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Biografía de Valentín Espinal (1803–1866) (Venezuela)


Partes: 1, 2

  1. Un hombre de su tiempo
  2. De humilde origen
  3. Venezuela era así
  4. Una infancia acosada
  5. El arte de imprimir
  6. América en letras de molde
  7. Venezuela también tiene imprenta
  8. El precoz aprendiz
  9. Un hogar taller
  10. Doña Encarnación
  11. Un hombre de acción
  12. Dos hechos decisivos
  13. Contra el poder vitalicio
  14. Descripción de la llegada de Bolívar
  15. El huracán de Ocaña
  16. Hasta 1830
  17. Al lado de Vargas
  18. Tomás Lander
  19. Rendición de cuentas
  20. Con el Libertador, pero con la revolución
  21. Buscando nuevos cauces: la Sociedad Patriótica
  22. También tuvo su isla
  23. El presidente se incomoda
  24. Otra vez en San Francisco
  25. La Convención de Valencia
  26. En discreto y fecundo retiro
  27. El editor
  28. A su regreso de Europa
  29. La garra fría
  30. Patrimonio material y herencia moral
  31. Los planos de la personalidad

Un hombre de su tiempo

Valentín Espinal fue un hombre de su tiempo. Nació y murió en el siglo XIX. Vivió un lapso que barca los dos primeros tercios del 1800.

Ser un hombre de su tiempo no es imitar servilmente los hábitos y modas de una época determinada. Es sumergirse en su propia época, para asimilarla. Es consubstanciarse con los usos, costumbres, instituciones y modalidades contemporáneos para vivirlos en un afán de superación, en un esfuerzo por mejorarlos, para el bien común.

Ejemplo de un incorruptible deseo de ascensión personal y social, se compenetró con los más diferentes aspectos de la vida de la Nación. Voluntad de acero, talento creador, conciencia de su propia capacidad para el trabajo manual e intelectual. Carácter inquenbrantable.

Vivir a Venezuela fue para él amarla, sufrirla, honrarla. Llevó en su pecho, henchido el corazón de amor glorioso, todo el proceso de nacimiento y formación de la nacionalidad venezolana. Gradualmente se fue imponiendo el hombre que había en él. Lucha contra su propia ignorancia. Lucha contra un sistema social que trata de apagarle su llama interior; contra el régimen que dosifica la cultura y regatea la educación para hacerlas privilegio de las clases y castas elevadas; lucha contra lo que inhibe el libre y armonioso desarrollo de su personalidad, contra lo que limita el vuelo de su más íntimo ideal de perfeccionamiento personal, de progreso colectivo. Es el hombre humilde, de modesta extracción doméstica que se eleva por encima de la adversidad de su época y de su escasez económica para alcanzar la altura de los grandes valores de una Venezuela efervescente y conmovida, una Venezuela en pleno período de contradicciones y arrebatos, que va y viene desaforadamente, unas veces gozosa de su estabilidad democrática, otras veces dolida por los zarpazos de la arbitrariedad y la perfidia.

De todo eso se nutrió su espíritu. Su palabra, sus ideas, sus sentimientos quedaron allí, envueltos en la suerte misma de la patria.

Valentín Espinal no vale menos como artífice de su propio destino. Modesto hijo de un humilde hogar, remonta dificultades, lima asperezas, cultiva su íntima aptitud para el bien, en ese sudoroso y diario esfuerzo del trabajo manual. De artesano en mísera situación económica alcanza poco a poco alturas casi inaccesibles para él. Su único instrumento, su trabajo; su única bandera, su honradez; su único aliento, su hogar; su único ideal, su patria.

De humilde origen

Nació en Caracas el 14 de febrero de 1803. De humilde origen. "Hijo del pueblo, nacido en la cuna del pobre, sin más estímulos que el de la acción de un régimen liberal que juzga y distingue a cada cual según su mérito y sus obras, el señor Espinal recorrió en rígida ascensión, desde la más humilde hasta la más encumbrada posición social y política, una de las carreras más brillantes entre las que será dado a la historia patria registrar en sus anales".

De aquella Caracas del chocola te, de la taza de café, de los dulces, confituras y vinos de España, cuyo refinamiento y cuya voluptuosidad rivallizaban con los encopetados salones europeos, de aquella Caracas rezandera y cómodamente holgazana, de tocador y etiqueta, salieron muchos hombres notables. De ella no pudieron gozar los hombres cuajados en la forja del trabajo, de la brega, de la lucha a brazo partido, de donde saldrían también ejemplares como Valentín Espinal. "Su cuna fue humilde, si se aprecia la estructura social de aquella época". Vino al mundo "sin anotaciones de familia y sin bienes de fortuna". Signado por el índice pulcro de una modestia sin tacha. Libró una de las batallas más hermosas contra la miseria, contra las dificultades para educarse, contra los prejuicios de una sociedad hecha a la medida de los mantuanos criollos. En un plano de proporción y equilibrio mantuvo su vida. Venía de la humildad, de un hogar pobre. Y en vez de que tales circunstancias se le convirtieran en motivos de resentimiento y de amargura, reaccionó con nobleza y espíritu varonil. No buscó vengar en los demás, con los demás y contra los demás la humildad de su origen. Se dedicó con orgullo, sin vanidades ni pedanterías, a extraer el sabroso y fecundísimo jugo que la virtud del trabajo personal sabe ofrecer a quienes construyen con sus propias manos, con su propia inteligencia, con su propia honestidad el luminoso destino de su vida.

Venezuela era así

Nace en la época en que Venezuela apenas cuenta con unos ochocientos mil habitantes, distribuídos principalmente en la angosta faja de la costa y centro del país. Tenía el país la misma cantidad de habitantes que hoy posee la llamada zona metropolitana de Caracas. * Para el año 1954. Y Caracas contaba con menos pobladores que muchas de sus más importantes parroquias actuales: unos 30.000 habitantes. Hoy día tiene unos 500.000. La Parroquia de Altagracia, de las de más tronío en lo comienzos del siglo XIX, tiene en el Censo de 1950, 33.356 habitantes, casi lo mismo que Caracas en 1800. La sola parroquia Sucre tiene ahora cuatro veces el número de pobladores que poseía íntegramente la capital venezolana al comenzar el siglo XIX. En medio de aquella serenidad paradisíaca vino al mundo Valentín Espinal.

En una de esas casas de paredes bajas, recelosa de temblores, enladrillada y aromosa de tímidas esencias, de reducido huerto, donde entre la incomodidad de la miseria florece el resplandor de la virtud venezolana, vio la primera luz Valentín Espinal. Su infancia comienza a desarrollarse con el signo de la escasez. Muy pocas eran las posibilidades generales para la educación. Mucho menos lo eran, casi nulas, para los niños de su condición social y económica. Ha corrido ya casi todo el siglo XVI, se han fundado las principales ciudades cuando se establece la primera escuela, en 1591. Los vecinos la pagaban al Ayuntamiento con cincuenta pesos anuales. Quienes pudieran pensar que España mantenía un sistema violentamente prohibitivo en el campo de la cultura a causa de la indiferencia de sus colonos, o en virtud de esa tan manoseada e inventada torpeza o anarquía mental del elemento criollo, podrían repasar las páginas de Oviedo y Baños. Consta allí cómo era de aguda y, además, hasta impertinente el ansia de aprender. "Se desdeñan, apunta el citado historiador, de no saber leer y escribir".

Las pocas escuelas estaban reservadas a la clase de los blancos. El resto de los venezolanos, indios, negros y pardos, quedaban excluídos de toda posibilidad de ilustración. Los pardos constituían el núcleo más numeroso de la población, integrado por la mezcla de blancos, indios y negros. Llegaban a la mitad de los habitantes del país, en momentos en que nace Valentín Espinal.

Cuando Valentín Espinal cumplía dos años de edad, en 1805, un grupo de pardos pidió al Ayuntamiento de Caracas les fuera aprobada la creación de una escuela de primeras letras. Advertían lo siguiente: "pasamos por la dolorosa pena de no tener, como no tenemos, ni nuestros mayores tuvieron, Escuela Pública donde conducir y fijar sus proles, presidida de un Maestro en quien concurran las circunstancias necesarias que al paso que los enseñe a leer, escribir y dibujar con perfección los imponga en las máximas de la Doctrina de la Religión Católica que profesamos". Fue aprobada la escuela. Pero el Maestro o los Maestros deberían ser blancos. Los pardos volvieron ante el Ayuntamiento y consiguieron, al fin, que gente de su propia condición social, es decir, también pardos, pudiesen ser maestros de aquella escuela.

Una infancia acosada

La falta de recursos económicos estrechó la infancia de Valentín Espinal. A la ausencia de oportunidades que en aquellos duros tiempos padecía nuestro país, se unían la necesidad y el deber de trabajar para sostener a su madre. Su verdadera escuela, su temprana y prematuta ejercitación va a ser el trabajo. Verdadera gimnasia espiritual para la formación de su carácter y de su voluntad. Forjará su mente en la acuciosidad de un oficio útil y delicado que más tarde sabrá poner al servicio de la cultura venezolana. En su agitada existencia formarán un solo foco de luminosa irradiación moral aquellas ejemplares virtudes éticas y aquel afanoso empeño con que se consagró al trabajo desde niño, para que sus hijos pudieran decir que en el modesto patrimonio que llegaron a heredar "nada ha entrado en absoluto que no se deba al trabajo lícito y honesto". Limpia la fortuna, limpio el corazón, limpio el recuerdo, limpio el ejemplo. De Don Juan de Dios Méndez, liquidador y partidor de la herencia de los Espinal nos ha quedado el testimonio de que Doña Encarnación Orellana de Espinal, viuda de Valentín Espinal, "pensaba, juzgaba y obraba con claridad y aplomo; y sentía un entusiasmo juvenil en cuanto pudiese contribuir a consolidar más y más en su hijos la venerada memoria de su padre y el ejemplo de sus altas virtudes". Doña Encarnación repetía con frecuencia: "Es ésta la más preciosa herencia que quiero para mis hijos".

Y esa fue la que con el signo de mayor obligatoriedad para sus hijos dejó Valentín Espinal. Capital moral elaborado a golpe de honradez y de sacrificios. Esa fue la herencia que comenzó a construir con sus propias manos, con su propio corazón, con su propio cerebro, desde el momento mismo en que, a la edad de los 12 años, en 1815, comienza a trabajar en la imprenta del español Juan Gutiérrez Díaz.

El arte de imprimir

Desde el siglo VI, los chinos emplearon el sistema de imprimir. Aprovecharon láminas o caracteres grabados en madera. En Europa la imprenta se conoció y aplicó, aunque muy reducidamente, desde el siglo XII. Y demuestra su utilidad para la ciencia cuando es aplicada a la expansión de las ideas, a los viajes, descubrimientos geográficos y técnicos de los finales del siglo XV. Gracias a la imprenta pudo ser suficientemente conocido, oportunamente difundido un documento que constituyó algo así como el Acta de la primera independencia americana. Las hojas impresas tituladas "Mundus Novus", de Américo Vespucio, distrribuidas en París, Florencia y otras ciudades europeas en 1503, fueron una revelación. Por medio de ellas se supo de los descubrimientos más revolucionarios del siglo XV. Cuando Cristóbal Colón llegó a América, creyó estar en las Indias. Esto no agregaba nada al mundo conocido hasta entonces. Cuando la imprenta divulga las ideas y descripciones de Américo Vespucio, la denominación de "Mundus Novus", título de las hojas repartidas en Europa, provocó una tempestad, una tormenta en la concepción del universo. Podría decirse que constituyeron la partida de bautismo del nuevo continente, Zweig anota la circunstancia de que esas hojas se venden como el pan y fueron como la piedra miliar, casi la piedra fundamental de la Geografía moderna.

América en letras de molde

Tal fue el servicio que al nuevo mundo rindió la imprenta, transformada por Juan Gensfleisch, alias Gutenberg, alemán nacido en Maguncia, quien introdujo la modificación esencial de cambiar los tipos de madera por los de metal, medio siglo antes de la aparición de las hojas de Américo Vespucio sobre estas nuevas tierras.

A tan poderoso instrumento de difusión de las ideas unirá su destino Valentín Espinal. De él se valdrá pada dar a la cultura venezolana una de las más robustas contribuciones que haya podido recibir durante el siglo XIX. Aprenderá el arte de imprimir. Introducirá modalidades valiosas. Le dará dignidad. Realizará una tarea de valiosas ediciones, que alcanzó proporciones gigantescas.

La imprenta había sido introducida en la América en forma bastante curiosa. En México fue establecida desde 1539, en Guatemala en 1560, en Lima en 1584.

En Buenos Aires no la tendrán sino en 1720; en Bogotá, desde 1739; en Quito, desde 1755; en Santiago de Cuba, desde 1780; y en Venezuela, desde el año de 1808.

Venezuela también tiene imprenta

Don Nicolás Toro propuso al Real Consulado de Caracas introducir una imprenta. En ello se pensaba en 1800. Humboldt anotó que México y Bogotá eran capitales inclinadas al estudio de las ciencias, Quito y Lima acusaban fervorosa tendencia a la Literatura, Caracas y La Habana se preocupaban por el estado político yu la organización administrativa de las Colonias. La solicitud de don Nicolás Toro fracasó. El rey la negó. Más tarde, el mismo Toro, los miembros del Consulado, el Capitán General Casas, el intendente Arce y varias otras personas importantes de Caracas, ayudarán a los ingleses Mateo Gallagher y Jaime Lamb para traer desde Trinidad la imprenta que don Francisco de Miranda trajo en sus barcos en 1806. La casa que ocupó la imprenta, traída por Gallagher y Lamb en 1808 a Caracas, fue la número 2, Avenida Norte, entre las esquinas de La Torre y Veroes. De ella saldrá la Gaceta de Caracas, como primera publicación venezolana, que tuvo como redactor a don Andrés Bello y cuyo número inicial salió el 24 de octubre de 1808, motivo por el cual cada 24 de Ocubre es celebrado en Venezuela como el Día del Periodista. Allí serán editados los documentos de la revolución del 19 de abril de 1810, pues tanto ella misma como la Gaceta de Caracas, pertenecieron unas veces a los españoles y otras a los patriotas. El primer diario publicado en Venezuela será después el periódico "La Mañana", de corta duración, en 1841.

El precoz aprendiz

Desde que el niño Valentín Espinal va a la Imprenta del Rey, su dueño, don Juan Gutiérrez Díaz, ofrece facilidades a su vocación y a su capacidad infantil y se muestra bondadoso, atento, preocupado por el porvenir de Valentín. Es correspondido por la prematura seriedad, por el amor al trabajo y por la ágil aptitud de su pupilo. Tan generoso se condujo, que solicitó ante el Rey permiso especial para que Espinal aprendiese el arte de la imprenta con la debida autorización de la Metrópoli. Una Real Cédula otorgó el permiso pedido. También fue expedida igual licencia de aprendiz a Tomás Antero.

La adolescencia de Valentín Espinal es un duro batallar. Metido ya en el torbellino de un aprendizaje que le absorbía casi todo su esfuerzo personal, tuvo que librar una lucha permanente, tenaz, titánica y agotadora contra lo que pudiera ahogar aquella su inquietud interior. Angustia de adolescente. Todo su sistema vital entraba en una conmocionada efervescencia y aguzaba la claridad de su talento. Se debatía en un ambiente que desde 1810, temblaba en erizados instintos libertarios, vibraba en los marciales arpegios de sus dianas, gozaba y padecía en tiempos alternados de triunfos y derrotas. Vivía con una ansiedad sin límites el drama de la epopeya venezolana. De este constante choque emocional salió altiva, generosa, esa estructura psicológica que dio temple a su carácter, que inyectó de esperanzas y alientos su joven corazón de obrero prematuro. Durante este mismo período inicia un estilo de vida que lo va a acompañar para siempre. Despierta su avidez por aprender todo lo que sea útil para perfeccionar su arte de futuro impresor. Va comprendiendo cómo a medida que penetra en la ciencia, en la historia, en la sociología, se siente más incompleto, con un déficit que, afortunadamente, en vez de deprimir su ánimo le sirve de estímulo, de violento y diario acicate para el estudio. Se hace autodidacta. Lee cuanto le cae en las manos. El tiempo apremia. Necesita recuperar lo que una sociedad cerrada, hostil, desigualmente estratificada le negó desde niño. Y lo que pudo convertirse en un rencor infecundo y traicionero, fue nada menos que un noble y poderoso afán de superación y perfeccionamiento personal. Se relaciona con gentes de letras, se familiariza con autores como Bentham, Say, Tracy y todos los demás filósofos que en las ciencias sociales y políticas sostenían la necesidad y la posibilidad de conciliar la libertad con el orden.

Un hogar taller

Ya cuenta Espinal con el apoyo de una profesión. Se afianza en la ayuda que le presta el señor Gutiérrez Díaz. Decide casarse. Apenas tiene 19 años. La novia es más joven. Tiene sólo 16 años. Es Encarnación Orellana. Desde el 9 de abril de 1822 esta virtuosa muchacha caraqueña se llamará Encarnación Orellana de Espinal. Capital monetario, ninguno. Un matrimonio que en lo pecuniario no podía contar sino exclusivamente con los trece reales diarios que Espinal ganaba en la Imprenta del Rey. Capital moral, en abundancia. Más entrado el año de 1822, Espinal piensa en su independencia personal. El señor Gutiérrez Díaz favorece sus deseos. Lo ayuda a instalar una imprenta propia. Con una prensa de madera y unos tipos de ocasión, monta un tímido taller doméstico. Dobla su tiempo de trabajo. Durante el día, en la Imprenta del señor Gutiérrez Díaz. Por la noche, con la ayuda de su esposa, en el taller instalado en su propia casa. La joven esposa de Valentín Espinal demuestra ya su espíritu de economía, de compañerismo y de comprensión conyugal. Toma para sí la tarea de mojar el papel con el cual su marido trabaja por la noche. Y "amasaba las balas" de dar tinta. Muy poco era lo que producía tan modesto y reducido taller hogareño. Una feliz oportunidad colocará al incipiente impresor en el trance de poder lucir sus habilidades, su rapidez y su buen gusto. Editó en el taller de su casa diez mil cartillas que le procuraron una entrada económica considerable. Comienza así la fama de su pequeña empresa particular.

En ese hogar, convertido en taller, en cuyo seno floreció con dignidad y sencillez la vida generosa de aquel modesto artesano que fue Valentín Espinal, nacerán 16 hijos. Figurarán (14) en el documento testamentario: Seis (06) hembras y Ocho (08) Varones, así:

  • 1. Emiliana Espinal Orellana

  • 2. Ana Espinal Orellana

  • 3. Eloísa Espinal Orellana

  • 4. Encarnación Espinal Orellana

  • 5. Concepción Espinal Orellana

  • 6. Isabel Espinal Orellana

  • 7. Pedro Espinal Orellana

  • 8. Valentín Espinal Orellana

  • 9. Manuel Espinal Orellana

  • 10. Carlos Espinal Orellana

  • 11. Pablo Espinal Orellana

  • 12. Alejandro Espinal Orellana

  • 13. Mariano Espinal Orellana

  • 14. Ricardo Espinal Orellana

Para el 28 de mayo de 1878, fecha en la cual es firmada la Liquidación, Partición y Adjudicación de los bienes del matrimonio Espinal-Orellana, se habían casado las siguientes hermanas Espinal:

  • 1. Ana, con Eduardo Gathmann.

  • 2. Encarnación, con Guillermo Gathmann.

  • 3. Concepción, con George Lane.

  • 4. Isabel, con Luis Moreno.

De los varones, Pablo residía en Nueva York, Ricardo en Lima y Mariano, menor de edad, vivía en Puerto Cabello.

Doña Encarnación

La casa de don Valentín Espinal y doña Encarnación Orellana estuvo felizmente iluminada por lo que sus hijos llamaron después, al referirse a ella, "la inteligencia natural y el juicio claro", "fuente de bienes para tan feliz matrimonio". Una rígida administración hogareña permitió cubrir las necesidades con atinada modestia; de "estricta y meditada economía" calificaron los hijos el régimen doméstico de ese hogar. Vivían con decencia, pero sin dejarse nunca deslumbrar por el lujo pervirtiente que corrompe las buenas costumbres y aun disuelve las familias". He allí la raíz moral de la actitud y rectitud de don Valentín Espinal como hombre público. De limpia y bien administrada economía, el hogar; de limpia y clara posición vertical, su vida de ciudadano ejemplar. Noble timbre de orgullo tiene que ser el del hogar donde los hijos pueden tener la satisfacción de recoger como póstumo comentario amoroso y agradecido, la excelsa virtud de la honradez personal, de la decencia que se afianza en la modestia y en la pulcritud.

Tuvo doña Encarnación un gran aplomo, claridad y serenidad de pensamiento; aplomo, claridad y serenidad en cada uno de sus actos. Así continuó la obra que junto con él habían comenzado al calor del hogar. De un hogar donde, es bueno repetirlo, todo fue logrado a pulso, al sólo ritmo del trabajo creador, al sólo ritmo de la avidez en la bondad y en la cultura personal. De "largos años de laboriosidad y cordura", califica don Juan de Dios Méndez el tiempo durante el cual Valentín Espinal y su esposa lograron educar a sus hijos, educarse a sí mismos y reunir un patrimonio sin manchas de ninguna naturaleza, en una casa donde "hubo providencia para todos cuantos de alguna manera se relacionaban con ella", y donde "toda necesidad fue cubierta".

Un hombre de acción

Valentín Espinal cultivó su libertad de pensamiento y su facultad personal en el desarrollo de su condición de ciudadano, sin eludir sus responsabilidades de hombre público. Porque fue también un hombre de acción. Un hombre dado a los menesteres de la calle, de la política, de la administración del Estado. Y fueron muchos los sinsabores, muchas también las satisfaciones que matizaron su personalidad de venezolano del siglo XIX. En esto lo que tiene mayor mérito. Era amigo del progreso. Si en diversas oportunidades se vio en choque con hombres de las filas liberales, tan valioso como Tomás Lander, nunca tuvo otra inspiración sino el bienestar de la patria, el afán de servir con lealtad a los intereses de la República. Era honrado hasta cuando se equivocaba.

Dos hechos decisivos

El año de 1823 va a ser para Valentín Espinal, bastante definitivo en dos aspectos principales de su existencia. Tendrá que tomar una audaz determinación hacia su independencia profesional como artesano de la imprenta; y asumirá por primera vez una función de carácter municipal.

El 19 de abril de 1823 se reunió el primer Congreso Constitucional de Colombia. Las naciones componentes de la Gran Colombia se dividían en Departamentos y los Departamentos en Provincias. Los Departamentos, dirigidos por Intendentes y las Provincias por Gobernadores. El Congreso de Cúcuta dio autorización al Ejecutivo para que en Venezuela se designara además un Jefe Superior.

Para cubrir ese cargo especial de Jefe Superior de Venezuela fue elegido el general Carlos Soublette. El 1 de Julio del mismo año de 1823 el Congreso ordenó la expulsión del territorio de la República de los americanos y españoles considerados enemigos de la Independencia. Esa decisión fue mandada cumplir por el Poder Ejecutivo el 7 de ese mes de julio.

Comprendido en el decreto del 1 de julio de 1823, estaba precisamente el señor Juan Gutiérrez Díaz, el patrón de Valentín Espinal. Fue desterrado a Puerto Rico. Espinal responde con hidalguía y gratitud a quien había sido uno de sus principales protectores, o mejor, único protector y le presta oportuna y suficiente ayuda.

Una repercusión inmediata sobre la vida privada de Valentín Espinal iba a tener la expulsión de Juan Gutiérrez Díaz. Pensó en formalizar un nuevo modo de trabajo para asegurar su porvenir profesional. Y se instala por su cuenta, definitivamente, como impresor y editor. Desde el mismo año de 1823, comenzaron a aparecer publicaciones con el nombre de Valentín Espinal al pie. Le encargaron poco a poco de cuanto los organismos oficiales necesitaban hacer imprimir.

Otro suceso, de trascendental influencia en su carrera fue el hecho de haber sido electo miembro de la Municipalidad de Caracas. Es esta una de las más evidentes demostraciones de cómo el ejercicio de la democracia, en el sentido de cauce abierto a todas las oportunidades, en el sentido de igualdad de situaciones para todos los ciudadanos, constituye una de las máximas garantías de estabilidad política y de progreso social.

Con creces pagará a la República esta invitación a servirla. Demostrará así cómo es de útil, necesaria y conveniente la incorporación de valores, en un esfuerzo esencialmente positivo, a las filas de una ciudadanía militante y eficiente. Sólo el concurso de todos los ciudadanos, sin distinción de rangos, sin diferencias de castas ni privilegios, puede asegurar una plataforma democrática indestructiblemente ejemplar. Es lo que nos dice don Ramón Azpúrua con la siguiente advertencia: "Espinal no había siquiera dado aún prendas acerca de sus ideas políticas; pero la gravedad prematura del joven, la severidad de sus hábitos y un talento descollante que le revelaba a cuantos le trataban, le crearon súbitamente un prestigio, tanto más eficaz cuanto que nadie se detenía a analizarlo".

Fue nombrado miembro de la Municipalidad de Caracas aún antes de cumplir la edad que la ley señala parta esos cargos. Cuenta apenas 20 años y lo encontramos ya en ejercicio de las funciones municipales en el Ayuntamiento caraqueño. Solamente Fermín Toro lo iguala en este rasgo de su vida pública, al llegar a Congresante por primera vez, sin tener la edad reglamentaria. Valentín Espinal entra a prestar servicios públicos por la puerta de una elección democrática. No ejercerá jamás ningún cargo de esta naturaleza, al cual no fuese elevado por elección popular, directa o indirectamente.

Contra el poder vitalicio

En el año de 1826, demuestra su espíritu polémico. Viene al palenque de la discusión por primera vez. Contra Antonio Leocadio Guzmán. Se trataba de los principios de derecho público contenidos en la Constitución de Bolivia y de las consecuencias prácticas del Poder Vitalicio otorgado al Presidente.

Existe un documento dedicado al señor doctor Francisco Javier Yánes, como Ministro de la Corte de Justicia del Estado de Venezuela, firmado el 22 de noviembre de 1826 por "Un compatriota de Bolívar". El Dr. Pedro Grases, en su loable acuciosidad por los campos de la documentación histórica de Venezuela y quien de manera admirable tiene recogidos muchísimos papeles sobre la vida de Valentín Espinal, afirma que está en condiciones de sostener que "Un compatriota de Bolívar" era Valentín Espinal. Esa exposición, que denomina "Reflexiones sobre el Poder Vitalicio", fue publicada en su propia imprenta. En la dedicatoria al doctor Francisco Yánes advierte: "es la primera explicación que mi entendimiento hace de una opinión humilde. Si encontráis con rectitud ésta, nada me importará la torpeza de aquélla, de que estoy bien convencido". De una vez se sincera acerca de su poca habilidad como escritor. No obstante reclama para sí, desde esta primera oportunidad en que sale a la luz pública con una opinión suya, el derecho a que se le reconozca su honradez, el derecho a que se comprenda de antemano que cuida más de la rectitud que del estilo literario. Las páginas contentivas de esto que él se atreve a llamar humilde opinión, son, según él mismo, "el esfuerzo de un deseo patriótico".

En los comienzos de "Reflexiones sobre el Poder Vitalicio", Valentín Espinal hace un elogio del Libertador. Bastaría para que no se le tildara de enemigo de Bolívar. Llama a Bolívar -Héroe de los héroes-; dice de él que ocupa con su fama el ámbito de ambos mundos, que decora con sus imágenes los alcazares de los reyes; que excedió enm valor a César, en sus triunfos a Alejandro, en la prudencia a Catón y en patriotismo a los Decios.

Arremete contra los artículos 76 y 79 de la Constitución dictada en Chuquisaca por el Libertador. Observa que no por ser el Libertador, estaría Simón Bolívar exento del error. Y claro que tenía razón Espinal. No hay duda de que los errores de Bolívar no fueron de los que, como en el caso de Fouché, cuando el asesinato del duque de Enghien, obligan a exclamar a aquel jefe de la Policía francesa, dirigiéndose a Bonaparte: "Señor, esto es peor que un crimen es una equivocación". Era un error que Espinal atribuía a la falta de una visión realista al no distinguir las peculiaridades de los pueblos libertados. Y Valentín Espinal, desde la fogosidad de sus 23 años y desde la altivez de su robusta honestidad personal, se pregunta: "¿Por ventura, fue dada a los héroes la cualidad sólo divina de la infabilidad? Sus grandezas no los hacen superiores a los errores y equivocaciones; y sus glorias quedan intactas a pesar de las nubecillas pasajeras que osen transitar por sus entendimientos".

De "pasión indómita" califica Espinal a la ambición. Dice que la ambición de gloria ha dado a Colombia invictos guerreros y, la de poder, tantos tiranos al mundo. "Las páginas todas de la historia están manchadas con los raptos fatales de la ambición". Califica la alternabilidad como una función higiénica, de preservación pública. Todo aquél que ejerza cargo de alternabilidad, advierte Espinal, estaría permanentemente preocupado y siempre estimulado hacia la rectitud. Todos desearían volver a confundirse con la masa general de los ciudadanos, con la satisfacción de no haber vulnerado sus deberes cuando el poder les dio la posibilidad de hacerlo.

"Reflexiones sobre el Poder Vitalicio" analiza la estructura política y social de nuestros pueblos, la calidad humana de sus goberantes, los desafueros de la dictadura y del caudillismo disolvente, la moralidad o inmoralidad de los hombres públicos, los peligros de la permanencia en el poder, los riesgos del orgullo y de la vanidad de los ambiciosos de mando contra la marcha republicana y democrática de la patria. Fue la contestación de Espinal a la Ojeada al Proyecto de Constitución Boliviana publicada por Antonio Leocadio Guzmán con las firmas A. L. G., en la Imprenta Republicana Administrada, de Lima, propiedad de José María Concha. Espinal llama al autor de la Ojeada "pintoresco y acérrimo defensor del ejecutivo boliviano".

En estas Reflexiones se califica a sí mismo "pobre por herencia y de pocos años"; dice que no posee otra educación "que la abyeta y miserable que nuestro antiguo dueño concedía a los que llamaban gremios, que fue sólo lo necesario para que le fuesen útiles en las artes más triviales, cuidadoso siempre de que no trasluciesen sus derechos y de que la ignorancia y los vicios consecuentes a ella, los alejasen para siempre de la aptitud de hombres libres". Advierte que "no ha estudiado otro sistema que las doctrinas presentadas en los papeles públicos por nuestros constantes próceres revolucionarios".

Más tarde, Antonio Leocadio Guzmán, junto con quienes lo acompañan en la creación del Partido Liberal, fundará el 20 de agosto de 1840 el periódico "El Venezolano", en la imprenta de Valentín Espinal, del artesano de quien el líder liberal dirá en 1870: "al patriotismo verdadero del nunca bien sentido Valentín Espinal".

Descripción de la llegada de Bolívar

En enero de 1827 vuelve al Concejo Municipal de Caracas. Ante el curso que tomaban los acontecimientos en Venezuela, en vista de que la maquinaria de Páez funcionaba aceleradamente para lograr la separación de Venezuela de la Gran Colombia, el Libertador sale del Perú y llega a Bogotá el 25 de noviembre de 1826. Una Asamblea reunida en Caracas había propuesto que Venezuela se desligase de la Gran Colombia, reconoció a Páez como Jefe civil y militar y convocó un Congreso Constituyente.

Valentín Espinal maduraba sus ideas separatistas. Quería que Venezuela adquiriese su total soberanía. Se granjearía antipatías como presunto enemigo del Libertador. Pero probarás que aunquie opuesto a la Gran Colombia, no irrespetaba al Libertador.

Bolívar sale para Caracas el 25 de noviembre. Toma la vía de Cúcuta. Páez les envía a Miguel Peña y al Coronel José Hilario Cistiaga para enterarlo de que no reconocían al gobierno de Bogotá y no le obedecerían. Bolívar debía respetar ese voto popular y no entrar a Venezuela sin entenderse por Páez. Los comisionados de Páez son detenidos y llevados a Maracaibo. Bolívar entra a Venezuela por la vía de Maracaibo y Puerto Cabello. El 4 de enero de 1827 se encuentra con Páez en Naguanagua. Ya había autorizado a éste para continuar ejerciendo la autoridad civil y militar. Juntos entran en Valencia, y luego a Caracas el 10 de enero de 1827.

De la permanencia de Bolívar en Caracas, quiso la Municipalidad que quedase el testimonio. El 22 de enero de 1827, el Síndico propuso regoger los pormenores de la visita del Libertador. Se acordó que el señor Valentín Espinal "auxiliado del presente Secretario (Raimundo Rendón Sarmiento) se encargue de la redacción de aquellos sucesos, solicitando todos los documentos y piezas que crean conducentes al objeto y que puedan darle verdadero mérito a la obra que se ha puesto en sus manos".

Valentín Espinal aprovechó la oportunidad. Reunió todos los datos y documentos. En la introducción diagnostica y pronostica la situación venezolana. "A todos, dice, es contante por una muy sensible experiencia la situación lamentable a que se hallaba reducida Venezuela a principios del mes de diciembre próximo pasado, a consecuencia de las alteraciones sufridas en nuestro sistema político. Crueles males se palpaban y el horizonte presagiaba mayores desgracias en lo sucesivo". Señala la necesidad de volver los ojos al Libertador y la esperanza de que éste todavía remediara la situación.

De la imprenta de Espinal sale así otro documento estupendo: la "Sucinta Descripción de la entrada del Libertador Presidente en Caracas, el 10 de enero de 1827". Es uno de los papeles más interesantes para seguir el hilo de las intrigas, elogios, vanidades, servilismos, adulaciones, ambiciones y expectativas que en las altas esferas y durante aquellos inefables días desencadenó la presencia del Libertador. Para apreciar también cómo el pueblo, en cambio, tributó a Simón Bolívar su más fervorosa devoción patriótica, limpia de ponzoñas y malicias.

Por entre aquella madeja de banquetes, arcos triunfales, brindis y arrebatos circulaban la intriga y el servilismo en honroroso contubernio. El Libertador supo descubrir dónde estaban la sinceridad, la ternura y la armonía del pueblo de Caracas con su héroe. En el ambigú ofrecido por la Municipalidad en la casa de la Corte de Justicia y ante cuatrocientos ciudadanos que se sentaron a la mesa, contestó las palabras del Síndico Municipal, licenciado Rufino González, con un discurso que Espinal califica de elegante, y en el cual "resplandecieron las admiraciones palabras siguientes: "Yo no humillaré nunca al pueblo". Son esos los testimonios recogidos en la publicación que lleva el pie de la imprenta de Valentín Espinal. Cumplió así, satisfactoriamente para la Municipalidad y para la historia, una de las más útiles tareas de su función de editor.

El huracán de Ocaña

El Congreso convocó el 3 de agosto la Gran Convención que debería reunirse en Ocaña, para que declarase, previamente, "si hay urgente necesidad de examinar la Constitución o de reformarla", y para que de ser así procediera a la reforma. Esto significaba acceder a los anti-bolivarianos que pedían la disolución de la Gran Colombia; unos por ambiciones de mando; los otros por enemistad política con el Libertador; muchos por convicción de que la Gran Colombia era inoperante y se había hecho imposible sostenería; no faltaron quienes aspiraban solamente a dar rienda suelta a su espíritu de anarquía. El propio Libertador había tomado medidas que aseguraban la disolución de la unión grancolombiana. Sólo faltaba la declaración jurídica con el cambio constitucional correspondiente. Es lo que se aspiraba que sucediera en Ocaña.

Valentín Espinal es diputado a la Convención de Ocaña. No ha cumplido los veinticinco años requeridos por ser diputado. Se disimula esta irregularidad a cambio del beneficio que representaba su presencia en Ocaña. Allá estará al lado del grupo de Santander. Pero no por santanderista, ni por adverso a la autoridad y prestigio del Libertador, sino porque eran los santanderistas quienes impulsaban la necesidad de disolver la Grancolombia. La Convención se instala el 2 de abril de 1828 y se disuelve sin resultado alfuno. El Dr. Gil Fortoul comenta así: "los males de Colombia no vienen de la Constitución de Cúcuta, sino del error cometido por el Gobierno de Bogotá, al establecer la costumbre de sobreponer la autoridad de los Comandantes militares a la de los Intendentes civiles, que eran los órganos inmeditatos y legales del Poder Ejecutivo". Los santanderistas presentan un proyecto de Constitución. Los bolivarianos presentan otro que no cercana la autoridad del Libertador como Presidente de Colombia. Después de las tentativas para conciliar ambos proyectos los bolivarianos se retiran a La Cruz, pueblo vecino de Ocaña. Acusan a los santanderistas de intransigencia y mala fe. Veinte diputados firmaron el manifiesto de La Cruz. Seis eran venezolanos. Entre estos últimos no estaba Espinal.

Después de la Convención de Ocaña, el Gobierno de Colombia dictó un decreto de expulsión del país contra los diputados independientes. Valentín Espinal se traslada a La Guaira dispuesto a abandonar el país. Ya para embarcarse se le participa que puede "regresar al seno de su familia".

Durante la Convención, Santander visitó a Espinal. Fue el único venezolano, dice O´Leary en carta íntima a su esposa, visitado por Santander. Espinal sólo manifestó que Santander le había parecido muy amable. Actitud de ejemplar discreción política.

Hasta 1830

La vida institucional de Venezuela fue tan agitada durante la Grancolombia, como bamboleante y provisional era la de ésta misma. La Grancolombia se formó y subsistía casi exclusivamente por aquella "palabra de honor" con que el Libertador puso en la hoguera de las pasiones su autoridad y su prestigio de estadista y de soldado.

Quienes robustecieron las galas de su poder e iluminaron el brillo de su espada en los campos de batalla, hicieron de su participación decisiva en la independencia de Venezuela uno de los más tenaces títulos de su predominio y privilegio de grupo. Los demás, por su parte, se sentían ideólogos de la Emancipación y reclamaban para sí, del mismo modo, el derecho a gobernar la república sin tutela de ninguna especie. Ya El Libertador lo había dicho antes de Carabobo en un arranque profético: "Yo temo más la paz que la guerra".

Ambos bandos sintieron la necesidad del esfuerzo en común cuando se percataron de que la existencia de la Grancolombia era un obstáculo para el predominio de alguno de los dos. En el año de 1826 se logra la unidad de esas corrientes gracias a la fusión de la oligarquía civil y constitucionalista con aquellos que trataban de hacer valer suficientemente el prestigio conquistado en los campos de batalla. Aceptan a Páez aquellos mismos que veían a este caudillo con ojeriza y con extrañeza. Esa oligarquía civil se une así a quien hasta en ese instante miraba con desconfianza y como un estorbo. Más tarde, por el triunfo de la tendencia civilista con la elección de José María Vargas para la Presidencia de la República, se producirán, en 1835, los brotes subversivos de la llamada revolución de las Reformas, que obliga a Vargas a renunciar irrevocablemente para impedir la tutela todopoderosa del General José Antonio Páez.

Partes: 1, 2
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