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La edad de oro de la burguesía (página 2)

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5. La concepción Marxista: un nuevo tipo de estado

El proletariado, al asumir el poder en París, frente a la desorganización del aparato estatal, a la sumisión de gran parte del funcionalismo al gobierno burgués que se encontraba en Versalles, y orientados por principios democráticos e igualitarios, comprende la necesidad de organizar nuevas instituciones, pues las que existían no correspondían al nuevo poder que se establecía. Era necesario organizar un nuevo tipo de democracia, cualitativamente distinta de la liberal-burguesa, que en lo fundamental se destina a la manutención de la sociedad de clases, de la explotación y de la opresión a la gran mayoría de la población. El nuevo poder se basaba en una nueva forma de democracia, ampliada, que atendía de los intereses de la mayoría de la población; en ella se pueden destacar los siguientes aspectos: eliminación de la separación de responsabilidades entre el ejecutivo y el legislativo y organización de un único órgano representativo; establecimiento de elecciones para todas los cargos públicos; eliminación del político profesional (los representantes elegidos continuarían con sus trabajos profesionales) y establecimiento del mandato revocable en cualquier momento, desde el momento en que el candidato electo no respondiese al compromiso asumido con sus votantes; sustitución de la policía y del ejército permanente por el armamento popular; institución de los tribunales populares y organización de las actividades político-administrativas y burocráticas de tal forma que garantizaban el control de los obreros. Los sueldos, en los diferentes niveles de la administración, se establecen según el sueldo medio de los obreros, como eficaz barrera al arribismo y a la caza de los altos empleos, sin hablar de la revocabilidad de los mandatos de los delegados en los cuerpos representativos que la Comuna igualmente introdujo. Estas medidas democráticas permitían a las clases trabajadoras ejercer el control sobre todas las actividades del gobierno. Marx y Engels que ya venían estudiando y elaborando a partir de las experiencias, revolucionarias o no, una nueva concepción de Estado, con la Comuna de París formulan la idea de que la realización de la democracia económica, social y política sólo es posible con la eliminación de las relaciones y estructuras jurídico-políticas, burocráticas y militares, que corresponden a la dictadura de la burguesía. Contraponen a la dictadura (=democracia) burguesa un nuevo tipo de Estado, la dictadura (=democracia) del proletariado, que responde a una nueva forma de organización social, con la atribución fundamental de crear las condiciones materiales necesarias para la eliminación de la sociedad de clases y para la construcción de una sociedad sin clases, una sociedad comunista. Formulan, basados en estudios anteriores, los trazos esenciales del contenido de clases del Estado y la posibilidad de extinción de las clases y construcción de una sociedad sin clases. Entienden que en todas las sociedades existentes hasta entonces, después del surgimiento de la propiedad privada de los medios de producción, se basan en una división de clases sociales antagónicas, engendradas por la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción; entre la infraestructura y la superestructura; entre la apariencia (mitificada) con la que se presenta, y la esencia (real) de clases del modo de producción. En este sentido, el capitalismo se encuentra seccionado entre los propietarios de los medios de la producción, la clase burguesa, que lucha por el mantenimiento del orden existente; y los propietarios de su propia fuerza de trabajo, de la capacidad productiva, la clase obrera, que lucha contra la explotación de la que es víctima y desde el punto de vista histórico, por la construcción de una sociedad sin clases. Por lo tanto, las relaciones entre el obrero y el capitalista es una relación contradictoria, de desigualdad y, al mismo tiempo, de negación y de complementariedad. El mantenimiento de esta ruptura, de este antagonismo, y de esta explotación queda asegurado en lo fundamental por el Estado, que en cuanto sistema de instituciones, se organiza con el objetivo de garantizar el orden capitalista, o sea, la perpetuación de las relaciones de producción y jurídico-políticas y de garantizar la subordinación y la sumisión de la mayoría de la población a los intereses de la minoría. En este sentido, el Estado es un aparato especial de violencia organizada y legal-institucional sobre las clases trabajadoras, sobre todo la clase obrera. La violencia institucional, intentando garantizar y reproducir la desigualdad, se presenta como contra-violencia, preventiva y necesaria contra la violencia dirigida para la destrucción del orden, de la (aparente) igualdad contractual. Así, la realidad expresa de forma invertida, envuelta en misterio: la desigualdad se presenta como igualdad y la violencia estatal aparece como contra-violencia al ser desencadenada en nombre y en "beneficio" de los contratantes y contra la "anarquía roja", el socialismo, el comunismo. Según la concepción liberal-burguesa, la sociedad se forma con individuos "libres" e "iguales" que establecen entre ellos un pacto social y político, elaboran leyes y las consagran en una Constitución que regula las relaciones de compra y venta entre las diferentes mercancías: capital y fuerza de trabajo. Así, el Estado tiene como objetivo principal asegurar la plena libertad de mercado, pues es el único espacio que posibilita que las relaciones desiguales se presenten como una relación de cambio entre equivalentes, entre el capital y el trabajo en una relación de compra y venta, intermediada por el sueldo. Esta relación de "igualdad", que crea la ilusión de un contrato igualitario, es el punto de arranque fundamental de la explicación liberal, tanto para los fenómenos económicos, como para toda relación social, es decir, se extiende a toda la sociedad. El socialismo, entendido como la primera fase del comunismo, es una necesidad y corresponde a un periodo de transición, necesario para la construcción de las condiciones para la sociedad sin clases. "Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el periodo de la transformación revolucionaria del primero en el segundo. Este periodo también corresponde a un periodo político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado." (MARX, 1977: 239). La dictadura del proletariado se relaciona con la forma asumida por el Estado proletario en el socialismo. Aquí es necesario diferenciar la apariencia, respecto a la forma, de la esencia, que se relaciona con el contenido de clase del Estado. El análisis político de Marx revela la idea principal de clase del Estado, permitiendo entenderlo como un órgano de dominación, y su contenido social, como definido por la(s) clase(s) que ejerce (m) su dominación a través del aparato estatal. En este sentido (y solamente en este), todo Estado es, en su esencia, una dictadura. Por consiguiente, el Estado socialista, que corresponde al periodo de la transición del capitalismo al comunismo, el no-estado, al presentarse fundamentalmente como proletario, se revela como una dictadura del proletariado; es decir, una organización estatal con el objetivo de construir las condiciones que permitan que va se extinguiendo hasta su extinción completa. La duración de este periodo aparece determinado por la persistencia y por la necesidad de superación de factores económicos, sociales, políticos, culturales, etc., que impiden el pleno desarrollo de las fuerzas productivas que dificultan la superación de la escasez, de la persistencia de las diferencias fundamentales entre la clase obrera y el campesinado, entre el campo y la ciudad, entre trabajo físico y el trabajo intelectual; factores que separan al capitalismo del comunismo. En este sentido, puede afirmarse que la dictadura del proletariado, forma proletaria del Estado socialista, corresponde a la más amplia democracia (apariencia bajo la que se ejerce el poder político), y es un poder estatal que, al explicitar su contenido de clase, se afirma como no-estado y permite que sean creadas las condiciones para su extinción. La democracia proletaria sirve para designar no sólo el Estado socialista-proletario, sino también el componente no-estatal de la dominación de la clase proletaria, es decir, la necesidad de que, en el propio momento en que se implanta el socialista-proletario, empiece la desestatización progresiva de las tareas administrativas y militares. En este nivel específico, democracia proletaria designa la esfera no-estatal: la gestión de masa, realizada para las organizaciones de trabajadores de cada unidad de producción particular y del conjunto del aparato productivo; el desempeño directo, por la población armada, de las tareas de defensa nacional; la resolución de los conflictos ínter individuales no sumisa a la magistratura formal y realizada en los propios lugares de trabajo (fábrica, granja) o de habitación (barrios, bloques). (SAES, 1987: 31). La persistencia de esas características, hacen indispensable la planificación, la intervención estatal proletaria, con el objetivo de eliminar las diferencias y los restos de las viejas relaciones entre clases; y de disminuir, minimizar y eliminar esas contradicciones. La dictadura del proletariado, durante la organización estatal necesaria al periodo de la transición del capitalismo al comunismo, se extingue gradualmente, en la medida en que se da el pleno desarrollo de las fuerzas productivas y se crean las condiciones objetivas y subjetivas para la extinción del Estado. El Estado no es un fenómeno eterno. Surgió y desaparecerá en determinadas condiciones históricas (económicas, sociales, políticas). No de una hora a otra, inesperadamente, por ordenanza o deseo subjetivo, sino, gradualmente, en la proporción en que se creen las condiciones para la extinción de las clases y la construcción de la sociedad sin clases, el Comunismo.

6. El positivismo

El término positivismo fue utilizado por primera vez por el filósofo y matemático francés del siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de los conceptos positivistas se remontan al filósofo británico David Hume, al filósofo francés Saint-Simon, y al filósofo alemán Immanuel Kant. Comte eligió la palabra positivismo sobre la base de que señalaba la realidad y tendencia constructiva que él reclamó para el aspecto teórico de la doctrina. En general, se interesó por la reorganización de la vida social para el bien de la humanidad a través del conocimiento científico y, por esta vía, del control de las fuerzas naturales. Los dos componentes principales del positivismo, la filosofía y el Gobierno (o programa de conducta individual y social), fueron más tarde unificados por Comte en un todo bajo la concepción de una religión, en la cual la humanidad era el objeto de culto. Numerosos discípulos de Comte rechazaron, no obstante, aceptar este desarrollo religioso de su pensamiento, porque parecía contradecir la filosofía positivista original. El positivismo consiste en no admitir como válidos científicamente otros conocimientos, sino los que proceden de la experiencia, rechazando, por tanto, toda noción a priori y todo concepto universal y absoluto. El hecho es la única realidad científica, y la experiencia y la inducción, los métodos exclusivos de la ciencia. Por su lado negativo, el positivismo es negación de todo ideal, de los principios absolutos y necesarios de la razón, es decir, de la metafísica. El positivismo es una mutilación de la inteligencia humana, que hace posible, no sólo, la metafísica, sino la ciencia misma. Esta, sin los principios ideales, queda reducida a una nomenclatura de hechos, y la ciencia es una colección de experiencias, sino la idea general, la ley que interpreta la experiencia y la traspasa. Considerado como sistema religioso, el positivismo es el culto de la humanidad como ser total y simple o singular.

  • Comte, Augusto (1798-1857).

Filósofo positivista francés, y uno de los pioneros de la sociología. Nació en Montpellier el 19 de enero de 1798. Desde muy temprana edad rechazó el catolicismo tradicional y también las doctrinas monárquicas. Logró ingresar en la Escuela Politécnica de París desde 1814 hasta 1816, pero fue expulsado por haber participado en una revuelta estudiantil. Durante algunos años fue secretario particular del teórico socialista Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon, cuya influencia quedaría reflejada en algunas de sus obras. Los últimos años del pensador francés quedaron marcados por la alienación mental, las crisis de locura en las que se sumía durante prolongados intervalos de tiempo. Murió en París el 5 de septiembre de 1857. Para dar una respuesta a la revolución científica, política e industrial de su tiempo, Comte ofrecía una reorganización intelectual, moral y política del orden social. Adoptar una actitud científica era la clave, así lo pensaba, de cualquier reconstrucción. Afirmaba que del estudio empírico del proceso histórico, en especial de la progresión de diversas ciencias interrelacionadas, se desprendía una ley que denominó de los tres estadios y que rige el desarrollo de la humanidad. Analizó estos estadios en su voluminosa obra Curso de filosofía positiva. Dada la naturaleza de la mente humana, decía, cada una de las ciencias o ramas del saber debe pasar por "tres estadios teoréticos diferentes: el teológico o estadio ficticio; el metafísico o estadio abstracto; y por último, el científico o positivo". En el estadio teológico los acontecimientos se explican de un modo muy elemental apelando a la voluntad de los dioses o de un dios. En el estadio metafísico los fenómenos se explican invocando categorías filosóficas abstractas. El último estadio de esta evolución, el científico o positivo, se empeña en explicar todos los hechos mediante la aclaración material de las causas. Toda la atención debe centrarse en averiguar cómo se producen los fenómenos con la intención de llegar a generalizaciones sujetas a su vez a verificaciones observacionales y comprobables. La obra de Comte es considerada como la expresión clásica de la actitud positivista, es decir, la actitud de quien afirma que tan sólo las ciencias empíricas son la adecuada fuente de conocimiento. Cada uno de estos estadios, afirmaba Comte, tiene su correlato en determinadas actitudes políticas. El estadio teológico tiene su reflejo en esas nociones que hablan del Derecho divino de los reyes. El estadio metafísico incluye algunos conceptos tales como el contrato social, la igualdad de las personas o la soberanía popular. El estadio positivo se caracteriza por el análisis científico o "sociológico" (término acuñado por Comte) de la organización política. Bastante crítico con los procedimientos democráticos, Comte anhelaba una sociedad estable gobernada por una minoría de doctos que empleara métodos de la ciencia para resolver los problemas humanos y para imponer las nuevas condiciones sociales. Aunque rechazaba la creencia en un ser transcendente, reconocía Comte el valor de la religión, pues contribuía a la estabilidad social. En su obra Sistema de Política Positiva (1851-1854; 1875-1877), propone una religión de la humanidad que estimulara una benéfica conducta social. La mayor relevancia de Comte, sin embargo, se deriva de su influencia en el desarrollo del positivismo.

  • La Ley de los tres Estados.

Según Comte, los conocimientos pasan por tres estados teóricos distintos, tanto en el individuo como en la especie humana. La ley de los tres estados, fundamento de la filosofía positiva, es, a la vez, una teoría del conocimiento y una filosofía de la historia. Estos tres estados se llaman:

  • Teológico.
  • Metafísico.
  • Positivo.
  • Estado Teológico:

Es ficticio, provisional y preparatorio. En él, la mente busca las causas y los principios de las cosas, lo más profundo, lejano e inasequible. Hay en él tres fases distintas:

  • Fetichismo: en que se personifican las cosas y se les atribuye un poder mágico o divino.
  • Politeísmo: en que la animación es retirada de las cosas materiales para trasladarla a una serie de divinidades, cada una de las cuales presenta un grupo de poderes: las aguas, los ríos, los bosques, etc.
  • Monoteísmo: la fase superior, en que todos esos poderes divinos quedan reunidos y concentrados en uno llamado Dios.

En este estado, predomina la imaginación, y corresponde a la infancia de la humanidad. Es también, la disposición primaria de la mente, en la que se vuelve a caer en todas las épocas, y solo una lenta evolución puede hacer que el espíritu humano de aparte de esta concepción para pasar a otra. El papel histórico del estado teológico es irremplazable.

  • Estado Metafísico:

O estado abstracto, es esencialmente crítico, y de transición, Es una etapa intermedia entre el estado teológico y el positivo. En el se siguen buscando los conocimientos absolutos. La metafísica intenta explicar la naturaleza de los seres, su esencia, sus causas. Pero para ello no recurren a agentes sobrenaturales, sino a entidades abstractas que le confieren su nombre de ontología. Las ideas de principio, causa, sustancia, esencia, designan algo distinto de las cosas, si bien inherente a ellas, más próximo a ellas; la mente que se lanzaba tras lo lejano, se va acercando paso a paso a las cosas, y así como en el estado anterior que los poderes se resumían en el concepto de Dios, aquí es la naturaleza, la gran entidad general que lo sustituye; pero esta unidad es más débil, tanto mental como socialmente, y el carácter del estado metafísico, es sobre todo crítico y negativo, de preparación del paso al estado positivo; una especie de crisis de pubertad en el espíritu humano, antes de llegar a la adultos.

  • Estado Positivo:

Es real, es definitivo. En él la imaginación queda subordinada a la observación. La mente humana se atiene a las cosas. El positivismo busca sólo hechos y sus leyes. No causas ni principios de las esencias o sustancias. Todo esto es inaccesible. El positivismo se atiene a lo positivo, a lo que está puesto o dado: es la filosofía del dato. La mente, en un largo retroceso, se detiene a al fin ante las cosas. Renuncia a lo que es vano intentar conocer, y busca sólo las leyes de los fenómenos.

  • El Caracter Social Del Espiritu Positivo.

El espíritu positivo tiene que fundar un orden social. La constitución de un saber positivo es la condición de que haya una autoridad social suficiente, y esto refuerza el carácter histórico del positivismo. Comte, fundador de la Sociología, intenta llevar al estado positivo el estudio de la Humanidad colectiva, es decir, convertirlo en ciencia positiva. En la sociedad rige también, y principalmente, la ley de los tres estados, y hay otras tantas etapas, de las cuales, en una domina lo militar. Comte valora altamente el papel de organización que corresponde a la iglesia católica; en la época metafísica, corresponde la influencia social a los legistas; es la época de la irrupción de las clases medias, el paso de la sociedad militar a la sociedad económica; es un período de transición, crítico y disolvente; el protestantismo contribuye a esta disolución. Por último, al estado positivo corresponde la época industrial, regida por los intereses económicos, y en ella se ha de restablecer el orden social, y este ha de fundarse en un poder mental y social.

Es aparentemente, una reflexión sobre la ciencia. Después de agotadas éstas, no queda un objeto independiente para la filosofía, sino ellas mismas; la filosofía se convierte en teoría de la ciencia. Así, la ciencia positiva adquiere unidad y conciencia de sí propia. Pero la filosofía, claro es, desaparece; y esto es lo que ocurre con el movimiento positivo del siglo XIX, que tiene muy poco que ver con la filosofía. Pero en Comte mismo no es así. Aparte de lo que cree hacer hay lo que efectivamente hace. Y hemos visto que:

  1. Es una filosofía de la historia (la ley de los tres estados).
  2. Una teoría metafísica de la realidad, entendida con caracteres tan originales y tan nuevos como el ser social, histórica y relativa.
  3. Una disciplina filosófica entera, la ciencia de la sociedad; hasta el punto de que la sociología, en manos de los sociólogos posteriores, no ha llegado nunca a la profundidad de visión que alcanzó en su fundador.

Este es, en definitiva, el aspecto más verdadero e interesante del positivismo, el que hace que sea realmente, a despecho de todas las apariencias y aun de todos los positivistas, filosofía.

  • El sentido del positivismo.

Esta ciencia positiva es una disciplina de modestia; y esta es su virtud. El saber positivo se atiene humildemente a las cosas; se queda ante ellas, sin intervenir, sin saltar por encima para lanzarse a falaces juegos de ideas; ya no pide causas, sino sólo leyes. Y gracias a esta austeridad logra esas leyes; y las posee con precisión y con certeza. Una y otra vez vuelve Comte, del modo más explícito, al problema de la historia, y la reclama como dominio propio de la filosofía positiva. En esta relación se da el carácter histórico de esta filosofía, que puede explicar el pasado entero.

7. Parnasianismo

Originados en un aspecto de la obra de Baudelaire, no el emotivo sino el intelectual, sobre todo en las concepciones de los grandes poetas postrománticos Théodore de Banville, Teofhile Gautier y Charles-Marie Le Conte de Lisle, los parnasianos plantearon cierto regreso al clasicismo como vía de acceso a la "poesía pura", y se dieron a conocer e identificar en sucesivas entregas de una amplia antología colectiva, "El parnaso contemporáneo" (1866-71-76), en la que acabaron entrando nombres y tendencias diversas. Si bien el punto de partida común era la frialdad emotiva al servicio de la perfección formal, la singularidad de los individuos acabó por disgregar el grupo, aunque ello se produjo merced a una creatividad tan estimulante que en realidad alentó la difusión del simbolismo y el nacimiento de las diversas corrientes que mantendrían viva la poesía francesa hasta la revolución surrealista. Desde el punto de vista académico, el rechazo de los parnasianos a publicar "La siesta de un fauno", de Mallarmé, produce el nacimiento oficial del simbolismo, aunque más bien pudiera hablarse de una segunda generación simbolista, con nombres tan significativos Maurice Maeterlinck, y la primera etapa creativa de Paul Claudel y Paul Valery.

El simbolismo en los orígenes de la poesía: Hasta la madurez poética de Stéphane Mallarmé, el simbolismo no adapta oficialmente su nombre de batalla ni teoriza como tal escuela sobre sus presupuestos estéticos: habrá que esperar a los dos últimos decenios del siglo, para que publicaciones como Le simboliste (1886) y Le mercure de France (1890) se encarguen de difundirlo por todo el ámbito de la cultura occidental. Sin embargo, se considera indiscutible que el movimiento arranca de la obra de Charles Baudelaire y culmina con las de Arthur Rimbaud, Paul Verlaine y la del propio Stéphane Mallarmé. Se ha dicho que con la publicación de Les Fleurs du Mal, libro capital de Baudelaire, comienza la modernidad, y que, por las características de su propia vida, el mismo Baudelaire puede ser considerado el primer hombre moderno. Pésimo estudiante, bohemio empedernido, amante de una mujer de "color", condenado judicialmente por publicaciones inmorales, alcohólico y drogadicto, derrumbado por la sífilis, Baudelaire encarnó prácticamente todo lo que la moral burguesa consideraba condenable, al mismo tiempo que su escritura ponía en circulación la tesis de la autonomía y especificidad de la obra de arte, uno de los conceptos más influyente de la estética de los dos últimos siglos. Nacido treinta años después, Arthur Rimbaud es, por su parte, el más deslumbrante meteoro de la historia de la poesía occidental y el ejemplo por excelencia de esa concepción artística: toda su obra "Carta del vidente", "Una temporada en el infierno" e "Iluminaciones" fue escrita entre los 16 y los 20 años, luego de lo cual abandonó la literatura y pasó a una vida errante y aventurera (contrabandista de marfil, mercader de esclavos, etc.) hasta que sufrió la amputación de una pierna, con una secuela gangrenosa que acabó con él. Pese a esta atipicidad, o tal vez precisamente por ella, su impronta en la poesía europea es mucho más profunda que la de su protector y amante, Paul Verlaine (Los poetas malditos), maestro sin embargo del lirismo intimista y la voz más admirada por quienes representarían la sensibilidad del decadentismo. Mallarmé es el mayor teórico de los cuatro grandes poetas simbolistas y el que llegó más lejos en la búsqueda y ejecución de una "poesía pura", en la que el autor y los elementos diferenciales desaparecen tras las palabras (Siesta de un fauno, Páginas). Su producción fue decreciendo en cantidad, a la búsqueda del libro absoluto que no llegó a escribir y del que el mejor fragmento se considera su prosa poética: "una tirada de dados nunca abolirá el azar…" (1897)

8. Conclusión

Mientras que a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX se conformaba la derecha que constituiría la principal amenaza al liberalismo y la democracia, también dentro de la izquierda se agrupaban contrincantes en un número cada vez más considerable. Como en los años anteriores, las tendencias ideológicas fueron variadas: anarquistas y socialistas, sindicalistas y reformistas debatían ardorosamente las formas que debía asumir la liberación del proletariado del "yugo" de la sociedad burguesa. Sin embargo, pronto el horizonte ideológico se clarificó: un socialismo de tipo marxista se ponía a la cabeza de los distintos grupos de izquierda. Fue un socialismo de tipo marxista el que se impuso en el continente. Y en este proceso cumplió un papel importante la socialdemocracia alemana.

9. Bibliografía

Costa, Silvio. "Tomar el cielo por asalto". www.monografías.com Madrid, 2001. BURK, Ignacio; (1985). "Filosofía". Ediciones Insula. Caracas, Venezuela. "Diccionario Enciclopédico Abreviado"; (1957). Editorial, Espasa – Calpe, S.A. Tomo II. Madrid, España. "Enciclopedia Barsa"; (1985). Ediciones Encyclopaedia Britannica Publishers, INC. México. "Enciclopedia Microsoft Encarta 99". 1993-1998 Microsoft Corporation. HIRSCHBERGER, J.; (1968). "Breve Historia de la Filosofía". Editorial, Herder. Barcelona, España. MARIAS, Julián; (1960). "Historia de la Filosofía". 12va edición. Ediciones, Castilla. Madrid, España. Enciclopedia Temática Guinness, II. La Nación. 1994 Historia de la Literatura Universal. Centro Editor de América Latina. 1978. Susana Bianchi. Historia Social General. Universidad de Quilmes. 2001.

 

 

 

Autor:

Lucas Garcia del Val

Partes: 1, 2
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