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Luces y Sombras en el Escenario de la Globalización

Enviado por Pablo Turmero


Partes: 1, 2

  1. Discusión de los elementos que se barajan en el diálogo
  2. Tecnología, economía e información
  3. La crisis de los Estados nacionales
  4. La fragmentación de las culturas
  5. Diálogo y explicación de lo real

Entre el 26 y el 29 de julio de 2004 se llevó a cabo en el Forum de Barcelona un diálogo sobre el tema de la globalización, orientado especialmente a interpretar los conflictos que la globalización genera entre la diversidad y la identidad culturales. Estuvo dirigido por Manuel Castells y se presentó bajo el título genérico "Globalización, identidad y diversidad". En este artículo vamos a considerar, por un lado, los elementos conceptuales que aparecieron en la discusión de estos temas y, por otro, la adecuación de esos conceptos y de la discusión misma en vistas a la comprensión del fenómeno de la globalización y los conflictos culturales que éste genera.

Discusión de los elementos que se barajan en el diálogo

El primero de los temas que aparece en la escena de este diálogo es el de la definición de globalización. Casi todos los ponentes invierten algo de su tiempo en esta tarea o en matizar la primera intervención que Manuel Castells, director del diálogo, dedica expresamente a esta cuestión. La coincidencia es general en cuanto al carácter económico y tecnológico de la base de la globalización. Siempre ha habido interacciones multipolares en las transacciones económicas de todos los pueblos y de todos los tiempos, y eso se ha hecho sobremanera patente a partir de la segunda revolución industrial y del colonialismo. La novedad histórica radica en el uso de una tecnología de control de la información que permite operar a escala mundial y en tiempo real, cosa que favorece la dispersión de los agentes o actores económicos, que pasan de ser nacionales o multinacionales a ser transnacionales o globales.

La primera consecuencia de la globalización es la dispersión de la identidad de los agentes económico-tecnológicos. De ahí se decanta la cuestión hacia la posible dispersión de las identidades culturales bajo la égida de un supuesto mestizaje global que puede uniformizar a todas las culturas del planeta en una sola basada en determinados hábitos de consumo. La uniformización se ve como un peligro para las culturas, mientras que se valora positivamente la emergencia de las identidades culturales e incluso religiosas. Este será el tema central de la discusión.

Celebrado el funeral de las identidades universales, a todos los ponentes les preocupa la supervivencia de las identidades colectivas locales, que pueden sufrir la tentación de ceder ante el mercado o ante el atractivo de las culturas más desarrolladas de aquellas zonas del planeta donde la globalización tecnológica y mediática está plenamente implantada. Evidentemente, también preocupa la cuestión de los derechos humanos, que constituyen el último reducto de la universalidad propugnada por la Ilustración, por su posible fricción con la fragmentación cultural que parece avanzar por los senderos de la globalización tecnológica. David Held, uno de los primeros en intervenir, incluso llega a insinuar la pertinencia de hablar de un previsible choque de civilizaciones, según la tesis de Huntington, y el concepto será desenterrado en alguna ocasión más a lo largo del diálogo.

Tecnología, economía e información

La desarrollo económico y tecnológico es el principal factor del proceso de globalización actual, hasta el punto de poder considerarse que es el motor que genera todos los demás efectos y sobre el cual se ha construido el mito de la globalización, que se ha convertido en una realidad casi indiscutible. La expansión transnacional de la economía financiera y el flujo de capitales, así como el desarrollo de una red mundial de telecomunicaciones que permite operar en tiempo real en todas partes, habían generado la ilusión de una cierta universalidad, pero Held repara en la existencia de asimetrías económicas, que hacen controvertido y dudoso el mito de la globalización. La base tecnológico-financiera de la globalización no tiene un desarrollo homogéneo ni tiende a universalizarse, sino al revés, tiende a crecer tejiendo una red compuesta de nudos (o nodos), por los que pasa necesariamente el flujo informacional y el movimiento de capitales.

El control de los flujos de información y capitales requiere una concentración corporativista de los agentes que operan sobre esa información y esos capitales. Según el ponente Ontiveros, esos agentes ya no son nacionales, ni multinacionales (que guardan siempre una referencia al origen nacional de la casa madre), sino que carecen de señas de identidad nacional. Una corporación financiera o mediática es un centro de poder y de toma de decisiones globales, pero sobre todo es un centro privado sin responsabilidad política sobre las decisiones que toma, añade Tresserras, aunque casi todos los ponentes coinciden en atribuir a los operadores económicos, tecnológicos y mediáticos globales la responsabilidad en el control del proceso y en las decisiones que se toman en el marco del mismo. Las corporaciones económicas privadas son las responsables de la asimetría financiera y mediática subyacente a la globalización, pero ciertamente no han de rendir cuentas ante ninguna institución política nacional, sino sólo ante foros internaciones de control, que no son políticamente representativos. Sin embargo, añade Clark, "surge una nueva era de ética corporativa y responsabilidad ciudadana. Los directores de estas empresas tienen que responder más ante el público", y, al margen de los beneficios económicos, la reputación ética de las corporaciones "es crucial para los directivos, los ejecutivos de las empresas" que acaban contratando activistas de las ONG"s para ser asesorados en cuestiones de ética empresarial y global. Quizás en este punto Clark peca de cierta ingenuidad: la responsabilidad mediática de las corporaciones se resuelve mediante la adquisición de una buena imagen mediática, tras la cual se ocultan las acciones con consecuencias reales para el mundo. No hay que olvidar que la participación pública de grandes corporaciones en proyectos humanitarios, en el tratamiento políticamente correcto de los recursos humanos, en la gestión ecológica de los residuos, etc., de la que se hace la correspondiente publicidad, se simultanea con el desarrollo oculto de programas de investigación militar, por ejemplo.

Ingrid Volkmer, una especialista en televisión transnacional, autora de un libro sobre la CNN e interesada en la proliferación de cadenas similares, como Al Jazeera, advierte también el carácter nodular de los agentes que controlan la información en el proceso globalizador, bajo la forma de "canales nicho" que ya no operan bajo el control estatal o de una agencia de noticias oficial, sino sometidos al interés privado. Esto posiblemente significa que el periodismo internacional es más libre, pero también que sus intereses reales pueden ser una incógnita. Lo que se hecha aquí en falta es una reflexión crítica sobre el papel de las corporaciones mediáticas en la configuración del actual mapa del mundo. Hay un exceso de confianza en los agentes mediáticos, se espera que simplemente aporten variadas versiones de la realidad, sin atender a los intereses que conforman esas versiones. Es el caso de la difusión de las imágenes de palestinos en plena celebración después de los atentados del 11 de septiembre. Es muy difícil reclamar responsabilidades sobre un daño mediático difuso, impredecible; pero es evidente que alguien decidió crear esa confusión respondiendo a unos intereses concretos. La pregunta inevitable es: ¿cómo es posible que la élite del pensamiento social actual, representada en los ponentes que participan en este diálogo, sea tan poco suspicaz?

El ponente Ontiveros da cuenta con mayor detalle del tema de las asimetrías económicas y financieras en la red global de flujos de capitales y recursos: hay mercados cerrados y nichos financieros, los capitales no fluyen por todas partes, sino que se concentran en áreas determinadas, y no van a aquéllas que los necesitan por una simple cuestión de riesgo. En este sentido, Ontiveros señala el carácter no global del proceso de globalización financiera: el capital se mueve de áreas ricas a áreas ricas, sin alcanzar a los países pobres. La inversión se ciñe a lugares seguros eludiendo aquellas zonas de riesgo para los inversores; en consecuencia, cabe pensar que ni siquiera el mercado es global, sino que está fragmentado.

Cardoso describe muy bien este escenario de la asimetría generada por la globalización (consecuencia de mecanismos como los descritos por Fontana): ese lugar donde ésta no alcanza, donde "la gente no sirve ni para ser explotada"; lugar irrelevante para el mundo desarrollado, descolgado del sistema principal porque "no tiene más relevancia para las fuerzas fundamentales que manejan el control del proceso de globalización". Sobre este espacio abandonado hay teorizaciones muy anteriores al pleno desarrollo de la globalización. El concepto es intuido en la idea de territorio salvaje, que aparece en la novela distópica de Aldous Huxley Un mundo feliz (1932); por supuesto que Huxley no estaba pensando en un mundo globalizado, pero sí en su nodularidad y en la oposición entre lugares seguros y lugares de riesgo, que hoy está plenamente vigente. Esta oposición aparece implícita en la distinción que hace Fukuyama entre los países que han superado la historia y los que siguen empantanados en ella, es decir, sometidos a los vaivenes de la inseguridad y la violencia.

La descripción de Cardoso es esencial para entender la orientación real del desarrollo de la globalización y el sentido profundo de sus asimetrías, pero no es una aportación nueva; más allá de las intuiciones anteriores hay formulaciones más complejas sobre el significado de los territorios de riesgo, y no son recientes. La primera es de Furio Colombo, quien formuló a principios de los setenta la idea del proceso de vietnamización, según la cual "se consideran sacrificables (para el choque, la destrucción) los territorios que no son la sede principal de las concentraciones tecnológicas".

Poco después, en un artículo publicado en 1976 sobre la crisis urbana en los Estados Unidos, Manuel Castells analiza la aparición de territorios urbanos abandonados, inactivos, sin orden público, sin servicios públicos, donde imperan la violencia y la barbarie ante la evidente ausencia de ley. Tal abandono se produce porque los capitales públicos y privados dejan de fluir a esos lugares a causa de las dificultadas para rentabilizar la inversión, dado que los capitales tienden a concentrarse, y las masas laborales también, en lugares privilegiados por la concentración tecnológica. La progresiva inseguridad de esos territorios hace que sea cada vez más difícil ver en ellos un valor de rentabilidad, así que los agentes públicos y privados dejan deteriorarse esos lugares sin interés para el mercado.

Castells está hablando también de las asimetrías que mencionan los ponentes, considerándolas un fenómeno subyacente al desarrollo del capitalismo post-industrial, que precisa de la concentración de capitales, estructuras tecnológicas y fuerza de trabajo, al tiempo que provoca la dispersión de las actividades y a la vez la desestructuración de las áreas que no son capaces de sumarse al proceso de concentración. Castells sitúa esta concentración de la economía americana y, por tanto, del inicio de sus grandes asimetrías internas, poco después del final de la II Guerra Mundial. Por supuesto, este proceso implica a mucha población que no puede abandonar el lugar que han abandonado los operadores económicos y tecnológicos. En el artículo de Castells queda también muy claro que las asimetrías generadas por la incipiente globalización (pues la concentración de capitales y tecnología ya es un indicio de la nodularidad, de la sociedad reticular) tienen consecuencias sociales y culturales, especialmente en la formación de ghettos identitarios en esos lugares abandonados.

A pesar de las consecuencias evidentemente negativas de las asimetrías generadas por la globalización, ya presentes y detectadas en sus primeros pasos, y actualmente intensificadas en la medida en que el proceso se ha consolidado, Ontiveros se muestra optimista ante la posibilidad de equilibrar la globalización financiera, democratizándola. Sin embargo, autores como Held y Calderón ven en la asimetría de la globalización un paralelismo con el déficit de la democracia global (crisis de instituciones como Naciones Unidas) y el deterioro de los derechos humanos en las áreas de riesgo, esas que no reciben un flujo adecuado de capitales y tecnología. No hay motivos para tanto optimismo: ni la democracia va a extenderse globalmente, ni va a poderse controlar a los agentes económicos que sí se han extendido globalmente, es decir, que operan desde lugares protegidos por la estructura reticular de la globalización. Al fin y al cabo, si no existe un estado democrático universal es porque "lo único que es universal en el capitalismo es el mercado", y ni siquiera el mercado ha realizado su potencial universalidad.

Estamos de acuerdo con Inglehart en que el principal problema global es la inseguridad, no por el terrorismo, sino por las dificultades de supervivencia que hay en esas zonas abandonadas a su suerte, donde la gente ya no sirve ni para ser explotada debido a las asimetrías provocadas por la globalización. Clark añade que las asimetrías erosionan además la soberanía de muchos Estados, democráticos o no, en esas zonas menos desarrolladas del planeta, ya que estos Estados apenas pueden influir en decisiones económicas y políticas globales que sí les afectan. La concentración económica es paralela a la concentración del sistema de toma de decisiones, y la acción conjunta de ambos factores impide el desarrollo tanto de la soberanía nacional como de una democracia global alternativa. La globalización tiene un aspecto excluyente, de carácter económico y tecnológico, que obstaculiza tanto el desarrollo económico y político de ciertas áreas del planeta como el progreso político en pos de una democracia universal. A Held le parece bastante evidente que "uno de los factores globales clave, que limitan la capacidad de desarrollo de los países más pobres, es la libre circulación de capitales", y en ese sentido formula una crítica general a las políticas económicas del FMI, auspiciadas por los Estados Unidos. Por estas razones piensa que la corrección de las asimetrías globales no puede dejarse en manos del mercado, precisamente porque el mercado las intensifica.

Ante un problema tan complejo, la alternativa de Ontiveros resulta demasiado optimista: los capitales no van a fluir por sí solos a los territorios de riesgo, el capital es cobarde y conservador, no se mueve por ideales políticos o morales. La globalización económica ni siquiera es coherente con sus postulados: que sea el mercado el que regule los flujos de capital, pero que el flujo de personas sea regulado por los estados. De esta manera, el capital fluye libremente, pero la inmigración laboral está controlada. Evidentemente, una inmigración totalmente libre alteraría la cartografía actual, que separa los territorios seguros de los que no lo son, ya que la población que no sirve ni para ser explotada se desplazaría hacia las zonas de concentración tecnológica, financiera y de seguridad, dinamitando todo el proceso.

Creemos que la globalización no debe ser regulada por el mercado, porque el mercado por sí solo más bien genera cierto caos desde el punto de vista del mero observador local, caos que sólo sirve a los que cuentan con un potencial de aprovechamiento de la información sobre los flujos financieros. Así se producen las asimetrías, y son esas asimetrías las principales causantes de las grandes injusticias económicas y sociales, que sí son perfectamente localizables. Por eso las asimetrías sólo podrían corregirse forzando al capital y no simplemente tutelándolo. De todas formas hay que tener en cuenta que las asimetrías son un componente estructural de la globalización (de hecho, son consustanciales a la dinámica de los mercados, sean globales o no), lo cual significa, como bien advierte Cardoso, que no van a corregirse con facilidad.

La crisis de los Estados nacionales

Una idea que aparece continuamente en el diálogo es la necesidad de redefinir el papel del Estado-nación en el escenario de la globalidad. Hay quien habla de una auténtica crisis de la estructura nacional estatal, que habrá de ser superada por nuevas formulaciones; hay quien no ve con claridad que los estados hayan perdido tanto poder como parece. Al menos hay coincidencia en que la globalización tecnológica, económica y mediática haya conseguido que los estados vean alteradas sus funciones, su capacidad de acción y su soberanía, y que una parte de su poder haya sido acumulada por las grandes corporaciones privadas, que actúan como agentes de control de la globalización, agentes tecnológicos, financieros y mediáticos. Son ellos los que controlan la globalización, en la medida en que puede ésta controlarse, y no los estados, que han de adaptarse a las nuevas circunstancias, aunque en algunos casos presentan resistencias a los cambios, o sencillamente no pueden hacerlo porque su estructura misma es incompatible con la globalización. Un estado descentralizado no es exactamente equivalente a una estructura nodular. Esto se traduce, según Castells, en cuatro formatos de crisis: falta de eficiencia (burocracia estancada ante la eficacia privada), crisis de legitimidad (no admite procesos transnacionales), crisis de representatividad (ante las nuevas identidades y formas de socialidad) y crisis de equidad (igualdad interna y asimetrías globales). Todo ello puede englobarse en la idea de que el Estadonación está inmerso en una crisis de soberanía, aunque no siempre causada directamente por la globalización. Por último, Castells destaca la consecuencia más importante, para él, de la crisis del Estado-nación frente a la globalización: que favorece el desarrollo de las identidades locales.

En general, los ponentes constatan las desventajas de los Estados para contrarrestar los efectos de la globalización. Como bien señala Clark, "el proceso de la política no se ha globalizado, sigue a nivel local o nacional. Las elecciones, los partidos políticos, los parlamentos, siguen firmemente anclados a nivel nacional". En este sentido, los estados compiten en desventaja con quienes sí han asumido la globalización o han nacido de ella: las corporaciones privadas generadas en el último estadio del capitalismo financiero. No hay organismos de control económico públicos capaces de manejar adecuadamente las asimetrías económicas generadas por la globalización, pero eso no ocurre sólo porque los diferentes estados no se ponen de acuerdo en crear instituciones adecuadas para tal función, sino también porque esa posibilidad escapa al control estatal desde que la economía dejó de ser nacional para comenzar a ser colonial, mucho antes de que se hablara de globalización tecnológica. Evidentemente, la globalización ha empeorado la situación desde el punto de vista del control sobre los agentes económicos supranacionales, que tienden a actuar en favor de sus propios intereses. Así, las economías nacionales de algunos países pueden verse afectadas por la acción de operadores privados gigantescos, que pueden canalizar en una sola dirección los ahorros de millones de personas de todo el mundo, y alterar con ese movimiento de capitales las previsiones económicas de tales países. En tales circunstancias, ni hay "economía nacional", ni es posible una "política económica" para dirigirla.

Tubiana, en su ponencia, constata las dificultades que hay para controlar el proceso globalizador puesto en marcha por los agentes económicos privados, que se enfrentan ahora tanto a las presiones estatales como de agentes no gubernamentales. Pero los actores privados no van a ceder el margen de soberanía que le han robado al estado gracias a su control de los principales procesos globalizadores, es decir, la economía y los medios de información. Tubiana admite que hay que contar con ellos para definir el futuro interés general global, cosa que no puede hacerse desde la óptica reduccionista del estado nacional. Sin embargo, olvida que el interés de las corporaciones económicas es ante todo privado y crematístico, y que se resisten a ser controladas por los representantes legítimos (hasta el momento) del interés general.

Por otro lado, intervienen nuevas organizaciones, que son también corporativas, pero nacidas como nuevas formas de socialidad y sin el ánimo crematístico de las empresas (lo cual no se contradice con el hecho de que algunas de ellas manejan unos presupuestos multimillonarios, a menudo fruto de subvenciones públicas). Se trata de las ONG"s, que, según Clark, constituyen redes internacionales de la sociedad civil. Como tales han contribuido al fortalecimiento de la democracia global, al crear un nuevo tejido social, una nueva cohesión, pero por lo mismo y por su carácter global, han contribuido a la debilidad del Estado-nación. Los ciudadanos occidentales, desencantados de la democracia de partidos, se afilian a las ONG"s porque les permiten una intervención participativa globalizada en temas hacia los que son sensibles. Pero no hay que olvidar que las ONG"s no son organizaciones políticas, ni sus portavoces representan políticamente a nadie, ni tienen mandato popular. Las ONG"s son corporaciones privadas, ni más ni menos, y en ocasiones actúan como si tuvieran intereses económicos, compiten por nuestra atención, como si fueran un centro comercial en el amplio mercado del humanitarismo globalizado.

El auge de las ONG"s es, en cierto modo, una consecuencia de la crisis del sujeto político en concomitancia con la crisis de la democracia de partidos. Pero es éste un tema que apenas se toca en el conjunto de la discusión. Calderón apenas lo insinúa. La democracia participativa ha salido mal parada en la globalización, sobre todo por la disminución de la capacidad de los ciudadanos para intervenir en la toma de decisiones políticas, a pesar de las posibilidades que la tecnología informacional permite. Y esto ha ocurrido porque los agentes corporativos han ocupado ese terreno que en principio correspondería a los individuos, a los que ha dejado meramente el papel de receptores-opinadores mediáticos. Esto significa que la mayor parte de las decisiones se toman en ámbitos fuera del alcance de los individuos, de ahí que se postule la alternativa de reducir el interés participativo al ámbito local e identitario, bajo el lema de "piensa en global, actúa en local". Se supone que la conjunción de acciones locales puede influir en un entorno global, como si se tratase de una mera cuestión de peso o de masa. En realidad esto es un mecanismo de distracción: que los ciudadanos se ilusionen en la participación local, que no salgan de sus márgenes comunitarios e identitarios, que crean que así participan en la construcción del mundo. Es cierto que las decisiones que se toman en niveles más altos se generan y ejecutan en un lugar determinado del mundo, son también locales; que todo ocurre en la misma estructura reticular, pero no hay que perder de vista la realidad de que los nódulos de la red no son equiponderantes, no están todos en las mismas condiciones ni tienen la misma capacidad de control sobre los flujos de información o de capitales. De nuevo nos enfrentamos a la asimetría que caracteriza a la globalización y que hace que las decisiones en el ámbito local o identitario apenas lo trasciendan, salvo que tengan un especial interés para los agentes de peso en la globalización.

De la ponencia de Tubiana se deduce, a modo de conclusión, que los especialistas aún no saben como hacer políticamente sostenible la globalización, conciliando los intereses públicos con los privados. No se sabe hacia dónde ir o llevar la reflexión sobre cómo afectará esto a los estados en el futuro. Al menos parece claro que no se puede dejar al mercado como regulador único del proceso de globalización, que ha de haber otras instancias que no sean privadas. La de Tubiana es, junto con la de Cowan, que sigue una similar línea argumental, una de las ponencias más realista y crítica de las que se han presentado en este diálogo.

Puede objetarse contra Tubiana que hay factores globales que desatan inevitablemente una crisis sin precedentes en el ámbito de los estados nacionales: por un lado, se toman fuera de las fronteras de una nación decisiones que afectan a esa nación, a través de agentes que no son de esa nación, ni representan nada de ella, puesto que son privados; por otro, el estado ha perdido capacidad operativa, tanto para controlar en su territorio los efectos de esas decisiones exteriores, como para hacer cumplir con eficacia sus disposiciones, como Castells apuntaba al principio. Finalmente, a la crisis de la capacidad operativa del estado debida a las presiones y competencia de los agentes globales privados, Cardoso añade una crisis de confianza social hacia el estado y sus estructuras, confianza que, como se analiza más adelante, depende directamente del uso y provecho de los sistemas mediáticos globales.

Tubiana también afronta la cuestión de que la crisis del estado no afecta a todos por igual, hasta el punto de que la teoría de la decadencia estatal tiene grandes lagunas. Piensa que la globalización ha obligado al estado a redefinirse, pero a la vez le ha dado una mayor importancia, como por ejemplo en el tema del control estatal de carácter policial o fiscal. Puede alegarse, ciertamente, que hay estados nacionales que no están en crisis, que se han hecho más fuertes y seguros en lo que respecta a su soberanía y la capacidad de coacción de su aparato político. Estados Unidos es el mejor ejemplo de resistencia del poder estatal frente al ímpetu de las corporaciones privadas y el desorden inherente a la globalización informacional. Pero hay que tener en cuenta una cosa: que las corporaciones privadas han estado imbricadas en la estructura estatal de los Estados Unidos desde que las corporaciones privadas tienen peso específico como formas de poder. Estados Unidos es un país pionero en el desarrollo de la globalización, y lo es porque sus condiciones particulares lo permitían en su momento. Su aparato estatal no está en crisis porque está desestatalizado, y ese es el futuro que espera a los estados nacionales si se dejan arrastrar por la corriente de las corporaciones privadas.

En el artículo de Castells de 1976 en Les Temps Modernes aparecen datos significativos que indican la especificidad de la estructura política americana: un aparato estatal muy descentralizado y fragmentado, y un dominio indiscutido del capital en la escena política y social, de manera que las presiones corporativas sobre las decisiones políticas condicionaron desde los años 50 el desarrollo del territorio, la distribución de la población y, en definitiva, la crisis urbana. En 1976, Castells era tan crítico con las corporaciones privadas como para mostrar con ejemplos que actuaban movidas por sus propios e inmediatos intereses. Treinta años después, en este diálogo se habla de confianza en las buenas intenciones de las corporaciones privadas, cuando el hecho evidente de que la asimetría provocada por ellas hace cincuenta años se ha intensificado y se han incrementado sus inconvenientes, precisamente porque las corporaciones privadas siguen operando en pos de sus intereses.

La fragmentación de las culturas

La constatación de la resistencia de las identidades culturales locales a los embates de la uniformización es el dato que tranquiliza a todos los participantes. La globalización tecnológica, pese a haber conseguido que los tejanos sean el uniforme de los jóvenes en casi todo el mundo, y que tanta gente en tantos países de todos los continentes haya probado las hamburguesas americanas, no ha implantado una monoculturización absoluta. El mestizaje global y la uniformización cultural han sido superados por las resistencias identitarias locales, que asimilan lo global y lo reinterpretan según su propia perspectiva local.

Castells apunta que esta pervivencia de las culturas locales puede desarrollarse en formas de nichos de resistencia identitaria que, al intensificarse, puede derivar en un fundamentalismo sin proyecto diversificador que comporta, asimismo, una debilidad de las identidades individuales, tan esenciales en la configuración de la ciudadanía activa y la democracia, de modo que también contribuye a la crisis del Estado-nación. El debilitado sujeto que ha sobrevivido a la crisis de la modernidad también se resiste a disolverse adoptando la forma que Castells denomina individualismo colectivo, es decir, construyendo nichos de individualismo colectivo a través de la familia, círculo de amigos, etc., siempre buscando realizar "un proyecto de existencia que está centrado en la afectividad inmediata y defensiva hacia uno y los suyos". Según Castells, la gente necesita utilizar rasgos identitarios cercanos para poder entenderse a sí misma y saber quién es, así que "las identidades se convierten en anclas para poder navegar en el océano de la globalización". La identidad, pues, acaba siendo fuente de sentido para las personas, inmersas en este océano ilimitado por la globalización; y los sentidos pueden ser de variado signo: religioso, nacional, étnico, territorial, tribal, de género, etc.

Tampoco esta idea es novedosa. La hallamos perfectamente formulada en la obra de Lipovetsky La era del vacío, publicada en 1983. El autor francés analiza el proceso de socialidad nodular que se ha iniciado en las sociedades tardocapitalistas, por el que se recupera la vieja solidaridad orgánica bajo la consigna de "nos juntamos porque nos parecemos, porque estamos sensibilizados por los mismos objetivos existenciales", y responde a un impulso de búsqueda de lo cercano, una obsesión intimista, un "confortable repliegue en nuestro ghetto íntimo", buscando "integrarse en cálidos círculos de convivencia". Es el giro identitario paralelo al conocido giro lingüístico. Aquí está el individualismo colectivo con proyecto de existencia centrado en la afectividad inmediata, antes mencionado por Castells. Pero, profundizando en la cuestión, Lipovetsky explica este fenómeno de la nueva socialidad posmoderna (nueva en los años 70-80, claro) en tanto que estas "redes situacionales", como él las llama, constituyen mecanismo de integración social a escala local que compensan de las dificultades que se experimentan en un entorno global, es decir, son esas anclas que sirven para asegurar la navegación en el océano global de Castells.

Otro tema importante es la cuestión del miedo al mestizaje global, es decir, el temor a que el desarrollo de la globalización cultural suponga la pérdida de culturas autóctonas locales o, simplemente, su degeneración debida al contacto con la cultura globalizada hegemónica, es decir, la occidental. Este miedo está conjurado desde el momento en que parece evidente que la globalización tecnológico-económica es asimétrica y, por tanto, que la presencia de flujos globales de información no equivale a un mestizaje global. La información, igual que el capital, no fluye en los territorios de riesgo igual que en los territorios seguros y desarrollados, tanto en la recepción de información exterior como en la emisión de información propia, pues la que esos territorios de riesgo generan y logran emitir es filtrada por los agentes que controlan los flujos de información, es decir, las grandes corporaciones mediáticas, a través de operadores globales como CNN y de otros canales que se alimentan de CNN, que dan una versión de los hechos satisfactoria de las expectativas de su público occidental. Esto supone que los que vivimos en el Primer Mundo y vemos la CNN, por ejemplo, u otros canales nacionales o locales que se alimentan de CNN y otras agencias similares, tenemos una imagen sesgada, manipulada, y hasta uniformizada del mundo, inclinada a presentar los beneficios de la globalización.

Para consuelo de muchos de los ponentes, la realidad es otra, es decir, hay una pluridimensionalidad de las culturas y auténticos focos de resistencia local a la uniformización cultural, sobre todo en los territorios menos desarrollados en el seno de la economía global. Inglehart sostiene que la globalización no conduce a la uniformización cultural global, sino que se mantiene cierta divergencia cultural y de valores en virtud de ciertos factores: desarrollo económico y flujo informacional, es decir, en relación directa con las asimetrías que el proceso de globalización económica y tecnológica manifiesta. Las identidades se resisten a cambiar, pero son más dinámicas y ligeras donde ha habido un mayor desarrollo económico y social. A menor desarrollo, más resisten la identidad y los valores tradicionales, aunque hay importantes excepciones a esta regla que hacen dudar del verdadero papel de la globalización en este sentido. Estados Unidos y Arabia Saudita son dos ejemplos de convivencia de un elevado desarrollo económico con un estancamiento de los valores en lo tradicional e incluso, en el caso americano, con un nuevo auge del fundamentalismo religioso. Como ha apuntado Touraine, Estados Unidos es sede de las grandes redes mundiales de tecnología, y a la vez la sociedad más fragmentada del mundo, donde el proceso de afirmación de las identidades prevalece sobre la comunicación de las mismas.

A partir de esta constatación de la diversidad, Castells da una noticia tranquilizadora: no hay aldea global, no hay unidad global de los flujos mediáticos separada de las culturas locales específicas, es decir, no hay centro y periferia, sino que todo es nodular e interconectado. Pero esto no es cierto del todo: los flujos mediáticos están concentrados en unos pocos agentes corporativos que pueden controlar la información que se genera en el mundo, y a la vez generarla y distribuirla por sí mismos; después están las culturas locales, aldeas dispersas, unas mejor interconectadas que otras. La contradicción interna del discurso optimista de la globalización radica en no saber apreciar que el flujo de la información no es bidireccional al cien por cien, es decir, en no constatar que persiste la asimetría en el ámbito de la información. La globalización tecnológica permite la universalidad potencial de los flujos de información, pero de hecho esto no ocurre, hay áreas locales impermeables a los flujos exteriores, y hay información de áreas locales que es filtrada por los agentes corporativos que controlan el flujo global de información. El mensaje de Castells puede ser tranquilizador en tanto que puede haber desaparecido el riesgo de una uniformización cultural centralizada, de un mestizaje global, pero no se puede bajar la guardia ante el hecho de que el control de la información ya no está en manos estatales, públicas, sino en manos privadas, corporativas.

La argumentación de Touraine nos parece mucho más realista: las culturas desaparecen y son sustituidas por los mercados y las identidades. Identidad no equivale a cultura, es simplemente una etiqueta de reconocimiento, pero el mito de la globalización ha generado la confusión entre ambas, en parte porque la globalización tecnológica y económica ha obligado a las culturas a replegarse en un ámbito de acción que obliga a la afirmación de su identidad, tal y como indica el informe de Inglehart. La globalización agudiza las identidades como respuesta a sus desafíos, pero no porque la cultura se haya globalizado. Y la afirmación identitaria se produce en todos los ámbitos, sobre todo en los territorios de riesgo, pero también en los territorios seguros, donde el fenómeno identitario puede tener un componente fundamentalista tan claro o tan potente como en los territorios de riesgo (y Estados Unidos es el mejor ejemplo).

En cuanto a la posibilidad de la tan temida globalización de la cultura, es decir, la uniformización progresiva de las culturas, fagocitando las fuertes a las débiles o minoritarias, es un tema que ya ha sido tratado en la antropología clásica y contemporánea, pues se trata de un fenómeno tan antiguo como las civilizaciones. Así que los ponentes, en general, no aportan nada nuevo sobre el tema. El mestizaje global sigue generando una especie de miedo entre los intelectuales progresistas, miedo a que la occidentalización acabe estropeando lo auténtico que hay en las culturas menos desarrolladas y menos tecnificadas. Y al comprobar que las estadísticas demuestran que hay resistencias a la uniformización hay un consenso generalizado de que esto es positivo. Pero ni el mestizaje es global, ni es tan bueno, ni es tan malo. Para Polly Toinbee es muy fácil pasar elementos de una cultura a otra, la contaminación está en la esencia de la cultura, y una cultura pura es una cultura muerta, por muy virgen que permanezca. En consonancia con esto, Held señala que los culebrones hispanos se ven en todo el mundo, y lo que ocurre es que cada cultura los reinterpreta en función de sus propios esquemas, de modo que persiste la diversidad, a pesar de la contaminación global con un producto homogéneo.

El inconveniente no reside en la contaminación intercultural, sino más bien en un aspecto en cierto sentido externo a ella. La fagocitación fruto de la supremacía de una cultura sobre otra no es el resultado de la interacción en sí, sino que ha de darse como actitud previa en una cultura que se entiende a sí misma como superior. Así, no es tan grave que los españoles veamos culebrones venezolanos, o series americanas, ni que los tibetanos capten por satélite películas occidentales subidas de tono, pero hay que admitir que estas interacciones tampoco son absolutamente inocuas para las culturas receptoras si los contenidos están programados desde la perspectiva de la supremacía del agente emisor. Y eso puede ocurrir cuando el agente es una poderosa corporación mediática privada cuya filosofía está determinada desde dentro y toma decisiones en apoyo o en contra de determinadas interpretaciones del mundo.

Sobre este punto, Tresserras admite que los actores de la globalización informacional intervienen decisivamente en la función de construcción social, es decir, que hay un vínculo entre las industrias de la comunicación global y la formación de la cultura, tanto en lo global como en lo local, cosa que a su vez interviene como componente esencial en la construcción de las identidades. Eso explica que los tejanos sean usados por tanta gente en todo el mundo, pero no acaba de explicar por qué las identidades y las culturas conservan sus rasgos locales a pesar de que la globalización tecnológica permita asimilar múltiples elementos nuevos para la construcción de identidades híbridas y más abiertas, salvo que los receptores capten contenidos sesgados y unilaterales. La asimetría va en detrimento del pluralismo y la diversificación de propuestas, y el monocromismo de la televisión, de la industria del cine o de la prensa acaba contagiando también a Internet. Por eso parece cierto que lo único que se está globalizando es la incultura.

La asimetría detectada en la globalización tecnológico-financiera tiene, pues, una vertiente mediática y, a la vez, un componente cultural. La información está mal repartida porque la tecnología y los capitales también. Lo cual se traduce, según Tresserras, en que "si las pequeñas culturas no pueden dotarse de bases industriales para proteger y proyectar sus culturas locales, entonces algunas identidades corren peligro", es decir, pueden ser uniformizadas y fagocitadas al interactuar con desventaja en un universo mediático dominado por los grandes actores culturales. Sin embargo, esto se contradice con los datos aportados por Inglehart, que muestran que las zonas de menor flujo financiero y desarrollo tecnológico, las zonas de riesgo, se mantienen en cierto estancamiento cultural equivalente al estancamiento tecnológico y social que padecen, y desarrollan una resistencia a su fagocitación por las culturas más desarrolladas, así como un mayor apego por sus identidades tradicionales. Es decir, que la debilidad económica y tecnológica de unos contribuye más a generar nuevos nichos culturales, en ocasiones con carácter identitario y fundamentalista, que a generar uniformidad a través de la asimilación de los pequeños por los grandes depredadores culturales.

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