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Los templarios, sus claves históricas y misterios (página 2)


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El resto de los musulmanes sin embargo eran tolerantes respecto de los cristianos, a quienes le conferían plena libertad religiosa, fruto sin duda del refinamiento de la cultura árabe, muy adelantada entonces a la occidental tanto en el plano cultural y artístico como en el científico y económico.

Por otra parte, los cristianos que vivían en Palestina eran bizantinos, es decir, dependientes de la Iglesia de Constantinopla, la Iglesia Ortodoxa,  enfrentada y sustraída del control de la romana fruto del cisma religioso de 1054. Por lo tanto, en vísperas de la primera Cruzada, como puede observarse, las tensiones en Palestina no se limitaban a los enfrentamientos entre los turcos selyúcidas y cristianos sino que comprendía igualmente las rivalidades existentes entre la Iglesia católica y la bizantina.

En noviembre de 1095, la Iglesia católica celebraba un concilio en Clermont-Ferrand (Francia), bajo la autoridad del papa Urbano II, con el objeto de mantener la paz y preservar la unidad entre los diferentes estados cristianos de Europa. Es entonces cuando se proclama la primera Cruzada, bajo pretexto de que los musulmanes estaban sembrando el terror entre los peregrinos y cristianos de Palestina. Reunieron al pueblo ante la plaza y les exhortaron a ir a Jerusalén para expulsar a los infieles y liberar el Santo Sepulcro de Jesucristo. 

Nada más concluir el discurso, un predicador menor, Pedro de Amiens, conocido como El Ermitaño, comenzó a gritar: Dios lo quiere, Dios lo quiere. La expresión subyugó de tal manera a la multitud que se acabaría convirtiendo en el lema de combate de los cruzados. Hombres, pero también mujeres, niños e incluso ancianos partían desde Francia, Inglaterra, Alemania, España e Italia… con la convicción de la causa divina. Guiados por Pedro el Ermitaño y Gauthier Sans Avoir, un cortesano francés, siembran el terror por donde quiera que pasan, matando y desbastando las regiones que atraviesan. Cruzan por Constantinopla, hasta llegar a Nicea, entonces plaza turca, donde en pocos días son sin embargo detenidos y diezmados.

En el invierno de 1096 una segunda Cruzada se pone en camino hacia Israel, esta vez conducida por caballeros formados en la milicia, entre ellos, Godofredo de Bouillon, Raimundo IV, conde de Tolosa, Bohemundo de Tarente y Tancredo de Hauteville. Pasan por Constantinopla, vencen en Nicea y llegan a Antioquia, en donde algunos, tras padecer fuertes temporales y epidemias, regresan a sus países de origen en barcos genoveses y venecianos. Finalmente, después de sangrientos combates, la expedición toma Jerusalén en 1099. 

Cuando los cruzados llegaron a Jerusalén, la ciudad ya no estaba tomada por los turcos selyúcidas, sino por egipcios musulmanes que los habían expulsado. Para evitar contiendas religiosas, éstos, atendiendo a su talante más tolerante, habían reestablecido la libertad de culto. Pero los cruzados acabaron sitiando Jerusalén y convirtiéndolo en un reino cristiano. Nombraron como monarca a Godofredo de Bouillon y crearon tres principados, los de Edesa, Antioquia y Trípoli.

Turcos y árabes se alían entonces para combatir a los dominadores cristianos, quienes a su vez responden dando lugar a las diversas Cruzadas que tienen lugar entre los siglos XII y XIII. Pese a su carácter miliar, ello no impedirá que se sucedan espontáneamente otras cruzadas impulsadas por la exacerbación popular. En 1212, por ejemplo, surgió la cruzada De Los Niños nuevamente en Francia, encabezada por un pastorcillo de Vendôme. Un inmenso tropel de 30.000 niños y jóvenes embarcaban en Marsella hacia Jerusalén, pero engañados por mercaderes son conducidos hacia Alejandría, en Egipto, donde serán vendidos como esclavos. O la cruzada De Los Pastorcillos, en la que participaron de manera similar miles de jóvenes alemanes en 1250, pereciendo trágicamente en su marcha hasta Bríndisi, en Italia.

En la península ibérica, los monarcas portugueses, castellanos y aragoneses quedaron exonerados de las expediciones a Tierra Santa por considerar que la Reconquista española, emprendida contra la hegemonía musulmana, respondía a los mismos ideales que salvaguardaban la cristiandad. En el caso de los Templarios, destacaba su presencia en la ruta jacobea, configurando a Santiago de Compostela, al igual que Jerusalén, como lugar de peregrinación y Santo Lugar.

La novena y última cruzada concluyó en 1291 con la pérdida de San Juan de Acre por parte de los cruzados. Los templarios, que habían sido un gran apoyo para las fuerzas militares en Tierra Santa, se repliegan a Chipre, donde permanecen hasta su disolución en 1312. A partir de ese momento, Oriente Medio cayó progresivamente bajo la dominación musulmana y el cristianismo, tanto católico como ortodoxo, perdió su influencia en esta parte del mundo.

Los Orígenes del Temple

Tras la primera Cruzada, nueve caballeros franceses decidieron fundar una Orden, entre cuyas intenciones, y a diferencia de lo que sucedía con los cruzados, no estaba la de combatir sistemáticamente a los musulmanes. Tampoco asistían a pobres y a enfermos, cuya labor desarrollaban los Caballeros de San Juan (más tarde, Caballeros de Malta) o poco después también los Hospitalarios, creados en 1120, ni tampoco quedaban circunscritos a un ámbito territorial de actuación -tal es el caso más tardío de los Caballeros Teutónicos, surgidos hacia 1198 en los territorios del Báltico. Su especificidad no parecía ser otra sino la de defender a los cristianos que peregrinaban a los Santos Lugares.

Hugues de Payns, quién fuera realmente el promotor inicial y su primer Gran Maestre, Geoffroy de Saint-Omer, Geoffroy Bisol, André de Montbard, Payen de Montdidier, Archambaud de Saint-Amand, Gondemar, Rossal y Hugues de Champagne se instalaron en Jerusalén y fundaron la Orden de los Caballeros del Temple en 1118. Balduino II, que reinaba entonces en la ciudad de Jerusalén, les permitió establecer sus cuarteles generales en una sala de su palacio, situado cerca de la mezquita de Al-Aqsa, llamada también La Única, en la explanada del que fuera antiguo Templo de Salomón y del que, por dicha razón, tomaron el nombre de templarios… Ciento noventa y seis años de vida para una organización poderosa a la par que controvertida, veintidós Grandes Maestres hasta que en 1314 desaparecen.

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Cerca de sus cuarteles se encontraba también la mezquita de Omar, conocida como la Cúpula de la Roca (Qubbat al-Sakhra). Para la tradición judía era el lugar en el que se encontraba el santum santorum del Templo de Salomón, estancia en la que supuestamente estaba depositada el Arca de la Alianza. El Templo de Salomón fue construido por Hirma alrededor del año 1010 antes de nuestra era, siendo destruido, en lo que fuera su primera construcción, por el rey Nabucodonosor en el 587 aC y, tras sucesivas reconstrucciones, finalmente por el emperador romano Tito en el año 70 dC. Estaba asentado sobre el monte Moriah, cuya cima rocosa alberga y le da nombre -la Cúpula de la Roca es su último vestigio. Según refiere la Biblia, en este lugar el ángel le pidió a Abraham el sacrificio de su hijo Isaac, deteniéndolo poco después tras comprobar la obediencia ciega del patriarca.

También es igualmente importante para los musulmanes, pues desde su cima ascendió el propio profeta tras su muerte. La roca presenta además, según esta tradición, las hipotéticas huellas del pie de Mahoma y de la mano del arcángel Gabriel que se le apareció. 

La mezquita de Omar, construida en el 692 es de base octagonal… estructura que servirá de modelo para numerosas construcciones templarias. Interesados como estaban por la Cábala concedían gran importancia a la ciencia de los números. De hecho, este tipo de planta será una de las más empleadas, dado que el número 8 simbolizaba para ellos la armonía entre los mundos material y espiritual.  

Este modelo de construcción es característico de la cultura musulmana y es retomado por los Templarios. Sale de la propia cruz templaria, pues basta con dibujar su contorno externo para obtener el octágono. Llamada por ello mismo Cruz de las 8 Beatitudes, pero este concepto puede encontrarse generalizado en todo el Islam. Su relación simbólica, la armonía entre los mundos material y espiritual, dejando al margen la de Omar y buscándola en otras geografías bien distintas, puede apreciarse de mejor manera en la mezquita de Lotfollah (Isfahan, Irán), en la plaza del Imán, Naqsh-é-Jahan, una de las más hermosas del mundo. 

A la planta octogonal se le superponen progresivamente, según observamos, dos niveles de 16 y 32 lados, quedando coronando el alzado con el círculo de la cúpula semiesférica que la cubre. Más allá de una solución arquitectónica hay aquí un significado místico.

Una progresión ascendente que pone de manifiesto la cuadratura del círculo, la conversión de lo material -lo octogonal, como primer desarrollo de la cruz templaria, pero también del número cuatro o cuadrado, que cabalísticamente representa la manifestación- en lo sagrado, simbolizado en este caso por el círculo. La plasmación geométrica que resuelve la anhelada formulación matemática de francmasones, alquimistas y cabalistas medievales: la cuadratura del círculo, tierra y cielo simbólicamente unidos en un recinto que necesariamente habría de ser sagrado. 

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Cerrando parcialmente la explanada en la que fueron construidas las mezquitas de Omar y Al-Aqsa quedaba todavía un muro del antiguo Templo de Salomón, el llamado Muro Occidental o Muro de las Lamentaciones, como se le conoce hoy en día, un importante lugar de plegaria para los judíos. Si a todo esto le añadimos que metros más abajo se encuentra el Santo Sepulcro, la tumba de Jesucristo según la Iglesia católica, se explica que Jerusalén fuera considerada por igual la capital religiosa de judíos, musulmanes y cristianos.

Pero vista la relevancia espiritual y religiosa que el lugar tiene, volvemos a los orígenes de los Templarios. Para dar más legitimidad a la Orden, los templarios buscaron el reconocimiento de la Iglesia jurando fidelidad a Teocleto, Patriarca entonces de Jerusalén y a quien consideraban el sexagésimo séptimo sucesor del apóstol Juan -otra peculiaridad más de los templarios, cuya veneración por el apóstol Juan estaba ligada a una visión más gnóstica de los Evangelios.

Asumieron la regla de San Agustín e hicieron votos de pobreza, hasta el punto de hacerse llamar Pobres Caballeros de Cristo. Momento a partir del cual se ocuparon de la protección de los cristianos en Jerusalén, sus caminos y alrededores.

Por lo que concierne a la regla monástica, Hugues de Payns se sirvió de uno de sus amigos más influyentes entre la monarquía y el clero de la época, San Bernardo, fundador de la abadía de Claraval y perteneciente a la orden del Cister. Esta orden, hasta la fundación del Temple, había sido refugio para caballeros y trovadores que, hastiados de los trasuntos cortesanos, decidían retirarse a la vida contemplativa. Fundada en 1098 por San Roberto en la abadía de Citeaux (Francia), se proponía la renovación y recuperación de los ideales benedictinos desbancando a la antaño todopoderosa Orden de Cluny, de la que procedía y cuya regla enmendaba en un intento por regresar a la pureza de la regla originaria.

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San Bernardo de Claraval sería quien redactaría los estatutos de la orden del Temple, basándose en la regla de San Agustín. Animando incluso a sus familiares -entre ellos, los condes de Champaña- para que participasen en su fundación con donaciones y legados. De hecho, su tío André de Montbard será uno de los nueve caballeros fundadores.

Inicialmente, se habían planteado cuestiones de conciencia ante la sola idea de una milicia cristiana, pues pudiera resultar teologalmente contradictorio con el mensaje pacificador y amoroso de Cristo. Pero la defensa encendida que realizó San Bernardo con su texto De Laude Novae Militiae (Elogios a la Nueva Milicia) durante el Concilio de Troyes, celebrado en la Francia de 1128, le permitió a la Orden del Temple obtener finalmente el reconocimiento del papa Honorio II. Para arrojar cualquier sombra de duda, algunos años después, la bula Omne Datum Optimum publicada en 1139 por Inocencio II reconocía a los Templarios como defensores de la Iglesia por expresa voluntad divina ante los adversarios y enemigos de Cristo, con lo que quedaban completamente legitimados en su propósito y fundación.

Desde entonces sus vidas quedaron perfectamente regladas, entre ellos los votos de celibato y pobreza, a la par que sus signos perfectamente definidos.

Su estandarte, el Boussant -bandera partida en dos cuarteles, uno blanco y otro negro, y donde junto con la cruz templaria aparece la divisa de la Orden Non Nobis, Domine, non Nobis, Sed Nomini tuo Da Gloriam (No a nosotros señor sino a tu Nombre sean dada toda la gloria)… los sellos, sus vestimentas. En relación a estas últimas, debe saberse que, atendiendo al sistema altamente jerarquizado de la Orden, el Gran Maestre, los comendadores y los caballeros llevaban un hábito blanco, los capellanes un hábito marrón, los sargentos un hábito gris, al igual que los escuderos que se iniciaban en la caballería, y los artesanos y domésticos un hábito negro, intentando con los colores reflejar igualmente el estado evolutivo de sus devotos servidores. Pero cubriéndose todos, aunque no la llevaran de manera permanente, con una capa blanca como símbolo de pureza y, sobre el hombro izquierdo, la cruz roja paté.

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Es importante reseñar que la Cruz, más allá de las connotaciones cristianas, guardaba el simbolismo propio de su naturaleza esotérica. Extraída igualmente de la figura del octaedro, que sirve como planta de sus templos y al que ya nos hemos referido, por los triángulos que forman sus aristas, la cruz venía a representar los cuatro puntos cardinales, algo así como el mapa cósmico elemental de la creación. Pero sin lugar a dudas, lejos ya de entenderse la vía mística como algo puramente exclusivo de ascetas y eremitas, viene a significar aquí también la confluencia o, mejor, el anclaje de lo espiritual (representado por el eje vertical) en el mundo material (eje horizontal), al objeto de moldearlo y evolucionarlo… una vez más, la unión de cielo y tierra propugnados por la doctrina cristiana.

Se constituía entonces una orden de monjes soldados, cuyos postulados eminentemente cristianos hacían conjugar la vida monástica con la actividad guerrera. Un controvertido punto que sin embargo no superará lass reticencias iniciales debilitando su legitimidad futura, dado que quiebra en origen la mínima coherencia teológica. Y es que el concepto cristiano de guerra justa en términos de guerra santa -como también sucede con su equivalente islámico de yihad– queda pervertido en su sentido. En su interpretación más purista, hace referencia a una actitud personal que el individuo debe tener para consigo mismo. El creyente debe guerrear contra su propia naturaleza inferior, por expresarlo de alguna manera, para poder acceder así a los planos superiores de conciencia y espiritualidad. Pero lo que en principio es perfectamente acertado, por contra, cuando el concepto es tomado en su literalidad más expresa se extrapola en términos de combate físico contra el infiel, cayendo en un fanatismo religioso que dista mucho del perfeccionamiento espiritual que se busca en el creyente.

Otros Misterios y Leyendas Templarios

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Hay un hecho extraño ya en los inicios del Temple que cuestiona el sentido mismo de la Orden. Durante sus primeros nueve años de existencia no se incrementaron nuevos caballeros ni entraron en combate y, a decir de algunos de los testimonios, se temía ese momento pues aunque tenían numerosos adeptos no se les había preparado adecuadamente. Si a ello se suma la mencionada inconsistencia teológica, cabe pensar que sus fines o al menos sus objetivos más importantes fueran otros. En este sentido, no es de extrañar que su historia aparezca especialmente ligada a las sagradas reliquias: la Lanza de Longinos, el Sudario de Jesús, el Santo Grial… o el propio Arca de la Alianza.

Algún autor como Charpentier, en Los Misterios Templarios, ha aventurado la hipótesis de que los primeros templarios buscaron y encontraron el Arca en las caballerizas del que en otro tiempo fuera Templo de Salomón y donde se alojaron (actualmente la mezquita de Al-Aqsa), siendo escoltada secretamente a Francia. El Arca de la Alianza era un recipiente de oro, rematado con alas de querubines y en la que se custodiaba, entre otras piezas relevantes, las Tablas de la Ley con las que Moisés había suscrito la alianza del pueblo judío con Yahvé. En tiempos de Salomón el Arca estaba depositada en el santa santorum del Templo que mandó construir. Maimónides, filósofo árabe, citaba a propósito de ello la existencia de una cavidad secreta bajo el Templo con el objeto de esconderla en caso de destrucción -como así sucedió- y en el que presumiblemente los templarios estuvieron excavando.

Con el Arca, indica el autor, debieron encontrar además patrones y medidas propias de la geometría sagrada empleada en el Templo de Salomón y que después utilizarían en la construcción de las catedrales góticas. Atrevida suposición, pero de alguna manera explicaría también la repentina irrupción del arte gótico en la Europa de 1130, un enigma que la investigación histórica siempre se ha planteado.

Tan distinto del románico, que le precede, el estilo gótico tiene un refinamiento y una complejidad que no puede considerarse evolucionada del románico y, sin embargo, aparece de repente, casi siempre en las abadías cistercienses íntimamente ligadas a la fundación del Temple.

Si el románico llega a su plenitud después de múltiples mejoramientos a partir del estilo romano y bizantino, el gótico, comparativamente mucho más complejo, surge sin embargo, sin solución de continuidad, de golpe, completo y total. Aparece después de la primera cruzada y especialmente tras el retorno de los Caballeros templarios con su secreto, de estimarse cierta dicha suposición.

Un secreto que tendría que ver con la utilización de una geometría sagrada en la construcción de templos y catedrales. Depositarios de una tradición oculta, con sus capiteles y gárgolas, con sus galerías, la altura de sus agujas y campanarios bien pudieran desvelar conocimientos heredados del antiguo Templo de Salomón o bien de Moisés, quien sin duda estaba formado en las técnicas constructivas del antiguo Egipto. De allí obtendrían, siguiendo con la hipótesis de Charpentier, las relaciones geométricas que emplearían poco después en la construcción de las catedrales. De hecho, se van a encontrar en ellas multitud de inscripciones relacionadas con los templarios. La catedral gótica de Chartres por ejemplo, muy cerca de Paris… o las más tardías Capilla de la Abadía de Rosslyn, en Escocia, y la iglesia de Saint-Merry contienen inscripciones sobre las sagradas reliquias además de las relativas al Arca o a otras expresiones iniciáticas y ritualísticas. En el pórtico de esta última, construido por lo demás en el XIX, se encuentra una de las representaciones más claras de lo que podemos conocer como el Bafomet.

El hecho de que se hubiesen llevado secretamente a Francia algún tipo de documentos u objetos, enlaza con un suceso extraño que aparece siglos después, en 1885, en una población del sur de Francia llamada Rennes-le-Château. Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, autores de El Enigma Sagrado, sacan a la luz una tradición oculta que enlaza con las leyendas sobre el Grial, el culto a Maria Magdalena, los Cátaros, la Orden de Sión… así como otras que circularon durante el medioevo -ahora, con presunción histórica y profusamente documentadas- y de cuyo secreto eran conocedores, según observan los autores, los propiosTemplarios.

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Parten de la suposición de que el Grial, la copa de la última cena y en la que José de Arimatea recogiera la sangre del Cristo crucificado, hubiera viajado junto a una pequeña comunidad cristiana hacia Europa, en concreto, hacia el Sur de Francia o al país de Gales, Inglaterra, dependiendo de la tradición del lugar. En todo caso, lo significativo de ello es que como cabeza de la incipiente comunidad cristiana estaba María Magdalena, quien aparece además como esposa de Jesús y embarazada de él. Los merovingios, siguiendo la línea interpretativa de los autores, reivindicaron este linaje, que habría sido preservado a lo largo de la historia por la Orden del Priorato de Sión. De hecho, hay quienes consideran que la expresión Grial proviene de San Greal, Sangre Real, lo cual entroncaría además con la propia legitimidad al trono de Israel de Jesús de Nazaret, pues descendía a su vez de rey David…

Hay quienes avanzan incluso que el culto a María, profesado por los templarios -quienes solían dar a sus catedrales el nombre de Nuestra Señora- estaba referido a María Magdalena. El poco conocimiento riguroso que se tiene de la Orden ha dado pábulo y entrada a un supuesto sincretismo pagano que con ellos se habría instalado dentro de la tradición cristiana. Llegado este punto, e independientemente de que tales extremos fueran o no constatables, lo cierto es que sus Vírgenes Negras podrían, por otra parte, enmascarar antiguos cultos de otras tradiciones paganas. Guardan relación, según esta heterodoxa línea de interpretación histórica abierta, con el culto a la madre Tierra que pervivía en la cuenca mediterránea antes del cristianismo. Y aquí nos remontamos al Egipto faraónico, dado que los antiguos egipcios identificaban el color negro -el que tenía el limo del Nilo cuando se desbordaba nutriendo la cuenca- como una prueba inequívoca de la fertilidad de la tierra.  

Era un culto esencialmente femenino, basándose en el hecho de que la Tierra, al igual que la mujer, era procreadora de vida. Una explicación que entronca con la que Fulcanelli daba en El Misterio de las Catedrales, cuando nos indicaba que la imagen de la diosa Isis en basalto negro era venerada en las criptas de los antiguos templos egipcios. De manera análoga, las representaciones con su hijo Horus en el regazo pasarían a formar parte de la iconografía cristiana, a lo largo y ancho de la historia del arte religioso de occidente, a través de las prolíficas escenas de maternidad en las que la Virgen aparece junto al niño. 

El Proceso de los Templarios 

Tras los reveses de la séptima cruzada, Gregorio X deseaba integrar las distintas fuerzas religiosas que actuaban en Tierra Santa con el fin de presentar un frente unido y más fortalecido ante el asedio de los musulmanes. Así, en el Concilio de Lyon de 1274 planteó reunir las órdenes del Temple y de los Hospitalarios. Solo la negativa de los  reyes de Castilla y de Aragón hicieron fracasar la iniciativa. Pero la propuesta se volvió a plantear años más tarde, durante el pontificado de Clemente V, si bien con la negativa en este caso de Jacques de Molay, Gran Maestre del Temple durante este período. Incluso el monarca francés Felipe IV -que, más allá de la táctica política o militar en Jerusalén, intentaba poner límites al poder del Temple- llegó a plantear la integración de las órdenes militares religiosas bajo el mando único centralizado en uno de sus hijos. 

El rechazo a la fusión por parte de los templarios, dejaba el campo libre para sus enemigos, que intentaron desde ese momento debilitarles. Las primeras acusaciones, sirviéndose de simples rumores infundados, se presentaron en el Cónclave de Perugia de 1305, en la región de Agen, por un personaje anónimo hasta entonces, Esquiú de Floyrano. A partir de ese momento, se buscaron testigos de cargo entre quienes fueron excluidos o expulsados de la Orden e incluso se introdujeron espías, todo ello bajo la instrucción de Guillaume de Nogaret, arzobispo de Narbona y hombre de confianza del monarca francés. 

Los motivos del procesamiento de los templarios, como ya hemos avanzado, provenían fundamentalmente de los recelos generados por su enorme poder y riqueza. Cuando Felipe IV informó al papa Clemente V, obtuvo de inmediato la autorización.

En la mañana del viernes 13 de octubre de 1307 -fecha que a partir de entonces comienza a considerarse fatídica por la superstición popular- los soldados conducidos por emisarios del Rey se presentaron en todas las Encomiendas templarias para arrestarlos y, curiosamente, sin oposición alguna por su parte. Se les requisaron sus bienes y se hicieron públicas sus acusaciones. 

Es evidente que si se dispusiera de los archivos de las diversas Encomiendas, se haría rápidamente la luz sobre su procesamiento. Sin embargo todavía no ha aparecido nada en este sentido, lo que hace sospechar que la mayoría de los papeles fueron destruidos. Sobra decir que el procedimiento carecía de cualquier garantía, por no decir de cualquier presunción de veracidad, dado que no había intención de esclarecer los hechos sino más bien la de someter y, por tanto, condenar a un movimiento política y religiosamente muy influyente. No obstante, la investigación histórica coincide en señalar los siguientes puntos de condena:

-          En la celebración de la misa, los capellanes de la orden no consagraban la hostia, convirtiéndola en una ceremonia pagana.

-          Los templarios estaban autorizados y además se les animaba a practicar la sodomía y otras perversiones sexuales.

-          La ceremonia oficial de admisión a la Orden era seguida de otra secreta durante la cual el postulante era invitado a escupir sobre la cruz y a renegar de Cristo.

-          En los rituales secretos, sus dignatarios adoraban una cabeza que tenía aspecto diabólico y a la que denominaban Bafomet.

Desde el más simple sentido común, no cabe pensar que gentes que entregaban su patrimonio y ofrecían su vida por la defensa de unos ideales acabaran realizando prácticas contradictorias con su credo. Tal vez pudieron existir abusos localizados, pero en todo caso no dejarían de ser la excepción que confirma la regla. Incluso entre los mismos apóstoles, en otro orden de cosas, se produjeron hechos puntuales que socavarían la cohesión del grupo… Pedro, por ejemplo, negó por tres veces a Jesús y Judas le traicionó. Pero no por ello se invalida la actuación de los apóstoles, ni tan siquiera la de Pedro, considerado por el contrario cabeza misma de la Iglesia. 

No cabe duda que sus prácticas ritualísticas iban más allá de la literalidad de sus acusaciones. Ya es difícil entender que pudieran generalizarse tales prácticas así entendidas, pero mucho menos que estuvieran instituidas en la ritualistica de la orden si no tuvieran un sentido más profundo y distinto del que se le dio para condenarles. Cabe entender más bien que guardaban un carácter simbólico -lógico en un contexto ceremonial como este- del que, por el contrario, nunca se habló para su descargo. 

En relación con el primer punto mencionado, la fórmula empleada en la consagración al comulgar es un asunto de pura liturgia y no tiene nada que ver ni cuestiona en absoluto la fe de sus practicantes. El siguiente supuesto, mencionado en segundo lugar, el rito consistente en escupir la Cruz resulta más controvertido sin duda. Pero representaba una manera explicita y atrevida, sin falsos miramientos, de negar al Cristo crucificado -demasiado presente dentro de la dogmática católica e incluso, dentro del arte, en la propia iconografía cristiana- en favor de un Cristo resucitado y glorificado. Era una manera de recuperar la dignidad cristiana, que de lo contrario podía interpretarse en términos de tibieza o de fracaso.

Si la prédica de Jesús el Cristo estaba confinada estrepitosamente al fracaso, en la medida que era incapaz de influir en la actitud de unos mandatarios y de una sociedad que mayoritariamente lo condenaba y crucificada, podríamos plantearnos hasta qué punto su testimonio se convirtió en un ejemplo de vida a seguir. Ciertamente no es éste el sentido que debe darse a su actuación, pero sin embargo, lo creamos o no, tal desmerecimiento está profundamente y subconscientemente arraigado en la mentalidad cristiana.

Quedarse en la crucifixión es quedarse a medio camino. Ciertamente, la muerte de Cristo, más allá del deceso de la vida, viene a representar la muerte del Ego. Presupone en alguna medida atenuar, domeñar nuestro comportamiento primario o incluso nuestra más refinada personalidad, fácilmente entregada a banalidades de diverso tipo, como puedan serlo la búsqueda de reconocimiento o la ostentación de poder… Pero el propósito último de su testimonio no es éste -aunque, en semejante contexto, se deba pasar por él- sino el de la resurrección… en otros palabras, aspirar a la luz del conocimiento pese a las tribulaciones de la vida, renaciendo finalmente en inspiración y amor.  

Recordemos el pasaje del Nuevo Testamento en el que Jesús respondía a una indicación que le hacían en relación a su familia, madre y hermanos, quienes les esperaban en la puerta. Contestó entonces que su familia era la de aquellos que oían la palabra de Dios y la seguían. Es decir, que la auténtica hermandad de Cristo, sin perjuicio de los necesitados, ni de los lazos de sangre ni de la totalidad de la humanidad misma… lo que podemos entender como verdadera Cristiandad es la de aquellos que escuchan su Voz Interior -para emplear una expresión más contemporánea- y la siguen. A favor, por tanto, según su propio testimonio, de una voluntad de servicio y de realización distinta de la que se tiene así mismo como simple centro de satisfacción egocéntrica, ciertamente, pero también distinta de quien la entiende como camino de cruenta mortificación y sufrimiento.

Por otro lado, la crucifixión tampoco tiene el sentido escatológico que normalmente se le atribuye: sufrir en vida para, tras la muerte, obtener la gloria eterna…  uno de los sonsonetes más referidos de nuestra cultura religiosa. Jesús mismo, sintiendo de cerca su martirio, pudo haber dado marcha atrás e incluso pudo haber utilizado su propio poder para salvar la situación y evitar su crucifixión. Sin embargo, no lo hizo. Estuvo tentado, sin duda -recordemos como antes de ser apresado, pasó su noche oscura en Getsemaní. Mientras oraba, rogó que Dios le apartara de esa prueba, de ese cáliz, como expresó. Si bien, de inmediato rectificó: que no sea mi voluntad, Señor, sino la Tuya.

El mensaje que se trasluce de fondo cambia completamente el sentido de la crucifixión. La vida puede no merecer la pena ser vivida, pero no porque la mortificación sea preferible y tenga un valor salvífico en sí, sino cuando traicionamos nuestra fe, nuestros ideales… incluso, para repetirnos en expresiones más actuales, cuando traicionamos nuestros sueños. La crucifixión de Jesús, por tanto, tiene un sentido distinto más allá de lo puramente explícito. Es un mensaje de fe, de fuerza, de voluntad… de determinación que arroja fuera de sí cualquier miedo, cualquier duda sobre el camino de realización personal o, en términos más cristianos, de salvación. Incluso, aunque en ello mismo nos vaya la crucifixión o la vida.

Además, Cristo con su ejemplo no solo lo recorrió sino que trazó un mapa, dibujó un itinerario espiritual marcándonos los hitos y logros del desarrollo espiritual. Nos redimió, en la medida que su testimonio por efecto de resonancia -podríamos decir incluso que mórfica, aunque resulte descontextualizado emplear aquí el término de Sheldrake- impregnó la filogenia de nuestra especie. Abrió una brecha, facilitándonos el camino. No nos extraña por tanto que, en los Templarios, hubiese un intento por desviar su mensaje de la crucifixión y poner el acento en la glorificación y su resurrección. El resto de las actuaciones -claramente condenatorias, de ser ciertas, como la sodomía o las perversiones sexuales-  se deberán explicar igualmente, como venimos haciéndolo, a la luz del simbolismo propio del cristianismo primitivo y de los misterios iniciáticos antiguos, de marcado carácter gnóstico.

Inicialmente, las acusaciones vinieron dadas por el sello de la orden, la bula, moldeada en plomo y plata, y en la que se representaba un caballo montado por dos caballeros templarios. Su origen se remonta a los momentos de la fundación, cuando Balduino II les ofreció su palacio, cerca de los restos del antiguo templo de Salomón. Entonces recibieron el apodo de Pobres Soldados del Templo de Salomón, pues estaban en sus comienzos y carecían de recursos -cosa que cambiaría poco tiempo después.  

Su modestia inicial era puesta de manifiesto al compartir un solo caballo, como aparecía en el sello, pero también se quería dar con ello un significado de hermandad. Los dos caballeros representaban la dualidad del mundo de la manifestación, pero unida por lazos de amor y de fraternidad. Frente a la iconografía triunfante del caballero sobre su caballo, propio de las representaciones ecuestres posteriores, la simbología del sello implicaba la unidad de acción de un colectivo humano en un mismo espíritu de servicio… es decir, querían mostrar la idea de una Hermandad o de una Fraternidad propiamente dicha.

Lejos de entenderlo así, Felipe IV insinuó que los dos caballeros sobre una sola montura evocaban un acto de sodomía. Prefirió emplear la difamación al objeto, no de traer claridad sobre el proceso, sino de socavar y desprestigiar la legitimidad del Temple. Una interpretación que acabó imponiéndose sobre la originaria de sus fundadores al sumarse la aparente ambigüedad de otras prácticas empleadas en sus ceremonias. Sacadas de su contexto ritualístico, e interpretadas tendenciosamente en términos de una moralidad distorsionada, no cabe duda que acabarían resultando controvertidas para la época.

En las recepciones, por ejemplo, el comendador daba el Beso de la Paz en la boca al aspirante e incluso, en algunas otras ceremonias, les besaba la parte inferior de la espalda al  objeto de abrirles su plexo o centro energético -el Mulhadhara Chackra de los orientales. Lejos de toda connotación sensual, significaba más bien la transmisión del aliento sagrado que nos recuerda el episodio del Génesis, cuando el Creador, tras moldear al hombre del barro, le insufló en su rostro con su propio soplo el aliento de vida. Equivalente también a las ceremonias de ungimiento, propias del cristianismo primitivo, para la recepción de un sacramento o a las imposiciones de manos características de los rituales de iniciación de las Escuelas Mistéricas, mediante las cuales se trasmitía al neófito un legado o un don especial de la tradición en cuestión.

Pero sin duda uno de los secretos más enigmáticos fue el del Bafomet, cuyo desciframiento da de lleno en su sistema de creencias. Se trataba de una cabeza que, según la instrucción del proceso, tenía un aspecto diabólico y a la que sus dignatarios supuestamente adoraban. Nuevamente, sacado de su contexto ritualístico, fue calificado de ídolo, llegando a figurar entre sus principales acusaciones.

Significado del Bafomet

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Diversas interpretaciones se han venido dando a este respecto. Desde considerarlo como la representación del propio Jesucristo, extraída del Madylion o paño en el que se enjugara el rostro en su vía crucis hacia el Gólgota, o la del propio Mahoma, basándose etimológicamente en una presumible adulteración del nombre del profeta, Mahomet, con lo que se pondría de manifiesto la influencia islámica.

Más atinadas nos parecen las que lo enmarcan dentro de un contexto iniciático. El escritor sufí Idries Shah lo interpretaba más acertadamente como una corrupción de la palabra árabe Abufihamat, pronunciado bufihamat, que significa maestro de entendimiento. Representa, para el sufismo, el estado mental al que llega el hombre después de pasar por un proceso de purificación. Según otras teorías, igualmente afortunadas, podría venir también de la combinación de dos palabras griegas, Baph y Metis, cuya traducción es bautismo de sabiduría. Una hipótesis que podría explicar el hecho de que si los Templarios venerasen alguna cabeza, como así sucede con el Bafomet, ésta sería la de Juan el Bautista, decapitado por Herodes. 

Hugo Schonfield, uno de los primeros investigadores de los manuscritos del Mar Muerto y buen conocedor de la historia de los templarios, lo interpreta en términos cabalísticos. Considera que la palabra Bafomet está escrita en el código Atbash, código hebreo que combina la primera letra del alfabeto, aleph, con la última, tau, la segunda con la penúltima y así sucesivamente. Al hacer las sustituciones se obtiene la palabra griega Sophia, que significa sabiduría.

Estas últimas sin duda, e independientemente de si aciertan o no con el origen del término, están más próximas de su significando, dando incluso conceptualmente hablando en la clave. El Bafomet, como abiertamente expresa Iacobus en su opúsculo sobre Rituales Secretos de los Templarios, es el Guardián del Umbral, figura clave en las ceremonias iniciáticas de las Escuelas de los Misterios. Tenía en este caso el aspecto de carnero, propio de las representaciones demoníacas de la iconografía cristiana. Pero venía a representar, sin embargo, las tentaciones con las que se tendría que enfrentar el candidato antes de su paso como Caballero. Venía a recordamos que sólo un ser purificado puede entrar en el Templo de la Sabiduría. Esta representación tan controvertida, para quien lo interpreta desde el exterior, deja de serlo en el momento que se inscribe, como vemos, en un contexto ritualístico.

En los misterios egipcios, el papel de Guardian del Umbral estaba representado por la Esfinge, quien planteaba al neófito un enigma con el objeto de comprobar su capacidad y determinación. De la respuesta dependía su paso o no a las enseñanzas superiores. El propio Jesús sin ir más lejos, en el ámbito de nuestra tradición judeo-cristiana, hubo de ganarse su propio merecimiento al superar las tentaciones que el propio Diablo le planteó en el desierto, quien asumía en ese momento el papel de Guardián de los misterios. 

La lectura resulta clara, es la representación del aspecto psíquico del hombre hundido en la materia. El guardián del umbral representaba así, en un contexto cristiano como este, al diablo personal que el aspirante debe vencer en su búsqueda iniciática de perfeccionamiento y sabiduría. Esto supone vencerlo hasta el punto de cambiar nuestras dudas por determinación, nuestra ignorancia por nuestra latente sabiduría, despertando al discernimiento y a la intuición para poder oír la Voz Interior, la del Espíritu Santo en nosotros, la de la Chispa Divina que todos llevamos dentro… Un proceso de auto-revelamiento de lo divino en nosotros que nos guiará y con el que podremos vencer los presumibles obstáculos que habrán de aparecer en el camino de perfeccionamiento y purificación.  

Luego, cuando llegue el momento, deberá afrontarse y vencer al diablo colectivo, sea Lucifer, Satán, Iblis o Ahriman, dependiendo del contexto religioso en el que nos encontremos. Su dimensión colectiva o social, en este último caso, viene dada por la turbia creación humana, la basura o polución psíquica derivada de sus malos deseos y pensamientos. De la explotación indiscriminada, y no ya solo de la naturaleza sino, sobre todo, de la de sus propios hermanos, la de la búsqueda de la riqueza en detrimento de la pobreza de los demás… y la de su propia desarmonía con la naturaleza, de la que por el contrario deberíamos ser sus defensores.

Pero no todo está perdido. El Bafomet llevaba sobre su frente una esmeralda luminosa en forma de octágono. Es decir, encerraba en sí mismo el Alma o su despertar, la Luz, la Verdad… o la expresión de cualquier otro concepto equivalente que prefiramos emplear. El Bafomet en tanto que Guardián, por tanto, pulsa no más que las pasiones humanas y prueba nuestra capacidad de superación y determinación. Pero si bien el hombre cayó envilecido en la materia, es portador igualmente -simbolizado por la piedra preciosa- de una esperanza latente que le permite retornar nuevamente hasta la pureza originaria de Dios.

El Final de la Orden

Algunos de los Templarios se retractaron y juraron su inocencia, otros confirmaron las acusaciones vertidas en su contra. Ante las dudas que pese a todo le planteaba el procedimiento, y bajo la presión de Felipe el Hermoso, Clemente V convocó en 1311 el concilio de Vienne, donde si bien no se condenaba a la Orden se ponía fin a sus actividades. En cuanto a sus bienes, con excepción de los que el rey francés había confiscado en el arresto, serían devueltos a los Hospitalarios, cuya actividad como ya hemos indicado se limitaba a la atención de pobres y enfermos. 

De acuerdo con las decisiones tomadas en el Concilio, los templarios  que confirmaron su confesión en presencia del Papa fueron perdonados y liberados. Los que no se retractaron fueron acusados de perjuros y heréticos, siendo condenados a la hoguera. Quedaba por resolver el caso de los altos dignatarios de la orden, es decir, las decisiones sobre Jaques de Molay, Gran Maestre, Hugues de Pairaud, Visitador de Francia, Geoffroy de Charnay, Preceptor de Normandia, y Geofroy de Gonneville, Preceptor de Aquitania. Durante su proceso público fueron condenados a prisión por perpetuidad. Pero cuando fue enunciada la sentencia, Jacques de Molay y Geoffroy de Charnay se levantaron y se retractaron, afirmando que su único crimen había consistido en hacer una falsa confesión para salvar sus vidas. A partir de ese momento, estaban destinados a la hoguera.

El 18 de marzo de 1314 se construyó una pira en París, cerca del Puente Nuevo. Los condenados subieron a ella esa misma tarde. Tras haber vuelto el rostro hacia Notre-Dame, Jacques de Molay gritó una vez más su inocencia así como la de la Orden. Se cuenta que entonces exclamó: No somos culpables de los crímenes que se nos imputan. La regla del Temple es santa, justa y cristiana, pero yo de sobra merezco la muerte porque he traicionado a la Orden para salvar mi vida. Es cierto que voy a morir, pero pronto caerá la desgracia sobre los que nos han condenado sin justicia. Tú, Clemente, y tú Felipe, traidores de la fe cristiana, ¡os emplazo a los dos ante el tribunal de Dios! A ti Clemente en cuarenta días, y a ti, Felipe, en el curso del año.

Ciertamente así ocurrió, el Papa murió debido a una enfermedad un mes más tarde, mientras que el Rey pereció en el mismo año, el 29 noviembre de 1315, en un accidente de caza.

IMÁGENES

01.   Caballero Templarios.

02.   Replica del Arca de la Alianza.

03.   Explanada del que fuera Templo de Salomón: en primer término, la mezquita Al-Aqsa, a la izquierda el Muro de las Lamentaciones y, en la parte superior, la mezquita de Omar o Cúpula de la Roca.

04.   Mezquita de Al-Aqsa.

05.   Muro de las Lamentaciones.

06.   Mezquita de Omar, también llamada la Cúpula de la Roca.

07.   Cúpula de la mequita de Lotfollah, en cuya construcción puede apreciarse la cuadratura del círculo.

08.   Acceso a la mezquita de Lotfollah (Isfahan, Irán).

09.   Símbolos Templarios.

10.   Bula Templaria.

11.   Maternidad, Isis con su hijo Horus, precedente de las maternidades cristianas en las que aparece la Virgen María con el niño Jesús.

12.   Capilla de Rosslyn.

13.   Catedral de Chartres.

14.   Representación del Bafomet, en el pórtico de Saint Merry (París, Francia).

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

-          Alarcón, Rafael: A la Sombra de los Templarios (Martínez Roca, 1998)

-          Baigent, Michael… R Leigh y H Lincoln: El Enigma Sagrado (Martínez Roca, 1985)

-          Baigent, Michael… R Leigh y H Lincoln: El Legado Mesiánico (Martínez Roca, 1987)

-          Bastús, Joaquín: historia de los Templarios (Alcántara, 1998)

-          Beck, Andreas: El Fin de los Templarios (Península, 1996)

-          Charpentier, Louis: Los Misterios Templarios (Apóstrofe, 1995)

-          De la Cierva, Ricardo: Templarios, La Historia Oculta (Fénix, 1998)

-          Demurger, Alain: Auge y caída de los Templarios (Martínez Roca, 1990)

-          Díez Celaya, Fernando: Los Templarios (Acento, 1997)

-          Iacobus: Rituales Secretos de los Templarios (Obelisco, 1991)

-          García Atienza, Juan: La Meta Secreta de los Templarios (Martínez Roca, 1998)

-          Lachaud, René: Templarios, Caballeros de Oriente y de Occidente (Apóstrofe, 1998)

-          Lamy, Michel: La otra Historia de los Templarios (Martínez Roca, 1999)

-          Riviere, Jean: Historia de las Doctrinas Esotéricas (Dedalo, 1976)

-          Picknett, Lynn… C Prince: La Revelación de los Templarios (Martínez Roca, 1998)

-          Walker, Martin: El Misterio de los Templarios (Edicomunicación, 1993)

 

 

RESEÑA CURRICULAR DEL AUTOR

Nicolás Martín y Mateo está licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, por la UCM (Madrid), master en Administración y Dirección de Empresas (MBA) y en Dirección de Recursos Humanos por el ITEA (Málaga), facilitador certificado en Coaching Personal y Ejecutivo por el programa de la Asociación Internacional de Coaching, IAC/CV (Barcelona), ha ocupado puestos de responsabilidad en distintas multinacionales durante más de 15 años, y actualmente se desarrolla como empresario, escritor y facilitador en las nuevas herramientas del management, tales como el coaching, la inteligencia emocional y el liderazgo en valores.

 

 

 

 

 

Autor:

Nicolás Martín y Mateo  

FECHA Y LUGAR DEL DOSSIER

2000, Madrid (España)

Partes: 1, 2
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