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Antología de textos de lectura para el primer grado de educación secundaria (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4

De repente se oyó un llanto. Era Yunque que estaba llorando de las fuertes patadas del niño Humberto. Entonces salió Paco Fariña del ruedo formado por los otros niños y se plantó ante Grieve diciéndole:

– ¡No! ¡No te dejo que saltes sobre Paco Yunque!

Humberto Grieve le respondió amenazándolo:

– ¡Oye! ¡Oye! ¡Paco Fariña! ¡Paco Fariña! ¡Te voy a dar un puñetazo!

Pero Fariña no se movía y estaba tieso delante de Grieve y le decía:

  • ¡Porque es tu muchacho, le pegas y lo saltas y lo haces llorar! ¡Sáltalo y verás!

Los dos hermanos Zúmiga abrazaban a Paco Yunque y le decían que ya no llorase y le consolaban, diciéndole:

  • ¿Por qué te dejas saltar así y dar de patadas? ¡Pégale tú también! ¡Pégale! ¡Sáltalo tú también! ¿Por qué te dejas? ¡No seas zonzo! ¡Cállate! ¡Ya no llores! ¡Ya nos vamos a ir a nuestras casas!

Paco Yunque estaba siempre llorando y sus lágrimas parecían ahogarle.

Se formó un tumulto de niños en torno a Paco Yunque y otro tumulto en torno a Humberto Grieve y a Paco Fariña.

Grieve le dio un empellón brutal a Fariña y lo derribó al suelo. Vino un alumno más grande, del segundo año, y defendió a Fariña, dándole a Grieve un puntapié. Y otro niño del tercer año, más grande que todos, defendió a Grieve, dándole una furiosa trompada al alumno de segundo año. Un buen rato llovieron bofetadas y patadas entre varios niños. Eso era un enredo.

Sonó la campana y todos los niños volvieron a sus salones de clase.

A Paco Yunque lo llevaron por los brazos los dos hermanos Zúmiga.

Una gran gritería había en el salón del primer año, cuando entró el profesor. Todos se callaron.

El profesor miró a todos muy serio y dijo como un militar:

– ¡Siéntense!

Un traqueteo de carpetas y todos los alumnos estaban ya sentados.

Entonces el profesor se sentó en su pupitre y llamó por lista a los niños para que le entregasen sus cuartillas con los ejercicios escritos sobre el tema de los peces. A medida que el profesor recibía las hojas de los cuadernos, las iba leyendo y escribía las notas en unos libros.

Humberto se acercó a la carpeta de Paco Yunque y le entregó su libro, su cuaderno y su lápiz. Pero antes, había arrancado la hoja del cuaderno en que estaba el ejercicio de Yunque y puso en ella su firma.

Cuando el profesor dijo: "Paco Yunque", Yunque se puso a buscar en su cuaderno la hoja en que escribió su ejercicio y no la encontró.

– ¿La ha perdido usted? -Le preguntó el profesor -¿O no la ha hecho usted?

Pero Paco Yunque no sabía lo que se había hecho la hoja de su cuaderno y, muy avergonzado, se quedó en silencio y bajó la frente.

– Bueno -dijo el profesor, y anotó en unos libros la falta de Paco Yunque.

Después siguieron los demás entregando sus ejercicios. Cuando el profesor acabó de verlos todos, entró de repente al salón el Director del colegio.

El profesor y los niños se pusieron de pie respetuosamente. El Director miró como enojado a los alumnos y dijo en alta voz:

  • ¡Siéntense!

El Director le preguntó al profesor:

  • ¿Ya sabe usted quien es el mejor alumno de su año? ¿Han hecho ya el ejercicio semanal para calificarlos?

  • Sí, señor Director -dijo el profesor -.Acaban de hacerlo. La nota más alta la ha obtenido Humberto Grieve.

– ¿Dónde está su ejercicio?

– Aquí está, señor Director.

El profesor buscó entre todas las hojas de los alumnos y encontró el ejercicio firmado por Humberto Grieve. Se la dio al Director, que se quedó viendo largo rato la cuartilla.

– Muy bien -dijo el Director, contento.

Subió al pupitre y miró severamente a los alumnos. Después le dijo con su voz un poco ronca pero enérgica:

  • De todos los ejercicios que ustedes han hecho ahora, el mejor es de Humberto Grieve. Así es que el nombre de este niño va a ser inscrito en el cuadro de Honor de esta semana, como el mejor alumno del primer año. ¡Salga afuera Humberto Grieve!

Todos los niños miraron ansiosamente a Humberto Grieve, que salió pavoneándose a pararse muy derecho y orgulloso delante del pupitre del profesor. El director le dio la mano, diciéndole:

– Muy bien, Humberto Grieve. Lo felicito. Así deben ser los niños. Muy bien.

Se volvió el Director a los demás alumnos y les dijo:

  • Todos ustedes deben hacer lo mismo que Humberto Grieve. Deben ser buenos alumnos como él. Deben estudiar y ser aplicados como él. Deben ser serios, formales y buenos niños como él. Y si así lo hacen, recibirá cada uno un premio al fin del año y sus nombres serán también inscritos en el Cuadro de Honor del colegio, como el de Humberto Grieve. A ver si la semana que viene, hay otro alumno que dé una buena clase y haga un buen ejercicio, como el que ha hecho hoy Humberto Grieve. Así lo espero.

Se quedó el Director callado un rato. Todos los alumnos estaban pensativos y miraban a Humberto Grieve con admiración. ¡Qué rico Grieve! ¡Qué buen ejercicio había escrito! ¡Ese sí que era bueno! ¡Era el mejor alumno de todos! ¡Llegando tarde y todo! ¡Y pegándole a todos! ¡Pero ya lo estaban viendo! ¡Le había dado la mano el Director! ¡Humberto Grieve, el mejor de todos los del primer año!

El director se despidió del profesor, hizo una venia a los alumnos, que se pararon para despedirlo, y salió.

El profesor dijo después:

– ¡Siéntense!

Un traqueteo de carpetas y todos los niños estaban ya sentados.

El profesor le ordenó a Grieve:

– Váyase a su asiento.

Humberto Grieve, muy alegre, volvió a su carpeta. Al pasar junto a Paco Fariña, le echó la lengua.

El profesor subió a su pupitre y se puso a escribir en unos libros.

Paco Fariña le dijo en voz baja a Paco Yunque:

  • Mira al señor, que está poniendo tu nombre en su libro, porque no has presentado el ejercicio. ¡Míralo! Te van a dejar ahora recluso y no vas a ir a tu casa. ¿Por qué has roto tu cuaderno? ¿Dónde lo pusiste?

Paco Yunque no contestaba nada y estaba con la cabeza agachada.

  • ¡Anda! -le volvió a decir Paco Fariña -.¡Contesta! ¿Por qué no contestas? ¿Dónde has dejado tu ejercicio?

Paco Fariña se agachó a mirar la cara de Paco Yunque y le vio que estaba llorando. Entonces le consoló, diciéndole:

  • ¡Déjalo! ¡No llores! ¡Déjalo! ¡No tengas pena! ¡Vamos a jugar con mi tablero! ¡Tiene torres negras! ¡Déjalo! ¡Yo te regalo mi tablero! ¡No seas zonzo! ¡Ya no llores!

Pero Paco Yunque seguía llorando agachado.

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

– ¿Sobre qué tratará el texto?

– ¿Crees que Paco Yunque es el protagonista del cuento?

– ¿Conoces la biografía de César Abraham Vallejo Mendoza?

LECTURA LITERAL

  • En las expresiones que siguen identifica y marca con x el significado contextual del término subrayado:

  • Paco Yunque tenía pena porque el niño Humberto le pegaba mucho.

Castigo impuesto por autoridad legítima

al que ha cometido un delito.

Cuidado, aflicción o sentimiento.

Dolor o sentimiento corporal.

Dificultad, trabajo.

  • Pongan al pie sus nombres bien claros.

Con mucha luz.

Evidente, patente.

Limpio, puro, cristalino, diáfano.

Inteligible.

  • Una gran algazara volvieron a hacer todos los niños y salieron corriendo al patio.

Vocerío de las tropas cuando atacan.

Ruido, griterío de una o muchas voces juntas, por lo común por alegres.

  • Se formó un tumulto de niños en torno a Paco Yunque y otro tumulto en torno a Humberto Grieve y a Paco Fariña.

Motín, alboroto producido por una multitud.

Confusión agitada o desorden ruidoso.

RETENCIÓN DE LECTURA

  • ¿Quién de los niños del primer grado no permitió que Humberto Grieve continuara saltando sobre Paco Yunque?

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  • ¿Recuerdas cómo termina el texto?

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COMPRENSIÓN DE LECTURA

  • Según la lectura que has realizado, ordena numéricamente los hechos literarios por su aparición:

  • El director del colegio felicita a Humberto Grieve

por la buena presentación de su hoja de ejercicios.

  • Paco Fariña increpa a Paco Yunque por no presentar

su ejercicio.

  • Paco Yunque pensaba que a la salida del colegio

Humberto Grieve le iba a dar una patada.

  • Grieve en vez de copiar el ejercicio se puso

a hacer dibujos en su cuaderno.

  • Los hermanos Zúmiga abrazaban a Paco

Yunque y le decían que ya no llorase.

  • Humberto Grieve arranca del cuaderno de

Paco Yunque la hoja de sus ejercicios.

  • Fariña se agachó a mirar la cara de Paco

Yunque y se dio cuenta que estaba llorando.

  • ¿Por qué Humberto Grieve maltrataba o castigaba a Paco Yunque?

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  • Paco Yunque sabía que Humberto Grieve fue quién arrancó la hoja de sus ejercicios, ¿entonces por qué no lo denunciaba ante su profesor?

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LECTURA INFERENCIAL

  • Si Paco Yunque presentaba su hoja de ejercicios, ¿crees que el director del colegio lo hubiese felicitado? ¿por qué?

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LECTURA INTERPRETATIVA

  • ¿Qué injusticias sociales denuncia o da a conocer César Vallejo a través de su cuento "Paco Yunque"?

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  • ¿Qué mensaje se desprende del cuento?

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LECTURA CRÍTICA

  • En el cuadro siguiente, ¿qué datos podrías anotar respecto a las actitudes de los personajes?

edu.red

  • ¿Estás de acuerdo con la forma de actuar del profesor y el director del colegio? ¿sí o no? ¿por qué?

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CREATIVIDAD

  • Inspírate y créale un nuevo final al texto.

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PARA INVESTIGAR

  • Averigua cómo es actualmente la enseñanzaaprendizaje y el trato que dan los profesores(as) a los alumnos(as) del primer grado de educación primaria.

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JULIO RAMÓN RIBEYRO ZÚÑIGA

LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS

Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio le había causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo cual prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no podía casi caminar, pero don Santos no se percató de ello pues tenía visita. Acompañado de un hombre gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero.

-Dentro de veinte o treinta días vendré por acá- decía el hombre -. Para esa fecha creo que podrá estar a punto.

Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos.

– ¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de Pascual! El negocio anda sobre rieles.

A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, Efraín no se pudo levantar.

– Tiene una herida en el pie -explicó Enrique -ayer se cortó con un vidrio.

Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado.

– ¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un trapo.

– ¡Pero si le duele! -intervino Enrique -no puede caminar bien.

Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de Pascual.

– ¿Y a mí? -preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo -¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo… ¡Hay que dejarse de mañas!

Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su hermano. Media hora después regresaron con los cubos casi vacíos.

– ¡No podía más! -dijo Enrique al abuelo- Efraín está medio cojo.

Don Santos observó a sus nietos como si meditara una sentencia.

– Bien, bien-dijo rascándose la barba rala y cogiendo a Efraín del pescuezo lo arreó hacia el cuarto -. ¡Los enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú harás la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo al muladar!

Cerca del mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro escuálido y medio sarnoso.

– Lo encontré en el muladar -explicó Enrique -y me ha venido siguiendo.

Don Santos cogió la vara.

– ¡Una boca más en el corralón!

Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la puerta.

– ¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo de mi comida.

Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el lodo

– ¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!

Enrique abrió la puerta de la calle.

– Si se va él, me voy yo también.

El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir:

– No come casi nada…, mira lo flaco que está. Además, desde que Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buena nariz para la basura.

Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se condensaba la garúa. Sin decir nada soltó la vara, cogió los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero.

Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al corazón corrió donde su hermano.

– ¡Pascual, Pascual…Pascualito! -cantaba el abuelo.

– Tú te llamarás Pedro -dijo Enrique acariciando la cabeza de su perro e ingresó donde Efraín.

Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se revolcaba de dolor sobre el colchón. Tenía el pie hinchado, como si fuera de jebe y estuviera lleno de aire. Los dedos habían perdido casi su forma.

– Te he traído este regalo, mira -dijo mostrando al perro -.se llama Pedro, es para ti, para que te acompañe…Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos jugarán todo el día. Le enseñarás a que te traiga piedras en la boca.

– ¿Y el abuelo? -Preguntó Efraín extendiendo su mano hacia el animal.

– El abuelo no dice nada -Suspiró Enrique.

Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había empezado a caer. La voz del abuelo llegaba:

– ¡Pascual, Pascual… Pascualito!

Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se inquietaron, porque en esta época el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el corralón, hablando solo, dando de varillazos al emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto, echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos, lanzaba un salivazo cargado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra.

– ¡Mugre, nada más que mugre! -repitió toda la noche el abuelo, mirando la luna.

A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El viejo, que lo sintió estornudar en la madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe. Si Enrique se enfermaba, ¿Quién se ocuparía de Pascual? La voracidad del cerdo crecía con su gordura. Gruñía por las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se habían venido a quejar.

Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda la noche y la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre.

– ¿Tú también? -preguntó el abuelo.

Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.

– ¡Está muy mal engañarme de esa manera! -plañía -.Abusan de mí porque no puedo caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al diablo y me ocuparía yo sólo de Pascual!

Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.

– ¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada más que basura! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy no habrá comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no puedan levantarse y trabajar!

A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en la calle. Media hora después regresó aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la Baja Policía lo había ganado. Los perros, además, habían querido morderlo.

– ¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que no trabajen!

Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de palo había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y cada paso que daba era como un lanzazo en la ingle. A la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su colchón, sin otro ánimo que para el insulto.

– ¡Si se muere de hambre -gritaba -será por culpa de ustedes!

Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables. Los tres pasaban el día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique tosía, Pedro se levantaba y después de hacer un recorrido por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en las manos de sus amos. Don santos, a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba miradas feroces. A mediodía se arrastraba hasta la esquina del terreno donde crecían verduras y preparaba su almuerzo que devoraba en secreto. A veces aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su apetito creyendo así hacer más refinado su castigo.

Efraín ya no tenía fuerzas ni para quejarse. Solamente Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar los ojos del abuelo creía desconocerlos, como si ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las noches, cuando la luna se

levantaba, cogía a Pedro entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo

gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A veces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que encontraba en su camino. Por último reingresaba al cuarto y quedaba mirándolos fijamente, como si quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual.

La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos como los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. Esta vez no salió al corralón ni maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla. Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia sus nietos y lanzó un rugido.

– ¡Arriba, arriba, arriba! -los golpes comenzaron a llover -¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuando vamos a estar así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!…

Efraín se echó a llorar. Enrique se levantó, aplastándose contra la pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara alzarse y abatirse sobre su cabeza, como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.

– ¡A Efraín no! ¡El no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al muladar!

El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en recuperar el aliento.

– Ahora mismo… al muladar… lleva dos cubos, cuatro cubos…

Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. La fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacían trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro quiso seguirlo.

– Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín.

Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de la mañana. En el camino comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. Todo lo veía a través de una niebla mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi como un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora celeste.

Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. Era como si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenzara otro fabricado de barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo, parado al borde del chiquero, miraba hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde su pierna de palo, Enrique hizo ruido pero el abuelo no se movió.

– ¡Aquí están los cubos!

Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín, apenas lo vio, comenzó a gemir.

– Pedro… Pedro…

– ¿Qué pasa?

– Pedro ha mordido al abuelo… el abuelo cogió la vara… después lo sentí aullar.

Enrique salió del cuarto.

– ¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?

Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo un mal presentimiento. De un salto se acercó al viejo.

– ¿Dónde está Pedro?

Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo del perro.

– ¡No! -gritó Enrique tapándose los ojos -¡No, no! -y a través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo. Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta.

– ¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?

El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí Enrique observó al viejo que, erguido como un gigante, miraba obstinadamente el festín de Pascual. Estirando la mano encontró la vara que tenía el extremo manchado de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al viejo.

– ¡Voltea! -gritó -¡voltea!

Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se estrellaba contra su pómulo.

– ¡Toma! -chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. Pero súbitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al abuelo casi arrepentido. El viejo, cogiéndose el rostro, retrocedió un paso, su pierna de palo tocó tierra húmeda, resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al chiquero.

Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído pero no se escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada, estaba de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual, que se había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente en el lodo.

Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura que él nunca había escuchado.

– ¡A mí, Enrique, a mí!

– ¡Pronto! -exclamó Enrique, precipitándose sobre su hermano -¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero! ¡Debemos irnos de acá!

– ¿A dónde? -preguntó Efraín.

– ¡A dónde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!

– ¡No me puedo parar!

Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una sola persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula.

Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.

(Escrito en París en 1954)

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

¿Por qué se llamará así el cuento?

¿Cuál será su tema?

¿Cómo terminará el texto?

LECTURA LITERAL

  • Escribe dos (2) sinónimos a cada una de las palabras siguientes:

  • CHIQUERO: __________________________________________________

  • GALLINAZO:__________________________________________________

  • ESCUÁLIDO(A):_______________________________________________

  • CATÁSTROFE: ________________________________________________

  • UMBRAL: ____________________________________________________

  • ETÉREO: ____________________________________________________

  • SIGILO: ______________________________________________________

  • INTRIGADO:__________________________________________________

RETENCIÓN DE LECTURA

  • ¿Cómo se llaman los dos niños protagonistas del cuento? ¿y cuál es el nombre del abuelo?

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  • ¿Qué hizo el viejo Santos en el momento que los niños ya no podían trabajar?

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  • Cuando Efraín estuvo enfermo, su hermano Enrique le trajo un perrito al cual le puso como nombre Pedro, ¿qué pasó con ese animal?

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  • ¿Qué sucedió con el abuelo Santos al final de la historia?

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COMPRENSIÓN DE LECTURA

  • ¿Por qué el abuelo Santos pidió a sus nietos que en adelante había que aumentar la ración del chancho Pascual?

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  • ¿Con qué propósito Enrique regaló un perrito a su hermano Efraín?

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  • ¿Por qué el anciano presintió una catástrofe cuando en la madrugada escuchó estornudar a su nieto Enrique?

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LECTURA INFERENCIAL

  • ¿Por qué el abuelo Santos tenía una pata de palo? ¿qué le había pasado?

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LECTURA INTERPRETATIVA

  • ¿En nuestro país, a quiénes crees que representan los niños Efraín y Enrique? ¿y el anciano Santos a quién personifica?

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LECTURA CRÍTICA

  • ¿Te pareció acertada la actitud de Enrique de lanzar un varazo en la cara de su abuelo? ¿crees que debió asumir otro comportamiento? ¿Tú harías lo mismo?

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  • ¿Qué da a entender Julio Ramón Ribeyro Zúñiga cuando al final del cuento dice: "Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla"?

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CREATIVIDAD

  • ¿Te imaginas cómo es Pascual? ¿puedes dibujarlo?

PARA INVESTIGAR

  • ¿Hoy día, en nuestra sociedad (Perú) aún existen "Gallinazos sin plumas"? Averigua.

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FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS

EL BAGRECICO

Un viejo bagre, de barbas muy largas, decía con su voz ronca en el penumbroso remanso del riachuelito: "Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado a él, y he vuelto".

Y en el fondo de las aguas se movía de un lado a otro contoneándose orgullosamente. Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración. "¡Ese viejo conoce el mar!".

Tanto oírlo, un bagrecico se le acercó una noche de luna y le dijo: "Abuelo, yo también quiero conocer el mar".

– ¿Tú?

– Sí, abuelo.

– Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.

Vivían en ese remanso de un riachuelito de la selva alta del Perú, un riíto con lecho de piedras menudas y delgado rumor. Palmeras y otros árboles, desde las márgenes del remanso, oscurecían las aguas. Esa noche, en un rincón de la pozuela iluminada tenuemente por la luna, el viejo bagre enseñó al bagrecico cómo debía llevar a cabo su viaje al lejano mar.

Y cuando el riachuelito se estremecía con el amanecer, el bagrecico partió aguas abajo. "Tienes que volver", le dijo, despidiéndolo, el viejo bagre, quien era el único que sabía de aquella aventura.

El bagrecico sentía pena por su madre. Ella, preocupada porque no lo había visto todo el día, anduvo buscándolo. "¿Qué te sucede?", le preguntó el anciano bagre con la cabeza afuera de un hueco de la orilla, una de sus tantas casas.

– ¿Usted sabe dónde está mi hijo?

– No. Pero lo que te puedo decir es que no te aflijas. El muchacho ha de volver.

edu.red

Seguramente ha salido a conocer el mundo.

– ¿Y si alguien lo pesca?

  • No creo. Es muy sagaz. Y tú comprendes que los hijos no deben vivir todo el tiempo en la falda de la madre. Retorna a tu casa… El muchacho ha de volver.

La madre del bagrecico, más o menos tranquilizada con las palabras del viejo filósofo, regresó a su casa.

El bagrecico, mientras tanto, continuaba su viaje. Después de dos días y medio entró por la desembocadura del riachuelo en un riachuelo más grande.

El nuevo riachuelo corría por entre el bosque haciendo tantos zigzags que el bagrecico se desconcertó. "Este es el río de las mil vueltas que me indicó el abuelo", recordó. Su cauce era de piedras y, partes, de arena, salpicado de pedrones, sobresaliendo de las aguas con plantas florecidas en el légamo de sus superficies; hondas pozas se abrían en los codos con multitud de peces de toda clase y tamaño; sonoras corrientes…El bagrecico seguía, seguía ora nadando con vigor, ora dejándose llevar por las corrientes, con las aletas y barbitas extendidas, ora descansando o durmiendo bajo el amparo de las verdes cortinas de limo.

Se alimentaba lamiendo las piedras, con los gusanillos que había debajo de ellas o embocando los que flotaban en los remansos.

  • ¡De lo que me escapé!-se dijo, temblando. En una poza casi muerde un anzuelo con carnada de lombriz… iba a engullirlo, pero se acordó del consejo del abuelo: "Antes de comer, fíjate bien en lo que vas a comer"; así, descubrió el sedal que atravesando las aguas terminaba en la orilla, en las manos del pescador, un hombre con aludo sombrero de paja.

Los riachuelos de la selva alta del Perú son transparentes; de ahí que los peces pueden ver el exterior.

El incidente que acababa de sucederle hizo reflexionar al viajero con mayor seriedad sobre los peligros que le amenazaban en su larga ruta; además de los pescadores con anzuelo, las pescas con el barbasco venenoso, con dinamita y con red; la voracidad de los martín pescadores y de las garzas, también de los peces grandes, aunque él sabía que los bagres no eran presas apetecibles para dichas aves, por sus aletas enconosas; ellas prefieren los peces blancos, con escamas.

Con más cautela y los ojos más abiertos, prosiguió el bagrecico su viaje al mar. En una corriente, colmada de la luz de la mañana límpida, una vieja magra, toda arrugas, metida en las aguas hasta las rodillas, pescaba con las manos, volteando las piedras. El bagrecico se libró de las garras de la pescadora, pasando a toda velocidad.

"¡La misma muerte!", se dijo, volviendo a mirar, en su carrera, a la huesuda anciana, y ésta le increpó con el puño en alto: "Bagrecico bandido".

Dentro del follaje de un árbol añoso, que cubría la mitad del riachuelo, cantaban un montón de pájaros. El bagrecico, con las antenas de sus barbas, percibió las melodías de esos músicos y poetas de los bosques, y se detuvo a escucharlos.

Después de una tormenta, que perturbó la selva y el riachuelo, oscureciéndolos, el viajero entró en un inmenso claro lleno de sol; a través de las aguas ligeramente turbias distinguió un puente de madera por donde pasaban hombres y mujeres con paraguas. Pensó: "Estoy en la ciudad que el riachuelo de las mil vueltas divide en dos partes, como me indicó el abuelo". "¡Ah, mucho cuidado!", se dijo luego ante numerosos muchachos que, desde las orillas, se afanaban en coger con anzuelos y fisgas los peces que, en apretadas manchas, se deslizaban por sobre la arena o lamían las piedras, agitando las colas.

El bagrecico salvó el peligroso sector de la ciudad con bastante sigilo. En la ancha desembocadura del riachuelo de las mil vueltas, tuvo miedo; las aguas del riachuelo desaparecían, encrespadas, en un río quizá cien, doscientas veces más grande que su humilde riachuelo natal. Permaneció indeciso un rato, luego se metió con coraje en las fauces del río.

Las aguas eran turbias y corrían impetuosas. Peces gigantes, con los ojos encendidos, pasaban junto al bagrecico, asustándolo. "No tengo otro camino que seguir adelante", se dijo resueltamente.

El río turbio, después de un curso por centenares de kilómetros de tupida selva, entregaba bruscamente sus aguas a otro mucho más grande. El bagrecico penetró en él ya casi sin miedo.

Se extrañó de escuchar un vasto y constante runrún musical. Débase a la fina arena y partículas de oro que arrastran las violentas aguas del río.

En las extensas curvas de este río caudaloso hierven terribles remolinos que son prisiones no sólo para las balsas y canoas que, por descuido de los bogas, entran en ellos, sino también para los propios peces. Sin embargo, nuestro vivaz bagrecico los sorteaba manteniéndose firme a lo largo de las corrientes que pasan bordeándolos.

Cerros de sal piedra marginan también, en ciertos trechos, este río bravo. Blancas montañas resplandecientes. Al bagrecico se le ocurrió lamer una de esas minas durante una media hora, luego reanudó su viaje con mayor impulso.

Un espantoso fragor que venía de aguas abajo le aterrorizó sobremanera. Pero él juzgó que, seguramente, procedía de los "malos pasos", debidos al impresionante salto del río sobre una montaña, grave riesgo del cual le habló mucho el abuelo.

A medida que avanzaba el estruendo era más pavoroso… ¡Los malos pasos a la vista! Nuestro viajero temerario se preparó para vencer el peligro… se sacudió el cuerpo, estiró las aletas y las barbitas, cerró los ojos y se lanzó al torbellino rugiente. Quince kilómetros de cascadas, peñas, aguas revueltas y espumantes, pedrones, torrentes, rocas

El bagrecico iba a merced de la furia de las aguas; aquí, chocó contra una roca, pero reaccionó en seguida; allá, un tremendo oleaje le varó sobre un pedrón, pero, con felicidad, otra ola le devolvió a las aguas.

Al término del infierno de los "malos pasos", el bagrecico, todo maltrecho, buscó refugio debajo de una piedra y se quedó dormido un día y una noche.

Se consideraba ya baquiano. Además, había crecido, su pecho era recio, sus barbas más largas, su color blanco oscuro con reflejos metálicos; no podía ser de otro modo, ya que muchos soles y muchas lunas alumbraron desde que salió de su riachuelito natal, ya que había cruzado tantos ríos, sobre todo, vencido los terroríficos "malos pasos" en que mueren o encanecen muchos hombres.

Así, convencido de su fuerza y sabiduría, prosiguió el viaje. Sin embargo, no muy lejos, por poco concluye sin pena ni gloria. A la altura de un pueblo cayó en la atarraya de un pescador, entre sábalos, boquichicos, corvinas, palometas, lisas; empero, el hijo de un pescador, un alegre muchacho, lo cogió de las barbas y le arrojó desde la canoa a las aguas, estimándolo sin importancia en comparación con los otros pescados.

Cerrado rumor especial, que conmovía el río, llamó un caluroso anochecer la atención del viajero. Era una mijanada, avalancha de peces en migración hacia arriba, para el desove. Todo el río vibraba con los millones de peces en marcha. Algunos brincaban sobre las aguas, relampagueando como trozos de plata en la oscuridad de la noche.

El bagrecico se arrimó a una orilla fuertemente, contra el lodo, hasta que pasó el último pez.

En plena jungla, el voluminoso río desaparecía en otro más voluminoso. Así es el destino de los ríos: nacen, recorren kilómetros de kilómetros de la tierra, entregan sus aguas a otros ríos, y éstos a otros, hasta que todo acaba en el mar.

El nuevo río, un coloso, se unía con otro igual, formando el Amazonas, el río más grande de la Tierra. Nuestro bagrecico entró en ese prodigio de la naturaleza a las primeras luces del día, cuando los bosques de las márgenes eran una sinfonía de cantos y gritos de animales salvajes. Allá, en el remoto riachuelito natal, el abuelo le había hablado también mucho del Rey de los Ríos.

Por él tenía que llegar al mar, ya él no daba sus aguas a otro río… No se veía el fondo ni las orillas. Era, pues, el río más grande del mundo.

"Debes tener mucho cuidado con los buques", le había advertido el abuelo. Y el bagrecico pasaba distante de esos monstruos que circulaban por las aguas, con estrépito.

Una madrugada subió a la superficie para mirar el lucero del alba, digamos mejor para admirarlo, ya que nuestro bagrecico era sensible a la belleza; el lucero del alba, casi sobre el río, parecía una victoria regia de lágrimas, después de bañarse de su luz, el bagrecico se hundió en las aguas, produciendo un leve ruido y leve oleaje.

Durante varias horas de una tarde lluviosa lo persiguió un pez de mayor tamaño que un hombre para devorarlo. El pobre bagrecico corría a toda velocidad de sus fuerzas, corría, corría, de pronto columbró un hueco en la orilla y se ocultó en él… de donde miraba a su terrible enemigo, que iba y venía y, finalmente, desapareció.

Mucho tiempo viajó por el río más grande del planeta, pasando frente a puertos, pueblos, haciendas, ciudades, hasta que una noche, con luna llena enorme, redonda, llegó a la desembocadura. El río era allí extraordinariamente ancho y penetraba retumbando más de cien leguas en el mar. "¡El mar!", se dijo el bagrecico, profundamente emocionado. "¡El mar!".

Lo vio esa noche de luna llena como un transparente abismo verde.

El retorno a su riachuelito natal fue difícil. Se encontraba tan lejos. Ahora tenía que surcar los ríos, lo cual exige mayor esfuerzo.

Con su heroica voluntad dominaba el desaliento. Vencía todos los peligros. Cruzó los "malos pasos" del río aprovechando una creciente, y, a veces, a saltos por sobre las rocas y pedrones que no estaban tapados por las aguas. En el riachuelo de las mil vueltas salvó de morir, por suerte. Un hombre, en la orilla pedregosa, encendía con su cigarro la mecha de un cartucho de dinamita, para arrojarlo a una poza donde muchísimos peces, entre ellos nuestro viajero, embocaban en la superficie, con ruidos característicos, los millares de comejenes que, anticipadamente, desparramó como cebo el pescador. ¡No había escapatoria! Empero, ocurrió algo inesperado, el pescador, creyendo que el cartucho de dinamita iba a estallar en su mano, lo soltó desesperadamente y a todo correr se internó en el bosque, las piedras saltaron hasta muy arriba con la horrenda explosión. Algunos pájaros también cayeron muertos de los ramajes.

La alegría del viajero se dilató como el cielo cuando, al fin, entró en su riachuelito natal, cuando sintió sus caricias. Besó con unción, las piedras de su cauce. Llovía menudamente, los árboles de las riberas, sobre todo los almendros, estaban florecidos. Había luz solar por entre la lluvia suave y dentro del riachuelo. El bagre, loco de contento, nadaba en zigzags; de espaldas, de costado, se hundía hasta el fondo, sacaba sus barbas de las aguas, moviéndolas en el aire.

Sin embargo, en su pueblo ya no encontró a su madre ni al abuelo. Nadie lo conocía. Todo era nuevo en el remanso del riachuelito, ensombrecido por las palmeras y otros árboles de las márgenes.

Se dio cuenta, entonces, de que era anciano. En el fondo de la pozuela, con su voz ronca, solía decir, contoneándose orgullosamente: "Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado a él y he vuelto".

Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración.

Un bagrecico, de tanto oírlo, se le acercó una noche de luna y le dijo:

"Abuelo, yo también quiero conocer el mar".

– ¿Tú?

– Sí, abuelo.

– Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

  • ¿Sabes qué es un bagrecico?

  • ¿En qué lugar o escenario se desarrollan los hechos?

  • ¿Quién será el protagonista de la historia?

LECTURA LITERAL

  • Une o relaciona las palabras de la izquierda con las de la derecha para que se forme así una oración.

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  • Encuentra el significado de los siguientes términos

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En tu cuaderno de trabajo anota la acepción de: barbasco, voracidad, enconoso, límpido, magra, follaje, fisga, sigilo, fauces, impetuoso, bogas, recio, mijanada, voluminoso, coloso, remoto, columbrar, surcar, embocar.

RETENCIÓN DE LECTURA

3. Relee el texto y con tus propias palabras completa la siguiente trama narrativa:

Un viejo bagre decía___________________________________________________

_______________________________________________________________

El bagrecico después de dos días y medio _________________________________

___________________________________________________________________________

A través de las aguas ligeramente turbias distinguió __________________________

______________________________________________________________________

Su pecho era recio, sus barbas más largas, _________________________________

_____________________________________________________________

El nuevo río, un coloso, se unía con otro igual, ______________________________

____________________________________________________________________________

Nadie lo conocía ______________________________________________________

_____________________________________________________________________________

COMPRENSIÓN DE LECTURA

  • ¿Por qué el bagrecico tuvo el deseo de conocer el mar?

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  • ¿Qué pretende dar a conocer el viejo bagre con la expresión: "Los hijos no deben vivir todo el tiempo en la falda de la madre"? Explica.

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  • ¿Por qué, en el texto, al río Amazonas se le llama el "rey de los ríos"?

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LECTURA INFERENCIAL

  • Luego de conocer el mar, el bagrecico regresó. Pero, al llegar al remanso de su riachuelo nadie lo conocía, ¿qué pasó con su madre, el viejo bagre y sus amigos?

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LECTURA INTERPRETATIVA

  • El joven bagrecico durante su largo viaje atravesó dificultades, peligros, miedos… Pero, finalmente, llegó a conocer el mar, ¿cuál es la intención o propósito del autor al darnos a conocer esta bonita historia?

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LECTURA CRÍTICA

  • ¿Te pareció interesante o aburrida la historia del bagrecico? ¿por qué?

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10. ¿Si alguna persona adulta te anima a conocer una ciudad o país irías? ¿tendrías miedo? ¿qué país te gustaría conocer?

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11. ¿Qué valores predominan en la historia leída?

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CREATIVIDAD

12. Relee bien el texto y elabora o confecciona el itinerario o la ruta que siguió el bagrecico durante su viaje. Trabájalo en una cartulina.

PARA INVESTIGAR

13. Recopila información sobre el río Amazonas: ubicación, extensión, riqueza ictiológica, otros.

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ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR

USHANAN- JAMPI

Y Facundo, después de aceptar tranquilamente la honrosa comisión, recostó su escopeta en la tapia en que estaba parapetado, sentóse, sacó un puñado de coca y se puso a catipar religiosamente por espacio de diez minutos largos. Hecha la catipa y satisfecho del sabor de la coca, saltó la tapia y emprendió una vertiginosa carrera, llena de saltos y zigzags, en dirección al campanario gritando:

– ¡Amigo Cunce!, ¡Amigo Cunce! Facundo quiere hablarte.

Cunce Maille le dejó llegar y una vez que lo vio sentarse en el primer escalón de la gradería le preguntó:

– ¿Qué quieres, Facundo?

– Pedirte que bajes y te vayas.

– ¿Quién te manda?

– ¡Yayas!

  • Yayas son unos Supaypa -Huachasgan, que cuando huelen sangre quieren beberla. ¿No querrán beber la mía?

  • No; yayas me encargan decirte que si quieres te abrazarán y beberán contigo un trago de chacta en el mismo jarro y te dejarán salir con la condición de que no vuelvas más.

– Han querido matarme.

  • Ellos no; Ushanan -Jampi, nuestra ley. Ushanan Jampi igual para todos; pero se olvidará esta vez para ti. Están asombrados de tu valentía. Han preguntado a nuestro gran Jirca -yayag y él ha dicho que no te toquen. También han catipado y la coca les ha dicho lo mismo. Están pesarosos.

  • Cunce Maille vaciló, pero comprendiendo que la situación en que se encontraba no podía continuar indefinidamente, que al fin, llegaría el instante en que habría de agotársele la munición y vendría el hambre, acabó por decir, al mismo tiempo que bajaba:

  • No quiero abrazos ni chacta. Que vengan aquí todos los yayas desarmados y, a veinte pasos de distancia, juren por nuestro Jirca que me dejarán partir sin molestarme.

Lo que pedía Maille era una enormidad, una enormidad que Facundo no podía prometer, no sólo porque no estaba autorizado para ello sino porque ante el poder del Ushanan-Jampi no había juramento posible.

Facundo vaciló también, pero su vacilación fue cosa de un instante. Y, después de reír con gesto de perro a quien le hubiesen pisado la cola, replicó:

  • He venido a ofrecerte lo que pides. Eres como mi hermano y yo le ofrezco lo que quiero a mi hermano.

– Y, abriendo los brazos, añadió:

  • Cunce, ¿No habrá para tu hermano Facundo un abrazo? Yo no soy yaya. Quiero tener el orgullo de decirle mañana a todo Chupán que me he abrazado con un valiente como tú.

Maille desarrugó el ceño, sonrió ante la frase aduladora y, dejando su carabina a un lado, se precipitó a los brazos de Facundo. El choque fue terrible. En vez de un estrechón efusivo y breve, lo que sintió Maille fue el enroscamiento de dos brazos musculosos, que amenazaban ahogarle. Maille comprendió instantáneamente el lazo que se le había tendido, y, rápido como el tigre, estrechó más fuerte a su adversario, levantóle en peso e intentó escalar con él el campanario. Pero al poner el pie en el primer escalón, Facundo, que no había perdido la serenidad, con un brusco movimiento de riñones hizo perder a Maille el equilibrio, y ambos rodaron por el suelo, escupiéndose injurias y amenazas. Después de un violento forcejeo, en que los huesos crujían y los pechos jadeaban, Maille logró quedar encima de su contendor.

  • ¡Perro, más perro que los yayas! -exclamó Maille, trémulo de ira -; te voy a retacear allá arriba, después de comerte la lengua.

– ¡Ya está!, ¡ya está!, ¡ya está!, ¡Ushanan-Jampi!

  • ¡Calla traidor! -, volvió a rugir Maille, dándole un puñetazo feroz en la boca, y cogiendo a Facundo por la garganta se la apretó tan profundamente que le hizo saltar la lengua lívida, viscosa, enorme, vibrante como la cola de un pez cogido por la cabeza, a la vez que entornaba los ojos y una gran conmoción se deslizaba por su cuerpo como una onda.

Maille sonrió satánicamente; desenvainó el cuchillo, cortó de un tajo la lengua de su víctima y se levantó con intención de volver al campanario. Pero los sitiadores, que aprovechando el tiempo que había durado la lucha, lo habían estrechamente rodeado, se lo impidieron. Un garrotazo en la cabeza lo aturdió; una puñalada en la espalda lo hizo tambalear; una pedrada en el pecho obligóle a soltar el cuchillo y llevarse las manos a la herida. Sin embargo, aún pudo reaccionar y abrirse paso a puñadas y puntapiés y llegar, batiéndose en retirada, hasta su casa. Pero la turba que lo seguía de cerca, penetró tras él en el momento en que el infeliz caía en los brazos de su madre. Diez puñales se le hundieron en el cuerpo.

  • ¡No le hagan así, taitas, que el corazón me duele! -gritó la vieja Nastasia, mientras, salpicado el rostro de sangre, caía de bruces, arrastrada por el desmadejado cuerpo de su hijo y por el choque de la feroz acometida. Entonces desarrollóse una escena horripilante, canibalesca. Los cuchillos, cansados de punzar, comenzaron a tajar, a partir, descuartizar. Mientras una mano arrancaba el corazón y otra los ojos, ésta cortaba la lengua y aquélla vaciaba el vientre de la víctima. Y todo esto acompañado de gritos, risotadas, insultos e imprecaciones, coreados por los feroces ladridos de los perros, que, a través de las piernas de los asesinos, daban grandes tarascadas al cadáver y sumergían ansiosamente los puntiagudos hocicos en el charco sangriento.

– ¡A arrastrarlo! -gritó una voz.

– ¡A arrastrarlo! -respondieron cien más.

– ¡A la quebrada con él!

– ¡A la quebrada!

Inmediatamente se le anudó una soga al cuello y comenzó el arrastre. Primero por el pueblo, para que, según los yayas, todos vieran como se cumplía el Ushanan-Jampi, después por la senda de los cactus.

Cuando los arrastradores llegaron al fondo de la quebrada, a las orillas del Chillán, sólo quedaba de Cunce Maille la cabeza y un resto de espina dorsal. Lo demás quedóse entre los cactus, las puntas de las rocas y las quijadas insaciables de los perros.

Seis meses después, todavía podía verse sobre el dintel de la puerta de la abandonada y siniestra casa de los Maille, unos colgajos secos, retorcidos, amarillentos, grasos, a manera de guirnaldas; eran los intestinos de Cunce Maille, puestos allí por mandato de la justicia implacable de los yayas.

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

¿Quién es Enrique López Albújar?

¿De qué tratará Ushanan-Jampi?

¿Quién será el protagonista de Ushanan- Jampi?

LECTURA LITERAL

  • Con el respaldo de tu amigo diccionario de antónimos, averigua o encuentra el término opuesto a las palabras que se escriben a continuación:

  • PARAPETADO: _______________________________________________________

  • VERTIGINOSO:________________________________________________________

  • COBARDÍA: __________________________________________________________

  • PESAROSO: __________________________________________________________

  • VACILAR: ____________________________________________________________

  • PRECIPITAR: _________________________________________________________

RETENCIÓN DE LECTURA

  • ¿En qué ambiente o lugar se desarrollan los hechos literarios?

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  • ¿Quiénes son los personajes protagonistas de la historia?

_______________________________________________________________________________________

  • ¿Qué tiempo le demandó catipar religiosamente un puñado de coca al joven Facundo?

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  • ¿Qué partes del cuerpo humano de Cunce Maille quedaban cuando sus asesinos llegaron al fondo de la quebrada, a las orillas, del Chillán?

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COMPRENSIÓN DE LECTURA

  • ¿Con qué fin o propósito Facundo saltó la tapia y emprendió una vertiginosa carrera?

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  • ¿Por qué Cunce Maille a pesar de su notoria vacilación aceptó la propuesta de Facundo? Explica.

_______________________________________________________________________

  • ¿Cuál fue la condición que propuso Cunce Maille a Facundo para así proceder a descender del campanario?

___________________________________________________________________

  • ¿Qué sensación experimentó Cunce Maile al precipitarse en los brazos de Facundo? ¿Por qué?

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LECTURA INFERENCIAL

  • ¡Amigo lector! Relee el texto y contesta: ¿En qué consiste la ley del Ushanan Jampi?, ¿por qué crees que aplicaron el Ushanam Jampi al valiente Cunce Maille?

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LECTURA INTERPRETATIVA

  • Con tus propias palabras y tu particular forma de explicar las cosas, anota el sentido de las expresiones:

  • "…. Cuando huelen sangre quieren beberla".

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  • "… después de reír con gesto de perro a quien le hubiesen pisado la cola".

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  • "Maille sonrió satánicamente".

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LECTURA CRÍTICA

  • ¿Qué opinión tienes acerca de la actuación de Facundo y del joven Cunce Maille?

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  • Al joven Cunce Maille se le da una muerte horrenda, ¿crees que el pueblo puede hacer justicia con sus propias manos?

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CREATIVIDAD

  • Imagina que eres un yaya (juez) de la comunidad de Chupán, ¿qué hubieras dictaminado respecto al caso de Cunce Maille?

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PARA INVESTIGAR

  • Averigua si en la región de la sierra u otra parte del Perú se aplican castigos a las personas que roban bienes, ¿qué tipo de castigos?

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CIRO ALEGRÍA BAZÁN

CALIXTO GARMENDIA

Déjame contarte,-le pidió un hombre llamado Remigio Garmendia a otro llamado Anselmo, levantando la cara-. Todos estos días, anoche, esta mañana, aún esta tarde, he recordado mucho….Hay momentos en que a uno se le agolpa la vida….Además, debes aprender. La vida, corta o larga, no es de uno solamente.

Sus ojos diáfanos parecían fijos en el tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tenía un rudo timbre de emoción. Blandíanse a ratos las manos encallecidas.

  • Yo nací arriba, en un pueblito de los Andes. Mi padre era carpintero y me mandó a la escuela. Hasta segundo año de primaria era todo lo que había. Y eso que tuve suerte de nacer en el pueblo, porque los niños del campo se quedaban sin escuela. Fuera de su carpintería, mi padre tenía un terrenito al lado del pueblo, pasando la quebrada, y lo cultivaba con ayuda de algunos indios a los que pagaba en plata o con obritas de carpintería: que el cabo de una lampa o de hacha, que una mesita, en fin. Desde un extremo del corredor de mi casa, veíamos amarillear el trigo, verdear el maíz, azulear las habas en nuestra pequeña tierra. Daba gusto. Con la comida y la carpintería, teníamos bastante, considerando nuestra pobreza. A causa de tener algo y también por su carácter, mi padre no agachaba la cabeza ante nadie. Su banco de carpintero estaba en el corredor de la casa, dando a la calle. Pasaba el alcalde. "Buenos días, señor", decía mi padre, y se acabó. Pasaba el subprefecto. "Buenos días, señor", y asunto concluido. Pasaba el alférez de gendarmes. "Buenos días, alférez", y nada más. Pasaba el juez y lo mismo. Así era mi padre con los mandones. Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o les pidiese o les debiera algo. Se acostumbran a todo eso los que mandan. Mi padre les disgustaba. Y no acaba ahí la cosa. De repente venía gente del pueblo, ya sea indios, cholos o blancos pobres. De a diez, de a veinte o también poblada llegaban. "Don Calixto, encabécenos para hacer este reclamo". Mi padre se llamaba Calixto. Oía de lo que se trataba, si le parecía bien aceptaba y salía a la cabeza de la gente, que daba vivas y metía harta bulla, para hacer el reclamo. Hablaba con buena palabra. A veces hacía ganar a los reclamadores y otras perdía, pero el pueblo siempre le tenía confianza. Abuso que se cometía, ahí estaba mi padre para reclamar al frente de los perjudicados. Las autoridades y los ricos del pueblo, dueños de haciendas y fundos, le tenían echado el ojo para partirlo en la primera ocasión. Consideraban altanero a mi padre y no los dejaba tranquilos. Él ni se daba cuenta y vivía como si nada le pudiera pasar. Había hecho un sillón grande, que ponía en el corredor. Ahí solía sentarse, por las tardes, a conversar con los amigos. "Lo que necesitamos es justicia", decía. "El día que el Perú tenga justicia, será grande". No dudaba de que la habría y se torcía los mostachos con satisfacción, predicando. "No debemos consentir abusos".

Sucedió que vino una epidemia de tifo, y el panteón del pueblo se llenó con los muertos del propio pueblo y los que traían del campo. Entonces las autoridades echaron mano de nuestro terrenito para panteón. Mi padre protestó diciendo que tomaran tierra de los ricos, cuyas haciendas llegaban hasta la propia salida del pueblo. Dieron de pretexto que el terreno de mi padre estaba ya cercado, pusieron gendarmes y comenzó el entierro de los muertos. Quedaron a darle una indemnización de setecientos soles, que era algo en esos años, pero que autorización, que requisitos, que papeleo, que no hay plata en este momento…. Se la estaban cobrando a mi padre, para ejemplo de reclamadores. Un día, después de discutir con el alcalde, mi viejo se puso a afilar una cuchilla y, para ir a lo seguro, también un formón. Mi madre algo le vería en la cara y se le prendió del cogote y le lloró diciéndole que nada sacaba con ir a la cárcel y dejarnos a nosotros desamparados. Mi padre se contuvo como quebrándose. Yo era niño entonces y me acuerdo de todo eso como si hubiera pasado esta tarde.

Mi padre no era hombre que renunciara a su derecho. Comenzó a escribir cartas exponiendo la injusticia. Quería conseguir que al menos le pagaran. Un escribano le hacía las cartas y le cobraba dos soles por cada una. Mi pobre escritura no valía para eso. El escribano ponía al final: "A ruego de Calixto Garmendia, que no sabe firmar, Fulano". El caso fue que mi padre despachó dos o tres cartas al diputado por la provincia. Silencio. Otras al senador por el departamento. Silencio. Otra al mismo Presidente de la República. Silencio. Por último mandó cartas a los periódicos de Trujillo y a los de Lima. Nada, señor. El postillón llegaba al pueblo una vez por semana, jalando una mula cargada con la valija del correo. Pasaba por la puerta de mi casa y mi padre se iba detrás y esperaba en la oficina de despacho, hasta que clasificaban la correspondencia. A veces yo también iba. "¿Carta para Calixto Garmendia?" preguntaba mi padre. El interventor, que era un viejito flaco y bonachón, tomaba las cartas que estaban en la casilla de la G, las iba viendo y al final decía: "Nada, amigo". Mi padre salía comentando que la próxima habría carta. Con los años, afirmaba que al menos los periódicos responderían. Un estudiante me ha dicho que, por lo regular, los periódicos creen que asuntos como esos carecen de interés general. Esto en el caso de que los mismos no estén en favor del gobierno y sus autoridades y callen cuanto pueda perjudicarles. Mi padre tardó en desengañarse de reclamar lejos y estar yéndose por las alturas, varios años.

Un día, a la desesperada, fue a sembrar la parte del panteón que aún no tenía cadáveres, para afirmar su propiedad. Lo tomaron preso los gendarmes, mandados por el subprefecto en persona, y estuvo dos días en la cárcel. Los trámites estaban ultimados y el terreno era de propiedad municipal legalmente. Cuando mi padre iba a hablar con el síndico de Gastos del Municipio, el tipo abría el cajón del escritorio y decía como si ahí debiera estar la plata: "No hay dinero, no hay nada ahora. Cálmate, Garmendia. Con el tiempo se te pagará". Mi padre presentó dos recursos al juez. Le costaron diez soles cada uno. El juez los declaró sin lugar. Mi padre ya no pensaba en afilar la cuchilla y el formón. "Es triste tener que hablar así -dijo una vez -, pero no me darían tiempo de matar a todos los que debía". El dinerito que mi madre había ahorrado y estaba en una ollita escondida en el terrado de la casa, se fue en cartas y en papeleo.

A los seis o siete años del despojo, mi padre se cansó hasta de cobrar. Envejeció mucho en aquellos tiempos. Lo que más le dolía era el atropello. Alguna vez pensó en irse a Trujillo o a Lima a reclamar, pero no tenía dinero para eso. Y cayó también en cuenta de que, viéndolo pobre y solo, sin influencias ni nada, no le harían caso. ¿De quién y cómo valerse? El terrenito seguía de panteón, recibiendo muertos. Mi padre no quería ni verlo, pero cuando por casualidad llegaba a mirarlo, decía: "¡Algo mío han enterrado ahí también! ¡Crea usted en la justicia!" Siempre se había ocupado de que le hicieran justicia a los demás y, al final, no la había podido obtener ni para él mismo. Otras veces se quejaba de carecer de instrucción, y siempre despotricaba contra los tiranos, gamonales, tagarotes y mandones.

Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le quedó otra cosa que su modesta carpintería. Apenas tuve fuerzas, me puse a ayudarlo en el trabajo. Era muy escaso. En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantarían una cada dos años. Las puertas de las otras duraban. Mesas y sillas casi nadie usaba. Los ricos del pueblo se enterraban en cajón, pero eran pocos y no morían con frecuencia. Los indios enterraban a sus muertos envueltos en mantas sujetas con cordel. Igual que aquí en la costa entierran a cualquier peón de caña, sea indio o no. La verdad era que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el encargo de un cajón, mi padre se ponía contento. Se alegraba de tener trabajo y también de ver irse al hoyo a uno de la pandilla que lo despojó. ¿A qué hombre, tratado así, no se le daña el corazón? Mi madre creía que no estaba bueno alegrarse debido a la muerte de un cristiano y encomendaba el alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros y avemarías. Duro le dábamos al serrucho, al cepillo, a la lija y a la clavada mi padre y yo, que un cajón de muerto debe hacerse luego. Lo hacíamos por lo común de aliso y quedaba blanco. Algunos lo querían así y otros que pintado de color caoba o negro y encima charolado. De todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo la tierra, pero aun para eso hay gustos.

Una vez hubo un acontecimiento grande en mi casa y en el pueblo. Un forastero abrió una nueva tienda y resultó mejor que las otras cuatro que había. Mi viejo y yo trabajamos dos meses haciendo el mostrador y los andamios para los géneros y abarrotes. Se inauguró con banda de música y la gente hablaba de progreso. En mi casa, hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que la gastara en lo que quisiera, así, en lo que quisiera, la mayor cantidad de plata que había visto en mis manos: dos soles. Con el tiempo, la tienda no hizo otra cosa que mermar el negocio de las otras cuatro, nuestra ropa envejeció y todo fue olvidado. Lo único bueno fue que yo gasté los dos soles en una muchacha llamada Eutimia, así era el nombre, que una noche se dejó coger entre los alisos de la quebrada. Eso me duró. En adelante no me cobró ya nada y si antes me recibió los dos soles, fue de pobre que era.

En la carpintería, las cosas siguieron como siempre. A veces hacíamos un baúl o una mesita o tres sillas en un mes. Como siempre, es un decir. Mi padre trabajaba a disgusto puliendo y charolando cualquier obrita y le quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y como que salía del paso con un poco de lija. Hasta que al fin llegaba el encargo de otro cajón de muerto, que era plato fuerte. Cobrábamos generalmente diez soles. Déle otra vez a alegrarse mi padre, que solía decir: "¡Se fregó otro bandido, diez soles!"; a trabajar duro él y yo; a rezar mi madre, y a sentir alivio hasta por las virutas. Pero ahí acababa todo. ¿Eso es vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida estuviera mezclada tanto la muerte.

La cosa fue más triste cada vez. En las noches, a eso de las tres o cuatro de la madrugada, mi padre se echaba unas cuantas piedras bastante grandes a los bolsillos, se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado hacia la casa del alcalde. Tiraba las piedras, rápidamente, a diferentes partes del techo, rompiendo las tejas. Luego volvía a la carrera y, ya dentro de la casa, a oscuras, pues no encendía luz para evitar sospechas, se reía. Su risa parecía a ratos el graznido de un animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana, que me daba más pena todavía. Se calmaba unos cuantos días con eso. Por otra parte, en la casa del alcalde solían vigilar. Como había hecho incontables chanchadas, no sabían a quién echarle la culpa de las piedras. Cuando mi padre deducía que se habían cansado de vigilar, volvía a romper tejas. Llegó a ser un experto en la materia. Luego rompió tejas de la casa del juez, del subprefecto, del alférez de gendarmes, del Síndico de Gastos. Calculadamente, rompió las de las casas de otros notables, para que si querían, se confundieran. Los ocho gendarmes del pueblo salieron en ronda muchas noches, en grupos y solos, y nunca pudieron atrapar a mi padre. De mañana salía a pasear por el pueblo para darse el gusto de ver que los sirvientes de las casas que atacaba, subían con tejas nuevas a reemplazar las rotas. Si llovía era mejor para mi padre. Entonces atacaba la casa de quien odiaba más, el alcalde, para que el agua la dañara o, al caerles, los molestara a él y su familia. Llegó a decir que les metía el agua a los dormitorios, de lo bien que calculaba las pedradas. Era poco probable que pudiese calcular tan exactamente en la oscuridad, pero él pensaba que lo hacía, por darse el gusto de pensarlo.

El alcalde murió de un momento a otro. Unos decían que de un atracón de carne de chancho y otros que de las cóleras que le daban sus enemigos. Mi padre fue llamado para que hiciera el cajón y me llevó a tomar las medidas con un cordel. El cadáver era grande y gordo. Había que verle la cara a mi padre contemplando el muerto. Él parecía la muerte. Cobró cincuenta soles, adelantados, uno sobre otro. Como le reclamaron del precio, dijo que el cajón tenía que ser muy grande, pues el cadáver también lo era y además gordo, lo cual demostraba que el alcalde comió bien. Hicimos el cajón a la diabla. A la hora del entierro, mi padre contemplaba desde el corredor cuando metían el cajón al hoyo, y decía: "Come la tierra que me quitaste, condenado; come, come". Y reía con esa su risa horrible. En adelante, dio preferencia en la rotura de tejas a la casa del juez y decía que esperaba verlo entrar al hoyo también, lo mismo que a los otros mandones. Su vida era odiar y pensar en la muerte. Mi madre se consolaba rezando. Yo, tomando a Eutimia en el alisar de la quebrada. Pero me dolía muy hondo que hubieran derrumbado así a mi padre. Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer y a su hijo, servir a sus amigos y defender a quien lo necesitara. Quería a su patria. A fuerza de injusticia y desamparo, lo habían derrumbado.

Mi madre le dio la esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de pronto. Eso duró dos días. El nuevo alcalde le dijo también que no había plata para pagarle. Además, que abusó cobrando cincuenta soles por un cajón de muerto y que era un agitador del pueblo. Esto ya no tenía ni apariencia de verdad. Hacía años que las gentes, sabiendo a mi padre en desgracia con las autoridades, no iban por la casa para que las defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le gritó al nuevo alcalde, se puso furioso y lo metieron quince días en la cárcel, por desacato. Cuando salió, le aconsejaron que fuera con mi madre a darle satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se puso a clamar: "¡Eso nunca! ¿Por qué quieren humillarme? ¡La justicia no es limosna! ¡Pido justicia!". Al poco tiempo, mi padre murió.

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

¿Quién será Calixto Garmendia?

¿Sobre qué tratará el texto?

¿Cuál será la idea principal del texto?

LECTURA LITERAL

  • Anota dos antónimos para las siguientes palabras:

AGAZAPAR: _____________________________________________________

ALTANERO: ______________________________________________________

BONACHÓN: _____________________________________________________

INDEMNIZACIÓN: _________________________________________________

JUSTICIA: _______________________________________________________

SEDENTARIO: ___________________________________________________

TAGAROTE: _____________________________________________________

RETENCIÓN DE LECTURA

Partes: 1, 2, 3, 4
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