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Luces y Sombras en el Escenario de la Globalización (página 2)

Enviado por Pablo Turmero


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Sin tener en cuenta esta reflexión, Tresserras sostiene que las culturas pequeñas pueden sobrevivir exportando sus estereotipos. Por otro lado, según Castells, tales rasgos dan sentido y permiten a la gente crearse una identidad, saber quiénes son. Esta actitud en favor de los estereotipos identitarios es típica de la mentalidad posmoderna, es la llamada del giro identitario, y encaja perfectamente con otro rasgo posmoderno, el compromiso superficial con la realidad social, política y cultural: "no hay que tomar ninguna decisión que nos hipoteque para toda la vida en orden personal, tampoco lo que se refiere a las identidades ni tampoco en las opiniones políticas". Si combinamos el uso del estereotipo identitario con el compromiso superficial, el resultado es no sólo que nuestras sociedades parezcan quietas, cerradas en sus intocables y virginales rasgos de identidad, sino además que los sujetos sean polimórficos, capaces de adquirir identidades reversibles y adaptables a las circunstancias. Al otorgar a los estereotipos el rango de referencia identificadora de una cultura se corre el riesgo de que, tanto desde fuera como desde dentro, esa referencia se enquiste y quede permanentemente anclada en el océano de la pluralidad cultural como una "esencia" definitoria de una cultura. En estas condiciones, todos los fenómenos sociales y políticos (incluso la delincuencia) tienden a interpretarse en clave identitaria, y la pluralidad queda entendida, más bien preconcebida, como un agregado de diferencias identificables mediante etiquetas simples y fácilmente reconocibles, de manera que los componentes comunes entre las culturas y la pluralidad interna de las mismas quedan en desventaja en el momento en que se produce la interacción cultural. En fin, que la reflexión Tresserras tampoco ha ido mucho más allá de lo que hace años describiera sagazmente Lipovetsky. Ninguno de los dos advierte, sin embargo, el riesgo de que el sujeto pueda desaparecer de la escena si el componente colectivo lo disuelve en su seno. Parece que preocupa más el fallo comunicacional entre los sistemas culturales que la disolución del sujeto en ellos, con consecuencias irreparables en el ámbito político democrático.

El ponente Tresserras acaba finalmente reconociendo que los actores o agentes de la globalización informacional son corporaciones privadas, es decir, que no deben explicar sus responsabilidades a ninguna instancia política, sus actos se desarrollan fuera del control de los estados y hasta de instituciones de control supranacionales, y que estos agentes dirigen un negocio con intereses económicos privados. Castells finalmente también corrobora estas tesis. Estos actores globales disponen de gran capacidad para generar información sobre datos incontrastables. No hay absoluta seguridad sobre qué celebraban aquellos palestinos el 11 de septiembre de 2001, ni se han pedido responsabilidades a quienes emitieron aquellas imágenes tan equívocas. Esto pone sobre la mesa un asunto mucho más profundo: cada vez más, el acceso al mundo exterior se convierte en una cuestión de confianza hacia la información recibida, que se convierte en una forma de conocimiento por referencia sobre la que basamos nuestra experiencia y nuestra personal construcción del mundo. La confianza se convierte en un elemento esencial del pensamiento crítico contemporáneo, o mejor dicho, la desconfianza. No hay razones para confiar en unas referencias producidas por unos medios que se caracterizan por una opacidad creciente. Y el mejor ejemplo de ello es Internet, considerado como instrumento y depósito de conocimiento, puesto que toda referencia a la información contenida en la red fundamenta su facticidad y su veracidad en la confianza, en la enorme dosis de confianza puesta sobre un producto caracterizado por su eventual inmaterialidad: si una web caduca, cosa que ocurre con cierta facilidad, desaparece su posibilidad referencial, cosa que no ocurre tan fácilmente con los documentos grabados sobre algún tipo de soporte tangible (papel, cinta magnética, disco, etc.), pues es muy raro que no se hayan realizado duplicados de esos documentos, sobre todo si se trata de libros.

Estrechamente ligada al flujo de información se mueve la confianza no sólo como criterio de aceptación de la información, sino también como criterio de legitimación política. Todas las formas de poder dependen de los apoyos que reciban y de las confianzas que generen, y más aún en el caso de las formas democráticas, admite Cardoso. No hay duda de que hoy, en pleno proceso de globalización tecnológica y mediática, esa confianza democrática está vinculada a los medios de comunicación. La legitimidad del político depende hoy más que nunca del grado de confianza que sepa obtener a través de los medios de comunicación. Un reciente y grave ejemplo de ello es la derrota del Partido Popular en las pasadas elecciones, tres días después de los atentados del 11 de marzo de 2004 y de haber gestionado la información sobre los mismos de una manera que, en buena medida, generó desconfianza entre los ciudadanos. En este suceso jugaron un papel esencial los elementos mediáticos que intervinieron, tanto en favor o en contra del Gobierno aún en funciones.

La confianza democrática aporta grandes dosis de subjetividad a lo político -aunque en su vertiente epistemológica permita una mayor objetividad como conocimiento por referencia. La confianza es también la alternativa posmoderna a la burocracia ilustrada, mal parada después de la experiencia nazi, que convirtió los campos de concentración y exterminio en una gestión administrativa y económica, e incluso en un asunto médico, para mayor muestra de objetividad y de la barbarie que puede derivarse de ella. Sin embargo, si la objetividad conlleva semejantes riesgos porque llevada al extremo puede convertirse en crimen de la razón instrumental, es necesario estar prevenidos ante los excesos de la subjetividad, esto es, ante los excesos de confianza que depositamos en las personas que tienen poder. Cardoso apuesta por la confianza tanto en las instituciones globales de control económico y financiero como en las nuevas instituciones más auténticamente posmodernas y herederas de la globalización: las ONG"s. Ellas son el mejor ejemplo de cómo obtener una gran dosis de confianza y legitimidad sin recurrir a la vía política.

El auténtico riesgo de esta confianza consiste, tanto desde el punto de vista objetivo como desde el subjetivo, en aceptar el poder que está en manos de otros (sean entes públicos o privados) y no prever que puedan usarlo instrumentalmente contra los que han de participar en el juego económico y político en situación de desventaja. En este sentido ha de entenderse nuestro reproche a los ponentes por ser tan optimistas y confiados en el estado de cosas y sus manifestaciones mediáticas. Es un lujo que los ilustrados del siglo XXI no pueden permitirse.

Diálogo y explicación de lo real

Uno de los principales elementos que hay que destacar en el desarrollo de este diálogo es la ausencia de novedades significativas acerca de los conceptos principales que se manejan sobre el tema. No ha habido una evolución perceptible en los últimos veinte años en la interpretación de la globalización o, si la ha habido, en este diálogo apenas se insinúa, salvo cuando se trata de las inevitables actualizaciones de datos, como es el caso de la proliferación de cadenas de información internacional (Volkmer) y los nuevos datos estadísticos sobre la evolución de las culturas en ochenta países (Inglehart).

La ausencia de novedades significativas se explica por el proceso mismo de la globalización, que se inició con el imperialismo económico, a finales del siglo XIX, al universalizarse los mercados. En los últimos veinte años, las condiciones de la globalización no han sufrido cambios sustanciales, sino más bien una acentuación, una intensificación de sus elementos definitorios. La fragmentación identitaria, detectada hace tiempo, ahora es una evidencia indiscutible. Escandalosa es la asimetría económica y social en un planeta pretendidamente unido por la tecnología informacional y un mercado global, así como el reparto censitario de la capacidad de decisión global y local en los foros internacionales, comenzando por Naciones Unidas.

Al menos se ha corregido parcialmente la mistificación de la globalización, iniciada en tiempos de McLuhan bajo la famosa etiqueta de la "aldea global". El desarrollo imparable de la tecnología informacional había dado alas a la idea de un mundo globalizado, sin reparar en su casi inevitable fragmentación. En este diálogo se han podido hacer las correspondientes matizaciones al mito y se ha recuperado la idea de "aldeanidad", al reconsiderarse el peso de la fragmentación de las culturas y el resurgir de las identidades en la configuración de nuestro mundo. Esto supone también retomar nuevas problemáticas y resituarlas en el problema general de la globalización, como es el caso del papel de los nacionalismos y de los fundamentalismos identitarios y religiosos en la configuración de un orden político global. Todo ello obliga a considerar el estado de cosas sin la máscara del mito de la globalidad. Ahora, las razones para el optimismo o el pesimismo ya no pueden apoyarse exclusivamente en la globalización tecnológica, sino que también han de calibrar los efectos de la fragmentación de las culturas.

El marco culturalista, sin embargo, ya ha obtenido la bendición de los intelectuales de primera línea. Desde el giro identitario ha habido una indisimulada preferencia por las expresiones culturales y por los elementos consuetudinarios para abordar la construcción civil y configurar la socialidad en las sociedades capitalistas avanzadas, en detrimento del denostado marco racionalista y formal, proyectado (y nunca realizado completamente) en la modernidad. Hay un optimismo ingenuo que cree que los hombres van a vivir mejor bajo el nuevo marco que bajo el anterior. Pero no ha habido un examen crítico de las condiciones profundas de esta socialidad orgánica que se propone para la era global, y parece descartarse que los individuos puedan salir mal parados de la experiencia culturalista. Es, sin embargo, lo que puede ocurrir: a efectos de libertades individuales, no es lo mismo integrarse en un régimen de socialidad identitaria que en un régimen de socialidad formal. Hoy tiene más valor la pertenencia colectiva que la libertad individual. Al cabo, el marco formal quedaría reducido a las relaciones entre las distintas identidades, mediante el marco de protocolos que rige en la red de flujos de capital e información. Tal sería el nuevo régimen de la pluralidad, un régimen fragmentario, atomizado y compartimental, que engulliría a los individuos (genuinos depositarios de la pluralidad) en las identidades. Alguna de esas identidades puede adoptar rasgos fundamentalistas y excluyentes, así como tendencias belicosas, homófobas, misóginas, etc. Se piensa que para huir del riesgo del viejo totalitarismo estatal es una solución insertar a los individuos en las identidades, sin tener en cuenta el riesgo del nuevo totalitarismo identitario.

En fin, nada justificaba hace años la confianza que despertaba la globalización, y nada lo justifica hoy; al contrario, hay muchas razones para el pesimismo. No se entiende el exceso de confianza de algunos ponentes en el estado de cosas actual y en la capacidad de autodemocratización y de autocontrol de los agentes privados que participan en el control de los flujos de información global. Acaso se insinúan objeciones al optimismo manifestado, pero sin profundizar en las cuestiones de fondo. Quizás el escenario del Forum no era el propicio para una discusión de este tipo. Uno de los tópicos más repetidos en este diálogo es "no es este el lugar adecuado para profundizar", o "no tenemos tiempo para hacer una explicación más completa", "sólo unas pinceladas", o incluso "no puedo explicarlo de forma coherente". Pues si éste no era el lugar adecuado, ¿cuál, si no? Da la impresión de que se ha primado el factor diálogo sobre el factor explicación y comprensión de la realidad.

 

 

Autor:

Pablo Turmero

 

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