- Orígenes del Discurso
- La estructura y composición del Discurso
- Análisis del Discurso
- Ideas finales
- Referencias bibliográficas generales
El Discurso, en su sentido más amplio, es teoría y práctica de la elocuencia, sea hablada o escrita. El Discurso hablado es la oratoria; las reglas que rigen toda composición o discurso en prosa que se propone influir en la opinión o en los sentimientos de la gente y, en tal sentido, es una forma de la propaganda. Se ocupa, pues, de todos los asuntos relacionados con la belleza o vigor del estilo.
El Discurso se ocupa de los principios fundamentales que tienen que ver con la composición y enunciación de la oratorio, teniendo como partes fundamentales: inventio (del verbo invenire, encontrar o definir el tema del que se va a hablar); dispositio (disposición de las partes); elocutio (elección de las palabras, ligada con el ornato y las figuras); memoria (memorización) y actio (relacionada con el acto de emisión del discurso, próxima a la representación teatral). Las tres primeras son las fundamentales desde el punto de vista de la obra escrita.
Las Técnicas Discursivas, en su generalidad son: Narración, que consiste en contar sucesos, es dinámica; Descripción, que consiste en presentar hechos con una estrategia definida; y la Argumentación, que consiste en exponer una tesis y aportar pruebas o argumentos en beneficio de esa tesis. Esta claro que los datos expuestos en la exposición tienen un propósito que es ser estudiados y en ocasiones comparados con otros sucesos parecidos, así se facilita el entendimiento y se argumenta de la manera subjetiva que el orador estime conveniente.
La descripción, es, tal como el nombre lo dice, lo que describe la situación, los hechos reales. Y eso es en gran parte en lo que se basa este discurso. Explicar cual era la situación del momento y dar a conocer cuales eran los sentimientos de quien pronunciaba el discurso.
El discurso, en su origen, estructura y composición, lo estudiaremos en el presente ensayo, buscando analizar su razón de ser tanto en la expresión escrita como la hablada, en el denominado proceso de comunicación para lo cual nos valdremos de una revisión de documentos técnicos especializados, así como la consulta a personalidades autoridades en el área escritural.
El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia (versión 2001) nos ayuda a entender que un discurso es la facultad de usar la mente (el razonamiento) para reflexionar o analizar los antecedentes, principios, indicios o señales de cualquier asunto con el fin de entenderlo. Cuando reflexionas, estás discursando, es decir, aplicando tu inteligencia, para entender un asunto y hasta para ser capaz de explicarlo inteligentemente a otras personas. Es una tarea que realizas en el interior de tu mente.
Ahora bien, cuando se exponen los resultados de esas reflexiones, ya sea ante una o varias personas, se dice que se está presentando un discurso delante de estas personas, lo que significa que los que escuchan usan su inteligencia para entender lo que se dice. Cuando el discurso implica dialogar con el auditorio, se convierte en una conferencia, porque conferencia es una conversación entre dos o más personas.
Pero el Discurso tiene una larga historia, llena de relevancia y pasión, puesto que constituyó uno de los instrumentos fundamentales para la transformación social y política del mundo contemporáneo.
El poder de elocuencia que demuestran Néstor, Odiseo y Aquiles en la Iliada llevó a muchos griegos a considerar a Homero como el padre de la oratoria. El establecimiento de las instituciones democráticas en Atenas en el 510 a.C. volvió esencial para todos los ciudadanos el desarrollo de la habilidad oratoria; así fue como surgió un grupo de maestros, conocidos como sofistas, que se propusieron hacer que los hombres hablasen mejor según las reglas del arte. Protágoras, el primero de los sofistas, realizó un estudio de la lengua y enseñó a sus alumnos cómo hacer que la causa más débil se tornase más fuerte.
El verdadero fundador de la retórica como ciencia fue Corax de Siracusa, quien la definió como "artífice de la persuasión" y escribió el primer manual sobre este arte. Otros maestros fueron Tisias, alumno de Corax, también de Siracusa; Gorgias de Leontium, que fue a Atenas en el 427 a.C.; y Trasímaco de Calcedón, quien también enseñó en Atenas. Antifón, el primero de los llamados Diez Oradores Áticos, fue el primero en combinar la teoría y la práctica de la retórica. Con Isócrates, el gran maestro de la oratoria en el siglo IV a.C., el arte de la retórica llegó a ser un estudio cultural, una filosofía con un propósito práctico.
Platón satirizó el tratamiento más técnico de la retórica, con su énfasis en la persuasión más que en la verdad, en el diálogo Gorgias, y en Fedro discutió los principios que conformaban la esencia del arte retórico. Aristóteles, en su Retórica, definió la función de la retórica basándola, más que en la persuasión, en el descubrimiento de "todos los medios disponibles de persuasión".
En Roma fueron griegos los encargados de enseñar retórica formal, y los grandes maestros de la retórica teórica y práctica, Cicerón y Quintiliano, estuvieron influidos por los modelos griegos. Cicerón escribió varios tratados sobre la teoría y la práctica de la retórica, pero el más importante fue De inventione. El famoso De Institutione oratoria de Quintiliano todavía es válido por el amplio tratamiento que hace de los principios de la retórica y la naturaleza de la elocuencia ideal. Las disertaciones escolares del temprano imperio se encuentran en las suasoriae (disertaciones persuasivas) y en las controversias del retórico Séneca el Viejo, padre del filósofo, ambos nacidos en Córdoba (España).
El Discurso constituyó, junto con la Gramática y la Dialéctica, el Trivium, es decir, las tres disciplinas preliminares de las siete artes liberales que se impartían en las universidades. Las principales autoridades medievales en discursos (entiéndase que algunos autores hablan de retórica) fueron tres estudiosos romanos de los siglos V, VI y VII: Marciano Capella, autor de las Bodas de Mercurio y Filología, tratado basado en una alegoría de las siete artes liberales (además del Trivium, el Quadrivium: Aritmética, Astronomía, Geometría y Música); Flavio Casiodoro, historiador y fundador de monasterios, célebre por sus Institutiones diuinarum et saecularium litterarum, cuyo segundo libro contiene una relación de las siete artes liberales; e Isidoro de Sevilla, arzobispo español autor de las Etimologías, una obra enciclopédica que reúne la erudición del mundo antiguo.
Durante el renacimiento, el estudio del Discurso continuó basándose en las obras de escritores como Cicerón, Quintiliano y Aristóteles, cuya Poética se difundió, desde finales del siglo XV hasta el XVII, gracias a traducciones italianas.
A pesar de su decadencia a partir de finales del siglo XVIII, el discurso siguió brindando recursos para su ejercicio en el terreno de la oratoria política y del debate de ideas. Desde una perspectiva más libre de manuales, autores como Víctor Hugo (a pesar de su grito de "muerte a la retórica"), Baudelaire, Valéry, van ofreciendo las normas modernas de una nueva retórica. Que la retórica haya sido reducida al ámbito del manual y del texto escolar, no quiere decir que en ellos resida su significado original. Gracias a Arnold Schering (1877-1941), es posible afirmar que el sistema didáctico musical era adaptación del retórico: hay también en la música un "arte de hallar" (la inventio), como lo demuestran las Invenciones de Bach. En el ámbito literario ha habido intentos de sustitución del término y de su propia estructura: de la poética a la estilística, de las artes poéticas a los manifiestos de las vanguardias. Está claro que la nueva retórica, a partir de investigadores como Roland Barthes, Roman Jakobson (retórica y lingüística), Tzvetan Todorov, el formalismo ruso, el new criticism angloamericano, Lacan y el psicoanálisis, el grupo de Agustín García Calvo, entre otros.
Según nos dice Alfredo Elejalde F. (Lima, 1998), un discurso es un acto de habla, y por tanto consta de los elementos de todo acto de habla: en primer lugar, un acto locutivo o locucionario, es decir, el acto de decir un dicho con sentido y referencia; en segundo lugar, un acto ilocutivo o ilocucionario, o el conjunto de actos convencionalmente asociados al acto ilocutivo; finalmente, un acto perlocutivo o perlocucionario, o sea, los efectos en pensamientos, creencias, sentimientos o acciones del interlocutor (oyente).
El texto, en cambio, es lo dicho, el enunciado y su organización, que sin embargo, al igual que el hombre mismo, vive en sociedad. Un texto no puede existir aisladamente pues necesita ser insertado en contextos culturales determinados y en circunstancias específicas, de lo contrario carecería de sentido. Es decir, un texto sólo puede ser parte de un discurso que prevé las condiciones de producción del texto y las condiciones de su consumo: los discursos literarios y los no literarios requieren no sólo de dos modos distintos de ser escritos, sino que además están destinados a ser leídos de maneras diferentes.
Estos modos, recalca Alfredo Elejalde F., previstos y convencionales de producir y de consumir un tipo específico de discurso constituyen los esquemas discursivos. Estos son, pues, moldes para producir/consumir discursos que, a su vez, se actualizan en textos. S. Reisz, al explicar su propuesta de teoría de los géneros literarios, cita la distinción de Stierle entre "texto" (lo lingüísticamente observable) y "discurso" (el acto de habla de un sujeto particular en una situación particular) para explicar su propuesta del antigénero lírico. Ella sostiene que el sentido y la identidad del discurso emanan de su relación con un esquema discursivo preexistente y de su vinculación con un sujeto que se manifiesta en la identidad de un rol. Este esquema orienta la producción y la recepción del discurso, pero no las determina totalmente, por lo que todo discurso tiene una identidad precaria y distinta de la identidad del esquema. El tránsito problemático del esquema a su realización particular produce innumerables puntos de fuga a partir de los cuales el sentido del discurso se ramifica abriendo nuevas e imprevisibles conexiones temáticas que explican el carácter siempre inconcluso del proceso de la recepción.
El concepto de Discurso se define, a partir de Michael Focault, como " un conjunto de enunciados que dependen de una misma formación discursiva… está constituida por un número limitado de enunciados para los cuales puede definirse un conjunto de condiciones de existencia."
El Discurso, desde el punto de vista de la comunicación, se ve como un espacio que posibilita la coexistencia de diversos enunciados a partir de la práctica comunicativa. Las Modalidades de enunciación de estos enunciados obedecen a unas relaciones descriptibles que obran en ellos y a partir de las cuales se puede determinar que una cartelera, un periódico barrial, una formulación de un estudio sobre el fenómeno comunicativo o una encuesta a los empleados de una institución publica, son enunciados del discurso de la comunicación en tanto hacen parte de una practica comunicativa.
Pero antes de continuar, es conveniente hacer un paréntesis en el desarrollo que se viene siguiendo, y adelantar aquí lo que entendemos por discurso en el marco de las nuevas tendencias del pensamiento racional, entiéndase discurso de la modernidad y de la posmodernidad, y lo que para algunas escuelas positivistas y filosóficas significa el discurso antrópico:
- Discurso de la modernidad: mi centro como universal.La modernidad se ordena a través de un centro incuestionable, que se erige en paradigma de todo acto de significar y que se proyecta en imposición logocentrista: la verdad transciende su contexto y se presenta como algo transferible. Se puede así hablar de "proponer la verdad", como señala Feijoo en su Teatro crítico universal, para añadir: "Doy el nombre de errores a todas las opiniones que contradigo". El error y la verdad en el discurso de la modernidad son algo tangibles e independientes del sujeto conocedor, o sea indiferente a su contextualización: la modernidad impone significado.
- Discurso de la posmodernidad: deconstrucción de todo centro —mientras se busca el centro transcendente— con lo que se difiere su definición. La posmodernidad es la duda de la modernidad, es la perplejidad ante el descubrimiento de lo fatuo y quimérico de suponer la existencia de un centro cultural unívoco que se proyecte como referente de toda significación, pero se hace sin problematizar el concepto mismo de "centro". O sea, el blanco del proceso es la estructura, la narratividad del discurso de la modernidad, que ahora, sin el apoyo del centro transcendente que en un principio la hizo posible, se convierte en fácil blanco de una implacable crítica deconstruccionista proyectada en una orgía destructiva: la posmodernidad difiere el acto de significar, al anhelar y negar a la vez la posibilidad de un significar transcendente.
- Discurso antrópico: definición en la transformación. La antropocidad implica una abstracción del concepto de "centro cultural" que aporta la modernidad (de todo centro que se proyecte como transcendente), para colocar en primer plano la "estructura" misma. El centro antrópico es un centro dinámico, móvil, un centro sujeto a la continua transformación propia de todo discurso axiológico. Es un centro que sólo se concibe en el proceso dinámico de su contextualización y como núcleo de constante re-codificación de dicha contextualización.
Del Discurso deviene la oratoria, la elocuencia y el arte de la expresión humana; todo inmerso en la estética y lógica del pensamiento; es también el arte de persuadir con la verdad, según la definición de Sócrates; el arte de descubrir esa verdad de manera intuitiva, acercarnos a ella, desnudarla y hacerla visible a los oyentes por media de una tangencia inmediata y mística, como quiere José María Pemán.
Fenelón, nos dice José Luis Gómez-Martínez , señalaba que el dominio del tema objeto del discurso era indispensable, y con cierta ironía fustigaba a los oradores de su tiempo indicando que algunos no hablaban porque estuvieran rellenos de verdades, sino que buscaban las verdades a medida que hablaban.
Sentado el dominio del tema y la nitidez de los conceptos, el orador requiere memoria feliz, observando Pulido que casi todos los afamados oradores presentan igual rasgo de semejanza en su biografía: que se distinguieron en su niñez por una memoria extraordinaria. Imaginación y sensibilidad vivas, a fin de contagiar las ideas, las pasiones y los afectos; expresión vigorosa de unas y de otros y una dicción clara, rítmica, musical a veces, dotada de aquella melodía compuesta de inflexiones de voz y de timbres variados, necesaria para reflejar y traducir los estados diversos del espíritu.
Pronunciación y ademán, hasta el punto de que la declamación y el gesto del actor trágico -con la notable diferencia que existe entre aquel que recita lo ajeno y el que pronuncia lo propio -se apunta como ejemplo que el orador ni debe ni puede despreciar.
Cualidades de orden natural las unas; logradas con el ejercicio, la autocorrección y el estudio las otras; ni éstas sirven si aquéllas no existen, ni éstas pueden abandonarse para que crezcan y vivan en salvaje y ruda espontaneidad. Si Demóstenes era orador por naturaleza, tuvo que corregir y pulimentar defectos graves que se oponían a la externa proyección de su elocuencia. Con chinas en la boca y recitando trozos de autores notables a orillas del Pireo, combatió su tartamudez, y afeitándose la mitad de la cabeza y de la barba, para verse forzado por la vergüenza a no salir de la cueva de su casa, donde se ejercitó con voluntad muy firme en la práctica de ejercicios oratorios, logró tal dominio del arte que, durante quince años, pronunció los más grandes y bellos discursos de la humanidad, y entre los mismos las famosas «Filípicas» y la obra maestra que llamamos «La oración de Clesifonte».
Ahora bien, suponiendo reunidas las cualidades indicadas: ¿dónde encontraremos al orador ideal? ¿En aquel que poniendo sus discursos por escrito procure aprenderlos y fijarlos con detalle? ¿O en aquel otro que, subido a la tribuna, improvisa sobre la marcha?
Don Antonio Maura, en el discurso leído con ocasión de su ingreso en la Real Academia de la Lengua, aconseja que el discurso no debe en ningún caso de fijarse en la memoria; que, aun habiéndolo escrito, deben romperse las cuartillas; que nada hay semejante, a pesar de las incorrecciones del estilo, de la eufonía y de la sintaxis, a la frescura virginal de la elocuencia, al espectáculo de asistir al brote original de las palabras, y que la fijación del discurso en la memoria, aparte de exponer al orador a las quiebras y desventuras de sus faltas, lagunas y vacíos, le hace siervo en lugar de señor de su obra.
De otro lado, Emilio Castelar, citado por José Edmundo Clemente sugería a sus discípulos, y los alentaba con su ejemplo, que el discurso mejor es el discurso que se escribe, se aprende, se ensaya y luego se pronuncia. En esta línea, sabido es que los grandes oradores griegos y romanos sostenían que la improvisación era un atrevimiento mercenario ajeno al noble arte de la oratoria, de tal manera que Demóstenes se negó a hablar, no obstante la excitación del pueblo, cuando no conocía de memoria su discurso. Una y otra tesis son conciliables. En efecto, cuando el orador tenga tiempo, fuerza retentiva, serenidad de ánimo y habilidad bastante para cubrir, improvisando, las lagunas inevitables de la memoria y enlazar con la hebra rota o perdida del discurso, es indiscutible que éste alcanzará el máximo de la perfección oratoria. Cuando esto no sea posible, construido el plan del discurso, que es preciso retener como un esqueleto o armazón de doctrina, puede dejarse libre a la improvisación seguro de que el pensamiento desembarazado y sin ligaduras puede confiar en la propia elocuencia y en los reflejos automáticos de la palabra.
En todo caso, el plan o el discurso postulan antes que nada un sondeo del auditorio, de las circunstancias que lo convocan y de la oportunidad de aquello que en esa ocasión concreta piensa exponerse. Sin variar el asunto ni variar los espectadores, la oportunidad requiere planes y métodos distintos.
El plan exige de su parte un encadenamiento lógico y sucesivo de las ideas, un descanso en las transiciones para afirmar el nervio del discurso y para aliviar la atención, pasando de la gravedad a la sonrisa, e iniciar suavemente el declive hacia el epílogo o la conclusión, cerrando con un broche que lo mismo puede ser síntesis que apóstrofe, pero que en todo caso requiere la frase y el gesto propicios para que el auditorio, al disolverse, continúe meditando y resuelto.
Sabemos ya lo que es la oratoria; la hemos catalogado en la esfera del arte y de la literatura. Hemos definido al orador, hemos señalado sus cualidades e incluso acabamos de discutir la conveniencia o inconveniencia de que, trazado un plan o esquema de doctrina, se aprenda el discurso fijándolo por escrito o se entregue al soplo de la improvisación al pronunciarlo.
Hay un estilo propio del discurso, como hay un estilo propio de la tragedia. De aquí que, a pesar de que sin representación no hay obra dramática, la mayor parte de las obras dramáticas son juzgadas por la simple lectura. El Discurso es, sin lugar a dudas, el instrumento fundamental para entender el lugar que los hombres ocupan en el universo.
La estructura y composición del Discurso
Como se dijo en el capítulo anterior, el Discurso es una vía de comunicación estructurada y definida en razón de un mensaje, el cual es ordenado y orientado en función a intereses propios del orador o expositor del Discurso. Para hacer efectiva la acción del Discurso se hace necesario cubrir ciertas etapas, todas ellas encaminadas a plantear un modelo ideal de lo que a través de palabras escritas y orales se desea expresar en un momento determinado. Influye mucho en la ejecutoria del Discurso las condiciones en que se dará y, por supuesto, el cómo el orador enfrentara esa ejecutoria discursiva. Para ello hay reglas básicas que bien las ha expuesto Teun A. Van Dijk. Dice el autor: "Antes de exponer el Discurso hay que Relajarse: para ello inspirar y expirar diez veces, llevando aire al abdomen; Concentrarse: pensar firmemente en las ideas; Articular y vocalizar las palabras; y tener control sobre el Silencio: tener en cuenta el inicial y el previo al cierre del discurso.
El Discurso ha de estar estructurado en razón de:
Partes del discurso
(A)Introducción o exordio
- De impacto: cuando el auditorio está en un estado de expectativa frente a un hecho conmocionante y una palabra o frase del orador logra desencadenar un fenómeno de shock que incidirá en el ánimo colectivo.
- Progresivo: se aplica cuando el orador se insinúa al público que desconoce, lentamente trata de establecer el "rapport" (de meterse en el alma de quien escucha).
- Directo: es cuando se anuncia el tema que se tratará y se pasa rápidamente al desarrollo.
- Ampuloso: se lo usa cuando ocurre un hecho excepcional (muerte de una gran figura) y se usan excesivamente los adjetivos grandilocuentes.
(B)Desarrollo, cuerpo o medio
Las ideas se concatenan una con otras, esto evitará que se pierda el hilo conductor. Si el desarrollo es extenso se lo puede estructurar en dos o tres partes.
(C)Conclusión o peroración
La peroración debe ser meticulosamente armada, estudiada, y su duración no debe ser mayor a dos minutos. Si bien no se recomienda la memorización en la palabra hablada, se la debería usar en el exordio y la peroración. Se pueden apelar a citas, anécdotas, parábolas
(D)Confección – redacción: palabras claves y redacción completa.
- Palabras claves: consiste en escribir en un papel los puntos principales y "vestirlos" mientras se expone. Sólo con bajar la vista un instante se podrá seguir el hilo del discurso.
No sólo debe decirse la verdad, sino también lo que se expresa debe parecer cierto. Téngase en cuenta las siguientes sugerencias y precauciones:
- Redacción completa: es apropiado cuando se dan a conocer datos muy precisos sobre un tema. Hay que marcar el discurso, sobre todo los adjetivos calificativos, silencios, verbos que destaquen hechos o situaciones que convengan al orador.
- Sonreír (para que el público tenga una buena impresión).
- Salvo que sea necesario, prescindir de apuntes.
- Tener un buen uso del lenguaje, lo que permite más vocabulario.
- No contener nunca la emoción, pero evítese hablar durante la misma.
Los discursos más frecuentes son:
- No ingerir alimentos previamente al discurso.
- Fúnebres: palabras de pesar frente al féretro donde se enumeran los aportes del fallecido (si los hubo) para la comunidad. La elocución se hará de manera lenta y con varios silencios.
- Conmemorativos: en el recuerdo de personalidades o acontecimientos históricos o hechos importantes, se evocan las situaciones previas y consecuencias del suceso o se recuerdan las acciones más importantes del individuo y el beneficio que aportó a la comunidad. La exposición debe atenderse al tipo de auditorio y la ocasión.
- Bienvenida y despedida: (sinceridad y cordialidad) en el primer caso hablar del placer de recibir a la nueva persona y el deseo de buenaventura en las nuevas actividades. En el segundo, contar una anécdota.
- Inaugural: Se elogia a quienes participaron en la organización (conferencia), planificación (curso) y construcción (edificio), reconociéndose el esfuerzo de los participantes.
- Sobremesa: comer liviano para evitar la pesadez postprandial.
- Específico (técnico científico): evítese el uso de matices, pero no de tonos.
- Inductivo: si se tiene que influir sobre un auditorio para que se lleve a cabo una acción, la dramatización en estos casos es imprescindible.
Si bien lo expresado por Teun A. Van Dijk, tiende a ser extremadamente práctico, es ese pragmatismo lo que hace que el Discurso pueda tener cuerpo y significado a la hora de ser emitido. Hay que recordar en todo momento que la razón de ser de un Discurso es transmitir un mensaje y ese mensaje tiene que ser claro, sencillo y directo, para alcanzar el máximo objetivo que es comunicar.
Para otros autores (destaca María del Rosario GARCÍA ARANCE: La imagen literaria. Valladolid: Universidad de Valladolid, 1983), la elaboración del discurso, aún siendo determinante, constituye tan sólo una primera etapa de la preparación del acto (y puede que no la más complicada).
Cuando se prepara un discurso hay que tener muy claro cuál es su objetivo, qué es lo que se pretende conseguir (informar, motivar, divertir, advertir, etc.). En primer lugar hay que definir el tema de la exposición. Esto puede venir ya indicado por los organizadores del acto (aunque uno siempre podrá darle su propia orientación) o puede que uno tenga libertad para elegirlo.
Definido el tema, hay que determinar la idea clave que se quiere transmitir y sobre la que va a girar toda la argumentación. Por ejemplo, se va a hablar sobre el sector educativo en Venezuela y se quiere transmitir la idea de la ausencia de formación en historia y geografía regional.
Una vez seleccionada la idea clave, hay que buscar argumentos en los que apoyarla. Para ello lo mejor es dar rienda suelta a la imaginación ("lluvia de ideas") e irlas anotando a medida que vayan surgiendo. Este proceso puede durar algunos días (hay que dar tiempo a la imaginación; las ideas surgen inesperadamente). Una vez que se dispone de una lista de posibles argumentos hay que seleccionar los 4 o 5 más relevantes (y no más). Hay que tener presente que en un discurso la capacidad de retención que tiene el público es limitada y que difícilmente va a ser capaz de asimilar más de 4 o 5 conceptos.
Tratar de apoyar la idea clave con muchos argumentos a lo único que lleva es a que el público termine sin captar lo esencial. Una vez que se han seleccionado esos pocos argumentos que se van a utilizar hay que desarrollarlos en profundidad. Se utilizarán conceptos, datos, ejemplos, citas, anécdotas, notas de humor. El discurso se estructura en tres partes muy definidas:
- Introducción (plantea el tema que se va a abordar y la idea que se quiere transmitir).
- Desarrollo (se presentan los distintos argumentos que sustentan la idea).
- Conclusión (se resalta nuevamente la idea y se enumeran someramente los argumentos utilizados).
El discurso no tiene por qué ser una pieza literaria, lo que sí debe primar es la claridad. Al ser escuchado el receptor, es decir las personas a quien se le lee el Discurso, no tiene tiempo de analizar detenidamente el lenguaje utilizado, la estructura de las frases, etc. Además, en el supuesto de no entender una frase no va a tener la posibilidad de volver sobre ella.
Todo ello lleva, expresa María del Rosario García Arance, y es un aspecto que ya tocamos anteriormente, a que en el discurso deba emplearse un lenguaje claro y directo, frases sencillas y cortas. Hay que facilitarle al público su comprensión.
Ahora bien, independientemente del tema que se vaya a tratar, hay que procurar que el discurso resulte atractivo, novedoso, ágil, con gancho, bien fundamentado, interesante. Debe primar siempre la idea de la brevedad; la brevedad no implica que el discurso tenga que ser necesariamente corto, sino que no debe extenderse más allá de lo estrictamente necesario.
Alfredo Elejalde, expresa que siempre que se escribe se escribe para algo. El autor, en el discurso práctico que busca imponer opiniones o conductas, dispone la información y los argumentos de manera que el lector sea persuadido pues aquél busca un fin ajeno al texto mismo. La consecuencia es que este discurso utilitario y manipulador se estructura sobre dos ejes: la lógica de la demostración y la retórica de la argumentación. Por otro lado, ahonda Elejalde, en una novela tal vez no haya estructura demostrativa, pero sí hay estructura de relaciones entre eventos, personajes y estrategias para suspender la incredulidad del lector por el tiempo que dure la lectura de la ficción. Así, escribir, sea un relato factual o uno ficcional, se convierte en un juego de estrategias cuya finalidad está en el lector, en su conducta, sus emociones y sus creencias. Si estrategia e inteligencia son entonces copartícipes en la creación del discurso, lo son también de su lectura. Leer se hace, pues, en el reconocimiento de las estructuras lógicas y retóricas de la argumentación, en el goce de la ilógica razonada de la poesía, en la comparación de nuestra noción de realidad con la del mundo posible de tal novela o de tal teoría de la física, o en la auto evaluación de la capacidad para leer ese discurso.
Una de las etapas básicas una vez creado y expuesto un Discurso, es su Análisis e Interpretación por parte no sólo de quienes lo oyeron o leyeron, sino de quien lo hizo. La auto evaluación es prioritaria para modelare una pieza discursiva que sea trascendente y metódica. Para ello, los especialistas han remarcados ciertos aspectos que se tienen que apreciar a la hora de encarar un Discurso; a continuación expondremos un tanto acerca de ello, valiéndonos de la exposición teórica que Teun A. Van Dijk ha hecho al respecto.
Un primer elemento de consideración es el trabajo sobre el "análisis textual" que trata con la estructura más abstracta del discurso escrito como un objeto fijo en la perspectiva de la "lingüística". El otro es el relacionado con el "estudio del habla" (discurso oral) que se centra en aquellos aspectos más dinámicos de la interacción espontánea en la perspectivas de las "ciencias sociales".
A pesar de las diferencias de enfoques, ambos están comprometidos con el descubrimiento de "ordenes", "reglas", y "regularidades" en el trabajo de análisis de "estrategias" y "estructuras"; tienen una orientación descriptiva y su tendencia es a ignorar contextos mayores como por ejemplo lo "cognitivo" y lo "social".
De la misma forma también existe la distinción entre estudios más "formales" o abstractos como en la inteligencia artificial y gramática, y estudios más "concretos" de textos reales o formas de habla en contextos específicos o socio-históricos, es decir, de la formas reales en que los usuarios de una lengua se manejan como "actores sociales", hablando, significando, y haciendo cosas con palabras.
En la literatura consultada, resaltan las orientaciones de tipo teórico y descriptivo y los aplicados y críticos con un fuerte‚ énfasis en lo social, el último. También se puede distinguir una diferencia en los "estilos" o diseños de investigación; aquí se sitúan los estudios "empíricos" que trabajan con información concreta o corpus, y los de orientación "filosófica" que son más bien especulativos y utilizan formas impresionísticas para referirse al discurso.
Otro criterio de diferenciación de enfoques se basa en tipos de discurso en cuanto a "género". Aquí las preferencias apuntan hacia las conversaciones, las noticias, la publicidad, la narrativa, la argumentación, el discurso político, entre otros. Ahora bien, cada uno de estos enfoques ha desarrollado sus propios conceptos, métodos y técnicas de análisis; una integración de los mismos pueden circular en forma paralela a la variación y especialización interdisciplinaria van Dijk distingue tres: a) los que se centran en el discurso mismo o en la estructura, b) los que consideran el discurso como comunicación en el ámbito de la "cognición", y c) aquellos que se centran en la estructura socio-cultural. Todos conforman una trilogía (discurso, cognición, sociedad) la que se vislumbra como el ámbito propicio para es establecimiento de una empresa multidisciplinaria en el Análisis del Discurso.
Sea cual fuere el punto por donde podamos ingresar a este triángulo descubriremos que no se necesitan de los otros lados o aspectos; cualquier exclusión, entonces, década de los años 60 el interés emergió simultáneamente tanto en el campo de las "humanidades" como en el de las "ciencias sociales". Ya, como discurso escrito y oral, venía siendo abordado o tratado en el análisis literario, la historia, la comunicación de masas, y desde la Grecia Antigua en la retórica o como las propiedades de "hablar en público".
Un discurso es un campo de cultivo, cuyas ventajas podemos resumir en la forma siguiente: le otorga al expositor la primera opción para hacerlo bien, puesto que éste puede escoger de la forma más libérrima imaginable el tema (o por lo menos el tono y el enfoque) de su exposición. Y esto es una lucrativa ventaja psicológica.
En segundo lugar, le facilita la vida a quien pronuncia el discurso toda vez que no son de suponer interrupciones frecuentes en el desarrollo del discurso; antes bien, podemos prever que el auditorio esté ansioso por escuchar nuestra disertación y que dejará para el final cualquier objeción, lo que no ocurre en el caso de una conversación de venta, por ejemplo, en la cual lo más fácilmente esperable es la interrupción, el contra-argumento y aun la pregunta recusativa, que aplicados con maña podrían echarnos a perder el hilo conductor de nuestra alocución.
La tercera cuestión de la que es obligatorio que saquemos ventaja, es la preparación. El discurso nos da la chance de prepararnos. Una vez definido el tema del discurso, hay que explorar todos los afluentes de información del cual se nutre el Discurso, por ello el espíritu crítico y creativo, es fundamental para quienes producen un Discurso, es en donde está la raíz de la excelencia de lo que se quiere expresar y de lo es fundamentar para hacer efectiva la meta u objetivo de comunicar.
Expresar un Discurso, en todas sus partes, como hemos visto a lo largo del presente trabajo, es hacer efectivo el proceso emisor-receptor, en donde el mensaje fluya claramente y se inserte, por palabras o frases, en la mente de quienes lo leen o escuchan.
En este breve recorrido que hemos realizado por el pensamiento teórico y metodológico del Discurso, se ha querido ser fiel expresión del sentido práctico del mismo, es decir, expresar con claridad y brevedad un marco de ideas que definan el Discurso en la justa proporción de instrumento comunicador y transmisor de cultura y civilidad. El Discurso es una pieza literaria y académica de primer orden, cuya razón de ser está inscrita en el espacio y tiempo en que los hombres decidieron cambiar las armas por el bolígrafo y el papel, porque en ese espacio limitado del escrito se dan las más inmensas y sangrientas batallas para imponer ideas y pensamientos.
Referencias bibliográficas generales
CLEMENTE, José Edmundo. Descubrimiento de la metáfora. Caracas: Monte Ávila, 1977.
CORTÉS MORATÓ, Jordi y Antoni Martínez Riu. Diccionario de Filosofía (En CD-ROM). Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona., 1998.
GARCÍA ARANCE, María del Rosario. La imagen literaria. Valladolid: Universidad de Valladolid, 1983.
KRISTEVA, Julia y otros. El trabajo de la metáfora. Identificación/interpretación. Traducción de Margarita Mizraji. Barcelona: Gedisa, 1985.
Van Dijk, Teun A. El discurso como estructura y proceso. Barcelona, España, Editorial Gedisa, 2000.
Ramón E. Azócar A.