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Ciencia y Género: ¿Un problema cuantitativo? (página 2)

Enviado por Karina Carreño


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Siguiendo a este autor entendemos que existen tres grandes sistemas de exclusión que afectan el discurso, siendo uno de ellos "la voluntad de verdad", una voluntad que prescribe las formas, los objetos, las técnicas, así como las acciones y funciones del sujeto conocedor, generando, de esta manera, una gran diferencia entre "decir la verdad" y "estar en la verdad", y siendo por supuesto esta última la más importante, la que habilita el discurso.

Esta voluntad de verdad, institucionalizada en la ciencia y las disciplinas científicas tiende a ejercer sobre los otros discursos una especie de presión y de poder de coacción, como bien nos pone de ejemplo este autor al demostrar como el sistema penal se apoya o justifica a partir del siglo XIX en el saber médico, psicológico, psiquiátrico, etc.

Alicia Palermo[4]hace un recorrido histórico sobre las Ideas que justificaron la subordinación de las mujeres, comenzando por la concepción aristotélica que colocaba al hombre en el seno del trabajo intelectual mientras que a la mujer la destinaba al trabajo manual (en el mismo nivel que los esclavos) como consecuencia de un orden jerárquico natural en el cual la mujer estaba destinada a producir materia.

Tomás de Aquino unirá el argumento filosófico al teológico donde el orden divino refuerza la distancia entra las mujeres y el conocimiento pecado mediante.

Con el surgimiento de la ciencia moderna, y el debilitamiento de la visión aristotélica tomista del mundo, las ideas sobre la naturaleza femenina no implicaron una mayor igualdad ni permiso de acceso al conocimiento para las mujeres. Por el contrario, y acompañando las necesidades de la nueva sociedad moderna industrial, la imagen de la mujer pasó a centrarse en sus aspectos biológicos reproductivos, los cuales constituían la garantía de la reproducción de la especia humana y con lo cual su función esencial se centraría en engendrar y criar niños sanos y fuertes.

Pero los aspectos biológicos fueron utilizados por la ciencia no solo para legitimar el rol de la mujer "madre" en la sociedad a partir de su "esencial" función reproductiva, sino que también fueron utilizados para legitimar el lugar de ésta fuera de la ciencia misma, así como de otros ámbitos de poder y tomas de decisiones, utilizándolos como fuentes de explicación que marcaban su inferioridad respecto al hombre.

Entonces, por un lado la medicina impondrá a la mujer la responsabilidad de la salud de los niños haciendo fuerte hincapié en la importancia del amamantamiento y la higiene y en el "instinto maternal", mientras que por otro lado investigaciones científicas como "mediciones de cráneos" y otros aspectos fisiológicos intentarán demostrar fehacientemente la inferioridad de la mujer una vez más.

También para el psicoanálisis la diferencia entre el comportamiento de hombres y mujeres será consecuencia de las disimilitudes anatómicas. La castración asumida por las niñas al descubrir su falta de pene no solo afectará la formación de su superyo, constituyendo un superyo débil dado que el temor a la castración ha perdido su sentido, sino que además la sitúa en un lugar de mayor predisposición a la neurosis y a la histeria que a los hombres y la destina a la maternidad como medio saludable para superar tal carencia.

Concordando con aquello que nos decía Foucault, Alicia Palermo nos demuestra la acción de los discursos en la sociedad, sus consecuencias y las relaciones de poder que pretenden ocultar: "Las ideas sobre la naturaleza femenina y el rol de la mujer que justificaron su discriminación…constituyeron sistemas de ideas más o menos organizados, que expresaban qué debían hacer y cómo debían ser hombres y mujeres. El hecho de estar basadas en argumentos filosóficos, teológicos o "científicos" los hacía incuestionables".

"Estas ideas fueron trasmitidas de generación en generación, adquiriendo status de conocimiento y de verdad absolutos, y se acudía a ellas para definir el propio comportamiento y categorizar el de otras personas. Constituyendo ideas dominantes durante siglos, y fueron la base de los estereotipos de hombre y de mujer". [5]

Hasta aquí hemos intentado demostrar como el discurso científico ha intentado mantener a las mujeres fuera del ámbito de la ciencia, y teniendo en cuenta que el discurso en sí mismo es un objeto de deseo y poder, como señala Foucault[6]nos vemos orientados a indagar justamente sobre el deseo, el deseo de saber y de poder en las mujeres, esos deseos que ha llevado y sigue llevando a las mujeres a apropiarse del discurso, a cuestionarlo y a aprovechar cada fisura para romper con el status quo.

Estas ideas, estos estereotipos establecidos influyen decididamente en la configuración de las subjetividades tanto de los hombres como de las mujeres, y es en ese camino que continuaremos nuestra indagación.

Subjetividad femenina

Coincidimos con Mabel Burin[7]en que la configuración del aparato psíquico responde a una multideterminación de efectos, entre ellos las concepciones socioculturales, modos de producción así como ciertas prácticas sociales.

Si bien esta autora analiza la configuración de la subjetividad femenina en relación a la salud mental de las mujeres, nos brinda, a la vez, varios elementos que nos permiten entender la cuestión de género dentro del ámbito de la ciencia.

Burin sugiere que "uno de los determinantes básicos en la constitución de la subjetividad femenina es el imaginario social, constituido sobre la base de un discurso ideológico (de la ideología patriarcal) que se funda en un esencialismo del sujeto (y no en una construcción social del mismo) y en la naturalización de las condiciones de existencia (y no en la producción- reproducción de las mismas). Sobre la base de tal esencialismo y naturalismo, el discurso ideológico crea una supuesta identidad, coherente y unitaria, como garante del ser mujer".[8]

Siguiendo a ésta autora, cuando hablamos de ideología patriarcal estamos haciendo referencia a la condición de realización de todas las prácticas sociales que, según Althusser, interpela a los individuos como sujetos y los posiciona; y en este sentido, posiciona a las mujeres como sujetos dentro de las prácticas sociales de la maternidad, normativizando el deseo sexual femenino bajo la forma de deseo maternal y del trabajo femenino como trabajo maternal y doméstico.

Simone de Beauvoir[9]analiza la constitución de la subjetividad de las mujeres y dice al respecto "La humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no en sí misma, sino con relación a él, no la considera como un ser autónomo".

Para está autora la constitución del sujeto se realiza en la oposición, es decir, se define como lo esencial constituyendo al otro en inesencial. Esta construcción de la alteridad implica, desde una postura hegeliana, una pretensión recíproca de ambas partes, un retorno de lo inesencial a lo esencial para que surjan subjetividades que se reconozcan como tal.

Al no definirse desde sí misma, la mujer queda constituida en objeto, en lo Otro, dado que solo se afirmaría al oponerse, y según está autora, este es un retorno que la mujer no hace. Hacer este retorno, reivindicarse como sujeto, implican la angustia y la tensión de una existencia auténticamente asumida, pero no hacerlo es huir de la libertad, someterse a la pasividad y la alienación, quedando a expensas de voluntades extrañas y cercenando toda posibilidad de trascendencia.

Tanto para Simone de Beauvoir como para Mabel Burin la condición de la mujer es producto de su situación, la cual es impuesta a través de una cultura y de una ideología que establecen las idea de superioridad del hombre y, por lo tanto, de inferioridad de la mujer.

Ambas autoras exponen como desde la crianza de los niños y las niñas se establecen diferencias que no solo no dejan lugar a dudas con respecto a las actividades que corresponden a cada género, sino que además marcan una valoración social de mayor prestigio para los primeros. Así, mientras que a los varones se les permiten los juegos violentos, la competencia, expresar su agresividad y la vida pública; a las niñas "se le eligen los libros y los juegos que la inician en su destino, le vierten en el oído los tesoros de la prudencia femenina, la proponen virtudes femeninas, le enseñan a cocinar, a coser y a cuidar la casa, al mismo tiempo que la higiene personal, el encanto y el pudor…se les prohíben los ejercicios violentos, se les prohíbe pelearse…"[10], y se les propone como lugar socialmente aceptado y valorado el matrimonio y la vida doméstica.

Para Simone de Beauvoir estas actividades permitidas o no, establecen la manera en que las jóvenes y los jóvenes podrán o no "emerger del mundo dado, afirmarse por encima del resto de la Humanidad ".

Desde la perspectiva de ésta autora, será a través de la formulación de proyectos y de su posible realización que los sujetos lograrán realizarse como existentes. Mediante la concreción de proyectos transformadores el sujeto se supera y trasciende, pero en las sociedades donde la ideología patriarcal interpela a los sujetos, aquel será un privilegio solo de los hombres que han relegado a la mujer a la función biológica reproductora.

A partir de estas diferencias culturalmente construidas y socialmente establecidas se afirma la superioridad del hombre y la inferioridad de la mujer, lo cual afectará indudablemente las realizaciones intelectuales y profesionales de formas diferenciadas para unos y para otras.

Habiendo establecido que la condición de la mujer es producto de su situación, que tal situación es producto de la opresión patriarcal, y que ésta conjunción configura la subjetividad femenina intentaremos examinar, desde una mirada psicoanalítica, como se constituyen el deseo de saber y el deseo de poder en este marco.

2.1-La constitución del deseo de saber

Según la teoría psicoanalítica el hecho por el cual un infante deviene en sujeto psíquico deriva del modo según el cual éste pueda sujetar sus pulsiones, por medio de las representaciones de las mismas bajo la forma de deseos.

Mabel Burin sostiene que dentro de la cultura patriarcal, las pulsiones en las mujeres han padecido diversas vicisitudes a partir de las cuales algunas han devenido en deseos, en tanto que otras han devenido en desarrollo de afectos.

Esta autora plantea que "el desarrollo del deseo se da a partir de pulsiones que invisten representaciones, o sea, que producen cargas libidinales tendientes a efectuar transformaciones sobre aquello que se desea"[11], sin embargo, el principal problema para el desarrollo de estos deseos en las mujeres, es que tales representaciones no siempre han estado disponibles en nuestros ordenamientos culturales, especialmente para la constitución de el deseo de saber y el deseo de poder.

Para que se constituya la pulsión epistemofílica el aparato psíquico debe realizar un exigente trabajo que consiste en ligar dos necesidades, surgidas previamente, en una representación de las mismas, la cual resulta de vivencias de impresiones sensoriales. Estas dos necesidades son: una, la necesidad de ver- en su forma más temprana la necesidad de ver a la madre cuando está ausente- y la otra, la necesidad de aprehender, lo de asir aquello que se torna inasible, ligado en sus formas más tempranas a la madre, como objeto que satisface el estado de necesidad. Esto quiere decir que el devenir de la pulsión epistemofílica en deseo de saber implica necesariamente una representación que se haya constituido a partir de una vivencia sensorial.

Sin embargo, no siempre el destino de la pulsión epistemofílica es constituirse en deseo de saber, púes otros de sus destinos pueden ser hacer investiduras de órgano, por ejemplo, en la vista; o bien ser descargada como afecto, por ejemplo, en la furia, como sentimiento de descarga masiva de lo inaprensible.

Según el psicoanálisis el deseo de saber se instala en los niños a partir del final de la fase anal del desarrollo de la libido, con las preguntas acerca de la diferencia entre los sexos. Para los niños la pregunta acerca del falo y la posibilidad de castración actuará como organizador de sus deseos. Diferente es para la niña dado que lo visible y lo asible no lo encuentra en si misma-el falo- y entonces debe renunciar al deseo de ser el falo de la madre- tener un pene- y poner ese deseo en tener un hijo.

Siguiendo estos lineamientos, el deseo maternal pasa a ser constitutivo del aparato psíquico de las mujeres, condición necesaria de la subjetividad femenina. En síntesis, lo que queda planteado es que para las niñas el destino privilegiado de la pulsión epistemofílica no es transformarse en deseo de saber, sino en el deseo del hijo.

Entendemos que esta mirada del psicoanálisis sobre la constitución de la subjetividad de las mujeres, no escapa a sus determinaciones históricas, y por lo tanto a una economía y lógica patriarcal que deja de lado, o ignora, como a determinados modos de producción corresponden determinados modos de organización del aparato psíquico.

Las formas simbólicas, es decir, las formas de pensar, de categorizar, de comprenderse a sí mismo y al mundo, están unidas a las formas materiales de producción, y es en esta relación que adquiere sentido histórico. Por ello es necesario relacionar el surgimiento de deseos en las niñas dentro de la historia social que enuncia como a determinados modos de producción, corresponden determinados modos de organización del aparato psíquico.

La reproducción de los modos de producción implica la producción- reproducción de las relaciones sociales necesarias para tal modo de producción, pero, como sostiene Burin, no solo se reproducen las relaciones de clases sociales, sino, también, las relaciones entre los géneros sexuales femenino- masculino.

Siguiendo a Foucault, esta autora sugiere que una de las cuestiones claves en la problemática de las mujeres, es que hemos quedado al margen de los modos de producción del saber.

Foucault[12]enfatiza que el saber funciona según un juego de represión y de exclusión de aquellos que "no tienen derecho más que a un determinado tipo de saber", según un dispositivo que denomina los "circuitos reservados del saber", aquellos que "se forman en el interior de un aparato de producción", y a los cuales no se tiene acceso desde afuera. Burin sostiene que allí fuera es donde estuvieron las mujeres, en ese lugar de exclusión.

Horst kusnitsky[13]hace un análisis del modo de producción, del intercambio de mercancías y del valor del dinero dentro del patriarcado capitalista y afirma que nuestra cultura se encuentra en una fase fálica de su desarrollo, dado que, según esta autora, la lógica de estas formas se sitúan en el tener, es decir todo aquello que sea visible y asible propiciando experiencias de goce. Burin sostiene que esto es válido también para la producción de saber en tanto que los modos de producción y circulación lo hace visible y asible solo en determinados ámbitos, preferentemente académicos, y no para todos los sujetos.

En síntesis, podemos observar a partir de lo expuesto que, las mujeres han quedado excluidas de ciertos ámbitos de producción de saber a partir de una cultura patriarcal que ha subsumido el deseo de saber de las mismas bajo el deseo maternal.

De esta producción de saber que, como bien lo demuestra Foucault, esta asociada al poder se ha tratado de excluir a las mujeres, sin embargo diversas realidades históricos sociales han demostrado la presencia de mujeres que han logrado expresar su deseos de saber y de llevarlo a una práctica social en el ámbito público.

2.2-Constitución del deseo de poder.

De igual modo que el deseo de saber, el deseo de poder se constituye a partir de una serie de precondiciones de maduración intrapsíquica, es decir, es necesario que previamente se establezca la maduración sensorio motriz asir- desasir así como la maduración de ciertas zonas erógenas que se organizan alrededor de la musculatura voluntaria.

La formación de un sujeto psíquico es resultado de una oposición, de un conflicto que se presenta como resistencia frente a la estructura social. Algunas de estas resistencias derivan de la fuerza pulsional, la cual puede devenir deseo de poder si se cumplen los prerrequisitos que mencionábamos antes. Otro requisito previo para dar lugar a dicha constitución es que se configure el deseo hostil. El deseo hostil es un deseo diferenciador que permite registrar al objeto como diferente al sujeto. Se trata, dice Burin, de un duelo por dominar al otro, sentido como adversario por ser diferente.

Según la teoría freudiana el varón y la mujer enfrentan de maneras diferentes el desarrollo de dicho duelo. La mujer es más dócil y se somete por consiguiente con menos resistencia a los mandatos maternales, en tanto que los varones oponen mayor resistencia a quien detenta el poder. De hecho, desde esta perspectiva, la lucha entre el varón y el padre por el poder que da lugar al conflicto edípico, permitirá al niño ingresar en la cultura, amenaza de castración mediante. La niña en cambio quedará atrapada en el vínculo preedípico con la madre y su lucha por el poder pareciera entonces tener que limitarse a ese escenario, escapando de este análisis las condiciones histórico sociales que determinan ese vínculo particular.

Es necesario entender el poder en términos de relaciones de poder, tal cual lo establece Foucault, para comprender cómo el desarrollo del deseo de poder en las mujeres se encuentra reducido o limitado a la esfera de los afectos, que solo puede realizarse en la intersubjetividad inmediata, en la intimidad de los cuerpos y que privilegia la emoción, la intuición, diferente al poder ejercido en el ámbito extradoméstico que requiere modos masculinos, donde rigen los principios racionales.

Para Foucault[14]el poder se expresa en relaciones de poder que están imbricadas en otros tipos de relación, es decir, el poder no es algo que se ejerce solo de forma negativa y represiva desde un aparato de Estado o sus formas jurídicas, sino que se desarrolla y expresa en las relaciones de producción, de alianzas, de familia, de sexualidad en las cuales juega a la vez un papel condicionante y condicionado.

El poder no es estático ni unilineal, sino que despliega un conjunto de estrategias de producción multiforme de relaciones de dominación que van más allá de la simple represión o prohibición, pues el poder produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos, es una "red productiva que atraviesa todo el cuerpo social".

El poder produce efectos de verdad y produce saber y por lo tanto produce efectos a nivel del deseo y también a nivel del saber, y esta producción se establece y funciona indisociadamente de la producción, circulación y acumulación del discurso. Un discurso producido por el poder que, institucionalizado, juzga, condena, clasifica, obliga a competir, destina a vivir de un cierto modo o a morir en función de discursos verdaderos que conllevan efectos específicos de poder.

Podríamos decir entonces que el poder es una relación de fuerzas que se expresa hasta en las relaciones más privadas y cotidianas, que establece conexiones de interrelación entre medicina, psiquiatría, psicoanálisis, escuela, justicia, familia, periodismo, etcétera, creando, estableciendo, habilitando espacios, saberes, actividades para determinados tipos de sujetos, ya no solo bajo la forma control -represión, sino también bajo la forma control- estimulación.

Para que se constituya el deseo de poder es necesario, como ya mencionamos antes, que se cumplan ciertos prerrequisitos de maduración psíquica, pero también es necesario que se habilite el espacio simbólico para que el deseo hostil pueda ejercer su trabajo diferenciador, para que el individuo surja como sujeto a partir de oponerse, de diferenciarse de aquello que la estructura social le impone. Es en este punto donde el discurso del poder cercena a las mujeres dicha posibilidad. Sin embargo ante cada estrategia del poder surgen estrategias de resistencia que intentan separar el "poder" de la "verdad", que procuran develar los procedimientos a través de los cuales se producen, circulan y funcionan los enunciados que constituyen lo que Foucault denomina "Régimen de la verdad".

La lógica patriarcal y el lugar "natural" de las mujeres

Celia Amorós[15]hace una revisión crítica de aquellos aspectos y sesgos que la ideología patriarcal ha impuesto al tipo de racionalidad que se expresa en el discurso filosófico, aportando una clara visión de cómo este discurso atraviesa la razón teórica y la razón práctica convirtiéndose en un discurso que discrimina a las mujeres tanto teórica como prácticamente a través de una clara postura sexista.

Esta autora entiende que el discurso filosófico se nutre de las ideologías socialmente vigentes, reorganizándolas en función de sus propias orientaciones y exigencias, y en este caso se nutre, entre otras, de la ideología sexista, entendiendo como tal a un conjunto de representaciones socialmente compartidas estructuradas conforme a un sistema de dominación.

Desde una concepción marxista, para Amorós, la opresión de la mujer[16]se produce a través de un mecanismo doble que por un lado ejerce control sobre las funciones reproductoras de ésta y por otro lado le restringe el acceso a las tareas productivas, logrando realizar con gran eficacia este doble control mediante la inserción de las mujeres en las estructuras de parentesco, es decir, dentro de la familia patriarcal.

Los esquemas ideológicos de la filosofía patriarcal son esencialmente diferenciales, es decir, se conceptualiza mediante esquemas de oposición creando dicotomías categoriales que separan por contraposición a la naturaleza de la cultura.

A partir de estas conceptualizaciones, nos dice la autora, se suele ubicar a la mujer en relación metonímica con la naturaleza a partir de la supuesta contigüidad dadas sus funciones reproductivas. Se piensa a la mujer como naturaleza lo cual trae aparejado todo un conjunto de simbolizaciones cuyas implicaciones se derivaran al conjunto de funciones que definen el modo de inserción de cada sexo en la realidad. No es un dato menor que mientras a la mujer se la piensa en tanto naturaleza, al hombre se lo piensa como cultura revistiéndose de connotaciones contrapuestas, creando una dicotomía que pretende legitimarse en una premisa biológica, cuando en realidad responde a una elaboración ideológica en función de la definición que la sociedad, y quienes tienen el poder en ella, hace de sí misma.

El hecho de considerar a la mujer como naturaleza trae como consecuencia una carga de connotaciones poco inocentes, pues la ubica, en tanto naturaleza, como aquello que debe ser dominado, controlado, domesticado.

Amorós nos plantea que el patriarcado necesita de las dicotomías, necesita clasificar para diferenciar, pues de este modo legitima la genealogía de la primogenitura que le adjudica la parte privilegiada de la herencia.

Esta legitimación genealógica es una maniobra simbólica que tiene sus inicios en Aristóteles, rescatando el pasado de la filosofía y asegurando su continuidad: "el Nombre del Padre, la Metáfora o el Significante lacaniano, paradigma y analogado supremo, se proyecta sobre una textura sintagmática (…) cuya enjundia le viene dada por el propio poder de proyección que sobre ella ejerce la metáfora paterna" [17]de esta manera "La razón patriarcal determina obsesivamente los efectos, muy positivos, de lo que ella define como carencias, distribuye sus marcas en función de la imposición o no imposición del Nombre del Padre, distinguiendo así al heredero y al desheredero, al legítimo y al bastardo".

Este orden simbólico de la genealogía masculina estructurado en torno al Nombre del Padre, según Rosolato[18]deriva de la prohibición del incesto, lo cual contribuye por un lado a la instauración de la Ley y por otro lado a definir y legitimar lugares.

En la modernidad la legitimación del orden esta dado a partir de los productos de la razón. El hombre como productor racional de conocimiento legitima el orden de las cosas a partir de un discurso basado en criterios críticos que son productos de su elaboración racional.

Destinar a las mujeres a una posición contrapuesta a la del hombre será justificada racionalmente a partir de la legitimación de un orden natural que relaciona estrechamente a la mujer con la naturaleza análogamente. "La idea de naturaleza como paradigma legitimador servirá para sancionar que el lugar de la mujer siga siendo la naturaleza"[19].

Podríamos decir entonces, que la lógica patriarcal se sostiene primordialmente en las dicotomías y las metáforas de oposición o de homologación que definen lugares, cualidades, capacidades, que como sostiene Bourdieu[20]estructuran las prácticas y las representaciones constituyendo de esta manera lo que el autor define como violencia simbólica.

La violencia simbólica, sostiene este autor, es la más eficaz en tanto permanece esencialmente tácita e inscriptas en los cuerpos, "construyendo unos esquemas mentales que son producto de la asimilación de estas relaciones de poder y que se explican en las oposiciones fundadoras del orden simbólico"[21]. Es decir que a través de la imposición de esquemas de percepción y valoración universales, se presenta un mundo social que supuestamente responde a un orden natural, y que se incorpora en los cuerpos y en los hábitos de los sujetos y funcionan como estructuras cognitivas que configuran de manera permanente la forma de percibir y de percibirse de los sujetos y de relacionarse con el mundo.

Se establece una concordancia entre las estructuras sociales y las estructuras cognitivas que legitiman al mundo social y sus divisiones apoyándose inicialmente en la división entre los sexos, que esconde su construcción social y arbitraria, mostrándose como naturales y evidentes.

De esta manera, nos dice Bourdieu, se impone una visión androcéntrica como neutra y que mediante este mecanismo de presentarse como lo obvio, lo natural, lo familiar, está destinada a pasar desapercibida e instalarse en el inconsciente en un sistema que "asegura la reapropiación de un conocimiento a un tiempo poseído y perdido desde siempre, que Freud, después de Platón, llamaba amnesia"[22].

Esta amnesia "actúa sobre la filogénesis y la ontogénesis de un inconsciente a un tiempo colectivo e individual, huella incorporada en una historia colectiva y de una historia individual que impone a todos los agentes, hombres o mujeres, su sistema de presupuestos imperativos"[23].

La visión del cuerpo es una construcción simbólica, y en la lógica patriarcal se constituye a partir de las diferencias biológicas que, según Bourdieu, responden también construcciones sociales que procuran producir unos "hábitos sistemáticamente diferenciados y diferenciadores" que legitimen el orden social con sus divisiones de sexo y todas aquellas divisiones que en definitiva responden a un sistema de dominación.

"Todo sistema de dominación es un eficaz fabricante de esencias"[24]. Según Amorós, la lógica de categorización de la ideología patriarcal es opresora en la medida en que trasmuta la individualidad en esencia, derivando de las diferencias biológicas las posibles funciones que definen el modo de inserción de cada sexo en las actividades productivas, y elevándolas al rango de esencias, por lo tanto poco susceptibles de transformación sin una decosntrucción crítica de las mismas.

Harding expresa que la diferencia de género, como sistema simbólico, es el origen de muchas conceptuaciones moralmente valoradas de todo lo que nos rodea. "Las culturas asignan un género a entes no humanos, como los huracanes y las montañas, el mundo social y natural se organiza en términos de significados de género, en cuyo contexto se han construido instituciones y significados raciales, de clase y culturales históricamente específicos"[25].

Para Amorós es necesario poner bajo sospecha el tipo de racionalidad que se expresa en el discurso filosófico, indagando las modulaciones y sesgos de la ideología patriarcal que la atraviesan. Se trata de poner una mirada crítica y deconstructora sobre las esencias que construye dicho discurso así como sobre las metáforas que pretenden definir a las mujeres como sujetos pasivos y destinadas a ocupar determinados lugares y funciones, pues esta recurrencia en la adjudicación de lugares apoyadas en las contraposiciones categoriales responde a una situación universal de marginación y de opresión, pues en ello consiste la operación ideológica fundamental de racionalización y legitimación de la dominación masculina.

3.1-Género: Una categoría analítica

Las personas piensan y organizan el mundo a partir de categorías analíticas, pues es la forma necesaria para relacionarse cognoscitivamente él. Harding afirma que considerar el género como categoría analítica, y no como una consecuencia natural de la diferencia de sexo, nos permite analizar de que manera condiciona nuestro sistema de creencias, instituciones e incluso, fenómenos tan independientes del género, en apariencia, como nuestra arquitectura y la planificación urbana.

La selección y definición de los problemas quedan enmarcados dentro de las categorías que científicamente son aceptadas como tal, en este sentido, nos dice ésta autora que "los programas de investigación en los que permanecen vigentes las filosofías empiristas y positivistas de la ciencia social se han mostrado sistemáticamente contrarios a elevar el género a una categoría teórica"[26]. Harding expresa que los grupos sociales que definen los problemas científicos son los hombres blancos burgueses que han monopolizado este espacio, y que la definición de los problemas es un elemento fundamental en la creación del racismo, el clasismo y el androcentrismo de la ciencia.

Esto trae como consecuencia, entre otras, que ni la formación de los científicos, ni la propia empresa científica estimulen un enfoque crítico sobre las influencias sociales de sus sistemas conceptuales, así como tampoco la concepción de la ciencia como una actividad plenamente social.

Desde la mirada de ésta autora existen dos maneras inadecuadas y parciales de conceptualización del género. La primera consiste en considerar dentro de esta categoría una o dos formas de manifestarse el género en la vida social sin tener en cuenta que el simbolismo de género se relaciona, en toda cultura, con la división del trabajo, con las identidades y las conductas, a veces apoyándose u oponiéndose pero siempre jugando un importante papel. La segunda es considerar simétricas las diferencias de género en los individuos y en las actividades humanas, desde el punto de vista moral y político.

Sostiene asimismo que la división del trabajo según el género y el simbolismo de género del que participa la ciencia, son en gran medida responsables de la escasa presencia de las mujeres en la ciencia.

Para Harding el género es una categoría asimétrica del pensamiento humano ya sea en la construcción de la identidad, en las conductas, y en la organización social. Señala que una teorización adecuada sobre género debe plantear cuestiones como las interacciones entre el simbolismo de género, el modo concreto de división social del trabajo o la actividad según el género y lo que constituye las identidades y deseos generizados de una cultura particular; y rescata como elemento clave de las críticas feministas el hecho de poner en tela de juicio las pretensiones de neutralidad con respecto a los valores, la objetividad y el supuesto desapasionamiento de las ciencias sociales.

El género femenino, como categoría de oposición, representa todo lo que no es ser hombre y las actividades sociales que no pertenecen a los hombres, lo cual hace posible un orden social generizado que impone un sistema de creencias sobre el significado de masculino y femenino, y no alguna diferencia, intrínseca o real, entre varón y mujer.

Estas creencias que se presentan como verdades absolutas e indiscutibles logran eficacia a partir de procesos de internalización que, en palabras de Bourdieu se inscriben en los cuerpos a modo de disposiciones permanentes, y que por lo tanto van más allá de la conciencia, constituyéndose en sólidos esquemas de percepción, tanto de pensamiento como de acción con los cuales nos enfrentamos al mundo.

3.2-Lógica patriarcal y proceso de socialización

Hemos desarrollado diferentes aspectos sobre como la lógica patriarcal construye e impone un discurso que monopoliza el orden de lo simbólico y a través de él domina y controla el orden de las cosas, impone representaciones, formas únicas y universales de ver el mundo y, por lo tanto, formas únicas y universales de ser hombre y de ser mujer.

La cultura patriarcal asigna lugares, saberes, determina los tipos de conductas esperadas para cada sexo y en definitiva construye subjetividades. Se trata, desde la perspectiva de Bourdieu, de "una lógica de dominación ejercida en nombre de un principio simbólico, conocido y admitido tanto por el dominador como por el dominado, un idioma (o una manera de modularlo), un estilo de vida(o una manera de pensar, de hablar o de comportarse) y, más habitualmente, una característica distintiva, emblema o estigma, cuya mayor eficacia simbólica es la característica corporal absolutamente arbitraria o imprevisible, o sea el color de la piel"[27].

Para este autor la conceptualización del cuerpo biológico y especialmente la de los órganos sexuales, responden a una construcción social arbitraria de acuerdo a los esquemas prácticos de visión androcéntrica. "Esta construcción arbitraria de lo biológico, de los cuerpos masculinos y femeninos, de sus costumbres y sus funciones, proporcionan un fundamento aparentemente natural a la visión androcéntrica de la división de la actividad sexual y de la división sexual del trabajo y, a partir de ahí, a todo el cosmos"[28].

La conceptualización es un trabajo de construcción de lo simbólico que se inscribe en los cuerpos y en las cosas a manera de disposiciones permanentes, e impone una definición diferenciada de los usos legítimos de los cuerpos, sexuales sobre todo, que excluye del universo de lo sensible y lo factible todo aquello que marque la pertenencia al otro sexo. De esta manera las formalidades del orden físico y del orden social imponen e inculcan las disposiciones al excluir a las mujeres de determinadas tareas, enseñándoles como comportarse con su cuerpo. La fuerza simbólica actúa sobre estas disposiciones a manera de disparador, las cuales se instauran a partir de un extenso proceso de inculcación y asimilación a través de la familiarización insensible con un mundo físico simbólicamente estructurado y la experiencia precoz y prolongada de interacciones penetradas por unas estructuras de dominación.

Esta imposición del orden simbólico se instaura como un orden natural a través de mecanismos históricos, que Bourdieu denomina trabajo de eternización, y que incumbe a unas instituciones (interconectadas) tales como la Familia, la Iglesia, el Estado, la Escuela, así como, en otro orden, el periodismo y el deporte.

Esta lógica de construcción de lo simbólico logra su solidificación en la concordancia de las estructuras objetivas y las estructuras subjetivas, utilizando como premisa primera las diferencias y características distintivas corporales. De esta manera estas diferencias y características que aparecen como naturales se legitiman a sí mismas en la medida que contribuyen a hacer existir y al mismo tiempo se naturalizan, inscribiéndose en un sistema de diferencias aparentemente naturales. Como resultado de éste proceso la división entre los sexos parece estar, siguiendo a Bourdieu, "en el orden de las cosas", es decir, lo natural, lo normal, y se instaura en los cuerpos y en los hábitos de los agentes que funcionan como sistemas de esquemas de percepciones, modos de pensamiento y modos de acción.

"La concordancia entre las estructuras objetivas y las estructuras cognitivas, entre la conformación del ser y las formas de conocer, entre el curso del mundo y las expectativas que provoca, permite la relación con el mundo que Hurssel describía con el nombre de actitud natural o de experiencia dóxica, pero olvidando las condiciones sociales de posibilidad"[29].

De allí en más el orden masculino del mundo no necesitará justificación. La visión androcéntrica se impone como neutra y natural y la dominación masculina instaura un orden social monopolizando el capital simbólico y legitima la división sexual del trabajo, la distribución de las actividades asignadas a cada uno de los dos sexos, la oposición entre el lugar público para los hombres y el lugar privado (el interior de la casa) destinado a las mujeres. Una vez instaurada ésta confirmación recíproca entre las conceptualizaciones y el mundo "se establece una relación de causalidad circular que encierra el pensamiento en la evidencia de las relaciones de dominación, inscriptas tanto en la objetividad, bajo la forma de divisiones objetivas, como en la subjetividad, bajo la forma de esquemas cognitivos que, organizados se acuerdo con sus divisiones, organizan la percepción de sus divisiones objetivas"[30].

Lo que intentamos demostrar, a partir de lo expuesto, es que las diferencias y las características distintivas de cada uno de los sexos responden a construcciones simbólicas y socialmente construidas, que no se establecen de forma natural o neutral sino que son el resultado de una imposición arbitraria de quienes detentan el poder en una cultura en un momento socio histórico determinado, y por lo tanto lo son también todas las implicancias que de ellas se derivan, es decir, las representaciones sociales, los lugares asignados a los sujetos según sean hombres o mujeres y las funciones que cada uno tiene determinadas. Estas construcciones simbólicas son el producto de un largo proceso de socialización que se instaura tanto en las mentes como en los cuerpos, que se realiza en una interconexión de instituciones que abarcan desde la familia hasta el Estado, y son los mecanismos que utiliza la lógica de dominación masculina.

3.2.1- Proceso de socialización, mujeres y ámbito científico.

Según Bourdieu es la relativa autonomía que posee la esfera de la economía los bienes simbólicos, lo que permite la perpetuación de las diferencias, y lo que permite que la dominación masculina se perpetúe más allá de las transformaciones de los modos de producción económicos.

El matrimonio sigue siendo la pieza central de la economía de los bienes simbólicos, en el cual "las mujeres solo pueden aparecer como objetos o como símbolos cuyo sentido se construye al margen de ellas y cuya función es contribuir a la perpetuación o el aumento del capital simbólico poseído por los hombres"[31]. Es a partir del tabú del incesto que se instituye la violencia en la cual las mujeres son convertidas en objetos de intercambio y alianzas entre los hombres, quedando reducidas al estatuto de instrumento de producción o de reproducción del capital simbólico y social.

El capital simbólico atribuye a los hombres el monopolio de todas las actividades oficiales, públicas, de representación, y en especial de todos los intercambios de honor, intercambios de palabras, etcétera, y en el se haya inscripta la división sexual, se haya inscripta asimismo en las disposiciones (los hábitos) de los protagonistas de la economía de bienes simbólicos, disposiciones que reduce a las mujeres a estado de objeto y a los hombres a constituirse en el honor según las sanciones positivas o negativas de funcionamiento del mercado de los bienes simbólicos.

Bourdieu afirma que si bien hoy se observa un incremento de la representación de las mujeres en ciertas profesiones, éstas permanecen prácticamente excluidas de los puestos de mando y de responsabilidad, y que, por ejemplo, su representación sigue siendo inferior en las secciones científicas mientras que se incrementa en las secciones literarias. La lógica de división determina el acceso a las diferentes profesiones y a las posiciones en el seno de cada una de ellas. En este sentido podemos decir que existe una igualdad formal en cuanto a las posibilidades de acceso, pero la desigualdad real se manifiesta en las circunstancias concretas, dado que las mujeres ocupan siempre unas posiciones menos favorecidas o bien acceden a dichas posiciones cuando éstas ya han sido desvalorizadas.

Las expectativas colectivas forman parte de la construcción simbólica y aparecen inscriptas en el entorno familiar bajo la forma de oposición entre el universo público masculino y los mundos privados femeninos, entre los lugares destinados especialmente a los hombres y los espacios llamados femeninos.

Estas expectativas objetivas están inscritas de modo implícito en las profesiones ofrecidas a las mujeres por la estructura fuertemente sexuada de la división del trabajo. "la lógica, esencialmente social, de lo que se llama vocación tiene como efecto producir tales encuentros armoniosos entre las disposiciones y las posiciones que hacen que las víctimas de la dominación psicológica puedan realizar dichosamente (en su doble sentido) las tareas subalternas o subordinadas atribuidas a sus virtudes de sumisión, amabilidad, docilidad, entrega y abnegación"[32].

Fox Keller afirma que la ciencia, al igual que el género, es una categoría construida socialmente, que "ha sido producida por un subconjunto particular de la raza humana, casi totalmente por los hombres blancos de clase media, y ha evolucionado bajo la influencia formativa de un ideal de masculinidad particular"[33], en este sentido determina y condiciona sus objetos de estudio y sus métodos, determinando y condicionando a la vez cuales son los sujetos que pueden acceder a su ámbito. En la medida en que la ciencia es definida por quienes la practican, quienquiera que aspire pertenecer a esa comunidad deberá conformarse con el código existente, requiere estar adecuadamente socializado/a primero.

Según esta autora hay una asociación, culturalmente omnipresente, entre masculinidad y objetividad, la cual refleja y contribuye a una red compleja de desarrollo cognitivo, emocional y sexual. Se impone un sistema de creencias que atribuye masculinidad a la ciencia en tanto dominio intelectual, de manera tal que tanto para el científico como para su público el pensamiento científico es un pensamiento masculino.

Estas creencias se afirman y confirman en aquellas expectativas sociales de las cuales toman parte los científicos, los maestros y los padres cuando consideran que las niñas carecen de la fuerza, el rigor y la claridad necesaria para una ocupación que pertenece a los hombres, ubicándolas en una forma de actuar y pensar mas emocional e intuitiva incompatible con lo racional.

Keller nos dice que al apodar de "duras" las ciencias objetivas, en tanto que opuestas a las ramas del conocimiento más "blandas" (es decir, más subjetiva) implícitamente se está evocando una metáfora sexual en la que "dura" es masculino y "blanda" es femenino, y en este sentido la "feminización" se convierte en sinónimo de sentimentalización. De esto se deduce que si una mujer piensa científica u objetivamente esta pensando como un hombre, y a la inversa si un hombre expresa un argumento no racional, no científico, piensa como una mujer.

Para Bourdieu "la experiencia de un orden social "sexualmente" ordenado y los llamamientos explícitos al orden que les dirigen sus padres, sus profesores y condiscípulos, dotados a su vez de principios de visión adquiridos en unas experiencias semejantes del mundo, las chicas asimilan, bajo la forma de esquemas de percepción y de estimación difícilmente accesibles a la conciencia, los principios de la división dominante que les llevan a considerar normal, o incluso natural, el orden social tal cual es y a anticipar de algún modo su destino, rechazando las ramas o las carreras de las que están en cualquier caso excluidas, precipitándose a las que, en cualquier caso, están destinadas"[34].

Sin embargo podríamos decir que el acceso de las mujeres a la ciencia se incrementa lo cual nos lleva a dos perspectivas diferentes. Por un lado, para Bourdieu, se relacionaría con la posibilidad de resistencia de los dominados contra la imposición simbólica, resultado una lucha cognitiva a propósito del sentido de las cosas del mundo y en especial de las realidades sexuales. Por otro lado, según Keller este incremento no significaría necesariamente que exista diferencias entre las concepciones acerca de la mente, la naturaleza y la relación entre ambas, entre las mujeres científicas y sus colegas masculinos. Retomando a Bourdieu podríamos explicar esta posibilidad como resultado de la aplicación, a la realidad, de unos esquemas mentales que son el producto de la asimilación de las relaciones de poder y que se explican en las oposiciones fundadoras del orden simbólico. De esto se deduce que los actos de conocimiento de estas mujeres son actos de reconocimiento práctico, es decir, cuando los instrumentos de conocimiento para leer la relación de dominación son los que impone el dominador, y no se dispone de otros instrumentos para que permitan imaginar la relación, se produce una asimilación de esa relación de dominación que hace que esa relación parezca natural, y en definitiva no cuestionantes del status quo.

En este sentido y planteadas estas hipótesis consideramos que el acceso de las mujeres tanto a la ciencia como a los ámbitos de poder es necesario pero no suficiente para modificar las concepciones del mundo y su funcionamiento. Los hombres y las mujeres son creados en una dinámica compleja de fuerzas cognitivas, emocionales y sociales entretejidas e históricamente construidas, que atraviesa la ontogénesis y la filogénesis, y son siempre el resultado de una lucha de poder tanto en el orden material como en el simbólico, lo cual implica que la resistencia y la lucha por la transformación debe abarcar esa complejidad y multiplicidad de espacios.

Conclusión

Hemos intentado analizar las posibilidades y las condiciones del acceso de las mujeres al ámbito científico. En este intento hemos realizado un recorrido desde las perspectivas filosóficas, psicoanalíticas y sociológicas, tratando de poner en evidencia aquellas construcciones sociales y culturales que pretenden legitimar los lugares y las funciones asignadas, arbitrariamente, a cada uno de los dos sexos presentándose como causa naturales de diferenciación.

Hemos intentado asimismo demostrar que la ciencia es un campo de lucha, en tanto lugar de producción y reproducción del capital simbólico, una construcción social, definida y monopolizada por los hombres (especialmente blancos de clase media), y un "circuito reservado de saber" del cual pretende excluirse a las mujeres utilizando diferentes estrategias, ya sea mediante la justificación de su inferioridad intelectual argumentando diferencias biológicas, ya sea mediante la exaltación de sus capacidades maternales "naturales".

A través de los aportes de las teóricas de género buscamos exponer como la construcción de la subjetividad esta estrechamente ligada a los recursos y representaciones socialmente disponibles, las cuales están, a su vez, en estrecha relación con los modos de producción y reproducción, es decir, como a determinados modos de producción corresponden determinados modos de organización del aparato psíquico, y que en nuestra cultura occidental el imaginario social esta atravesado por la ideología patriarcal.

Los aportes de Bourdieu nos proporcionaron los elementos para comprender como las representaciones sociales constituyen un capital simbólico que monopolizado por los hombres se convierten en herramientas de dominación simbólica y se instauran como maneras únicas y universales para relacionarse con el mundo, creando esquemas de percepción, tanto de pensamiento como de acción, cuya eficacia y persistencia se debe a que se inscribe más allá de la conciencia, se inscribe en los cuerpos bajo las formas de disposiciones, de hábitos, a través de un trabajo de construcción práctica. Bourdieu nos demuestra como estas representaciones adquieren legitimidad a partir de construir una concordancia entre las estructuras objetivas y las estructuras subjetivas, las cuales responden en última instancia al "orden natural de las cosas".

En síntesis, en este recorrido hemos tratado de exponer que el hecho de que las mujeres tengan menos representación en determinados ámbitos sociales no es una consecuencia natural derivada de sus capacidades y cualidades sino que es el resultado de unas relaciones de poder en la cual la lógica patriarcal ha logrado imponer su dominación. Es la lógica patriarcal la que define a las mujeres y de esta manera prescribe sus conductas y funciones oprimiéndola, sin embargo, el avance de las mujeres en las conquistas de ciertos terrenos, así como los movimientos feministas que denuncian estos sistemas de opresión y dominación, nos demuestran que las mujeres, lejos de ser sujetos pasivos, son activas en la construcción de sus destinos capaces de apropiarse del discurso dominante, cuestionarlo y aprovechar cada fisura para romper con el status quo.

Será un largo camino el que debamos recorrer las mujeres para romper con la visión androcéntrica de la ciencia dado que, como dijimos anteriormente, no se trata de un problema cuantitativo, de una cuestión que se resuelva con una mayor representación de las mujeres en dicho espacio, sino de una acción mucho más compleja que implica la apropiación y decosntrucción del capital simbólico, de los discursos patriarcales, de las concepciones de ser hombre y ser mujer, de las concepciones de la ciencia y el conocimiento y, a partir de allí, un profundo cuestionamiento al orden del mundo. Será necesario que este cuestionamiento abarque las diferentes esferas en las cuales el capital simbólico se reproduce: la Familia, la Escuela, el Estado, el Deporte, los Mass Medias.

Bibliografía

  • Amorós, Celia (1991): Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Editorial Anthopos.

  • Bourdieu, Pierre (2000) La dominación masculina, Barcelona, Editorial Anagrama.

  • Burin, Mabel (S/F): Estudios sobre la subjetividad femenina, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano.

  • De Beauvoir, Simone (1999): El Segundo sexo, Buenos Aires, Sudamericana.

  • Foucault, Michel (1996): El orden del discurso, Madrid, Ediciones La Piqueta.

  • Foucault, Michel (1980): Microfísica del Poder, Madrid, Ediciones La Piqueta.

  • Fox Keller, Evelyn (1991): Reflexiones sobre género y ciencia, Valencia, Artes gráficas Soler S.A.

  • Harding, Sandra (1987): Feminism & methodology, Indiana University Press.

  • Palermo, A: (2006) Teorías sobre el rol de la mujer en la sociedad. En: Mujeres y elecciones de carreras no tradicionales. El caso de la UNLU. Tesis de doctorado. F.F. y L. UBA.

 

 

 

 

 

Autora:

Karina Carreño

Tutora:

Alicia Palermo

Universidad Nacional de Luján

Sede San Miguel

Monografía

[1] Fox Keller, E: Reflexiones sobre género y ciencia. Ediciones Alfons El Magnanim. España. 1991, pág 51

[2] Fox Keller, E: Op. Cit, pág 52

[3] Foucault, M: El orden del discurso. Ed. La Piqueta. España. 1996

[4] Palermo, A: Tesis de Doctorado. Mujeres y elecciones no tradicionales: El caso de la Universidad Nacional e Luján. Cap. 3

[5] Palermo, A: Op. Cit,

[6] Foucault, M: Op. Cit. Pág. 15

[7] Burin, Mabel: Estudios sobre la subjetividad femenina. Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires.

[8] Burin, M: Op. Cit. Pág. 50

[9] Simone de Beauvoir: El Segundo sexo. Ed. Sudamericana S.A. Buenos Aires. 2007

[10] Simone de Beauvoir: Op. Cit. Pág. 221

[11] Burin, M: Op. Cit. Pág. 51

[12] Foucault, M: Citado en Burin, M, Op. Cit. Pág. 175

[13] Horst kusnitsky: Citado en Burin, M, Op. Cit. Pág. 176

[14] Foucault, M: Microfísica del Poder. Ediciones La Piqueta. Madrid. 1980.

[15] Amorós, Celia: Hacia una crítica de la razón patriarcal. Ed. Anthropos. Promat, S. Coop. Ltda… Barcelona. 1991

[16] Amorós, Celia: Op.Cit.

[17] Amorós, Celia: Op. Cit. Pág. 81.

[18] Rosolato, G: Citado en Amorós, C. Op. Cit

[19] Amorós, C: Op. Cit. Pág. 35.

[20] Bourdieu, P: La dominación masculina. Ed. Anagrama. Barcelona. 2000

[21] Bourdieu, P: Op. Cit. Pág. 49.

[22] Bourdieu, P: Op. Cit. Pág. 74.

[23] Bourdieu, P: Op. Cit. Pág74.

[24] Amorós, C: Op. Cit. Pág. 188.

[25] Harding, S: Ciencia y feminismo. Ediciones Morata. Madrid. 1996.

[26] Ibid. Pág. 31.

[27] Bourdieu, P: Op. Cit. Pág. 12

[28] Ibíd. Pág. 37.

[29] Ibíd. Pág 21.

[30] Ibíd. Pág.24.

[31] Ibíd. Pág. 59.

[32] Ibíd. Pág. 77.

[33] Fox Keller, E: op. Cit. Pág. 15.

[34] Bourdieu, P: Op. Cit. Pág. 118.

Partes: 1, 2
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