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Mario Briceño-Iragorry, liberal romántico

Enviado por patriarriba


    Indice1. Introducción 2. Mario Briceño-Iragorry, el joven liberal 3. Bibliografía

    1. Introducción

    No ha habido en Venezuela intelectuales más influyentes en el destino literario nacional que aquellos que integraron las generaciones modernistas, de 1918 y de 1928. No cabe duda de que ellos cimentaron las bases de las letras venezolanas. Mario Briceño-Iragorry, integrante fundamental de la Generación del 18 fue uno de esos intelectuales. Briceño-Iragorry nace en la ciudad de Trujillo el 15 de septiembre de 1897. Fue el hijo mayor del matrimonio entre Jesús Briceño Valero y María Iragorry. Por la rama paterna, los Briceños descendían del conquistador español Sancho Briceño, natural de Arévalo, provincia de Ávila; y por la rama Iragorry, de dos hermanos vascos llegados a Maracaibo, uno de los cuales dio origen a la familia Iragorry de Popayán, Colombia, y otro tuvo como descendiente a Andrés María Iragorry Montiel, nacido en Maracaibo y casado, en Trujillo, con Teresa Briceño, en 1853, según lo afirma su hija Beatriz Briceño Picón. Mario Briceño-Iragorry forma parte de esas familias provincianas de abolengo que se vinieron a menos. Familia que hace una especie de peregrinaje hacia Maracaibo en 1907 buscando mejor fortuna. Maracaibo, ciudad importante en la vida de Briceño-Iragorry por dos razones fundamentales: en 1909 muere su padre, aquel de quien heredó su afición a las letras y quien graba en su corazón el signo oscuro de la muerte, pero a su vez el niño abre los ojos al deseo de escribir y funda junto a un amigo su primera hoja literaria que denominaron Venus. Luego, vuelven a Trujillo. El interés por el progreso científico hace mella en el niño y parte a Caracas para estudiar Ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, pero la dictadura de Gómez frustra sus intenciones cerrando la UCV. Ingresa a la Academia Militar para luego abandonarla. Vuelve a Trujillo, y de allí nace al mundo. Ya por sus manos e interés inquieto habían pasado libros como La Edad de Oro de José Martí y Juan Cristóbal de Romain Rolland. En su permanencia caraqueña conoció durante una conferencia al intelectual argentino Manuel Ugarte, que marcará profundamente a Briceño-Iragorry por la fuerte carga ideológica de la palabra ugartiana. Así llega al libro definitivo: Ariel de José Enrique Rodó. Su lectura fue un impacto para la juventud latinoamericana. En torno al nombre del espíritu alado surgieron en Venezuela varios agrupaciones, la primera de ellas fundada en marzo de 1900 en Maracaibo de la mano de poetas y ensayistas como Jesús Semprúm, Elías Sánchez Rubio, Rogelio Yllaramendy, entre otros, que lograron introducir la vena modernista en el Zulia. La otra agrupación surge en Trujillo en 1914, con Mario Briceño-Iragorry a la cabeza, junto a Samuel Barreto Peña, José Félix Fonseca, entre otros. Cada agrupación la acompañó una revista, que sin duda fue el órgano de principal difusión de los primeros años del modernismo en Venezuela.

    En 1918 parte a Mérida a licenciarse en derecho, única alternativa de formación para los humanistas. La Universidad de Los Andes se transforma en una farmacia para el alma para Briceño-Iragorry. En Mérida estrecha fuertes lazos de amistad que lo acompañarán durante toda su vida; Caracciolo Parra León, con quien iniciaría el revisionismo de la época Colonial venezolana y la reivindicación de la influencia hispana en nuestra cultura; José Humberto Quintero, quien será el primer Cardenal venezolano. Otros de sus amigos serán Mariano Picón Salas, Julio Sardi, Roberto Picón Lares; quien le ofrecería a Briceño-Iragorry una perspectiva distinta del mundo espiritual. Su actividad intelectual se energiza radicalmente produciendo textos como Los libros y el verdadero concepto modernista, los orígenes del Arte, Elogio del Dr. Eloy Paredes, y una serie de artículos para la prensa que integrarán sus dos primeros libros Horas y Motivos. Mario Briceño-Iragorry culmina sus estudio de Derecho gracias a las virtudes de la Ley Guevara Rojas, que permitía a estudiantes sobresalientes cursar la carrera a través de un régimen especial de evaluación aminorando el tiempo de permanencia en la Universidad. Pero Mérida no sólo tendrá un enorme significado en el joven Mario por la posibilidad que le brindó de abrir su espíritu a nuevas experiencias intelectuales, también en ella conoció a la mujer que sería la madre de sus hijos y la esposa abnegada Josefina Picón Gabaldón.

    En 1921 parte a Caracas para ingresar en el Ministerio de Relaciones Exteriores, bajo la tutela del Dr. Esteban Gil Borges, en la Dirección de Política Internacional, junto a Lisandro Alvarado, Jacinto Fombona Pachano y José Antonio Ramos Sucre, este último compañero generacional. A su vez, ejerce labores docente en el mítico Liceo Andrés Bello hasta ser Director. Forma parte de la Cámara de Diputados como Secretario, cargos que de ninguna manera lo transformaba en seguidor del régimen. En la capital venezolana Mario Briceño-Iragorry frecuenta una casa de pensión en donde realiza largas tertulias con Domingo Martínez. De igual forma es habitual verlo en el estudio fotográfico de Ramón Ignacio Baralt, ubicado entre las esquinas de Salvador de León y Coliseo. Así recuerda aquella calle Briceño-Iragorry: "En 1923 aún era sitio de gran rango esta céntrica cuadra caraqueña. Se asomaban a la ventana en las tardes luminosas, lindas muchachas, de cuyos vistosos trajes emanaban ricas esencias de Francia" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1981:189). Ese mismo año parte como Cónsul a New Orleáns, junto a Josefina Picón Gabaldón "Pepita", que ahora es su esposa. En Norteamérica nace su primer hijo, Raymond, y empiezan las correcciones del que será su tercer libro Ventanas en la Noche. Dos años después vuelve a Caracas para llevar a la imprenta su libro. Reanuda su vieja amistad con Caracciolo Parra León, quien se había dedicado exclusivamente a la investigación histórica, contagiando enormemente al trujillano. A partir de este momento, cuando Briceño-Iragorry une sus ideología fundada en la senda utópica latinoamericana con los estudios históricos sobre Venezuela, emergerá la figura que se transforma en conciencia elaboradora de un mensaje para los nuevos navegantes; el Briceño-Iragorry que deja atrás su fogosidad arielista para transformarse en el viejo Próspero, el cansado maestro que dicta su clase al porvenir de América latina, a la juventud, su única y verdadera preocupación.

    2. Mario Briceño-Iragorry, el joven liberal

    Sobre Mario Briceño-Iragorry se ha publicado una obra crítica más o menos extensa en cuanto al análisis de su pensamiento. Desde el año de 1991, cuando ingresan sus restos mortales al Panteón Nacional, y que a su vez marca el inicio de los preparativos del centenario de su nacimiento en 1997, viene dándose una revisión minuciosa de su obra. Una revisión que lo inserta en la dinámica del debate actual en torno al pensamiento latinoamericano, su profunda vinculación con el relance de nuevas concepciones éticas y su sometimiento dentro del acontecer nacional. La inmensa mayoría de los estudios realizados sobre Briceño-Iragorry descansan en la obra que éste publicó en su madurez, fundamentalmente la originada en sus años del exilio madrileño. Perdiéndose la posibilidad de construir un análisis de sus años de formación intelectual en donde se condensa el pensador en ciernes. Poco o casi nada se ha escrito o discutido en torno a sus textos iniciales, que se extienden desde 1912, cuando él junto a sus compañeros de la Generación del 18 invaden la prensa regional, y sus reflexiones llegan a los periódicos de Mérida y Maracaibo, hasta que publica en 1925 el libro que marca el deslinde entre el adolescente y el hombre que llegó a ser. Es justamente en este lapso en el cual Mario Briceño-Iragorry sienta las bases de su pensamiento que lo acompañará hasta su muerte en Caracas el 6 de junio de 1958. En este trabajo intentaremos extraer de ese pensamiento en formación la corriente filosófica a la cual responde la pluma del trujillano. Corriente que será la esencia de su discurso, y que a su vez lo conectará con un pensamiento orgánico diluido en Latinoamérica desde finales del siglo XIX. Los tres primeros libros de Briceño-Iragorry serán los documentos que sirvan para el análisis: Horas, Motivos y Ventanas en la noche. En ellos encontraremos cuáles eran las lecturas que animaban al joven intelectual , la visión que en el momento tenía del hombre, la Historia y el mundo, y finalmente la particularidad de su pensamiento religioso, punto que nos separará de lo que hasta ahora se ha venido pregonando acerca de su catolicismo. En estos libros, como en todos sus trabajos anteriores tendremos a un joven Briceño-Iragorry "abrazado a la emoción y la pasión en medio de un época que adopta al Modernismo como campo literario y al liberalismo romántico como concepción del pensamiento". (HERNÁNDEZ. 1993:20). Había culminado sus estudios en Mérida, ciudad fundamental en el devenir de Briceño-Iragorry. La Mérida del Dr. Diego Carbonell y la Universidad de Los Andes, en donde entrará en contacto con jóvenes intelectuales de la talla de Mariano Picón Salas, Jesús Enrique Lossada, Roberto Picón Lares, Caracciolo Parra León, Julio Sardi y el Obispo Enrique María Dubuc, personajes que, de una u otra forma, orientarán al joven desollado en la senda de un diálogo que pretende la interpretación del pueblo latinoamericano, a través de la creación de un nuevo contingente de manifestaciones y símbolos que sirviesen de guías para el otro en la construcción de una sociedad distinta y mejorada de la barbárica en donde hacen vida. Estas amistades proveen al trujillano de lecturas y nuevas experiencias. Lecturas diversas e ‘irresponsablemente` leídas con pasión. Así lo observa el mismo Briceño-Iragorry: Inicié mis lecturas con profundo desorden. Sin cuidarme de la preceptiva literaria, ni aun de las leyes del buen sentido, di en atiborrar mi cabeza de la más extraña literatura: Víctor Hugo, Schopenhauer, Voltaire, Diderot, Volney, Jovellanos, Humboldt, Queiroz y Vargas Vila, hacían una mezcolanza extraordinaria en mi indisciplinada mente. A poco divulgaba en mi ciudad nativa las ideas atomizadoras de Federico Nietzsche al mismo tiempo que rendía parias al pseudo misticismo de Amado Nervo. (BRICEÑO-IRAGORRY.1966:XIII)

    Lista a la cual debemos agregar los nombres de Rodó, Martí, Ugarte, Vasconcelos, el francés Romain Rolland con su Juan Cristóbal, y los fundamentales del 98 español: Antonio Machado, Unamuno, Ortega y Gasset, Azorín y Baroja. Acerca de los místicos españoles del Siglo de Oro, Briceño-Iragorry los lee, los disfruta y los asimila desde sus formulaciones metafísicas que lo hermanan con Jesús Enrique Lossada ya que: ¿Qué se ha hecho la lozanía vivificadora, sanguínea en la corola de los labios pretéritos? ¿Qué fuerza los obliga a semejarse a sus azules sombras de otras épocas?… ¡Ah! la corriente panteísta que los transfunde, que hace viajar su esencia creadora hacia lo Absoluto, les ha arrebatado la fuerza vital y efectúa ahora como un cambio mágico entre sus organismos corpóreo y astral y el Todo Supremo: les roba lozanía física, les disminuye energías aparentes, pero les va dando lentamente la perfección metafísica y les proporciona el éxtasis final, último elemento de transformación que los lleva hasta los complicados círculos del Eterno Todo. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:34)

    Estas son sus lecturas cuando se publica en Caracas por Tipografía Mercantil en 1921 su primer libro: Horas. Está gobernado por un espíritu de introversión y de una orientación casi mística (Misticismo al estilo de sus lecturas Modernistas): "Es un silencio de seres y de almas: nada canta, nada llora, nada ríe, a no ser el río que mientras más subimos se hace más pequeño". (BRICEÑO-IRAGORRY.1921:18). Más adelante agrega: "Cada vez más pequeño y más humilde, ya su música no es sonar de orquesta sino uniforme voz de flauta monorrítmica; poco agua, poca voz y poco lecho, ya no es río sino hilo cantarino allá en la cumbre" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1921:19). Es un misticismo que busca la exaltación del espíritu a través del rescate de la sensibilidad. Un misticismo (¿exilio?) silencioso; que es a su vez la obligatoriedad de guardar silencio para escuchar las voces del pasado que reclaman desde todos los rincones de Latinoamérica su participación en la vida social. Guardar silencio para escuchar las voces de un ‘diálogo` de sus compañeros generacionales que intentan elucubrar desde la pasión la senda hacia la Venezuela posible. Para ello consumirá des-horas de angustia en la vena modernista que lo alimente de herramientas suficientes para hallar la armonía entre la realidad real y la realidad literaria. Están presentes en la obra primigenia de Briceño-Iragorry constantes referencias a la oposición, por un lado, del ideal Positivista que intenta con éxito sostener regímenes dictatoriales en Venezuela y el resto de Latinoamérica; por el otro a una sociedad burguesa que se rinde boquiabierta a los placeres del materialismo: Cabe la misericordia de su rusticidad el alma se simplifica, se desnuda toda de las vanas complicaciones que diérale el progreso de hierro de los pueblos, ese progreso que destruye todo lo que no se aviene a su sed de movimiento, con su agitación, con su inquietud; ese progreso que odia todo valor no susceptible de ponerse en una caja de ahorros o de ser representado por billetes de bancoDon Quijote piensa con Epicteto que es mejor amueblar el alma con la liberalidad y la justicia que llenar la casa con suntuosos objetos por vano amor al lujo. (BRICEÑO-IRAGORRY.1921:26)

    La solidificación del Positivismo y su filosofía del gendarme necesario, unido a las limitaciones de universalidad de los nacionalismo que resurgen vertiginosamente, y sobre todo la explosión de la Primera Guerra Mundial, serán los detonantes del despertar de un compromiso intelectual basado en el rescate del humanismo fundamentado espiritualmente alrededor de la Tierra Americana (La Patria Grande de Bolívar). Y quien asume la voz cantante para asumir y convocar a otros a este compromiso será José Enrique Rodó desde su Ariel (1900). A esto volveremos más tarde. En las páginas de Horas se dejan ver una serie de planteamientos que podrían ser identificados con un posible ideal cristiano en proceso de maduración, pero que efectivamente no era así. Un ideal cristiano que se formaría desde ese misticismo al que recurre Briceño-Iragorry para expresarse. Sin embargo, podríamos decir que este cristianismo que aparentemente se deja ver es un arma de doble filo con la cual pretende levantar su voz crítica ante un dogma que se hace insuficiente para resolver la crisis de la humanidad. Es por ello que Briceño-Iragorry va a compartir con Nietzsche su visión del mundo en sus vertientes: apolínea y dionisíaca. Dos almas que aparecen fundidas en un solo cuerpo como en El lobo estepario de Hesse. Dos vertientes con las cuales alcanza el ser humano la delicia de la existencia: el sueño y la embriaguez. No acepta Briceño-Iragorry, como modernista, la realidad que lo rodea, en tal sentido asume otra concepción de la vida como consecuencia de su adhesión a una corriente idealista: Que busca la verdadera realidad detrás de las apariencias, y así, a la certeza empírica del positivismo oponen los modernistas la creación de un mundo distinto, ideal, al cual se penetra por medio de la imaginación; de esa aventura del espíritu se desprende un misticismo en la aceptación originaria del vocablo: "lo que incluye misterio o razón oculta" (CASTRO. 1973:17).

    Comienza así a vislumbrarse la aceptación en Briceño-Iragorry del discurso utópico desde la agonía, una agonía que nos recuerda la proclamada por Unamuno: "La agonía es, pues, lucha" (Unamuno. 1984:31). Un discurso que se hará más duro y complejo, más incisivo, más urticante. La utopía que ya viene decantándose desde sus escritos de adolescencia estará sostenida sobre dos bases que la nutren: la ensoñación y el liberalismo romántico. Mario Briceño-Iragorry intenta crear ese mundo ideal que parte del modernismo, crear "universos que llegan a absorber el tiempo histórico y envolverlo en su manto de fantasía y ensoñación" (HERNÁNDEZ. 1993:131). A esto le agregamos el siguiente pensamiento de Bachelard: "Hay horas en la vida de un poeta en las que la ensoñación asimila lo real mismo. Lo percibe entonces asimilado. El mundo real es absorbido por el mundo imaginario" (Bachelard. 1982:29). Era su respuesta a la intoxicación del mundo que lo rodea: auge del Positivismo, la dictadura gomecista, una sociedad hipócrita y vacía, y no es descabellado agregar a una Iglesia complaciente de los desmanes anteriores que se oponen al espíritu creador que enaltece a la esencia de los pueblos. Una respuesta que va a encontrar brazos abiertos en las palabras de Rodó, Darío, Martí, Ugarte, Vasconcelos y los demás intelectuales que buscan mejorar la realidad de Latinoamérica. Esa ensoñación, esa utopía tendrán como basamento filosófico los postulados del liberalismo romántico. El Liberalismo Romántico "es la afirmación dialéctica del hombre en su doble faceta individual y social" (REQUENA. 1982:XXXVIII). Surge como una antítesis del Positivismo, aunque disminuido en cierta medida por la otra corriente filosófica de oposición a lo establecido: el marxismo. Esta va a oponer el ideal al mundo material, es decir, va a llevar al plano real la lucha entre Ariel y Calibán que vienen pregonando Renán, en primer lugar; y Rodó y Darío, después. El Liberalismo Romántico va a entronizar la moral como rasgo insustituible en el espíritu del individuo, desmembrando al dinero como el elemento en donde descansa el poder absoluto. A través de él, Briceño-Iragorry, y en fin todos los modernistas, va a volver el rostro hacia sus orígenes fundacionales; una mirada hacia atrás que obliga el contacto con el siglo XIX y la generación de humanistas que abonaron el camino del tiempo hasta su actualidad. Hoy son nadie, y como para ellos, también para sus hombres hubo orfandad de laude. Viven en nuestras ideas, en nuestro progreso, en nuestro espíritu, de una manera subconsciente, y cuando vamos por calles que ellos cruzaron hace mucho –sitios ocultos que fueron sombra propicia para la germinación de sus ideales apostólicos, riego de júbilo para sus anhelos muertos- voces que duermen en la quietud expiatoria de cosas viejas, nos hablan de ellos, de sus entusiasmos y sus luchas en pos de una trágica idea libertaria que nunca llegaron a consolidar. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:29)

    Por ello, Briceño-Iragorry, utiliza la confrontación de situaciones para ilustrar de mejor manera lo que pretenden con tal corriente filosófica: "Caminó todas las calles suplicando una limosna en puertas ricas y en el morral la lleva a casa a regalar con ella su apetito castigado" (BRICEÑO-IRAGORRY.1921:31). Briceño-Iragorry busca sustituir la aristocracia del dinero y del poder material por una aristocracia del espíritu, originándose en él una profunda conciencia del desarraigo. ¿Pero es sólo un fenómeno de conciencia? Según Enzo Faletto y Julieta Kirkwood: Muchos de estos nuevos intelectuales urbanos pertenecían a familias tradicionales, que en función de su pérdida de importancia económica (generalmente su desaparición como hacendados tradicionales), sufrían una fuerte disminución de su prestigio social. Este desarraigo se refuerza por los contenidos intelectuales del Romanticismo. Hay en tal formación ideológica una fuerte orientación individualizante que los induce a concebirse como individuos y no como grupo. (FALLETO-KIRKWOOD. 1977:58)

    Sobre este punto es curioso notar que figuras principales de la Generación del 18 responden a esta premisa pertenecen a familias tradicionales del país; los Lossada en Maracaibo, los Picón en Mérida, los Briceño en Trujillo, los Paz Castillo en Caracas, los Ramos Sucre en Cumaná. Esta noción de individualidad les viene heredada de las concepciones manejadas por José Enrique Rodó desde las páginas de Ariel. Estos jóvenes de 18, y entre ellos Briceño-Iragorry, entran en una enorme contradicción existencial significada en no poder identificarse ni con el Pueblo y mucho menos con la burguesía; esto unido a su idea de que en Venezuela se dejó de tener contacto con las raíces fundacionales en términos de ‘articulación`, los transforman en individuos desarraigados, hombres de ninguna parte como Nietzsche, individuos casi por exclusión. Esta particular conciencia de individualidad implica una serie de exigencias que se expresan en una moralidad individual, para la cual y, primordialmente, los convencionalismos sociales aparecen como falsos. Dentro del pensamiento burgués, la idea de igualdad llevada a su extremo lógico implicaría gravísimas consecuencias… El pensamiento romántico, quien niega tanto la validez del orden existente como las convenciones en que este se expresa, percibe la imposibilidad de la propia realización dentro del sistema y pretende superarlo como una pura realización individual. (FALETTO-KIRKWOOD. 1977:58-9)

    Esta realización individual se producirá a través de la escritura como único territorio en el cual alcanzar la idealidad. Allí, en la escritura encontrará Briceño-Iragorry el abono perfecto para la creación de su discurso utópico. Evoca, como lo expresa Luis Javier Hernández en su texto "La Generación del 18 venezolana en la senda de la utopía latinoamericana", "un espacio de armonía que es negado fuera de los reinos de la palabra… La literatura se transfigura en la ciudad ideal donde el espíritu del hombre vuela libremente como su homólogo en el Ariel de Rodó". Este pensamiento ha madurado cuando Briceño-Iragorry se separa del Ministerio de Relaciones Exteriores y Horas se agota en cuestión de seis días "puesto que lo liquidaron las llamas del incendio ocurrido en la vieja librería Maury" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:XI). Briceño-Iragorry hace nuevamente una recopilación de sus textos esparcidos en la prensa y publica su segundo texto: Motivos, que aparece también en Caracas bajo la responsabilidad editorial de Tipografía Mercantil. Motivos no se va a distanciar en gran medida de Horas, quizás la diferencia más palpable es que nos topamos con un escritor ya más maduro y más conciente de su responsabilidad creadora: "Me pasa a mí algo parecido, todos los días siento más pereza para escribir sobre algún tema que no lleve en sí una idea de elevación espiritual o cerque un motivo religioso" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1998:14). Reúne así un conjunto de motivos , de pequeñas reflexiones, 23 en total, en torno a temas espirituales, morales, de derecho y de justicia, pero con una unidad temática de la cual carecía el anterior. Está plenamente dedicado a su amigo Julio Sardi. Los textos que lo componen son de mayor profundidad filosófica, su ‘misticismo` se vuelve ahora más complejo. Pero sería bueno hacer un alto acerca de sus reflexiones en torno al tema de la muerte, ya que puede brindarnos nuevas pistas para entender el discurso y el pensamiento de Briceño-Iragorry para 1922, y en consecuencia para el resto de su vida.

    Mario Briceño-Iragorry comienza a ver a la muerte como una transición que ayuda al proceso de la renovación y purificación del hombre. Briceño-Iragorry "inaugura el diálogo silente con la muerte que produce vértigo y angustia pero que también posibilita la reflexión para la vida y el ser en su afán de realización" (HERNÁNDEZ. 1998:198). Este pensamiento se hace evidente en uno de los textos que componen el libro. "El Sentido de la Muerte" es un artículo que publica para celebrar la aparición del último libro del novelista francés Ricardo León. No perdamos de vista el cuadro que nos ofrece el clima bélico que se expande por Europa. La Primera Guerra Mundial va a significar un llamado a la conciencia humana del intelectual, y a su vez, servirá de acicate para las reflexiones en torno a la condición humana. Escribe Briceño-Iragorry: Cuando el alto novelista francés hubo de convencerse de la inutilidad de los sacrificios consumados en nombre de la Justicia y del Derecho; cuando meditó sobre la esterilidad de tantas vidas truncas sobre los campos de batalla, esterilidad que en un concepto materialista tendría como único resultado "el ingreso prematuro de innumerables organismos humanos en el ciclo de descomposiciones y reconstituciones físico-químicas", miró con ojos inquisitivos hacia lugares superiores y comprendió que sobre la vida animal del hombre flota la vida alta del espíritu y terminó su libro "El Sentido de la Muerte" parafraseando a Pascal en esta forma: "Cuando creemos que Dios nos falta es que le tenemos cerca. "Tú que me buscas, me has hallado ya", dice el padre con palabras del hijo de Etienne Pascal. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:171)

    Para Mario Briceño-Iragorry sólo a través de la muerta puede afirmarse la vida. Para poder el bien vivir hay que bien morir. Esto nos recuerda un poco la filosofía orientalista que pregonaba Schopenhauer: La muerte es el genio inspirado, el Muságetas de la filosofía… Sin ella difícilmente se hubiera filosofado. Nacimiento y muerte pertenecen igualmente a la vida y se contrapesan. El uno es la condición de la otra. Forman los dos extremos, los dos polos de todas las manifestaciones de la vida. Esto es lo que más sabia de la mitologías, la de India, expresa con un símbolo, dando como atributo a Siva, dios de la destrucción, al mismo tiempo que su collar de cabezas de muerto, el linga, órgano y símbolo de la generación. El amor es la compensación de la muerte, su correlativo esencial; se neutralizan, se suprimen el uno al otro… … La muerte es el desate doloroso del nudo formado por la generación con voluptuosidad. Es la destrucción violenta del error fundamental de nuestro ser, el gran desengaño. (SCHOPENHAUER. 1998:48).

    Por ello Briceño-Iragorry asume a la muerte como el momento propicio para la gran reflexión que brinde como consecuencia el término de la realización humana. La muerte es el ente purificador: para ser seres de una capacidad espiritual superior hay que volver a ser niños; es decir, hay que morir en el hombre para nacer en una nueva dimensión humana, ¿el superhombre?. Sin embargo, Briceño-Iragorry hace su inclinación es hacia el mundo de lo material: el hombre debe morir en la materia para nacer en el espíritu. La vida no se explica sino llevándola a la muerte. ¿Se cae, o se sube, cuando nuestros pasos llegan a la tumba? No digamos nuestros pasos, sino nuestro esfuerzo, nuestros empeños de vida, nuestra fuerza, nuestro anhelo, nuestro deseo… Hablar de la muerte no es matar la vida: es alargarla, darle un campo de acción donde alcanzará lo que antes no. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:172-3)

    Lo que Briceño-Iragorry va a resaltar con este interés en la muerte, no es la muerte misma, sino el hecho de la trascendencia que de ella depende. Sólo a través de ella el hombre podrá vencer al tiempo que lo hace un ser miserablemente finito: el hombre es sólo tiempo, tiempo que se acaba, dice Octavio Paz. Años más tarde cuando publique sus Prosas de Llanto volverá sobre este tema, pero esta vez no será el joven que ve en la muerte un mero tema para filosofar, sino el viejo que ve sus días agotándose sin remedio, y que se siente, por qué no decirlo, como un Quijote vencido por las arbitrariedades de un mundo en donde nunca cupo; un Quijote que nos recuerda la figura a la que cantó León Felipe. De esas impresiones sobre la muerte surgirá un pensamiento ético que busca en la fuentes de la mística y el silencio su razón que lo ‘acople` con el universo. Un universo en donde se mantenga la primacía de lo interior sobre lo exterior: Caminar hacia la victoria del Derecho sobre la Fuerza, del Pensamiento sobre la Masa, del Ideal y la Justicia sobre las mezquinas aspiraciones de colectividades pedantes, es la idea victoriosa que incuba en los espíritus del nuevo siglo, llamado a levantar la bandera blanca del Ensueño. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:9).

    Nuevamente aparece la constante del ensueño por donde trafica su pensamiento social acercándose seriamente a los postulados del romanticismo que ingresa en América en el siglo XIX, y que asumen Rodó y los demás ensayistas modernos de Latinoamérica. Mario Briceño-Iragorry se siente responsable de unir su voz a ese coro que hablaba "del valor profundo de la paz, como base única y granítica para el futuro templo de la justicia, eterna e inmutable" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:17). Este templo de la justicia es la América del delirante Bolívar sobre el Chimborazo, es el trazo fecundo que viene en la mente inigualable de Miranda, es la ciudad de Sarmiento que ha superado la barbarie. Un templo de la justicia construido bajo las bases de una sociedad igualitaria. En esto insiste una y otra Briceño-Iragorry: tolerancia, caridad, equidad, son los principios que va a fundamentar desde las páginas de Motivos. Allí mismo denuncia a través de ejemplos de la historia de la Iglesia la hipócrita actitud de este frente a los desmanes en que se debate la vida del pueblo: … lejos de indicar o de buscar la fórmula que acaso trajese el equilibrio y que condujera a dar un paso hacia la perfección, creyó mejor bajar las ideas hasta conformarlas al modus social; y entonces no fue el Derecho quien triunfó sino que en cambio hubo de inclinarse ante la fuerza y el utilitarismo quien ganó largos pasos a la equidad y a la justicia. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1922:36)

    Son estas nuevas ideas, que unidas a las que ya defiende su pensamiento, las que le gobiernan cuando contrae matrimonio por poder con Josefina Picón Gabaldón, prima de su gran amigo Mariano Picón Salas. Viajan juntos a Nueva Orleáns como Cónsul de Venezuela. Ocurre en agosto de 1924 un hecho fundamental que le dará una vuelta a su trabajo de intelectual, y es el nacimiento de su hijo Raymond: La sonrisa que empieza a dibujarse en el rostro de mi hijo me empieza a brillar como un alba nueva en el horizonte de mis años también… La risa de mi hijo se me adentra también como un refrescamiento en el corazón, y estoy por creer que pueda reír de nuevo como reía en mis años matinales. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1998:16)

    Horizonte que va a ampliarse aún más con el nacimiento de su segundo hijo Obdulio un año después. Son los acontecimientos que rodean a Briceño-Iragorry cuando publica su tercer libro Ventanas en la noche. Ventanas en la noche, bajo la edición de Parra León Hermanos aparece en Caracas en 1925. Es el texto que recoge las reflexiones de un Mario Briceño-Iragorry que ha dejado atrás los años de la adolescencia, y que transforma el preciosismo modernista que caracteriza sus primeros escritos por un discurso más intenso, apasionado y ‘chocante`. Asume definitivamente el compromiso del intelectual latinoamericano, va a construir ese nuevo mundo que pregona en Motivos , y lo va a hacer desde la agonía, desde el dolor, desde la angustia, desde la soledad: "El camino del desierto, rodeado el viajero de la espesa sombra nocturna, sin avizores que le anuncien las quiebras de la vía, doloridos los pies por la jornada larga que no concluye aún, surgen inesperados los marcos luminosos de claros ventanales" (BRICEÑO-IRAGORRY. 1925:7). Mario Briceño-Iragorry utiliza la imagen del desierto como módulo para la purificación del espíritu, lo mismo que el pueblo hebreo que parte de Egipto buscando la tan anhelada tierra prometida, que es obligado a transitar por el desierto del Sinaí durante cuarenta años o hasta que haya desaparecido el último de los herederos de la cultura egipcia. A la tierra prometida sólo entrarían los puros, aquellas nuevas generaciones de hebreos que no conocieron o sintieron sobre sus espaldas los padecimientos del látigo esclavizador; en fin, lo que llegó a esa tierra fue una mentalidad distinta, purificada por el calor abrasador del desierto. ¿No será ese nuevo estado de conciencia la tan nombrada tierra donde mana leche y miel?. Sobre el significado de las ventanas nos habla Manuel Díaz Rodríguez: Hay hombres que no tienen sino una ventana en el espíritu. Probablemente son aquellos mismos pobres de espíritu a quienes el Evangelio llama bienaventurados, porque de ellos es el reino de los cielos. No tienen más que abrir los ojos para ganar la eterna venturanza… A uno u otro lado de esa ventana única no hay más ventanas que se abran hacia otros tantos paisajes diferentes, divirtiendo o cautivando el espíritu con sendas tentaciones. Así, libres de tentación, los que tienen una sola ventana en el espíritu no se distraen , y, sin esfuerzo ninguno, sin turbarse jamás, consiguen la bienaventuranza eterna. (DÍAZ RODRÍGUEZ. 1968:636)

    Avergonzado por ello, Díaz Rodríguez asume que prefiere construirse él mismo su reino en donde pueda habitar. Un reino que se construye en la palabra, ya que odia la pobreza de alma y de aspiraciones superiores del colectivo nacional. Por allí anda el discurso de Briceño-Iragorry. Y si cada uno de los primeros textos de Mario Briceño-Iragorry va ofreciendo conceptos para el análisis, en estas ventanas en la noche, será su particular visión de Cristo lo que podría ser resaltado ahora.

    El Cristo que expone Briceño-Iragorry asemeja al que le canta Antonio Machado en su poema La Saeta: ¡Oh! La saeta el cantar al Cristo de los gitanos siempre con sangre en las manos siempre por desenclavar.

    Cantar del pueblo andaluz Que todas las primaveras Anda pidiendo escaleras Para subir a la cruz.

    Cantar de la tierra mía Que echa flores Al Jesús de la agonía Y es la fe de mis mayores.

    ¡Oh¡ no eres tú mi cantar no puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar. (MACHADO. 1979: 32)

    Pero surgen otras referencias obligatorias cuando hablamos del Cristo que se crea desde la escritura de Briceño-Iragorry. Es imperioso hablar del Cristo de Kazantzakis y el de Papini; un Cristo demasiado viril, un Cristo hombre, deslumbrante con la energía que le ofrece el látigo vapulador de los mercaderes del templo… Es un Cristo acaso semejante al Cristo feo de la escuela rusa, ya desvirtuado en mucho por el misticismo anárquico de los eslavos comunistas; un Cristo posible en medio de los hombres. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1925:99)

    Surge un Jesús descristianizado y más cerca de la sociedad, del pueblo. Un Jesús humanizado que proviene de la literatura del siglo XIX; esto es, un Cristo sometido a la pluma ‘liberal` de los románticos y los socialistas utópicos. Mario Briceño-Iragorry utiliza a este Cristo recreado en el siglo XIX para justificar su anticlericalidad juvenil y aumentar la dureza de su crítica contra la Iglesia. Utiliza a un Cristo contestatario, irreverente, rebelde para justificar su propia rebeldía. De allí emanan nuevas claves para la construcción de ese mundo ideal, de un hombre ideal: Lucha invisible, silenciosa, callada, reacción del espíritu contra los mil obstáculos que le opone a la materia para su perfección, batalla de un soldado contra todo un ejército aguerrido, labor de arquitecto que levanta a solas la gran torre que habrá de sostener fina campana que guíe los espíritus en su marcha hacia la ciudad ideal. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:221)

    Contrariamente a sus observaciones acerca del silencio místico de sus escritos pasados; ahora va a oponerle rotundamente la acción como única vía para hallar a este nuevo Cristo: "Jesús no se ha ido de la tierra y para hallarlo no se necesita el silencio de la cenobia, ni la disciplina conventual, ni el yermo silente" (BRICEÑO-RAGORRY. 1925:100). Para hallarlo hay que buscarlo dentro de la sociedad, en sus necesidades espirituales y, ¿por qué no? Materiales, trabajar hombro a hombro para hacerla superar, hacerla trascender. Cómo se inserta este Cristo en la sociedad, pues Briceño-Iragorry lo hace encarnándolo en los pobres, en los sectores sumamente marginales de la sociedad; tanto los pobres materiales y los hombres que aceptan su pobreza espiritual. Por ello en el apartado denominado Glosas místicas va a servirse de un ciego pobre, interesante es notar cómo a pesar de ser ciego logra, a través de su marginalidad, reconocer a Cristo. Una adúltera como la única persona en reconocer los trazos que hace Jesús en la arena. Y así continúa dándole un rasgo de superioridad a los marginales sobre otros sectores de la sociedad. Acá logra Briceño-Iragorry concebir una alta capacidad de ironía, burlándose a placer de los factores del poder económico. Recordemos su posición de hombre cuyo rango familiar se vino a menos. Al intentar reflexionar acerca del pensamiento de Mario Briceño-Iragorry son sus textos iniciales los que brindarán las claves para entender la multidimensionalidad de su discurso. Allí están cimentadas las bases de las cuales no podrá alejarse, gracias a un aferrado sentido del dolor y la angustia que desarrollará como nutrimento de una obra monumental. A Briceño-Iragorry no puede hallársele desde el academicismo, ni desde falsas posturas intelectuales. A Briceño-Iragorry no se le puede encontrar desde el raciocinio frío de los intereses creados. A Don Mario, el nuestro, el de la juventud venezolana, sólo puede mirarse con los ojos de la pasión irracional. Pero se equivoca quien trate de hallarlo desde una pasión venezolanista, ya que su pasión es de trascendencia, es apatrida. Por ello ese aviso a los navegantes que se mantiene sin destino no tendrá puerto de llegada a este que muramos un poco a lo que somos para renacer en medio de las deshoras que despiertan en la noche.

    3. Bibliografía

    Bachelard, G. (1982). La poética de la ensoñación. México: Fondo de Cultura Económica. Belrose, M. (1999). La época modernista en Venezuela. Caracas: Monte Ávila Editores. Briceño-Iragorry, M. (1921). Horas. Caracas: Tipografía Mercantil. Briceño-Iragorry, M. (1922). Motivos. Caracas: Tipografía Mercantil. Briceño-Iragorry, M. (1925). Ventanas en la noche. Caracas: Parra León Hermanos. Briceño-Iragorry, M. (1966). Obras selectas. Madrid: Edime. Briceño-Iragorry, M. (1981). Presencia e imagen de Trujillo. Caracas: Biblioteca de autores trujillanos. Briceño-Iragorry, M. (1991). Obra literaria III (Ensayos I). Obras completas. Caracas: Congreso de la República. Castro, J. A. (1973). Narrativa modernista y concepción del mundo. Maracaibo: Universidad del Zulia. Díaz Rodríguez, M. (1966). Obras selectas. Madrid: Edime. Faletto, E y Kirkwood, J. (1977). El liberalismo. Madrid: El Cid Editor. Hernández, L. J. (1993). Artesano de la escritura. Mérida: Universidad de Los Andes. Hernández, L. J. (1997). La palabra en el tiempo. Caracas: Fundación Mario Briceño-Iragorry. Machado, A. (1979). Antología poética. Madrid: Salvat. Requena, I. (1982). Cómo leer a Lossada. Obras Selectas de Lossada. Maracaibo: Universidad del Zulia. Schpenhauer, A. (1998). El amor y otras pasiones. Madrid: Alba. Unamuno, M. (1984). La agonía del Cristianismo. Buenos Aires: Losada. 

     

     

    Autor:

    Valmore Muñoz Arteaga