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Te acorralaré hasta matarte (página 3)


Partes: 1, 2, 3

Además, Julio se me vuelve Julio cuando los veo a los dos juntos.

Los dos están en el colegio. Él en quinto, ella en tercero.

Yo terminé hace mucho. Pero él me va a alcanzar. Me sigue con la velocidad de sus pasos. Yo estoy parado.

A veces cuando viene a casa, si está con ella, se sientan al lado sin mirarse. Ella es de él. Se nota. No sé por qué, pero se nota.

No tienen nada urgente, pero son inexorablemente "ellos".

Ella le es.

Él hace muchas cosas por ella.

Me gustaría ser Julio.

Poder hacer con ella las cosas que yo no sé que hacen y que siempre me pregunto, entre súbdito y celoso.

Yo a ella la quiero. Tal vez por eso me gustaría ser Julio. Quizá lo envidie.

Aunque yo la veo más a menudo. Pero eso sí, de lejos.

Con frialdad, casi familiar.

Él tiene sus mejores cosas.

Yo otras, cotidianas algunas, y otras que son Julio mismo.

Siempre me habla de él.

Siempre me dice: "Aconsejame vos; después de todo, sos mi hermano, ¿no?"

El juguete del delirio

Y volvió a gritar: "¡Han matado el agua, el agua está muerta!"

Y su voz, como una rama seca, desde toda la casa convergió sobre su garganta, cuajó sobre su grito como si hubiese terminado una espera de siglos.

Y levantó entre sus manos el trapo de agua inerte, como un muñeco muerto.

La sangre le hizo un relámpago y los ojos quedaron detenidos como relojes últimos.

Eran las seis. En su mano también eran las seis. Pero (nadie lo sabía) ella era ya para siempre las cuatro y doce minutos.

La tarde se desteñía sobre los azulejos, ronca, a través de la ventana esmerilada.

Lloraba, como lloran las niñas cuando lloran.

Seguían golpeando a la puerta. Desde hacía rato reconocía ese atroz empecinamiento sobre su místico silencio.

Golpeaban como siempre que se encerraba.

Y ella lloraba. Y las voces de afuera abrí, abrí te digo, ¡vamos!

Y el trajín afuera y el tiempo atareado sobre los relojes, los relojes apelables. El tiempo inapelable sobre los relojes cortos.

Gritaron mucho tiempo más y luego vino el carajo lleno de vino como siempre y los puños estallados sobre el encierro y más allá sobre el miedo acorralado más atrás de la muñeca, del agua y de las manos, que quedaron afuera del refugio donde acudía siempre despavorida.

El agua, el agua, han matado el agua.

Y abrí, mocosa… ¡Como siempre!

Carajo, el agua, las voces se amontonaban.

Dos transparencias superpuestas.

¿Quiénes son más ingenuos, los locos o los brutos? ¿Los locos irresponsables o los brutos irresponsables?

Y la hallaron, porque abrieron al fin como siempre, allí, bajo el lavatorio, resumida contra el rincón y el agua, que se la adhería, amigable y anónima de las lágrimas, mezclados.

Toda mojada, mirá, como siempre, y esa muñeca de mierda, alzá.

Y la mirada vacía, los ojos dejados solos, y la fuga o el destierro o el juguete del delirio, remoto país atrás de la sonrisa sin gobierno y la carne mecánica.

¡Y…! ¡Como siempre…! ¡A la…!

Esas tardes viscosas, el olor a cebolla.

El mal de todos

A Eugenio O'Neill

Cuán perfecto el incomparable refugio del profesor, escrupulosamente clásico. No ha agregado un solo libro durante años.

¿Qué edad tenía yo cuando vine aquí por primera vez? Seis. Con mi padre. Mi padre…

Olor a yodo en los frescos pasillos, aquel verano caluroso. Me acerqué. Su voz se había alejado tanto. No pude comprenderlo. ¿Qué hijo puede comprender? Siempre es demasiado cerca, demasiado lejos o demasiado tarde.

Cuántos recuerdos en esta hermosa tarde. Esta vieja y agradable ciudad después de tanto tiempo.

No volveré a Europa. Allí no podría escribir ni una sola línea. En cambio aquí… Un pretexto para anudar palabras. Mis novelas

No creo que tengan sentido cósmico, pero hay una piba que las estima, y yo sé escribir. Y eso ya es bastante.

¿Y Nina…? ¿Qué será de Nina? Era tan agresiva. Pobre profesor.

Nina también me dominó a mí.

Yo la hacía bailar sobre mis rodillas. Pero a veces… ¡El perfume de sus cabellos! Como una droga para el sueño.

El sueño… He ahí el mal de todos. Los sueños. Porque eran siempre aquí mis pensamientos.

En verdad, no tiene ninguna importancia.

Muerte – agonía

Sentí un golpe aturdiente en un costado.

Un calambre puntiagudo esparció la soda de un ardor metálico.

Una música insónica me empañó la mente.

Con temor de descubrir el dolor, bajé la mano al lugar del golpe. Ya hace mucho que es mío.

El miedo de tocarme me hacía recorrer por mitades el camino que faltaba hasta el costado.

Opté por desabrocharme la camisa y sentí nublados los dedos de cierta sordera.

Cuando me saqué la camisa comprobé que no tenía nada. Era simplemente como un lugar vaciado; sentía un hueco; más que todo, no sentía. Sentía nada.

Acerqué la mano, toqué, pero las pupilas de la piel estaban ciegas.

Me miré la mano y se esparció lentamente sobre ella un visillo de afonía.

Comprobé qué poro a la escafandra de acostumbrado ruido se había disipado.

Recuerdo vagamente nombres o cosas.

Hace rato que floto.

He perdido la cuenta de los siglos.

Se han oscurecido cinco ventanas y estoy prisionero de una esfera, vuelto simplemente conciencia.

Todo se ha vuelto simultáneo en mi hermético encierro, y tengo miedo de recuperar brutalmente las cosas.

Impacto

Entonces miró hacia atrás.

Tener los ojos en un lugar de la cabeza significaba siempre tener atrás.

Giró espantado de la existencia, superior al sentido.

Siempre faltarían escondrijos por alumbrar.

Y esa ceguera a manchas. A ratos le ceñía el acecho.

Antes de la muerte, se puede apelar a la locura, para vaciar el miedo. Pero ¿qué torpe pavor permitiría la intemperie de un loco o un sueño, un suicidio a medias, para escapar de un acoso?

En seguida comprendió que era la imagen instantánea de lo súbito, de la sorpresa.

En realidad, había querido girar. Pero ni siquiera percibió el segundo impacto.

SUCIO INOCENTE

Me estaban abriendo el ropero.

Él sostenía la linterna y daba las órdenes. Dos soldados y mi camisa de fajina. Él.

Me escondí mejor. Debía quedarme toda la hora de instrucción escondido.

Ellos no me habían visto.

Llegaron los primeros pelotones de vuelta de la corrida. El mío. Me mezclé.

Ya lo empezaba a suponer. Podrían ordenar una revisación de equipo.

Se me cayeron las cosas sobre la cama de Echane. Levanté una camisa de más.

¡Mi capitán! ¡Papá…! En realidad un mazacote de miedo y careta.

¿Por qué probarme así?

Se llevaría el chasco.

Pero no llegó la revisación de equipo. ¿Por qué me daba tiempo?

A las seis formación. Ropa de fajina.

Echane castigado. Sí, es cierto, la tenía.

Salvo que…, no, no la tengo. Teniente, capitán, ¡papá! Vergüenza, culpa, odio.

La orden era dos minutos después. Formación y revista de equipo. Ahora lo sabe, pero también la gente. El hijo del capitán robó una camisa. Pero no había razón de no confiar o no hablar. Yo podría haberle dicho que el robo al depósito no tenía nada que ver conmigo. Ahora la culpa se la ganó por no confiar. Y yo no soy tan inocente, por desconfiar también.

Echane, pobre Echane. También tiene su parte, mostró la hilacha por tener razón.

Qué culpa más inocente. Pero qué inocente sucio. Insinuar que del mismo modo pudo ser en el depósito.

La Tierra no tiene perdón de Dios

Otra vez en el día grande. Los pájaros tiritan como la risa.

Tengo un perro contento que hace olas como un mar. Lo tengo en una mano.

Y el día por afuera.

Encontré esta birome y me he venido al sol para escribírtelo.

Serrat nos inventó en una canción que dice algo así como queleausteacer señora.

Cuando comprendemos que las cosas siguen siendo después de nosotros, y han sido antes, con esa independencia de que la verdad excede todo testimonio, empezamos humildemente a deponer el egoísmo.

Creo que ya no existe el Brasilero que talló este bracito de la suerte, o no ha existido nunca. Quién podría reconocerlo, colgado de un cuello que va desde una espalda hasta una cabeza torpe como un barco roto (me gustan —ego— los barcos rotos). Pero ¿qué bracito de la suerte va atado por un hilo ambiguamente blanco que alguien (yo) sacó de un paquete de ravioles que no comerá nunca porque están integrados a las cloacas de Buenos Aires, desde no sé cuánto tiempo porque no llevo la cuenta de las cagadas familiares?

¡Sol! ¡Sol! ¡Carajo, más sol!

Bueno, andate a la mierda sol boludo.

Vos no conecés estas baldosas. Yo estoy arriba de estas baldosas porque soy boludo y peso y entonces estoy siempre arriba de algo.

Sí, algo así como un sueño en la piel. (Gracias Serrat.)

¡Cómo me gusta tu piel! Y el mar cuando te bañas porque tiene un hueco igual a tu piel donde vos te movés grotescamente y yo no te he visto nunca pero me parecés una reina.

Ah! mar y vos más, Gache mar para cuando yo nade grotescamente, parecido a mí, hermosamente yo Rolfimente amor, pero saliéndote la luna luna luna como me gusta, tu sangre revolcándose de música.

Y la tierra puta ( no leas puta, grosera de mierda, ¡mirá lo que andás pensando!) se copió de vos y tiene cosas lindas.

Y se le meten las hormigas. Por puta.

¡Fajardo! ¡Padre Fajardo! ¡La tierra no tiene perdón de Dios!

¿No ves? Caminamos arriba de un pecado mortal.

Yo vivo solo

Yo vivo solo. Siempre (siempre es el tiempo que importa) he vivido solo.

Había salido esa mañana. Ahora todavía tenía la llave en la mano. El infinito se adivina en un segundo.

Ya el golpe había sido, el dolor, no lo había calculado.

Yo era un asesinato más.

Los lapsos se comprenden al final, nunca sabré cuánto, pero no me importan los números, me desperté y supe que había estado dormido, luego todo lo demás, las llaves, la puerta abierta todavía.

El ruido gutural del ascensor, tuve miedo, otro golpe, la sorpresa me tensaba el acecho y me asustaba la duda.

El golpe no llegaba. Yo gritaba por adentro.

El ascensor había parado hacía un minuto y la puerta había hecho su chapoteo de metal.

Mi corazón era un buche enorme.

Me levanté, el miedo estaba a todas partes, cerré los ojos y tuve más miedo, miedo de dejarme solo.

La impresión, la calma, dudé de si a los ruidos los agregaba mi obsesión o estaban allá, allá en el primer dormitorio. Entonces corrí, me levanté y corrí, y cerré la última puerta y el baño y el pasillo y…

El ruido fue feroz, levantó el palomar de un gong despavorido en mis entrañas.

Había sido la puerta. ¿La puerta y quién? ¿Quién o qué? Volví a cerrar sin mirar atrás y cerré la última que quedaba a mis espaldas y me apoyé fatigado.

Era un cuarto con cinco puertas.

Yo tenía un teléfono allí, y otro en el dormitorio, el interruptor estaba en el dormitorio, yo había cerrado la puerta, la primera.

Rogué que estuviera hacia mi lado, pero no me animé a comprobarlo.

De repente recordé la puerta a mi espalda y me apoyé con una mano para darme vuelta, al girar sentí que se movía el picaporte detrás de mí y me inundé de una música caliente, un brutal orgasmo de presagio y terror. Ya no me pregunté si había sido yo contra el picaporte o el picaporte contra mí, el miedo estaba desatado como un veneno lento e irreversible.

Tranqué todas las puertas, ese sistema americano de llaves, sentí cierto alivio de aquella sugerencia del constructor.

Allí estaba yo entre cinco cerraduras.

TRAÍAS EL DOMINGO ENTRE LAS PIERNAS

Domingo. Azul y frío como todos los domingos. Fútbol como un emblema de domingo, es el día más ancho, más adoquín y más semáforo. Sobre todo cuando voy en el 215 para lo de Graciela y frente al H. Militar hay una rabiosa espera de 10 minutos, mientras se apelotonan los negros del turf en la barriga del micro.

Eso era hace un año. Ya no voy a lo de Gra.

Me embolé.

Pero es domingo hasta mañana.

Surf and ski

Acuáticos en cualquier playa.

Algún día, creo, dejaré de pensar que soy inteligente y me dedicaré al vulgarismo de ser al fin un río de millones de apenas gotas.

Algún día seré una gota.

Espero no caer sobre un asado o un charco de miada. (Léase con I.)

(Sonámbulo.) Ayer u hoy terminé con los timbos. Hace siglos hoy transcurrí demasiado. Como haber ido y vuelto en un instante. A todo. A la historia, al nunca y seguir como si nada.

(Algún pelotudo tira bombas por allí diciendo sandeces como ideal, nacionalismo, etarra. Pelotudo drogado de resentimiento, ya con el ruido a no sé qué. Tal vez a un silencio inhabitable metido en la sangre.)

Con mucha

Vergüenza de haberme caído del patín o la tabla y ser rescatado del fondo del mar con mucho ruido a sal y a vértice.

"Último como un vértice." Así empezaría algo que se tratara del mundo interior.

Pocas veces me descalzo la garganta y camino y me raspo y me pincho sin sandalias, sin palabras, sin recodos, sin anteojos que me salven de la franqueza.

Me saqué los zapatos pero me los pongo aquí otra vez antes de emprender la arena caliente.

Está bien, me pondré los zapatos de irme, y los ojos de nunca y las manos de ramajes despoblados y el silencio azul de los caminantes y la anticipada resignación de los que no vivieron su propia rebelión.

Me pongo los zapatos de irme, de muchas partidas (y sólo dudo de mí como ante un espejo donde descubro rostros ajenos y no allí ecos ni sombra siquiera), y siento que yo soy el que pasa, el que les pasó a los otros, el que siempre se va, el que no existe.

Porque eso es ser sólo sin distancia, ser ausencia sin partida.

Porque parto una vez más y es no haber sido nunca, como caminar sobre el barro sin dejar huellas.

Me pongo los zapatos de irme, de haber quedado tantas veces, como perderme el rastro o dejar un hombre existiéndome yo mismo es cada parte y seguir adelante hacia mí mismo tantas veces, tantos testigos, tantos puertos, y el único ojo único, que no puedo quedarme ni dejar en ninguna parte siéndome la larga soledad de los andenes y los zapatos que nunca me descalzo.

Tengo miedo (creo) de ser intrascendente, por eso me muestro espiritualizado.

CON MUCHA

Vergüenza de haberme caído del patín o la tabla y ser rescatado del fondo del mar con mucho ruido a sal y a vértice.

(No musical.)

Tan tu marido

A este argumento le queda bien que te hayas casado.

Hay contradicciones que no entiendo. Empezar a obrar de acuerdo con ciertas pautas porque una de ellas nos previene un tiempo de acción determinado. Y luego toparse con que hubo pautas falsas o equivocadas que nos ocasionan diferentemente. Esto siempre incluye un equívoco en la primera apreciación del tiempo. Y cambiar la tónica del obrar. Por ejemplo acatar una circunstancia tan real, trivial, absoluta como relativa y transitoria como definitiva, como lo fue el casamiento de Conchita. Un mazacote de gente irreproducible. Tu marido, tan tu marido. Tan mi arrepentimiento, mi error, mi estupidez, mi bondad, mi maldad, como tal vez la verdad devenida por esa fuerza genital de lo ordenado (obligatorio inexorablemente al fin). Entonces una situación fallida, insustancial, descolorida, chocante, forzada, preguntas fatuas y respuestas evasivas y estúpidas. Situación estúpida. ¿Pero corresponde (me pregunto) formalizar una flamante imagen acompasada con la farsa, que nos desmienta, nos mienta en verdad? Es necesario, por respeto a cosas que sólo nos llevan de verdaderas la vigencia de tener un tiempo anterior, que nos preanula, aunque lo genuino, lo basal, lo seminal sea hallarnos (porque buscarnos no nos es verdad, sino habernos forzado), hallarnos en un rostro de dos o tres veces en un tiempo sin historia, sin testigos, sin hábitos, sin cotidianeidad, sub o suprahumano. Y después naufragar en lo trazado, lo inevitablemente nosotros, como es ser siempre lo suficientemente cobardes o valientes como para resistir.

ALBERT E = MC AL CUADRADO

Si mi imaginación fuese más extensa que la necesaria para esta idea, en vez de ser algo tan pobre como la vida…

Pero… ¿qué estoy diciendo?

¿Sólo porque las estrellas son siempre las mismas hago un problema de lo que no miro?

La realidad de las cosas, la tiene mi conciencia.

Todo es relativo. Y por lo tanto también es relativo que todo es relativo. Por lo tanto no es absolutamente cierto que todo es relativo.

He ahí una afirmación que se cocina en su propia salsa y sale ilesa:

Todo es relativo.

Diario del infierno

Recuperé la voz. Ya no tengo olor a ceniceros astronómicos, ya no sueno a coagulación de luz lunar, a detención, a ola demorada, a rota espuela lunar en un mar emancipado. Pero sobre todo, lo más sonar, lo más aliento, lo más torre, lo más andanada de campanas, bayonetas de flores, lo más miel al acecho, es que puedo olvidarme y venir a tu nombre, venir a esta ceremonia del amor a poner en pie mi sangre, a desenvainar relámpagos, a desterrar tinieblas, a derrotar diamantes, a tomarme una copa de delirios y acarrear tus amapolas, los naranjales insondables de tu pelo, hasta los atracaderos finales de mi boca.

Hoy leí en el diario del infierno que la onza de amor no se cotiza, que el gramo de guerra está en alza y que hay bancarrota de jardines en los hemisferios de la noche. Por eso decidí emplearme en una relojería, para clavarle una cifra equivocada al reloj genital del desgaste e infartar el tiempo, romper las manijas de su puto y hediondo corazón.

What the hell! Si todavía lo necesito como a un remero, galeote intransferible, para que me lleve hasta el encuentro, para que me desembarque en tu beso y me naufrague en el mediodía de la eternidad. Luego lo mato como a un buey, por la espalda, desde el pasado, para quedarme eternamente dentro tuyo, separados y juntos, aurícula y ventrículo, como un reloj de arena. Ése será mi único suicidio de hoy en adelante. Me mato mi pasado. Clavo mi zapato en una nube para que llueva despavorido sobre la vagina boquiabierta de los volcanes, que son mis amigos, mis perros custodios. Ellos se lo van a comer y lo escupirán por el otro lado de la tierra fecalmente acero de hacer cerraduras y ametralladoras.

Que el fuego se queme

¡Incendio! Está la calle atestada de peligro.

Hombres disfrazados de hormiga hormiguean como burbujas incalculablemente.

Arrastran venas raudas, largas flautas donde se apura el agua como un urgente animal.

Nadie mira a nadie. Nadie recuerda nada.

El fuego embiste como un toro derretido.

Olas, lenguas, banderas, túnicas y bramido.

Las hormigas le clavan su aguijón chisporroteante. Las heridas del fuego son húmedas y vaporosas.

Yo estoy en esta esquina y no me pregunto por los señores asustados, por los amantes que se derriten en los calcinados colchones, por los cuadernos como éste que se van por la ceniza, por el carbón de los miedos y los besos con rumbo de humareda.

Ni siquiera pienso que podríamos haber estado allí, jugando a siempre, tú y yo, en un mañana cualquiera.

No.

No hay incendios para nosotros. No habrá mangueras escupiendo; gritos de socorro, reventadas ventanas. Habremos tal vez una inundación de mariposas, un caos de flautas incandescentes, un diluvio de palomas luminosas.

No me importa que se quemen estas casas. No hay tiempo más allá de nuestros ojos. No hay muerte ni dolor ni urgencia.

Toda la tierra nos asiste como un planeta que concentra su circulación, su pulsación de palomas subterráneas en la primera raíz de su naturaleza. Están dejando que el fuego se queme.

Ya le han sacado los ojos. Le han clavado una inminencia de agua. Ese mar vertical ya se desploma.

Cerca mío hay dos señores en pijama que no se parecen en nada a nosotros.

No saben que han sido condenados a cuaderno perpetuo.

Me voy antes que me salpiquen con rincones.

PANTUFLESCO, APACIBLE DOMINGO

Era domingo. El tiempo sin veces.

Un camino abierto, donde no se puede.

Pasaba las manos de los ojos al silencio como revisando viejos miedos, dulces trofeos de todos los niños que fui feroz.

Cuánto me habré esperado ese domingo, o cualquier otro, o un martes, si se hubiese empezado a contar dos días después.

Cuánto me habré esperado tantas veces, yo, todos los espantos que fui, toda la gente que me fui poniendo, la vida, fabricándome los días como una araña (y una tela, tal vez siempre hacia, pero sin bordes).

Mi cara de domingo. Mi silencio de domingo.

Todas las cosas que me ponía, revisándome la presencia.

Mi soledad, al fin, de todos los días.

El deformado

Estuve llamándome desde adentro, sin gritar, aún no sabía el silencio, no tenía voz, dije desde adentro, ¿dije?, ¿desde adentro? Llamé. Recuerdo que con las manos no, aún no tenía las manos. Tampoco recuerdo. No tenía las cosas de las imágenes que ahora son sólo sensación. Llamé mucho tiempo, tal vez sigo llamando o soy una mentira y entonces empecé en mí mismo como un anillo, porque soy infinito.

Un día, no sé cuándo, empecé a pensar que no llevaba la cuenta del tiempo que hacía que pensaba. Creo que es lógico, o creo que creo. Porque si no pensaba, no podía esperar el día de empezar a hacerlo. Pensé y me supe, o me inventé para entonces sí empezar a pensar. ¿Cómo pensar antes de ser?

Todavía no puedo acomodarme en orden. Es que fue de golpe y yo soy eterno y eso excede del tiempo o cabe en un instante. La eternidad no transcurre porque necesitaría tiempo, por eso yo que soy infinito no tengo antes ni después y soy un quilombo sin orden ni concierto pues el orden es número y el tiempo es sucesión.

Empecé a pensarme, como me digo. (Ésta es una manera de ser mi propio testigo.) Morir dormido sin haber nacido y que nadie sea al fin testimonio de que yo no he sido, ni siquiera de que estoy escribiendo esto.

Y un día tratando de inventar lo que me faltaba para ser ante los otros, empecé a hacer fuerza para parecerme a algo que no se pareciera a nada: yo. En realidad era fuerza para diferenciarme. Y pensé que se podía llamar "El deformado".

SOLO COMO EL PRIMER MUERTO

…¿O acaso cree ser la única que tiene derecho a su voz, a sus manos?

Estoy solo. ¿No lo entiende?

¡Solo! ¡Solo!… Solo.

Y estoy más solo que lo que puede entenderme.

Más solo que solo.

Porque alguna vez no estuve solo.

Porque no puedo estar solo del todo. Porque tengo voz, y manos. Y no crea que eso es asqueroso… Es… ¡Qué sé yo!… Es triste.

Vea, m…, me da ganas de llorar. ¡Y he llorado!

Yo sé que hay muchos solos.

Y que nos damos las manos de los ojos en las estrellas.

Pero después… ¿Qué estrellas?…

Uno se hace un levante y pierde confianza con el cielo.

Y sale mucho más triste al frío, con el aire hurgándole el alma, y con más ganas de llorar.

Porque no tiene con qué.

Ya a esta altura del partido debo tener el alma herrumbrada.

Tengo callos en los ojos.

Y el corazón abollado de tanto aletear sin razón.

¿Sabe?… Vivir sin fe es sólo aptitud para morir.

Siento que el alma se me evapora, que sube como si fuera de humo hasta el corazón del cielo.

Y después me llovizna por la espalda decepcionada.

¿No cree que el alma está en el vientre? ¿Después de todo?…

Una mano le pide a la otra… Mire, ya las tengo secas.

Y tengo ganas de gritar.

De meter las muelas de arriba en las de abajo. Y al revés al mismo tiempo.

Y tengo miedo de morirme…

O de despertarme y ver que soñé algo tristísimo y que estoy más solo que el primer muerto.

Estoy atrozmente solo. Dejado. Quedado… Como el último vivo.

Un ciego de nacimiento, si es que llora, no sabe por qué.

Yo sí. Yo sé que no veré más.

Yo iré olvidando poco a poco, que es el peor de los recuerdos: saber que se ha olvidado.

Es la manera más vengativa de las cicatrices.

Toda la noche besados

La primera vez la había visto sin pensar en la casualidad de que las cosas fueran como eran y no de manera diferente, que tal vez también me haría pensar en la casualidad.

Pero ella no era ella, porque por qué no una que leía con los dedos olvidados en una obsesión entre el pelo, o la que se había bajado por adelante o la que a veces en un bache me rozaba sin dar tiempo a la noción que apenas ensayaba una sensación sin luego.

Porque uno es uno entre muchos, y me sorprende la posibilidad de hoy, ida y vuelta hasta aquel día, como un temor de que no hubiera sido.

Nunca se separa cada uno de todos.

Advertido es uno y los otros, por eso ella, que no tenía por qué serlo, era ella. Por qué hoy, porque hoy tal vez es ella desde antes, pero recién hoy, porque ya puede haber recuerdo, ya tenemos antes hoy, ese extraño futuro recogido donde aprendo que las segundas veces son una casualidad mayor, o la primera casualidad, porque por qué no en realidad la primera vez.

Porque los colectivos llevan gente y la gente debe ser gente, y todos los que son, en alguna parte, pueden tomar ese colectivo, y habrían podido ser y fueron, o no fueron, y todo debe ser dónde y también cuándo, y con quién. Por eso es razonable que sea, que haya sido, y que las veces se recojan también en la segunda, cuando la primera se vuelve primera y algo pierde el anónimo olvido cotidiano, preparado para todo lo que no queda o, tal vez, por tan poco, ni siquiera pasa, y me vuelve testigo, me es un poco la tarde, mi certeza de ella.

De repente algo tiene razones, cobra dudas y preguntas, se cae en la cuenta de los quizá que pierden el infinito en una vez, para haber sido definitivamente inexorable.

Por eso todo lo que es tiene los "como" en el ahora estrenado.

Y el colectivo incesante reuniendo el nunca con el siempre. El cada día con el primer día (siempre hay un primer día) y ese hastío vertical acosado del diario naufragio de siempre anonimato, cuando no asusta ni sorprende que todas las veces que son primeras también pueden ser últimas. Y no pregunto por los que ni siquiera revisé (amontonadamente todo o siempre), no pregunto quién, no sabré luego que vi o pude haberla visto ese día. O quién morirá mañana o no tendrá otras veces, o no recuerdo hoy si antes.

Y el fragor del lunes nos alcanzaba a todos, pero a los dos, porque ya los dos, ya ella.

Y el pelo se le subía hasta la cabeza como un tigre azul.

Y mi certeza en un segundo y mi anonimato interrumpido y siempre por atrás y por delante. Esa mirada de ser también los otros. De ser el púlpito que somos hacia más allá de nosotros. Esa mirada de colectivo, de lunes, de nunca y de tal vez.

Hoy la conozco. Viajé hasta su imagen por las veces. Hoy no comprendo cómo pudo un día no parecerse a nadie. Hoy que recuerdo que tantas veces se parece a ella. (Que cada mirada primera hasta lograr la segunda que necesita ya un recuerdo o un olvido preparado), que cada mirada vacilada en el reflejo de los vidrios, que su mirada entrecortada entre tráficos de lunes y ciudad, entre cabezas y brazos hacia el pasamanos. Hoy que recuerdo que de las historias se guardó una sola cosa de los días y tengo su cara fácil que no puede ser incierta, su cara que no había sido.

Hoy recuerdo que nos fuimos por las veces sin preguntar mañana y amontonando ayer parados sobre un punto.

Había recordado ese ronco 60 sobre Las Heras, todas las cosas que venían empujadas de ayer y que recién tenían hoy. Había recordado que siempre es porque sí o porque algo; un libro en la mano y una carpeta acostumbrada (cuántas cosas que son costumbres pueden ser nuevas y sorprendentes con sólo cambiar una persona).

Había recordado que nos habíamos ido hasta el día sin contarnos, que los días empiezan hace mucho encontrándose el proceso, la algebraica antecesión, la sucesión causal de lo que sólo se dice historia (siempre el quizá hacia adelante).

Y no bastan los mañanas recorridos ni las cosas justas o las premisas que no han sido todo lo que ha sido.

Hoy recuerdo el miedo primitivo (el día que me persiguió hasta el día). Aprender los primeros olvidos.

Estuvimos toda la noche besados contra el insomnio inminente. Toda la carne abandonada al rastro del sueño. Después volvimos como los murciélagos.

Recobramos los ojos, la mentira y el miedo y nos tanteamos el silencio hasta encontrar el día de los días.

Aquella casa vieja donde íbamos a lavarnos el domingo.

Tu vez herrumbrada después de tanta travesía.

Las flores de ella

He recordado a veces cosas que han perdido el orden y los números. He recordado siempre. Hasta que el recuerdo es más largo que el tiempo de las cosas.

Porque viajados, rutinarios, encontramos el nosotros, dejamos de ser cada uno.

Y yo me expliqué tus libros, y supe qué cosas son a veces, porque tuve, me acerqué a tu siempre.

Tú me sirves de costado. Marchas conmigo y yo te cuento estas cosas eligiendo las palabras como las frutas.

Había siempre un espejo donde aprendernos. Sentados hacia nosotros, estuvimos comiéndonos los gatos que giraban en nuestros arrabales.

La tarde era hermosa, tan hermosa que podían ser hermosos los cementerios.

La gente del domingo que hace lunes sobre los ómnibus, me servía sin costumbre para la costumbre.

Hoy le llevaba flores. Una vez las flores, recuerdo… Ella no había dicho nada.

Cuando di la vuelta, el panteón que siempre me servía de orientación, dejó de seguirme.

…MIENTRAS ES MIENTRAS

Después de todo, no estaba tan mal, siempre para no dar por perdido el tiempo de una espera que se prolonga.

Siempre luego de una espera y una renuncia que no se acata, se transige porque ya no es antes, porque cuando es tarde, antes siempre podrá ser, y siempre ha sido tarde porque siempre hay antes.

Ahora sí que estoy lucido. Ahora ya es tarde. Tantas veces fue temprano y dije ya no es hora. Cuántas veces no pensé que después antes siempre ha sido más temprano.

Estábamos los siete. Siete porque sí. Ningún ajedrez se nos volcaba encima. No teníamos el orden para nuestra solución. Nos antecedía la razón invariable del porque sí.

Ya no, ahora que seguimos estando los siete las razones nos empujan. Los seis nos sincronizan.

El rosal

Comedor, una mesa. Derecha, puerta de entrada; junto a ésta una ventana. Se ve un patio y un rosal. A foro puerta de dormitorio. Entra el hombre, recorre con la mirada la habitación, se seca la transpiración con el pañuelo. Llega la mujer del dormitorio, está en combinación y descalza.

MUJER: ¿Para cuándo es?

H: Dentro de una hora ocupamos la fábrica.

(La MUJER toma una revista, trata de leer… y trata de leer, luego se apantalla.)

M: Hace un calor terrible, no podía dormir. Tengo las manos pegajosas.

(El HOMBRE va a la ventana.)

H: Ya amanece.

(La MUJER le da un vaso de agua.)

M: Toma.

H: Han movilizado a la policía.

M (junto a la ventana): Los veo.

¿Quieres comer?

H: ¿Hay algo?

M: No. Pero podría preparar un poco de café.

H: Están armados con ametralladoras.

M: Ha florecido el rosal.

H: No sé qué podremos hacer con las armas que tenemos.

M: Te burlabas cuando lo planté.

H: Salías consiguió una pistola.

M: El hollín le sirvió de abono (se acerca con la rosa).

H: Tengo miedo.

(Ella le besa la nuca, se sienta a sus pies, tararea una canción, se levanta, va al dormitorio, vuelve, trae una campera, le ayuda a ponérsela, lo besa.)

M: Hasta luego.

(El HOMBRE sale, la M. se sirve el café, se sienta, comienza a revolver lentamente, oye unos tiros, llorosa sigue revolviendo el café.)

EL CUCHILLO

Cuál habrá sido el grito de los héroes, de esos que me dan miedo de tener miedo de morir y gritar gritaaaar.

Inundarlo todo como la luz total. Pero mi mar es apenas latidos. Y naufrago.

Un ciego se cierra por afuera de las cosas, todo se lo traga como el silencio.

—Nada. Pienso.

¿Qué dijiste?

¿El cuchillo?

En la coc(s)ina, creo. (Sentí que lo decía con ese.)

Hoy siento los colores con falta de ortografía.

¿Anillo, sacabrillo, sencillo?

¡Ay…! ¡Qué grito me apareció como un animal!

Cuchillo. Eso era.

Me estoy por morir. El tiempo ya no tiene medida, lo entiendo. Me quedo para siempre en este instante.

Esto es la eternidad, un punto infinito.

No entiendo por qué me mato.

Morirme sin argumento. Si esto fuese un cuento… Terminaría mal.

Claro: al final todas las muertes, todas las realidades tienen un argumento por fuera y una incomprensión y una sinrazón absurda por adentro.

Nadie entiende su propia muerte.

Ninguna razón tiene tanta verdad como uno mismo.

Un espejo sin fondo, un abismo cualquiera y esta muerte que se me ocurrió. Y podría haber sido cierta, por qué no por qué no. Si esto fuera el cuento sobre esa muerte que hubiese sido verdadera. Sería perfecto y este argumento como una canción de una melodía recta sería irreprochable.

Ah, me olvidaba. El cuchillo…

¿Dolerá?

Este cuento al final no sirve para un carajo. Ni siquiera para imaginarse que a uno lo matan porque sí.

Sin embargo lo escribo, como si importara. (Me refiero a la reflexión de que el cuento no sirve.)

LA CONSTANCIA DE SU VIGILIA INDIFERENTE

Un banco que no importa me soporta.

Tengo alguien al costado.

Una señora insistentemente al frente me mira como si se supiera en mí.

Y yo me hundo y pienso y cuando vuelvo está ella con la constancia de su vigilia indiferente puesta allí, como una idea mía.

Introvertidos como una tortuga

Era un pasillo pintado de blanco, con la perspectiva paulatina resolviéndole la monótona lejanía.

Rítmicamente se sucedían puertas grises, heraldos de un misterio que guardaban.

Cada cerrojo resolvía dudas y deducía preguntas sin clausura.

La gente del ahora, en el puntual momento se sabía y se ignoraba.

22 ó 30, ó 25, dos polleras negras, un montón de tal vez no investigados y verdaderos colores en la ropa que no indaga el ojo distraído que mejor supone.

Todo allí, una hora cualquiera. Yo y los otros, y en cada ojo de alguno de los otros, un él que se ensimisma, mirándome como a uno de los otros. Todos somos los otros; y el cada uno un recodo que no averigua la ganzúa del ojo obstinado.

Yo me escondo detrás de la mirada, como soy desnudo bajo el calzoncillo.

MUERTO DE LOCURA

Una mañana de lluvia tenía los ojos con hache, linyera en el zaguán del tiempo; redondo de frío y de hambre extendió los ojos como manos, despidiendo un barco alucinado.

Lo encontraron muerto de locura, pero él ya viaja en el barco.

EL ENCUENTRO

…Cortó una lámina de fuego. Lo dejó sobre la mesa.

Palpitaba como una rana de música de sangre hueca.

Cuando se enfrió un poco, se sirvió un vaso de música, y empezó a comer.

Yo lo miraba. Me ofreció. Sentí miedo. (Se abren y cierran puertas como desenredando espejos más allá de una mirada inconsciente.)

Accedí. Me extendió un trozo del trapo de fuego casi frío. Seguía latiendo como un caracol.

(Cuántas consignas no se comprenden. Cuántos lenguajes nos pasan por la presencia intestimonial.)

Sentí que podían haber pasado siglos. Mis símbolos numerales no tenían ritmo fuera del tiempo.

En la nada, no se lleva la cuenta, como en un desierto vacío sin costados.

Me llevé un pedazo (con miedo) a la boca. Me sorprendió no quemarme. El fuego es un animal, me dijo.

Pensé que había sido un necio en llevarme el trozo a la boca, si luego me causó sorpresa el no haberme quemado.

La razón, dijo, es un cuadrado. Dibujó con los dedos un cuadrado.

"Tiene puntas, y eso es un sitio determinado, y se puede saber dónde se está y medir.

"Pero con el mismo trazo, con la misma longitud, un círculo me da la libertad de no tener principio ni fin ni sitio ni cuenta."

Dibujó con los dedos una circunferencia.

"Esto, yo no lo entiendo, no lo pienso, no lo soy."

Después de un rato de silencio (él no sentía silencios), pensé que había imaginado o asimilado su esencia irracional.

Entonces pensé que lo que él hacía con el fuego no era comer, y que nunca (él no tiene cuandos) me había dicho el fuego es un animal.

Entonces creí hallar algo, anoté una palabra ("………….."), vacío, una que fuera todas las de todos los lenguajes y todos los silencios.

Seguí caminando.

Cien mil años de sueño

Haber cambiado es que alguien al pasar donde estamos no nos reconozca. No has cambiado.

Como podrían pasar 100.000 años de sueño, de quietud o de fantasía y el hombre siempre reconocería su espíritu.

En cada lejanía somos un ciego hasta el tal vez. Diariamente se abre y se cierra el ciego irrepetible de alguna manera diferente. A veces vuelvo del alma sobre el día y corrijo la imagen de la gente. Sólo alguna vez el sueño no pierde el rostro, sólo alguna vez el silencio sabe qué palabras.

¿Quién puede medir el tiempo si no hay nada diferente entre el primero y último instante?

Tantos tiempos hay en un mismo tiempo, tiempo de tantas cosas.

Y sólo una cosa nos dice hace mucho y tan poco.

¿Cómo haberte olvidado, si conocerte fue aprender que mi alma existía por afuera también (sin necesidad de serme)?

¿Cómo olvidarte si toda tú nunca?; no eres nada nuevo sino yo mismo que me vengo por las cosas. ¿Cómo si eres la única certeza de que todo lo que veo y siento no es mi delirio, cómo si era mi fantasía más real? ¿O tal vez aprendí en un segundo la eternidad de haber sido siempre, tal vez me descubrí el alma por ti, como entendí que no era ciego en la primera luz?

Una niebla para mí solo

Así era siempre que se iban. Todo quedaba detenido como un fantástico hueco repentino. Todo era yo en adelante casi como siempre, sólo que entonces ya ellos no. Ya no su sitio inexorable, su diario ciclo de fragor, el lívido pedregullo en la garganta que me irritaba. Ya podía yo. Y me extendía en la infinitud de la casa sola, como un mueble más, el único testigo de todo, el único que computaba los tal vez que a veces me ponían loco.

Dejaban una estela como ese rastro de chicharras que hace un poco la tristeza de los borrachos que no pueden ser parte de una fiesta; su ruido pagano se estiraba como sus aquí que iban con ellos.

Luego como siempre el silencio salía de su madriguera, nunca el silencio asume tan velozmente los ámbitos (tal vez siempre necesité tiempo para creerme loco) como los ruidos.

Después de una puerta se acomodan los latidos de los lugares vaciados con el mismo ritmo decreciente del temblor del agua que se aquieta. Todo se diluye luego. A veces se tiene conciencia exacta de cuándo son las veces de las cosas y cuándo son las imágenes, pero otras uno se destiñe en el delirio: si acertar a señalar el límite entre la realidad y la imaginación.

Así era siempre que se iban, el silencio se hinchaba de pared a pared, una niebla para mí solo como si yo lo segregase. Yo era un reloj de silencio porque el tiempo sólo existe en los relojes y este silencio me necesitaba para existir más por un testigo. Y los tenía a todos, silencio de cada uno, porque se habían ido como siempre.

El sobresalto viene cuando uno no espera el hecho que lo sobresalta. Cuando yo estoy solo gobierno todo y si quiero ahuyentar el silencio yo mismo grito. Por eso me sobresaltó esa presencia de otros en otros gritos afuera que yo no decidía. Me perforaban el albedrío de ser yo solo todo lo que había quedado. Es cierto, hay cosas que me despistan, por ejemplo el teléfono, porque el teléfono si no hubiera sonado podría haber sonado o no. Si yo no hubiera atendido podría haber seguido sonando o haber dejado de sonar. Ese desorden de arena histérica e irregular, metódico grillo de metal.

Nadie contestaba. Qué vacío es el lugar donde deben ser las voces, que no están. Una pregunta infinita, la lógica la limitaría a las posibilidades de un cuaderno telefónico o amistades no anotadas. Pero bastan sólo dos para lograr una duda infinita, y nadie contestaba. Cerré los ojos, el golpe se demoraba, los abrí, sin miedo porque siempre que juego a las apariciones no aparecen.

Necesitaba el teléfono. Era como irme por las ramas. Descolgué, como asomándome a un abismo rojo, ese zumbido redondo y caliente, ¿quién lo sentiría frío o alargado? Pensé entonces que cualquier voz podría reemplazarlo, ésa fue la primera vez, todo el mundo es en una mano un lugar común para todas las cosas, como un único ahora para todas las veces. Es una historia rectilínea, numérica si se tiene ritmo, y si no simplemente sucesiva.

ENTONCES COMPRENDÍ

Yo estaba lleno de nuncas y ahora lo comprendía.

En verdad hasta que algo ocurre no se tiene certeza de si pasará o no, por eso creo que la única verdad evidente es lo que pasa, porque lo que no ha pasado tal vez pase, y si por tal vez quiero saberlo cierto tal vez espere siglos a que ocurra lo que me muera esperando.

Lo que me asombraba de la casualidad era que fuesen las que eran y no otras. Tal vez eso era la casualidad.

Es decir, es difícil saber cuándo las cosas que nos pasan por el lado son el fin o algo de una historia que empezó antes en alguna parte y un día sin nosotros. También es difícil saber cuándo alguno de esos hechos son el principio de una historia que empieza con nosotros o con alguien allí donde estamos.

Uno nunca pregunta o piensa en cómo son en realidad las cosas que nos parecen, porque nos basta el nosotros que tienen esas cosas.

Pensé que lo que pasa tiene siempre un aquí y un ahora, entonces comprendí que a lo mejor ahora pero en otro aquí, o que en ese mismo lugar y en otro momento, o que en mi sitio y en mi momento pero con otro lenguaje de evidencia. Entonces pensé que era la certeza. Que siempre faltaba para la certeza.

Nariz siria

Voy a no dormirme. Tal vez quiero, tal vez no puedo… tal vez qué sé yo.

Tengo una birome y pienso que trato de escribir. El cuaderno es blanco desde siempre, desde algún día, y tengo nada más que decir esto, o nada.

El frío, tal vez, me toca y me llama.

Quizá no estoy allá.

Alguien ha dejado abierta una puerta y no sé cuál de las tres de mis hermanas respira tan fuerte.

Los muebles se desperezan en la sala.

Tengo una idea genial: ¿Quién puede recoger las sombras, si sin luz no se ve y al prender la luz, simultáneamente desaparecen?

(Releo.)

Me parece que mi idea es una cagada.

De todos modos tengo la pomada para los granos y no quiero dormirme.

Qué macana, no puedo fumar. Claro, yo no fumo, pero igual.

Tal vez con un poco de suerte mañana no se me noten tanto.

¿Cómo será?

Me dijo que alta y con una nariz "siria". Yo le pregunté que cómo eran las narices sirias. "Como la mía."

Dijo que era alta, yo soy bastante petiso, y si encima no se me curan algunos granos. Tengo miedo de un dolor redondito al costado de la nariz. Ojalá que no sea otro, ésos son de los grandes.

Bueno, después de todo hoy la Kelly me dijo que estaba bastante pintón.

Además, no soy un acomplejado de ésos…

"Leie", ojalá que no sea un feto.

A las nueve me dijo, ¿no?

Mirá que hacerse la rata.

Qué joda. ¿Tendré guita?

Claro, damos una vuelta al lago. Debe ser linda, la voz me gusta.

Hoy me pasé, estuve un doctor.

No sé de dónde me salen las cosas pero le mando cada frase…

Debe pensar que soy repiola y un bocho; la verdad, tengo un poco de miedo.

Estos granos, sobre todo el del pómulo, me siento ridículo, como si estuviera desnudo, con bolas en la cara.

¡Qué cagada! Esta pomada. ¿Será buena?

Después de todo tal vez no valga la pena ir, seguro que es un feto, además es sonsa, por teléfono no dice nada.

Ma sí, a falta de pan buenas son tortas.

La María, por ejemplo. A la María la largué, me tenía podrido.

¿Cómo será? ¿Qué pensará de mí?

¿Y si no me parezco a mí?

Sí, me dijo a las nueve.

Esta pomada de mierda. Quiero rascarme y no puedo.

¿Y si la viera a la tarde?

Como no llegue a sonar el despertador.

¿Y si me quedo dormido? Buena la haría.

Granos putos. No creo que sea tan alta; tal vez con tacos…

Dicen que está bien.

Tendrá muchos machos.

Sobre todo el del pómulo, me siento ridículo.

¿A qué hora pondré el despertador?

Sí, no dije nada, tal vez no me despierten.

Lo más seguro es el reloj.

¿Y si no suena?… No.

Mañana será otro día.

Carajo, cómo pica.

Bah, no voy nada, después de todo debe ser un feto, sí, una flaca fetosa.

No vale la pena.

Además esta pomada no me deja dormir.

Chiquita de boca

Hoy es domingo 22 de octubre, y estaba recordando mis Domingos con mayúsculas, los de mi niñez, los anteriores a los siete años, los de mi casilla verde (bien pintadita) con lajas amarillas. Con un sol amarillo y un cielo azul, y los mismos colores en la vieja radio, que mi padre tenía sobre el dintel de la cocina, mientras se afeitaba, pausadamente, escuchando los goles de Boca en la radio; entonces, todo era triunfo, todo era amarillo y azul: Norma, Amalia, Herminia, Abel…

Caín no, Caín tenía el pelo negro y los ojos oscuros, como yo, y jugaba en el fondo del terreno con sus primas más grandes. Las ataba alrededor del tronco y ellas gritaban como si estuvieran prisioneras, sobre todo Sara que ya estaba por casarse y Ercilia que también tenía novio; yo dejaba mi juego de té de porcelana y mi muñeca articulada que me llamaba: "Ma-má, ma-má", y me quedaba mirando bajo la sombra de la higuera sin entender. (¿Los grandes pueden entender? ¿Los grandes también juegan?)

Entonces aparecía Abel, tan alto, tan bueno, tan macho: nunca vi una cara de hombre tan linda. Yo lo adoraba, y él a mí también. Cuando me alzaba a upa, me parecía que estaba volando, volaba en realidad, estiraba mis piernas largas hacia atrás junto con la cabeza y quedaba como un arco, mi pecho sobre su pecho; entonces pasaba una brisa entre la higuera y mi pelo y yo le decía: "Abel, tenés el cielo en los ojos, y en el pelo el sol", y en ese momento se sentían los mismos colores en la boca de mi padre.

Chiquita

MAMITA DE AZUL

¿Son más los días de lluvia que los de sol?

Yo diría que no.

Y para un sol con flores y cosas lindas, la lluvia pasa.

Yo lloví una vez sobre tu tierra seca sobre tu silencio árido, sobre todas tus cosas consagradas hacía mucho como un huerto y que la primavera no pasaba a recoger yo lloví y pudiste la primavera. Yo no era indispensable ni bueno, ni mejor ni sueño.

Todo tu ritual diario se detiene hora por hora sobre el sueño de lograr un sueño.

Yo te regalo ahora desde aquí mi soledad sin tristeza, mi silencio sin primavera y sin lluvia; mi huerto sin labriego que vive igual, porque donde la tierra no amamanta flores las hormigas que también tienen un lugar, hacen su iglesia. Yo no necesito lluvia para mis hormigas, pero un día se me mojaron las manos, toda mi tierra rodó crecida por dentro de campanas y me creció una flor azul donde las manos se juntan por adentro.

El mundo, para todos es una tenaz manera de ser con todas nuestras cosas, y por eso para que no tuvieras hormigueros todas mis hormigas tejieron una flor sin palabras que guardaba tu nombre como un viejo fervor.

Yo te acerqué la flor como una última manera de mi lluvia sola y el mundo te recuperó de nuevo con la espalda vuelta a la tristeza y el corazón alto esgrimido para continuar la espera que empezó tu sueño.

Gracias por haberte sido bueno, por temblarme la mano, ronca cuando te escribo, por tener alguna noche, raíces que siempre han sido piedras. Gracias por decirme gracias y por no haber sido más allá de una noche otra cosa que un sueño confuso.

A la hora del mundo todo lo que te alcance la tarde espera su hora.

Ya pasó mi hora, la hora de ser una noche, de tener una flor clavada en una piedra.

Yo también recupero mi mundo, mis calles verticales, mis trincheras mi egoísmo cotidiano mi olvido, mi mentira y mi tristeza renegada que alguna noche cuando no recuerdo que ya te he olvidado te regala su último oficio para nombrarte.

Y por eso gracias también, por regalarme esta tristeza corta esta manera de poder ser lejanía.

Yo nunca tuve raíces, y la lluvia se volvió a las nubes porque yo no uso primaveras.

Hoy por fin mi corazón (¿corazón?) se asoma al sol.

Tu mejor manera, el mundo que yo nunca he sido te recoge y yo guardo sin que nadie sepa una noche separada de tus días para que tengas un recuerdo olvidado que te nombre más allá de tu vida.

Ésta fue la primera carta que te escribí. Mamita de azul

Ahora, casi treinta años o más después, una distancia para siempre después no sé qué decir de que todavía no sé qué decir de haberte no sé qué decir mañana.

A + B

Una pareja de amantes.

Una familia sin hijos.

Una amante.

Otra.

Una fuga.

La mujer se descubre embarazada.

Él vuelve. Ella no está.

La amante lo quiere.

La mujer a ido al hospital.

Él no lo sabe.

Ella aborta, porque no quiere un hijo sin padre, ya que no tiene mucho dinero.

Al volver, se encuentra con él, comprenden el error mutuo, pero se convencen de que tanto equívoco y dolor ha servido para unirlos.

Deciden casarse.

Pero la ex amante reaparece, embarazada de él.

Y entonces, arguyendo la necesidad de meditar, le aconseja a él lo mismo.

Al volver por la noche, él se encuentra una carta de ella, donde lo abandona.

Aparece la amante embarazada.

(En otra escena, sola, con un chico en brazos.) Lo deja en una cama. Atiende el portero eléctrico. Luego abre la puerta y se besa con un segundo hombre, que es su marido y el padre de la criatura.

Que luego de su aventura, la ha perdonado.

Cuando él se va con la segunda amante, ella reanuda sus relaciones con un viejo amante que la esperó.

Aborta para ocultar.

La vuelta de él y la aparición de la segunda amante embarazada es el mismo día.

La primera vuelve con el anterior novio y el segundo se queda entonces de araca.

QUÉ ME IMPORTAN LOS GATOS

—Se está muriendo un gato en alguna parte.

—Sí, pero también gente.

—La gente se muere porque la gente se mata.

—¿Los gatos? ¿Qué me importan los gatos?

*

Una hormiga lleva la misma cantidad de muerte que un rinoceronte.

¿La cantidad de muerte es la necesidad posterior?

La duda infinita es estática alrededor de mí hecho punto

Es decir, es difícil saber cuándo las cosas que nos pasan por el lado son el fin o algo de una historia que empezó antes en alguna parte y un día sin nosotros. También es difícil saber cuándo alguno de esos hechos son el principio de una historia que empieza con nosotros o con alguien allí donde estamos.

Uno nunca pregunta o piensa en cómo son en realidad las cosas que nos parecen, porque nos basta el nosotros que tienen esas cosas.

La duda de dónde infinita es estática alrededor de mí hecho punto.

Entonces ya no me importó decir algo que no fuese nuevo.

Ya no era vital romper sistemas o inventar nada para poder caber un nombre que también yo inaugurara. Abolir costumbres. Y la costumbre de abolirlo todo. Si es cierto que todos los usos pierden verdad cuando el anillo encuentra su principio. Pero desusarlo todo por temor a bajarme del tiempo, como si repetir fuese quedar.

Lo que me asombraba de la casualidad era que fuesen las que eran y no otras. Tal vez eso era la casualidad.

Si es que empiezan, las cosas tienen que empezar por alguna parte.

¿Principio? Cualquier cosa que sea la primera vez.

Un hacia infinito es una esfera (alrededor)[al cuadrado] del centro como un punto contemplativo.

Encontrarme al fin conmigo, yo siempre habría sido aquí y ahora y siempre hubiera sido yo.

Donde hayamos sido porque ser es siempre alguna parte y cuando

A cada momento las cosas son una de las infinitas posibilidades que ya no son probables.

Recogiendo nosotros en todas partes, he sido solo todas las tardes.

Como un ciego que se abre por la noche, no lo sabe.

Todos los dibujos posibles en los grados del blanco al negro, sobre una hoja determinada, están comprendidos en ella absolutamente pintada de negro, de manera que restándole todas las posibilidades de un borrador sobre ella volvamos al blanco inicial.

NO SÉ QUÉ DECIR DE HABERTE NO SÉ QUÉ DECIR

No sé qué decir de haberte no sé qué decir mañana no significa decir en futuro, sino decir cosa mañana.

*

Hubo confidencias que no debieron ser respuestas.

Mi adorada azul

Desde aquí mi adorada azul, tengo la noche al hombro y una luna de sangre a media asta.

He perdido la voz como la dulzura de las manos en las piedras, y mis telares vacíos se levantan de invierno hacia el horizonte de los labriegos partidos.

Desde aquí, soy. Busco y donde el mundo pierde las palabras y las manos, levanto tu imagen que es mi soledad.

Las trincheras profieren las batallas. Las esquinas deponen su pavor de fuga, y huyen las ciudades, también los silencios y los cementerios, huyen de cal o de terror frontal, hacia el espanto, hacia el silencio vivo donde se pierden las palomas mensajeras.

Los muertos no tienen la culpa de su sangre. Las hormigas se agremian en los vientres dulces, feroces, finales, para siempre.

Bullen relámpagos desiertos en las catacumbas quietas de las sangres y yo no estoy quieto de sangre aún, no acabo, y sigo con el rencor de las solas medianoches atascando el dolor de mis cerrojos como un sabor a la mitad del cuello, de vino, de náuseas y de beso.

Aquí, desde aquí, crucifico mi abismo vertical sobre la tierra, remoto grito sin raíces que viene de la profecía que se duda o se pregunta cada día.

Mejor será dar paso a los ratones. Taller ansioso del olvido, donde el sueño pierde el rastro contra el vino, de la tarde que pierde testimonio.

Hoy peregrino de mi suicidio de silencio recorro mi ermita sin estrellas con la noche al hombro y el hambre de las manos aturdido sobre el pan de los espejos.

Venía desde otra historia, el día es siempre aquí, la hora es siempre ahora. Y porque tengo todavía todavía, todavía vive mi despojo de garganta como un obstinado suicidio en golondrina, porque el mar es más extenso que las alas.

ANTOLOGÍA DE JARON

Amigo, un día nosotros

hacia el silencio que se alarga a cada carta

volveremos como al silencio sin principio

hasta la primera palabra.

Hoy olvido por los dos las flores

la tierra es un barco desnudo

el pan nos viene sin campanas

amor amigo amor

vaso que agua en sed. Nos basta

amigo, amigo amor

ésa es tu locura de la estirpe humana

ése es el pecado si el acero el número

pero qué importa! ¡Canta!

bébete las venas

borracho de mi sangre vana

que yo existo de verdad si tú me pasas

y tú que tú como si fueras

antes y después de los espejos

existes aunque yo no sea.

VUELVO AL HOMBRE

Vuelvo al hombre y golpeo

de inexplicables dogmas he venido el puño

y no pregunto a la espera

por el ruido de los cerrojos hambrientos

he vuelto al hombre y golpeo

…y espero.

SIGNIFICACIÓN DEL UNIVERSO

Toda piel humana o de perro es la carta geográfica del mundo.

 

 

 

 

 

Autor:

Jorge Lemoine y Bosshardt

Partes: 1, 2, 3
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