Es decir, y me asalta la duda de siempre y esa insaciable condición de preguntar cosas y la maniática irrespondibilidad que les obliga el tiempo. La única certeza de las cosas es que han sido.
Enterarme de que no me he muerto no tiene sentido. Es lógico que no me haya muerto.
Pero esto es trágico, y no por lo de la muerte, sino porque tal vez nadie sabe que se ha muerto y, peor aún, la duda de eso que tengo ahora deberá esperar hasta morirme, y si no sé que he muerto, menos sabré que no resolví mi duda. Y qué atroz morirse con la duda. ¡Pero qué duda si no estoy enterrado! El embrollo de siempre. Meterme en un pasillo redondo, que vuelve sobre sí mismo, y de repente perder de vista la puerta. Tengo la manía de empezar a escribir cosas que no sé hacia dónde van.
Es como ponerme un par de skis. Siempre, cada vez, por primera vez. Y echarme pendiente abajo.
Lo catastrófico es que, por lo menos en el caso de los skiadores neófitos, la solución está en un árbol al que, a pesar de los huesos rotos, se le puede agradecer en nombre del "si no, no sé qué hubiera pasado".
Pero ponerme una lapicera y un escribir, y una nieve que no sé con qué nombrar, es otra cosa.
No sé… la locura no nos avisa ni tiende la mano con árboles.
Es decir, el que va al sicoanalista tres veces por semana, es seguro que no está loco.
El caso es que, en este mismo momento, skiando pendiente abajo de la tinta y la vigilia, hablo de skiar.
Es como me pasó una vez, pero exactamente lo contrario, que escribí entre paréntesis que lo escrito entre paréntesis no tenía sentido. Lamentablemente yo lo había puesto para indicar que no había agravio en cierta anterior frase puesta entre paréntesis.
No perdí un amigo. No había entendido mi sutileza.
Aquí digo es decir, como la gente que se siente inteligente. (Es decir como yo.) Es decir, era como el niño al que obligan a pedir disculpas y que en cuanto lo sueltan se retracta y reitera el insulto: "¡No te pido perdón una mierda, gordo chancho!" O cualquier ejemplo de su infancia, señor, vamos, no se haga el bueno, y menos el maduro. Que no hay snobismo más barato que aparentar ser no-snob.
Bueno, el asunto, para que se entienda (brutos de mierda, ya llevo una página explicándoles), es que yo decía: "(Lo que está entre paréntesis no es cierto.)" Por lo tanto, y no me vengan con que se habían dado cuenta de la jugada, les dije en las narices "Brutos de mierda". Bueno, así le hice a mi amigo.
Jódanse por comprar este libro.
¿Quién les mandó creer al camelero del Jaron cuando les decía que era "Buenísimo!"?
Qué gracioso. El Jaron lo decía porque yo, que no lo había previsto (otra vez el túnel circular), lo nombraba antes de que él hiciera el comentario.
Jaron… sos un boludo por no existir.
Mejor les explico esto otro, B. de M., que es más fácil: dije "jódanse por comprar el libro". Pero lo escribí. (Antes de que fuera un libro.) Como si yo esperara que ustedes fueran tan pelotudos por comprar un libro en el que les decía, aún antes de que el libro existiera, que eran unos pelotudos por comprarlo.
Yo los preví. Ustedes a mí no. Porque eso es lo que hago: cagarme de risa de ustedes.
Ah!,
¡el verso!… El mejor del mundo… Era…
La lluvia tirita sobre el techo su
cabellera de cristal.
Me di cuenta cuando empezó a llover.
Ya nadie podía convencerme
de que llover no fuera eso: tirita sobre el techo su cabellera de cristal. Como el tri-tri de Lugones. Los que no sepan qué es el tri-tri de Lugones, no habrán tenido el tupé de ofenderse por lo de brutos de mierda, ¿no?
Ah!: Lo de que la felicidad es estar conforme con uno mismo pero no tener la más mínima idea. Es una linda frase. Cómoda para ustedes que no la entienden pero que se ponen siempre palabras en la boca que les quedan como un clavel en el ojo del culo.
¿Qué? ¿No entienden mi conformidad? Después de haberlos cagado, la única conformidad posible es la mía.
Ahora, díganme, ¿quién carajo me puede cagar de ustedes?
CÉSAR BRUTO
(En el medio de la firma y el final, un dibujito tipo Mafalda skiando con soltura.)
Otras veces puede pasar que en la primera prueba nos enteremos de que éramos grandes skiadores.
Contratapa del cuento:
(Dibujito de un skiador que se cagó de un porrazo.)
Fin del libro:
Éste es un libro de cuentos que se traman cuentos y se subtitulan cuentos y cuentan cuentitos donde se cuentan cuentitos… Etc.
=
(Igual:) = 100 dividido 3 = 33,333333… etc.
Es como ir al cine donde dan una película en que se va al cine y dan una película en que se va al cine (acá la tinta va empalideciendo gradualmente).
Ah! O si no, como eso del tarrito de Royal (*), en que hay una vieja con una escoba y un gato. La vieja y la escoba me importan tres carajos, pero la vieja tiene un tarrititito de Royal donde habrá otra vieja que seguirá sin importarme tres carajos, y así hasta que el boludo que pinta los tarritos de Royal se dé cuenta de que en su puta vida va a terminar de pintar uno, porque pintar uno adentro del otro es como avanzar siempre la mitad, y es no llegar nunca. (La proporción entre un tarro y el pintado dentro, tal vez no es de 1 a ½.)
—Dibujito:
Un tipo grita los tengo, tengo todos los tarritititititititi…: (aquí la letra va achicándose gradualmente).
[Esto es un dibujito de un tarrito de Royal que tiene un dibujito de un tarrito con tarrititito con 100 dividido 3 = …, etc. Va justo aquí.]—
(*) Esto es para vos Graciela, Chela, Gache, Chelita, que te ponés claveles en el culo y te quedan como el ojete, y yo ya no me los pongo ni siquiera hombres (no me decoro las palabras con nada, ¡O SEA!), como ese amigo tuyo tan puto.
Además que ahora soy famoso.
Por lo menos te rompí las pelotas hasta el final del libro y ahora estoy en tu biblioteca.
(Dibujo de un tacho de basura. Va justo aquí): ¡Boluda! ¡Tirándome a la basura!
No podés evitarlo.
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Ahora que me conocen:
¡Compren mi libro de versos cuando aparezca!
Los desafío a que me entiendan.
No importa,
la posteridad me dará la razón.
De más está decir que no hago la salvedad de que los nombres, sitios y hechos que aquí aparecen no tienen que ver con la realidad y que cualquier semejanza es pura casualidad, porque sé que no me van a creer.
El mejor cuento
Había escrito mi mejor
|
cuento
|
en el cuento una situación similar
aviso, sugerencia intuitiva
|
terminé de leer y al rato me di
cuenta de que el propio cuento podría
pasarme
etc.
Estuve grabando todo el tiempo, recité
y cuando terminé, estaba desenchufado.
El reloj
Estoy delante de este cuento que todavía es duda. Silvia también está tratando de escribir. Debajo del afán de descubrir la posibilidad de un nombre, un hombre, un lugar y un hecho, nos azuza un afán de encontrar primero que el otro de los dos, el cuento que buscamos. Yo no tengo idea de cómo será o es. Por eso tengo miedo de pasar de largo, sin reconocerlo, cuando lo tenga ante los ojos. Silvia ha tachado algo. Mis hermanas se cagan de risa de no sé qué cosa y yo no encuentro el hilo de no sé qué cuestión. ¡Carajo! Voy a sacar la leche del fuego para tomar el remedio. Estoy ronco; claro, en la caligrafía no se nota.
El reloj late con la parsimonia de los | tacho | no sé con la parsimonia de los qué, tacho parsimonia | El reloj late con la | no sé con la qué late ese reloj de mierda | Con la qué de los no sé qué.
Esto no sirve como cuento. El reloj no late un carajo. Son las 8 y 10 y hace 10 que estoy con ese reloj de las 8 y 10.
Silvia ya lleva media página. Tomo el remedio. La mierda, la leche estaba muy caliente y dije mierda. Además, la pastilla es tan amarga.
Estaba predestinado mi fracaso como cuentista. Aunque, pensándolo bien, mi personaje tal vez está llamando desde la nada para ser, y yo bruto que no sé escribirlo.
¿Quién será?
Éste es un cuento sobre un cuento que no es. Por eso éste es un cuento que no es. Y no les cuento nada. ¡Qué carajo!
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Lo que Silvia "a" tachado es la A sin H.
De la bala de mi fusilamiento
Mi silencio hace un ruido infernal.
Sobre todo cuando intento abrirme para descubrir ese incierto grito que tal vez me falta un testigo para existir.
Entonces lo vislumbro entre el muraje portentoso de mis huesos desperezando los goznes de su obesa flotación. Como el vacío. Es el silencio mismo. Vibrando como la nada tiene un verbo distinto de existir. Y no la numeral intransigencia del concepto. Viene de huecos remotos que hago en la carne del silencio primero. Es decir.
Es como estar en sombras completamente (nadie se salva del terror que infunde la idea de no abrirse nunca más, descubrir que era la primera imbatible imagen inimaginable, de estar ciego).
Entonces como en latidos, como grillos sin cambiar de color, o de incolor, es decir sin número, pero vivo, vibran como luciérnagas. Desaparecen. Lucharé todo el intiempo, hasta que retengo una, es decir me detengo. Me acorto hasta la inexistencia del instante y la luz fugaz tiene un tiempo infinito. Es como un hueco en el silencio primero. Allí me instalo. Es el silencio segundo. Como el número 2 (cualquier número del infinito). Es un lugar en un pasillo donde moverme no tiene realidad de cambio. Es decir, es un túnel en el instante. La eternidad.
Es decir, allí puedo decir aquí. Pero si me traslado más allá sigue siendo aquí, es decir allí y no he cambiado de lugar y sí. Es decir, ya rompí mi primera sujeción, el tiempo.
De la bala de mi fusilamiento. Tal vez en esta eternidad que se parece a tantas seguía escuchando el ruido que aún no había cambiado de instante.
Tanta es la urgencia o la obediencia de entenderlo todo que la humanidad, mi rígido montón de cosas que soy hombre comprende. En ese silencio inconmensurable que puedo abrir entre cualquiera de dos sitios del ruido de la explosión de los fusiles, tal vez eso es el alma, encuentro el insignificado absoluto, tal vez la nada y huyo a un verbo distinto por una puerta que me parece reconocer.
Yo no los había visto nunca
Yo no los había visto nunca, se me acercaron afables, ahora comprendo y digo afables, con un gesto que significaba eso, luego supe que era un gesto. (Ahora ya hace tiempo que he aprendido a saber qué significan.) Nunca me pregunté mi propio significado.
Entonces me tocaron, se atarearon con sus manos sobre mi piel repitiendo mecánicamente gestos iguales. Yo no sabía sentir, pero después del primero empecé a reconocer que había sido el primero y me hice amigo de los signos; fue mi primera idea del orden y supe que cuando las cosas son empiezan por ser primeras.
Y estuvimos siglos asumiéndonos empujados por tanta soledad. Entonces solíamos durante larguísimos inviernos dedicarnos a ser con la manera de uno solo de tantos gestos que después aprendimos o inventamos. Generalmente coincidíamos en la sensación interna y hacíamos muecas parecidas para remedar alguna cosa. Entonces ya fue la memoria y mecánicamente anudamos un signo a otro y nos empezamos a volver torpes y a esconder entre dos algún signo que no queríamos dejar ver. Ahora lo comprendo: ellos habrían dicho somos los amigos. Y también aprendieron el tiempo porque yo o cualquier cosa les pusimos antes el antes y después el después, y aprendimos cuándo.
Aunque yo digo un siglo de espera y en verdad dejé pasar creo muchos años o muchos días en que no sabía pensar después y no sabía contar. Entonces ya teníamos un signo cada uno como identificados, asimilados a nuestro propio significado.
Ahora comprendo, por eso dije eso de las cosas, y pienso que es necesario lo primero de algo opuesto para saber que algo termina y a veces como las otras veces (las que siguen) dan idea de la primera es menester que algo deje de ser o pasar para que uno sepa que pasaba. (Entonces todavía pensaba que ser era pasar, aunque no sabía que lo que era podría llegar a pasar.)
Comprendí que tantas aprensiones habían sido el temor de lo otro y cuando aprendí a durar y contar, aunque un siglo podía ser más o menos que un día, empecé a tener el miedo de cuanto temía todavía y la ansiedad de cuanto faltaba.
Ahora comprendo, ellos habían dicho somos los amigos, y antes de ellos yo no sabía que yo solo, y ahora después de ellos ya sabía que yo solo, por eso de las veces de las cosas, y ahora sí me sentía solo, y no le puse signo a eso porque no tenía a quién hacerle la mueca.
Si ellos miraban desde afuera, tal vez yo no sabría nunca cuándo porque cada vez que quería sorprenderlos tal vez se escondían. Porque a lo mejor ellos no son ni visibles ni audibles y son otras cosas, y tal vez me están induciendo sus lenguajes en sentidos que ellos ignoran que yo no tengo, porque creen que simplemente no les entiendo.
Entonces me di cuenta que había sido antes y después de la segunda tuve la idea del primero, alguien que sabía afuera mío me estaba tocando, enseñándome la piel que había sido mi duda, ese temor de tantas cosas, como un lejano, remoto pero inicial hábito de que yo me acomodara de alguna manera a cada toque distinto. Ahora pienso y tengo miedo de que no hubiera sido así, como si pudiera estar equivocado o debiera empezar de nuevo y ya no fuera tanta la suerte de reconocer una cosa en la otra. Porque en verdad yo no tenía más que los signos que me hacía en la piel (ahora sé y digo la piel), pero no sabía a qué se parecía, no sabía (ahora sé qué es eso de comparar) con qué debía compararlo, porque soy… y todavía no lo entiendo del todo a eso de que soy ciego. Siempre les pregunto cómo son ellos que no son ciegos, pero no entiendo lo que me dicen porque me vuelve a faltar el punto de comparación. En realidad no sé si alguna vez podré entender eso de que soy ciego.
Las habitaciones del insomnio
Por fin sonó el teléfono. Un escalofrío me llenó de arena. Cuánto puede asombrarme lo que termina con una espera.
Qué ajena sentí la inquietud o no del que llamaba.
¿Qué era el otro lado de un teléfono?
Y tres veces la chicharra. Un ritmo interior separó mucho la cuarta. Sentí la eternidad, la última campanada. Y ya no sonó la chicharra. ¿Era ésa la consigna que estaba esperando? ¿Uno que se dio cuenta que equivocó el número al tercer timbrazo, o Graciela que se volvía al rincón de su café para ordenar el mientras de mi colectivo? Pensé en que dudaría ella también de haberse equivocado. Hay timbres parecidos. ¿Y si no había sido mi número, y yo aquí, otra vez con el corazón estirado equivocando rumbos en qué sé yo qué venas, con el saco en la mano como un idiota?
Había sido ella. ¿Quién si no a esa hora, y por qué equivocarse justo con mi casa y por qué tres timbrazos? Salí, con el saco en la mano todavía.
Tuve miedo de contar más ritmos en el ascensor, como si se me pasara el momento de evitar el infinito en un cuadrado tan verde con una fecha rayada a moneda y un lugar sin espejo, que necesité en ese momento. Siete pisos. Fácilmente un segundo pudo ser más largo que un día. Tantos segundos en ese día corto que también pudieron ser más largos que un día.
¿Y si Graciela estaba llamando, sin saber de poder ser dudada con un equivocado a las 12 y tres timbres iguales?
Creo que los locos empiezan perdiendo el ritmo. Las habitaciones del insomnio tienen paredes móviles que están acercándose constantemente y nunca llegan.
La calle se me aplastó contra la piel distraída. Me recortó los contornos con esa exactitud con que el frío limita los miembros que pudieron parecer infinitos.
La noche caminaba a mi costado. Ahora el ritmo era mío. Aunque había otros. Aunque hubiera otros.
Estaba parada afuera soportando el edificio que se le apoyaba en la espalda. La quería con esa sensación a gusto rojo y salada.
Adentro de la confitería, qué me importaban las gentes que no existían, no esperaban teléfonos ni la querían con sensaciones ni la veían soportando edificios.
Yo no manejaba las luces de las ventanas prendidas. Las recogía así, mías en un primer u octavo piso, la noche era así, y ninguna tuvo las luces en el mismo orden, o yo no lo vi.
Graciela compartía la noche a mi costado. Era dulce verla sufrir. Sí, sufría. Pobrecita, me comía su imagen como acurrucando un cachorro con frío.
Era múltiple, tenía raíces clavadas por adentro, y no entendía nunca que me gustaba besarla entre las piernas o chuparle los pies o morderle el pelo.
El saloncito era cuadrado, color crema, con guardas, cuadros, sillones, revistas y una mesa debajo de las revistas. La imagen era más Graciela. Yo miré cosa por cosa y la imagen siguió siendo más Graciela. Luego desaparecieron las guardas, las revistas, el color crema, la llave de la luz o el lugar del enchufe. Nunca me voy a acordar, era un lugar, una sala de espera, amontonadas un montón de cosas para ser sala de espera. La imagen era Graciela. Espera. Graciela. Me miré los zapatos. Todavía a veces me miro los zapatos, sin buscar nada.
No conté cuántas baldosas miraba ni miré el dibujo. Ya no llevé la cuenta de ritmos. Todo era un mazacote espeso de cuadros y enchufes y silencio entre Graciela y Graciela.
Otra vez el doctor. Corregí la primera imagen. Era más pelado que cuando entré y otras cosas más. Era ése y mi imagen que pierde facciones en seguida era igual pero toda distinta.
Salimos en el ascensor viejo, repetía por dentro tres días el antibiótico, no se esfuerce y ya sabe…
Otra vez los sótanos y las cosas.
Eso debería ser el mundo interior, digo yo.
No había pensado que ya no me preocupaba de los tres timbrazos del teléfono.
El tapado de ella era rojo, siempre me sorprendían las cosas, eran un poquito diferentes a lo que yo las había aprendido. Esos botones también y siempre me doy cuenta.
Ahí terminaba el papel, no me disgustó del todo.
El escudo
Y le puse los anteojos (pensé que una sola de mis cosas puede ser más yo que cualquiera que no se me parezca en nada). Tenían un poco de esa esperada sorpresa de las cosas que son por primera vez. Ya al ratito, cuando tuve tiempo para hacer la imagen y poder recordarlo o retenerlo a ojos cerrados, sentí la costumbre de verlo con mis anteojos.
Entonces le di mi camisa (ellos me habían visto de lejos) y mi corbata, no iban a sospechar, después de todo de cerca y más claramente, era igual la misma que ellos no habrían detallado desde lejos. Y después el saco y se peinó como yo (se despeinó con cierto orden similar al de mi desorden).
Y marchó con su pantalón parecido que al fin de cuenta qué más daba.
Cuando no se está seguro de nada una sola cosa diferente comparte el anonimato de la lejanía; eran colores casi parecidos.
Otra vez pensé: "Una similitud total pero al fin diferente es más equívoca que un evidente cambio donde algo se conserva".
Y allí iba y ellos podían dudar que él fuera yo porque aunque no me conocían podían pensar que esa ropa era simplemente parecida a la del "tipo".
Pero es que era la misma, pero ellos delante de sus propias narices podían dudarlo porque nunca tuvieron la certeza, no tenían punto de vista de comparación.
Entonces pensé que si él se daba cuenta llegaría a tener miedo porque él no era yo pero nadie sabía que yo era y quién podía sospechar que alguien no es alguien si no sabe quién es ninguno de los dos.
Pero igual, él podía tener miedo, porque en verdad no era yo, y si tenía miedo iba a fallar, todo se iba a ir a la mierda. Y era la primera vez que íbamos a fracasar.
Después de todo, no había razón para que fuera él yo en vez de ser yo mismo yo, entonces corrí, y lo alcancé a tiempo y se quedó mirándome cómo yo era él como yo era yo, con mis anteojos y mi pelo que siempre había sido mío y mi saco y mi corbata, y ellos me vieron llegar y me miraron con los ojos que ponen los que uno no sabe qué están pensando, y sentí que comparaban con sus imágenes y que ponían a prueba mi saco y mi pelo y que acercaban al muchacho de ayer, de la escena que habían recordado, y le miraban los botones y los pelos de la barba y la trama del género, pero había un solo elemento y ellos lo sabían, porque en realidad lo único cierto era mi presencia con todos sus como a la vista, pero la imagen de sus memorias no tenía certeza y yo lo sabía y uno me miraba y me creí descubierto, y recordé que de lejos, cuando yo había sido otro, no había tenido tanto miedo, y pensé que la segunda vez ya era necesario parecerme a mí y no al que debí parecerme la primera vez, entonces me di cuenta que tenía la mano derecha atareada con el botón de abajo del saco, y que me atoraba para pensar, y pensé que si me mataban yo nunca podría solucionar mi descuido, y que estaba a la deriva de cualquier cosa que yo no contase, entonces corrí, giré y corrí y me subí al auto y no me importó la cara de él, que no entendía, y abrí la guantera y saqué el 32 y tiré cinco veces y entonces los vi, sobre la otra esquina, cuatro o cinco, porque los montones nunca tienen número, y comprendí que cuatro o cinco camisas y cuatro o cinco pantalones pueden ser azules o no ser y ser, porque yo no los analizo, pero que el escudo de la chomba sí es en cualquier parte ese mismo escudo, y vi que se reían, sentí que me había confundido, como tuve miedo que ellos se hubieran confundido, ellos que no habían sido ellos, que todavía estaban quietos, demorados sobre la sorpresa de ser una tarde cualquiera un poco de su asesinato, y entonces vi que eran cuatro porque había uno al medio que era distinto y ellos se reían y me lo mostraban, y yo me sentí él, sentí que nos parecíamos más que nunca, como un espejo al revés, porque estaban muertos ellos, pero también él, ya, se estaba cayendo con el tiro en la espalda, y me quedé solo, el auto tenía todavía la radio prendida y la puerta que aquel cagón había dejado abierta y yo corrí durante un largo cansancio y cuando llegué a casa me miré en un espejo, me toqué la cara, los anteojos, el pelo que era siempre distinto y siempre igual, como el mar, como esas cosas que uno no tiene la certeza fija de cómo han sido, porque siempre es un difuso más o menos, y cuando uno las ve se conforma con pensar: como siempre, igual que como ellos podían confundirme, igual que como ellos no me habían visto bien y después me veían bien y no sabían hacia antes si era o no era así, igual como yo no los había visto bien y no había sabido que también ellos podían no ser ellos, y no sabía cómo habían sido y pensé que como eran, y por eso estaban tirados allí, con su para siempre todavía con su sorpresa infinita, ellos que al fin de cuentas no habían sabido nada. Entonces sentí que se amontonaban, que mil caras podían no importar, porque todas a la vez, y que alguien gritaba es éste y vi al del escudo que sabía calcular mejor el miedo que yo o que no pensaba que alguien podía darse cuenta que era él, que él era él, y lo vi al cagón que sí tenía miedo, que todavía tenía el miedo de haber sido, y se amontonaron y quedaron atrás del rastro que dejaba la sirena como habían quedado ellos fijos, quedados, atrás.
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Nos cambiamos la ropa y él sería yo, pero igual tuvo la vergüenza de tener que ser yo y avergonzarse porque la gente no pregunta el nombre aunque sean ridículos.
Ella, la gente, cuando se llama con un pronombre asume la importancia épica de los que han muerto o de los que no están cuando se los espera.
Muerto para siempre
La luna nos seguía como un barrilete y a veces
entre las hojas se volvía de diario.
El día que murió el abuelo.
La luna me seguía como un perro redondo.
Si esto fuera una novela, supongo, no pasaría nada especial. Pero yo no soy una novela, y eso de pasar por cosas simples me vuelve maduro, me duele y me vuelve trascendente para mi rectilíneo argumento.
Tener y ya no, dos maneras distintas de una misma cosa, y eso es tal vez mi importancia, estar y no, o mejor dicho haber empezado la tristeza, inaugurar ritos lúgubres y extraños sabores.
El día que murió el abuelo muchas cosas no se movieron más. Era el primer día de un siempre que nadie advirtió ni quiso romper ni nada.
Nadie lograba penetrar la infinitud del nunca más allá de los augurios. Algo ya estaba decidido.
Es cierto que si lo que desaparece no hubo asumido el absoluto sentido del todo en sus días (como pasa con todo), no resulta tan extraño que la gente se acomode en las nuevas costumbres, que vaya aboliendo tristezas, lacrando círculos de historia resuelta y recogida ya y que después de delimitar la extensión final de las vidas de los muertos no perduren adoptando una actitud de nunca que ya no nombra nada.
El día que se murió el abuelo terminaron cosas, siguieron cosas y empezaron cosas. Pero el abuelo se había muerto para siempre, un día solo siempre, prolongado o arrastrado.
Solía presentarse cierto sabor de presagio, desafiando la lógica. A veces podía.
Algún idiota que sea como yo
Me miraba a mí mismo como comprobando esa coraza de hombría que me había crecido, tal vez encallecida la mirada y el falso andar indiferente.
Gesticulaba sabiendo que yo estaba fuera mirándome, y buscaba el gesto de la rotunda espontaneidad que tiene la personalidad del héroe que me hace pensar cualquier novela.
(Siempre he pensado que las novelas no son ni malas ni buenas, sino en tanto descubran un afán de ser que la auténtica personalidad nuestra no logra.
¿Quién no se entusiasma con un Corín, o con una de Pistoleros o Guerra o una de A. Christie?
Todos se identifican con un módulo de exagerado virtuosismo que el autor, como un primer lector, como uno de nosotros mismos, piensa en voz alta; luego, los que no tienen suficiente imaginación como para soñar sin barandas, apoyan su inseguridad o su ceguera en una novela que les ayuda a crearse en el ideal. Los que no tienen imaginación, ésos ni siquiera ven normales a los héroes y no leen, y dicen que son imposibles y se ríen. ¿Acaso los grandes no lo son por hacer cosas grandes, y los protagonistas de historias no son grandes, y nuestros muñecos de sueño no son héroes?)
Yo seguía tratando de verme héroe, grande, fuerte, hombre.
Tal vez para perder el miedo y sentirme seguro.
No, nadie me persigue ni me puede encontrar; tal vez pudiera sentirme tranquilo en caso de saber que nunca hasta el último día hallaría un agresor, pero ¿y la seguridad?, ¿y esta cara de estúpido, que a lo mejor es hermosa, pero yo me la siento de imbécil y creo que los justos y hombres que me miran se van a reír primero y a enojar después?
¿Acaso yo no soy un hombre para algún idiota que sea como yo? Si dos ladrones llegan con aire de dueños a robar un coche, ¿no es cierto que uno, por una fracción de tiempo, se verá desarmado sin saber al otro un ladrón y huirá creyéndolo el dueño; o tal vez huyen los dos?
Por más cara de fuerte que ponga, me sé un alfeñique y eso basta para ser vulnerable.
Acaso es lógico pensar que el posible billete falsificado que ronda las cajas es el que me dieron de vuelto, y es razonable por eso no ir a comer por miedo de que sea cierto; y si lo pienso así, ¿por qué no protesto o reviso el vuelto cuando me lo dan?
Si he de pensar ridiculeces y casualidades, ¿por qué no me sale un sueño de lotería o de Raquel Welch a los 20 o de presidencia de la Nación?
Los ojos son imparciales, el cerebro es imparcial. Tengo un físico privilegiado pero me da miedo la pileta y el juicio de los que me miran. Empezando, ¿alguien me mira; si me miran, alguien de los que me miran me juzga?
Tal vez no sea miedo, pero es ese equivocado afán de suficiencia que no es más que un complejo de inferioridad.
Hay gordos que lo más panchos (tal vez sea una ficticia tranquilidad) se sientan sin evitar los rollos, no se ocupan de atragantar los músculos con mis poses ridículas que ya por habituales me parecen normales.
La pasión de la calle Güemes
Creo que tenía razón.
Perdóneme.
Ya no la molesto más.
Me voy…
¿Sabe qué voy a hacer al entrar en la pieza?
Voy a inaugurar otra soledad.
Porque ahora voy a empezar a estar solo de nuevo.
Aunque lo estuve siempre, porque iba a seguirlo estando a pesar de todo…
"¿Por qué te quedás callada?" (Marcos.)
¿Por qué lloras?
Todo el mundo sufre.
Fijate…
Mi mujer va a tener otro chico.
¿Y la guita?
Yo me pelo el lomo.
"Sí, claro… todo el mundo sufre. Pero a mí…" (Marcela.)
Me clavaron una mentira.
Y yo ayudé… pero a nadie… claro.
Y ahora…
¿Quién le lleva el apunte a mi soledad de verdad?
Ese hijo de puta tenía razón.
Cuando uno está un poco menos solo se siente más desamparado.
Y un chico de un año. Vos no sabés qué sola te pone cuando podés helarte en mil piezas.
Recorriendo horas viejas. Que no le vas a encontrar un padre y no le vas a adivinar el verdadero.
Después de todo, es cierto.
Dudar entre dos es lo mismo que no saber nada.
¿Ya estás?
Sí… Bueno…
¿Ya te vas?
Y… sí, ¿sabés? La casa, los chicos…
Tomá.
No. Dejá, dejá.
Después de todo, no soy de piedra y me entretuviste un rato el silencio.
Tomá.
No…
Bueno, está bien… Gracias.
Esperá. Decime.
¿Es linda tu mujer?
¿Podría haber sido como yo?…
Escuchá, Ernesto.
"Marcela Ramos, cohabitante de una exigua pieza de la pensión 'Güemes', de la calle homónima 748, se arrojó a la calle desde un sexto piso, en la mañana de hoy. Su muerte fue instantánea.
"La Sociedad Maternal de Huérfanos Murguía tramita encargarse de su hijo de un año, que no tiene otro familiar conocido. […] …era… es… ma…"
¿Ves? Estas putas…
Son todas lo mismo.
Empiezan con el noviecito…
Esperá…
Voy a atender.
¿Quién es?
¿Quién era?
Otra vez esos pedigüeños.
Menos mal que una tiene carácter, que si no…
Algo sobre derrumbes
No estoy desilusionado. Ya lo estuve.
Además ilusión es una palabra muy inocente como para ser mezclada con esto.
Aquí el material humano es muy bueno, como en cualquier lugar donde hay gente.
Esto siempre pasa con la gente.
Por la mañana el portero con tono preocupado consulta a la administración del edificio sobre la importancia de una rajadura leve en una de las columnas que tienen un tramo visible en el sótano. "Poca cosa." "Cuestión de la humedad."
La Nación o La Prensa o el Clarín. Día, hoy (cualquiera). "Imprevisto y fatal derrumbe de la finca…"
Hombre prevenido vale por dos.
Pero también se derrumban las naciones. Y cuando una columna se raja, descompensa el sistema y se rompe la quietud del equilibrio. Se agregan otras columnas a la crisis.
El arte es una columna en el edificio nacional, que como cualquiera de alguna de las otras, regula la altura de las demás.
Los ladrillos de las fases del arte son complicados sistemas de columnas que sustentan un edificio que es una columna de otro. Y así infinitamente.
Ocurre que al sacar una lata de la pila de esas de duraznos al natural o tomates, el niño no pensó o no alcanza y tomó la de en medio.
Luego ayudaron a juntar algunos dientes. Un ladrillo o una lata.
La columna del arte se desmorona y con ella se resienten las otras: sociedad, economía, política, cultura.
Estamos acostumbrados al silencio (el niño sigue temiendo salir cuando el perro ya hace mucho que se fue). Digámoslo entonces. Un ladrillo llamado Literatura.
Toda protesta es al fin en nombre de sufrimientos personales.
Los productos no publicitados no existen. Me ocurrió en la seccional 34 de la comisaría de la policía de Mendoza, que por falta de documentos fui declarado irreal.
Usted no existe. Me resigné a ser mi propia ilusión, espejismo de mí mismo, aunque no pude explicarme la realidad de los otros, imaginarme desde la nada y serme, lo creí (soy religioso), pero contradecir la realidad no pude.
Existimos en la medida de los intercambios. La representatividad de nuestro arte en el campo de la literatura, goza del anonimato obligado a que nos sentencian las autoridades de la Secretaría de Cultura (S. C.) ¿No tiene nada que ver con una sociedad colectiva?
¿Dónde compra el ladrón los guantes blancos?
Aunque por lo de colectiva se ajusta a la Secretaría de Cultura. Dada la cantidad de escritores-siempre los mismos… (¿?)
¿La gente no va a la Secretaría de Cultura? Menos razón para dilapidar incalculables y oscurísimos presupuestos.
En la Argentina también hay hambre. ¿Pero no es cierto que los escritores no publican, y si publican, en la medida en que lo hacen (como suicidas), sucede porque no tienen ninguna alternativa? No hay hincha de Boca que vaya a ver un partido entre Chacarita y Vélez, teniendo posibilidades de asistir a su club.
Borges ya está muerto… ¿Y ahora qué?
Hollmann no es Borges. Pero somos argentinos, ¿no? Y también tenemos bandera en el campo de la literatura internacional.
Me pregunto: ¿no será que los secretarios sacaron número bajo en el llamado a conscripción y no juraron la bandera?
No es fácil convencernos de que somos después de tanto dudarnos o tener la certeza de que no.
…Y cuánto se asombraban los aborígenes ante los espejos de los españoles. Descubrirnos, RECONOCERNOS. En ese entonces era fácil, en cuestión de percepción, inteligencia, sujeto-objeto-sujeto. Pero no había niebla, dólares, miopía —comodísima— de los que NO NOS VALEN. Pero valemos, ¿qué culpa tenemos si los testigos y jueces son interesados?
Maradona y Milstein son pruebas de que el clima y las manzanas argentinas son capaces como los de cualquier país. ¿Qué hace falta para ser un buen escritor?
Pregúntenselo a Hollmann. (!)
¿Y para ser un buen secretario de la S. C.?
(Sigue no teniendo que ver con "trenzas".) Como sobre gustos: de literatura no hay nada escrito.
Pero sigamos con lo de Borges. Necesitamos ídolos. Somos súbditos. Porque decir somos es decir la mayoría, y a falta de líderes nos desorientamos o nos afiliamos a los vecinos, si no tenemos la desgracia de volvernos filósofos.
La literatura es una familia, y como en toda familia las caras son siempre las mismas.
¿Que la gente no lee, que no compra libros? ¡Y claro!: los libros son caros, las editoriales no publican a desconocidos… Lógico… Pero que el presupuesto de la entidad… Sí, pero si te cambian, como decir agua va, una edición millonaria por otra cuando el arte no es la ocasión sino todas las ocasiones, porque, che, yo no voy a ver el lujo de una tapa sino a leer a Henry Miller y a Huxley y Cela y a Mongo.
Sí, está bien, pero los escritores que traen son caros, ¿cómo querés que los paguen? Cuestan diez mil dólares algunos.
¿Diez mil? Si a mí me dijeron que en Europa cobran tres…
(10 – 3 = 7)…
Sí, pero hay algunos que dan lástima. Además que me pregunto: ¿los escritores que traen acá, también son extranjeros en su país? Porque si no no me explico que allá sean tan sonsos.
El sonso sos vos, porque si pensás que los nuestros podrían tener carácter de extranjeros en el exterior, te equivocás. ¿Y sabés por qué? Porque los que ya son, se vienen a descansar aquí,…
(¿Qué tal Ernesto?) [¡Como Sábato!]
…y acá les dicen algo así como que el documento Nacional de identidad no escribe, o qué sé yo.
¿Y los otros?
¿Qué otros? ¿No ves, tarado, que no hay otros, porque los otros no tienen oportunidades de empezar?
¿Cómo que no?
Bueno, sí, pero cuando empiezan a levantar los sobornan con premios y sobres, reconocimiento, becas, los engrupen con becas para despejar el panorama.
¿Becas?
Sí, primero prueban con modelos importados para salvar irremediables calamidades.
¡Eso tiene mucho de filantropía!
¡No, bestia! ¿No ves que se trata de preferencias personales, o sos ciego? ¿Acaso a tu novia no le harías el favor de pagarle un profesor que dicen que es bueno…? Si la plata que gasto no es mi sí.
¿Vas entendiendo? Pero si me sale mal y en vez de venir a dar las clases, el profesor me sigue cobrando y se me hace el enfermo… Entonces vienen las becas, ¿entendés?, y así el año que viene todos tienen vela en este entierro.
¡Exagerado!
Vamos, ¿no sabés que a veces son dos a falta de uno?… ¿Eh?
Hacé memoria. Vino Rushdie y le dolió el hígado. Llamaron a otro que se llamaba… ¿Cómo se llamaba? Algo así como la doncella, la Galana… Más o menos. Pero era un nombre puro, religioso. De niña… Ah, ya sé, ¡virgen! No sé, me parece. ¿Y?… ¡Les pagaron a los dos!
¿Y por qué no lo llamaron a Ernesto?
¡Estúpido! ¡Las cédulas no escriben!
Pero, y a todo esto, ¿vos creés que lo que decís lo leería alguien, si fuera un panfleto o algo así?
No sé, pero si alguien lo hubiera leído hasta aquí, ya me daría por satisfecho.
Hablando de derrumbes se me cayó la casa encima.
No entiendo.
Me van a llevar preso.
Como a los héroes.
¡No! Como a los secretarios.
¿Cuáles?
…No sé… No se me ocurre ninguno.
¿Reconocernos? Pero si ni tenemos acceso al salón de espejos.
Como en todo ruido, se vislumbran rumores. Por allí se dice que de en queso en queso, Quesada.
Hablando de otra cosa…
¿Es cierto que hacen un congreso argentino en homenaje a Lorca? Porque si conmemoran una época, ¿cómo no un escritor, máxime si es argentino y si…? ¿Máxime? Mínime.
Alpedismo
De repente me caigo a mí, a un pozo de mi tamaño y mi forma, a un silencio como mis gritos, mis palabras y mi silencio.
Estoy bloqueado. Está bien. (Esto va para el sico.)
Pero metete tus términos en el culo, que bloqueado me siento las ganas de gritar; de una mano sofocada en el candado de un guante absurdo. Eso: enguantado. Envainado en mí. Como la tierra que se sienta ciega en un hormiguero.
Una realidad tan infinita que no alcancen los sentidos: qué ceguera de testimonialidad.
Todo debe ser finito. Numerable.
Definible
Yo nunca "hoy cobré". No laburo. Vivo del Viejo. Y no me jode.
Guardate los consejos en el bolsillo, y también el consultorio.
Bolsillo. Qué claustrofobia la moneda que queda en el pantalón de un muerto que nadie va a revisar (el mar clavado en un caracol), sonando. Pero el testigo sólo silencio hasta saber que el silencio no existe, que siempre hay algo que suena, donde sea, y que falta el testimonio, o la razón de alucinar y el espejismo. En fin, todo es respuesta, hasta esto, tal vez porque me siento contenido.
Un cuchillo que se seca como una raíz en la tierra envenenada del pecho de un muerto. ¿Cómo el asesino no va a tener reuma a los cuarenta? Si es que lo mató joven.
Peiname las manos con tu pelo.
Gracias buena. El arroyo y el musgo. Pensá.
Todo pasa. Nada es infinitamente quieto como la eternidad.
IPAL
Un puto no tiene otra salida que fanatizarse con su desviación hasta el suicidio, o el suicidio mismo.
A todos los de Ipal les pasa lo mismo. María se les ha subido a la cabeza.
(Ipal es María, por eso es un camelo.)
Como a los putos obviando,
que a bastantes ya les pasó
lo de putos porque lo son.
Salame yogui
Recuerdo que oí decir una vez sobre el primo de un vecino muy amigo que nunca supe después quién era de todos esos que habían ido al cumpleaños aquel día que me gané en la rifa el juego de Ludo por el que me peleé con mi hermano, que lo habían llevado preso porque andaba en una banda de robacoches, y que no había vuelta que darle con ese chico, que iba por mal camino y que siempre había sido así.
Oí decir de él, pero a nadie se le ocurrió decir, por supuesto, que en su primera riña en el colegio le dejó…
De mí se podría decir cualquier cosa. Alguien agregaría que siempre fui así. Ya se veía que iba a ser gordito. Desde chico era peleador como él solo.
No me extraña nada. Era tan callado. Claro que meterse de cura…
¡Pero qué tanto! Dos o tres semanas antes de aquella noche de mi éxodo molecular, de mi atómico destierro del nadie, de la sombra, de la carrera por la vida como la legendaria carrera de las carretas y los jinetes en busca de su parcela, yo no era nada, ni en los indescifrables laberintos de la innumerable química orgánica.
Aunque en realidad sí, estaría en los fideos de algún almuerzo, un poco en todos los almuerzos y por qué no también en el almuerzo de Pericles y hasta en el de Adán y en las ladillas del Todopoderoso que ya un poquito me contagió el barro original. Claro, por eso de que todo se transforma y nada se pierde. Por lo tanto nada se agrega. Porque si no estaríamos sacando cosas de la nada.
Bueno, el asunto es que se diría de mí que siempre he sido así, y si yo fuese presidente o cantor de tangos o monaguillo o colchonerorreydebastoscaradura o polizón pon pon, alguien, seguro esa tía opaca y embolantemente bigotuda que siempre creía verme un poco más genio (tía boluda, me echó la mala leche y me vine loco), habría encontrado una razón para serme explicable y entonces yo no tendría más remedio que acceder al rumor de haber sido así, porque además ¿qué puedo ser yo si los demás dicen que soy otra cosa? Filtrándome la certeza de los otros, la mía no hace pie, porque díganme, a ver, si yo solo digo y creo una cosa y no habiendo otros con quienes puestos de acuerdo en los símbolos pueda entender que piensan lo mismo… ¡La pucha!, empiezo a pensar que todo es relativo y me siento más solo porque pese a que la naturaleza se tuvo que buscar las cosas más fáciles posibles, podría ser que hubiésemos puesto de acuerdo nuestros símbolos e imágenes de tal forma que ninguno piense lo mismo y que igual los engranajes del idioma funcionen. Aunque sería un sistema infinito donde siempre aparecería un elemento nuevo, porque si no el último en relación con el primero traería relaciones que desmentirían las anteriores. (La culpa la tienen los principios lógicos.)
Bueno, el asunto es que yo no siempre fui lo mismo, no señor, porque en mi álbum de fotos vi a los viejos cuando estaban de novios y parecía mentira que no seamos nada y yo un día no existía o estaba en el cielo cogiendo con María Antonieta.
(Supongo que mi pija espiritual habrá sido menos abúlica que este salame yogui que no sale de la nirvanesca relajación.)
Te acorralaré hasta matarte
Te acorralaré hasta matarte había dicho y yo había corrido y ahora estaba echado en un hoyo después de que hubiera errado varias balas. Cuando recién me había echado hizo un silencio de minutos que él tampoco resistió y luego gritó que me mataría cuando me viera asomar. Entonces pensé que el infinito estaba en mis manos.
Así pasé muchos años, me acostumbré (al principio se me laceraban los dedos) a cavar la tierra con las manos. El hoyo era pequeño y de sólo mi propia altura de profundidad.
No tenía certezas por después y aprendí que sólo cuando las cosas ocurren, se sabe si serán o no.
Pensé que había sido un sueño.
Tan real que no podía ahora en la vigilia delimitar la realidad de la fantasía.
Pensé que en el mismo sueño habría soñado que luego me quedaba dormido.
Ahora no sabía si había despertado del sueño del sueño y me faltaba despertar otra vez.
Si había soñado, todas las imágenes habían sido tal cual la realidad. No tenían ni siquiera un cuadro diferente (esas cosas que en los sitios de los sueños uno nunca observa).
Yo lo habría escuchado gritar que allí se quedaría esperando hasta que yo saliera, para matarme.
Era la misma voz de él.
El sueño tal vez habría sido demasiado perfecto.
Ahora yo tenía tantas dudas para siempre, porque hasta que no me despertara por segunda vez, si estaba soñando un sueño todavía, no comprobaría si habría o no de despertarme de algo. Claro está, a lo mejor me restregaba algo y en algún lenguaje extraño comentaba que había soñado que existí en forma de una cosa que vivía en un lugar como éste y que había soñado con una duda desesperante. Pero no tenía ninguna certeza.
Y no sabía si él estaba en realidad afuera o si acababa de estrenar el delirio que nunca pudieron explicar los locos.
Música insónica
Las campanas latidas como palomas huecas o corazones de vidrio y sol; el corazón de barro se me derritió laxamente, con el ín-timo sonido de un sabor a miedo o vergüenza.
La noche se abrió, la luna bostezaba, y se desperezaron los muebles de la sala —un estático cansancio se amontona—; cabeceó de nuevo la campana. Pasó el tiempo, hasta el último latido, y supe que había sido el último.
Quedó un hueco himno sonoro que se diluyó como un pájaro diezmado.
PARVAS, PÁRPADOS, LABIOS, ALAS
¿La vieja era concubina?
Así dicen.
¿Estás seguro?
¿Y qué? Después de todo, casada o soltera, polvos son polvos.
Sí, pero unos encarrilados dentro de lo lícito, y los demás son pecado sólo.
Ahora decime, ¿no puede algún casado hacer mayor el ajugero que el soltero?
Qué sé yo.
CONDICIÓN DE LAS COSAS
Recuerdo mis caprichosas reticencias para con la sopa de la infancia. Lo que lamento es no haber tenido en la época de los berretines algún directorio, para hacer las mil y una. (También pienso en las noches.)
Pepe en Asgard
Un salón clásico de principios de siglo 18 con una fogata en el centro y un caballo atado a la estatua del presidente XI3= de la República AMöLI + raíz cuadrada de I en el año de infinito menos (raíz cuadrada de infinito) al cuadrado del intiempo.
Por una puerta lateral entra Pepe.
Se come la vela que alumbra la foto del papa Bonaparte y una flor de las que están en un jarrón de época.
Un gorila muy flaco cruza el ambiente leyendo una biblia.
El aparato de sonidos hará simbólicamente un sonido de campo que significará un silencio magno.
Pepe se arrodilla y reza en voz alta.
Luego vomitará sobre el fuego que se volverá una fuente de agua.
La luz de la escena desaparecerá.
Y se ambientará mientras Pepe monologa un paisaje silvestre.
Demasiado muerto
La siesta latía en un viejo reloj despertador. Era la hora densa y opaca de la tarde amarilla y caliente. Un calor opaco y fétido se espesaba sobre el campo.
El aire estaba desmayado, inerte como un mar impalpable, que se hubiera depositado sin poder olear.
Apenas había unos flecos de viento que arrastraban unos harapos calientes.
Imperceptiblemente pestañeaban las hojas del paraíso, y un aleteo más hirviente aplaudía en la cima de los plátanos.
La efervescencia del mosquerío se freía sobre las bostas y los huesos frescos del asado.
Una mariposa desteñida parpadeaba epiléptica sobre el pasto.
Alguna que otra abeja hacía su misa sobre el alfiletero de un cardo y otras siseaban la efe de su vuelo afelpudado y monótono.
(Un grito se me agarrotó en la garganta.)
El reloj se quedó dormido en las tres y veinte.
Serían ya las siete.
La tarde retumbaba de un ocaso turbio que se diluía como los pergaminos.
Las nubes, alargadas, eran humos de despedidas que empezaban soledades; perecían amortajadas sobre estelas que las dejaban atrás.
Los árboles mutilados parecían acalambrados en gestos epilépticos.
Había un pavor tácito en la hora.
El viento se enhebraba en los campanarios de la iglesia, y empujaba los molinos del oleaje de los árboles.
Ese día, pensé, podría empezar una novela. (No supe contestarme cómo terminaría.)
Las novelas siempre empiezan con cosas importantes.
Un grito endurecido y agrio rajó la quietud. Pensé en un relámpago. Luego de un instante el grito había sido de mi madre.
El espanto de la tarde se ahuecó en mi estómago y una lluvia me gateó por la columna vertebral.
Nunca me gustó el esqueleto de los árboles retorcidos como las manos de un muerto.
Eran candelabros del horror.
El grito de mi madre me había dado la espalda y dejó suspendido el silencio más intenso y cóncavo que antes, como la vigilia de los que presienten su propio asesinato un instante antes de morir.
Las imágenes y las preguntas se adelantaron al segundo. Esperé otro grito, deletreé la arenilla de mi escalofrío que me dejaba un rastro. Ni me había movido y otro grito más desteñido y roto como una sábana rasgada o un hachazo. Y tuve la noción del segundo y luego cuando lo estábamos velando me pareció como haberlo presentido en ese momento, y el miedo o el deseo de no querer saberlo para retrasar una certeza.
Sí, creo que lo había visto como una piedad y rezo tardío que quise adelantar al momento.
Papá estaba allí inmenso y de madera con la transparencia de los bordes en las velas, que le volvían mármol los dedos.
Los ojos cicatrizados como la boca.
Estaba muy muerto. Demasiado muerto.
Era la primera vez que se moría papá. Y yo ya estaba acostumbrado a verlo como a esos árboles que no me han gustado nunca, así, parado en el último instante como el reloj a las tres y veinte, acalambrado todo y frío como los vidrios de la ventana en el invierno.
Mamá había llorado mucho desde ese grito por la tarde.
Todos habíamos llorado, menos papá.
Pensé que siempre que alguien se moría los demás se quedan con ese vacío que es más que todo recuerdo como única manera de presencia.
Pensé que siempre los muertos que acaban de nacer a la muerte dejan esa duda de mañana en los que quieren suponer el futuro, y sólo logran llorar como a carcajadas.
Es muy lógico que papá no vaya a estar más con nosotros. ¡Si está muerto! Y es lógico que se muriera. ¿Por qué ahora? Porque siempre sería ¿por qué ahora?, en cualquier momento.
La noche tiritaba de grillos y descascaraba el chisporroteo de las ranas. La luna era un túnel de sombras blancas y las estrellas pestañeaban con pulso de reloj.
Había grillos en todas partes. El cielo mismo estaba lleno de grillos, mi espalda como el camino de mi escalofrío, que era un puñado de grillos, que era la lluvia de las noches desveladas en las chapas del techo, que era el chorro de arena de los relojes antiguos.
Mamá tenía grillos en los ojos. Y las velas que le sacaban la lengua a las sombras que arredraban.
Papá no tenía grillos. Estaba clausurado y más papá que nunca.
Yo me comía las uñas, y veía tiritar la sombra del cajón sobre el suelo que emitía la llama temblona de las velas.
Un día ya no sabré que hoy miré las velas, no sabré estas velas y supondré algunas, y habré olvidado el gusto acartonado y trapiento de la boca seca, y sólo recordaré que papá murió un día.
Y sabré que olvidé mucho.
Un hombre siniestro pasa
¡Tantas veces! Y siempre importa una, aunque hayan sido tantas veces.
La única certeza cada día es un ahora obsesivamente siempre, porque ya perdí la cuenta sobre los calendarios.
Pisándome el tiempo, buscar la paz o huir de la ciudad sin encontrar nada.
El mundo inexorable es siempre un sitio implacable. El mundo siempre es dónde. Hasta allí, en ese último banco del lago donde puedo parecerme a los niños que me pasan por alto, o puedo ser monstruosamente extraño, remoto, diferente.
Hasta allí el acecho inevitable.
AZULMENTE ROJO
Allí estaba, con el adjetivo en los ojos, sus piecitos tan manos, sus piecitos los de ella, porque también podrían ser los de él y él el asesino de tu padre o algo así, pero los de ella, ¿te das cuenta?, los pies en que era Buenos Aires cuando todas las cosas, porque solía apagar los cigarrillos, ¿te acordás?, con la punta y a vos te gustaba porque era como lo hacía el tano del taller pero como ella, ¿te acordás?, cómo no te vas a acordar, como ella, sí, cómo no te vas a acordar si se lo estabas mirando cuando descubriste que tenía sangre como cuando en el colegio se te cayó la gota de tinta en el piso porque te estaba gritando la maestra, sangre como la gota de tinta azulmente roja como cualquier cosa es cualquier otra y ese remanso como aquel pedo que te alzaste en la Navidad en lo de los tíos y todo se enrollaba, la sangre, la tinta, la gota de maestra y el pus apagando el vino y ya después del primer error nada es corregible, cómo no te vas a acordar, sí que te acordás, ¿pero matarla?, eso sí que no, yo no me acuerdo de cuándo la maté, no señor.
En una escalera del subte
La voz era turbia, empañada, como si fuera con hache. Los ojos indescifrables. Y las manos roncas.
Entonces supe que la vida puede variar en un segundo.
Y seguí adelante con cualquiera de las otras vidas, comprando el derecho de olvidar preguntas que perdurarán vacías o mentidas, con dos monedas que me absolvían de ser indiferente.
Pensé que la vida nunca es incoherente, que la esperanza no hace caminos, sino que es sólo la posibilidad de que la realidad sea diferente. Pensé que nada era dos veces o igual dos veces.
Todos los días arranca un subte y mil posibilidades quedan atrás, se postergan o cualquier otra cosa, pero ya no, aun cuando siempre todavía y el mañana sea más largo que ayer que siempre tiene número.
Pero igual me afligía la idea. La vida puede ser otra cosa en un segundo. Pero cada segundo es la vida, que no fue tantas otras cosas. Y cada uno ignora que yo no lo maté porque no estuve loco, o que no cualquier cosa, porque no o por cualquier otra razón, o tal vez no lo ignora pero soy parte de una duda que no resolverá jamás. Porque quién cuenta las posibilidades que no fueron probables. Entonces supe que puedo ser un asesino, o que el día 23 tal vez esté en una sala internado de apendicitis, o que la intrascendencia de mis almuerzos sea un rastro monótono, o que podría casarme con la rubia del asiento de atrás o haber nacido caballo o decir dentro de diez años quién se iba a imaginar que fuera a ser Presidente; yo que un día que andaba asombrado de todo, creo que escribí una cosa parecida; yo, yo diaria sorpresa.
Ineludible ahora y aquí.
Yo soy el siempre y a veces no me sorprendo, y otras caigo en la cuenta de la casualidad.
Los clavos crucifican las familias
Por dos razones. En realidad no sé cuántas, pero dos es un buen número, porque nunca tengo tantas ideas como para que sean más que dos.
La concha de tu hembra va entre las dos piernas haciendo sombra sobre el suelo de Tucumán. Yo no puedo decirte que a más o menos un metro del suelo hace intangibles conchobaras el movimiento de Madelca. No sé nada. Tal vez esperara de tu obstinada nobleza, boludo de mí por no saber que boludo de vos, que te enconcharas con la rubiecita amiga de tu hermana.
Jueves de matar a Jesucristo. Los clavos crucifican las familias. Yo me voy a ir a la mierda.
Madelca vuelve de la mierda, apacible y deshabitado paraje, porque todos se quedan a vivir en el camino o los matan los indios. Salvo que los encuentre Cheyenne, salvedad de la salvedad, que por su complejo de excesos dimensionales facilite el almuerzo de los infieles.
Llega el veinticinco desde Tucumán. También su silencio vendrá con tonada.
El domingo es un día triste. Se va se va la barca
y en alta mar gustaba de tocar
la poronga a los marineros
en alta mar en alta mar. Mi novia es suave, suena a olor a pasto como la mañana pero yo me levanto tarde, cuando ya tiene olor a chivo y en vez de sonar a pasto sueno yo con el olor a chivo. Mi novia es linda
Mi novia es alta, mi novia aaaltaAAAaalta. Dura como
el agua y redonda como la vida
mi novia es linda es buena, es alta es
inteligente y es nunca.
se va la barca a la mierda
y mi novia se fue a la guerra
porque el vago de Mambrú se quedó
apolillando.
Etcétera
en un programa de televisión que
ve un hombre que aparece en una
escena de televisión que aparece
en un video, que se proyecta
en una escena de un programa
que un hombre ve en una
escena de un programa que
un hombre ve, etc. un hombre
mira un programa de televisión
donde un hombre mira un
programa de televisión donde
un hombre mira un programa
de televisión donde un…
El pájaro magnífico del beso
I
Jaron, escribirte una carta es fácil. Tu nombre es un caballo (tu imagen es un caballo ensillado con un nombre) para ponerme en la garganta desvencijada y arrastrarla como a un carro viejo haciendo ruido a herrumbre de silencio.
II
EL PÁJARO MAGNÍFICO
Querido Jaron. Pienso a veces por qué cambiando el nombre esta carta a cualquiera podría entenderse como para una mujer, o de una mujer. No es regla, pero cuando entra en juego el mecanismo de todos los "heteros" (el único que conozco es el sexual), se es capaz, somos, mucho más capaces de nosotros mismos. Entonces la sinceridad.
Ése es el lugar. Si ser es ser verdad, o soy sincero y lo muestro pocas veces, o soy mentiroso. (No es lo mismo.)
Con vos siento que de todo me saco los obligatorios zapatos, como animándome a parecer como soy y poder conformarme después con ser como parezco.
Entonces es allí donde yo y nadie más (dando por francos a todos) le veo cierta actitud extraña a la carta.
Se me enderezan los túneles. Se ve del otro lado.
III
PÁJARO FUNDAMENTAL
Creo que porque se nos da y lo necesitamos, siempre hay alguien que nos sirva de espejo. Cambiar de espejo es no tener la certeza de medirnos siempre con los mismos números, y es peligroso. Al final de cuentas somos de testigos, y no tener uno constante es perder contacto con nosotros mismos.
Pocas veces te dije que te quiero, lisa y llanamente; en realidad es como se quiere. Sin metáforas ni escondrijos para esconder la cara (la que sea), que nos cuesta enfrentar y dar.
IV
MANIFESTADO
Hoy, yo andaba con mi carro de lujo, y me enteré que hace tiempo habían inventado algo así como el automóvil y el avión y el cohete que, qué ridículos, vuelan y se mueven solos. Los vi. Los vi y ahora los creo. Por eso mi carro está lleno de herrumbre.
Tal vez por eso una carta con tu caballo, una carta con motor como ésta, sea la primera en que te pueda decir que te quiero, con las únicas palabras que corresponden.
…Y pueda desde muy adentro firmar rolfi, con minúscula, como una flor seca a Cristo el veinticuatro con jardines.
V
EN EL ESPEJISMO DE QUE TENGO OÍDOS
Hoy he vuelto a olvidar algo. Una carta de Graciela está en un libro de Vinicius de Moraes. Me hace acordar a un huevo frío que en algún lado… También me olvidé de eso.
Cuando se ha olvidado tanto que ya no queda tiempo, se grita.
Esto es un grito: ¡¡¡No te vayas!!!
Siempre parte algo que no se alcanza. Se grita para pedir: ¡¡¡Espérenme!!! Tal vez el por favor no suena muy claro (tal vez porque se corre).
No tenés barco, Jaron. Pero puede partir el tiempo. La espera entonces ya no me sería vigilia. Entonces faltaría yo también en la medida de un llamado. Pero el llamado parte también, y el muelle es un sitio de soledad. Entonces sí, ya no se tiene otro grito que el del último silencio.
Jaron amigo. Jaron mano. Jaron silencio. Jaron bueno. Jaron Jaron.
Todo está de una manera. Y el silencio que música vacía. Y la sombra que dolor occipital de rastro. Y la nuca que soledad de los que quedan. Y los otros que se mueren, penetrados del odio que no les pertenece. Y todo que algo.
Y vos que Jaron. Vos que todo lo que vos. Como la única manera de que seas. Como la sola forma de que faltar sea ser irreemplazable.
Jaron, que se nos van los días. ¡Y qué lástima! ¡Y qué importa! Si estamos siempre juntos.
Querido Jaron, cualquier día en cualquier parte (todos los días, donde sea).
VI
ÉSTA ES UNA NAVE AL SILENCIO
Si fuera tan macho no tendría
vergüenza de besarte en la boca.
Me avergüenza la vergüenza. Chau, hasta no sé cuándo.
Babieca
Me da mucha lástima.
Siempre anda con la misma corbata y bien afeitado. Es armonioso, pero me aburre. A veces me parece que lo ayudo a todo desde adentro, como si quisiera adjudicarle la manera perfecta.
Creo que sus adjetivos son mi lástima. Él nunca me ha pedido por favor.
El año pasado yo tenía una novia rubia. Siempre me preguntaba como si fuera más grande que yo: ¿qué tal las cosas, babieca? Esa tal vez manera mía, me es ya nombre.
Todas las noches cuando me acuerdo de él me llamo de esa manera.
En verdad, me daba rabia. Ya no me da.
No lo he vuelto a ver, sino en sueños.
La última vez que lo vi me hizo una cara fea, como si me quisiera matar.
Tal vez de alguna manera, me llamó por dentro. Yo no lo oí.
Yo he leído sólo dos veces el diario. Una vez no me acuerdo para qué. La otra, porque estaba el nombre de él y su foto.
También estaba el mío, y en más grande decía "su hermano", y había una foto mía en que, la verdad, tenía cara de eso que me daba rabia ser y él me decía.
Arriba de los dos, en el diario decía: "Fratricidio".
Dicen que lo maté.
Yo sólo le pegué con un palo, hasta que no gritó más.
Me gustaba que gritara, como cuando jugábamos.
SILENCIO NEGRO
Me descalcé el mundo
me cegué los dedos
me desnudé el mundo
cerré cinco ventanas en muro
ciego por ciego
ya sabía silencio
ya sabía negro
por eso silencio negro
por eso todo silencio
y la vigilia en un punto
en silencio de silencio
No estoy habituado al gesto de los colores y me ensordece el estruendo de las formas como un coro fantástico y duro.
Me llaman la atención y el miedo las cosas blancas tan chatas.
Me acechan detrás grillos multicolores, amarillos trozos de silbido han salpicado los contornos.
Algún amigo me describió en una carta todo esto y no consigo dar a cada cosa su nombre.
Cada cosa cambia de lugar y gesticula y describe su música. Se parece al movimiento.
Algo viene hacia mí.
Cierro los ojos asustado.
Y me aterrorizo del negro silencio tras mis ventanas.
Voy a abrir los ojos…
Pero ya no sé.
Voy a abrir los ojos y muevo las manos o digo:
"Ya no sé, ya no sé abrir los ojos".
¡Oh! ¡Ay qué miedo de pensarlo!
¿Habrán muerto los tímpanos de mis ojos? ¿Es que ya los tengo abiertos?
Algo venía hacia mí. Ya estará por llegar.
Y los grillos que me acechaban se han vuelto arena.
¿Qué estará por tocarme?
¡Qué miedo de sorprenderme!
Qué profunda monotonía este silencio negro. ¡Quiero abrir los ojos!
Hace siglos que olvidé los silbidos y los grillos y la música. He perdido las formas y los colores.
Caigo al humo. Me moja una rara presencia.
Ahora comprendo. Recuperaré las cosas:
Estoy despertando. ¡Qué pesadilla!
Pero no puedo abrir los ojos.
La sábana… llena… como migas. Está arrugada. Me arde la espalda…
Algo de eso recuerdo.
¡No puedo, no puedo abrir los ojos!
¡Madre! ¡Mamá! No puedo abrir los ojos.
¡Mamá! ¡Mamá!
¡Mamá!
—¿Pero qué querés? Son las 5. Dormite.
¡Mamá! ¡Prendé la luz que está muy oscuro!
—Si está prendida.
¡Ayudame a abrir los ojos, quiero abrir los ojos!
Pero,
si los tenés abiertos.
Cuando los veo a los dos juntos
Julio es un flor de tipo.
Practica karate, tiene diecisiete años.
Va muy a menudo a casa.
No es muy buen mozo pero, al parecer, según dicen, tiene su pinta.
Tiene la nariz un poco halcónica y es algo rojo, pero a veces me gusta mirarlo.
Yo no soy invertido, al contrario, me gustaría ser Julio.
Es más chico que yo, pero más alto. Es más flaco, es muchas cosas más que yo.
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