. En este lugar recibió la noticia que provocaría su abierta participación en política: el asesinato de su padre adoptivo (15 de marzo del año 44 a.C.). Ante el dramático panorama que se ceñía sobre Roma, Antonio, como lugarteniente de César, se hizo cargo de la situación. Con cierto apoyo del Senado, la alianza de Lépido -que controlaba la caballería- y buena parte de la plebe, Antonio consiguió controlar parcialmente los resortes del poder. Pero Octaviano decidió regresar a Roma para recibir la herencia del dictador y convertirse en su vengador. En las cercanías de Bolonia se estableció el Segundo Triunvirato entre Octavio, Lépido y Antonio. Su objetivo era el restablecimiento de la autoridad estatal, iniciándose un período de persecución contra los republicanos. Numerosos senadores y caballeros fueron condenados a muerte sin juicio previo; los supervivientes tuvieron que huir o esconderse. La guerra civil era inminente pero Octaviano había jurado solemnemente vengar a los asesinos de su padre y ahora se le proporcionaba la ansiada oportunidad. De todos modos, los italianos estaban hartos de guerra, por lo que se impuso la paz. Mecenas y Polión, representando a Octavio y Antonio respectivamente, firmaron un tratado en el que se repartían el mundo conocido: Octavio recibía la zona occidental, Antonio la oriental y Lépido se debía de contentar con África. El pacto de Brindisi se refrendaba con el matrimonio entre Antonio y la hermana de Octavio, Octavia.

    La victoria sonreía a Octavio y el grano volvía a fluir en Roma. Paulatinamente, la estrella de Octavio inicia un vertiginoso ascenso apoyado por su política de reparto de tierras entre los soldados licenciados (ahora fuera de Italia para evitar tensiones con los campesinos) y su importante programa de obras públicas en Roma, diseñado por Agripa y en el que encontramos la construcción de acueductos, fuentes y el saneamiento de la Cloaca Máxima. Italia entera le prestaba juramento y le reclamaba como jefe, según reza en su testamento. El año 33 a.C. finalizaba el triunvirato y los dos cónsules elegidos eran partidarios de Antonio. Octavio no se dejó amilanar y, acompañado de una escolta armada, entró en la sala de reuniones y expulsó a los cónsules, nombrando a otros de probada fidelidad. Los cónsules expulsados y más de 300 senadores se dirigieron a Antonio para solicitar su apoyo ante el acto de agravio provocado por Octavio, ahora más asentado todavía en el poder. Cuando finalizaba el año 32 a.C. Octavio declaraba la guerra a Cleopatra. Esta maniobra suponía el enfrentamiento con Antonio, que se produjo al año siguiente. La victoria conseguida sobre Antonio en Accio (2 de septiembre de 31 a.C) permitirá a Octavio hacerse con el poder definitivo en Roma. Antonio siguió a su amada Cleopatra a Egipto mientras Octavio desembarcaba en Grecia para poner paz en la zona, regresando de nuevo a Italia para sofocar una revuelta. Al año siguiente se dirigió a Asia para cortar los lazos que aún podía mantener Antonio. En agosto del año 29 a.C. llegó triunfante al país del Nilo. Tomada Alejandría, Octavio sólo pudo ver el cadáver de su enemigo ya que Antonio se suicidó al llegar a sus oídos la falsa noticia del suicidio de Cleopatra. La reina de la singular nariz no aguantó las amenazas de Octavio -quería que paseara su belleza por Roma como miembro de su cortejo triunfal- y puso fin a su vida. El rastro de sangre no acabó aquí ya que Cesarión y el hijo mayor de Antonio y Fulvia fueron asesinados, mientras que los hijos nacidos de la relación con Cleopatra fueron enviados a su viuda, Octavia.

    Tras la restauración de la paz, Octavio entrega el poder al Pueblo y el Senado romanos, planteándose la retirada de la vida política. Este acto formaba parte de una estrategia premeditada pero los senadores no podían renunciar al abandono del artífice de la creación del nuevo Imperio. Por eso, el 16 de enero de 27 a.C. recibe del Senado el nombre de "Augustus", una nueva denominación oficial que recogía la grandeza de sus actos. Incluso se propuso llamarle Rómulo, como el fundador de la ciudad, pero sus amigos le advirtieron del peligro de denominarse como un rey. Y es que precisamente Augusto no quería repetir los errores de su padre adoptivo y presentarse ante la opinión pública como un dictador o un monarca. El nombre de Augusto tenía buenos augurios ya que se designaba así a aquellos lugares consagrados que habían sido elegidos por los augures. Desde ese momento empezaba una nueva época en la que Augusto concentraba en sus manos la autoridad pero conservando la apariencia de la libertad republicana. Como procónsul y cónsul tenía a su cargo la política exterior y la administración estatal, la autoridad sobre los demás magistrados y la convocatoria del Senado donde había alcanzado el título de "princeps senatus", la figura de mayor jerarquía en la institución. Su autonombramiento como "imperator" le situaba como jefe supremo de las legiones. Sin embargo, la tradicional constitución romana no fue suprimida ni transformada por lo que su "dictadura" estaba cargada de legalidad. Este período se denomina el principado de Augusto. Octavio se rodeó de un pequeño grupo de colaboradores que ejercían la función de gabinete ministerial. Su labor será crucial para el desarrollo que se vivirá en este momento. Agripa será el organizador y promotor de las reformas urbanísticas que se realizaron en Roma. Mecenas despuntará como promotor cultural y excelente financiero mientras que entre los generales pronto empezó a despuntar Tiberio, hijastro de Octavio. También escogió a veinte senadores entre los aristócratas para formar una especie de Consejo Asesor y evitar de esta manera la repulsa de la élite social romana. Una de sus primeras medidas de gobierno será la devolución al Senado de la gestión de las provincias que formaban el Imperio, excepto Hispania, Galia y Siria que quedaban bajo su jurisdicción. Las continuas sublevaciones que se producían en estos territorios serían la justificación por las que mantuvo estas provincias bajo su mando. El año 20 a.C. el rey parto Fraates entregaba las insignias conquistadas a las tropas de Craso, lo que suponía una especie de tratado de paz al tiempo que se instalaban dos reyes vasallos en las fronteras de Asia para asegurarse los envites partos, estableciendo la frontera común en el Éufrates. La zona de Judea se convertiría en provincia (año 6 d.C.) tras la muerte de Herodes. En la Galia, la ciudad de Lugdunum fue designada como la capital federal una vez pacificadas las regiones de la Cisalpina y la Narbonense. En este ámbito de conflicto en las provincias se produjo su llegada a tierras hispanas para sofocar las revueltas cántabras, fundando Cesar Augusta, la actual Zaragoza, y Emérita Augusta, la actual Mérida. En el año 24 a.C. regresa Octavio a Roma debido a un agravamiento de su enfermedad. Los opositores aprovechan su oportunidad para mover sus piezas aunque algunos no tengan muchas opciones como el cónsul Terencio Varrón, condenado a muerte por traición. Augusto deja temporalmente el poder en manos de Agripa y el cónsul Calpurnio Pisón, el padre de los ‘ilustres Pisones’ a quienes Horacio dedica su Ars Poetica. Su muerte parecía inminente, pero de manera milagrosa sobrevive gracias a la receta de un médico griego. Este año 23 a.C. realiza una nueva reforma administrativa al renunciar a su nombramiento anual como cónsul para ocupar el tribunado con el que conseguía el derecho de veto sobre los demás magistrados.

    La vida personal de Octavio tampoco está exenta de ajetreo. Su salud fue siempre muy frágil, estando afectado de eccema, colitis y bronquitis, enfermedades que se fueron enconando con el tiempo para convertirse en crónicas y motivar que siempre tuviera que ir acompañado de un médico, al tiempo que sentía pánico por las corrientes de aire. Apenas bebía y comía frugalmente; era muy austero en sus costumbres. Vivía en una pequeña habitación del palacio de Hortensio en la que no existían lujos. En sus matrimonios tampoco fue muy dichoso. Como muestra del buen entendimiento entre Octavio y Antonio se le impuso el matrimonio con Claudia, la hijastra de su aliado, aunque el enlace no se llegó a consumar. En el año 40 a.C. se casa con Escribonia, viuda ya en dos ocasiones, madre de Julia, su hija favorita a pesar de ser considerada la "viuda alegre" de Roma. Pronto se divorció para volver a contraer matrimonio con Livia Drusila. Livia estaba felizmente casada con Tiberio Claudio Nerón; de este matrimonio nacieron dos hijos: Druso y Tiberio. Pero Octavio se enamoró de ella -a pesar de estar embarazada de cinco meses- y convenció a su esposo para que se divorciara. Tampoco hubo descendencia para Octavio de esta relación. Los últimos años de la vida de Octavio estarán determinados por la búsqueda de un sucesor. Los herederos con mayores posibilidades eran sus nietos Gayo y Lucio César, hijos de Julia y Agripa. Pero estos jóvenes fallecen entre el año 2 y 4 de nuestra era. Octavio no tiene más remedio que delegar su sucesión en su hijo adoptivo Tiberio. Para evitar que la familia Julia se alejara del poder, obligó a Tiberio a adoptar a Germánico, nieto de Octavia por su madre.

     Durante el gobierno de Augusto Roma vivió un extraordinario florecimiento cultural, artístico y literario. Uno de sus principales promotores será Mecenas -no en balde, con este nombre se designan a los personajes que favorecen el desarrollo artístico- quien supo atraerse la amistad de los poetas Virgilio, Horacio, que es quien nos compete, o Quintilio, entre otros. También es de destacar la fiebre arquitectónica que se vivió en Roma, con la restauración y la edificación de un amplio número de templos, basílicas, pórticos, un nuevo foro -Forum Augusti- para la capital imperial o el famoso teatro Marcelo que todavía hoy se contempla. El envejecimiento acentuó el mal carácter de Augusto, que veía como las gripes y la colitis se hacían sus inseparables compañeras. Se volvió más suspicaz e incluso aumentó su crueldad: veía por todos sitios inexistentes complots. Precisamente para salvaguardarse de ellos creó la guardia pretoriana. Sus reformas de las costumbres no habían surtido efecto como se puso de manifiesto con la inmoral actitud de su nieta, también llamada Julia. Tuvo que confinarla, lo que afectó tremendamente a su delicada salud. No resistió mucho más y falleció en las cercanías de Nola, en la Campania, el 15 de marzo del año 14, a los 77 años de edad, después de una bronquitis. Su cadáver fue portado por toda Roma a hombros de los senadores y fue quemado en el Campo de Marte. Tras su muerte, el pueblo lo divinizaría.

    • La literatura latina del ‘saeculum augusteum’

    La consideración de determinados aspectos culturales, fundamentalmente en el terreno literario, que obedecían a un especial clasicismo, ha logrado que la época de Augusto haya merecido particular atención por parte de los historiadores. No puede negarse la influencia que tuvieron ciertas realizaciones culturales del siglo de Augusto en la formación de la ‘herencia de la Antigüedad’ en la cultura occidental y cristiana. Es indudable que el último régimen, con el Príncipe en persona a la cabeza, intentó encuadrar las realizaciones culturales de su época en un concreto y coherente programa ideológico, en el que ocupaba un papel importante la propaganda institucional y dinástica. Dicho programa se basaba en una concepción unitaria de la cultura, de sus manifestaciones artísticas y ético-religiosas, con lo que ponía un freno a ciertas tendencias propias del Helenismo que promulgaban ‘el arte por el arte’. La apelación a los modelos clásicos helenos sirvieron para primar en las realizaciones artísticas inspiradas por Augusto un cierto realismo y oposición a corrientes irracionales que se hallaban en auge. El éxito de dicho programa puede deberse a que se basó en un conjunto de ideas y aspiraciones compartidas por importantes sectores de los grupos dirigentes e intelectuales de la sociedad romana. La influencia cultural pudo ejercerse desde el poder en buena parte sin necesidad de recurrir a censuras, y dejando considerable margen de libertad a los artistas. Por otro lado, el Gobierno, el Príncipe y sus colaboradores, pudieron contar con inmensos recursos económicos para llevar a la práctica su programa cultural. También es cierto que ese programa abrió aún más la brecha existente entre la cultura de los grupos dirigentes y la de las masas populares. El clasicismo augústeo fue, en suma, cortesano y elitista; y ello, en último término, limitaría en algo su vigencia.

    Es evidente que Augusto deseaba una literatura comprometida con la obra política del nuevo régimen. Para ello contaba con medios económicos y sociales muy poderosos. Desde siempre, la literatura latina había estado teñida con un carácter netamente aristocrático, de élite; sobre todo la poesía había surgido en cenáculos, en círculos literarios en torno a las grandes casas de la nobilitas. La tradición era fuerte, y Augusto supo aprovecharla. Un colaborador suyo, de gran riqueza y amante de la voluptuosidad y el lujo, que ya ha sido nombrado, el aretino Mecenas, supo reunir a su alrededor un importante plantel de literatos –con mayoría de poetas- protegidos por él: Horacio, Virgilio, Propercio, Domicio Marso, C. Meliso de Spoleto, Plotio Tucca, Quintilio Varo, Valgio Rufo… Pero en una sociedad aristocrática como la romana, el Príncipe no era el único en poder y querer contar con tales círculos literarios. Otras grandes casas de la antigua nobleza también fueron capaces de continuar la tradición de la literatura elitista y protegida. Algunos de estos cenáculos incluso se formaron en torno a personajes en cierto modo contrarios al nuevo régimen: tales son los casos de Mesala Corvino, y, sobre todo, del viejo cesariano Asinio Polión. Al círculo del primero pertenecieron Tíbulo y el joven Ovidio; al del segundo, un historiador crítico del imperialismo romano: Timágenes de Alejandría.

    Ciertamente que la época de Augusto representó uno de los momentos más brillantes de la larga historia de la literatura latina.

    Antes de adentrarnos en el análisis de Horacio y su obra convendría repasar brevemente sus antecedentes literarios.

    • Reseña histórica de la literatura latina

    A diferencia de parte de la griega, toda la literatura romana es de autoría personal. En la historia de la literatura latina pueden distinguirse tres períodos: El primitivo, o arcaico (250 a.C. a 100 a.C.); el clásico (100 a.C. a 14 d.C.); y la Edad de Plata, o la decadencia (14 d.C. a 476 d.C.).

    El período primitivo coincide con el momento en que Roma se pone en contacto con Grecia y la toma por modelo; es un etapa de iniciación e imitación de las grandes obras homéricas. Roma se convierte en la heredera directa y difusora fervorosa de Grecia y su civilización. Da origen a uno de los rasgos más notables de las letras romanas: su carácter culto y minoritario, ya que los escritores, deslumbrados por el brillo del arte griego, olvidan los gustos del pueblo romano para imitar los refinados productos de aquél. No obstante, ya desde los comienzos la literatura latina se distingue de la griega por una tendencia hacia los géneros didácticos –moral, oratoria, historia, ciencia– como corresponde a un pueblo eminentemente práctico, que puso lo útil por encima de lo bello, y por un lenguaje sobrio y austero, que contrasta con la graciosa elegancia del helénico. El origen campesino y militar de Roma no dejó de influir en su literatura.

    Fue a mediados del siglo III a.C. cuando, a consecuencia de la primera guerra púnica, que facilitó la conquista de Sicilia, Roma trabó una estrecha relación con la cultura griega. Con ello comienza la Edad arcaica. La aristocracia romana recibió con los brazos abiertos el mundo cultural recién descubierto, y pronto comenzó a imitar la epopeya, y sobre todo el teatro griego.

    En el siglo III Livio Andrónico introduce el influjo helenístico con una primera traducción de la Odisea; Nevio compone la Guerra Púnica, primer gran poema nacional; Quinto Esenio incursiona en la épica con Anales. En el siglo II también Ennio escribe unos Anales en verso. En cuanto al teatro, en esta primera etapa se distinguen Plauto (la Aulularia, Menaechmi, Miles Gloriosus, Captivi, etc.) y Terencio (Andria, Heautontimorumenos, Formio, Adelphi, etc.).

    Aunque el influjo de la cultura griega se iba haciendo cada vez más potente, no faltó quien se opusiese a ella en nombre de las viejas tradiciones romanas. En este sentido fue Catón el Viejo quien con mayor energía defendió la austeridad de Roma frente a la ociosidad y la blandura. Escribió, en una prosa seca y desprovista de galas, una historia del pueblo romano, Orígenes, y De Agricultura, y se distinguió como orador vigoroso.

     Terminada la Edad arcaica –siglos III y II-, la literatura latina entra en su Edad de oro, que abarca en términos generales el siglo I a.C. De los dos períodos en que suele dividirse, el primero, o época de Cicerón, abarca un período de luchas civiles, en el que los intereses personales se anteponen a los del estado, y en el que se dejan de lado los viejos ideales de la austeridad y el patriotismo. Esta agitación política explica el auge de la oratoria y el carácter de la producción de Cicerón, figura capital de estos años.

    Marco Tulio Cicerón se dio pronto a conocer como orador y fue en este campo donde alcanzó mayores triunfos. Sus Catilinarias obtuvieron un gran éxito, así como también las Filípicas. También escribió una serie de tratados en prosa, entre los que figuran varios libros de retórica –El Orador, por ejemplo- y de temas filosóficos y morales –Sobre la naturaleza de los dioses, Los deberes, La amistad, etc.-. El secreto del ‘estilo ciceroniano’ reside en la prosa perfecta, rotunda y llena de sonoridad, en la que las frases se suceden con elegante y pausado ritmo.

    Entre los historiadores de la época de Cicerón ocupa un lugar destacado el propio Julio César, que demostró siempre un gran interés por las cuestiones literarias. Fruto de ello fueron los Comentarios sobre la guerra de las Galias y los Comentarios sobre la guerra civil. También cultivaron la historia en este período Salustio, con la Conjuración de Catilina y la Guerra de Yugurta, y Cornelio Nepote, autor de unos biografías de Varones ilustres.

    Durante la época de Cicerón, la poesía latina evoluciona, al tomar como modelo a los refinados líricos de la época alejandrina y abandonar su primitiva sencillez. Un ejemplo clarísimo de esto son los poemas de Catulo, donde, con estilo culto y artificioso, pero lleno de emoción, el yo lírico habla de su amor hacia Lesbia.

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    Completamente apartado de la delicadeza y la gracia de Catulo se halla el estilo –a veces árido, a veces entusiasta- de Lucrecio, quien en su extenso poema De la Naturaleza, trata de dar una explicación científica del mundo. Su teoría atomista refleja un gran pesimismo y responde a la inquietud e incredulidad de la época.

    A continuación, con el reinado de Augusto, la literatura latina se introduce de lleno en la Edad de oro propiamente dicha y llega a su momento cumbre. Aunque desapareciese la oratoria, al no ser posible la discusión política, una serie de grandes escritores, entre ellos Horacio, llevaron la poesía a su suprema perfección y clasicismo, guiados, por supuesto, por los modelos de la antigua Grecia.

    Además de Horacio, que se tratará luego con mayor profundidad, en la Edad de Oro se destacan Virgilio, Ovidio y Tito Livio. Publio Virgilio Marón, hijo de campesinos acomodados, comenzó su producción con las Bucólicas, diez églogas op diálogos pastoriles, en las que, imitando a Teócrito, lleva a cabo una bella idealización de la vida campestre. A estas breves composiciones, donde con dulces y emocionados versos describe la naturaleza como un agradable refugio de paz y sosiego, siguió más tarde el extenso poema didáctico titulado Geórgicas. En sus cuatro partes, relativas a la agricultura, los árboles frutales, los rebaños y las abejas, Virgilio habla nuevamente del campo, pero con una intención distinta: muestra cómo en la paz de la naturaleza el hombre se dignifica con el doloroso esfuerzo del trabajo, coincidiendo con el proyecto de Augusto de impulsar las tareas agrícolas. Desde el punto de vista literario, el mérito de las Bucólicas y las Geórgicas, o sea del aspecto lírico de su producción, se halla en la pureza y perfección del estilo, y todavía más en la exquisita delicadeza de sus descripciones del campo, llenas de melancólica ternura. Virgilio se presenta como uno de los poetas que mejor ha sabido expresar su emoción ante el bello espectáculo de la naturaleza. La Eneida, poema épico inspirado en Homero, tiene un carácter absolutamente distinto. En ella intenta glorificar a Augusto, presentándolo como descendiente del héroe troyano que da nombre a la obra. De forma perfecta, La Eneida ha sido considerada como el poema nacional romano; en el fondo viene a ser un monumento elevado a la grandeza de Roma y de sus ideales civiles y religiosos. Religiosidad y patriotismo son, en efecto, sus dos elementos principales.

     La producción de Publio Ovidio Nasón ofrece gran contraste con la de Virgilio y Horacio. Se aparta de su sencillez para caer el un estilo más lujoso y brillante que anuncia el de la época siguiente. Los temas también son distintos, ya que la preocupación moral y patriótica se sustituye por otras de carácter más mundano. No obstante, su obra refleja una gran imaginación y una extraordinaria habilidad narrativa. Así lo vemos en las Metamorfosis, extensa colección de relatos donde con un lenguaje lleno de color y bellas metáforas nos describe las transformaciones de diversos personajes mitológicos. Desterrado por Augusto a orillas del Mar Negro –tal vez a causa de la inmoralidad de su conducta– Ovidio escribió varios poemas elegíacos –Tristes, Pónticas- expresando su nostalgia y solicitando, sin éxito, el perdón del Emperador.

    Tito Livio escribió una extensa historia, que posteriormente se denominó Décadas, con el mismo propósito que motivó a Virgilio a escribir La Eneida, es decir, la exaltación del pasado de Roma y el elogio de sus viejas virtudes: energía, tenacidad, respeto a las tradiciones… Por eso no se preocupó de comprobar los acontecimientos que relataba, y sólo se esforzó en presentar los hechos gloriosos de los héroes como ejemplo para sus contemporáneos. Su obra, de la que sólo se conserva la cuarta parte, no tiene pues interés científico, pero sí alcanza valor literario gracias a su estilo amplio y solemne, y a los discursos que intercala en la narración poniéndolos, como Tucídides, en boca de los personajes. Tito Livio es considerado uno de los grandes prosistas de la literatura latina.

     El esplendor económico, político y literario alcanzado en la época de Augusto desaparece a la muerte de éste, para dar paso a un período de malestar y agitación: el conocido por Edad de Plata, que abarca todo el siglo I d.C. Varias causas contribuyen a ello: el gobierno de los emperadores, la corrupción de las costumbres, el desprestigio de la autoridad… La literatura pierde la serena perfección y la sencillez clásica de la Edad de Oro y se hace inquieta, complicada y difícil. En cuanto a l trasfondo de las obras, el abandono de las virtudes romanas y la inmoralidad de las costumbres se convierten en el tema favorito de los escritores, que reaccionarán con despreocupadas burlas, indignadas sátiras o serenos consejos morales. Es de mencionar que la literatura latina ofrezca en esta época numerosas figuras nacidas en España. Los autores más destacados son: Séneca, Petronio, Quintiliano, Fedro, Lucano, Marcial, Juvenal y Tácito. A la Edad de Plata le sigue la Época de decadencia, que se extiende desde el siglo II hasta el V, momento en que se derrumba el Imperio. Al siglo II corresponden Suetonio y Apuleyo.

    • ‘Quintvs Horativs Flaccvs’

    Quintvs Horativs Flaccvs

    (65 a.C.- 8 d.C.)

    Quinto Horacio Flaco nació en diciembre del año 65 a.C., hijo de un liberto, en Venusia (hoy Venosa Apulia, Italia). Pasó sus primeros años en el campo, donde aprendió la poesía campesina. Estudió en Roma, en la escuela de Orbilio. Allí conoció la literatura de poetas arcaicos como Livio Andrónico y también a los poetas de Grecia. En griego escribió sus primeros versos.

    Su padre quiso que refinase su cultura, como los jóvenes de ilustres familias atenienses. Por ello, subsidió a Horacio para que continuara sus estudios en Atenas. Allí, estudió a los maestros de filosofía griega y poesía en la Academia. La Academia, originaria de la antigua Grecia, era un jardín público de las afueras de Atenas; fue fundada hacia el año 387 a.C. por Platón. En estos jardines Platón había instruido a sus seguidores.

    Horacio fue nombrado tribuno militar por Marco Junio Bruto, asesino de Julio César. Luchó en el lado del ejército republicano que cayó derrotado por Marco Antonio y Octavio en Filipos. Gracias a la amnistía general volvió a Roma y rechazó el cargo de secretario personal de Augusto para dedicarse a escribir poesía. Cuando el poeta laureado Virgilio conoció sus poemas, hacia el año 38 a.C., le presentó al estadista Cayo Mecenas, un patrocinador de las artes y amigo de Octavio, que le introdujo en los círculos literarios y políticos de Roma, y en 33 a.C. le entregó una propiedad en las colinas de Sabina donde se retiró a escribir y pensar.

    Fue uno de los mayores poetas de Roma junto con Virgilio, y escribió obras de cuatro tipos: sátiras, épodos, odas y epístolas. Sus Sátiras abordan cuestiones éticas como el poder destructor de la ambición, la estupidez de los extremismos y la codicia por la riqueza o la posición social. El Libro I (35 a.C.) y el Libro II (30 a.C.) de las Sátiras, ambos escritos en hexámetros, eran una imitación del satírico Lucilio. Las diez sátiras del Libro I y las ocho del Libro II están atemperadas por la tolerancia. Aunque los Épodos aparecieron también el 30 a.C., se escribieron con anterioridad, ya que reclaman con pasión el fin de la guerra civil, que terminó con la victoria de Octavio sobre Antonio en Actium en el año 31 a.C., y critican mordazmente los abusos sociales. Los 17 poemas cortos en dísticos yámbicos de los Épodos constituyen adaptaciones del estilo lírico griego creado por el poeta Arquiloco. La poesía más importante de Horacio se encuentra en las Odas, Libros I, II y III (23 a.C.), adaptadas –y algunas, imitaciones directas- de los poetas Anacreonte, Alceo y Safo. En ellas pone de manifiesto su herencia de la poesía lírica griega y predica la paz, el patriotismo, el amor, la amistad, el vino, los placeres del campo y la sencillez. Estas obras no eran totalmente políticas y de hecho incorporan bastante mitología griega y romana. Se nota la influencia de Píndaro y son famosas por su ritmo, ironía y refinamiento. Fueron muy imitadas por poetas renacentistas europeos. Hacia el año 20 a.C. Horacio publicó el Libro I de sus Epístolas, veinte cartas cortas personales en versos hexámetros en las que expone sus observaciones sobre la sociedad, la literatura y la filosofía con su lógica del "punto medio", a favor de doctrinas como el epicureísmo, pero siempre abogando por la moderación, incluso en lo referente a la virtud. Para entonces su reputación era tal que, a la muerte de su amigo Virgilio el año 19 a.C., le sucedió como poeta laureado. Dos años después volvió a escribir poesía lírica cuando Augusto le encargó el himno Carmen saeculare para los juegos seculares de Roma. Las fechas de sus últimas obras, las Epístolas, Libro II; las Odas, Libro IV; y la Epístola a los Pisones, más conocida como Ars Poetica, son inciertas. Las dos cartas que aparecen en el Libro II son discusiones literarias. Ars Poetica, su obra más larga, ensalza a los maestros griegos, explica la dificultad y seriedad del arte de la poesía y proporciona consejos técnicos a los poetas aspirantes. Horacio murió en Roma el 27 de noviembre del año 8 a.C.

    • Su Ars Poética

    Las mismas epístolas literarias del segundo libro se ligan en parte a la defensa de la propia poesía que había en las Sátiras. Pero si la materia es semejante, es más íntimo, más profundo, más maduro el espíritu y el estilo de Ars Poetica. Ésta es un texto didáctico compuesto por máximas acerca de cómo se debe escribir y qué debe evitarse en la literatura, especialmente en la Poesía. En su Ars Poetica Horacio domina como señor de la experiencia la vida moral y el arte, no sólo con el estilo discursivo, lleno de gracia y finura, sino también con la sabiduría urbana de agudo moralista. Habla con más seguridad del arte y menor acritud hacia los poetas del pasado.

    Ars Poetica está dirigida a los ‘Pisones’, hijos de Pisón, que era un cónsul del Imperio. Pertenecían a una de las familias más poderosas de Roma, y se decían descendientes de Numa Pompilius, un rey mítico y semi-legendario que habría existido antes del Imperio.

    En Ars Poetica Horacio determina sus conceptos acerca de la literatura, que son los del clasicismo más acendrado y más fino. La epístola es un don de sabiduría madura de un hombre que se estudió mucho a sí mismo y a los demás, y que ha meditado mucho sobre lo que debiera ser el arte.

    Horacio renueva y enriquece la visión sobre la creación artística que en el siglo V a.C. Aristóteles dejara precisada en su Poética. El tono sufre una variación, pues, mientras Aristóteles realiza un registro –al que agrega comentarios y opiniones- de sus observaciones y de lo que grandes poetas habían mostrado, Horacio se presenta como un artista con conocimiento y experiencia suficiente que le confieren autoridad para aconsejar, criticar, elogiar y rechazar sin realizar investigaciones.

    El texto cuenta con treinta apartados conectados por el tema común al que se refiere y por los vocativos utilizados, propios del soporte textual elegido, con los que Horacio recaptura permanentemente la atención del lector y amengua la distancia enunciativa:

    "… Nobles, Pisones…" "¡Oh ilustre Pisón y vosotros, hijos dignos de tal padre…" "Caro Pisón …"

    Estos destinatarios reales son el puente y la excusa para exponer su concepción artística.

    Valiéndose de comparaciones ("Así como los árboles mudan la hoja al morir el año… así también perecen con el tiempo las palabras antiguas…" VII), anécdotas ("Un estatuario de cerca del Circo de Emilio…" IV), metáforas ("El atleta que anhela llegar primero a la meta… mucho tiempo se ejercitó de niño…" XXIX), citas de autoridad ("Homero nos enseñó…" VIII) concreta su intención didáctica. Sus enseñanzas, sus premisas surgen en forma de exclamaciones o frases aforísticas, como:

    " Si no hay arte, el miedo de un defecto nos hace caer en otro peor (III)".

    "Nosotros y nuestras obras somos deudores a la muerte (VII)".

    "Recread instruyendo (XXVII)".

    • El contenido de la epístola

    En primer lugar aconseja la unidad de conjunto en toda obra. El artista debe entender el conjunto y no sólo las partes. Si bien, hay libertad para escribir "no ha de ser para poner en uno lo fiero con lo manso, ni para unir palomas con víboras y tigres con corderos". La obra debe tener una gran dosis de coherencia interna.

    El artista debe guiarse por dos criterios: oportunidad y selección; debe escoger un asunto proporcionado a sus fuerzas y mejor, "empezar sin énfasis, modestamente"; pues, caen en ridículo los que anuncian cosas graves y acaban con "frioleras". Un asunto conocido puede volver a tratarse, pero no como "servil copista". Además, y esto es un asunto en el que pone gran énfasis, "Toda obra de arte ha de tener por fundamento la simplicidad y la unidad"; es mejor lo simple que lo grandilocuentemente rimbombante. Como dice en ‘A su joven esclavo’: "No añadas cosa alguna al simple mirto".

    En cuanto al lenguaje, se permite el uso de voces y expresiones nuevas, neologismos, para ideas nuevas. Considera lícito introducir "palabras selladas con el cuño del tiempo presente", pero se debe "siempre proceder con tiento". Por otra parte, el lenguaje debe ser adecuado al estado de ánimo y a la condición de quien habla. Como dice Aristóteles, "se ha de considerar quién las dice" porque "la naturaleza, valiéndose del lenguaje, expresa los movimientos del alma"

    Otro aspecto examinado es el verso. Aristóteles ya había expresado: "la naturaleza dictó el metro propio apto para las pláticas: el yambo"; Horacio, en coincidencia, dice que el yambo (una sílaba breve seguida de una larga) se acomoda más al diálogo y a la acción. Cree, además que cada verso tiene su carácter; por esto, conviene guardar el estilo adecuado, es decir, no emplear versos trágicos en un asunto cómico y viceversa. El dístico (pies desiguales) ha sido más utilizado en la epopeya.

    En cuanto a los caracteres de los personajes, exhorta a seguir la tradición. Aquellos personajes conocidos se deben mantener con el carácter que históricamente han tenido y desde el principio al final de la obra. Como ejemplo, vale citar: Aquiles se presentará impetuoso, iracundo, infatigable. Es importante observar los rasgos propios y las costumbres de cada edad, a fin de no desatinar al dar el papel de viejo al joven, o lo inverso. "Fijaos bien en los modelos vivos de la sociedad, en las diversas costumbres…". Una obra puede adolecer de faltas de estilo; pero, si pinta bien las costumbres y con naturalidad, gustará al público.

    Conmina a considerar también al público, observar también el auditorio de una tragedia y no sacar a escena "cuadros que no son para ser vistos" por su crueldad o violencia, pues sólo producirán incredulidad o asco. Esos episodios se pueden dar a conocer "por medio de una narración patética".

    Define claramente que el drama tendrá exactamente cinco actos, que no se introducirá dios alguno de manera trivial o frívola y que sobre el escenario sólo habrá cuatro interlocutores. Aristóteles, mencionando a Sófocles, hablaba de tres. Horacio aclara que podrá haber en escena veinte actores, pero sólo hablarán tres y un cuarto lo hará en aparte.

    Dedica varias palabras a la función del coro. Este es un actor, su función es recitar versos en los entreactos y amenizar con el canto y la música de flauta.

    El clasicismo de Horacio está abiertamente expresado en el apartado XXIII: "Estudiad los modelos griegos; leedlos noche y día". Promueve una observación de los modelos griegos y, a la vez, una autocorrección limando, los poetas, sus obras. Recomienda que el poeta debe someter juicio de algunos conocidos, pero no de adulones, aquello que escriba, y luego guárdalo nueve años, antes de volver sobre lo escrito. "Condenad todo poema que no ha sido depurado por muchos días de corrección…" La Poesía es uno de los géneros que no admite mediocridad.

    Una de sus premisas sobre el arte de escribir sentencia: "El principio y la fuente para escribir bien es tener juicio". Horacio invoca como fuente de juicio el estudio de los filósofos, en lo que hace al fondo de las cosas, y la observación los modelos vivos de la sociedad. Como Aristóteles, insiste en la necesidad de mostrar cosas verosímiles y tratar temas que sean útiles y agradables al público. "Recread instruyendo" "Saber mezclar lo útil con lo agradable". "La sabiduría dictó en verso sus primeras enseñanzas" con esta frase comienza su reflexión sobre el valor de la poesía.

    Tras mencionar a Anfión, Homero, Tirteo, determina como condiciones del poeta, el temperamento y el arte, es decir, se exigen mutuamente genio y estudio y cultivo. Finalmente, al hablar de los poetas, les confiere un conocimiento especial y el privilegio de disponer de la propia vida al aceptar y indicar explícitamente que debe permitírsele a ellos "quitarse la vida cuando les venga en gana".

    Si bien Horacio explicita su concepción poética en la Epístola a los Pisones , en esa misma carta manifiesta que su obra es el ejemplo más claro de lo que debe ser la poesía.

    "Sin escribir cosa alguna, enseñaré cómo se escribe; diré la misión y las reglas del poeta, el manantial donde ha de beber, lo que el buen gusto permite y lo que no, los atrevimientos del genio y los escollos de la ignorancia".

    • Vigencia de las ideas horacianas

    La vigencia de las ideas que transmite en su Ars Poetica es absoluta. Evidentemente existieron autores posteriores que agregaron sus propios consejos para la hora de escribir poesía, pero ello no quita que las pautas que da en la Epístola a los Pisones sean totalmente vigentes.

    Fuentes consultadas

    • Publicación de la Asociación Uruguaya de Estudios Clásicos: ‘Vixit Quintvs Horativs Flaccvs VII a.C. – MCMXCII d.C.’ Montevideo, 1992.
    • José García López, ‘Historia de la Literatura’, Editorial Teide, Barcelona, 1973
    • S. Segura Munguía, ‘Método de latín, 6º curso’, Editorial Anaya, Madrid 1973
    • Luis A. García Moreno, "Historia Universal; II**La Antigüedad Clásica; El Imperio Romano; El ‘saeculum augusteum’; El clasicismo cultural augústeo" EUNSA, Pamplona, 1984.
    • Apuntes de Literatura I, Licenciatura en Comunicación, Universidad de Montevideo, 2003. Docente: Mónica Salinas.
    • Aristóteles, ‘El arte poética’, 6ta ed., Espasa-Calpe, Madrid, 1979.
    • Bignone, E., ‘Historia de la literatura latina’, Losada, Buenos Aires, 1952.
    • Horacio, Epístola a los Pisones, Ed. Porrúa.
    • www.epdlp.com
    • www.artehistoria.com

     

    María E. Dupin