Antología de textos de lectura para el primer grado de educación secundaria (página 2)
Enviado por Marcos Antonio Castro Moreno
-Así tenía que ser -dijo el patrón, y luego preguntó:
-¿Y a ti?
Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro gran padre San Francisco volvió a ordenar: "Que de todos los ángeles del cielo venga el de menos valer, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano".
-¿Y entonces?
Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande. "Oye viejo -ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel-. Embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!
Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz del cielo, apestando…
– Así mismo tenía que ser -afirmó el patrón -¡Continúa! o ¿todo concluye allí?
No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro gran padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego dijo: "Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo". El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.
GUÍA DE CONTROL DE LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Sabes qué es un pongo?
¿Qué es un sueño?
¿Sobre qué tratará el texto?
LECTURA LITERAL
Relaciona los términos de la izquierda con su respectivo y adecuado significado de la derecha.
RETENCIÓN DE LECTURA
¿Cómo se llama el autor del texto que has leído?
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¿Quién maltrata al pobre pongo en forma permanente?
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¿Recuerdas cómo termina el cuento?
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COMPRENSIÓN DE LECTURA
¿Por qué el pongo besaba las manos del patrón? Explica.
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¿Por qué el hombrecito era considerado como una inmundicia? ¿Acaso no era un ser humano?
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¿Por qué algunos siervos de la casa -hacienda se reían del indio pongo?
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LECTURA INFERENCIAL
¿Qué pasó después que el pongo narró su sueño al señor de la casa -hacienda? ¿Lo siguió martirizando?
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LECTURA INTERPRETATIVA
¿Qué demostró personalmente el pongo al contar su sueño al señor de la casa-hacienda? ________________________________________________________________________
LECTURA CRÍTICA
¿Qué opinas respecto a las personas que se burlan y maltratan a otros?
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¿Te pareció interesante e inteligente la actuación del hombrecito? ¿Sí o no? ¿Por qué?
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CREATIVIDAD
Relee bien el texto y crea una bonita historieta. Hazlo en tu cuaderno de trabajo.
PARA INVESTIGAR
Conversa con tu profesor de historia respecto a las haciendas: en qué año existieron, cómo fue la conducta de los patrones, por qué desaparecieron, etc.
ARTHUR GORDON
LA PRIMERA CACERÍA
Cuando el padre de Jeremy le preguntó: "¿Listo muchacho?", el chico asintió rápidamente con la cabeza, a la vez que tomaba la escopeta con enguantadas manos torpes. Su padre abrió la puerta de un empujón y salieron a enfrentarse al alba helada, abandonando la acogedora seguridad de la cabaña, el calor de la estufa de queroseno, el reconfortante aroma del café, y del tocino.
Permanecieron unos momentos frente a la cabaña. El aliento de ambos formaba vahos de blancas volutas en el aire gélido. Ante ellos sólo se extendía un espacioso horizonte de pantano, agua y cielo. En cualquier otra circunstancia Jeremy le habría pedido a su padre que lo esperara mientras él manipulaba su cámara tratando de fotografiar el desolado paisaje de tonos negros, grises y plateados. Pero no aquella mañana. Porque era la mañana solemne y sagrada en que Jeremy, a los 14 años de edad, se iniciaría en el místico ritual de la caza del pato.
Y el muchacho detestaba aquello, había detestado la idea desde que su padre le había comprado una escopeta, desde que le enseñó a derribar platillos lanzados al aire y le prometió llevarlo de excursión a esa isla de la bahía. Pero Jeremy estaba resuelto a soportarlo. Adoraba a su padre y, más que nada, ansiaba ganarse su aprobación. Y sabía que lo lograría si acertaba a hacer aquella mañana lo que esperaba de aquél.
Padre e hijo llegaron al escondite, foso estrecho, camuflado que miraba a la bahía. Había allí sólo un banco y una repisa para proyectiles o casquillos de escopeta. Jeremy, tenso, se sentó en el banco, y se quedó esperando a su padre, que vadeaba llevando un brazado de señuelos. La luz empezaba a inundar el firmamento. Allá, muy lejos, en la bahía, una bandada de patos desfiló, y su silueta se recortó contra el sol naciente. Al observar las aves, Jeremy sintió un calambre en el estómago.
Para mitigar su dolor, tomó una instantánea de su padre teniendo como fondo el agua de color mercurio. Luego dejó rápidamente la cámara en la repisa, frente a él, y empuñó la escopeta.
Al regresar, el padre se sentó al lado de Jeremy, tenía las manos moradas de frío, y sus botas chorreaban de agua. "Más vale que cargues ahora tu arma. A veces tienes a los patos encima de ti antes de darte cuenta", le advirtió. Vio como Jeremy abría su escopeta, insertaba los cartuchos y volvía a cerrar el arma. "Te dejaré disparar primero" le dijo. El padre, a su vez, cargó su escopeta, que cerró luego con un seco ruido metálico. "Sabes", agregó complacido: "He esperado este día desde hace mucho tiempo. Así, tú y yo solos…"
Se interrumpió y se inclinó hacia adelante con los ojos entornados. "Veo una pequeña bandada que viene hacia nosotros. Conserva la cabeza agachada. Yo te diré cuando debes disparar".
A espaldas de los cazadores, el sol había aclarado el horizonte, y una luz leonada inundaba la ciénaga. Jeremy lo veía todo con claridad casi intolerable: El rostro de su padre, tenso y ansioso, la tenue y blanca escarcha que cubría los cañones de las escopetas. El corazón le latía violentamente. Oraba en silencio: no, no permitas que se acerquen. ¡Haz que se alejen! ¡Por favor! Pero los patos seguían avanzando hacia ellos. "cuatro negros", observó el padre de Jeremy. "El otro es un alavanco".
Por encima de él, Jeremy alcanzaba a oír el pulsante sibilar del aleteo de la bandada que volaba sobre ellos. Trazó un amplio viraje y luego comenzó a volar en círculo. "Prepárate le susurró su padre".
Las aves llegaron planeando sobre el soleado espacio, con la cabeza erguida, alerta, las alas formaban un orgulloso arco. El alavanco iba al frente, el plumaje tornasolado que rodeaba su cuello reflejaba la luz, que le destellaba en el pecho rojizo. El alavanco bajó las patas, de vivo color anaranjado, disponiéndose a posarse en el agua. Iba descendiendo más y más… "¡Ahora!", exclamó el padre, con un grito explosivo. Se hallaba ya de pie, con el arma preparada "Derríbalo hijo".
Jeremy sintió que el cuerpo le obedecía. Se levantó, asestó la escopeta como su padre le había enseñado, sintió el frío de la culata contra su mejilla, vio elevarse las dos bocas gemelas del arma. Bajo su dedo, el gatillo se curvaba, certero, decisivo y mortal.
En aquel instante, los patos descubrieron a los dos cazadores y revolotearon precipitadamente. El alavanco salió hacia arriba, como tirado por algún hilo invisible. Durante un momento quedó allí, suspenso contra el aire y el sol, en equilibrio entre la vida y la muerte. Algo ordenó secamente en el cerebro del chico: ¡dispara! y Jeremy se quedó esperando el estrépito que haría la detonación.
Pero no hubo detonación. El alavanco voló aún más alto, hasta que ladeó repentinamente una de las alas, recibió el fuerte embate del viento y se alejó, ya no estaba al alcance de las armas.
No se oía más ruido que el leve susurro de la hierba, Jeremy permanecía inmóvil, sosteniendo la escopeta.
¿Y bien? -su padre le preguntó, al fin -¿Qué pasó? el muchacho no contestó. Le temblaban los labios.
Insistió el padre, con el mismo acento de enojo reprimido:
-¿Por qué no disparaste?
Con el pulgar, Jeremy oprimió el seguro del arma. Cuidadosamente colocó la escopeta en una esquina del escondite.
-¡Porque los vi llenos de vida! -respondió y empezó a sollozar.
Se dejó caer en el tosco banco, ocultando la cara entre las manos. Las esperanzas de complacer a su padre se habían desvanecido. Tuvo la oportunidad de hacerlo, y la había desaprovechado.
Su padre estuvo callado largo rato. Luego, de súbito, Jeremy sintió que se agazapaba cerca de él.
-Mira: allí viene otro, solo. Hagamos la prueba otra vez.
Sin bajar las manos, el chiquillo protestó:
-¡Es inútil, papá! ¡no puedo!
Date prisa -insistió su padre con brusquedad -se te va a escapar. ¡vamos! ¡dale! Jeremy sintió el frío de un objeto metálico. Alzó la vista incrédulo. Su padre le estaba dando la cámara fotográfica.
-¡Pronto! -lo instó afable -¡no se quedará allí todo el día!
Se acercaba un pato colilargo y de gran tamaño, volando a baja altura sobre el agua y deslizándose en línea recta hacia los señuelos. El padre de Jeremy dio una palmada, que resonó como un disparo de pistola.
El ave, un macho espléndido, se elevó al momento, a unos treinta metros de allí con las patas encogidas, la cabeza en alto, batiendo las alas, rápidamente, el pecho resplandecía. Poco después desapareció.
Jeremy bajó la cámara. Tenía el rostro radiante de placer.
-¡Lo capté! -exclamó.
¡de veras! -la mano del hombre se apoyó un momento en el hombro del muchacho.
-¡Me alegro!
Miró entonces a su hijo, y Jeremy observó que los ojos paternos no reflejaban de encanto, sino, por el contrario, orgullo, simpatía y cariño.
Está bien hijo -dijo al fin -siempre seré gran aficionado a la caza. Pero eso no quiere decir que tú también tengas que serlo. A veces es necesario tanto valor para no hacer algo, como para hacerlo -tras una pausa, le preguntó -¿Crees que podrás enseñarme a manejar esa cámara?
GUÍA DE CONTROL DE LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Qué entiendes por la palabra cacería?
¿Quién será el protagonista de esta historia?
LECTURA LITERAL
1, VOCABULARIO: Con ayuda del diccionario encuentra el significado de los siguientes términos:
ALAVANCO:______________________________________________
ALBA:______________________________________________________________
ASINTIÓ (ASINTIR): ______________________________________
BAHÍA:__________________________________________
BRAZADO:______________________________________________________
CABAÑA:_____________________________________________________________
CIÉNAGA:__________________________________________________________
COLILARGO:______________________________________________________________________________
EMBATE:____________________________________________________________________________
ESTRÉPITO:______________________________________________________________
GÉLIDO:_________________________________________________________________
RETENCIÓN DE LECTURA
2. ¿Cómo se llama el niño?
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3. ¿Qué edad tiene?
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4. ¿A qué lugar llevó el padre a su hijo Jeremy? ¿con qué finalidad?
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COMPRENSIÓN DE LECTURA
¿Le interesaba al niño iniciarse en el místico ritual de la caza del pato? ¿Sí o no? ¿Por qué?
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¿Por qué aceptó Jeremy la invitación que le hizo su padre? Explica.
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El niño pudo con su escopeta haber matado al alavanco, ¿por qué no lo hizo? _______________________________________________________________________________
Al final del relato, el padre del niño dijo que "a veces es necesario tanto valor para no hacer algo, como para hacerlo". Anota lo que entiendas por esas palabras.
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LECTURA CRÍTICA
¿Te gustó o interesó el relato? Explica
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En nuestro pueblo existen padres que obligan a sus hijos a hacer lo que ellos no quieren. Cita algunos casos.
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¿Qué opinas sobre aquellas personas que se dedican a la caza de aves como palomas, loros, etc.? ¿las aves no tienen derecho a vivir?
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CREATIVIDAD
Recrea o dibuja una escena del texto leído.
PARA INVESTIGAR
Indaga todo lo relacionado a los patos silvestres: hábitat, alimentación, etc. Hazlo en tu cuaderno de trabajo.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
YO ERA UN MUERTO
(Capítulo 7 perteneciente al libro: "Historia de un náufrago")
No recuerdo el amanecer del sexto día. Tengo una idea nebulosa de que durante toda la mañana estuve postrado en el fondo de la balsa, entre la vida y la muerte. En esos momentos pensaba en mi familia y la veía tal como me han contado ahora que estuve durante los días de mi desaparición. No me tomó por sorpresa la noticia de que me habían hecho honras fúnebres. En aquella mi sexta mañana de soledad en el mar, pensé que todo eso estaba ocurriendo. Sabía que a mi familia le habían comunicado la noticia de mi desaparición. Como los aviones no habían vuelto sabía que habían desistido de la búsqueda y que me habían declarado muerto.
Nada de eso era falso, hasta cierto punto. En todo momento traté de defenderme. Siempre encontré un recurso para sobrevivir, un punto de apoyo, por insignificante que fuera, para seguir esperando. Pero al sexto día ya no esperaba nada. Yo era un muerto en la balsa.
En la tarde, pensando en que pronto serían las cinco y volverían los tiburones, hice un desesperado esfuerzo por incorporarme para amarrarme a la borda. En Cartagena, hace dos años, vi en la playa los restos de un hombre, destrozado por el tiburón. No quería morir así. No quería ser repartido en pedazos entre un montón de animales insaciables.
Iban a ser las cinco. Puntuales, los tiburones estaban allí, rondando la balsa. Me incorporé trabajosamente para desatar los cabos del enjaretado. La tarde era fresca. El mar, tranquilo. Me sentí ligeramente tonificado. Súbitamente, vi otra vez las siete gaviotas del día anterior y esa visión me infundió renovados deseos de vivir.
En ese instante me hubiera comido cualquier cosa. Me molestaba el hambre. Pero era peor la garganta estragada y el dolor en las mandíbulas, endurecidas por falta de ejercicio. Necesitaba masticar algo. Traté de arrancar tiras del caucho de mis zapatos, pero no tenía con qué cortarlas. Entonces fue cuando me acordé de las tarjetas del almacén de Mobile.
Estaban en uno de los bolsillos de mi pantalón, casi completamente deshechas por la humedad. Las despedacé, me las llevé a la boca y empecé a masticar. Aquello fue como un milagro: la garganta se alivió un poco y la boca se me llenó de saliva. Lentamente seguí masticando, como si fuera chicle. Al primer mordisco me dolieron las mandíbulas. Pero después, a medida que masticaba la tarjeta que guardé sin saber por qué desde el día en que salí de compras con Mary Address, me sentí más fuerte y optimista. Pensaba seguirlas masticando indefinidamente para aliviar el dolor de las mandíbulas. Pero me pareció un despilfarro arrojarlas al mar. Sentí bajar hasta el estómago la minúscula papilla de cartón molido y desde ese instante tuve la sensación de que me salvaría, de que no sería destrozado por los tiburones.
¿A qué saben los zapatos?
El alivio que experimenté con las tarjetas me agudizó la imaginación para seguir buscando cosas de comer. Si hubiera tenido una navaja habría despedazado los zapatos y hubiera masticado tiras de caucho. Era lo más provocativo que tenía al alcance de la mano. Traté de separar con las llaves la suela blanca y limpia. Pero los esfuerzos fueron inútiles. Era imposible arrancar una tira de ese caucho sólidamente fundido a la tela.
Desesperadamente, mordí el cinturón hasta cuando me dolieran los dientes. No pude arrancar ni un bocado. En ese momento debí parecer una fiera, tratando de arrancar con los dientes pedazos de zapatos, del cinturón y la camisa. Ya al anochecer, me quité la ropa, completamente empapada. Quedé en pantaloncillos. No sé si atribuírselo a las tarjetas, pero casi inmediatamente después estaba durmiendo. En mi séptima noche, acaso porque ya estaba acostumbrado a la incomodidad de la balsa, acaso porque estaba agotado después de siete noches de vigilia, dormí profundamente durante largas horas. A veces me despertaba la ola; daba un salto, alarmado, sintiendo que la fuerza del golpe me arrastraba al agua. Pero inmediatamente después recobraba el sueño.
Por fin amaneció mi séptimo día en el mar. No sé porqué estaba seguro de que no sería el último. El mar estaba tranquilo y nublado, y cuando el sol salió, como a las ocho de la mañana, me sentí reconfortado por el buen sueño de la noche reciente. Contra el cielo plomizo y bajo pasaron sobre la balsa las siete gaviotas.
Dos días antes había sentido una gran alegría con la presencia de las siete gaviotas. Pero cuando las vi por tercera vez, después de haberlas visto durante dos días consecutivos, sentí renacer el terror. "Son siete gaviotas perdidas", pensé. Lo pensé con desesperación. Todo marino sabe que a veces una bandada de gaviotas se pierde en el mar y vuela sin dirección durante varios días, hasta cuando siguen un barco que les indica la dirección del puerto. Tal vez aquellas gaviotas que había visto durante tres días eran las mismas todos los días, perdidas en el mar. Eso significaba que cada vez mi balsa se encontraba a mayor distancia de la tierra.
GUÍA DE CONTROL DE LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Qué idea te sugiere el título del texto?
¿El protagonista del texto será un varón o una mujer?
¿Sabes qué otros libros tiene Gabriel García Márquez?
LECTURA LITERAL
VOCABULARIO: Apóyate con tu amigo diccionario. Ten en cuenta el contexto oracional y define los términos que se señalan a continuación:
POSTRADO (POSTRAR):___________________________________________________________________________________
CARTAGENA:___________________________________________________________________________
ENJARETADO:____________________________________________________________________________
DESPILFARRO:__________________________________________________________________________
TERROR:________________________________________________________________________________
¿Quién es el autor del texto?
Ciro Alegría Bazán
Pablo Neruda
Gabriel García Márquez
Julio Ramón Ribeyro Zúñiga.
RETENCIÓN DE LECTURA
El náufrago hizo un desesperado esfuerzo para amarrarse a la borda de la balsa, ¿qué ciudad colombiana recordó en ese momento?
________________________________________________________________________
¿De qué cosa se acordó el hombre náufrago cuando trató de arrancar tiras del caucho de sus zapatos?
__________________________________________________________
¿Qué sintió el pobre náufrago cuando vio una bandada de gaviotas por tercera vez?
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_________________________________________________________________________
COMPRENSIÓN DE LECTURA
¿Por qué al hombre no le tomó por sorpresa la noticia de que le habían hecho honras fúnebres?
______________________________________________________________
¿Qué pretende dar a entender el náufrago cuando afirma que siempre encontró un recurso para sobrevivir, un punto de apoyo, por insignificante que fuera, para seguir esperando?
______________________________________________________________________
¿Cómo entiendes la expresión: "Yo era un muerto en la balsa"?
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LECTURA INFERENCIAL
¿La aparición de las siete gaviotas era señal de que el hombre estaba próximo a llegar a tierra firme?
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LECTURA INTERPRETATIVA
¿Cómo crees que es el final de la historia del hombre náufrago? ¿Vive o muere? Anota todo lo que piensas al respecto.
_______________________________________________________________________
LECTURA CRÍTICA
¿La actuación del héroe de la historia te parece buena, mala, optimista, pesimista? ¿por qué?
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CREATIVIDAD
Teniendo en cuenta la lectura atenta que has hecho del texto, crea un bonito dibujo.
PARA INVESTIGAR
¿Cuando una embarcación se pierde en el extenso mar qué instituciones son las llamadas a emprender su búsqueda?
ENRIQUE CONGRAINS MARTIN
EL NIÑO DE JUNTO AL CIELO
Por alguna desconocida razón, Esteban había llegado al lugar exacto, precisamente al único lugar… Pero, ¿no sería, más bien, que "aquello" había venido hacía él? Bajó la vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.
¿Por qué, por qué, él?
Su madre se había encogido de hombros al pedirle, él, autorización para conocer la ciudad, pero después le advirtió que tuviera cuidado con los carros y con las gentes. Había descendido desde el cerro hasta la carretera y, a los pocos pasos, divisó "aquello" junto al sendero que corría paralelamente a la pista.
Vacilante, incrédulo, se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era un billete de diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas, innumerables reales. ¿Cuántos reales, cuántos medios, exactamente? Los conocimientos de Esteban no abarcaban tales complejidades y, por otra parte, le bastaba con saber que se trataba de un papel anaranjado que decía "diez" por sus dos lados.
Siguió por el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese otro cerro cubierto de casas. Esteban caminaba unos metros, se detenía y sacaba el billete de su bolsillo para comprobar su indispensable presencia. ¿Había venido el billete hacia él -se preguntaba -o era él, el que había ido hacia el billete?
Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y excrementos; llegó a una calle y desde allí divisó al famoso mercado, el Mayorista, del que tanto había oído hablar. ¿Eso era Lima, Lima, Lima?… La palabra le sonaba a hueco. Recordó: su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan grande que en ella vivían un millón de personas.
¿La bestia con un millón de cabezas? Esteban había soñado hacía unos días, antes del viaje, en eso: una bestia con un millón de cabezas. Y ahora, él, con cada paso que daba, iba internándose dentro de la bestia…
Se detuvo, miró y meditó: la ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de tres y cuatro pisos, los autos, la infinidad de gentes -algunas como él, otras no como él – y el billete anaranjado, quieto, dócil, en el bolsillo de su pantalón. El billete llevaba el "diez" por ambos lados y en eso se parecía a Esteban. Él también llevaba el "diez" en su rostro y en su conciencia. El "diez años" lo hacía sentirse seguro y confiado, pero hasta cierto punto. Antes, cuando comenzaba a tener noción de las cosas y de los hechos, la meta, el horizonte, había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez años no era todo, Esteban se sentía incompleto aún. Quizá si cuando tuviera doce, quizá si cuando llegara a los quince. Quizá ahora mismo, con la ayuda del billete anaranjado.
Estuvo dando algunas vueltas, atisbando dentro de la bestia, hasta que llegó a sentirse parte de ella. Un millón de cabezas y, ahora, una más. La gente se movía, se agitaba, unos iban en una dirección, otros en otra, y él, Esteban, con el billete anaranjado, quedaba siempre en el centro de todo, en el ombligo mismo.
Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban se detuvo a unos metros de ellos y quedó observando el ir y venir de las bolas; jugaban dos y el resto hacía ruedo. Bueno, había andado unas cuadras y por fin encontraba seres como él, gente que no se movía incesantemente de un lado a otro. Parecía, por lo visto, que también en la ciudad había seres humanos.
¿Cuánto tiempo estuvo contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media hora? ¿Una hora, acaso dos? Todos los chicos se habían ido, todos menos uno. Esteban quedó mirándolo, mientras su mano dentro del bolsillo acariciaba el billete.
– ¡Hola, hombre!
Hola… -respondió Esteban, susurrando casi. El chico era más o menos de su misma edad y vestía pantalón y camisa de un mismo tono, algo que debió ser kaki en otros tiempos, pero que ahora pertenecía a esa categoría de colores vagos e indefinibles.
– ¿Eres de por acá? -le preguntó a Esteban.
Sí, este… -se aturdió y no supo cómo explicar que vivía en el cerro y que estaba en viaje de exploración a través de la bestia de un millón de cabezas.
¿De dónde, ah? -se había acercado y estaba frente a Esteban. Era más alto y sus ojos inquietos le recorrían de arriba a abajo -. ¿De dónde, ah? -volvió a preguntar.
– De allá, del cerro -y Esteban señaló en la dirección en que había venido.
– ¿San Cosme?
Esteban meneó la cabeza, negativamente.
– ¿Del Agustino?
¡Sí, de ahí? -exclamó sonriendo. Ese era el nombre y ahora lo recordaba. Desde hacía meses, cuando se enteró de la decisión de su tío de venir a radicarse a Lima, venía averiguando cosas de la ciudad. Fue así como supo que Lima era muy grande, demasiado grande, tal vez; que había un sitio que se llamaba Callao y que ahí llegaban buques de otros países; que habían lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles larguísimas… ¡Lima!…Su tío había salido dos meses antes que ellos con el propósito de conseguir casa. Una casa. ¿En qué sitio será?, le había preguntado a su madre. Ella tampoco sabía. Los días corrieron y después de muchas semanas llegó la carta que ordenaba partir. ¡Lima!… ¿El cerro del Agustino, Esteban? Pero él no lo llamaba así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que su tío había levantado quedaba en el barrio de Junto al Cielo. Y Esteban era el único que lo sabía.
Yo no tengo casa… -dijo el chico después de un rato. Tiró una bola contra la tierra y exclamó-: ¡Caray, no tengo!
¿Dónde vives, entonces? -se animó a inquirir Esteban.
El chico recogió la bola, la frotó en su mano y luego respondió:
– En el mercado, cuido la fruta, duermo a ratos…
Amistoso y sonriente, puso una mano sobre el hombro de Esteban y le preguntó-: ¿cómo te llamas tú?
Esteban…
Yo me llamo Pedro -tiró la bola al aire y la recibió en la palma de su mano-. Te juego, ¿Ya Esteban?
Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose mutuamente. Pasaron los minutos, pasaron hombres y mujeres junto a ellos, pasaron autos por la calle, siguieron pasando los minutos. El juego había terminado, Esteban no tenía nada que hacer junto a la habilidad de Pedro. Las bolas al bolsillo y los pies sobre el cemento gris de la acera. ¿Adónde, ahora? Empezaron a caminar juntos. Esteban se sentía más a gusto en compañía de Pedro, que estando solo.
Dieron algunas vueltas. Más y más edificios. Más y más gentes. Más y más autos en las calles. Y el billete anaranjado seguía en el bolsillo. Esteban lo recordó.
¡Mira lo que me encontré! -lo tenía entre sus dedos y el viento lo hacía oscilar levemente.
¡Caray! -exclamó Pedro y lo tomó, examinándolo al detalle-. ¡Diez soles, caray! ¿Dónde lo encontraste?
– Junto a la pista, cerca del cerro -explicó Esteban.
Pedro le devolvió el billete y se concentró un rato. Luego preguntó:
– ¿Qué piensas hacer, Esteban?
– No sé, guardarlo, seguro… -y sonrió tímidamente.
– ¡Caray, yo con una libra haría negocios, palabra que sí!
– ¿Cómo?
Pedro hizo un gesto impreciso que podía revelar, a un mismo tiempo, muchísimas cosas. Su gesto podía interpretarse como una total despreocupación por el asunto -los negocios -o como una gran abundancia de posibilidades y perspectivas. Esteban no comprendió.
– ¿Qué clase de negocios, ah?
– ¡cualquier clase, hombre! -pateó una cáscara de naranja que rodó desde la vereda hasta la pista; casi inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó contra el pavimento-. Negocios hay de sobra, palabra que sí. Y en unos dos días cada uno de nosotros podría tener otra libra en el bolsillo.
– ¿una libra más? -Preguntó Esteban asombrándose.
– ¡Pero claro, claro que sí!… -volvió a examinar a Esteban y le preguntó-: ¿Tú eres de Lima?
Esteban se ruborizó. No, él no había crecido al pie de las paredes grises, ni jugado sobre el cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus diez años, salvo lo de ese día.
– No, no soy de acá, soy de Tarma; llegué ayer…
– ¡Ah! -exclamó Pedro, observándolo fugazmente-. ¿De Tarma, no?
– Sí, de Tarma…
Habían dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de distancia se alzaba el cerro del Agustino, el barrio de Junto al Cielo, según Esteban. Antes del viaje, en Tarma, se había preguntado: ¿Iremos a vivir a Miraflores, al Callao, a San Isidro, a Chorrillos, en cuál de esos barrios quedará la casa de mi tío? Habían tomado el ómnibus y después de varias horas de pesado y fatigante viaje, arribaban a Lima. ¿Miraflores? ¿La Victoria? ¿San Isidro? ¿Callao? ¿Adónde Esteban, adónde? Su tío había mencionado el lugar y era la primera vez que Esteban lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo, pensó. Tomaron un auto y cruzaron calles y más calles. Todas diferentes pero, cosa curiosa, todas parecidas, también. El auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casas en mitad del cerro, casas en la cumbre del cerro. Habían subido y una vez arriba, junto a la choza que había levantado su tío, Esteban contempló a la bestia con un millón de cabezas. La "cosa" se extendía y se desparramaba, cubriendo la tierra de casas, calles, techos, edificios, más allá de lo que su vista podía alcanzar. Entonces Esteban había levantado los ojos, y se había sentido tan encima de todo -o tan abajo, quizá -que había pensado que estaba en el barrio de Junto al Cielo.
– Oye, ¿quisieras entrar en algún negocio conmigo? -Pedro se había detenido y lo contemplaba, esperando respuesta.
¿Yo?… -titubeando preguntó-: ¿Qué clase de negocio? ¿Tendría otro billete mañana?
– ¡Claro que sí, por supuesto! -afirmó resueltamente.
La mano de Esteban acarició el billete y pensó que podría tener otro billete más, y otro más, y muchos más. Muchísimos billetes más, seguramente. Entonces el "diez años" sería esa meta que siempre había soñado.
¿Qué clase de negocios se puede, ah? -preguntó Esteban.
Pedro sonrió y explicó:
Negocios hay muchos… Podríamos comprar periódicos y venderlos por Lima; podríamos comprar revistas, chistes… -hizo una pausa y escupió con vehemencia. Luego dijo, entusiasmándose-: Mira, compramos diez soles de revistas y las vendemos ahora mismo, en la tarde, y tenemos quince soles, palabra.
¿Quince soles?
– ¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta para ti y dos cincuenta para mí! ¿Qué te parece, ah?
Convinieron en reunirse al pie del cerro dentro de una hora; convinieron en que Esteban no diría nada, ni a su madre ni a su tío; convinieron en que venderían revistas y que de la libra de Esteban, saldrían muchísimas otras.
Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a su madre para bajar a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo le daban de comer gratis, completamente gratis, como había recalcado al explicar su situación. Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo al borde de la carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la mañana, el billete de diez soles. Al poco rato apareció Pedro y empezaron a caminar juntos, internándose dentro de la bestia de un millón de cabezas.
Vas a ver que fácil es vender revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la gente las ve y, listo, las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a gritar en la calle el nombre de las revistas, y así vienen más rápido… ¡Ya vas a ver que bueno es hacer negocios!…
¿Queda muy lejos el sitio? -preguntó Esteban, al ver que las calles seguían alargándose casi hasta el infinito. Qué lejos había quedado todo lo que hasta hacía unos días había sido habitual para él.
– No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta el centro.
¿cuánto cuesta el tranvía?
– ¡Nada, hombre! -y se rió de buena gana -. Lo tomamos no más y le decimos al conductor que nos deje ir hasta la Plaza san Martín.
Más y más cuadras. Y los autos, algunos viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes, pasaban veloces, rumbo sabe Dios dónde.
– ¿Adónde va toda esa gente en auto?
Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero, ¿adónde iban realmente? Pedro no halló ninguna respuesta satisfactoria y se limitó a mover la cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin terminó la calle y llegaron a una especie de parque.
¡Corre! -le gritó Pedro, de súbito. El tranvía comenzaba a ponerse en marcha. Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron al estribo.
Una vez arriba se miraron, sonrientes. Esteban empezó a perder el temor y llegó a la conclusión de que seguía siendo el centro de todo. La bestia de un millón de cabezas no era tan espantosa como había soñado, y ya no le importaba estar siempre, aquí o allá, en el centro mismo, en el ombligo mismo de la bestia.
Parecía que el tranvía se había detenido definitivamente, esta vez, después de una serie de paradas. Todo el mundo se había levantado de sus asientos y Pedro lo estaba empujando.
Vamos, ¿qué esperas?
¿Aquí es?
Claro, baja.
Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel de cemento de la bestia. Esteban veía más gente y las veía marchar -sabe Dios dónde -con más prisa que antes. ¿Por qué no caminaban tranquilos, suaves, con gusto, como la gente de Tarma?
Después volvemos y por estos mismos sitios vamos a vender las revistas.
Bueno -asintió Esteban. El sitio era lo de menos, se dijo, lo importante era vender las revistas, y que la libra se convirtiera en varias más. Eso era lo importante.
¿Tú tampoco tienes papá? -le preguntó Pedro, mientras doblaban hacia una calle por la que pasaban los rieles del tranvía.
No, no tengo… -y bajó la cabeza, entristecido. Luego de un momento, Esteban preguntó-: ¿Y tú?
– Tampoco, ni papá ni mamá. -Pedro se encogió de hombros y apresuró el paso. Después inquirió descuidadamente:
¿Y al que le dices "tío"?
Ah… él vive con mi mamá, ha venido a Lima de chofer… -calló, pero en seguida dijo-: Mi papá murió cuando yo era chico…
¡Ah, caray!… ¿Y tu "tío", qué tal te trata?
– Bien; no se mete conmigo para nada.
– ¡Ah!
Habían llegado al lugar. Tras un portón se veía un patio más o menos grande, puertas, ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor.
– Ven, entra -le ordenó Pedro.
Estaban adentro. Desde el piso hasta el techo había revistas, y algunos chicos como ellos, dos mujeres y un hombre, seleccionaban sus compras. Pedro se dirigió a uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó y volvió a revisarlas.
– Paga.
Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.
Paga -repitió Pedro, mostrándole las revistas a un hombre gordo que controlaba la venta.
¿Es justo una libra?
Sí, justo. Diez revistas a un sol cada una.
Oprimió el billete con desesperación, pero al fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.
– Vamos -dijo jalándolo.
Se instalaron en la plaza San Martín y alinearon las diez revistas en uno de los muros que circunda el jardín. Revistas, revistas, revistas señor, revistas señora, revistas, revistas. Cada vez que una de las revistas desaparecía con un comprador, Esteban suspiraba aliviado. Quedaban seis revistas y pronto, de seguir así las cosas, no habría de quedar ninguna.
¿Qué te parece, ah? -preguntó Pedro, sonriendo con orgullo.
Está bueno, está bueno… -y se sintió enormemente agradecido a su amigo y socio.
– Revistas, revistas, ¿no quiere un chiste, señor?
El hombre se detuvo y examinó las carátulas. ¿cuánto? Un sol cincuenta, no más… La mano del hombre quedó indecisa sobre dos revistas. ¿Cuál, cuál llevará? Al fin se decidió. Cóbrese. Y las monedas cayeron, tintineantes, al bolsillo de Pedro. Esteban se limitaba a observar, meditaba, y sacaba sus conclusiones: una cosa era soñar, allá en Tarma, con una bestia de un millón de cabezas, y otra era estar en Lima, en el centro mismo del universo, absorbiendo y paladeando con fruición la vida.
Él era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien. Revistas, revistas, gritaba el socio industrial, y otra revista más que desaparecería en manos impacientes. ¡Apúrate con el vuelto!, exclamaba el comprador. Y todo el mundo caminaba a prisa, rápidamente. ¿Adónde van que se apuran tanto?, pensaba Esteban.
Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque algo difícil de comprender. Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era una magnífica bestia que estaba permitiendo que el billete de diez soles se multiplicara. Ahora ya no quedaban más que dos revistas sobre el muro. Dos nada más y ocho desparramándose por desconocidos e ignorados rincones de la bestia. Revistas, revistas, chistes a sol cincuenta, chistes…Listo, ya no quedaba más que una revista y Pedro anunció que eran las cuatro y media.
¡Caray, me muero de hambre, no he almorzado! … -prorrumpió luego.
¿No has almorzado?
No, no he almorzado… -observó a posibles compradores entre las personas que pasaban y después sugirió-: ¿Me podrías ir a comprar un pan o un bizcocho?
Bueno -aceptó Esteban, inmediatamente.
Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó:
Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya?
Sí, ya sé.
¿Ves ese cine? -preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en esquina. Esteban asintió-. Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses. Anda y cómprame un pan con jamón o tráeme un plátano y galletas, cualquier cosa, ¿Ya Esteban?
Ya.
Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.
Déme un pan con jamón -pidió a la muchacha que atendía.
Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda sobre el mostrador.
Vale un sol veinte -advirtió la muchacha.
¡Un sol veinte!… -devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego se decidió -: Deme un sol de galletas, entonces.
Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó junto al cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y, luego, prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista que le quedaba?
Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo haría feliz, absolutamente feliz. Pensó en ello, apresuró el paso, atravesó la calle, esperó que pasaran unos automóviles y llegó a la vereda. Veinte o treinta metros más allá había quedado Pedro. ¿O se había confundido? Porque ya Pedro no estaba en ese lugar, ni en ningún otro. Llegó al sitio preciso y nada, ni Pedro, ni revista, ni quince soles, ni… ¿Cómo había podido perderse o desorientarse? Pero, ¿no era ahí donde habían estado vendiendo las revistas? ¿Era o no era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía la envoltura de un chocolate. El papel era amarillo con letras rojas y negras, y él lo había notado cuando se instalaron, hacía más de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido? ¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?
Bueno, no era necesario asustarse, pensó. Seguramente se había demorado y Pedro lo estaba buscando. Eso tenía que haber sucedido, obligadamente. Pasaron los minutos. No, Pedro no había ido a buscarlo: ya estaría de regreso de ser así. Tal vez había ido con un comprador a conseguir cambio. Más y más minutos fueron quedando a sus espaldas. No, Pedro no había ido a buscar sencillo: ya estaría de regreso, de ser así. ¿Entonces?
Señor, ¿tiene hora? -le preguntó a un joven que pasaba.
Si, las cinco en punto.
Esteban bajó la vista, hundiéndola en la piel de la bestia y prefirió no pensar. Comprendió que, de hacerlo, terminaría llorando y eso no podía ser. El ya tenía diez años, y diez años no eran ni ocho, ni nueve. ¡Eran diez años!
– ¿Tiene hora, señorita?
– Sí -sonrió y dijo con voz linda-: Las seis y diez -y se alejó presurosa.
¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?… ¿Dónde estaban, en qué lugar de la bestia con un millón de cabezas estaban?… Desgraciadamente no lo sabía y sólo quedaba la posibilidad de esperar y seguir esperando…
– ¿Tiene hora, señor?
– Un cuarto para las siete.
– Gracias…
¿Entonces?… Entonces, ¿ya Pedro no iba a regresar?… ¿Ni Pedro, ni los quince soles, ni la revista iban a regresar entonces?… Decenas de letreros luminosos se habían encendido. Letreros luminosos que se apagaban y se volvían a encender; y más y más gente sobre la piel de la bestia. Y la gente caminaba con más prisa ahora. Rápido, rápido, apúrense, más rápido aún, más, más, hay que apurarse muchísimo más, apúrense más…Y Esteban permanecía inmóvil, recostado en el muro, con el paquete de galletas en la mano y con las esperanzas en el bolsillo de Pedro… Inmóvil, dominándose para no terminar en pleno llanto. Entonces, ¿Pedro lo había engañado?… ¿Pedro, su amigo, le había robado el billete anaranjado?… ¿O no sería, más bien, la bestia con un millón de cabezas la causa de todo?… Y, ¿acaso no era Pedro parte integrante de la bestia?…
Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se dirigió a tomar el tranvía.
GUÍA DE CONTROL DE LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Por qué esta lectura llevará el nombre de "El niño de junto al cielo"?
¿Sobre qué tratará?
LECTURA LITERAL
Anota el significado contextual de las palabras subrayadas en las expresiones siguientes:
Por alguna desconocida razón._________________________________________
_________________________________________
_________________________________________
Vacilante, incrédulo, se agachó ________________________________________
y lo tomó entre sus manos. ________________________________________
________________________________________
¿La bestia de un millón de _________________________________________
cabezas? _________________________________________
_________________________________________
¡Mira lo que me encontré! ________________________________________
Lo tenía entre sus dedos y el ________________________________________
viento lo hacía oscilar levemente. _______________________________________
Convinieron en reunirse al pie _________________________________________
del cerro dentro de una hora. __________________________________________
__________________________________________
¡Corre! -le gritó Pedro, de __________________________________________
Súbito. ___________________________________________
__________________________________________
Se instalaron en la Plaza San ______________________________________
Martín y alinearon las diez revistas ______________________________________
en uno de los muros que circunda ______________________________________
el jardín.
Una cosa era soñar, allá en Tarma, ___________________________________
con una bestia de un millón de cabezas, __________________________________
y otra era estar en Lima, en el centro ___________________________________
mismo del universo, absorbiendo y __________________________________
paladeando con fruición la vida.
Escribe el sentido (significado) de las oraciones que siguen:
La palabra le sonaba a hueco.
_____________________________________________________________________
La bestia con un millón de cabezas.
_______________________________________________________________________________
Él también llevaba el "diez" en su rostro y en su conciencia.
__________________________________________________________________
Nos vamos gorreando hasta el centro.
______________________________________________________________________
Y Esteban permanecía inmóvil, recostado en el muro, con el paquete de galletas en la mano y con las esperanzas en el bolsillo de Pedro.
________________________________________________________________________________
RETENCIÓN DE LECTURA
3. Completa la información que se te solicita en la ficha siguiente:
¿Cómo se llama el cuento? __________________________________________ ¿Quién es su autor? __________________________________________ ¿Quiénes son los protagonistas? __________________________________________ ¿Cómo se llaman? __________________________________________ __________________________________________ ¿De qué lugar era el niño __________________________________________ Esteban? __________________________________________
¿Cuántos años tenía? __________________________________________ ¿Qué cosa se encontró al _________________________________________ costado de la pista? __________________________________________
¿Qué negocio implementaron __________________________________________ los dos niños? ___________________________________________ ¿Cómo se llama la plaza __________________________________________ en la que los dos niños __________________________________________ instalaron su negocio? __________________________________________ ¿En qué departamento del __________________________________________ Perú se desarrollan los hechos __________________________________________ literarios? __________________________________________
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COMPRENSIÓN DE LECTURA
4. ¿Con qué propósito el niño Esteban solicitó permiso a su madre?
_______________________________________________________________
5. ¿Había venido el billete hacia Esteban o era Esteban, el que había ido hacia el billete?
____________________________________________________________________
6. ¿Por qué el narrador afirma que Esteban al estar frente a un grupo de muchachos que jugaban en la vereda por fin encontraba seres como él?
___________________________________________________________________
¿Por qué Esteban le contó a Pedro que se había encontrado un billete anaranjado de diez soles? ¿Cuál fue su propósito?
__________________________________________________________
LECTURA INFERENCIAL
¿Qué enseñanza crees que se desprende del texto?
______________________________________________________
Piensa y proponle un nuevo título al texto que has leído.
_______________________________________________________________________
LECTURA INTERPRETATIVA
¿Qué realidad peruana pretende explicarnos la lectura "El niño de junto al cielo"?
______________________________________________________________________
LECTURA CRÍTICA
Qué opinión te merece la actuación del niño Esteban y el niño Pedro?
______________________________________________________________________________
¿"El niño de junto al cielo" es un cuento realista o fantasioso?
______________________________________________________________________________
CREATIVIDAD
Crea una ilustración o dibujo en torno a los protagonistas del cuento: Esteban y Pedro.
PARA INVESTIGAR
¿En Lima siguen viviendo un millón de personas? Ingresa a internet (www.inei.com.pe) y averigua la cantidad de población con la que cuenta actualmente.
CÉSAR ABRAHAM VALLEJO MENDOZA
PACO YUNQUE
¡Psch! ¡Psch! ¡silencio!… Vamos a ver… Vamos a hablar hoy de los peces, y después, vamos hacer todos un ejercicio escrito en una hoja de los cuadernos, y después me los dan para verlos. Quiero ver quien hace el mejor ejercicio, para que su nombre sea inscrito en el cuaderno del primer año. ¿Me han oído bien? Vamos a hacer lo mismo que hicimos la semana pasada. Exactamente lo mismo. Hay que atender bien a la clase. Hay que copiar bien el ejercicio que voy a escribir después en la pizarra. ¿Me han entendido bien?
Los alumnos respondieron en coro:
Sí, señor.
Muy bien, -dijo el profesor -. ¡Vamos a ver!… Vamos a hablar ahora de los peces.
Varios niños quisieron hablar. El profesor le dijo a uno de los Zúmiga que hablase.
Señor: -dijo Zúmiga -había en la playa mucha arena. Un día nos metimos entre la arena y encontramos un pez medio vivo y lo llevamos a mi casa. Pero se murió en el camino…
Humberto Grieve dijo:
Señor: yo he cogido muchos peces y los he llevado a mi casa y los he soltado en mi salón y no se mueren nunca.
El profesor preguntó:
– ¿Pero los deja usted en alguna vasija con agua?
– No, señor. Están sueltos, entre los muebles.
Todos los niños se echaron a reír.
Un chico, flacucho y pálido, dijo:
Mentira, señor. Porque un pez se muere pronto, cuando lo sacan del agua.
No, señor,-decía Humberto Grieve -Porque en mi salón no se mueren. Porque mi salón es muy elegante. Porque mi papá me dijo que trajera peces y que podía dejarlos sueltos entre las sillas.
Paco Fariña se moría de risa. Los Zúmiga también. El chico rubio y gordo, de chaqueta blanca y el otro, cara redonda y chaqueta verde, se reían ruidosamente. ¡Qué Grieve tan divertido! ¡Los peces en su salón! ¡Entre los muebles! ¡Cómo si fuesen pájaros! Era una gran mentira lo que contaba Grieve. Todos los chicos exclamaban a la vez, reventando de risa:
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Miente, señor! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Mentira! ¡Mentira!…
Humberto Grieve se enojó porque no le creían lo que contaba. Todos se burlaban de lo que había dicho. Pero Grieve recordaba que trajo dos peces pequeños a su casa y los soltó en su salón y ahí estuvieron varios días. Los movió y no se movían. No estaba seguro si vivieron muchos días o murieron pronto. Grieve, de todos modos, quería que le creyesen lo que decía. En medio de las risas de todos, le dijo a uno de los Zúmiga.
¡Claro! Porque mi papá tiene mucha plata. Y me ha dicho que va hacer llevar a mi casa a todos los peces del mar. Para mí. Para que juegue con ellos en mi salón grande.
El profesor dijo en alta voz:
¡Bueno! ¡Bueno! ¡Silencio! Grieve no se acuerda bien, seguramente. Porque los peces mueren cuando…
Los niños añadieron en coro:
…Se les saca del agua.
– Eso es, -dijo el profesor.
El niño flacucho y pálido dijo:
Porque los peces tienen sus mamás en el agua y sacándolos se quedan sin mamás.
¡No! ¡No! ¡No! -dijo el profesor -. Los peces mueren fuera del agua, porque no pueden respirar. Ellos toman el aire que hay en el agua, y cuando salen, no pueden absorber el aire que hay afuera.
– Porque ya están como muertos -dijo un niño.
Humberto Grieve dijo:
Mi papá puede darles aire en mi casa, porque tiene bastante plata para comprar todo.
El chico vestido de verde dijo:
– Mi papá también tiene plata.
– Mi papá también -dijo otro chico.
Todos los niños dijeron que sus padres tenían mucho dinero. Paco Yunque no decía nada y estaba pensando en los peces que morían fuera del agua.
Fariña le dijo a Paco Yunque:
– Y tú, ¿tu papá no tiene plata?
Paco Yunque reflexionó y se acordó haberle visto una vez a su mamá con unas pesetas en la mano. Yunque le dijo a Fariña.
– Mi mamá tiene también mucha plata.
– ¿Cuánto? -le preguntó Fariña.
– Como cuatro pesetas.
Paco Fariña dijo al profesor en alta voz:
– Paco Yunque dice que su mamá tiene también mucha plata.
¡Mentira, señor! -respondió Humberto Grieve -Paco Yunque miente, porque su mamá es la sirvienta de mi mamá y no tiene nada.
El profesor tomó la tiza y escribió en la pizarra, dando la espalda a los niños.
Humberto Grieve, aprovechando de que no le veía el profesor, dio un salto y le jaló de los pelos a Yunque, volviéndose a la carrera a su carpeta. Yunque se puso a llorar.
– ¿Qué es eso? -dijo el profesor, volviéndose a ver lo que pasaba.
Paco Fariña dijo:
– Grieve le ha tirado de los pelos, señor.
– No, señor – dijo Grieve -yo no he sido. Yo no me he movido de mi sitio.
¡Bueno! ¡Bueno! -dijo el profesor – ¡Silencio! ¡Cállese, Paco Yunque! ¡Silencio!
Siguió escribiendo en la pizarra y después preguntó a Grieve:
– Si se le saca del agua, ¿qué sucede con el pez?
– Va a vivir en mi salón -contestó Grieve.
Otra vez se reían de Grieve todos los niños. Este Grieve no sabía nada. No pensaba más que en su casa y en su salón y en su papá y en su plata. Siempre estaba diciendo tonterías.
Vamos a ver, usted, Paco Yunque, -dijo el profesor -¿Qué pasa con el pez, si se le saca del agua?
Paco Yunque, medio llorando todavía por el jalón de pelos que le dio Grieve, repitió de una tirada lo que dijo el profesor:
– Los peces mueren fuera del agua porque les falta aire.
– ¡Eso es! -decía el profesor -muy bien.
Volvió a escribir en la pizarra.
Humberto Grieve aprovechó otra vez de que no podía verle el profesor y fue a darle un puñetazo a Paco Fariña en la boca y regresó de un salto a su carpeta. Fariña, en vez de llorar como Paco Yunque, dijo a grandes voces al profesor:
– ¡Señor! Acaba de pegarme Humberto Grieve.
– ¡Sí, señor! ¡Sí, señor! -decían todos los niños a la vez.
Una bulla tremenda había en el salón.
El profesor dio un puñetazo en su pupitre y dijo:
– ¡Silencio!
El salón se sumió en un silencio completo y cada alumno estaba en su carpeta, serio y derecho, mirando ansiosamente al profesor. ¡Las cosas de este Humberto Grieve! ¡Ya ven lo que estaba pasando por su cuenta! ¡Ahora habrá que ver lo que iba a hacer el profesor, que estaba colorado de cólera! ¡Y todo por culpa de Humberto Grieve!
– ¿Qué desorden era ese? -preguntó el profesor a Paco Fariña.
Paco Fariña, con los ojos brillantes de rabia, decía:
Humberto Grieve me ha pegado un puñetazo en la cara, sin que yo le haga nada.
– ¿Verdad, Grieve?
– No, señor -dijo Humberto Grieve -.Yo no le he pegado.
El profesor miró a todos los alumnos sin saber a qué atenerse. ¿Quién de los dos decía la verdad? ¿Fariña o Grieve?
– ¿Quién lo ha visto? -preguntó el profesor a Fariña.
– ¡Todos, señor! Paco Yunque también lo ha visto.
– ¿Es verdad lo que dice Fariña? -le preguntó el profesor a Yunque.
Paco Yunque miró a Humberto Grieve y no se atrevió a responder, porque si decía que sí, el niño Humberto le pegaría a la salida. Yunque no dijo nada y bajó la cabeza.
Fariña dijo:
Yunque no dice nada, señor, porque Humberto Grieve le pega, porque es su muchacho y vive en su casa.
El profesor preguntó a los otros alumnos:
– ¿Quién otro ha visto lo que dice Fariña?
Todos los niños respondieron a una voz:
– ¡Yo, señor! ¡yo, señor! ¡yo, señor!
El profesor volvió a preguntar a Grieve.
– Entonces ¿es cierto, Grieve, que le ha pegado usted a Fariña?
– No, señor. Yo no le he pegado.
– ¡Cuidado con mentir, Grieve! Un niño decente como usted, no debe mentir.
– ¡No, Señor! No le he pegado.
Bueno. Yo creo en lo que usted dice. Yo sé que usted no miente nunca. Bueno. ¡Pero tenga usted mucho cuidado en adelante!
El profesor se puso a pasear, pensativo, y todos los alumnos seguían circunspectos y derechos en sus bancos.
Paco Fariña gruñía a media voz y como queriendo llorar:
No le castigan porque su papá es rico. Le voy a decir a mi mamá… El profesor le oyó y se plantó enojado delante de Fariña y le dijo en alta voz:
¿Qué está usted diciendo? Humberto Grieve es un buen alumno. No miente nunca. No molesta a nadie. Por eso no lo castigo. Aquí todos los niños son iguales, los hijos de ricos y los hijos de pobres. Yo los castigo, aunque sean hijos de ricos. Como usted vuelva a decir lo que está diciendo del padre de Grieve, le pondré dos horas de reclusión. ¿Me ha oído usted?
Paco Fariña estaba agachado. Paco Yunque también. Los dos sabían que era Humberto Grieve quien les había pegado y que era un gran mentiroso.
El profesor fue a la pizarra y siguió escribiendo.
Paco Fariña le preguntaba a Paco Yunque:
– ¿Por qué no le dijiste al señor que me ha pegado Humberto Grieve?
– Porque el niño Humberto me pega.
– ¿Y por qué no se lo dices a tu mamá?
– Porque si le digo a mi mamá, también me pega y la patrona se enoja.
Mientras el profesor escribía en la pizarra, Humberto Grieve se puso a llenar de dibujos su cuaderno.
Paco Yunque estaba pensando en su mamá. Después se acordó de la patrona y del niño Humberto. ¿Le pegaría al volver a la casa? Yunque miraba a los otros niños y éstos no le pegaban a Yunque ni a Fariña, ni a nadie. Tampoco lo querían agarrar a Yunque en las otras carpetas, como quiso hacerlo el niño Humberto. ¿Por qué el niño Humberto era así con él? Yunque se lo diría ahora a su mamá y si el niño Humberto le pegaba, se lo diría al profesor. Pero el profesor no le hacía nada al niño Humberto. Entonces, se lo diría a Paco Fariña. Le preguntó a Paco Fariña:
– ¿A ti también te pega el niño Humberto?
¿A mí? ¡Qué me va a pegar a mí! ¡Le pego un puñetazo en el hocico y le echo sangre! ¡Vas a ver! ¡como me haga alguna cosa! ¡Déjalo y verás! ¡Y se lo diré a mi mamá! ¡Y vendrá mi papá y le pegará a Grieve y a su papá también, y a todos!
Paco Yunque le oía asustado a Paco Fariña lo que decía. ¿Cierto sería que le pegaría al niño Humberto? ¿Y que su papá vendría a pegarle al señor Grieve? Paco Yunque no quería creerlo, porque al niño Humberto no le pegaba nadie. Si Fariña le pegaba, vendría el patrón y le pegaría a Fariña y también al papá de Fariña. Le pegaría el patrón a todos. Porque todos le tenían miedo. Porque el señor Grieve hablaba muy serio y estaba mandando siempre. Y venían a su casa señores y señoras que le tenían miedo y obedecían siempre al patrón y a la patrona. En buena cuenta, el señor Grieve podía más que el profesor y más que todos.
Paco Yunque miró al profesor, que escribía en la pizarra. ¿Quién era el profesor? ¿Por qué era tan serio y daba miedo? Yunque seguía mirándolo. No era el profesor igual a su papá ni al señor Grieve. Más bien se parecía a otros señores que venían a la casa y hablaban con el patrón. Tenía un pescuezo colorado y su nariz parecía moco de pavo. Sus zapatos hacían rissss -risssss -risssss, cuando caminaba mucho.
Yunque empezó a fastidiarse. ¿A qué hora se iría a su casa? Pero el niño Humberto le iba a dar una patada, a la salida del colegio. Y la mamá de Paco Yunque le diría al niño Humberto: "No niño. No le pegue usted a Paquito. No sea usted malo". Y nada más le dirá. Pero Paco tendría colorada la pierna de la patada del niño Humberto. Y Paco se pondría a llorar. Porque al niño Humberto nadie le hacía nada. Y porque el patrón y la patrona le querían mucho al niño Humberto, y Paco Yunque tenía pena porque el niño Humberto le pegaba mucho. Todos, todos, todos le tenían miedo al niño Humberto y a sus papás. Todos. Todos. Todos. El profesor también. La cocinera. Su hija. La mamá de Paco. El Venancio, con su mandil. La María que lava las bacinicas. Quebró ayer una bacinica en tres pedazos grandes. ¿Le pegaría también el patrón al papá de Paco Yunque? ¡Qué cosa fea esto del patrón y del niño Humberto! Paco Yunque quería llorar. ¿A qué hora acabaría de escribir el profesor en la pizarra?
¡Bueno! -dijo por fin el profesor, cesando de escribir. Ahí está el ejercicio escrito. Ahora, todos sacan sus cuadernos y copian lo que hay en la pizarra. Hay que copiarlo completamente igual.
¿En nuestros cuadernos? -preguntó tímidamente Paco Yunque.
Sí, en sus cuadernos-. le respondió el profesor -. ¿Usted sabe escribir un poco?
– Sí, señor. Porque mi papá me enseñó en el campo.
– Muy bien. Entonces, todos a copiar.
Los niños sacaron sus cuadernos y se pusieron a copiar el ejercicio que el profesor había escrito en la pizarra.
No hay que apurarse -decía el profesor -. Hay que escribir poco a poco, para no equivocarse.
Humberto Grieve preguntó:
– ¿Es, señor, el ejercicio escrito de los peces?
– Sí. A copiar todo el mundo.
El salón se sumió en el silencio. No se oía sino el ruido de los lápices. El profesor se sentó a su pupitre y también se puso a escribir en unos libros.
Humberto Grieve, en vez de copiar su ejercicio, se puso otra vez a hacer dibujos en su cuaderno. Lo llenó completamente de dibujos de peces, de muñecas y de cuadritos.
Al cabo de un rato, el profesor se paró y preguntó:
– ¿Ya terminaron?
– Ya, señor -respondieron todos a la vez.
– Bueno,- dijo el profesor -pongan al pie sus nombres bien claros.
En ese momento sonó la campana del recreo.
Una gran algazara volvieron a hacer todos los niños y salieron corriendo al patio.
Paco Yunque había copiado su ejercicio muy bien y salió al recreo con su libro, su cuaderno y su lápiz.
Ya en el patio, vino Humberto Grieve y agarró a Paco Yunque por un brazo, diciéndole con cólera:
– Ven a jugar al melo.
Lo echó de un empellón al medio y le hizo derribar su libro, su cuaderno y su lápiz.
Yunque hacía lo que ordenaba Grieve, pero estaba colorado y avergonzado de que los otros niños viesen cómo lo zarandeaba el niño Humberto. Yunque quería llorar.
Paco Fariña, los dos Zúmiga y otros niños rodeaban a Humberto Grieve y a Paco Yunque. El niño flacucho y pálido recogió el libro, el cuaderno y el lápiz de Yunque, pero Humberto Grieve se los quitó a la fuerza, diciéndole:
– ¡Déjalos! ¡No te metas! Porque Paco Yunque es mi muchacho.
Humberto Grieve llevó al salón de clase las cosas de Paco Yunque y se las guardó en su carpeta. Después, volvió al patio a jugar con Yunque. Le cogió del pescuezo y le hizo doblar la cintura y ponerse a cuatro manos.
Estáte quieto así -le ordenó imperiosamente -. No te muevas hasta que yo te lo diga.
Humberto Grieve se retiró a cierta distancia y desde allí vino corriendo y dio un salto sobre Paco Yunque, apoyando las manos sobre sus espaldas y dándole una patada feroz en las posaderas. Volvió a retirarse y volvió a saltar sobre Paco Yunque, dándole otra patada. Mucho rato estuvo así jugando Humberto Grieve con Paco Yunque. Le dio como veinte saltos y veinte patadas.
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