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Comentario de Gálatas (página 4)

Enviado por jaimemontoya


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(3:8)

La justificación a los gentiles fue un plan de Dios trazado antes que fueran todas las cosas. La justificación es un regalo que se ofrece a cada persona sin ningún tipo de privilegio por la raza a la que alguien pertenezca. En ese sentido, los judíos no tienen más oportunidades de justificación que los gentiles ni viceversa. Romanos 3:30 dice: "Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.

Génesis 12:3 dice: "Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra." Es a ese versículo al que hace referencia Pablo en Gálatas 3:8. Génesis 12:3 es una profecía que incluye a los gentiles. La salvación de los gentiles no fue ninguna sorpresa para el Antiguo Testamento, pues los profetas antes de Jesucristo ya habían profetizado del Mesías y la salvación que Él traería se habría de derramar sobre todos los creyentes. Uno de los peores errores que se pueden cometer al interpretar las Escrituras es posicionar al Antiguo Testamento como enemigo del Nuevo Testamento o viceversa. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son Palabra de Dios y tienen perfecta relación, de tal forma que no existe jamás contradicción sino que sucede todo lo contrario: el Nuevo Testamento es el cumplimiento del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento predijo que la salvación vendría a los gentiles a través del Mesías Jesucristo, es decir que eso no fue una sorpresa o algo totalmente nuevo, pues ya el Antiguo Testamento había hablado de ello y lo había profetizado. El problema fue que los judíos no lo habían interpretado así y lamentablemente no lo creyeron cuando sucedió.

La palabra "previendo" se deriva de la palabra griega prooravw, cuyo significado es "prever, tener delante, ver antes". El Antiguo Testamento no fue tomado por sorpresa con respecto a la salvación de los gentiles. Sucedió todo lo contrario: el Antiguo Testamento había dicho que los gentiles se salvarían por la fe, al igual que los judíos.

Moisés había escrito en Génesis que la salvación llegaría a los judíos y gentiles por medio de Jesucristo y de la fe (Génesis 12:3; 18:18; 22:18). Fue precisamente Moisés, el profeta inspirado por Dios a escribir la Ley, quien escribió también sobre la salvación a los gentiles y judíos a través de Jesús y de la fe. Por supuesto que Moisés no se estaba contradiciendo. La Ley tampoco contradice la doctrina de la gracia y la salvación por la fe en Jesús. La explicación es, como se ha venido diciendo, que Jesucristo cumplió la Ley que ningún hombre pudo cumplir, y de esa forma da la libertad a los creyentes de ser salvos mediante Su sacrificio y no por méritos propios ni por haber sido capaces de obedecer todos los requerimientos de la Ley de Moisés. La salvación es un regalo de gracia ofrecido por Dios "a todo aquel que cree" (Juan 3:16).

Según Génesis 12:3, Dios nunca intentó limitar las bendiciones de Su pacto al linaje judío de la familia de Abraham. El amor de Dios se extiende a toda la humanidad, pues cada ser humano o cada persona independientemente de su lugar de nacimiento, edad, raza, condición económica, política o social, todos son importantes para Dios porque Dios ama a la humanidad entera que ha sido creada a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26). La Biblia expresa en muchas ocasiones que Dios no hace acepción de personas (preferencia, sin una razón que lo justifique, por una persona o varias entre otras), y es una realidad expresada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (Deuteronomio 10:17; Job 34:19; Hechos 10:34; Romanos 2:11; Gálatas 2:6; Efesios 6:9; Colosenses 3:25).

(3:9)

Aquellos que creen por la fe en las promesas de Dios, están imitando la fe de Abraham, quien se conoce como "el padre de la fe". Por tanto, los creyentes son hijos de Abraham al seguir su ejemplo de fe. La bendición prometida a Abraham en Génesis 15:6 no es sólo para Abraham y para sus descendientes físicamente hablando, sino que también incluye a todos los creyentes de todo el mundo que depositan su fe en Dios para ser justificados y recibir la salvación, la cual es un regalo de Dios por gracia mediante el sacrificio de Jesús en la cruz.

(3:10)

Pablo está haciendo referencia a lo escrito por Moisés en Deuteronomio 27:26. Basados en esto, la Ley trajo maldición porque nadie la pudo cumplir. En Deuteronomio 27:15-26 se pronuncian doce maldiciones sobre el monte Ebal (situado a 48 kilómetros al norte de Jerusalén). En Gálatas 3:10, Pablo se está refiriendo a la maldición número doce pronunciada sobre el monte Ebal: "Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas. Y dirá todo el pueblo: Amén." (Deuteronomio 27:26).

Para que una persona no cayera bajo esta maldición, tenía que cumplir perfectamente toda la Ley de Moisés y no haber cometido ni siquiera una infracción contra la Ley. Un pecado es suficiente para que una persona obtenga el título de "pecador" o "infractor de la Ley". Partiendo de lo anterior, el resultado es que la maldición está sobre todas las personas, "por cuanto todos pecaron" (Romanos 3:23). Esto en base a lo que Dios mismo estableció en la Ley de Moisés. Los que buscan la justificación por obedecer la Ley, tienen cero posibilidades de lograrlo. Así, "los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición" o basan sus esperanzas de salvación en la ley, no podrán ser justificados ni recibir la salvación a menos que pongan su mirada y su fe en Jesucristo, quien es el único Camino a la vida eterna (Juan 14:6).

(3:11)

Resulta obvio luego de los argumentos presentados anteriormente que nadie puede justificarse ante Dios por haber cumplido la Ley porque nadie la ha cumplido ni la podrá cumplir. Por si eso fuera poco, claramente Dios dijo cómo se salvaría el hombre: "mas el justo por su fe vivirá" (Habacuc 2:4). No es posible decir que el hombre se salva por ambas cosas, por cumplir la Ley y por tener fe. Si así fuera, Habacuc 2:4 estaría incompleto y se tenía que haber agregado el complemento que dijera que además de la fe, el hombre se salva por obedecer la Ley de Moisés. Este versículo de Gálatas 3:11 no deja lugar a dudas al afirmar que la justificación viene por la fe y no por cumplir la Ley.

(3:12)

Siguiendo el argumento del versículo 11, la justificación no se da como producto la unión de la fe más las obras de la Ley. Aunque los judaizantes querían que los cristianos pensaran que la fe es importante pero que no es suficiente sin la observación de la Ley de Moisés, la enseñanza de la misma Ley de Moisés deja muy claro que la justificación se da únicamente por la fe y que la obediencia de la Ley de Moisés es definitivamente incapaz de salvar al pecador. Lo más contundente de la argumentación de Pablo es que no solamente basa su argumento en la revelación que Dios le hizo a él, sino que argumenta su posición tomando como base justamente lo que Moisés escribió en la Ley. Ese argumento era imposible de refutar para cualquier judío, ya que ellos jamás negarían la autoridad de Moisés como profeta de Dios ni pondrían nunca en duda lo que Dios le inspiró a escribir en la Ley. Muchos judíos menospreciaban y no creían en el llamamiento de Pablo al apostolado, considerando a Pablo como un mentiroso, por lo cual lo querían matar. Definitivamente que los judíos que buscaban la justificación en obedecer la Ley de Moisés no creían que Pablo hubiera recibido revelación de Dios y por ello despreciaban lo que decía. Pero cuando Pablo presenta como base de su argumento lo que escribió Moisés, los judíos tenían que reconocer la autoridad de Moisés como profeta de Dios y así Pablo destruye todo argumento contrario al evangelio, que los judíos quisieran presentar. Más claro no lo pudo haber dicho Jesús: "Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él." (Juan 5:46). Aunque por la dureza de corazón y por el velo que tenían, muchos judíos se cerraban en decir que la Ley era la única manera de ser aceptos a Dios, y no prestaban atención a los claros argumentos presentados por Pablo e incluso presentados por la misma Ley de Moisés. Esa necedad y el velo que tienen los judíos lo describe Pablo en 2 Corintios 3:14:15: "Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos." Sin embargo los judíos que aceptan el evangelio y reconocen que su salvación y justificación solamente puede venir por la fe, son descritos inmediatamente a continuación de los versículos anteriores, en 2 Corintios 3:16: "Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará." De esa manera, Dios libra de la esclavitud de la Ley al pecador y le da la libertad: "Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad." (2 Corintios 3:17).

La fe no es lo mismo que obedecer la Ley de Moisés. Se trata de dos cosas completamente diferentes e independientes la una de la otra. Si la justificación se alcanzara por obedecer la Ley de Moisés, sería por eso y nada más, y si la justificación se alcanza por la fe, es por eso y nada más. Pablo hace ver que únicamente hay dos alternativas: o ser justificados por obedecer perfectamente la Ley de Moisés sin cometer ni siquiera un error, o ser justificados por la fe y la gracia de Jesucristo. No se puede decir que alguien se salva por ambas cosas a la vez o que la fe complementa a las obras de la Ley ni viceversa. Partiendo de eso, resulta obvio que si nadie ha cumplido ni nadie puede cumplir la Ley a la perfección, nadie puede ser justificado por la Ley. La única opción es entonces la fe, de tal forma que la justificación es dada a los hombres al creer en Jesucristo y Su regalo de salvación que se obtiene absolutamente por gracia y creyendo.

Gálatas 3:12 significa que para tener vida eterna por medio de la Ley no haría falta la fe, sólo haría falta obedecer la Ley. Lo que dijo Moisés en Levítico 18:5 es: "El que obedece la Ley se salvará por su obediencia" (y aunque la Ley incluye amara a Dios y al prójimo, no incluye la fe), que en la versión Reina-Valera 1960 se traduce así: "Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová."

Este versículo confirma lo que la justificación no puede ser por la fe y por el cumplimiento de la Ley de Moisés a la vez. Debe ser por una o por la otra. La justificación fuera posible por obedecer la Ley de Moisés únicamente si se obedeciera la Ley completamente de principio a fin y sin equivocarse ni una sola vez. Pero como nadie ha podido ni podrá obedecer la Ley de esa manera, la única alternativa para que las personas lleguen a alcanzar la justicia y el perdón delante de Dios es por medio de la fe en el sacrificio de Jesucristo en la cruz para el perdón de los pecados. La fe y la Ley de Moisés son dos cosas totalmente diferentes y la justificación se puede obtener sólo por uno de los dos métodos y no por los dos a la vez. Es claro que la única opción que la humanidad tiene para salvarse y recibir la justificación es mediante la fe y no mediante las obras de la Ley, "por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado." (Gálatas 2:16).

La obra de Cristo como cumplimiento de la promesa hecha a Abraham (Gálatas 3:13-14)

(3:13)

La palabra "redimir", proveniente del griego ejxagoravzw, significa "rescatar o liberar". Jesucristo libera o rescata al hombre de la esclavitud de la Ley y le da la gloriosa libertad de la gracia y la justificación en Cristo Jesús.

Tal como se estudió en Gálatas 3:10 respecto a la maldición de la Ley hacia aquellos que no cumplen todo lo dicho en ella, se observa que esa maldición está siempre presente mientras el hombre siga siendo esclavo de la Ley. La única forma de ser libres de esa maldición es por medio de la fe en Dios y en el evangelio de Jesucristo. Jesús rescata al creyente de la maldición y esclavitud de la Ley y lo lleva a la bendición y libertad de la justificación por fe.

En este versículo Pablo hace referencia a Deuteronomio 21:23, donde dice: "maldito por Dios es el colgado". En el contexto de Israel en tiempos de Moisés, aquí se muestra la ejecución de la pena de muerte, en la cual se colgaba en un madero o árbol madero al sentenciado a muerte, de tal forma que su cuerpo se exhibía así, sirviendo como una advertencia a la gente de que violar la Ley de Dios costaba caro. La palabra "madero" se origina del griego xuvlon, que se puede traducir como "madera, palo, leño, cepo o árbol". El apóstol Pablo cita este versículo para presentar una analogía con Cristo. Al igual que el cuerpo del criminal era maldecido por Dios, así Cristo, colgado de la cruz, llevaba sobre sí el castigo divino, la misma vergüenza que todo criminal condenado. Al tomar sobre sí la maldición de la Ley, Jesucristo redime al creyente de dicha maldición. "hecho maldición por nosotros" significa entonces que Jesús recibió todo el peso de la maldición promulgada en Deuteronomio 21:23.

(3:14)

Con todo lo que se ha dicho hasta acá, se sabe que la justificación es por la fe y no por las obras de la Ley. Ahora bien, es sumamente peligroso equivocarse al pensar que la fe actúa independientemente y en vez de poner la mirada en Jesucristo, enfocarse sólo en la fe. Dios ofrece justificar al hombre pero no a través de una fe en cualquier cosa, sino que a través de la fe en Dios, y si la fe es en Dios, es también en Sus promesas, y la promesa más grande de Dios es Jesucristo y la salvación por Su gracia. Se ha venido enfocando tanto la salvación por la fe y no por las obras, que es peligroso olvidarse que la fe debe dirigirse a Dios y creer en Sus promesas, para que esa fe sea capaz de justificar. No es creer por creer, ni es por arte de magia que la fe justifica. Por ejemplo, muchas personas tienen fe en ídolos, pero esa "fe" no sirve de nada para ser justificados. Muchos esperan que los ídolos les hagan milagros o adoran imágenes (lo cual no es nada nuevo, pues en tiempos de Moisés ya existían tales naciones idólatras, y Dios manda a Israel a permanecer separados de ellos), etc. De la misma manera, existen muchas falsas religiones que ni siquiera creen en Jesucristo sino que lo ven sólo como una "persona ejemplar" o "persona buena", pero no le rinden la adoración que Jesucristo se merece por ser Dios y Creador de todas las cosas (Génesis 1:26; Romanos 9:5; Colosenses 1:16; Apocalipsis 1:8). La fe no puede salvar a nadie por sí sola. Sólo cuando la fe es en Dios y en Sus promesas, puede justificar al pecador. Para ser justificados, la fe tiene que ser en Jesús, y por lo tanto en las promesas de Dios, pues en Jesús se cumplen las profecías del Antiguo Testamento. Creer en el Padre es creer en el Hijo, y creer en el Hijo es creer en el Padre (Juan 5:23; 10:30;14:1,10).

Si simplemente la fe por sí sola salvara, no hubiese sido necesario que Jesucristo muriera en la cruz, sino que simplemente con creer en Dios automáticamente el hombre sería salvo. Pero Dios no simplemente se hace indiferente al pecado, sino que con justicia ofrece el perdón, y no solamente las cosas se dan "como si nada hubiera pasado". La fe es útil solamente cuando se cree en Dios y en Sus promesas, y no se trata de simplemente creer en cualquier cosa. Por eso hay tantas religiones que aunque puedan profesar fe, debido a que tienen diferentes dioses, esa fe jamás podrá justificarlos. Pero cuando una persona cree sinceramente en Dios y en Sus promesas de todo corazón, ésta alcanza la salvación y justificación. La promesa que se le hizo a Abraham tiene su cumplimiento en Jesucristo, quien es esa Simiente de Abraham. Es en esa promesa que el creyente tiene fe y así se alcanza el perdón de los pecados y la salvación. La fe debe estar fundamentada en Jesucristo para que sea capaz de justificar a un pecador y convertirlo en una nueva criatura (2 Corintios 5:17).

"la bendición de Abraham" se refiere directamente a la promesa de bendición que Dios le hace a Abraham y a su descendencia (Génesis 12:3; 22:18). Hay que comprender que esa bendición no hubiera podido llegar a los gentiles ni a nadie si no hubiera sido a través del sacrificio de Jesucristo en la cruz. Por eso la fe no trabaja sola, sino que la fe en Jesús es la que tiene validez para la justificación. Si Jesucristo no hubiera muerto en la cruz para el perdón de los pecados, la fe no hubiera podido salvar a nadie. Gracias a que Jesús pagó el precio de la salvación de todos los hombres, ahora al tener fe (como la tuvo Abraham) en Dios y en Sus promesas (cuya promesa fundamental es Jesucristo, la Simiente de Abraham), el hombre puede ser plenamente justificado. Si la descendencia de Abraham no incluyera a Jesucristo, la justificación no sería posible para el hombre. Como conclusión, la salvación y justificación es y ha sido siempre por Jesucristo. Nunca ha habido otro método de salvación. Desde Génesis 3:15 se hace la primera promesa mesiánica que aparece en la Biblia, y puede notarse que la salvación solamente es posible por Jesucristo en todas las edades. A partir de la caída de Adán, el hombre perdió la paz con Dios y se hizo merecedor de la condenación. La necesidad de recuperar la comunión con Dios y Su perdón es una necesidad de todos. Pero debe comprenderse que la salvación siempre ha sido por Jesucristo, y Dios no ha estado cambiando de parecer respecto a la forma de salvar a los hombres. Nadie se ha salvado nunca por merecerlo. Todos los hombres que se han salvado hasta la fecha ha sido por a Jesucristo y la gracia de Dios. A diferencia de lo que muchos piensan, Jesús se menciona a lo largo del Antiguo Testamento y es la profecía principal y más importante de Moisés y de los profetas. El Nuevo Testamento no le da la bienvenida a Jesús como Su primera aparición en la Biblia, pues como ya se dijo, Génesis 3:15 es la primera referencia directa a Jesucristo en el Antiguo Testamento, y luego se dan muchas otras referencias más en las que directamente el Antiguo Testamento habla proféticamente de Jesús (Génesis 3:15; 12:3; 17:19; 18:18; 49:10; Éxodo 12:46; Números 24:17; Deuteronomio 18:15; Salmos 16:10; 22:6-8,16-18; 27:12; 34:20; 41:9; 64:9; 68:18; 69:21; 110:4; 109:3-5; Isaías 7:14; 9:1-2,7; 11:2; 50:6; 52:13-53:12; Daniel 9:25; Oseas 11:1; Miqueas 5:2; Zacarías 9:9; 11:12-13; 12:10). La justificación sin Jesucristo es simplemente imposible y no existe. Dios salva al hombre por medio de Su Hijo.

Debido a que Jesucristo murió por los pecadores, los gentiles pueden tomar parte en la bendición de Génesis 12:3 y 22:8 al tener fe como la tuvo Abraham. Si los gentiles tienen esa fe, son hijos de Abraham en ese sentido y por lo tanto gozan y participan de la promesa que Dios le hizo al patriarca Abraham respecto a su descendencia. Los gentiles entran en esa promesa como descendencia espiritual de Abraham (hijos de Abraham por imitar su fe) y no por ser descendientes de Abraham físicamente. Pero en realidad Dios da esa bendición a los descendientes espirituales de Abraham, pues el ser descendientes físicos de él no hace que las personas automáticamente se salven. La justificación no es algo que se hereda por los padres terrenales. La salvación y justificación es algo personal y no colectivo. Es verdad que grupos personas se salvan, pero Dios no juzga colectivamente, sino que juzga a cada individuo en particular y Su juicio es totalmente justo (Romanos 2:6). Esta verdad se expresa enfáticamente en Deuteronomio 24:16: "Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado." (Deuteronomio 24:16).

"la promesa del Espíritu" se refiere a la profecía del Antiguo Testamento en la que se habla del futuro derramamiento del Espíritu Santo sobre la iglesia. Esto aparece en Joel 2:28: "Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones." La expresión "sobre toda carne" incluye a los gentiles, por lo cual al tener fe en Jesucristo y reconocerle como Señor y Salvador personal, el Espíritu Santo es derramado sobre el creyente, garantizando la vida eterna de todos aquellos que se entregan a Jesús y siendo un sello de garantía para ellos (Efesios 1:13). El Espíritu Santo se recibe por fe al haber creído en Jesucristo de todo corazón. Esto sucede por la fe y no por las obras de la Ley. Esto es justamente lo que les dijo Pablo a las iglesias de Galacia en Gálatas 3:2: "Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?". El Espíritu Santo se recibe por fe.

 

El Testamento (Gálatas 3:15-18)

(3:15)

Pablo presenta una ilustración tan clara que cualquiera la pueda entender con facilidad. Cuando una persona hace un pacto con otra y lo firma, nadie puede anularlo ni agregarle nada luego que ha sido firmado y se ha aceptado el acuerdo por ambas partes. Si los hombres, siendo imperfectos y pecadores respetan de esa manera los pactos, cuánto más Dios, siendo perfecto y que nunca miente, respetará Su pacto y cumplirá Sus promesas. Dios nunca miente ni cambia de opinión (Números 23:19).

(3:16)

Lo prometido a Abraham en Génesis 12:3 y 22:18 no era para todos sus descendientes físicamente hablando. Esta promesa halló su cumplimiento en Cristo y, por lo tanto, en aquellos que están unidos a Él (es decir los hijos espirituales de Abraham o los que tienen fe en Jesús y creen a las promesas de Dios). En Génesis 12:2-3, las palabras claves de esta promesa divina a Abraham son "bendecir, bendición y benditas", que aparecen cinco veces en solo dos versículos. La bendición prometida a Abram y, a través de él, al pueblo de Israel y a la humanidad entera, está destinada a destruir la maldición que el pecado de los seres humanos hizo recaer sobre la tierra (Génesis 3:17; 5:29; 8:21).

El uso, en Génesis, de la palabra "descendencia" (literalmente "simiente"), que es singular pero de sentido colectivo, permite a Pablo aplicarla también en singular a Cristo, conforme a un método de interpretación típico de los maestros judíos.

La bendición prometida a Abraham fue entonces que Jesucristo se haría hombre, viniendo del linaje o descendencia de Abraham, y quitaría la maldición del pecado para que partiendo de Abraham y continuando con todos aquellos que creyeran en esa promesa, fueran justificados por la fe. De esa manera Dios justifica por la fe, pero no una "fe" vana, sino la fe en Cristo Jesús o la fe en Dios y Sus promesas (cuya promesa más importante y fundamental, como ya se ha dicho, es Jesucristo muriendo para redimir a los pecadores).

(3:17)

La frase "Esto, pues, digo:", es la continuación del argumento de Pablo, con lo cual, luego de lo que claramente ha explicado anteriormente, sigue diciendo: "Este es mi argumento:" o "Esto es lo que estoy tratando de decir:". Es notable que Pablo escribe a las iglesias de Galacia con un propósito y necesita dejar su mensaje claro y que no quede duda alguna en los gálatas para cumplir su objetivo, por lo que Pablo tiene que insistir y seguir ensañando que la salvación viene por la fe en Jesucristo y no por las obras de la Ley. Pablo utiliza ilustraciones o ejemplos humanos, como lo dice en el versículo 15, así como también utiliza como base lo que Moisés mismo escribió en la Ley.

Se parte de lo dicho por Pablo en el versículo 15, y es que un pacto una vez que ha sido ratificado o firmado, no se puede anular ni modificar, sino que debe respetarse. En base a eso, el pacto de Dios con Abraham respecto a la promesa que Jesucristo sería la Simiente que bendeciría a todas las familias de la tierra (justificando al pecador), no puede ser anulado ni modificado porque fue ratificado por Dios en el momento de hacerle la promesa a Abraham. La Ley vino mucho después de Abraham, pues el mismo Moisés era un descendiente del patriarca, y Moisés escribe la Ley. De acuerdo a todo esto, la promesa de Dios a Abraham no podía ser anulada ni modificada en ninguna forma, por lo que la Ley no podía cambiar en nada de lo que ya se había establecido, debido a que primero fue la promesa y la Ley llegó hasta después. Si en verdad la justificación fuera por obedecer la Ley de Moisés, entonces dejaría de ser la fe y el sacrificio de Jesucristo lo que justifica, y el pacto de Dios habría sido anulado o modificado. Eso no puede ser así, entonces la conclusión es que la justificación no puede obtenerse por obedecer la Ley de Moisés, sino por creer en Jesucristo, quien es la Simiente de Abraham y la promesa de Dios, en quien son benditas todas las familias de la tierra.

La Ley de Moisés no puede cambiar o cancelar la promesa de Dios (respecto a Jesucristo como Simiente de Abraham) que fue hecha 430 años antes que la Ley fuera dada. Por orden cronológico, esto jamás podría ser así, pues Dios cumple todas Sus promesas y nunca quebranta Sus pactos. La promesa de Dios no puede ser abolida por la Ley. Obviamente Jesucristo (la promesa) tampoco vino para abolir la Ley, sino para cumplirla (Mateo 5:17), siendo así que ofrece la justificación a los pecadores, mediante la fe.

Cuando Pablo habla de los "cuatrocientos treinta años", hace alusión a Éxodo 12:40. Esta cifra pareciera contradecir lo que dice Génesis 15:13 y Hechos 7:6, pues en estos pasajes la cifra mencionada es de "cuatrocientos años". Seguramente cuatrocientos años sería una aproximación o la cifra redondeada, siendo cuatrocientos treinta años la cifra exacta. Ahora bien, debe explicarse desde cuándo se comienzan a contar los cuatrocientos treinta años y cuándo terminan. Respecto a este punto existen dos posiciones:

La primera posición afirma que hay 430 años desde el momento en el que Dios le hace la promesa a Abram respecto a su descendencia (Génesis 12:2-3; 15) hasta que Moisés recibe la Ley en el monte Sinaí (Éxodo 20). Para que esto tenga sentido, lo que sostiene esta posición es que los 430 años no son sólo el periodo que Israel estuvo en Egipto, sino que incluye el tiempo que transcurrió desde que Abram (en Génesis 17:5 el nombre Abram es cambiado por Abraham) recibe la promesa, contando el periodo que permanecieron Abraham, Isaac, Jacob, los doce hijos de Jacob y sus familias, en Canaán. Según esta interpretación, los 430 años son el tiempo desde que los israelitas estuvieron en Canaán (desde que se da la promesa a Abraham) más el tiempo que estuvieron en Egipto, hasta que le es dada la Ley a Moisés en el monte Sinaí. Para sostener esto, se dice que hay 215 años desde la promesa de Dios a Abraham hasta la cautividad de Israel en Egipto, y que luego se dan otros 215 años desde la cautividad hasta que Dios da la Ley a Moisés en el monte Sinaí, completando así los 430 años. Pero estas fechas no encajan con la cronología que históricamente se tiene de los eventos. Además de ello, la cautividad fue profetizada como de 400 años en Génesis 15:13, no de 215 años.

La segunda posición, que es la que más se apega a la cronología histórica y a los relatos bíblicos, sostiene que los 430 años se dan desde Génesis 46 hasta Éxodo 20. En Génesis 46:3, Jacob recibe la confirmación final del pacto abrahámico y luego va hacia Egipto como uno de los patriarcas (alrededor del 1870 a.C.), siendo los 430 años justamente en Egipto y no tomando en cuenta el tiempo que los israelitas estuvieron en Canaán antes de ir a Egipto. Génesis 15:13 y Hechos 7:6 describen 400 años de cautividad en tierra ajena (Egipto), el cual tendría que ser un periodo aproximado o redondeado, pues Éxodo 12:40 dice que fueron 430 años. Cuando Jehová le entrega la Ley a Moisés en el monte Sinaí, se calcula que era aproximadamente el año 1440 a.C. De esa forma, la profecía de los 430 años de cautiverio en Egipto se habría cumplido aproximadamente entre los años 1870 a.C. y 1440 a.C.

(3:18)

"la herencia" es recibir lo que Dios prometió. Se refiere claramente a la promesa de Dios a Abraham en Génesis 12:2-3 respecto a Jesucristo como la Simiente. Es entonces que "la herencia" es la promesa de la justificación por medio de la fe en Jesucristo.

Tal como lo ha venido explicando el apóstol Pablo en los versículos anteriores a éste, la justificación no puede ser por cumplir la Ley de Moisés y por tener fe en Jesucristo a la vez. O es por un método o es por el otro. Si la justificación es a través de obedecer la Ley de Moisés, entonces como consecuencia de ello, la justificación no sería por la fe; y de la misma manera, si la justificación viene por la fe o por creerle a Dios, como consecuencia lógica, el hombre no se salva por cumplir la Ley de Moisés.

En este versículo, Pablo afirma nuevamente que la justificación viene gracias a la promesa que Dios le hizo a Abraham respecto a la Simiente, que es Cristo. La justificación nunca podido ser ni nunca será por obedecer ni cumplir la Ley de Moisés.

El propósito de la Ley (Gálatas 3:19-25)

(3:19)

Luego de todo lo que ha venido diciendo Pablo en su carta, la pregunta inmediata que nacería en la mente de sus lectores es precisamente sobre el significado, sentido, importancia o utilidad de la Ley. El apóstol se anticipa a esa pregunta y la formula él mismo en su escrito. Aunque algunos hubieran podido pensar que Pablo estaba atacando la Ley de Moisés, esto no era cierto, pues lo único que Pablo hacía era enseñar y predicar el evangelio de Jesucristo y decir lo que Dios mismo había revelado: obedecer la Ley no puede salvar ni justificar a nadie.

Ahora Pablo se propone explicar el propósito por el cual Dios da la Ley. Se debe tener siempre en cuenta que la Ley no es mala y jamás se tiene que pensar que es algo que viene del mal o que tiene algún tipo de relación con Satanás. La Ley de Dios es perfecta en cuanto a su integridad y pureza. No hay mancha en la Ley de Dios. Al examinar en detalle cada uno de los mandamientos, se puede observar que no hay mandatos equivocados ni erróneos en la Ley. Todo va orientado a amar a Dios y al prójimo, a vivir lejos del pecado y a permanecer en santidad, porque Dios es santo (Levítico 11:44). La Ley no es mala, quien es mala es la humanidad, al haberse apartado de Dios y al haberle desobedecido continua y deliberadamente. La Ley es buena y justa porque proviene de Dios.

Pablo dice que la Ley fue "añadida" porque primero fue la promesa de bendición que Dios le hace a Abraham y fue cuatrocientos treinta años más tarde que aparece la Ley de Moisés, siendo de esa forma "añadida".

El propósito o la razón por la que Dios añade la Ley es por causa de las transgresiones y pecados del hombre. Para comprender esto, basta recordar cuando Dios creó a Adán y a Eva en el principio, que para ellos no había necesidad de Ley porque antes de la caída, tanto Adán como Eva eran inocentes y el pecado no los había contaminado, por lo que era innecesario que Dios les diera una Ley como la de Moisés. Las leyes sirven para regular el comportamiento que debe tener alguien, y son exclusivas para seres imperfectos, pues las leyes limitan el comportamiento del ser imperfecto para que se mantenga dentro de los límites de lo correcto. Pero cuando Dios creó a Adán y a Eva, ellos no tenían imperfecciones y por lo tanto no necesitaban restricciones de una Ley como la de Moisés, porque eran libres e inocentes. Lo mismo sucede con las leyes de las sociedades de los países, que deben establecer leyes y castigos para los que las infrinjan, de manera que se mantenga el orden en la sociedad. Dios añade la Ley de Moisés a causa del pecado y la imperfección del hombre, o según lo dice este versículo: "a causa de las transgresiones". De no haber sido por la caída del hombre (Génesis 3), la Ley no hubiera llegado a existir, pero fue por causa de la inclinación al mal (Génesis 6:5) y del pecado del hombre, que Dios entrega la Ley a Moisés en el monte Sinaí, para que luego fuera presentada a todo Israel.

Algo importante en este versículo es que muestra que la Ley tenía un periodo estipulado por Dios. La palabra "hasta" expresa que la Ley de Moisés no iba a permanecer siempre como la exigencia que se tenía que cumplir, pues vendría el tiempo en el que Jesús la cumpliría a favor del hombre y de esa forma se alcanzaría por parte de los pecadores tanto la justificación como también la libertad, tomando en cuenta que la Ley era una esclavitud. La Ley tenía un "desde" y un "hasta". Se mantuvo como una exigencia que se debía tratar de cumplir y respetar desde que le es dada a Moisés en el monte Sinaí, "hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa". Esto significa que la Ley llega hasta Jesucristo, y a partir de ahí, los judíos ya no tienen la obligación de seguir sometidos a la Ley, sino que deben enfocar su mirada en ser seguidores de Jesucristo y deben creer en el evangelio para ser justificados de la misma manera que los gentiles: por la fe y la gracia. Esto es una gran bendición porque la Ley es una esclavitud, y la gracia de Jesucristo es libertad, tal como en repetidas ocasiones lo expresa el apóstol Pablo en sus escritos (Romanos 8:15,21; 1 Corintios 8:9; 10:29; 2 Corintios 3:17; Gálatas 2:4; 4:3,24-26; 5:1)

"la descendencia a quien fue hecha la promesa" no significa que la promesa le fue hecha a Jesucristo, pues según el Génesis 12:2-3 Dios hace la promesa a Abraham. El uso de la preposición "a" en este versículo puede llegar a parecer que se refiere a Jesucristo, porque antes de la preposición "a" se encuentra la palabra "simiente", dando lugar a pensar que la promesa se le hizo a Jesús. Pero no fue así, se sabe que Jesucristo fue la promesa misma, y no la persona a la que se le hace dicha promesa. La Biblia Latinoamericana traduce este versículo así: «Entonces, ¿para qué la Ley? Fue añadida para responder a las desobediencias; pero solamente valía hasta que llegara ese "descendiente" del que hablaba la promesa, y fueron ángeles los que la concertaron, con la intervención de un mediador». Como se puede ver, lo que la versión Reina-Valera 1960 traduce como "la descendencia a quien fue hecha la promesa" se entiende perfectamente como "el descendiente del que hablaba la promesa", que como se sabe, es Jesucristo.

¿Es la vigencia de la Ley temporal, o es eterna? Según este versículo, la Ley tenía un comienzo y un final, de manera que tuvo una vigencia temporal. Sin embargo, sabiendo que Jesucristo cumplió la Ley en lugar de los pecadores, puede verse como una Ley que siempre está ahí pero que ya fue cumplida por Jesucristo. Lo cierto es que actualmente nadie está obligado a cumplir la Ley de Moisés y Dios no exige que nadie lo haga, porque la vigencia terminó cuando Jesucristo la cumplió. Al decir "vigencia" se entiende como el estado de validez o que está en uso algo. En este caso, la Ley perdió su validez (como requerimiento o como algo que debía obedecerse y respetarse rigurosamente) cuando Jesucristo vino y la cumplió en lugar de los pecadores. La Ley estaría todavía en vigencia si Jesucristo no hubiera venido todavía a morir por la humanidad. Sucede igualmente en los países, que hay leyes que ya no son necesarias, y pierden su vigencia. Respecto a la Ley de Moisés, ya no es necesaria o ya no hay que seguir siendo esclavos o estar sometidos a ella, porque Jesucristo ya la cumplió y ha dado la libertad a todo aquel que tiene fe en Su obra y recibe el regalo de la justificación que Dios ofrece. Nunca debe pensarse que Dios cambió de opinión por el hecho que la Ley perdió su vigencia. Lo que sucedió fue que desde el principio, Dios ya tenía el plan trazado de lo que sería la Ley y para qué serviría. Es por ejemplo como cuando un país crea una ley temporal que es necesaria solamente para un periodo específico debido a circunstancias extraordinarias. Llegará el momento en que las circunstancias específicas por las que atravesaba el país lleguen a terminar, y entonces la ley creada perderá su vigencia porque ya no es necesaria. Eso no significaría que los gobernantes de dicho país cometieron una contradicción ni que cambiaron de opinión o que no permanecieron firmes. Sucedería todo lo contrario, pues se diría que el gobierno de dicha nación actuó inteligentemente al crear una ley que no tendría vigencia perpetua, sino que tendría un carácter temporal, mientras fuera útil para combatir las circunstancias extraordinarias que se habían presentado en el país. Igualmente Dios no cometió ningún error ni contradicción al darle a la Ley un carácter temporal, pues el propósito era que los hombres se dieran cuenta de su culpabilidad delante de Dios y que de esa forma se convencieran de su pecado completamente y buscaran a Jesucristo como el único medio de salvación. La Ley tuvo el propósito de llevar a los pecadores a Jesucristo, y tuvo un carácter temporal.

La expresión "y fue ordenada por medio de ángeles" encuentra referencia en Hechos 7:53, que dice: "vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis." El otro pasaje que se refiere directamente a que la Ley fue ordenada por medio de ángeles es Hebreos 2:2: "Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución,". El argumento que Pablo presenta es que la Ley es inferior a la promesa porque la Ley fue promulgada de forma indirecta, por medio de ángeles y teniendo a Moisés como mediador, mientras que la promesa se hizo de forma directa, sin ningún ángel de intermediario y directamente a Abraham de forma personal. El pueblo de Israel recibió la Ley con intermediario, porque Dios primero se comunicaba con Moisés y luego éste tenía que transmitirle al pueblo todo lo que le había dicho Dios. Con Abraham el trato fue directo, e igualmente los que son hijos de Abraham por la fe, pueden tener esa relación directa con Dios sin la necesidad de personas como intermediarias. El creyente puede comunicarse directamente con Dios sin estar dependiendo de ningún ser humano ni de ningún ángel que sirva de intermediario. En la Ley de Moisés eso jamás se pudo dar, pues siempre existía la necesidad de levitas y sacerdotes que funcionaban como intermediarios al presentar las ofrendas del pueblo ante Dios. Pero Dios ya había profetizado en el Antiguo Testamento que esto no seguiría siendo siempre así (Jeremías 31:34), pues con la venida de Jesucristo, Dios perdona el pecado de los hombres y los llega a tratar como a hijos, manteniendo una relación estrecha, íntima y directa con cada creyente. El trato de Dios con el hombre en el periodo de la Ley fue indirecto y con los sacerdotes levitas como mediadores. Pero esto dejó de ser así cuando Jesús murió en la cruz, y sucedió algo que abiertamente enseña esta verdad: "Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron;". El hecho que el velo del templo se haya rasgado en dos tiene una gran enseñanza en relación a la relación directa y sin intermediarios que ahora Dios tiene con el creyente. Ningún hombre rasgó el velo en ese momento, sino que fue Dios quien milagrosamente hizo que eso sucediera, lo cual tiene un significado poderoso. El velo que se rompió era el que dividía el lugar santo, donde los sacerdotes podían ministrar, del lugar santísimo, al cual sólo el sumo sacerdote tenía el privilegio de entrar en el día de expiación (Éxodo 26:31; Levítico 16). El rompimiento del velo, que era tipo del cuerpo de Cristo (Hebreos 10:30), significa que "un camino nuevo y vivo" se había abierto hacia la presencia de Dios para todos los creyentes, no siendo ya necesario otro sacrificio o sacerdocio excepto el de Cristo Jesús (Hebreos 9:1-8; 10:19-22).

Aunque el enfoque de Pablo es mostrar que la promesa es superior y mucho mejor que la Ley, debe interpretarse también el significado de la expresión "por medio de ángeles". Esto resulta complicado entenderlo ya que si se consultan los pasajes relacionados a la entrega de la Ley a Moisés en Éxodo y Deuteronomio no se encuentra ninguna indicación de la presencia de ángeles. Sólo existe un texto en el Pentateuco (cinco libros de Moisés), que generalmente es aceptado como referencia a Gálatas 3:19, y se trata de Deuteronomio 33:2, que dice lo siguiente: "Dijo: Jehová vino de Sinaí, Y de Seir les esclareció; Resplandeció desde el monte de Parán, Y vino de entre diez millares de santos, Con la ley de fuego a su mano derecha." A pesar que el texto citado dice "santos" y no "ángeles", generalmente se acepta como la referencia a los ángeles de Gálatas 3:19. También se considera que Salmos 68:17 está hablando también de esos ángeles. Ese mismo sentido de "ángeles" es el que aparece en Hebreos 2:2 y Hechos 7:53. No así en Hechos 7:38, donde se trata del "Ángel de Jehová", quien es Dios mismo revelado a los hombres en el Antiguo Testamento. Se considera que existía una fuerte tradición entre los hebreos en el sentido que Dios entregó la Ley por medio de ángeles, entonces Pablo tiene en mente esta idea, pero la expone en sentido negativo, pues hace entender a través de esto que la Ley es inferior a la promesa, ya que fue entregada por medio de ángeles a Moisés y de éste a los hombres (sabiendo que tanto los ángeles como Moisés son creación de Dios). La promesa en cambio, fue un trato hecho cara a cara, personalmente, por el mismo Dios con Abraham, sin ningún intermediario de carácter inferior. Es así que la promesa está completamente por encima y es notablemente mejor y superior a la Ley.

(3:20)

La palabra "mediador" proviene de la palabra mesivth" o "mesites". Según el Enhanced Strong’s Lexicon #3316, se trata de la palabra "mesites", que proviene de "mesos" (medio), y de "eimi" (ir); significa un intermediario, árbitro o reconciliador. En este pasaje la palabra se refiere a Moisés trayendo la Ley al pueblo, asistido por ángeles. En sus otras ocurrencias, "mesites" habla de que Jesús efectúa la salvación mediante Su muerte vicaria (1 Timoteo 2:5), garantizando los términos del nuevo pacto (Hebreos 8:6; 9:15; 12:24).

No es necesario un mediador cuando solamente una persona está involucrada en un asunto, pero cuando hay dos o más partes involucradas, entonces se hace necesaria la presencia e intervención de un mediador, intermediario o árbitro. Este mediador es según la traducción de "medites", es el que interviene activamente entre dos partes, ya sea para hacer o para restaurar la paz y la amistad. El mediador es también el que interviene en los pactos o que ratifica los convenios. Se habla entonces de un árbitro o de un mediador en la comunicación.

Otra posible traducción para "Dios es uno" es "Dios actúa solo". Esto significa que Dios puede actuar sin necesidad de ningún mediador.

Con este versículo se presenta la superioridad de la promesa con respecto a la Ley, pues para la Ley fue necesario un mediador y debido a que era un acuerdo entre dos partes, no solamente estaba involucrado Dios, sino que también la gente tenía que cumplir su compromiso de cumplir y obedecer rigurosamente la Ley que les estaba siendo dada. Los mediadores fueron los ángeles y Moisés. La promesa es completamente superior a la Ley porque no había mediador y no se trataba de un acuerdo entre dos partes, sino que sólo había una parte: "Dios es uno" o "Dios actúa solo". Esto hizo que la promesa se hiciera realidad para todos sin ningún problema porque el hombre no tenía que cumplir con ninguna parte porque no había mediador y era únicamente Dios quien hacía la promesa, sin que esta dependiera de nadie más. Todo llegó a depender totalmente de Dios, garantizando las cosas iban a salir bien. La Ley fue un contrato entre dos partes, una de las partes fue Dios, y la otra fue el hombre, y los mediadores eran Moisés y los ángeles. Para que las cosas tuvieran éxito, ambas partes debían cumplir con lo que les correspondía. Por supuesto que Dios cumplió su parte (todas Sus promesas que aparecen en la Ley jamás fueron quebrantadas por Dios), pero el problema fue que el hombre no cumplió con la parte que le correspondía de obedecer fielmente toda la Ley. Entonces esto no tuvo éxito porque una de las partes (el hombre) falló al acuerdo y no cumplió con lo que le correspondía, traicionando el acuerdo. La promesa fue mucho mejor porque ya no hubo necesidad de mediadores ni tampoco actuaban dos partes en el acuerdo ("Dios es uno"), sino que "Dios actúa solo" y eso garantiza el éxito de todo, ya que Dios, siendo perfecto y fiel, cumple Su promesa y así la humanidad entera puede ser justificada por la gracia de Jesucristo. Para comprender bien este punto, basta comprender lo que son los pactos o tratados unilaterales y los bilaterales. La Ley fue un pacto bilateral, mientras que la promesa fue un pacto unilateral. Evidentemente, la promesa es superior y mucho mejor que la Ley.

(3:21)

Pablo tiene que dejar muy claro que él no está predicando que la Ley es el opuesto a la fe, como que se tratara de que la Ley es enemiga de la fe. Pablo enfatiza que eso no es lo que se encuentra predicando, como seguramente los judaizantes hubiesen querido hacer ver para que las iglesias de Galacia restaran credibilidad a las palabras de Pablo. La Ley de Dios no podía presentar ningún tipo de contradicción con la promesa de Dios a Abraham porque tanto la Ley como la promesa vinieron de Dios, y no puede existir contradicción entre lo que Dios dice. Por eso Pablo dice contundentemente "En ninguna manera", pues la Ley y la promesa no son dos cosas opuestas ni mucho menos contradictorias. Esto se comprueba porque si la Ley hubiese sido capaz de justificar al hombre (si el hombre no hubiera pecado y hubiera obedecido completamente toda la Ley), la justificación hubiese venido entonces por la Ley. Entonces no se hubiera necesitado ya la promesa, porque el hombre estaría justificado por medio de la Ley. No hay entonces contradicción porque la promesa no hubiese entrado en efecto como medio de justificación si la Ley hubiera salvado a las personas. A diferencia de ver la Ley y la promesa como contradictorias, aparecen trabajando juntas hacia un mismo ideal, pues cuando la Ley no pudo y fue incapaz de justificar al hombre, entonces llega la promesa para realizar la justificación. El propósito de la Ley jamás fue condenar al hombre, pues el que busca eso es Satanás. Lo que la Ley buscaba era que las personas se dieran cuenta de su culpabilidad y buscaran a Jesucristo como la única solución o la única forma de recibir el perdón de los pecados. Tanto la Ley como la promesa vinieron de Dios y eran parte del plan de salvación que Dios había trazado para el hombre, por lo tanto no podía haber contradicción entre ellas y en efecto, no hubo nunca contradicción, pues por el contrario, se encuentra una perfecta armonía entre la Ley y la promesa dentro del plan de salvación de Dios para el hombre, a tal grado que lo dicho en el Antiguo Testamento por la Ley es usado como tipo lo que se realizó posteriormente por Jesucristo en el Nuevo Testamento. El mejor ejemplo de esto se encuentra en el libro de Hebreos, donde se puede comprender que cada parte de la Ley del Antiguo Testamento, tiene su significado y realización de una mejor forma en el Nuevo Testamento a través de Jesucristo. Si la Ley y la promesa fueran contrarias, el libro de Hebreos no presentaría esa perfecta armonía y tipología entre lo que decía la Ley, y lo que luego fue hecho por la obra de Jesucristo, quien es la promesa prometida a Abraham. Es impresionante la manera en la que inclusive los más mínimos detalles descritos en la Ley de Moisés, que parecieran no tener gran relevancia, tienen una perfecta aplicación y explicación en la obra de Jesucristo en el Nuevo Testamento. Todo se trata de tipos y antitipos, donde la Ley es tipo de la promesa, y la promesa es antitipo de la Ley. Si la Ley y la promesa fueran contrarias, no sería posible relacionarlas como tipo-antitipo.

Respecto a los tipos y antitipos, son un tema fundamental a la hora de relacionar las profecías del Antiguo Testamento con su cumplimiento en el Nuevo Testamento. Algunas personas, lugares, objetos, eventos e instituciones de los tiempos antiguos fueron preparados por el Señor para representar alguna realidad espiritual futura. Aquellos eran figuras o tipos de estas realidades. El tipo es una figura de alguna realidad espiritual futura, preparada por inspiración divina. Todos los tipos son proféticos; no son simples ilustraciones. Una característica de los tipos es que representan realidades espirituales futuras, cuyo significado sería manifestado en su plenitud, solamente después de la venida de Cristo. Sabiendo que el tipo prefigura una realidad espiritual, el antitipo es el cumplimiento del tipo. En los tiempos antiguos, el Mesías era la gran realidad espiritual futura. En los tiempos antiguos, el Mesías era la gran realidad espiritual futura. En el Nuevo Testamento el Mesías es el gran Antitipo que corresponde a los tiempos antiguos. La más clara presentación que hace la Biblia de la Ley como tipo y la promesa (Jesucristo) como Antitipo se encuentra en el libro de Hebreos.

(3:22)

La función de la Ley fue preparar el camino del evangelio al hacer a la gente consciente de sus pecados y de su necesidad de un Salvador. Salmos 14:3 y Romanos 3:10-19 son solamente dos de muchos pasajes en los que las Escrituras declaran que el hombre es pecador. "La Escritura lo encerró todo bajo pecado" significa que la Ley de Moisés, por cuanto nadie la pudo cumplir, declaró a todos como pecadores e injustos delante de Dios. En su carta a los Romanos, Pablo expresa esta verdad con las siguientes palabras: "Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios;" (Romanos 3:19). Dios no tenía el propósito de justificar a los pecadores a través de la Ley, sino que la Ley fue solamente para que el hombre se diera cuenta de su pecado y que la única manera de obtener la justificación es por medio de Jesucristo (la promesa). Por eso Romanos 3:20 dice: "ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado."

La Ley serviría entonces para que los hombres reconocieran que son pecadores y que la Ley no solamente les pone al descubierto su pecado, pero no les justifica. De esa forma, el objetivo es el hombre busque ser justificado y salvo por medio de Jesucristo. La justificación viene entonces por la promesa, y es dada a los creyentes, es decir a aquellos que imitan el ejemplo de fe de Abraham, quien es precisamente conocido como "el padre de la fe". La salvación por lo tanto es y siempre ha sido por Jesucristo.

(3:23)

"antes que viniese la fe" significa "antes de la venida de Cristo", y comprende el periodo entre la entrega de la Ley a Moisés en el monte Sinaí, y la venida de Cristo al mundo a morir por los pecados de la humanidad.

"estábamos confinados bajo la ley" significa "estar presos" o "estar bajo la esclavitud de la Ley". La palabra frourevw de la cual se deriva la palabra "confinados", significa "guardar, custodiar o tener preso". Pablo siempre presenta la Ley como algo que lleva al hombre a la esclavitud, y presenta contrariamente a Jesucristo como Aquel que da al hombre la libertad. La Ley de Moisés estaba custodiando al hombre y no le permitía ser libre, pues daba órdenes que se tenían que cumplir y que debido a que nadie lo podía hacer, la libertad nunca era posible y la justificación no se podía alcanzar. Por eso la Ley estaba siempre custodiando y mantenía preso al hombre, o sea esclavo de la Ley y también esclavo del pecado. La libertad podría ser alcanzada únicamente por Jesucristo, ya que Jesús cumplió la Ley y lo hizo a favor del hombre, para proporcionar así la libertad a los creyentes. Antes de la venida de Jesucristo, Pablo afirma que los hombres se encontraban "encerrados para aquella fe que iba a ser revelada.", lo cual significa que los pecadores estaban en espera de la promesa que vendría, encerrados y sin poderse dirigir hacia otro lugar sino solamente con la posibilidad de esperar el momento en el que la promesa se cumpliera y Jesucristo fuera revelado al venir a para dar la libertad y perdonar al hombre de todos sus pecados, concediendo la justificación a todos los creyentes.

(3:24)

La palabra "ayo" se traduce del griego paidagwgov", cuyo significado es "maestro, instructor o esclavo que guarda a los niños". Esta palabra se refiere por lo tanto a un pedagogo o conductor de un niño. Entre los griegos, un ayo se refería a un sirviente que se hacía cargo de los niños pequeños; les enseñaba los rudimentos de la ciencia, y cuando alcanzaban la edad conveniente, los llevaba a la escuela y los traía a la casa. Así, la Ley era el pedagogo de Israel, que velaba sobre la niñez de la nación, y al fin la condujo con sus símbolos y profecías a Cristo. Cuando un judío llega por medio de la fe al conocimiento de Cristo, cesa este oficio de la Ley. La ilustración de este versículo es que la Ley fue el ayo y "los niños" que se encontraban bajo el cuidado de la Ley o del ayo son los pecadores en espera de la venida del Mesías. Cuando viene Jesucristo, los pecadores que tenían fe dejan de ser "los niños" y llegan a convertirse en adultos, por lo cual, siendo mayores de edad, ya no necesitan de ningún ayo que les esté cuidando, guardando ni instruyendo. En esta ilustración el padre "del niño" y posteriormente "del adulto que ya no necesita más del ayo" siempre es Dios, y la herencia es la promesa o Jesucristo. La herencia o promesa solamente puede ser recibida cuando "el niño" (periodo de la Ley o antes de Jesucristo) llega a la mayoría de edad y "se convierte en adulto" (periodo de la Gracia o después de Jesucristo.

La finalidad de todo esto es que la justificación se reciba por la fe en la obra redentora de Jesucristo a favor de la humanidad. Nuevamente se confirma que la justificación no puede venir por la Ley de Moisés, sino por la promesa, es decir por Jesucristo. La salvación se encuentra únicamente en Jesús.

(3:25)

"venida la fe" se refiere a la venida de Jesús al mundo para morir por los pecados de la humanidad. Tal como se estudió en Gálatas 3:19, la Ley tenía un "hasta" o un tiempo final. La Ley comienza "desde" que es entregada a Moisés en el monte Sinaí "hasta" la venida de Jesucristo a la tierra. Es de esa manera que cuando Jesucristo vino al mundo, la Ley deja de ser necesaria y por eso dice Pablo que "ya no estamos bajo ayo". Según la ilustración que Pablo viene presentando, cuando viene Jesús a la tierra es cuando "el niño" se convierte en adulto y deja de necesitar el ayo porque ya tiene la mayoría de edad y es capaz de valerse por sí mismo y de recibir la herencia o la promesa. Así la Ley deja de ser necesaria cuando Cristo viene.

Los hijos de Dios son el linaje de Abraham (Gálatas 3:26-29)

(3:26)

Según la ilustración que Pablo ha venido presentando, la promesa o herencia podía ser dada únicamente a los hijos del padre de familia, cuando estos llegaban a la mayoría de edad. El significado es que la mayoría de edad se alcanzó con la venida de Cristo al mundo, y por lo tanto el hijo ya estaba en la capacidad de recibir la promesa o herencia. Es de esa manera que los hijos de Dios (que lo llegan a ser por la fe en Cristo Jesús según Juan 1:12) dejan de estar bajo ayo (bajo la Ley) y llegan a tener la libertad en Cristo Jesús por la fe, y a la vez reciben el precioso regalo de la justificación. Así trabaja la fe que justifica, del mismo modo que sucedió con Abraham, convirtiendo al pecador en un hijo de Dios.

(3:27)

Para comprender mejor la frase "bautizados en Cristo" es importante leer lo que dice Romanos 6:3-5. El bautismo del agua es un símbolo de la unión del creyente con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección. El bautismo representa entonces el hecho por el cual el creyente se incorpora a Cristo y se une a Su muerte, resurrección y vida nueva (Colosenses 2:12). El bautismo cristiano implica la confesión de Cristo como Señor, constituyendo la identificación externa con Su muerte, y por ende el salirse o bien del terreno judío, culpable del rechazo de Cristo como Su Mesías (Mateo 27:25), o del terreno gentil, sin Dios ni esperanza en el mundo (Efesios 2:12).

"de Cristo estáis revestidos" habla de la nueva vida del creyente luego de haberle entregado su vida y corazón a Cristo. Haber sido bautizado en Cristo implica ser una nueva criatura y tener una nueva naturaleza (2 Corintios 5:17; Efesios 4:22-24). "Revestirse de Cristo" significa que el creyente tiene una conducta y vida espiritual diferente y mejor a la que tenía antes de entregarse a Jesucristo, siendo esto un testimonio de la presencia de Dios en el interior del cristiano (Romanos 13:12-14; Efesios 4:22-24; Colosenses 3:8-13). Todo creyente bautizado ha sido revestido de Cristo.

La persona convertida, al haber creído en Jesucristo, tiene una nueva vida, la cual le ha sido dada por Jesucristo. El cristiano es diferente a como era antes porque se encuentra "revestido de Cristo".

(3:28)

Cuando una persona cree en Jesucristo y acepta el regalo de la salvación que Dios ofrece, es revestida de Cristo y llega a tener una vida espiritual en la que ya no se encuentran barreras ni rangos humanos que hagan una diferencia entre una persona y otra. Humanamente hablando, la sociedad clasifica a las personas de muchas maneras y las ubica en diferentes categorías. Dios, por el contrario, no hace acepción de personas (Deuteronomio 10:17). En Cristo, las distinciones de raza, rango o sexo no impiden establecer vínculos fraternales, ni garantizan privilegios especiales. Cuando una persona es "revestida de Cristo", lo que importa ya no es lo exterior, sino que la nueva vida que Dios ha dado al creyente. Fue esto lo que también dijo Pablo en Colosenses 3:9-11: "No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos." El deseo del Señor es la unidad y hermandad de los creyentes (Juan 17:11,20-23). En Cristo son eliminadas las barreras humanas y las distinciones sociales, y todo creyente goza de la bendición de tener a Dios como Padre y de tener a todos los otros creyentes como hermanos.

(3:29)

"Y si vosotros sois de Cristo" significa "Y si vosotros pertenecéis a Cristo". Relacionando el versículo 29 con el 27, ser de Cristo y estar unidos a Él o pertenecerle es lo que se simboliza con el bautismo. Sin embargo se debe saber que el bautismo no asegura por sí mismo la unión con Cristo, sino que expresa de forma visible la unión interior que la fe trae consigo.

Cuando una persona le entrega su vida a Jesucristo y por la fe acepta el regalo de la salvación y de la justificación que Cristo ofrece al pecador, se recibe la bendición de Génesis 12:3 que Dios le hizo a Abraham: "y serán benditas en ti todas las familias de la tierra." Esa bendición es gracias a Jesucristo y a Su sacrificio en la cruz, pues la Simiente de Abraham es Cristo: "En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste mi voz." (Génesis 22:18). De la forma que Abraham fue justificado por la fe (Génesis 15:6), así también son justificados "los que son de Cristo". Tal como Pablo lo ha explicado ya en los versículos anteriores, ser "hijos de Abraham" no necesariamente significa ser descendiente físico de Abraham o ser judío según la carne, pues todos aquellos que imitan la fe de Abraham, son declarados por la Biblia como "hijos de Abraham" (siendo Abraham el "padre de la fe"), y por lo tanto son herederos de la promesa que se le hizo a Abraham y a su descendencia. Esa promesa es Jesucristo, quien justifica al pecador. Toda persona por la fe puede llegar a ser un hijo de Abraham y a recibir la maravillosa promesa y herencia dada por Dios.

Situación de los hombres hasta Jesucristo (Gálatas 4:1-7)

(4:1)

En los primeros versículos del capítulo 4, Pablo no está comenzando un nuevo tema ni una nueva sección en su escrito. Pablo continúa con su argumento de presentar a la Ley como un ayo. Tal como se decía anteriormente, en esta ilustración Dios es el padre de familia, la Ley es el ayo y los pecadores en espera del Mesías son los hijos o herederos de la promesa.

Bajo la Ley los pecadores se encontraban como un heredero durante su minoría de edad, sujeto a tutores hasta alcanzar la edad requerida. En este caso el heredero "en nada difiere del esclavo" porque en la práctica, el heredero todavía no puede hacer uso de su herencia porque no ha llegado a su mayoría de edad; en ese sentido el heredero está en la misma condición del esclavo, ya que ninguno de los dos puede hacer uso de la herencia administrándola por voluntad propia y sin restricciones. Esto a pesar que el niño, por ser hijo, "es señor de todo".

(4:2)

Mientras el heredero sigue siendo un niño, se encuentra al cargo de "tutores y curadores". La palabra "tutor" se traduce del griego ejpivtropo", que significa justamente "tutor" pero también "mayordomo". Esta misma palabra griega se utiliza también en Mateo 20:8 y en Lucas 8:3 con el significado de "mayordomo", que aunque en Lucas 8:3 se traduce en la versión Reina-Valera 1960 como "intendente", su significado siempre es el mismo, orientado a la mayordomía. La palabra "curadores" significa "administradores", y viene del griego oijkonovmo", cuyo significado es "administrador o tesorero".

El significado de estar bajo "tutores y curadores" es por tanto estar bajo el cuido de personas, que según el derecho helenístico, se trataba de personas encargadas de administrar los asuntos de un menor hasta el día fijado por el padre. La edad señalada podía ser hasta los veinte años. Los administradores eran por lo general esclavos.

(4:3)

Cuando Pablo utiliza el pronombre "nosotros", se refiere a los creyentes o cristianos (hijos de Dios). "cuando éramos niños" es el periodo de la Ley, es decir antes de la venida de Jesucristo.

Pablo presenta a la Ley como algo que hace al hombre estar en esclavitud, de modo que Cristo saca al pecador de la esclavitud de la Ley para llevarlo a la libertad de la fe y de la gracia, recibiendo así la justificación o el perdón de los pecados.

La palabra "rudimentos", que aparece en algunas versiones de la Biblia como "elementos", se traduce del griego stoicei`on, que significa "elemento, rudimento o espíritus que rigen el mundo". Se refiere a los primeros y más sencillos principios de una ciencia o literatura. La palabra griega stoicei`on aparece en los siguientes pasajes del Nuevo Testamento: Gálatas 4:3,9; Colosenses 2:8,20; Hebreos 5:12; 2 Pedro 3:10,12. El cristiano es advertido en contra de los rudimentos de este mundo, a los cuales ha muerto con Cristo (Colosenses 2:8,20). Entre ellos se cuentan la "filosofía"; las concepciones gnósticas del mundo; las religiones gentiles, y la permanencia en los rudimentos primeros de la revelación de Dios, a lo que se refiere Hebreos 5:12 y 6:1. Al referirse a "los rudimentos del mundo" o "las fuerzas elementales del mundo", Pablo se refiere entonces (tanto aquí en el versículo 3 como en el 9) a la situación de la humanidad antes de Cristo, y la caracteriza como sometida a los poderes que dominan el mundo. Esto incluye la sujeción a la Ley y a ciertas normas sobre el calendario, que dependen de fenómenos astronómicos (Gálatas 4:10). Probablemente, se consideraba que estos fenómenos estaban relacionados con poderes celestiales, llegando a caer en el espiritismo u ocultismo.

La palabra griega de la que se traduce "rudimentos" (stoicei`on) originalmente se refería a un triángulo situado sobre un reloj de sol, para determinar la hora por medio de la sombra que éste proyectaba. De ahí comenzó a aplicarse a ir ordenadamente, a avanzar poco a poco, a comenzar por las cosas elementales, a aprender las letras del alfabeto. En el Nuevo Testamento se usa para aludir a las verdades elementales del Antiguo Testamento (Hebreos 5:12), los rudimentos de las religiones judía y gentil (aquí en Gálatas 4:3 y en Colosenses 2:8,20), y a los elementos materiales del universo (2 Pedro 3:10,12). Pablo utiliza la misma palabra en el versículo 9 ("los débiles y pobres rudimentos"), que junto al uso que hace de ella en Colosenses 2, le confiere un significado más amplio a "rudimentos". El apóstol enseña que ciertas enseñanzas idólatras y demoníacas (Gálatas 4:8), se mezclan fácilmente con los rituales y filosofías de las religiones y costumbres humanas. De ahí que "los rudimentos del mundo" puedan identificarse con los espíritus del mal que habrían llegado a enlazarse inclusive dentro de los rituales de la Ley (Gálatas 4:10) para esclavizar y condenar. Cristo ofrece al hombre la liberación de las supersticiones religiosas y de los errores de los paganos, cosas que impiden a los hombres conocer al Padre y ser Sus hijos.

(4:4)

"el cumplimiento del tiempo" alude al momento señalado por Dios para la venida de Cristo. Jesucristo mismo afirmó el momento en el que "el cumplimiento del tiempo había llegado", según aparece en Marcos 1:14-15: "Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio."

Definitivamente que Dios escogió la época y el tiempo exacto en el que Jesucristo aparecería. Dios consideró las condiciones mundiales ideales que eran ideales para el aparecimiento de Jesús y también el momento exacto en el que convenía que Jesucristo entrara en acción haciéndose hombre para regalar el perdón y salvación a todos los seres humanos que creyeran en Él. Fue entonces que Dios envió a su hijo" (Juan 3:16). La afirmación "nacido de mujer" revela la completa humanidad de Cristo. Resulta muy interesante la manera en la que en este versículo se pone de manifiesto tanto la divinidad ("Dios envió a su hijo") como la humanidad ("nacido de mujer") de Cristo.

Otro aspecto muy interesante revelado en este versículo es que Jesús fue "nacido bajo la ley". Jesús cumplió la Ley a favor de los hombres (que no fueron capaces de cumplirla por ellos mismos) y por lo tanto tuvo que someterse completamente a la Ley y cumplirla en cada detalle. Esto a pesar de la manera en la que los fariseos buscaban hacer caer en errores a Jesús y a pesar también de las críticas que recibió en más de una ocasión por parte de sus detractores. Jesucristo sufrió fuertes acusaciones en las que decían que había quebrantado la Ley y que consentía a otros el quebrantarla también, en especial con relación al día de reposo (Mateo 12:2,10; Lucas 6:7; Juan 5:18; 7:23). Nadie podía juzgar ni condenar a Jesús por incumplimiento de la Ley de Moisés a no ser por mentiras, engaños o interpretaciones erróneas y rigoristas de la Ley. Desde su nacimiento, Jesús fue sometido al judaísmo como cualquier otro judío. Aunque con Jesús termina el periodo en el que la Ley se mantuvo vigente como un conjunto de ordenanzas que debían respetarse, el Señor aclara que no había venido para abrogar la Ley, sino para cumplirla (Mateo 5:17). Efectivamente, Jesucristo fue capaz de cumplir la Ley y es así como los hombres ya no tienen la obligación de cumplirla, sino que solamente deben confiar plenamente en Sus promesas y aceptar el regalo de la salvación y de la vida eterna que Jesucristo ofrece.

(4:5)

La palabra "redimiese" se deriva del griego ejxagoravzw, cuyo significado es "rescatar, liberar o redimir". Este versículo enseña que Jesucristo vino para dar libertad. Como le enseña continuamente Pablo en sus cartas, la Ley llevó al hombre a una esclavitud de la cual no podía liberarse por sus propios medios, llegando a ser literalmente "esclavo de la Ley". Jesús redime, rescata o libera al hombre de la esclavitud de la Ley por medio de Su sacrificio en la cruz. De esa forma todos los que "estaban bajo la ley" o que se encontraban bajo la esclavitud de la Ley, llegan a tener la libertad en Cristo y la paz con Dios.

Ser libres de la esclavitud de la Ley no es el único beneficio que Jesucristo ofrece al hombre por medio de Su sacrificio en la cruz, sino que otra de las maravillas e inmensos regalos ofrecidos por Dios es "la adopción de hijos". Es difícil para la mente humana comprender cómo Dios, siendo inmenso y Todopoderoso, puede llegar a tomar a criaturas tan pequeñas como a Sus hijos. Esta adopción de la que habla Pablo tiene su trasfondo no en la ley romana, en la que el fin principal era continuar la línea del padre adoptivo, sino en la costumbre judaica, que confería los beneficios de la familia al adoptado. Se trata de una relación conferida por la acción de la gracia de Dios, que redime a los que están bajo la Ley. Su intención y resultado es un cambio de estado, planificado desde la eternidad y hecho realidad por Jesucristo (Efesios 1:5), de la esclavitud a la posición de hijo. La adopción, al igual que la justificación, es posible al sacrificio de Jesucristo en la cruz y a la fe. Es así como Cristo vino para convertir a los esclavos en hijos.

(4:6)

Ser hijos de Dios implica tener las bendiciones y gozar de los beneficios de pertenecer a la familia de Dios. Esta adopción llega solamente a través de Jesucristo y como resultado y beneficio de la adopción, el creyente recibe el Espíritu Santo en su interior, siendo esta una bendición exclusiva y permanente para los hijos de Dios. El Espíritu Santo morando en el interior del creyente confirma la adopción de éste. No se puede recibir el Espíritu Santo sin ser hijos de Dios y no hay ningún hijo de Dios que no tenga el Espíritu Santo en el corazón o en el interior. El hijo adoptivo de Dios posee todos los derechos de la familia, incluyendo el acceso al Padre (Romanos 8:15), y comparte con Cristo la herencia divina (Romanos 8:17). La presencia del Espíritu Santo de Dios es la consecuencia de esta condición de hijo. La adopción está implícita como una relación de gracia en la enseñanza de Juan acerca de "ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12; 1 Juan 3:1-2) y en el título de Dios como Padre, tan repetido por Jesús (Mateo 5:16; 6:9; Lucas 11:2; 12:32).

"vuestros corazones" se refiere a "vuestro interior" o "vuestras vidas", pues en la Biblia la palabra corazón es el asiento de las afecciones, deseos, esperanzas, motivos y voluntad, así como de las percepciones intelectuales y de carácter moral del hombre. La palabra "corazón" se traduce del griego kardiva, cuyo significado es: "corazón, interior, mente, memoria, voluntad". C. Ryder Smith dice lo siguiente respecto a la palabra "corazón" según es utilizada en el Nuevo Testamento: "(El corazón) no pierde enteramente su referencia física, porque es de ‘carne’ (2 Corintios 3:3), pero es el asiento de la voluntad (Marcos 3:5), del intelecto (Marcos 2:6,8), y del sentimiento (Lucas 24:32). Esto significa que ‘corazón’ se acerca más que otros, entre los términos del Nuevo Testamento, al significado de ‘persona’."

El Espíritu Santo llega al corazón los hijos de Dios y garantiza la veracidad de la adopción. Es sólo de esa forma que se da éste clamor hacia Dios: "¡Abba, Padre!" Esta exclamación, que también es mencionada en Romanos 8:15, utilizada en el contexto de la adopción, quizá sea la exclamación tradicional del esclavo adoptado. "Abba" es la palabra aramea o siríaca (la lengua hablada por los antiguos sirios) que significa "padre". Esta palabra comunicaba un sentido de afectuosa intimidad y también de respeto filial. En el Nuevo Testamento, el término "Abba" aparece tres veces: Marcos 14:36; Romanos 8:15 y Gálatas 4:6. La palabra "Abba" o "padre" era de fácil pronunciación para los niños pequeños y expresaba la peculiar ternura, familiaridad y confianza del amor que liga a los padres con los hijos. Martín Lucero tradujo la expresión "Abba Pater", por "Abba, querido Padre." En el Antiguo Testamento, Dios buscaba el amor filial y la confianza de su pueblo (Jeremías 3:4); pero sólo por medio de Cristo es que se recibe el verdadero espíritu de adopción, y se puede llamar a Dios "Padre nuestro" (Mateo 5:16; 6:9; Lucas 11:2; 12:32). Ese clamor es del Espíritu Santo pero representa el clamor del hijo de Dios, que ya ha recibido la adopción y puede tener esa preciosa intimidad con el Padre.

(4:7)

Gracias a la adopción y a la presencia del Espíritu Santo en el corazón del creyente, se tiene el privilegio de ser hijos de Dios y salir completamente de la esclavitud de la Ley para recibir la libertad de Jesucristo, y ser verdaderamente hijos de Dios y por tanto herederos de todas Sus promesas. Esto solamente es posible "por medio de Cristo", ya que si no fuera por Su sacrificio en la cruz para perdonar los pecados de los hombres, no habría manera de llegar a ser en hijos de Dios ni de recibir el Espíritu Santo. Debe hacerse una aclaración respecto a la frase "por medio de Cristo" que aparece en las versiones Reina-Valera 1960 y 1995; aunque según el contexto y en conformidad a toda la doctrina predicada por el apóstol Pablo, es completamente cierto que un hombre llega a ser heredero de Dios por medio de Jesucristo, debe decirse que originalmente en el texto del cual se traduce Gálatas 4:7, no aparece la palabra "Cristo", es decir, no aparece en ninguna parte del versículo la palabra griega Cristov" (que significa "ungido, Mesías o Cristo").

Lo que aparece al final de Gálatas 4:7 es: "dia; qeou`", que es "por medio de Dios" y no "por medio de Cristo". Aunque cualquiera de las formas puede aparecer sin que la doctrina sea afectada, es importante saber forma original del pasaje que se está estudiando. La versión Dios Habla Hoy o Versión Popular traduce este versículo de la siguiente forma: "Así pues, tú ya no eres esclavo, sino hijo de Dios; y por ser hijo suyo, es voluntad de Dios que también seas heredero." Como puede observarse ahí, no aparece la palabra "Cristo". Una forma muy sencilla de expresarlo es como lo hace La Biblia al Día: "Ya no somos esclavos, sino hijos de Dios. Y como somos sus hijos todo lo que tiene nos pertenece."

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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