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Juan Manuel de Rosas en la Historia Argentina (página 2)


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Luego de la Revolución de Mayo, Las Provincias Unidas del Río de la Plata fue el nombre que adoptaron las provincias del antiguo Virreinato del Río de la Plata, que incluían las actuales Argentina, Paraguay y Uruguay, y partes de Bolivia.

Juan Manuel de Rosas fue un político argentino, gobernador de Buenos Aires en los períodos 1829-1832 y 1835-1852. Amado por sus seguidores, y temido y odiado por sus opositores, quienes lo llamaron tirano y dictador. Lo cierto es que estuvo en el poder por más de 20 años, con facultades extraordinarias otorgadas por la legislatura provincial, tratando de ordenar el país contra la anarquía política.

Para una mejor ubicación de nuestra parte, indagaremos su entorno histórico. Declarada la independencia y afirmada esa declaración por el éxito de la campaña a Chile en 1818, el país daba los primeros pasos para organizar su vida interna, por lo hizo eclosión otros importantes asuntos tales como la organización económica e institucional de la nación, creando una Constitución, pero el rechazo de la Constitución de 1819, la caída del régimen directorial y la disolución del Congreso abrieron paso a la fragmentación del poder político y a la organización autónoma de las provincias.

La política exterior había obtenido un brillante triunfo: la empresa que San Martín encarara dos años atrás había culminado con el éxito en Maipú (abril de 1818).

Entre tanto el Congreso General (trasladado a Buenos Aires en 1817) dictaba la constitución destinada a organizar definitivamente el país.

En 1819, el Congreso aprobó una constitución que reflejaba los intereses centralistas, promonárquicos y elitistas de los directoriales.

Esa constitución era el marco adecuado para la instalación de una monarquía constitucional, mediante la coronación del duque de Luca, Carlos de Borbón. La difusión de estas negociaciones y el carácter centralista de la constitución generaron un fuerte rechazo entre los partidarios del sistema republicano y de la descentralización del poder, principalmente en los de las provincias del Litoral.

En oposición esta el caudillo oriental Artigas, con su ideal de "República y Federalismo"  que levantaba como bandera de la Liga de los Pueblos Libres, obteniendo profunda repercusión en otras zonas del país. Para los directoriales, la monarquía era una salida lógica ante la situación reinante en Europa y un medio para asegurar la unión nacional bajo un sistema centralizado. Según ellos, el federalismo y la defensa de las autonomías provinciales implicaba una anarquía peligrosa.

Desde que el puerto  de Buenos Aires se abrió al comercio exterior, esta región había gozado de una privilegiada situación. Sus productos ganaderos (especialmente los cueros) eran intercambiados por las manufacturas (tejidos. herramientas, etc.)  de origen europeo, al tiempo que la aduana porteña monopolizaba la recaudación de impuestos aplicados al intercambio exterior. Buenos Aires también controlaba la entrada a los ríos interiores, centralizando todo el tráfico mercantil entre el interior y el exterior. La entrada de manufacturas europeas (principalmente de origen inglés) perjudicaba la rudimentaria producción de algunas provincias cuyos artículos locales, fruto de una técnica primitiva y más caros, no podían competir con los elaborados por la industria extranjera.

Los intereses de esas provincias exigían una protección aduanera que impidiera la entrada de la industria extranjera, posibilitando así el propio desarrollo. Las provincias litorales, de economía similar a la de Buenos Aires, pretendían a su vez, que se abrieran los ríos al comercio exterior.

El descontento precipitó la renuncia del desprestigiado director Pueyrredón en julio de 1819, quien fue reemplazado por Rondeau. Sin embargo, el Congreso siguió adelante con los proyectos monárquicos y aprobó, en sesión secreta (noviembre 1819), las tratativas realizadas en Europa. Esta medida, sumada al pedido efectuado por Rondeau a los portugueses instalados en la Banda Oriental para que actuaran contra los disidentes de los territorios de Entre Ríos y Santa Fe, desencadenó la reacción armada de estas provincias contra el régimen directorial.

La negativa del Ejército del Norte de auxiliar al gobierno en la guerra civil (sublevación de la posta de Arequito); la decisión de San Martín de proseguir su campaña libertadora en lugar de intervenir con su ejército en la guerra civil y la oposición generalizada al gobierno, incluso en Buenos Aires, contribuyeron al derrumbe del poder central.

Las fuerzas del Directorio, se enfrentan en Cepeda (febrero de 1820) a las fuerzas del Litoral, conducidas por Ramírez y López, que resultaron victoriosas y exigieron la disolución del Congreso y la renuncia del Director Rondeau.

Frente al desmoronamiento del régimen y a la imposición de los vencedores de fijar los términos de la paz, el Cabildo porteño asumió el gobierno de Buenos Aires, como Cabildo Gobernador, hasta que la Junta de Representantes de la provincia —votada en Cabildo abierto— designó gobernador a Manuel de Sarratea. Surgió así una nueva entidad política: la provincia de Buenos Aires que, como tal, firmó con las provincias litorales el Tratado del Pilar (febrero de 1820).

El acuerdo firmado con Ramírez y López reconocía como sistema de gobierno el de federación, aunque su organización se postergaba hasta un encuentro posterior de representantes, que deberían ser libremente elegidos por "los pueblos".

Como principio económico fundamental, el Tratado del Pilar establecía la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay. Luego del retiro de las fuerzas militares del Litoral, se publicaron en Buenos Aires las actas secretas del Congreso, a la vez que se inició juicio a los implicados en el proyecto monárquico.

Por entonces, comienza a perfilarse la figura del Restaurador: conocido como Juan Manuel de Rosas, fue bautizado como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rosas y López de Osornio. Pertenecía al linaje de los Ortiz de Rozas, que tiene origen en el pueblo de Rozas, Valle de Soba, Cantabria, España, pero el mismo Juan Manuel, en su juventud y debido a un entredicho que tuvo con su madre, prefirió apellidarse "de Rosas". Ingresó a los 8 años de edad en el colegio privado que dirigía Francisco Javier Argerich, si bien desde joven demostró vocación por las actividades rurales. Interrumpió sus estudios para enrolarse en la compañía de niños del Regimiento de Migueletes, que participó en la defensa frente a las invasiones inglesas(1806-1807).

Más tarde, retirado al campo, se convirtió en un gran estanciero de la Pampa bonaerense, manteniéndose alejado de los sucesos revolucionarios de 1810. En 1813, pese a la oposición materna — que venció al hacer creer a su madre que la joven estaba embarazada — se casó con Encarnación Ezcurra, con quien tuvo tres hijos: Juan, María, muerta de niña, y Manuelita, nacida en 1817, que luego sería su compañera inseparable.

En noviembre de 1815 se asoció con Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego en una compañía

destinada a la explotación ganadera, saladero de pescado y exportación de productos varios en la

estancia de "Los Cerrillos".

La dirección de sus estancias le dio a Rosas un gran conocimiento sobre la vida y las costumbres

de sus peones. 

Al poco tiempo devolvió a sus padres los campos que administraba para formar sus propios emprendimientos ganaderos y comerciales. Fue administrador de los campos de sus primos, Nicolás y Tomás Manuel de Anchorena, al segundo de los cuales siempre le tuvo un especial respeto y admiración, y quien ocuparía cargos importantes dentro de su gobierno. En sociedad con Luis Dorrego, hermano del coronel Manuel Dorrego, fundó un saladero; era el negocio del momento: la carne salada y los cueros eran casi la única exportación de la Argentina. Acumuló una gran fortuna como ganadero y exportador de carne vacuna, distante de los acontecimientos emergentes que conducirían al virreinato del Río de la Plata a la emancipación del dominio español en 1816.

En 1820 concluyó la etapa del Directorio con la renuncia de José Rondeau a consecuencia de la Batalla de Cepeda. Fue en esa época que Rosas comenzó a involucrarse en la política, al contribuir a rechazar la invasión del caudillo Estanislao López al frente de sus "Colorados del Monte". Participó en la victoria de Dorrego en Pavón, pero junto a su amigo Martín Rodríguez se negó a continuar la invasión hacia Santa Fe, donde Dorrego fue derrotado completamente en la Batalla de Gamonal.

Con apoyo de Rosas y otros estancieros, fue electo gobernador su colega Martín Rodríguez. El 1ro de octubre estalló una revolución, dirigida por el coronel Manuel Pagola, que ocupó el centro de la ciudad. Rosas se puso a disposición de Rodríguez, y el día 5 inició el ataque, derrotando completamente a los rebeldes. Los cronistas de esos días recordaron la disciplina que reinaba entre los gauchos de Rosas, que fue ascendido al grado de coronel. Con Rodríguez, el grupo de los estancieros empezó a tener un papel público.

También fue parte de las negociaciones que concluyeron con el Tratado de Benegas, que ponía fin al conflicto entre las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. Fue el responsable del cumplimiento de una de las cláusulas secretas del mismo: entregar al gobernador Estanislao López 30.000 cabezas de ganado como reparación de los daños causados por las tropas bonaerenses en su territorio. La cláusula era secreta, para no "manchar el honor" de Buenos Aires. Así se iniciaba la alianza permanente que tendría esta provincia con la de Buenos Aires hasta 1852.

Entre 1821 y 1824 compró varios campos más, especialmente la estancia que había sido del virrey Joaquín del Pino y Rozas (conocida como Estancia del Pino, en el partido de La Matanza), a la que llamó San Martín en honor del general.

También aprovechó la ley de enfiteusis promovida por el ministro Bernardino Rivadavia para aumentar sus campos. En lugar de ayudar a los pequeños hacendados, esta ley terminó dejando en propiedad de unos pocos grandes terratenientes cerca de la mitad de la superficie de la provincia.

Los desórdenes del año 20 habían dejado desguarnecida la frontera sur, por lo que habían recrudecido los malones. Martín Rodríguez dirigió entonces tres campañas al desierto, usando una extraña mezcla de diálogos de paz y genocidio. En 1823 fundó las actuales ciudades de Azul y Tandil. En casi todas estas campañas lo acompañó Rosas, que también participó de una expedición en que el agrimensor Felipe Senillosa delineó y estableció planos catastrales de los pueblos del sur de la provincia. El jefe nominal de esa campaña era el coronel Juan Lavalle.

Durante la guerra del Brasil, el presidente Rivadavia lo nombró comandante de los ejércitos de campaña a fin de mantener pacificada la frontera con la población indígena de la región pampeana, cargo que volvió a ejercer después, durante el gobierno provincial del coronel Dorrego.

En 1827, en el contexto previo al inicio de la guerra civil que estallaría en 1828, Rosas era un dirigente militar, representante de la aristocracia rural, socialmente conservadora. Estaba alineado a la corriente federalista, adversa a la influencia foránea y a las iniciativas de corte liberal preconizadas por la tendencia unitaria.

Terminada la guerra del Brasil, Dorrego fue obligado — por una intensa presión diplomática y financiera — a firmar la paz y la independencia de Uruguay, y la libre navegación de los ríos; lo que fue visto por los miembros del ejército en operaciones como una traición. En repuesta, la madrugada del 1ro de diciembre de 1828, el general unitario Juan Lavalle tomó el Fuerte de Buenos Aires y reunió a los unitarios en la iglesia de San Francisco, donde eligieron gobernador a Lavalle, y disolvieron la legislatura.

Dorrego se retiró al interior de la provincia, y buscó la protección del comandante de campaña, Rosas. Éste lo ayudó a reunir un pequeño ejército, pero fueron atacados sorpresivamente en la batalla de Navarro, siendo derrotados.

Rosas aconsejó a Dorrego que huyera hacia Santa Fe, pero el gobernador se negó, por lo que aquél lo abandonó, marchándose hacia la provincia de Santa Fe. Dorrego se refugió en Salto, en el regimiento del coronel Ángel Pacheco; pero, traicionado por dos oficiales de éste — Bernardino Escribano y Mariano Acha — fue enviado prisionero a Lavalle. Éste, influido por el deseo de venganza de los ideólogos unitarios, fusiló a Dorrego — y se hizo cargo de toda la responsabilidad. En su última carta, escrita a Estanislao López, Dorrego pedía que su muerte no fuera causa de derramamiento de sangre. Eso es exactamente lo que fue, y por muchos años.

A principios de enero de 1829, el general José María Paz, aliado de Lavalle, iniciaba la invasión de la provincia de Córdoba, donde derrocaría al gobernador Juan Bautista Bustos. De ese modo se generalizó la guerra civil en todo el país.

Lavalle envió ejércitos en todas direcciones, pero varios pequeños caudillos aliados de Rosas organizaron la resistencia. Los jefes unitarios recurrieron a toda clase de crímenes para aplastarla. No se ha difundido la memoria de estos hechos, pues ocurrieron en el campo y sus víctimas fueron gauchos y personas pertenecientes a clases sociales más humildes.

Al frente del grueso de su ejército, Lavalle avanzó hasta ocupar Rosario. Pero, poco después, López dejó sin caballos a Lavalle, que se vio obligado a retroceder. López y Rosas persiguieron a Lavalle hasta cerca de Buenos Aires, derrotándolo en la batalla de Puente de Márquez, librada el 26 de abril de 1829.

Mientras López regresaba a Santa Fe, Rosas sitió la ciudad de Buenos Aires. Allí crecía la oposición a Lavalle (a pesar de que los aliados de Dorrego habían sido expulsados), sobre todo por el crimen sobre el gobernador. Lavalle aumentó la persecución sobre los críticos, lo que le llevaría mucho apoyo a Rosas, en la ciudad que siempre fue la capital del unitarismo.

El 24 de junio, Lavalle y Rosas firmaron el Pacto de Cañuelas, que estipulaba que se llamaría a elecciones, en las que sólo se presentaría una lista de unidad de federales y unitarios, y que el candidato a gobernador sería Félix de Álzaga.

Pero los unitarios presentaron la candidatura de Alvear, y al precio de treinta muertos ganaron las elecciones. Las relaciones quedaron rotas nuevamente, obligando a Lavalle a un nuevo tratado, el pacto de Barracas, del 24 de agosto. Pero, ahora más que antes, la fuerza estaba del lado de Rosas. A través de este pacto se nombró gobernador a Juan José Viamonte. Éste llamó a la legislatura derrocada por Lavalle, allanándole a Rosas el camino al poder.

La Legislatura de Buenos Aires proclamó a Juan Manuel de Rosas como Gobernador de Buenos Aires el 8 de diciembre de 1829, honrándolo además con el título de "Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires" y en el mismo acto le otorgó "todas las facultades ordinarias y extraordinarias que creyera necesarias, hasta la reunión de una nueva legislatura". No era algo excepcional: las facultades extraordinarias ya les habían sido conferidas a Sarratea y a Rodríguez en 1820, y a los gobernadores de muchas otras provincias en los últimos años; también Viamonte las había tenido.

El primer gobierno de Rosas fue un gobierno "de orden"; no fue una tiranía despótica, aunque más tarde los historiadores harían extensivas a su primer gobierno algunas características del segundo. En este primer momento, se apoyó en algunos de los dirigentes del "Partido del Orden" de la década anterior, lo cual ha permitido que fuera acusado de ser el continuador del Partido Unitario,7 aunque con el tiempo se distanciaría de ellos.

La administración de Rosas fue, también, un gobierno "progresista": se fundaron pueblos, se reformaron el Código de Comercio y el de Disciplina Militar, se reglamentó la autoridad de los jueces de paz de los pueblos del interior y se firmaron tratados de paz con los caciques, con lo que se obtuvo una cierta tranquilidad en la frontera.

Entre los hechos negativos, se produjo la invasión inglesa de las islas Malvinas, que desde hacía tiempo estaban en disputa entre Inglaterra y España, pero que desde hacía pocos años había empezado a ser poblada desde Buenos Aires. Según diversos historiadores, Rosas habría ofrecido a Inglaterra las islas Malvinas como pago, en concepto de una deuda que la Provincia de Buenos Aires tenía con aquel país. Inglaterra nunca contestó aquella carta, aunque, aparentemente no hizo caso omiso de la misma, y procedió a ocupar las islas.

No obstante, la supremacía lograda no estuvo asociada a un apoyo incondicional de toda la población. Rosas debió enfrentar, por el contrario, una dura resistencia durante el curso de su gobierno.

A esta altura es imprescindible aclarar en que consiste la dicotomía de Federales y Unitarios.

Para comprender mejor el período de la historia argentina estudiado, debe descartarse la mal planteada antinomia entre porteños centralistas o unitarios y provinciales federales. Federales y unitarios los hubo tanto en las provincias interiores como en Buenos Aires. 

Después de 1810, los pueblos de las provincias interiores mostraron un fuerte localismo en defensa de sus intereses, que entraban en colisión con los intereses de Buenos Aires. Más tarde, muchos gobiernos provinciales comenzaron a declararse federales cuando advirtieron que la centralización política fortalecía los históricos privilegios de a ciudad puerto de Buenos Aires. La forma unitaria de gobierno fue sostenida no sólo por grupos porteños sino también por los grupos sociales del interior cuyos ingresos dependían de actividades económicas relacionadas con el puerto de Buenos Aires. Se trató además de una reacción de las más antiguas y poderosas familias que controlaban los gobiernos provinciales frente al creciente poder de los nuevos jefes rurales.

Todos los gobiernos provinciales que se declararon federales también expresaron, unos en forma más explícita que otros, su voluntad de constituir e país. Para ellos, la constitución era un instrumento adecuado para terminar con los privilegios de Buenos Aires, Una constitución federal podía respetar la autonomía provincial de Buenos Aires y, al mismo tiempo, garantizar los derechos de todas las provincias a participar en la distribución de los ingresos del puerto de Buenos Aires, a través de un Estado central.

De acuerdo con los principios doctrinarios, los federales se oponían a un régimen de gobierno unitario en defensa de las autonomías provinciales. Pero en la provincia de Buenos Aires, la defensa de la autonomía provincial se transformó en una justificación para no ceder la ciudad y el puerto de Buenos Aires a un Estado central.

Por esta razón, entre los federales se distinguieron dos grupos: los federales doctrinarios y los autonomistas bonaerenses. Estos últimos se enfrentaron tanto a los unitarios como a los federales doctrinarios.

Desde 1828, el autonomísmo de Buenos Aires se fue identificando cada vez más con Juan Manuel de Rosas —representante de los intereses de tos hacendados y terratenientes de la provincia—. Desde su gobierno sostuvo que antes de organizar la federación las provincias debían mejorar sus respectivas administraciones, y evitó nuevos intentos de constitución de un Estado central.

En la práctica, la ciudad y el puerto de Buenos Aires continuaron siendo el centro organizador de la economía y de a sociedad del nuevo país. Y los gobiernos federales de las provincias del Litoral y del interior siguieron reclamando al gobierno federal de Buenos Aires la libre navegación de los ríos y aranceles de aduana que protegieran sus industrias locales.

Mientras Lavalle era derrotado por Rosas, el General Paz, derrocaba al Gobernador de Córdoba y se hacía fuerte en esa ciudad. Derrotó al Quiroga en las batallas de La Tablada y Oncativo y así obtuvo el control del noroeste argentino. El 5 de julio de 1830 se crea la Liga del Interior o Liga Unitaria, formada por Córdoba, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Mendoza, San Juan, San Luis, y Santiago del Estero. Era no solo un pacto militar sinó que se comprometían a la convocatoria de un congreso constituyente con vistas a organizar la nación.

Alarmadas por la situación, las provincias del litoral, dominadas por los federales realizaron su propio pacto. El 4 de enero de 1831, Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, firmaron el Pacto Federal en la Ciudad de Santa Fe. Poco después Corrientes se sumó al Pacto. Se trataba de un pacto militar ofensivo, defensivo, estipulaba la libre navegación de los ríos y la promesa de una futura convocatoria a un congreso.

Inmediatamente las provincias firmantes declararon la guerra a la Liga Unitaria, si bien el General Paz era un gran estratega, el Pacto Federal contaba con los recursos de Buenos Aires, lo que prometía una lucha larga y cruel.

Sin embargo los acontecimientos se precipitaron, el 10 de mayo de 1831, el Gral. Paz fue capturado mientras realizaba una patrulla de reconocimiento por una partida Federal.

Sin su jefe, y ahora al mando de Gregorio Araoz de Lamadrid, La Liga fué derrotada por Quiroga en La Ciudadela, 4 de noviembre de 1831, como consecuencia La Liga se derrumbó y las provincias comenzaron a adherir al Pacto Federal que pasó a llamarse, Pacto de Confederación de la República Argentina.

En cuanto terminó la guerra civil en el interior, los representantes de varias provincias anunciaron que, con la pacificación interior, había llegado la ocasión esperada para la organización constitucional del país. Pero Rosas argumentaba que primero se tenía que organizar las provincias y luego el país, ya que la constitución debía ser el resultado escrito de una organización que debía darse primero. Aprovechó una acusación del diputado correntino Manuel Leiva para acusarlo de tener ideas anárquicas y retirar su representante de la convención de Santa Fe. En agosto de 1832, la convención quedaba disuelta, y la oportunidad de organizar constitucionalmente el país se pospuso por otros veinte años.

Concluido el primer Gobierno de Rosas en diciembre de 1832, la Legislatura quiso reelegirlo, pero sin otorgarle las facultades extraordinarias, por lo cuál Rosas no aceptó y dejó el gobierno y partió hacia una campaña militar contra los indígenas.

Fue electo el general Juan Ramón Balcarce, candidato de Rosas, que entre 1833 y 1834 emprendió una campaña al desierto financiada por la provincia y los estancieros bonaerenses preocupados por la amenaza indígena sobre sus propiedades.

Rosas combinó durante la campaña la conciliación con la represión. Pactó con los Pampas y se enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Juan Manuel Cafulcurá.

Según un informe que Rosas presentó al gobierno de Buenos Aires a poco de comenzar la campaña, el saldo fue de 3200 indios muertos, 1200 prisioneros y se rescataron 1000 cautivos blancos.

El éxito obtenido por el restaurador en la campaña aumentó aún más su prestigio político entre los propietarios bonaerenses, que incrementaron su patrimonio al incorporar nuevas tierras y se sintieron más seguros con la amenaza indígena bajo control.

Rosas se encontraba en su expedición al desierto que duró de 1833 a 1834 y extendió las fronteras hasta Bahía Blanca.

Los intereses políticos de Rosas eran custodiados por su esposa Doña Encarnación Ezcurra, una aguerrida mujer. En el seno del partido Federal, se consolidaron mientras tanto dos facciones, los “cismáticos“, de orientación liberal y constitucionalista, y los “apostólicos“, la corriente mas conservadora y popular que seguía a Rosas.

Ambas facciones se atacaban por medio de la prensa, hasta que en 1833, la agitación de la prensa rosista llevó al gobierno a sancionar al diario El Restaurador (sobrenombre que utilizaba Rosas), confundiendo a la población Encarnación Ezcurra llenó de afiches la ciudad que decían que Rosas (el Restaurador) sería juzgado ello llevó a una rebelión popular que culminó con la salida de Balcarce del gobierno y el nombramiento de Juan José Viamonte (4 de noviembre de 1833). Este episodio se conoció como la Revolución de los Restauradores.

En los días siguientes abundaron las agresiones de los partidarios de Rosas, organizados en la Sociedad Popular Restauradora, formada las clases medias no educadas de la ciudad y parte de los oficiales de origen humilde. Su brazo armado era La Mazorca, un grupo de agitadores que también atacaban las casas de los opositores a Rosas y causaban desmanes. Sus integrantes obligaron a huir y emigrar a muchos opositores de Rosas, como Viamonte no aceptó el uso de la violencia, fue reemplazado por Manuel Vicente Maza, el 1º de octubre de 1834.

.Un hecho agravará aún más la situación. El caudillo riojano Juan Facundo Quiroga, residía por entonces en Buenos Aires bajo el amparo de Juan Manuel de Rosas.

Quiroga había manifestado al Restaurador sus inquietudes sobre la necesidad de convocar a un congreso y organizar constitucionalmente al país. Rosas se opuso argumentando que no estaban dadas las condiciones mínimas para dar semejante paso y consideraba que era imprescindible que, previamente, cada provincia se organice.

A Rosas no se le escapaba que la organización nacional implicaría la pérdida para Buenos Aires del disfrute exclusivo de las rentas aduaneras, entre otros privilegios.

Ante un conflicto desatado entre las provincias de Salta y Tucumán, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza (quien respondía políticamente a Rosas), encomienda a Quiroga una gestión mediadora. Tras un éxito parcial, Quiroga emprendió el regreso y fue asesinado el 16 de febrero de 1835 en Barranca Yaco, provincia de Córdoba.

La muerte de Quiroga determinó la renuncia de Maza y provocó entre los legisladores porteños que prevaleciera la idea de la necesidad de un gobierno fuerte, de mano dura.

Por una amplia mayoría de votos, expresados en la legislatura y a través de un plebiscito que dio un resultado de 9.713 votos a favor y 7 en contra, fue electo nuevamente Juan Manuel de Rosas, en marzo de 1835, esta vez con la suma del poder público.

La hegemonía rosista se consolidó mediante la unificación ideológica del pueblo de Buenos Aires a través del uso obligatorio de la divisa punzó, del riguroso control de la prensa; y de una dura represión a la oposición ideológica y política realizada por la "mazorca", la fuerza de choque de Rosas, encargada de la intimidación y la eliminación de los opositores. Durante el largo período rosista, la mazorca se cobró miles de víctimas.

Rosas, eliminó de todos los cargos públicos a sus opositores: expulsó a todos los empleados públicos que no fueran federales "netos", y borró del escalafón militar a los oficiales sospechosos de opositores, incluyendo a los exiliados. A continuación hizo obligatorio el lema de"Federación o muerte", que sería gradualmente reemplazado por "¡Mueran los salvajes unitarios!", para encabezar todos los documentos públicos; e impuso a los empleados públicos y militares el uso del cintillo punzó, que pronto sería usado por todos.

El ejercicio de las atribuciones extraordinarias y la acción de la Sociedad Popular Restauradora, le permitieron eliminar la oposición, ya sea unitaria o federal. Hubo destituciones y fusilamientos en masa, y se decretó el uso obligatorio de las divisas punzó. Se empapelaron las ciudades con cárteles como: "¡Mueran los salvajes unitarios!" o "¡Vivan los federales!". Afirmó su lucha sobre los unitarios y exigió una sumisión total a la federación, no solo en Buenos Aires sino en todo el interior. Abolió la independencia del poder judicial, y llegó a ejercer personalmente facultades judiciales (como el caso de los hermanos Reinafé, a quienes se los encontró culpables y se los colgó).

Fue una época de terror para los unitarios, o mas bien para todos los que no estuvieran a favor del dictador. Todos los opositores se debieron exiliar, en general a Uruguay, o eran juzgados aquí. La gente se retractaba, se cuidaba de cualquier motivo de sospecha, como hablar, pasear, escribir, etcétera. La simple sospecha de complicidad con un unitario bastaba para ser ejecutado; la sociedad Popular Restauradora fue un club terrorista y temido. Rosas también se aseguró de que su retrato estuviera expuesto en todos los lugares públicos.

Si bien la confederación aseguraba la autonomía a cada provincia, cada una de estas cada año, debía formalmente conceder la gestión de las relaciones exteriores al gobierno de Buenos Aires.

En 1837 se inicia un conato de oposición al Restaurador. Durante la guerra de la Confederación Peruano Boliviana contra Chile, La Confederación Argentina interviene a favor de Chile para asegurar la integridad territorial en el norte argentino. Las acciones bélicas fueron delegadas al gobernador de Tucumán Alejandro Heredia. Chile derrota en 1839 a la Confederación Peruano Boliviana, en la batalla de Yugai, y en 1840 Heredia cona mas poder y prestigio decide enfrentar a Rosas formando la Liga del Norte

Ese mismo año, Juan Lavalle, desde el Uruguay y con apoyo de Fructuoso Rivera y de los Franceses, entra en Corrientes. El gobernador Ferré lo recibe como aliado y de allí logra apoderarse de Entre Ríos e invadir Buenos Aires consiguiendo varias victorias y de allí pasar a Santa Fe, con la esperanza de recibir apoyo de la Liga del Norte, comandadas por Gregorio Araoz de Lamadrid. Pero ambos fueron derrotados por las fuerzas rosistas de Manuel Oribe en la batalla de Quebracho Herrado. Lavalle y Lamadrid huyeron hacia el norte siedo definitivamente derrotados por Oribe en Famaillá. La represión sangrienta al levantamiento de la Liga del Norte, llevada por Oribe impidió todo intento futuro de sublevación.

Cuando se supo que Lavalle huía, estalló el terror general en la ciudad: decenas de personas fueron asesinadas, centenares de casas saqueadas y las calles quedaron vacías. Los antiguos partidarios de los unitarios fueron perseguidos, y también los que fueran sospechados de serlo, por cualquier razón. Los símbolos de los unitarios, y hasta los objetos de colores identificados con los unitarios – celeste y verde – fueron destruidos. Las casas, la ropa, los uniformes, todo lo que pudiera colorearse fué pintado de color rojo.

Rosas no hizo nada para detener la masacre, y posiblemente no hubiera podido controlarla. Sólo a fines de ese año, cuando estuvo seguro de que iba a ser obedecido, anunció que a cualquiera que se lo descubriera violando una casa, robando o asesinando sería pasado por las armas. La violencia se detuvo ese mismo día.

El terror del año 40 fue la culminación del uso político de la violencia por parte de Rosas y su partido. Los historiadores clásicos extendieron la imagen de esas semanas de violencia a todo su gobierno, lo que es falso. Hubo varios períodos en los que los opositores fueron perseguidos, pero los crímenes de todos los días sólo ocurrieron a fines de 1840. De hecho, Rosas usó más el terror como idea para presionar las conciencias que para eliminar personas.

La acción militar de Rosas se dirigió entonces hasta Corrientes, donde había, llegado el General José Maria Paz, que había logrado escapar de su cautiverio en Buenos Aires. Los opositores fueron derrotados por las fuerzas rosistas en Caaguazú el 28 de noviembre de 1841. Un año más tarde el 6 de diciembre de 1842, las tropas de Oribe, vencen a las de Fructuoso Rivera en Arroyo Grande e invaden el Uruguay. Luego de un largo sitio a la ciudad de Montevideo, Oribe derrota definitivamente a las tropas de Rivera en marzo de 1845. Rosas surge como el vencedor absoluto de todos sus rivales. En 1842, Rosas se autoproclamó Tirano ungido por Dios para salvar a la patria

En junio de 1839 fue descubierta en Buenos Aires una conspiración organizada por Manuel V. Maza, presidente de la Sala de Representantes, que tenía contacto con otros movimientos que actuaban en la campaña y con los emigrados. Maza y su hijo fueron muertos. La misma suerte tuvieron los cabecillas de la Rebelión de los Hacendados del Sur de la provincia, que tuvo su foco en Chascomús y Dolores. Estos alzamientos debían coincidir con la invasión de Lavalle a Buenos Aires, lo que no pudo concretarse.

A fines de la década del treinta la oposición a Rosas sumaba a los viejos unitarios y los federales porteños antirrosistas a un grupo de jóvenes que por su edad no habían actuado en la política revolucionaria. A este grupo se lo conoce como la generación del 37 y estaba formado por Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Vicente Fidel López y Juan Maria Gutiérrez.

Estos jóvenes intelectuales, fundaron el salón literario que funcionó en la librería de Marcos Sastre, donde se reunían para discutir ideas políticas, sociales y filosóficas, que difundieron en algunos periódicos que pudieron publicar.

Las ideas de Alberdi , de Sarmiento y de otros intelectuales contemporáneos sobre las perspectivas de desarrollo futuro de la Argentina, vinculadas a las condiciones favorables que abría el avance del capitalismo industrial en Europa, influyeron sobre las elites dirigentes argentinas. Expresaban, a la vez, las aspiraciones de esos sectores para superar las limitaciones de su expansión. La mayoría de esas ideas o proyectos fueron llevados a la práctica en las décadas que siguieron a la caída de Rosas. Fueron motivo, también, de intensas polémicas entre sus mentores.

Intentaron ser una alternativa a federales y unitarios, propiciaron una organización nacional mixta, y sus ideas y acción tendrían gran influencia en el proceso constitucional posterior a la caída de Rosas. Por mucho tiempo, la "historia oficial" los consideró próceres civiles, pero posteriormente se les acusó de considerar todo lo europeo superior a lo americano o español, de querer trasplantar Europa a América sin considerar a los americanos, y de traicionar repetidamente a su propio país.

Se pronunciaron en contra de la política de Rosas respecto de Francia, y fueron perseguidos por La Mazorca y, si bien ninguno fue asesinado, terminaron refugiados en Montevideo, Chile o Europa, desde donde continuaron trabajando para superar la antinomia de Federales y Unitarios y así organizar constitucionalmente el país.

En materia económica, el gobierno de Rosas, impuso barreras aduaneras que el puerto que afectaron a todas las mercaderías extranjeras que competían con productos nacionales, e incluso prohibió la introducción de algunas como herrajes, porotos, maíz, etc.

Esto permitió la expansión económica de algunas provincias como las de Cuyo y Buenos Aires que vieron estimulada su capacidad vitivinícola y rural.

La producción ganadera se vió fuertemente estimulada, por el crecimiento del comercio exterior, que estimuló la producción ganadera y de los saladeros. Esto fue posible por la expansión de la tierra disponible en el sur de la provincia de Buenos Aires, donde se generalizaron grandes estancias como centros de producción y población, gracias a la transferencia de tierras públicas al dominio privado, que generó una gran concentración de la propiedad en pocas manos.

Por los años cuarenta se perfila un gran negocio con la introducción de las ganadería ovina, debido al excelente precio de la lana y la aptitud de tierras en el sur de Buenos Aires para esta producción.

El Litoral vió favorecida su economía por el crecimiento de la producción ovina y bovina así como saladeros y cueros, cuya producción en algunos casos escapaba al control de Buenos Aires, saliendo por Rio Grande do Sul o por Montevideo, generando gran prosperidad durante el bloqueo anglo francés.

Rosas representó y dirigió los intereses particulares de los grupos dominantes de Buenos Aires -que se negaban a compartir los ingresos aduaneros porteños con las demás provincias—. Logró, a la vez, mantener, bajo la bandera del federalismo, el orden social necesario para el desarrollo de las actividades económicas y la autonomía de la provincia. Al mismo tiempo, Rosas explotó su influencia sobre los sectores populares y  aprovechó el temor que inspiraban en las clases propietarias, para alinearlas de su lado. La amenaza, la censura y el uso de la fuerza contra rivales, opositores y disidentes fueron también recursos corrientes para  mantener la cohesión y el control del régimen que a partir de esa fecha dominará por dos décadas consecutivas.

En esta segunda gobernación Rosas: favoreció la venta o el otorgamiento de las tierras públicas que pasaron a manos de los grandes ganaderos.

Otorgó opción de compra de tierras a los arrendatarios de contratos de enfiteusis facilitando así el acceso a la propiedad privada tanto al norte como al sur del río Salado.

En 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas, que protegía a las materias primas y productos locales, prohibiendo en algunos casos y gravando con altos aranceles en otros el ingreso de la mercadería importada que pudiera perjudicar a la producción nacional.

La Ley favoreció a las provincias pero sobre todo a Buenos Aires que aumentó notablemente sus ingresos aduaneros.

Todo producto argentino destinado al exterior debe pagar su tributo a Buenos Aires y todo producto extranjero destinado a cualquier parte del país deber pagar también a Buenos Aires.

Mediante este procedimiento Buenos Aires puede estimular cierta actividad económica del interior y boicotear otra, determinando qué mercadería extranjera y de qué países de procedencia podrá consumir el interior.

Quedaban en manos de Buenos Aires las llaves para favorecer o empobrecer a determinados grupos sociales de las provincias.

Tucumán exportaba a Chile ganado y otros bienes a cambio de metálico; a Buenos Aires, tabaco, madera, quesos, aguardiente, a cambio de artículos ultramarinos.

Córdoba enviaba a Buenos Aires, cueros vacunos, ovinos y caprinos lanas, trigos, harinas, a cambio de productos de ultramar.

Rosas mantuvo durante gran parte de su mandato excelentes relaciones con los comerciantes británicos y su gobierno.

Francia no había obtenido de Rosas un tratado comercial como el que Inglaterra había conseguido de Rivadavia.

Los ciudadanos franceses no estaban exentos de hacer el servicio militar como los británicos.

Rosas, además había encarcelado a varios franceses acusados de espionaje.

Se produce un conflicto diplomático y las naves francesas que estaban estacionadas en el Río de la Plata, bloquearon el puerto de Buenos Aires a fines de marzo de 1838.

El bloqueo se mantuvo por dos años generando una obligada política proteccionista, más allá de la Ley de Aduana y produjo ciertas grietas en el bloque de poder. Los ganaderos del Sur de la provincia se rebelaron contra Rosas ante la caída de los precios de la carne y las dificultades provocadas por el cerco francés al puerto.

Durante el bloqueo se reanudó la guerra civil. Lavalle, que referimos en párrafos anteriores.

En octubre de 1840, finalmente por tratado Mackau – Arana, Francia pone fin al bloqueo. El gobierno de Buenos Aires se comprometió a indemnizar a los ciudadanos franceses, les otorgó los mismos derechos que a los ingleses y decretó una amnistía.

Concluido el conflicto con Francia, Rosas limitó la navegación de los ríos Paraná y Uruguay.

Bloqueó el puerto de Montevideo y ayudó a Oribe a invadir el Uruguay y a sitiar la capital en 1843.

Estas actitudes de Rosas afectaron los intereses de los comerciantes y financistas extranjeros.

En 1845, el puerto de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta vez por una flota anglo-francesa.

A pesar de la heroica resistencia de Lucio N. Mansilla y sus fuerzas, en la Vuelta de Obligado, una flota extranjera rompió las cadenas colocadas de costa a costa y se adentró en el Río Paraná.

El bloqueo no sólo afectaba los intereses de los extranjeros, también perjudicaba a los estancieros del Litoral que no podían navegar libremente por el río Paraná y debían comerciar sus productos por el puerto de Buenos Aires, entre los afectados estaba Justo José de Urquiza, que gobernaba la provincia de Entre Ríos desde 1841

Los ingleses levantaron el bloqueo en 1847 mientras que los franceses lo hicieron un año después.

La firme actitud de Rosas durante los bloqueos le valió la felicitación del General San Martín y un apartado especial en su testamento: "El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será entregado al general Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla."

Recién en 1850 quedaron normalizadas las relaciones con Inglaterra y Francia.

Las acciones de los británicos y franceses sobre el puerto de Buenos Aires, respondía al complejo cuadro de intereses políticos, y comerciales de la cuenca rioplatense. Desde Londres y Paris hasta Asunción y Río de Janeiro, se tejió una compleja trama de intereses, que no siempre respondieron a las imágenes maniqueas, de una simple defensa de la soberanía contra el imperialismo extranjero,. En efecto, mientras que para los comerciantes montevideanos y asunceños, la libre navegación de los ríos resultaba de crucial importancia, en cambio los ingleses sabían que podían llevar adelante, buenos negocios sin necesidad de humillar a Rosas, quién siempre había sido un gran aliado de sus intereses. Así la vuelta de obligado demostró que los ejércitos porteños, nada podían hacer si las naves británicas decidían entrar en los ríos, pero los ingleses, no querían hacer a la fuerza lo que podían hacer en forma pacífica. Por eso el bloqueo nunca fue eficaz y las relaciones de Rosas, con el jefe de la armada británica eran por demás cordiales. De hecho, Rosas siempre atribuyó en público, la responsabilidad del bloqueo a los

franceses, y no a los ingleses. Los franceses eran mas agresivos, toda vez que sus intereses en la región estaban menos consolidados que los de los británicos y tenían mucho mas que ganar de una acción militar. Pero el estallido de una feroz revolución en Paris en febrero de 1848, que determinó la caída de la monarquía en Francia, debilitó su posición. En pocos mese ingleses y franceses, habían levantado un bloqueo por demás ineficaz, pero el problema de la cuenca del Plata no estaba todavía resuelto.

Desde 1840 Entre Ríos había experimentado un fuerte desarrollo de la ganadería vacuna, comenzó a competir con Buenos Aires, pero la única forma que tenían los entrerrianos para exportar era a través del puerto bonaerense, ya que el cierre de los ríos interiores implementado por Rosas, no permitía el comercio directo del Litoral con los mercados exteriores. La alternativa es trasladar el ganado a Brasil, estrategia habitualmente utilizada durante la década de 1840.

El conflicto era en esencia económico: Entre Ríos venía reclamando la libre navegación de los ríos, necesaria para el florecimiento de su economía- lo que permitiría el intercambio de su producción con el exterior sin necesidad de pasar por Buenos Aires.

Armado de alianzas internacionales, Urquiza decidió enfrentar al gobierno bonaerense.

En 1851 el gobernador de Entre Ríos emitió un decreto, conocido como el pronunciamiento de Urquiza, en el cual aceptaba la renuncia de Rosas y reasumía para Entre Ríos la conducción de las relaciones exteriores.

Entre 1850 y 1851 la Provincia de Entre Ríos se alió con Brasil, y con los colorados uruguayos, opositores de los blancos que respondían a Manuel Oribe, estableciendo una nueva coalición antirrosista. El objetivo era defender la libre navegación del sistema del Plata. Mas tarde se sumaron Corrientes y Paraguay.

Todos los años como un ritual, Rosas, presentaba ante la Legislatura bonaerense, y ante cada provincia confederada, su renuncia al desempeño de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina. El 1º de mayo de 1851, el General Urquiza aceptó la renuncia del Restaurador, rompiendo así con la tradición y reasumiendo Entre Ríos su soberanía y derecho para vincularse directamente con las potencias extranjeras. Tal hecho constituyó en sí mismo una declaración de

guerra.

El emperador de Brasil, Pedro II proveería infantería, caballería, artillería y todo lo necesario, incluso la escuadra.

Urquiza alistó a sus hombres en el ''ejército grande" de 28000 hombres, y avanzó sobre Buenos Aires, derrotando a Rosas en la Batalla de Caseros, el 3 de Febrero de 1852.

Vencido, el Gobernador de Buenos Aires se embarcó en el buque de guerra "Conflict" hacia Inglaterra. Allí se instaló en la chacra de Burguess, cerca de Southampton acompañado por peones y criados ingleses. El gobierno porteño, instalado el 11 de septiembre de 1852, confiscó todos su bienes y dependía para vivir de los recursos que le enviaban sus amigos desde Buenos Aires.

Relatos de algunos de sus visitantes como Alberdi o Salustiano Cobo, director del diario "El Comercio` de Lima, ilustran el exilio del Restaurador. Lo muestran como un anciano vestido con modestia, que hablaba con moderación y respeto de sus adversarios. Solo quejándose de la ingratitud que hacia él por parte de aquellos que como Anchorena que habían edificado su fortuna a su sombra, y quejoso por la confiscación de sus bienes y presto a defenderse de las acusaciones que se le hacían por entonces desde Buenos Aires. Habló sin arrogancia de la sencillez de su vida en la tarea rurales, a las que volvió a dedicarse hasta su muerte ocurrida el 14 de marzo de 1877, a los ochenta y cuatro años.

Bibliografía

Bunge, C. O. – Nuestra Patria – Angel Estrada y Cia. Editores – Buenos Aires, 1910

Enciclopedia del Estudiante (Historia Argentina) – Edit. Santillana – Buenos Aires, 2006

Friedman, G. – Galiana, S – Historia Argentina Contemporánea – Polimodal – Edit. Puerto de Palos – Buenos Aires, Noviembre 2001.

Lanata, Jorge – Argentinos – Ediciones B – Quinta edición, Buenos Aires, diciembre de 2003

 

 

Autora:

Ana Florencia Castro Luna

3º año 1º Div. Esc. IPEM 266 – Gral. Savio.

Partes: 1, 2
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