Karl Leisner, sacerdote mártir de Cristo, está enterrado en la cripta de los mártires de la catedral de Xanten. El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 23 de Junio de 1996, declarando mártir de la Iglesia, a quien ya había declarado modelo de la juventud europea el 08-10-88. ¡Valió la pena haber vivido y haber sido sacerdote para celebrar sólo una santa misa! El poder de Cristo Eucaristía le dio el valor necesario para dejarlo todo y llegar hasta el sacerdocio y afrontar el martirio. ¡ Que Dios sea bendito!
EL SACERDOTE
«La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un «maravilloso intercambio» entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo (otro Cristo)…
¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día en la persona de Cristo el sacrificio redentor el mismo que Cristo llevó a cabo en la cruz?… Por eso, la celebración de la Eucaristía es, para El, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida» (DM 8). «El sacerdote debe vivir la solicitud por toda la Iglesia y sentirse de algún modo, responsable de ella» (DM 5) y de toda la humanidad. Tiene una misión universal.
Jesús lo ha unido a la acción más santa de la historia, a la única acción plenamente digna de Dios. Por eso, debe estar siempre agradecido por el don de su vocación. ¡Qué grande es la dignidad del sacerdote! «Con toda tu alma honra al Señor y reverencia a los sacerdotes» (Edo 7,31). «El sacerdocio es el anwr del Corazón de Jesús… Si comprendiésemos bien lo que es el sacerdote, moriríamos no de pavor sino de anwr» (Cura de ars). «El sacerdocio es la cima de todas las dignidades y títulos del mundo» (S. Ignacio de Antioquía). Por ello, los santos tenían tanto aprecio y respeto por los sacerdotes. Decía Sta. Eduviges:
«Que Dios bendiga a quien hizo que Jesús bajara del cielo y me lo dio». Igualmente, S. Francisco de Asís afirmaba «En los sacerdotes veo al Hijo de Dios.., y, si me encontrara con un ángel del cielo y con un sacerdote, primero me arrodillaría ante el sacerdote y después ante el ángel».
«Oh venerable dignidad del sacerdote, entre cuyas manos se en- cama cada día el Hijo de Dios, como se encarnó en el seno de María» (5. Agustín). El sacerdote es el hombre de la Eucaristía y vive para la Eucaristía. Juan Pablo II afirmaba que «La celebración de la Eucaristía es el centro y el corazón de toda vida sacerdotal» (30-10-96). Y El, personalmente decía: «Nada tiene para mí mayor sentido ni me da mayor alegría que celebrar la misa todos los días. Ha sido así desde el mismo día de mi ordenación sacerdotal» (USA 14-9-87).
«Para mí el momento más importante y sagrado de cada día es la celebración de la Eucaristía. Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar «en la persona de Cristo». Jamás he dejado la celebración del santísimo sacrificio. La santa misa es el centro de toda mi vida y de cada día» (27-10-95). Ser sacerdote es ser «administrador del bien más grande de la Redención, porque da a los hombres al Redentor en persona. Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo sacerdote. Y para mí, desde los primeros años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía ha sido no sólo el deber más sagrado sino, sobre todo, la necesidad más profunda del alma… el misterio eucarístico es el corazón palpitante de la Iglesia y de la vida sacerdotal» (DM 9). De su celebración dependen muchas bendiciones para el mundo, pues se celebra por la salvación del mundo entero.
De ahí que la Iglesia «recomienda encarecidamente (al sacerdote) la celebración diaria de la misa, la cual, aunque no pueda tenerse con asistencia de fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes cumplen su principal ministerio» (canon 904 y Vat II PO 13). El sacerdote en la misa «ofrece el santo sacrificio in persona Christi (en la persona de Cristo), lo cual quiere decir más que en nombre o en vez de Cristo. In Persona quiere decir en la identificación específica sacramental con el Sumo y eterno sacerdote, que es el autor y el sujeto principal de éste su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie» (Pablo VI, carta sobre el culto de la Eucaristía N° 8). El sacerdote en la misa personifica a Cristo, según el canon 899. Cristo toma posesión de su persona y, a través de El, se ofrece a Sí mismo al Padre, como lo hizo en la cruz. Hay una identificación del sacerdote con Cristo, pues Cristo absorbe la persona del sacerdote y actúa a través de El, que es su ministro e instrumento. El sacerdote le presta su voz, sus manos, su cuerpo. El que habla en la misa no es el sacerdote humano, al que escuchamos. Ciertamente, oímos su voz, pero su voz viene de más arriba, de más hondo. Es la voz misma de Cristo, que habla a través del sacerdote. Sus manos son las manos de Jesús, el cual se sirve del sacerdote, de sus manos, de su lengua, de sus palabras para ofrecer el sacrificio del altar. Porque, en realidad, es Jesús quien celebra la misa. El es el único y eterno sacerdote, pero, como no lo vemos ni oímos, necesita del sacerdote, como de una pantalla, en la que proyecta su propia vida divina, su sacrificio, su amor, su voz…
Como le decía Jesús a la Vble. Concepción Cabrera de Armida, fundadora de las religiosas de la cruz: «El sacerdote en la misa, identificado conmigo, es otro YO, es decir es Yo mismo al consagrar en ese gran misterio de la transustanciación» (cc 49,181).
Por esto, es tan importante que los sacerdotes celebren con toda devoción, siendo Conscientes del gran misterio que se realiza. Y deben ser puros para mejor identificarse con la pureza misma, que es Jesús. Ya en el siglo 1, en el famoso libro de la Didache (c 14), se nos dice: «celebrad la Eucaristía, habiendo confesado vuestros pecados para que vuestro sacrificio sea puro», porque «en todo lugar ha de ofrecerse a mi Nombre un sacrificio humeante y una ofrenda pura» (Mal 1,1 1).
«Si el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración con gran sencillez y humildad, de manera comprensible, correcta y digna, como corresponde, sin prisas, con un recogimiento tal y una devoción tal que los participantes adviertan la grandeza del misterio que se realiza, entonces los fieles crecerán en el amor a Cristo Eucaristía» (Pablo VI ib. N°9). Por eso, aconsejaba Juan Pablo II: «Vi vid desde ahora plenamente la Eucaristía, sed personas para quienes el centro y culmen de toda la vida sea la santa misa, la comunión y la adoración, eucarística» (España 8-11-82).
¡Es tan grande ser sacerdote y poder realizar cada día el gran prodigio de amor! «El mundo debería vibrar el cielo entero debería conmoverse profundamente, cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote… Entonces, deberíamos imitar la actitud de los ángeles que, cuando se celebra la misa, bajan en escuadrones desde el paraíso y se estacionan alrededor de nuestros altares en adoración para interceder por nosotros» (S. Francisco de Asís). «Los ángeles llenan la Iglesia en ese momento, rodean el altar y contemplan extasiados la sublimidad y grandeza del Señor» (S. Juan Crisóstomo, De sacerd 6,4). «Y lo rodean, como haciéndole una guardia de honor» (S. Bernardo).
S. Juan Crisóstomo en su libro «Diálogo del sacerdocio» nos habla de que vio repetidas veces la iglesia llena de ángeles, especialmente, en el momento de la misa. Sta. Ángela de Foligno decía que veía a Jesús sobre el altar, rodeado de una multitud de ángeles. Y lo mismo afirma Sta. Brígida. El P. Ignacio, pasionista, director espiritual de la Vble. Eduvigis Carboni, la estigmatizada de Cerdeña, muerta en 1952, cuenta que, varias veces, ella le recomendaba que «cuando celebrara la misa, mirase a lo alto para ver a los ángeles asistir al santo sacrificio de la misa». El mismo Bto. Escribá de Balaguer, fundador del Opus Dei, en su libro «Es Cristo que pasa» nos dice: «cuando yo celebro la misa, me sé rodeado de ángeles, que están adorando a la Trinidad».
Por eso, es tan necesario que todos, pero muy especialmente los sacerdotes, sean santos. «Sed santos, porque yo el Señor soy santo y os he separado de entre los pueblos para que seáis míos» (Lev 20,26). Y Cristo exclamaba: «santifícalos en la verdad» (Jn 17,17). Yle decía ala Vble. Concepción Cabrera de Armida: «Los sacerdotes son las fibras de mi corazón, su esencia, sus mismos latidos» (A mis sacerdotes 33). Ellos se configuran con Cristo sacerdote de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo Cabeza (Vat II, PO 2). Están llamados a ser transparencia de Jesús y el Padre les dice: «Tú eres mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias» (Mc 1,11). «Tú eres sacerdote para siempre» (Sal 110,4). «El sacerdote tiene una especial vocación a la santidad. ¡Cristo tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes santos!» (DM 9). La celebración diaria de la misa los pone en contacto con la santidad de Dios y les recuerda que están llamados a la santidad. Sólo, siendo santos, podrán realizar una pastoral eficaz (Cf Juan Pablo II, 13-2-97).
Un día, en uno de sus viajes pastorales a España, Juan Pablo II saludó a un sacerdote enfermo, que estaba en silla de ruedas, que le dijo: «Santidad, he ofrecido mi vida por la Iglesia». Cuentan que el Papa le contestó: «Ya somos dos». ¿Serás tú capaz de ofrecerte como ellos? Jesús te quiere santo. Así lo era el gran místico francas P. Lamy.
Amaba tanto a Jesús sacramentado que El lo premió c6n un gran milagro. El día 15 de Marzo de 1918 una explosión destruyó la Iglesia de su parroquia de La Courneuve. Quedó destruido el altar con el sagrario, pero el copón, con las cuarenta hostias consagradas, quedó intacto y en el aire milagrosamente. Incluso, el paño que cubría al copón no tenía ni un granito de polvo, estaba totalmente limpio.
Sin embargo, a veces lamentamos casos de sacerdotes que abandonan su ministerio o llevan una vida mediocre o dan que hablar por su conducta. Oremos por ellos. Sta. Teresa de Jesús relata que: «una vez llegando a comulgar vi. dos demonios que rodeaban al pobre sacerdote… y vi. a mi Señor con la Majestad que tengo dicha, puesto en aquellas manos, en la hostia que me iba a dar y que se veía claro ser ofensoras suyas y entendía estar aquel alma en pecado mortal… Dijome el mismo Señor que rogase por El y que lo había permitido para que entendiese yo la fuerza que tienen las palabras de la consagración y cómo no deja Dios de estar allí por malo que sea el sacerdote que las dice… Entendía cuán más obligados están los sacerdotes de ser buenos que otros y cuán recia Cosa es tomar este Santísimo Sacramento indignamente y cuán señor es el demonio del alma que está en pecado mortal» (V 38,23).
Melania, la vidente de la Virgen en La Salette, Francia, en 1846, refiere en su Autobiografía italiana que «un día fui a la Iglesia y vi un sacerdote con su hábito todo roto, con cara muy triste, pero tranquilo, que me dijo: Sea por siempre bendito el Dios de la justicia y de la infinita misericordia. Hace más de treinta años que estoy condenado con toda justicia en el Purgatorio por no haber celebrado con el debido respeto el santo sacrificio, que continúa el misterio de la Redención, y por no haber tenido el cuidado que debía de la salvación de las almas, que me estaban confiadas. Me ha sido hecha la promesa de mi libe ración para el día en que oigas la misa por mí, en reparación de mi culpable tibieza… A los tres días pude ir a misa. Después de la misa, vi al sacerdote, vestido con hábito nuevo, adornado con brillantes estre46
has, su alma completamente embellecida y resplandeciente de gloria, que volaba hasta el cielo».
Una religiosa me escribía lo siguiente: «El 7 de Junio de 1956, después de mucho pedírmelo el Señor y no darle un SI, una noche tuve una experiencia que me hizo estremecer El deseo de ofrecer mi vida por los sacerdotes era para mí como una sombra de la que no podía deshacerme, pero no me decidía, me daba miedo. Hasta que El, cansa1 do de esperar me tiró como a Saulo y me hizo caer de mí misma. Tuve una visión, vi a un sacerdote que, mirándome con los ojos desorbitados me decía: Por tu culpa, por tu culpa me condeno. Como herida por un r1 rayo, salté de la cama y me ofrecí en aquel momento y le di mi SI a Jesús. No sé el tiempo que pasé de rodillas, pero la luz del día me encontró a los pies del crucifijo de mi celda. No sentía cansancio ni miedo, pero sí la Paz de haber dado mi SI para siempre».
Si tú sientes el llamado de Jesús al sacerdocio, ¿serás capaz de darle tu SI sin condiciones? Y si sientes la llamada a consagrar tu vida por ellos? ¿Podrías decir como Jesús: «Por ellos me consagro para que sean santos de verdad»? (Jn 17,19). Di con Sta. Teresita: «Roguemos por los sacerdotes, consagrémosles nuestra vida» (carta 8 a Celina). Oremos para que sean santos.
El sacerdote es el puente entre Dios y los hombres. Habla a Dios de los hombres y a los hombres de Dios. Es pastor y guía del pueblo de Dios. Y debe ser también defensor de su pueblo contra el ataque permanente del Maligno. Hoy día, parece que el diablo anda suelto por el mundo. Hay grupos satánicos, que propagan el mal y el culto a Satanás, por todas partes… Hay sociedades secretas, gobiernos, instituciones y muchas sectas, que combaten contra la Iglesia Católica. Y hay mucha gente oprimida por el poder del demonio y de sus secuaces, que hacen hechizos y maleficios para crear sufrimientos, desuniones y toda clase de maldad. El sacerdote debe enfrentarse al Maligno con una vida de santidad personal para poder liberar a las almas y salvarlas.
Debe ser Consciente de los poderes que Dios le ha entregado para exorcizar (en privado), para bendecir, para predicar, para perdonar y, sobre todo, para celebrar la Eucaristía. Debe recomendar el rezo del rosario, la lectura de la Palabra de Dios, el ayuno, el uso del escapulario del Carmen, de imágenes sagradas.., y todo lo que pueda servir en la lucha contra las fuerzas oscuras del infierno. En esta lucha, puede ser muy útil también el rosario o coronilla del Señor de la misericordia, que Jesús enseñé a la Bta. Faustina Kowalska. En esta coronilla se dice la oración: «Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo en expiación de nuestros pecados y los de todo el mundo».
Ciertamente, el sacerdote debe ser un hombre bien preparado, de estudio, que está al día en todas las normas y disposiciones de la Iglesia, y las sigue. Pero, sobre todo, debe ser un hombre de oración y sacrificio, dispuesto a dar su vida por los demás. «Sí, el sacerdote debe ser ante todo hombre de oración, convencido de que el tiempo dedicado al encuentro íntimo con Dios es siempre el mejor empleado, porque, además de ayudarle a El, ayuda a su trabajo apostólico» (DM 9). En cierto modo, es responsable de toda la humanidad, pues Dios le encomienda a todos los hombres, a quienes debe llevar en su corazón al celebrar la santa misa. El sacerdote debe ser maestro de la Palabra de Dios e instrumento de paz y reconciliación, sobre todo, a través del sacramento de la confesión, que es «parte esencial de su misión» (DM 5). Es representante y embajador de Cristo en el mundo, depositario y distribuidor de los tesoros de la Redención. «Es administrador de bienes invisibles e inconmensurables que pertenecen al orden espiritual y sobrenatural» (DM 9). Es ministro de Cristo y de la iglesia, en comunión siempre con el obispo. Debe ser un «padre» para todos sin excepción y debe vivir de la Eucaristía y para la Eucaristía. En una palabra, debe ser Eucaristía viviente de Jesús. Decía el gran científico jesuíta Teilhard de Chardin: «Felices aquellos sacerdotes que son elegidos para el acto supremo de su vida, lógica coronación de su sacerdocio: la comunión hasta la muerte con Cristo». —
¡Cuán grande es el sacerdote! Decía Mons. Manuel González: «Por la consagración sacerdotal el sacerdote ha dejado místicamente de ser un hombre para ser Jesús. Las apariencias son del hombre, la sustancia es de Jesús: tiene lengua, ojos, manos, pies, corazón como los demás hombres; pero, desde que ha sido consagrado, todo su cuerpo no es del hombre, sino de Jesús. Sus ojos son para mirar y compadecer y atraer al modo de Jesús, que ha querido quedar oculto en el sagrario. Sus manos son para dar bendiciones a los hijos, direcciones a los caminantes, apoyo a los débiles, pan a los hambrientos, abrigo a los desnudos, medicina a los enfermos en nombre de Jesús…
Sus pies son para ir siempre en seguimiento de sus ovejas fieles o en busca de las descarriadas. Su cabeza para pensar en Jesús, conocerlo más y darlo a conocer y para tener como El, una corona de espinas. Su corazón es para amar perdonar agradecer y enamorarse de Jesús, abandonado en el sagrario. Su lengua es para hacer del pan y el vino, el Cuerpo y la Sangre de Jesús».
Meditemos en estas palabras de Hugo Wast: «Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel, Gabriel o Rafael, ni príncipe alguno de aquéllos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que hace un sacerdote… Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del Universo y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y en su sangre, y que este portento puede repetirlo cada día el sacerdote… Cuando se piensa que un sacerdote, cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey y que no es ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo, que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios… Entonces, uno puede entender que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque El puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a El.
Cuando se piensa en todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales. Uno comprende el afán con que, en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase una vocación sacerdotal… Uno comprende que es más necesario un Seminario que una iglesia y más que una escuela y más que un hospital.,. Entonces, llega uno a comprender que dar para costear los estudios de un joven seminarista es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que, durante inedia hora, cada día, será mucho más que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, ofreciendo su Cuerpo y su Sangre por la salvación del mundo.
Es por esto que es un gran pecado impedir o desalentar una vocación sacerdotal y que, si un padre o una madre obstruyen la vocación de su hijo, es como si le hicieran renunciar a un título de nobleza incomparable».
Digamos con Juan Pablo II a los sacerdotes: «¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final!» (DM 10). «Repetid las palabras de la consagración cada día, como si fuera la primera vez. Que jamás sean pronunciadas por rutina. Estas palabras expresan la más plena realización de nuestro sacerdocio» (carta del Jueves Santo 1997). Por mi parte, puedo decir que, si mil veces naciera, mil veces me haría sacerdote. Quiero celebrar la misa de cada día, como si fuera la última, como si fuera la única misa de mi vida. Muchas veces, después de haber celebrado la misa, he sentido una alegría y una paz profunda, me he sentido realizado como hombre y feliz de ser sacerdote. GRACIAS, SEÑOR, POR SER SACERDOTE.
MARIA Y EL SACERDOTE
El sacerdote debe ser consciente de su gran misión en el mundo. El es partícipe activo de la gran obra de la redención de los hombres, en unión con María. María también fue, en cierto modo, sacerdote al ofrecer a Jesús y ofrecerse con El en la misa del Calvario. Por eso, en cada misa, María también esta presente. Celebremos la misa en unión con María, en su Inmaculado Corazón.
Por otra parte, en el momento de la consagración, el sacerdote con su fiat (SI) hace presente a Jesús, renovando así el misterio de la Encarnación; tal como lo hizo María con su fiat (SI) el día de la Anunciación. Aquel día, Jesús y María se hicieron UNO, como el sacerdote y Jesús se hacen UNO.
Desde entonces, Jesús y María son inseparables, porque María recibe de Jesús constantemente su unión con la divinidad y Jesús recibe de María su unión con la naturaleza humana. De la misma manera, Jesús y el sacerdote deben estar siempre íntimamente unidos y unir su misma vida y su misma sangre en el torrente sanguíneo que, saliendo de la cruz, sigue salvando a los hombres.
María fue corredentora al pie de la cruz y sigue cumpliendo su misión y sigue ofreciéndose con Jesús en cada hostia consagrada. Muchos cristianos no piensan que junto a Jesús en la hostia esta también María. Ahí encontraran a la Madre. Ella es corredentora para siempre. De la misma manera, también el sacerdote debe ser corredentor y hacer de su vida una ofrenda permanente. Nunca el sacerdote es mas sacerdote que, cuando, en la misa, se ofrece con Jesús. Si sólo fuera protagonista material e inconsciente del misterio que se celebra y, si no quisiera ofrecerse, si no estuviera dispuesto a entregarle su vida con sus dificultades e incomprensiones, sufrimientos.., como lo hizo Jesús, entonces se perderían muchas bendiciones para el mundo. Pero, si se ofrece con Jesús y María… ¡ Qué unidad tan sublime, estupenda y maravillosa! ¡El Padre lo vera como a su Hijo! ¡María lo verá como a Jesús! ¡El Espíritu Santo lo transformará y transfigurará para que en la misa sea verdaderamente JESUS!
Entonces, María lo ofrece a cada uno como a su «Hijo». Ella es Madre especialmente de los sacerdotes, sus hijos predilectos, y quiere que sean puros, muy puros para que se identifiquen con Jesús. Si los sacerdotes aman a María, llegarán a amar cada día más a Jesús. Ella los ama con el mismo cariño y ternura que tuvo para el mismo Jesús. Ella los concibió a todos al concebir en su seno a Jesús, Sumo sacerdote. Y, como diría la Vble. Concepción Cabrera de Armida: «Los sacerdotes tienen un sitio especial en el Corazón de María y para ellos son los latidos más amorosos y maternales de su Corazón».
Personalmente, puedo decir que, en los momentos de crisis, en que pensaba abandonar el ministerio, el amor a María salvó mi sacerdocio. Y ahora le estoy «infinitamente» agradecido y rezo todos los días el rosario. El sacerdote nunca debe olvidarse del amor a María, de celebrar la misa en el altar del Corazón de María y de comulgar todos los días en unión con María.
Ven, Espíritu Santo, hazme verdadero sacerdote de Jesús; transfórmame en Jesús en cada misa y dame un amor inmenso a María, Madre de Jesús y Madre mía.
LA MISA ES LA ACTUALIZACION DEL SACRIFICIO DE LA
CRUZ. ES UNA NUEVA NAVIDAD.
ADoREMos A JEsUs S A c R A M E N T A D o
COMULGAR EN UNION CON MARIA
LA COMUNION
a).- Comunión Cósmica
Toda comunión es una comunión universal; pues, al comulgar, nos unimos en Cristo a todos los hombres y a todo el Universo. Decía Teilhard de Chardin en «El medio divino»: «No hay más que una misa y comunión. Estos actos diversos no son, sino puntos, diversamente centrales, en los que se divide y se fija para nuestra experiencia en el tiempo y en el espacio, la continuidad de un gesto único. En el fondo, sólo hay un acontecimiento que se desarrolla en el mundo: la Encarnación, realizada en cada uno por la Eucaristía. Todas las comuniones de una vida constituyen una sola comunión. Las comuniones de todos los hombres presentes, pasados y futuros constituyen una sola comunión…
Dios mío, cuando me acerque a comulgar haz que me dé cuenta de que me abres los brazos y el Corazón en unión con todas las fuerzas del Cosmos juntas. ¿ Qué podría yo hacer para responder a este abrazo universal? ¿para responder a este beso del Universo? A esta ofrenda total que se me hace, sólo puedo responder con una aceptación total. Al contacto eucarístico (al beso de Jesús Eucaristía) reaccionaré mediante el esfuerzo entero de mi vida, de mi vida de hoy y de mañana. En mí podrán desvanecerse las santas especies, pero cada vez me dejarán un poco más profundamente hundido en las capas de tu Omnipotencia. Por tanto, se justifica con un vigor y un rigor insospechado el precepto implícito de la Iglesia de que es preciso, siempre y en todas partes, comulgar La Eucaristía debe invadir mi vida. Mi vida debe hacerse gracias a este sacramento un contacto contigo sin límites y sin fin».
Esto lo comprendió bien una religiosa alemana, convencida de que «cada comunión con Jesús y todas las comuniones de todos los hombres de todos los tiempos son una sola comunión con Cristo, una comunión cósmica, la comunión de todos los santos en Cristo. Así todos unidos en Cristo, somos transformados y transformamos el Universo, llevando todo a la plenitud de su amor Todos debemos colaborar en la realización del reinado de Cristo en todos los hombres y en todas las criaturas. ¡Qué alegría sentirnos instrumentos de su amor para la realización de su plan de salvación universal y de transformación de todo el Universo en la comunión de su amor». Otra religiosa italiana me escribía: «Cuando comulgo recibo con El a todo su Cuerpo místico, recibo a cada hombre y mujer a cada niño o anciano, cercanos o lejanos, santos o pecadores… Cada comunión me hace sentir como si fuera una madre que acoge en su regazo a toda la humanidad. Así me siento presente en cada rincón de la tierra, a pesar de vivir en clausura, pero con mi amor a Jesús, llego hasta los confines del Universo».
Tu comunión es algo que le interesa a todos y que, en alguna medida, afecta a toda la humanidad. De ahí que, al ir a misa y comulgar debes llevar en tu corazón a todos los hombres y orar por ellos. Tu comunión afecta directamente a todos los que pertenecen al Cuerpo de Cristo. ¿Y quiénes pertenecen al Cuerpo de Cristo? S. Agustín decía:
«Quien ama se hace El mismo miembro de Cristo; ya que por el amor entra aformar parte de la estructura viva del Cuerpo de Cristo». (In Jo Ev 10,3). Según esto, no sólo pertenecerían a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, los católicos oficiales, sino también aquellos cristianos anónimos, de que habla el teólogo Rahner, es decir todos aquéllos que viven con amor y tienen a Dios en su corazón; ya que también ellos, aun sin saberlo, están unidos a Cristo. Y todos juntos formamos con El, el Cristo total, de que tanto habla el mismo 5. Agustín. El mismo santo nos dice que, en la misa, «la Iglesia ofrece y es ofrecida en la misma oblación con Jesús» (De Civ Dei 10,6).
«Todos somos (sois) UNO en Cristo Jesús» (Gal 3,28). De ahí también la responsabilidad de amar a todos los hombres, especialmente a los pobres y necesitados. La comunión o común unión nos lleva a sentirnos todos hermanos en Cristo y, por ello, a sentimos también responsables de su salvación.
Al recibir la hostia santa, entramos en contacto directo con la humanidad y divinidad de Jesucristo. Y esto, si estamos preparados y bien dispuestos, nos transforma y transfigura en Cristo. «El que comulga se une a Jesucristo como se unen dos pedazos de cera derretida, pues de su unión no resulta, sino un todo formado de los dos» (Sta. Magdalena Sofía Barat). Podemos comprender, entonces, que una comunión vale más que un éxtasis, que una visión, y, por supuesto, más que todos los tesoros del mundo. La comunión es entrar en contacto directo con el mismo Dios. La comunión transporta todo el paraíso a nuestro corazón y hace, en esos momentos, a nuestra alma el centro del Universo, pues ahí está Dios.
Hagamos de nuestra vida una misa y comunión cósmica, en unión con todos los seres. Según Teilhard, Jesús sigue celebrando su misa cósmica sobre el altar del Universo y nosotros somos parte de esta gran MISA. Para celebrarla bien y ser parte activa de este Universo en expansión hacia Dios, es preciso hacer de nuestra vida una misa por el ofrecimiento constante y la unión permanente con Jesús. Renovemos nuestra misa con Jesús:
Padre mío, una vez más en este día, en lugar del pan y del vino, te ofrezco mi vida en unión con Jesús. Te ofrezco mi familia y todas mis cosas. También quiero ofrecerte el dolor y el sufrimiento de toda la humanidad. Tú me la has encomendado y, por eso, me siento padre (madre) de todos los hombres. Mira sus pecados y límpialos de la faz de la tierra con la sangre bendita de Jesús. Mira sus alegrías y esperanzas… Mira todo lo bueno y todo el amor de todos los hombres y recíbelo con Jesús, tu Hijo amado.
También te ofrezco, Padre santo, toda la Creación con sus plantas, animales y cosas bellas, desde el humilde pajarito hasta las más brillantes estrellas, desde el pequeño átomo hasta las más grandes galaxias. Todo te lo ofrezco en esta misa cósmica, que celebro permanentemente con Jesús, en su divino Corazón, y por manos de María.
Te consagro mi vida como una pequeña hostia de amor para que esté siempre como tina lamparita ante tu trono. Que el pan y el vino de mi amor de mis esperanzas y alegrías, de mi trabajo y de mi dolor suban a 1 con toda la humanidad y con toda la Creación… Recibe, Padre, la misa de mi vida, y hazme santo. Quiero ser amigo de Jesús.
b). Pureza y Preparación
¿Es tan importante la pureza para unirnos a Dios en Cristo! Y pureza es, sobre todo, rectitud y sinceridad de vida de acuerdo al estado de cada uno. Cuando Dios encuentra un alma pura, recta y sincera, que lo busca con todo su corazón y con deseos de entrega total, pone en ella su trono y la hace el centro de la Creación.
Teilhard de Chardjn en «El medio divino» cita un cuento de Benson: «un vidente llega a una capilla apartada en la que reza una religiosa. Entra. Y he aquí que en torno a este apartadísimo lugar ve de pronto que el Universo entero se enlaza, se mueve, se organiza, siguiendo el grado de intensidad y la inflexión de los deseos de la mísera rezadora. La capilla se había convertido en un polo en torno al cual giraba la Tierra. La contemplativa sensibilizaba y animaba en torno a sí todas las cosas, porque creía; y su fe era operante, porque su alma purísima, la situaba muy cerca de Dios… Por eso, cuando llegó el momento en que Dios decidió realizar ante nuestros ojos su Encarnación, tuvo necesidad de suscitar antes en el Mundo una pureza capaz de atraerlo hasta nosotros. Necesitaba una Madre. Y creó a la Virgen María; es decir hizo que apareciera sobre la Tierra una pureza tan grande, que llegara a poder atraerlo en esa transparencia hasta su aparición como Niño pequeño. He aquí la potencia de la pureza para que haga nacer lo Divino entre nosotros».
Por eso, debemos acercarnos a comulgar con toda la pureza posible. «Oh si pudiésemos comprender quién es ese Dios a quien recibimos en la comunión, entonces s1 qué pureza de corazón traeríamos ante El» (Sta. Magdalena de Pazzi). Y, sin embargo, qué tristeza al ver que algunos se acercan sin confesarse después de mucho tiempo, vestidos indecentemente, distraídos, sin fe y sin devoción… Hay que poner el mayor empeño posible para que no caiga al suelo ninguna hostia o partícula al dar la comunión. Ya Tertuliano en su tiempo escribía: «Sufrimos ansiedad, si cae al suelo algo de nuestro cáliz o de nuestro pan» (De corona 3). S. Cirilo de Jerusalén en su Catequesis mistagógica escribe: «si alguno te diera limaduras de oro ¿no las guardarías con sumo cuidado? ¿y no procurarás con mucho mayor cuidado que no se te caiga ninguna partícula de lo que es más precioso que el oro y que las piedras preciosas? (5,21). Además, en el momento de la comunión, siempre debe usarse la bandejita. Así lo determina la constitución apostólica «Misal romano» de Pablo VI en el número 117: «El que comulga responde Amén, y recibe el sacramento, teniendo la patena (bandeja) debajo de la boca».
Por otra parte, «la Iglesia obliga a los fieles… a recibir al menos una vez al año, la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual (después de confesarse). Pero recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días» (Cat 1389). Sobre todo, recomienda que «los fieles comulguen, cuando participan en la misa» (Cat 1388). Pero «quien tenga conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la reconciliación antes de acercarse a comulgar» (Cat 1385). También se debe guardar el ayuno de una hora antes de comulgar (se puede tomar agua, y los enfermos están exentos del ayuno).
Como Cristo esta todo entero tanto en la hostia como en el vino, «la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo, cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete Eucarístico. Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales» (Cat 1390).
Según la Ordenación General del Misal Romano N° 242 (14) los miembros de las Comunidades religiosas pueden recibir todos los días la comunión bajo las dos especies en la misa conventual o de Comunidad. Los fieles laicos pueden hacerlo en determinadas circunstancias o en grupos especiales. Pero lo importante es unirnos a Cristo, aunque sólo sea con la hostia, pues recibimos su cuerpo, sangre, alma y divinidad. En ese momento, sellamos nuestra unión, amistad y alianza, uniendo nuestra sangre con la sangre de Jesús para siempre. No olvidemos que las alianzas con Dios se escriben con sangre, como Cristo en la cruz. Digamos con Jesús: «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».
Actualmente, se puede comulgar hasta dos veces al día, pero «solamente dentro de la celebración eucarística» (canon 917). Sin embargo, no debemos comulgar por costumbre o por rutina. Cada comunión debe ser única. «Debemos estar vigilantes para que este gran encuentro con Cristo en la Eucaristía no se convierta para nosotros en un acto rutinario y no lo recibamos indignamente, es decir en pecado mortal» (Pablo VI, carta sobre el culto de la Eucaristía N° 7). Sería bueno confesarse una vez al mes y poder comulgar todos los días. Pero no perdamos la comunión por algunos escrúpulos de conciencia, vayamos a confesar y, si no es posible, comulguemos, si no tenemos conciencia clara de pecado mortal. Después, lo antes posible, se puede confesar lo que nos intranquiliza, pues hasta se podría pedir confesión al celebrante después de la misa. No caigamos en la tentación de dejar la comunión por cualquier escrúpulo. Eso es lo que quiere el diablo para privarnos de tantas bendiciones, que podemos recibir en la comunión. Por eso, Sta. Margarita Ma. de Alacoque decía: «No podemos darle a nuestro enemigo el diablo mayor alegría que, cuando nos alejamos de Jesús y dejamos la comunión».
Sta. Teresita del Niño Jesús le escribía a su prima María Guerin: «Cuando el diablo ha conseguido alejar a un alma de la comunión, él lo ha ganado todo y Jesús llora. Oh, mi amada María, piensa que Jesús está allí, en el sagrario, expresamente para ti, solamente para ti y que está ardiendo en deseos de entrar en tu corazón. No escuches al demonio, búrlate de El, y ve sin temor a recibir al Jesús de la paz y del amor. Pero ya te oigo decir: Teresa piensa esto, porque no conoce mis miserias… Sí, ella las conoce y te asegura que puedes ir sin recelo a recibir a tu único Amigo verdadero. Ella ha pasado también por el martirio de los escrúpulos; pero Jesús le concedió la gracia de comulgar siempre, hasta cuando creía haber cometido grandes pecados. Pues bien, te aseguro que ella reconoció que era el único medio de desembarazarse del demonio.
Es imposible que un corazón, cuyo único solaz consiste en contemplar el sagrario (y amar a Jesús), lo ofenda hasta el punto de no poder recibirle. Lo que ofende a Jesús, lo que le lastima el Corazón, es la falta de confianza. Hermanita querida, comulga, comulga; he aquí el único remedio, si quieres curar».
También es muy importante no descuidar la acción de gracias después de comulgar, al menos durante los 10 ó 15 minutos que duran las especies sacramentales en nosotros, es decir, mientras estamos en contacto personal con la humanidad santísima de Jesús. Sta. Magdalena de Pazzi afirmaba: «Los minutos que siguen a la comunión son los más preciosos que tenemos en nuestras vidas. Son los minutos más propicios, de nuestra parte, para tratar con Dios y, de su parte, para comunicarnos su amor». Son minutos preciosos, celestiales, que por ningún motivo podemos desperdiciar con distracciones o conversaciones. No perdamos el respeto a Dios. La confianza hay que acompañarla de reverencia.
No se puede aceptar la practica de ciertas personas que salen de la Iglesia inmediatamente después de comulgar. Es sabido que S. Felipe Neri, en una ocasión, mandó a dos monaguillos con cirios encendidos que acompañasen por la calle a una persona, que salió de la Iglesia después de comulgar.
«Oh hermanos, si pudiéramos comprender el hecho de que mientras las especies sacramentales están dentro de nosotros, Jesús está ahí, en unión con el Padre y el Espíritu Santo… es decir que está toda la Santa Trinidad en nuestra alma… ¡Qué paraíso de felicidad!» (Sta Magdalena de Pazzi). Es por ello que 5. José de Cotolengo recomendaba a la hermana que hacía las hostias: «Haz las hostias más gruesas a fin de que yo pueda gozar de mi Jesús mucho tiempo. No quiero que se disuelvan rápidamente las sagradas especies». No olvidemos que recibimos al Rey y Señor de los cielos, que es todopoderoso. Y que por la comunión, como dice S. Agustín: «nos transformamos en lo mismo que recibimos» (Sermo 57,7).
Una sola comunión vale mas que todo el Universo. Por eso, no te pierdas nunca una misa o comunión culpablemente, porque una que se pierda, se pierde para toda la eternidad. «Una comunión es infinitamente m4s preciosa que todo lo creado» (Sta. Magdalena Sofía Barat). De ahí que los santos deseaban tanto comulgar. Se cuenta en la vida de Sta. Gema Galgani, la Vble. Mónica de Jesús y otros muchos santos, que cuando estaban enfermos y no podían asistir ala Iglesia, su ángel custodio les llevaba la comunión. Sta. Margarita María de A1acoque &exclamaba: «Deseo tanto recibir la comunión que, si tuviera que caminar descalza por un sendero de fuego a fin de obtenerla, lo haría con indecible gozo». Sta Catalina de Génova suspiraba tanto por comulgar que afirmaba: «Si yo tuviera que ir millas y millas sobre carbones ardiendo para recibir a Jesús, diría que el camino es fácil, como si hubiera caminado sobre una alfombra de rosas». La Vble. Candida de la Eucaristía, aseguraba: «Quitarme la comunión es como hacerme una operación quirúrgica… La comunión esparte esencial de mi organismo espiritual. Cuando comulgo, me sumerjo en el mar limpísimo de Jesús, allí meto mi alma y allí reposo».
Sta. Teresa de Jesús decía: «Me vienen unas ansias de comulgar tan grandes que no sé si podría encarecer Acaecióme una mañana que llovía tanto que no parece se podía salir de casa Yo estaba tan fuera de mí con aquel deseo que, aunque me pusieran lanzas en los pechos me parece entraría por ellas, cuanto más agua. Cuando llegué a la Iglesia dióme un arrobamiento grande… Comulgué y estuve en misa que no sé cómo pude estar y vi. que eran dos horas las que había estado en aquel arrobamiento y gloria» (V 39,22-23).
No es de extrañar que 5. Felipe Neri dijera: «Mi deseo de recibir a Jesús es tan grande que no puedo encontrar paz, mientras espero». «Qué poca caridad y débil devoción tienen los que dejan fácilmente la sagrada comunión. En cambio, qué bienaventurado es el que vive tan bien y guarda su conciencia con tanta pureza, que está dispuesto a comulgar cada día». (Kempis IV, 10,5). «Aquí se coge copioso fruto de eterna salud todas las veces que es recibido digna y devotamente» (Ib IV, 1,9).
En una ocasión, Sta. Teresita del Niño Jesús estaba gravemente enferma y se arrastró con mucho esfuerzo a recibir la comunión. Una religiosa que la vio le dijo: «no deberías hacer tanto esfuerzo para ir a comulgar, deberías quedarte en tu celda». Y ella respondió: «Oh, qué son estos sufrimientos en comparación de una sola comunión».
Cuentan los biógrafos del cardenal Newman que, cuando estaba a punto de convertirse del anglicanismo al catolicismo, algunos amigos quisieron disuadirle, diciéndole que pensara bien lo que hacía: Si te haces católico, le dijeron, perderás todos tus considerables ingresos, que son unas cuatro mil libras al año. Y él contestó: « Y qué son esas cuatro mil libras en comparación con una sola comunión?». Vale tanto la comunión que «si los ángeles pudieran sentir envidia, nos envidiarían por la sagrada comunión» (5. Pío X). La comunión es el «pan supersubstancial… que es vida del alma y perenne salud de la mente» (MF 8). La comunión es el abrazo del amigo Jesús, que te inunda de su divino amor.
PRIMERA COMUNION
Es importante tomar muy en serio la primera comunión de los niños. Hay que hablarles mucho del amigo Jesús, que está en el sagrario, para que lo amen de verdad y no sólo aprendan algunas nociones y oraciones de memoria. Hacer hincapié en la pureza del alma y no darle tanta importancia al vestido, fotos, padrinos… Sería bueno darles un certificado bonito de su Primera Comunión, para que lo guarden como recuerdo en un lugar visible de su casa. Que sus padres les acompañen a comulgar en ese gran día para ellos y que les inculquen la comunión dominical con su ejemplo. Y, por supuesto, no demorar más de los 10 años para hacer la primera comunión. Para ello, es importante que los padres se preocupen de bautizarlos cuanto antes, después de su nacimiento, y no esperar a la edad adulta. Hay que prepararlos bien. En una ocasión, un niño le preguntó al maestro:
—Cómo es posible que un Dios tan grande esté en una hostia tan chiquita?
Y cómo es posible que un paisaje tan grande, que tienes ante tu vista, pueda estar metido den fro de tu ojo tan pequeñito? ¿no podría hacer Dios algo parecido?
Y cómo puede estar presente al mismo tiempo en todas las hostias consagradas?
Piensa en un espejo. Si se rompe en mil pedazos, cada pedacito refleja la imagen que antes reproducía el espejo entero. ¿Acaso se ha partido la imagen? No, pues así Dios está todo entero en todas partes y en cada hostia.
__ Y cómo es posible que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y sangre de Cristo?
Cuando tú naciste eras pequeñito y tu cuerpo iba asimilando el alimento que comías y cambiándolo en tu cuerpo y sangre, y así ibas creciendo. ¿Y Dios no podría cambiar también el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús?
–¿Pero yo no comprendo el porqué de todo esto?
— Porque tú no comprendes de lo que es capaz el amor de un Dios. Todo es por amor. La Eucaristía es la prueba suprema del amor de Jesús. Después de esto, sólo queda el cielo mismo. Por eso, los santos daban tanta importancia a la comunión.
Sta. Teresita del Niño Jesús nos habla en su «Historia de un alma» sobre su primera comunión: «Por fin llegó el más hermoso de los días. Qué inefables recuerdos dejaron en mi alma los más pequeños detalles de esta jornada de cielo… Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma. Fue un beso de amor, me sentía amada y decía a mi vez: Os amo, me entrego a Vos para siempre. No hubo ni peticiones ni luchas ni sacrificios. Desde hacía mucho tiempo Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido. Aquel día no era ya una mirada, sino una fusión. Ya no eran dos. Teresa había desaparecido, como la gota de agua que se pierde en el seno del océano. Sólo quedaba Jesús, El era el dueño, el Rey». Y lloró de felicidad. Sus compañeras, dice ella misma, «no podían comprender que, viniendo a mi corazón toda la alegría del cielo, este corazón desterrado no pudiera soportarla sin derramar lágrimas».
También Lucía de Fátima en sus «Memorias» nos habla de aquel delicioso día de su primera comunión: «Según se aproximaba el momento, mi corazón latía más deprisa en la espera de la visita del gran Dios, que iba a descender del cielo para unirse a mi pobre alma; pero, luego que se posó sobre mis labios la hostia divina, sentí una serenidad y una paz inalterable, sentí que me envolvía en una atmósfera tan sobrenatural que la presencia de nuestro buen Dios se me hacía tan sensible, como silo viese o lo oyese con mis sentidos corporales.
Le dirigí entonces mis súplicas: Señor hazme una santa, guarda mi corazón siempre puro para Ti solo… Me sentía transformada en Dios… Me sentía tan saciada con el pan de los ángeles que me fue imposible entonces tomar alimento alguno. Perdí, desde entonces, el gusto y atractivo que comenzaba a sentir por las cosas del mundo y sólo me encontraba bien en algún lugar solitario, donde pudiese recordar sola las delicias de mi primera comunión» (2a. Memoria). Pero no sólo los santos, hay muchos niños puros e inocentes, que reciben a Jesús con una fe que daría envidia a los mismos ángeles. El Vble. Mons. Manuel González, relata en su libro «Partiendo el pan» algunos de estos casos. Como el de José María, un niño que todavía no había cumplido los cinco años y que, viendo a su hermano hacer la primera comunión, sintió tantos deseos de comulgar que se lo pidió al obispo. Comulgó y se pasó un gran rato con los ojos cerrados, hablando con Jesús. Cuando le preguntaron qué había hecho después de comulgar, respondió: «Lo dejé que se vaya para dentro, pues ya sabe andar solito». En su cabecita infantil, Jesús se había apoderado de su cuerpo y se iba a quedar para siempre, como en su propia casa.
Otro caso, que publicó en «El granito de Arena» del 5 de Septiembre de 1913, es el de Julita Gabriel Budelo de tres años, le faltaban trece días para cumplir los cuatro. Cuando su catequista comulgaba, le hacía agacharse para besarle en el pecho. Y era tanto su amor a Jesús que el obispo no dudó en darle la comunión. Cuando le preguntó:
Tú quieres recibir a Jesús?
-Con todas mis ganas.
– Y dónde lo vas a guardar?
-Aquí, en mi corazoncito.
El obispo pudo escribir: «Puedo aseguraros que en mi vida nunca he dado una comunión con tanta seguridad del agrado de Jesús y de la buena disposición de un alma». Después de comulgar repetía: «Ay qué contentita estoy».
Jesús no puede menos de sentirse feliz con la fe y el amor de los niños inocentes y cuyas almas son pequeños cielos para Jesús. Eduquemos a los niños en la fe y amor al Niño Jesús del sagrario, para que lo amen y lo visiten como aquellos niños de Huelva que, cuando Mons. González les preguntó qué hacían tanto entrar y salir de la Iglesia, le dijeron: «Es que estamos haciéndole a Jesús muchas visitas para que le duren toda la noche y no esté solito».
O como aquella niñita norteamericana de que nos hablaba el P. Roberto de Grandis. Su padre es católico y su madre ortodoxa griega. La niña de tres años les pidió un día que la llevaran a la Iglesia, a donde no la llevaban nunca., porque no eran practicantes. Cuando la niña entró se fue corriendo hacia el sagrario y acercándose, empezó a decir:
«Jesús, aquí estoy, sal y juega conmigo, soy Ann Mary, ven». Qué simplicidad, qué fe y confianza! Ciertamente que los niños son los predilecto de Jesús y El nos dice: «Dejad que los niños vengan a Mí, no se lo impidáis, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mc 10,14).
En ese gran día de su primera comunión, Jesús toma muy en serio sus peticiones. Pueden pedirle como Lucía de Fátima: «guarda mi corazón siempre puro para 7 solo», pero, sobre todo, pedirle la gracia de nunca ofenderle con un solo pecado mortal. Y, por supuesto, pedirle por sus padres, hermanos, familiares… Y, si sienten deseos, pedirle también la gracia de la vocación sacerdotal o religiosa.
Una religiosa contemplativa me decía: «Aún no he olvidado aquel beso que me dio Jesús en el momento de mi primera comunión. Fue un flechazo ó dardo de amor que clavó en mi corazón. Algo inolvidable que no puedo explicar. Era como un fuego amoroso que yo sentía y que me unió a El para siempre. Me enamoré del sagrario y, por eso, cuando me preguntó en una especie de «visión» ¿estás dispuesta a encerrarte y sacrificarte para salvar tantas almas que se condenan? Le dije que Si con todo el amor de mi corazón».
Oh Jesús mío, Rey de mi corazón, has venido a mí en este día. Te pido la gracia de mi vocación. Hazme un santo sacerdote (religiosa). Gracias por mis padres, hermanos.., y, porque en cada comunión, puedo darte un GRACIAS digno de tu amo,: ¡Qué grande es la comunión! Cristo en lo más íntimo de mi se,; dando vida ami vida. ¡Qué asombro! Dios en mí La nada poseída por el TODO. ¡Qué misterio tan radiante de luz, de vida, de amor! ¡Oh sagrado banquete! ¡Mi Señor y mi Dios! ¡Mi amigo para siempre!
UNION DE CORAZONES
Nunca mejor que en el momento de la comunión podemos decir con S. Pablo: «Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Entonces, formamos una UNIDAD en Cristo con todos los hombres. Como diría S. Agustín: «Tu alma ya no es tuya, sino de todos tus hermanos, como sus almas son también tuyas; mejor dicho, sus almas juntamente con la tuya no son varias almas, sino una sola, la única de Cristo» (Epist 24,3). «Cristo lo es TODO en todos» (Col 3,11) y formamos con El una sola alma y un solo corazón. «El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y Yo en él» (Jn 6,56). Decía Sta. Catalina de Génova: «Yo no tengo alma ni corazón, mi corazón y mi alma son los de Jesucristo». Precisamente, el fin de la comunión es la fusión de los corazones y de las almas en Jesús. Y debemos vivir esta unión con Jesús, Dios y hombre, las veinticuatro horas del día.
Algunos santos han vivido esta unión de corazones de modo singular, pues Jesús les ha cambiado su propio corazón por el suyo. Este cambio de corazones se lo concedió a Sta. Catalina de Siena. Cuenta su director el Bto. Raimundo: «Un día le pareció ver que su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le abría el costado izquierdo, le quitaba el corazón y se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La impresión de esta visión fue tal.., que Catalina dijo a su confesor que ya no tenía corazón en su cuerpo… Algún tiempo después, se le apareció el Seño,; teniendo en sus sagradas manos un corazón humano rojo y resplandeciente. Acercándosele, el Señor le abrió de nuevo el costado izquierdo e introduciendo el corazón que tenía en las manos le dijo: Hija mía, así como el otro día te he llevado tu corazón, así hoy te entrego el mío, que te hará vivir siempre».
Esta gracia, algunos santos la han recibido con la Eucaristía, teniendo permanentemente en su pecho a Jesús sacramentado y estando así en unión continua con su humanidad santísima. Así nos lo refiere S. Antonio Ma. de Claret en su autobiografía: «En el día 26 de Agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario en la Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho».
La gracia de la unión de corazones la recibimos nosotros también durante el tiempo que permanecen en nosotros las especies sacramentales. El P. Pío de Pietrelcina manifestó en una ocasión: «Oh qué dulce fue la conversación que sostuve con el paraíso esta mañana después de comulgar! El Corazón de Jesús y mi propio corazón se fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino uno solo. Mi corazón se había perdido como una gota se pierde en el océano». En ese momento, dice S. Cipriano: «nuestra unión con Cristo unifica nuestros afectos y voluntades». Y la Vble. Candida de la Eucaristía aseguraba: «mi alma y la de Jesús se hacen UNA».
S. Lorenzo Justiniano exclamaba: «Oh admirable milagro de tu amor; Señor Jesús, que has querido unirnos a tu Cuerpo de tal modo que tengamos una sola alma y un solo corazón inseparablemente unidos contigo».
Que tú también seas UNO con Jesús y que tengas sus mismos pensamientos, sentimientos y deseos. Que tu voluntad y la suya sean UNA para que puedas decirle en todo momento: «que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39). Que seas sagrario viviente de Jesús, como María, y puedas decir con Sta. Teresita: «Señor ¿no sois omnipotente? Permaneced en mí como en el sagrario, no os alejéis jamás de vuestra pequeñita hostia» (Ofrenda al Amor misericordioso).
UNIDOS PARA SIEMPRE
He aquí una parábola del grano de trigo, que llegó a ser hostia. Jesús decía: «En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quedará solo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12,24).
Érase una vez un granito de trigo, pequeño y sencillo, que quería ser santo y llegar hasta el cielo. Y se ofreció a Dios… y se puso en sus manos de buen sembrador. Y el Señor, de inmediato, con mucho cariño, lo colocó en tierra buena y lo cuidó como a un niño. Pero el granito gritaba.., pasaba las noches oscuras, a solas, con miedo y con frío… muriendo a sí mismo, pero, sin saberlo, renaciendo á una vida más hermosa y bella. Y empezó a crecer como espiga, débil y temerosa, azotada por las lluvias y mecida por los vientos.
Y fue creciendo, creciendo.., acariciada por el sol.., y soñaba, soñaba… y pedía y oraba… Cuando estuvo madura, un día de estío se presentó el segador. Y ella, alarmada, gritaba y decía: «A mí, no, porque yo estoy destinada a ser santa y elevarme hasta el cielo». Pero el hombre, tal vez, distraído, metió la hoz, despiadado, y quebró sus ensueños de oro.
«Oh Señor clamó entonces la espiga, ya no puedo llegar a tus brazos. Sálvame mi Señor que me muero». Pero el Señor, cual si nada escuchase, respondió con intenso silencio…
Y aquel hombre, tomando la espiga, bajo el trillo la puso al momento… Y los granos crujieron… y cual sarta de perlas preciosas, por la era rodaron deshechos.
Y vinieron más hombres y metieron los granos de trigo en un saco viejo, llevándolos luego al molino, donde finísimo polvo se hicieron. Y la harina seguía llorando. Pero arriba, en el cielo, seguían callando.., y, aquí abajo, seguían moliendo.
Y ¿por qué callaría Jesús? Y ¿por qué, si era pura e inocente, le negaba el consuelo? Pero ella obediente, seguía sufriendo… Y Jesús preparaba la harina. Y una hostia bellísima hicieron. Y la novia soñaba…
Su belleza brilló ante el altar,
y los ángeles vinieron a verla
Y Jesús y su gloria bajaron
y en la misa se unieron a ella.
Y María, la Madre, gozaba…
Y la esposa decía al Cordero:
Ahora sí, que te amo con toda mi alma.
Ahora sí, porque Tú eres mi cielo.
Y Jesús la abrazaba en su pecho
y con voz melodiosa le decía muy quedo:
Yo quería que fueras mi esposa
y anhelaba tenerte en mi cielo.
Pero escucha, mi amor, a mis brazos,
sólo pueden llegarse los niños,
y quienes siempre obedecen sin miedo
y siguen mis huellas ¡sufriendo!
SEGUNDA PARTE
Adoración al Santísimo
En esta segunda parte, queremos hacer entender la importancia de la adoración a Jesús sacramentado como presencia viva y real de Jesús, nuestro Dios, en medio de nosotros. El está como un amigo cercano, esperándonos. Procuremos ir a visitarlo para reparar así tanta indiferencia y sacrilegios, que recibe en este sacramento.
INDIFERENCIA Y SACRILEGIOS
En este mundo, en que vivimos, hay mucha indiferencia religiosa. ¿Cuántos creen verdaderamente en Dios y lo aman de todo corazón? Cuánta falta de fe hay en muchos católicos, que aceptan el aborto, la mentira y la inmoralidad.., como cosa normal en sus vidas. Y es que les falta oración y Dios cuenta muy poco para ellos. Están muertos o enfermos en el alma y les falta amor, les falta paz, les falta Dios. Y, sin Dios, la vida no tiene sentido. Y una vida sin sentido, no es posible vivirla con felicidad. De ahí que el alma que ha perdido a Dios, es botín de muchas enfermedades síquicas y necesita del siquiatra. Ya en su tiempo, el famoso siquiatra J. G. Jung decía: «De todos mis pacientes que han rebasado la mitad de la vida, es decir los treinta y cinco años de edad, no hay uno solo cuyo supremo problema no sea el religioso. En
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último término, están enfermos por haber perdido aquello que la religiosidad viva ha podido dar en todos los tiempos a sus seguidores y ninguno ha sanado sin haber llegado a recobrar sus convicciones religiosas». El mismo S. Agustín escribía: «Yace en todo el orbe de la tierra el gran enfermo. Para sanarlo vino el médico omnipotente… bajó al lecho del enfermo para dar recetas de salvación y los que las ponen en práctica se salvan» (Sermón 80,4).
Pues bien, ahí está Jesucristo, el Señor de la vida, el médico de cuerpos y almas. Si necesitamos paz, El la tiene toda, porque El es el príncipe de la paz (Cf Is 9,6). El nos sigue diciendo como hace dos mil años: «Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré y daré descanso para vuestras almas» (Mt 11,28). Pero ¿quién le hace caso? Muchos se ríen de El, como se reían, cuando lo veían clavado en la cruz y lo creían derrotado para siempre. Ya muy pocos creen verdaderamente en El. Por eso, mucha gente está enferma del alma. Buscan a los sicólogos y siquiatras y se olvidan de Jesús… Y, sin embargo, El es un Dios de amor, es el amor de Dios en la tierra. Es el mismo Jesús que, bajo la apariencia de un pobre carpintero, se paseaba por aquellos caminos de Palestina, con todo su poder divino. Es el mismo Jesús de Nazareth, que actualmente está escondido e invisible bajo la pobre apariencia de un poco de pan. Y lo hace por humildad y por amor a nosotros, para no cegarnos o asustarnos ante la grandeza de su divinidad.
Quizás sea por esto que muchos católicos abusan de confianza y le faltan fácilmente al respeto Cuántos asisten a la iglesia vestidos indecentemente! ¡Cuántas blasfemias contra la hostia santa en algunos lugares! ¡Cuántas comuniones sacrílegas! ¡Qué pocos son los que creen verdaderamente en su presencia eucarística! ¡Cuántos sagrarios abandonados!
¡Cuánto sufre Nuestra Madre la Virgen María ante tanta indiferencia y falta de fe de sus hijos, muchos de los cuales van por el camino de la perdición eterna! ¿Nos puede extrañas que, en muchas ocasiones, haya llorado en sus imágenes hasta lágrimas de sangre? En las apariciones de La Salette, aprobadas por la Iglesia, decía la vidente Melania:
«La Santísima Virgen lloraba durante casi todo el tiempo que me habló. Yo hubiera querido arrojarme a sus brazos y decirle; Mi buena Madre, no lloréis. Yo os quiero amar por todos los hombres de la tierra. Pero me parecía que me respondía; hay tantos que no me conocen». Si estás dispuesto a consolas a María, la mejor manera es amar a Jesús Eucaristía. Pero muchos no creen ni quieren creer.
No obstante, Satanás y los suyos sí creen y se esfuerzan todo lo posible por fomentas los sacrilegios y profanaciones. Roban hostias de las iglesias, celebran misas negras con hostias consagradas.., y hacen con ellas todo cuanto la maldad satánica les puede sugerir pasa profanarlas.
He tenido oportunidad de hablas con personas que asistieron a reuniones satánicas y adoraron a Satanás. Allí, el rito central es la misa negra. El que hace de sacerdote lleva vestiduras especiales y hace los rituales de la misa, pero invertidos y profanados deliberadamente Se reza el Padrenuestro al revés. Se profanan los sacramentos, especialmente la hostia santa. Allí, en lugar de oraciones, se dicen blasfemias. Al ofertorio, cada uno de los miembros renuevan el ofrecimiento de su alma a Satanás. Pero el centro de todo es la profanación de la Eucaristía y la adoración de Satanás.
Como vemos, el diablo sí toma muy en serio la presencia de Jesús en la Eucaristía y nosotros seguimos permaneciendo indiferentes ante tantos sacrilegios y tantos sagrarios profanados y tantas comuniones sacrílegas…
El 2 de Abril de 1290, en la calle Billetes de París, ocurrió un hecho extraordinario. Un judío llamado Jonatan se consiguió una hostia consagrada de una feligresa de la parroquia de Saint Merry. Sobre la
hostia descargó su rabia y, a golpes de cuchillo, la masacró. Entonces, comenzó a correr la sangre y El se asustó. La echó al fuego y se elevó milagrosamente sobre las llamas. La arrojó en una olla de agua hirviendo y ensangrentó la olla. Después se levantó en el aire y tomó la forma de un crucifijo. Por fin, se posó sobre una escudilla… Una feligresa, que corrió al oír los gritos, la recogió y la llevó al sacerdote. La casa, donde ocurrió este hecho, la hicieron capilla al año siguiente y hay dos documentos originales, que certifican la veracidad de este suceso. En ellos se habla también de la conversión de la esposa de Jonatan y de sus hijos y de varios de sus correligionarios.
Pero las profanaciones no son hechos lejanos o de ciencia ficción. Una religiosa italiana me escribía en Diciembre 1996 lo siguiente: «Tendría yo unos tres años de edad. Un día, la empleada de mi casa me condujo con ella a visitar a una bruja, llevándole una hostia consagrada, que había recibido en la comunión. La bruja apuñaló la hostia varias veces con un cuchillo delante de mí. Y el Señor quiso hacerme entender de un modo muy claro y profundo, en lo más íntimo de mi ser que estaba presente realmente en aquella hostia; que estaba vivo, sufriendo por aquella acción, pero, al mismo tiempo, entendí que estaba glorioso. Y me di cuenta, con mi corta edad, de que Jesús necesita nuestro amor para ser consolado de tantos ultrajes y ofensas que recibe en este sacramento del amor».
Y nosotros ¿qué hacemos para consolar a Jesús Eucaristía? Jesús sigue sufriendo como sufrió en Getsemaní, que sudó sangre al pensar en tanto amor divino rechazado y en tantos sacrilegios y pecados de todos los hombres de todos los tiempos. Pero también recibió el consuelo del ángel y en El recibió el consuelo de todos los hombres buenos y de tantos adoradores, que repararían y lo consolarían de tantas ofensas. ¿Quieres ser tú uno de estos adoradores y repasadores? ¿Estás dispuesto a darlo todo por tu amigo Jesús?
ADORACION JESÚS SACRAMENTADO
Jesús es nuestro Dios y debemos adorarlo. Es el Rey de Reyes y Señor de los Señores. Sin embargo, no quiere que lo tratemos como un Rey, sino como un amigo íntimo, con sencillez y naturalidad. Los ángeles, que lo adoran en cada hostia consagrada, podrían decimos con Isaías:
«No tengáis miedo, aquí está nuestro Dios» (Is 35,4). El se va a sentir feliz de nuestra visita y, como decía el cura de A-rs, nos va a tomar nuestra cabeza entre sus manos y nos va a llenar de cariño y de ternura.
Y recordemos que toda adoración es también reparación: Hay que ofrecer nuestro amor a Jesús para reparar tantas ofensas que recibe especialmente en este sacramento del Amor. Como le diría nuestra Madre a Lucía de Fátima: «Tú al menos procura consolarme»
Ahora bien, no centremos tanto nuestra atención en la adoración que olvidemos su relación con la misa y la comunión. Lo más grande es asistir a la celebración de la misa, ofrecernos con Jesús y después unirnos a El en la comunión. Y, como consecuencia de esto, continuar nuestra propia misa y comunión en la adoración al Santísimo. En el ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía la Iglesia nos dice: «Los fieles, cuando veneren a Cristo en el sacramento, recuerden que esta presencia proviene del sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual» (N° 80). Y debemos prolongar en la adoración, la unión conseguida en la comunión, y renovar la alianza que hemos hecho con Cristo en la celebración eucarística (Cf N° 81). Y, en este mismo número, hablando de la Exposición del Santísimo, se nos dice que nos lleva a la adoración y nos «invita a la unión de corazón con El, que culmina en la comunión sacramental. Por eso, hay que procurar que, en las Exposiciones, el culto al Sacramento manifieste, aun en los signos externos, su relación con la misa».
¡ Qué alegría damos a Jesús, cuando lo adoramos ylo acompañamos como a un amigo querido! S. Basilio (muerto el 397) nos relata que algunos monjes de Egipto, al no tener sacerdote, llevaban consigo la Eucaristía. Esta costumbre estaba muy extendida en aquellos tiempos también entre los laicos por motivo de las persecuciones. En el siglo XIII, a raíz de la institución de la fiesta del Corpus Christi, comenzaron las procesiones eucarísticas, que al principio llevaban la hostia santa, cubierta con un velo, por respeto y pudor. Ya a mediados del siglo XIV se hacían procesiones por las calles y los campos en acción de gracias, y también como rogativas o en casos de peligro. En ese mismo siglo XIV, se practicaba ya la Exposición solemne del Santísimo, aunque al principio se hacía sólo durante la octava del Corpus, y la Exposición se realizaba en adoración totalmente silenciosa, sin oración ni canto alguno.
Hacia el 1500, ya en muchísimas Iglesias se hacía la Exposición todos "os domingos después de Vísperas, USO que ha llegado hasta nuestros días. En el siglo XIV también se empezaron a crear altares y capillas especiales del Santísimo Sacramento. A partir del siglo XVI, comienza la práctica de las cuarenta horas, que tuvo su principal propagador en S. Antonio María Zaccaria. En este mismo siglo, comienzan también la adoración nocturna y muchas cofradías u organizaciones eucarísticas. A partir del siglo XVII, surgen diversas Congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, para la adoración perpetua del Santísimo Sacramento.
En el siglo XIX nacen los Congresos eucarísticos diocesanos, nacionales e internacionales. El primer Congreso eucarístico internacional se celebró en Lifie (Francia) en 1881. En 1997 se celebró el XLVI Congreso eucarístico internacional en Wroclaw (Polonia). Y con el movimiento litúrgico nacido del Vaticano II se da nuevo impulso a estas prácticas de piedad. Sin embargo, se invita a los fieles a no encerrarse en una piedad meramente individua1ist con menoscabo de la dimensión eclesial y social de la fe. ¡Hay que amar a Cristo Eucaristía para vivir mejor nuestra vida y amar mis a los demás!
Hay lugares donde las parroquias hacen por turno las cuarenta horas, bien sea en dos días seguidos sin interrupción o en tres días, durante las horas del día. En algunas Iglesias, hay grupos de adoración nocturna todas las noches o solamente una vez a la semana o al mes. Cada vez son mas frecuentes las Exposiciones del Santísimo, aunque sean breves, con motivos especiales. Se pueden hacer para bendecir enfermos (en misas de sanación), para bendecir a los esposos, a los niños, a los ancianos y familias enteras o personas, en especial necesidad. Esto, por supuesto, recomendándoles la asistencia a misa y la comunión frecuente.
En la medida en que las normas de la Iglesia lo permitan, podría ser útil en algunos lugares, sobre todo en la misa del domingo, acompañar a Jesús Eucaristía (con el copón o la custodia) hasta la puerta del templo para, desde allí, bendecir a toda la-población, a los campos, trabajos… El Papa Pío XII decía en la encíclica Mediator Dei que «es muy de alabar la costumbre introducida en el pueblo cristiano de dar fin a muchos ejercicios de piedad con la bendición eucarística». Y todos debemos adorar a nuestro Dios en público y en privado, reconociendo a Jesús como Señor y dueño de nuestras vidas. Reservemos algo de nuestro tiempo, exclusivamente, para estar a solas con El. Pidamos a 5. Julián Eymard «el campeón de Cristo presente en el sagrario», según Pío XII, y que fue «un gran adorador del santísimo sacramento», según Juan XXIII, que nos ayude en esta misión.
ADORACION PERPETUA
Cómo sería de desear que en todas las parroquias del mundo hubiera pequeñas capillas de adoración perpetua, las veinticuatro horas del día, a Jesús sacramentado. Capillas acogedoras con mucha luz, con muchas flores, con mucho amor, donde los fieles pudieran acercarse a cualquier hora del día o de la noche para visitar al amigo Jesús. Al menos, que estas capillas tengan Exposición del Santísimo durante las horas del día.
Lo importante es que los fieles hagan turnos para no dejar solo a Jesús y pedir unidos por algunas necesidades especiales de la parroquia, del país o del mundo. Suele decirse que a grandes males, grandes remedios. ¿No es hora de poner todo lo posible de nuestra parte para que haya más paz en nuestra sociedad y más unión y felicidad en los hogares?
El Papa quiere la adoración perpetua en todas las parroquias. ¿Es mucho pedir que los buenos católicos puedan dedicar una hora a la semana para adorar a Jesús sacramentado? De esta manera, se podría cubrir por turnos las 168 horas de la semana. Que no nos tenga que decir Jesús: ¿ »No habéis podido velar una hora conmigo?» (Mt 26,40).
El Papa Juan Pablo II, dirigiéndose al Congreso eucarístico internacional de Sevilla de 1993 decía: «Espero que el fruto de este Congreso eucarístico sea el establecimiento de una adoración eucarística perpetua en todas las parroquias y en todas las comunidades cristianas a través del mundo». Y El mismo había ya dado ejemplo, pues inauguró el 2 de Diciembre de 1981 en la basílica de S. Pedro del Vaticano una capilla de adoración perpetua. Ya en algunos lugares han comenzado la adoración, al menos durante el día, pero van creciendo los lugares donde hay adoración nocturna también.
Muchos sacerdotes han encontrado maneras de hacer a Nuestro Señor disponible a los fieles, aun cuando deban cerrar las puertas de la Iglesia por razones de seguridad. Algunos han construido una capilla en el edificio de la Iglesia, sin por eso dejar de cerrarla. Otros han convertido un Cuarto pequeño, ya sea en el presbiterio o en el convento, en una pequeña capilla, construyendo una pequeña puerta privada por la cual se puede entrar. Otros, simplemente, buscan un cuidante para que haya seguridad. Donde existe amor y buena voluntad, siempre se podrá encontrar o construir un cuarto, aunque sea pequeño para ofrecer posada a Jesús, de modo que todos puedan acercarse a adorarlo, incluso por la noche.
Algunos piensan que es peligroso tener la adoración a medianoche. Pero en la Basílica del Sagrado Corazón de París ha habido adoración perpetua durante más de 100 años y nunca ha ocurrido un incidente. S. Juan Neumann comenzó las 40 horas para pedir la paz contra el crimen y el terrorismo. Y, por medio de la adoración eucarística, se consiguió la paz. Muchos sacerdotes han comprobado que los crímenes en sus barrios han disminuido desde que empezó la adoración perpetua. Y es que Jesús en el Santísimo Sacramento es más poderoso que todos los ejércitos del mundo. Y nos sigue diciendo como hace dos mil años: «Animo, soy yo. No tengáis miedo» (Mc 6,50).
Jesús, por medio de la adoración perpetua, desea abrir las compuertas de su amor y de su misericordia sobre este mundo cargado de problemas. Desea sanar al género humano tan quebrantado. ¿Por qué tú no eres uno de los apóstoles de la adoración perpetua, es decir, de amar y adorar a Jesús las veinticuatro horas de cada día? ¿Qué respuesta le darás tú a Jesús? Ojala que tengas un alma eucarística y un corazón hecho Eucaristía como Mons. Manuel González y quieras ser como él adorador perpetuo durante la vida y después de la muerte. El escribió el epitafio de su tumba: «Pido ser enterrado junto a un sagrario para que mis huesos después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen abandonado!».
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