El aborto y sus consecuencias – testimonios y relatos (página 2)
Enviado por Carolina Correa Gutierrez
Después me ofrecieron trabajar en una clínica abortista. Acepté. A cambio de seis dólares a la hora me convertí en la secretaria. Hacía de todo: daba citas, explicaba a las clientas que no era un niño, sino una "menstruación fallida". A menudo mentíamos sobre la duración del embarazo, porque más allá de las diez semanas, las pacientes debían pagar el doble. Cuando yo iba a la cámara frigorífica y veía los trozos, las piernas y las cabezas de los fetos echados en una tinaja, volvía a casa y me emborrachaba. En 1995 los del movimiento provida instalaron una sede al lado de la clínica. Iban ante mi ventana con eslóganes como "el aborto detiene un corazón que late", "el aborto es un holocausto americano", "es un hijo, no una opción".
Hacíamos abortos incluso en el segundo trimestre de embarazo. Un día una chica alzó la cabeza, vio el piececito del niño y se puso a gritar. Debí decirle que se equivocaba; pero, mientras estaba pagando, me miró con los ojos rojos a la cara y me dijo: "Sabe muy bien lo que he visto. Me habíais dicho que no era un niño". Yo no podía más.
Hice amistad con mis vecinos del movimiento por la vida. Eran serenos, delicados y vivían los preceptos del cristianismo. Había una mujer, Ronda Mackey, que trabajaba para la Rescue Operation (Operación rescate). Tenía una hija llamada Elisabeth, de siete años. La invité a jugar a mi oficina en la clínica. Ella me pidió ir con ellos a la iglesia. Durante una misa, caí de rodillas y pedí perdón a Dios por todo lo que había hecho.
Ese fue el principio de su conversión para convertirse en una buena católica y defensora de la vida del no nacido. Ella misma, el año 2004, pidió a la Corte Suprema de Estados Unidos que revisara su caso, basándose en que todo fue fruto de una gran mentira y de que ahora existen nuevas evidencias de los efectos catastróficos del aborto. Para apoyar la petición de que el aborto es dañino para las mujeres, los abogados de McCorvey presentaron todas las evidencias científicas sobre secuelas del aborto junto con más de 1.000 declaraciones adjuntas de mujeres afectadas gravemente por sus abortos, pero su petición no fue atendida. Ahora Norma McCorvey es una de las líderes del movimiento por la vida de Estados Unidos.
b) Violación
Uno de los casos que más suelen sacar a relucir los proabortistas para legalizar el aborto es el de la violación, como para querer aparentar ser compasivos mientras que los provida aparecen como crueles, al exigirles que tengan ese hijo a toda costa. Pero la verdad es totalmente lo contrario. Aquí no se trata de una oposición entre la madre y el hijo. Ambos están íntimamente unidos. En el peor de los casos, el niño puede darse en adopción. Pero si la madre aborta a ese niño, sufrirá toda su vida las consecuencias de su aborto. Al abortar, no se mata sólo a un inocente, sino que la madre queda también gravemente afectada sicológicamente.
Tres investigadores norteamericanos (David Reardon, Julie Makimaa y Amy Sobie) analizaron 192 casos de mujeres embarazadas a consecuencia de una violación y 55 casos de adolescentes o adultos concebidos de esta violación. En su libro Victims and victors declaran que el 69% de las mujeres decidieron dar a luz, el 29% abortó y el 2% sufrió un aborto espontáneo. De las que abortaron a propósito, el 93% aseguró que el aborto no solucionó sus problemas y que no lo recomendarían. Reconocieron que fue nocivo para ellas y que sintieron más vergüenza y sensación de culpa después de abortar, habiendo abortado por presiones familiares y sociales[14]
En cambio, de las mujeres que dieron a luz, ninguna se arrepintió; y el 80% manifestó mucha felicidad por haber tenido al niño. Ninguna declaró que no quisiera a su hijo o que deseara haber abortado.
Veamos el testimonio de algunas de estas mujeres que fueron violadas. Kay Zibolsky refiere: Fui violada a punta de cuchillo a menos de una cuadra de mi casa, cuando tenía 16 años. Mi asaltante desconocido se perdió en la noche, dejándome herida después de haberme amenazado para que no se lo contara a nadie. En 27 años no lo conté nunca, excepto a mi esposo muchos años después. Concebí y di a luz una niña después de la violación; ella era preciosa. Cuando Robin tenía 18 meses la di en adopción, pero Dios tenía un plan especial. Después de mi propio proceso de sanación, me había preparado y nos conocimos, cuando ella tenía 27 años. Sus primeras palabras para mí fueron: "Caramba, me alegro muchísimo de que no te hayas hecho el aborto". Robin resultó ser una parte importante del proceso de sanación y le doy gracias a Dios hoy en día, porque no hice nada en mi juventud por lo cual hubiera tenido que sufrir el resto de mi vida, ya que no le hubiera dado la oportunidad a mi niña de decirme aquellas conmovedoras palabras. El mal llamado aborto "legal y seguro" la hubiera silenciado para siempre.
Testimonios como éste demuestran que, por encima de la mezquindad y la vileza de los promotores de la cultura de la muerte, resplandece la grandeza de la vida, la generosidad y el amor.
Kay Zibolsky sabe muy bien cómo se siente una mujer que es violada y se queda embarazada. Ella salió adelante y creó la organización Life After Assault League (LAAL), para ayudar a las víctimas de la violación. En su libro The Sorrow of Sexual Assault and the Joy of Healing (La tristeza de la violación y la alegría de la sanación) narra su amarga experiencia y cómo consiguió salir adelante.
Jackie Bakker dice: Cuando tenía 19 años fui violada a punta de pistola. Me sentí sucia, usada y robada en toda mi dignidad. Cuando se lo dije a mis padres, mi papá se horrorizó de que estuviera embarazada, especialmente de un violador. En Paternidad Planificada me dijeron que el aborto era la única solución y no me ofrecieron alternativas. Mis padres me hicieron testificar ante el fiscal sobre la violación para que pudiera tener un aborto legal. Sentí una terrible presión de todos, especialmente de mis padres, y al final cedí. Me inyectaron una solución salina y 18 horas mas tarde "di a luz" una pequeña bebita muerta que estaba totalmente formada y era perfecta. Sentí un vacío que nadie puede llenar, los efectos del aborto continuaron mucho tiempo después de los recuerdos de la violación. Por los próximos tres años experimenté horribles depresiones y pesadillas. Al contrario de todo lo que me habían dicho, era mucho más difícil lidiar con el recuerdo del aborto que con el de la violación. La violación fue un crimen terrible contra mí, una víctima inocente. El aborto fue la matanza de mi hijo inocente y yo participé voluntariamente.
Odié al hombre que me había hecho esto. Pensé que lo que él hizo era terrible y cruel: me había violado. Pero inmediatamente después que aborté a mi hijo, me di cuenta de que lo que había hecho era aún más cruel. Yo había creado una nueva víctima y era la única persona responsable por ello. Me sentí mucho más culpable por el aborto ya que éste no me borró el recuerdo de la violación, solamente me dejó con otras cosas a las que tuve que enfrentarme.
– Vanesa era una niña colombiana. Cuando tenía diez años fue violada y quedó embarazada. Nueve meses después dio a luz un precioso bebé que ahora vive con ella y su madre. Su caso está cargado de dolor, pero al mismo tiempo es símbolo del triunfo del bien sobre el mal. Su historia es un ejemplo que sirve para argumentar la defensa de la vida siempre, incluso en un caso límite, de los que tanto gustan a los proabortistas para defender sus tesis.
Su madre podía haberla llevado a una clínica a que abortara y seguro que nadie se hubiera atrevido a juzgarla. Cualquier médico hubiera firmado un informe de aborto por violación o por peligro para la salud física o síquica de la madre, máxime tratándose de una menor. Sin embargo, con todo el dolor que supone enfrentarse a un hecho de esta magnitud, apostó por la vida. Vanesa empezó a recibir tratamiento sicológico, gracias al cual, apenas tiene secuelas del trauma. Es una historia con final feliz.
c) Aborto eugenésico
Es el que se realiza para evitar que el niño nazca con alguna malformación. Hoy es muy común hacerse pruebas durante el embarazo con el fin de ver el estado de salud del feto y poder detectar alguna posible enfermedad o malformación y así poder abortar cuanto antes. En algunos países se está haciendo ya obligatoria está práctica en vista a evitar el nacimiento de niños enfermos que son una carga para sus padres y para el Estado.
A este propósito la Congregación para la doctrina de la fe publicó en 1987 la Instrucción Donum vitae, en la cual se dice: El diagnóstico prenatal es lícito, si los métodos utilizados con el consentimiento de los padres, debidamente informados, salvaguardan la vida e integridad del embrión y de su madre sin exponerles a riesgos desproporcionados. Pero se opondrá gravemente a la ley moral, cuando contempla la posibilidad, en dependencia de los resultados, de provocar un aborto.
El renombrado constitucionalista brasileño Celso Bastos, en una entrevista a la revista Catolicismo, dijo: Participé en una discusión en la que un médico, dueño de diversas clínicas, defendía el aborto. Él decía que con un aparato de ultrasonidos se puede conocer con un 80% de certeza si el feto sufre de mongolismo, en cuyo caso podría ser abortado. Le pregunté, ya que admitía un 20% de inseguridad: ¿Por qué no dejar nacer a la criatura y matarla después? Así tendríamos un 100% de certeza. Él no tuvo respuesta y se irritó[15]
Hay diferentes métodos de diagnóstico prenatal. La ecografía, realizada hacia la vigésima semana, puede detectar el 95% de anomalías o malformaciones, pero se dan muchos errores de mala interpretación, debidos a la falta de preparación de los operadores. Sin embargo, es la técnica más aceptable, porque no se han detectado riesgos importantes. Otros métodos de diagnóstico tienen mayores riesgos de aborto y habría que evitarlos a toda costa. La amniocentesis o prueba del líquido amniótico tiene un riesgo de aborto del 1%, si se hace en época tardía, pero si se hace entre la 11 y 12 semanas, o antes, el riesgo se eleva al 5%.
La embrioscopia tiene un riesgo de aborto de 8 a 9%. La fetoscopía, realizada alrededor de la semana 18, tiene un riesgo que supera el 6%. Y todas las técnicas que exigen extraer células, tejidos o sangre fetales, son arriesgadas y con un mayor tanto por ciento de abortos. Por ello, hay que desecharlas.
El problema es que ninguna de las técnicas actuales son fiables al 100% y con frecuencia los médicos han aconsejado el aborto por haber supuesto que había malformaciones o enfermedades que no existían.
En Italia ocurrió un hecho muy lamentable que causó polémica a nivel mundial. Una mujer recurrió al aborto de su hijo de 22 semanas, porque según el diagnóstico médico tenía una malformación. En las cuatro ecografías que le habían hecho en el hospital Careggi de Florencia el año 2007 se manifestaba una malformación congénita según la cual el esófago y el tubo digestivo no tenían continuidad; pero, al abortarlo, comprobaron que todo había sido falso. ¿Cuántos niños habrán tenido que morir por falsos diagnósticos o por haberse realizado esa prueba sin necesidad?
El problema de fondo es si ese niño, aunque nazca enfermo, es un ser humano y tiene derecho a la vida o no. El Papa Juan Pablo II dijo claramente: La Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad[16]
Uno de los casos más frecuentes para esta clase de abortos es el síndrome de Down. Muchos padres no pueden aceptar un niño así y tratan de eliminarlo por cualquier medio, antes o después del nacimiento. Sin embargo, estos niños, que necesitan mucho amor, son para sus familias una fuente inmensa de bendiciones y de alegrías. Así me lo decía mi amigo Carlos Ávila, que tiene once hijos y el último es precisamente Down. Me aseguraba: Este último hijo ha sido una bendición para toda la familia y todos lo queremos mucho y lo ayudamos en todo.
El famoso rey del aborto, Bernard Nathanson, contaba esta anécdota: Cuando estuve con mi esposa en Nueva Zelanda, almorzamos cierto día con sir Wiliams Lilley, que es el más importante fetólogo del mundo, y nos contó que habían tenido cuatro hijos que ya eran mayores, y, al quedar solo el matrimonio, adoptaron un niño Down. Pues bien, este señor nos dijo que ese hijo mongólico les había proporcionado más satisfacciones que cualquiera de los otros cuatro hijos de su matrimonio[17]
Una madre de 27 años de Avilés, España, deficiente mental, estaba embarazada de seis meses y sus padres pensaron que el niño nacería también con deficiencia mental. Sus padres acudieron para que le hicieran el aborto, pero la Clínica no aceptó por haberse pasado el tiempo legal. Los padres acudieron al juzgado para que autorizara el aborto. Este fue un caso emblemático en toda España. Los defensores de la vida ya le habían puesto nombre: Pelayo, si era hombre; y Covadonga, si era mujer. Hubo cientos de peticiones a la fiscalía, implorando por la vida del niño. Muchas familias se comprometían a adoptarlo. Además, el riesgo del aborto era mayor que el de un parto normal o por cesárea. Sin embargo, el juez dictó sentencia favorable al aborto y Pelayo murió. Había sido uno de los niños más queridos y deseados de toda España en 2004. Su injusta muerte sirvió para sacudir muchas conciencias dormidas.
Un caso hermoso, que ocurrió en Estados Unidos, fue el de Samuel, a quien detectaron espina bífida y pudieron curarlo, operándolo en el seno materno. El doctor Joseph Brunner operó a Samuel Alexander Armas, un feto de 21 semanas, que tenía una malformación llamada espina bífida. En estos casos la columna vertebral se queda abierta y la médula espinal se daña, por lo cual la persona normalmente se queda inválida. Su madre, Julie, una enfermera de 27 años, había tenido dos abortos espontáneos antes de quedar embarazada de Samuel. A las 14 semanas de gestación empezó a sufrir de calambres y la ecografía mostró las anomalías del bebé. Desecharon la opción de abortar y solicitaron la ayuda del doctor Brunner.
La operación fetal se realizó con total éxito. Lo excepcional y hermoso de este caso es que un fotógrafo, presente en la operación, captó una imagen de la mano de Samuel, saliendo fuera del vientre de su madre y agarrando fuertemente el dedo del doctor Brunner. La foto, titulada The Samuel´s first shake-hands (el primer apretón de manos de Samuel) dio la vuelta al mundo.
d) Aborto terapéutico
En muchos países, para legalizar el aborto, comienzan por presentar los tres casos especiales: violación, malformación del feto y el peligro para la vida de la madre. Después se abre la puerta cada vez más hasta llegar al aborto a petición. El aborto terapéutico es el realizado cuando está en riesgo la vida de la madre.
Según la doctrina de la Iglesia, no se puede atentar directamente contra la vida del niño, pero se le pueden dar a la madre medicinas para curar sus problemas de salud, aunque indirectamente puedan ocasionar la muerte del feto.
En la historia humana hay muchos casos de mujeres valientes que supieron dar su vida en favor de la de sus hijos, a los que no quisieron abortar. Uno de los casos más importantes fue el de Gianna Beretta. Se casó con Pietro Molla el 23 de setiembre de 1955. En menos de cuatro años dio a luz tres hijos. En el cuarto embarazo apareció un fibroma en el útero y fue necesaria una operación quirúrgica. Ella le declaró al cirujano que debía ocuparse primero de salvar la vida de su criatura. Al día siguiente de dar a luz a Gianna Emmanuela, aparecieron complicaciones. Una peritonitis séptica la llevó a la muerte en pocos días, el 28 de abril de 1962. Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II en la basílica vaticana el 24 de abril de 1994.
Otro caso ejemplar. María Beltrame Quattrocchi quedó embarazada en 1913. Todo fue bien hasta el final del cuarto mes. De pronto vino una violenta e imparable hemorragia. El diagnóstico era placenta previa, que en aquel tiempo ere como sentencia de muerte para la madre y el hijo. Le aconsejaron abortar, porque la posibilidad de sobrevivir en ese tiempo era de un cinco por ciento. Los dos esposos decidieron seguir adelante y orar intensamente. El 6 de abril de 1914 nació su cuarta hija, Enrichetta, sana y sin complicaciones, pudiendo superar la infección que tuvo después del parto. De sus cuatro hijos, dos son sacerdotes y una religiosa. Enrichetta es una buena madre de familia. Ambos esposos fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II en Roma el 21 de octubre del 2001.
El caso de Carla Levati es hermoso. El 27de enero de 1993 moría en Italia a los 28 años, ocho horas después de haber dado a luz un niño que quiso traer al mundo pese a que los médicos le aconsejaron un aborto para operarla de cáncer. La mujer llegó al parto en estado de coma, después de meses de grandes sufrimientos físicos, soportados para evitar que los fármacos que podían calmarle el dolor dañaran al feto que llevaba en su seno. Morir antes que matar. De acuerdo con su marido, Valerio Ardenghi, un albañil, Carla prefirió el sufrimiento y dar a luz al nuevo hijo. Su esposo escribió en estos meses un "Diario" de las angustias y dolores vividos día por día. En una de las últimas páginas escribió: "Gracias, Carla, por haberme convertido en un hombre"[18].
Otro caso es el de la familia del famoso cardenal argentino Eduardo Pironio. Sus padres eran emigrantes italianos. Su madre tenía 18 años al quedar embarazada del primer hijo, enfermando gravemente. Durante seis meses estuvo en cama sin poder moverse y los médicos le dijeron que no podría tener más hijos, ya que, de lo contrario, su vida correría grave peligro. Ambos esposos oraron intensamente a Dios y pudieron tener en total 22 hijos. El último de los cuales fue un regalo de Dios para la humanidad: el cardenal Pironio.
El caso de Silvia lo conozco personalmente. Ella vive en Lima y ha tenido 10 hijos con diez cesáreas, a pesar de que los médicos hablan mucho del peligro para la vida de la madre al tener más de tres cesáreas; sin embargo, conozco madres que han tenido seis y siete cesáreas y son felices con sus hijos sanos.
En estos casos, evidentemente, hace falta fe y valentía para afrontar los problemas, confiando en Dios.
Una de las cosas más importantes que debemos tener en cuenta es que el aborto es cuatro veces más peligroso que el parto normal. Así lo confirmó el doctor David Reardon después de estudiar 9.000 casos en una investigación financiada por el gobierno de Finlandia[19]
Abortar no es fácil ni seguro como quieren hacernos creer los imperialistas de la cultura de la muerte. Aunque el aborto esté legalizado y se realice en Clínicas bien acondicionadas, hay muchas muertes; pero, sobre todo, el aborto tiene muchas secuelas físicas, incluido el cáncer, y muchas consecuencias sicológicas difíciles de curar. No es lo mismo abortar que tener un niño.
La gran transnacional del aborto en el mundo la IPPF (Federación internacional de planificación familiar) durante décadas negó que hubiera secuelas de síndrome postaborto, pero ya lo ha admitido en un documento titulado Plan trienal y programa de objetivos a largo plazo (1990-1993).
Un estudio de la doctora española Gómez Lavín revela que el 40% de las mujeres que abortaron ha pensado en suicidarse. Según la Academia de Obstetricia de Inglaterra, las probabilidades de tener problemas sicológicos y siquiátricos graves y permanentes después de un aborto, pueden alcanzar al 59% de las que han abortado.
El aborto se asocia con un riesgo de suicidio seis veces mayor comparado con las mujeres que dieron a luz normalmente. El riesgo de depresión es 65% mayor tras el aborto. Se da un 160% de incremento en acudir a tratamiento siquiátrico en aquellas que han abortado y, en un 30% más, sufren de ansiedad generalizada[20]
En 1972 algunos investigadores observaron que las jóvenes que abortan pueden desarrollar conductas de promiscuidad, que previamente no tenían. Según un estudio del Instituto Elliot de Estados Unidos, el 43% de las mujeres declararon sufrir de promiscuidad tras el aborto. Estas mismas mujeres tenían más probabilidades de sufrir a continuación del aborto, alcoholismo, drogadicción, intentos de suicidio, cambios de personalidad, abortos reincidentes y pérdidas de placer en las relaciones sexuales[21]
Según el mismo Instituto Elliot, el 58% de las mujeres encuestadas dijeron sentir disminución del placer en las relaciones sexuales después de sus abortos y el 47% declararon haber desarrollado un rechazo e indiferencia a las relaciones sexuales. Incluso, una tercera parte de ellas, manifestó sentir dolor en las relaciones sexuales[22]Otra investigación del doctor Milling manifestó que un 70% de las parejas se rompen al año siguiente al aborto.
Un estudio del Journal of the National cancer Institute del 2 de noviembre de 1994, llevado a cabo por los investigadores del Fred Hutchinson cancer Center de Seattle, puso en evidencia que las mujeres que habían tenido un aborto tenían un 50% más de probabilidad de desarrollar cáncer de mama. Además, la mujer que ha abortado tiene un 50% más de probabilidades de tener un aborto espontáneo. Un 200% más de tener embarazo ectópico, que es muy peligroso, y un 40% más de posibilidades de tener hijos con retardo mental. Y todo esto sin contar las depresiones y la posibilidad de caer en las drogas o alcohol que es cinco veces más que en las mujeres que dan a luz.
Por otra parte, el aborto disminuye la autoestima de la mujer y puede llevar a maltratar a sus hijos[23]Uno de los síntomas más dolorosos es la incapacidad de perdonarse a sí misma. Es el complejo de culpabilidad que la mujer puede llevar como un lastre toda su vida y para el cual necesita un tratamiento sicológico y el perdón de Dios.
Terri Fangman decía: Físicamente no tuve problemas con mi aborto, pero emocionalmente viví un infierno, que continúa conmigo diariamente. Nereida Ortiz decía: Me dijeron que era la mejor decisión. Pero no me hablaron del vacío emocional y físico que iba a sentir y que me destruiría para siempre[24]
Veamos un caso concreto. Me llamo Antonio. Soy joven normal y corriente, estudiante universitario de 23 años. Me gusta el deporte, la música, viajar, leer. Tuve mi primera relación sexual a los 17 años. Siempre he usado preservativo para evitar un embarazo no deseado. Así me lo ha transmitido la sociedad, los anuncios de televisión y la campaña famosa Póntelo-pónselo. Por eso, los compraba en las farmacias y los usaba en todas mis relaciones.
Conocí a Pilar después de haber roto con otra chica. Conectamos en seguida. Después de mes y medio saliendo, comenzamos a tener relaciones sexuales. En una de ellas, el preservativo debió romperse y no nos dimos cuenta. Después de tres semanas, a Pilar no le venía la regla. Compramos el test de embarazo en la farmacia y dio positivo. Aunque sentía muchísimo cariño por ella, no me había planteado ni siquiera la idea de casarme. Estaba conociéndola. Ninguno de los dos pensó en decir nada del embarazo a nuestros padres. Yo decidí seguir a Pilar en lo que quisiera hacer y la apoyaría en su decisión.
Cuando nos vimos al día siguiente, me dijo: "Ahora no estoy preparada para ser madre". La comprendí. Sus padres ni siquiera me conocían. Le dije: "Si no quieres, no tienes por qué tenerlo. Pero debemos solucionarlo cuanto antes". Ahora reconozco que pensaba en mi propio descanso mental. Cuanto antes abortara Pilar, antes me libraría yo del problema. Pensábamos que era lo único que podíamos hacer…
Y llegó el día del aborto. Era una gestación de seis semanas. Esa media hora fue terrible: Tenía miedo de que le pasara algo, porque realmente la quería. Me sentía fatal y me culpaba de que ella estuviera pasando una cosa así. Jamás pensé en el bebé… Nuestra relación siguió adelante. Pero el verdadero problema comenzó cuatro semanas después. Cuando ya pensábamos que nos habíamos quitado la complicación de encima, empezamos a sentirnos culpables de lo que habíamos hecho. Descubrimos que podríamos haber hecho otra cosa, que habíamos sido unos auténticos cobardes. Y dejamos de ser las personas alegres que siempre fuimos. Todo nos recordaba lo que habíamos hecho: Nos sentíamos sugestionados por todo. Veíamos embarazadas por todas partes. Yo me sentía aludido por la palabra asesino. Me siento culpable, cobarde, enfadado conmigo mismo…
Nadie nos contó las consecuencias sicológicas del aborto. Tres meses después del aborto hablé con un sacerdote. Su comprensión me sacó de la angustia en la que estaba inmerso. Lloré mientras le contaba todo lo que había pasado. Lo que más me ayudó de todo lo que me dijo, fue: "Si yo te comprendo, ¿cómo no te va a comprender Dios?". Sé que Dios me ha perdonado. Por eso, quiero ver este error como un regalo, jamás envidiaré al que ha abortado y no se siente culpable. Ahora me ilusiona tener una familia: Quiero tener hijos, igual que Pilar. Veo un futuro bueno para los dos. Si conociese a alguien que estuviera en la misma situación que yo, le animaría a seguir adelante con el embarazo: De eso jamás se arrepentirá. De abortar es muy probable que sí. Deberíamos ser más responsables y consecuentes con nuestros actos hasta el final. Es lo que da la felicidad. Además, por encima de todo, siempre estará el derecho a la vida que hay que respetar, es lo justo.
Aunque el aborto fue una decisión de ella, si la hubiera convencido, lo habríamos tenido. Ahora estoy arrepentido[25]
SÍNDROME POSTABORTO EN LOS MÉDICOS
Este es un hecho bien comprobado. Los médicos y empleados, que trabajan directamente en la realización de los abortos, no pueden vivir felices y tienen pesadillas que no les dejan dormir a gusto. Así lo indica Bernard Nathanson por propia experiencia. Dice: Recuerdo que en una fiesta que dimos, algunas esposas de los médicos me contaron que sus maridos tenían pesadillas por la noche y, gritando, hablaban de sangre y de cuerpos de niños destrozados,. Otros bebían demasiado, algunos tomaban drogas y varios de ellos tuvieron que consultar a especialistas en desórdenes mentales. Muchas enfermeras se volvieron alcohólicas y otras abandonaron la clínica afectadas de serias perturbaciones nerviosas[26]
Él mismo tuvo que someterse a tratamiento sicológico. Afirma: He pasado por todo el catálogo de remedios seculares: alcohol, tranquilizantes, libros de autoayuda, consejeros. Incluso me he permitido cuatro años de psicoanálisis Yo me despreciaba a mí mismo. Sabía que la enfermedad principal consistía en cortar los lazos entre el pecado y la culpa. La clínica era una cuadrilla de delincuentes profesionales, desembarazados de todo bagaje ético y moral[27]
Y esto sin contar que, para un católico, el colaborar directamente con el aborto lleva automáticamente a la pena de excomunión de la Iglesia católica. Según el Código de Derecho canónigo, canon 1398: El que procure el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae (es decir, automática).
Otras consecuencias del aborto
Hemos anotado anteriormente que en algunos países muchas mujeres abortan a propósito para vender a empresas de países ricos los tejidos fetales. Concretamente en Rusia se dejan crecer a los bebés hasta los siete u ocho meses y después se los aborta y se les extrae el material que interesa, separando los miembros que, en diferentes botes y congelados, se exportan a Francia u otros países para la preparación de cosméticos.
Un Diario de Hong Kong revelaba que algunos doctores de la cercana ciudad de Shenzen vendían fetos o se nutrían con ellos para garantizarse un cuerpo más vigoroso. Los fetos eran usados como reconstituyentes alimenticios para garantizar una piel más suave y un cuerpo más fuerte. Pequeños cadáveres eran utilizados en la cocina para preparar saludables sopas. Parece ser esta la última novedad de boga en China. Los médicos y enfermeras hacen comercio de fetos abortados, que son utilizados por los compradores para "mejorar" el estado general del organismo[28]
Por otra parte, al darle poca importancia a la vida humana, algunos se la dan ahora a los animales. Peter Singer, gran defensor del aborto, publicó un artículo en 1995 en el periódico The spectator de Londres, titulado Matar bebés no siempre es malo. Para él los bebés humanos no son personas. Y habla de la discriminación contra los animales. Para él un chimpancé sano es más digno de vivir que un bebé enfermo. Para defender sus ideas escribió en 1992 su libro Liberación animal, lamentando la crueldad contra los animales.
En la actualidad hay muchos ecologistas pertenecientes a la Sociedad protectora de animales, que se escandalizan por la muerte de un perro, pero no de un bebé abortado. Parece que Hitler era de la misma opinión, pues era muy sensible con los animales y proclamaba: En el Nuevo Reich no deberá haber sitio para la crueldad hacia los animales[29]
Y según ley del 24 de noviembre de 1933 se prohibió en Alemania cualquier experimento científico con cobayas animales, aunque después se usaron cobayas humanos y no hubo inconveniente en matar a 6 millones de judíos.
Otro caso curioso: El Alto tribunal holandés ha decretado que ir a pescar con lo que nosotros llamamos "cebo vivo", es decir, una lombriz, una mosca, una larva de un insecto, es un delito de maltrato a los animales[30]
En los países en que se ha legalizado el aborto, en vez de disminuir, aumentan los abortos al difundirse una cultura abortista, ya que decae el valor de la vida. Y con más abortos, también hay más abortos clandestinos que era lo que se suponía se quería evitar. A la vez, hay muchos más riesgos en problemas de salud para las mujeres, pues un aborto es cuatro veces más peligroso que un parto natural.
Una gravísima consecuencia de la legalización del aborto es la excesiva baja de natalidad. En Rusia se legalizó el aborto a petición en 1920.Treinta años después hubo de concederse premios a las madres que tenían varios hijos. Durante la era de Gorbachov, la tasa era entre 10 y 12 millones de abortos anuales: más de un aborto por cada nacimiento.
Muchos hablan de la bomba P (bomba de población) y dicen que la Tierra no puede alimentar a todos sus habitantes. De ahí que vean a los países pobres como un peligro para la sobrevivencia del planeta y quieran a toda costa imponerles la planificación familiar con anticonceptivos, esterilizaciones y aborto a gran escala.
Pero ahora los países más desarrollados se dan cuenta que el índice de muertos es mayor que el de nacimientos. Hay 51 países que no logran reemplazar a sus generaciones. Estos países representan el 44% de la población del planeta. Dicho de otro modo, el índice de fecundidad de estos países es inferior al 2.1, que es el nivel mínimo indispensable para la renovación de las generaciones.
Esto hace que aumente el número de ancianos en esos países, que haya pocos niños y se vaya perdiendo poco a poco la identidad nacional, ya que para suplir la mano de obra deben acoger a millones de inmigrantes de distinta cultura y religión. Como diría en un documento el Consejo pontificio para la familia, del 27 de febrero de 1998: La transmisión de las conquistas culturales, científicas, técnicas, artísticas, morales y religiosas, queda hipotecada gravemente. Por otra parte, el aumento de la edad media de la población influye en el perfil sicológico de esa población: carácter sombrío, falta de dinamismo intelectual, económico, científico y social, con poca creatividad, que parece afectar a ciertas naciones viejas.
En el siglo XX ha habido más de mil millones de abortos. La ONU, según datos oficiales, daba la cifra de 53 millones de abortos en el año 1997; más que los muertos de la segunda guerra mundial, la más destructiva de la historia. Sólo en China, en 21 años, se han realizado 300 millones de abortos según datos del gobierno chino. En 1983 la ONU concedió a Qian Xinzhong, ministro de planificación familiar, el premio de población.
En 1997, según datos de la ONU, había en China una desproporción entre hombres y mujeres de 50 millones; y unos 60 millones en la India; ya que prefieren hijos hombres y matan a las mujeres por nacer. Actualmente, en China hay una desproporción de 120 hombres por 100 mujeres.
Según la doctora Therese Gillaizeau, a los cerca de 60 millones de abortos anuales en el mundo, hay que añadir unos 4 millones de abortos farmacéuticos por efecto de la píldora del día siguiente y unos 460 millones debidos al DIU (dispositivo intrauterino)[31]. ¿Y cuántos millones de niños mueren debido a la fecundación artificial?
Algunos niños son concebidos como bebés medicamento, es decir, con la finalidad de ser usados como medicina para otros, con frecuencia sus hermanos. Otros niños son concebidos para después matarlos y sacarles sus órganos o su tejido fetal. ¿Y a cuántos niños se aplica la eutanasia, porque nacen con minusvalías o malformaciones diversas, como si fueran seres sin valor?
Y pensemos en los millones de embriones humanos que mueren por efecto de los anticonceptivos que son directa o indirectamente abortivos y de los cuales no hay contabilidad. Recordemos que el 50% de las mujeres en estado de fertilidad en el mundo (entre 15 y 49 años) usan algún anticonceptivo. ¿Y cuántos niños mueren por clonación o investigaciones científicas?
Lo peor de todo esto es que la ONU a través de UNICEF y de otras instituciones fomenta los anticonceptivos y el aborto. La UNICEF gastó 700.000 dólares en 1966 para planificación familiar; y en 1980 gastó cinco millones de dólares. ¿Cuántos millones de dólares estará gastando en la actualidad? ¡Y se presenta como una Institución internacional para ayudar a la infancia!
Otras instituciones internacionales dedicadas a fomentar el aborto y los anticonceptivos en el mundo son: el Banco mundial, ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados), UNFPA (Fondo de población de las Naciones Unidas), Católicas por el derecho a decidir, la IPPF (La Federación internacional de paternidad planificada: International Planned parenthood Federation), ACAI (Asociación de Clínicas autorizadas para la interrupción voluntaria del embarazo en España). En cada país hay Instituciones que, con ayuda internacional, fomentan el aborto y el control de natalidad bajo diferentes nombres. Pero todas tienen en común la idea de que somos demasiados y hay que limitar los nacimientos al máximo, empleando todos los medios disponibles como la esterilización, los anticonceptivos y el aborto. Son millones de muertos. Un verdadero genocidio como jamás antes se ha dado en la historia de la humanidad.
Entre tantos millones de abortos que se realizan cada año hay historias hermosas, dignas de contarse. Algunos seres humanos sobrevivieron al aborto y se sienten felices de vivir, aunque sea con algunas limitaciones. Veamos algunos casos concretos.
Betty estaba embarazada de gemelos y decidió practicarse un aborto. El médico reconoció los restos de un feto y creyó que la interrupción del embarazo se había realizado con éxito. Unas semanas después, Betty sintió que algo se movía en su vientre. Era una niña que se había resistido a ser abortada y a morir, a pesar de haber perdido casi todo el líquido amniótico. El médico se ofreció a practicarle una nueva intervención para completar el aborto. Se negó y decidió tener a la niña. Su nombre es Sara Smith y está muy contenta de haber venido a este mundo. Nació prematura, con las piernas cruzadas sobre el pecho y las caderas dislocadas. Hasta los dos años y medio vivió en hospitales y, antes de cumplir los catorce, había sufrido treinta operaciones.
Cuando su madre le contó que las primeras semanas las había pasado en su vientre con un hermanito gemelo, Sara entendió un sentimiento que había tenido siempre, la sensación de que le faltaba algo. Antes de saber la verdad, cuando tenía 9 años, compró dos figuritas, de un niño y una niña. Es como si siempre hubiera intuido o inconscientemente siempre hubiera sabido que tenía un hermano. "Pienso que, como gemelos, podían separarnos físicamente, pero siempre sentiré su ausencia", dijo.
Al niño abortado le pusieron una lápida con su nombre grabado, Andrew James Smith, sobre una tumba vacía en el cementerio de Irvine, en California[32]
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Kristen decidió abortar a escondidas de su madre que trabajaba como voluntaria en la organización Birthright (Derecho a nacer). La misión de Tina era aconsejar a las mujeres embarazadas y darles apoyo moral. Con su hija hizo lo mismo. A pesar de ello, Kristen acudió con una amiga a la oficina de Paternidad Planificada, dependiente de la IPPF, y se practicó un aborto. Cuatro semanas después volvió a hacerse una revisión al centro de planificación y le dijeron que aún seguía embarazada. Le propusieron hacerse otro aborto, pero Kristen se negó. Fue con su madre a un ginecólogo privado y le dijo que era una niña. La vio moverse por el aparato de ultrasonidos y pudo oír su corazón. Sin embargo, el médico le dijo que el bebé no era completamente normal. Aún así quiso seguir con el embarazo. Unos meses después nació una preciosa niña de tres kilos de peso y perfecta, a quien pusieron de nombre Lauren.
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Aunque Nicole Saia se resistía a abortar, su novio insistía y prácticamente la obligó. En la clínica le inyectaron metotrexate, un potente químico para destruir al bebé. A las pocas horas se arrepintió, llamó al centro de abortos y le dijeron que ya no se podía hacer nada, porque el feto estaría ya muerto.
Acudió al doctor Steven Roth, especialista del "Genesis Women's Center", y esté le recetó Leukovorin, un fármaco utilizado para paliar los efectos de la quimioterapia en enfermos de cáncer. Era la primera vez que lo hacía, pero fue un éxito. El fármaco no sólo contrarrestó el efecto del abortivo, sino que preservó el feto de malformaciones.
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"Rivanolito" es el sobrenombre por el cual muchos conocen este caso que sucedió en Cuba, donde abortar no sólo es libre sino aconsejable, y, en algunos casos, obligatorio. Afortunadamente hay personal médico provida que, a veces, protagoniza milagros dignos de ser inmortalizados. La mamá del niño de nuestro relato tenía más de 35 años e hijos mayores cuando se quedó embarazada. Por temor a que naciera con síndrome de Down o alguna otra malformación, se le aconsejó que abortara y así lo hizo. El aborto consistió en la introducción mediante una sonda en el cuello del útero de una elevada dosis de Rivanol, sustancia amarillenta que produce fuertes contracciones y provoca la expulsión del niño. En muchas ocasiones, dependiendo del tiempo de gestación, el niño nace vivo y llorando. Ésta fue una de ellas. Pero unos hechos providenciales cambiarían el destino del recién nacido.
Ese día se encontraba trabajando una enfermera sin experiencia, y, al ver que el niño estaba vivo, lo llevó corriendo a la unidad de cuidados intensivos de neonatología. Normalmente, como hemos visto en los estudios que acabamos de citar, cuando los niños nacen vivos se les aparta y mueren enseguida debido a su inmadurez pulmonar. Como el bebé había nacido con suerte, ese día estaba de guardia un médico provida. Gracias a los cuidados de los dos profesionales, el niño, llamado cariñosamente Rivanolito, es hoy un chico normal físicamente, salvo una dolencia asmática causada por el abortivo[33]
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Nancy Jo Mann contaba personalmente su experiencia del aborto, y su testimonio salió en un artículo del periódico "Washington Times".
Yo entré a la clínica y pregunté:
¿Qué me van a hacer?
Te vamos a sacar un poco de líquido y vamos a introducir un poco de otro líquido. Vas a tener calambres y expulsarás el feto.
¿Eso es todo?
Eso es todo.
Eso no sonaba tan mal. Pero lo que sucedió fue muy distinto.
Yo fui al hospital y me extrajeron 60 cm³ de líquido amniótico y me inyectaron una solución salina concentrada. Cuando la aguja traspasó mi abdomen, yo me odié a mí misma. Cada célula de mí ser quería gritar: "Por favor, deténgase, no me haga eso".
Pero una vez que la solución salina ha sido inyectada, ya no hay nada que pueda revertirlo. Y, durante una hora y media, sentí a mi hija dar vueltas violentamente, mientras era ahogada, envenenada, quemada y sofocada hasta morir. Yo no sabía que esto iba a ocurrir. Yo recuerdo haberle dicho a mi bebé que no quería que sucediera esto. Y, sin embargo, ella estaba muriendo. Recuerdo la última patada en mi lado izquierdo. Ya no tenía fuerzas. He tratado de imaginarme el morir con esa clase de muerte, con una almohada puesta sobre uno y sofocándonos.
Luego me aplicaron una inyección intravenosa para ayudar a estimular el proceso del parto durante doce horas. A las 5:30 a.m. del 31 de octubre tuve a mi hija, cuyo nombre es ahora Charmaine Marie.
Ella tenía catorce pulgadas de largo. Pesaba más de una libra y media. Tenía la cabeza con cabello y sus ojos estaban abriéndose. Yo la sostuve, porque las enfermeras no llegaron a tiempo a la habitación. Yo misma recibí a mi niña. Ellas me la arrancaron de mis manos y la arrojaron a una chata… Ella no era un feto, un producto de la concepción ni un tejido adherido a la pared uterina. Ella era mi hija y yo pude sostenerla con tan solo cinco meses y medio.
En 1982, Nancy fundó la Institución "Mujeres explotadas por el aborto" (WEBA: women exploited by abortion), que está constituida por miles de mujeres que han tenido abortos y que ahora hablan alto a favor de la vida. En el caso de Nancy sólo la conversión a Jesucristo la salvaron del suicidio[34]
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Gianna Jessen refiere: Tengo 19 años y soy de California. Soy adoptada y sufro de palasia cerebral. Mi madre biológica tenía 17 años; y siete meses y medio de embarazo, cuando decidió abortarme por el proceso de inyección de una solución salina concentrada. Afortunadamente, el abortista no estaba en la clínica al nacer yo el 6 de abril de 1977. Si él hubiera estado allí, no estaría yo hoy aquí. Hay quien dice que yo soy un aborto fracasado o el resultado de un trabajo mal hecho.
El asunto es que, al nacer viva, la enfermera no sabía qué hacer y llamó al servicio médico de emergencia; y éstos me llevaron al hospital, donde estuve casi tres meses. Al principio, no había muchas esperanzas de sobrevivir, pesando tres libras.
Me diagnosticaron parálisis cerebral como resultado del aborto. Le dijeron a mi madre adoptiva que era muy dudoso que alguna vez pudiera gatear o caminar. No me podía sentar por mí misma. Pero, con ayuda de soportes en las piernas, logré caminar un poco antes de cumplir cuatro años. Ahora, después de cuatro cirugías, puedo caminar sin ayuda. No es siempre fácil; a veces, me caigo, pero he aprendido a hacerlo con gracia después de 19 años.
Estoy contenta de estar viva. Casi morí, pero cada día le doy gracias a Dios por la vida. No me considero un producto secundario de la fecundación o un montón de células… Soy feliz. La alegría me la da Dios. Lo quiero mucho y le agradezco que me haya salvado. El Señor me hace estar siempre contenta y me da una vida feliz[35]
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