Los signos de evanescencia de la democracia representativa (página 2)
Enviado por Angelina Uz�n Olleros
Si buscamos aquello que tienen en común las diferentes instituciones democráticas, lo que constituye un espíritu común, encontraremos una afirmación individualista y de desconfianza hacia los gobernantes. El conjunto de ciudadanos juzgan, cada uno según su saber y conciencia, sobre aquello que es conveniente para la República; de esto resulta que los gobernantes sólo deben ser empleados o delegados de ese soberano colectivo.
Esta ideología del control entre gobernantes y gobernados, se encarna en instituciones muy diferentes, no todas ellas políticas. Así, los funcionarios electos o nombrados, son los responsables de los excesos o de los abusos de poder, lo que podría resultar en culpabilidad ante los jueces. El control de los gobernantes se ejerce a través de la elección, que les concede una investidura de tiempo limitado. El modelo radical se hace efectivo cuando los gobernantes se encuentran sometidos a un mandato imperativo y cuando pueden ser destituidos, sin previo aviso, por una asamblea general.
La elección es el mecanismo decisivo que hace a la investidura de los políticos de profesión, esa elección está teñida de la idea de representación y plantea una serie de problemas teóricos e ideológicos. La elección consiste en consultar a un grupo de personas con derecho a votar el cuerpo político, asignando peso igual o desigual a sus votos. Este procedimiento genera al menos tres clases de dificultades: la competencia de los electores; la moralidad para distinguir entre su interés privado y el bien común y el peso de las preferencias privadas con relación a una preferencia colectiva.
Algunos autores son pesimistas en cuanto a la decisión mayoritaria y la capacidad de funcionamiento de las instituciones que se basan en estos principios de elección y representación.
El término democracia no se aplica solamente a las instituciones gubernamentales. Se aplica también a toda sociedad en la que el modo de designación de los dirigentes y el ejercicio del poder estén sometidos a ciertas condiciones respecto de la definición de los objetivos colectivos y de la participación del grupo en su realización.
Hay quienes hacen hincapié en la perspectiva que considera democrática a toda sociedad en la cual los fines colectivos son objeto de un consenso al menos implícito, y el status social es atribuido según criterios funcionales y no solamente por reglas jerárquicas. Aunque los profesores no sean nombrados por sus alumnos, ni los médicos por sus enfermos, se puede hablar de una escuela o de un hospital democráticos, si la disciplina clásica de obedecer sin comprender, es reemplazada por discusiones mediante las cuales, en la medida de lo posible, las obligaciones colectivas son negociadas y legitimas.
Los autores se dividen al optar por una definición consensual de la democracia o una que sostiene la necesidad del pluralismo. Chantal Mouffe propone una dinámica específica entre consenso y disenso. Dice a propósito de esto que: "La política, en especial la política democrática, no puede nunca superar el conflicto y la división. Su objetivo es establecer la unidad en un contexto de conflicto y diversidad; está ocupada en la formación de un 'nosotros' en oposición a un 'ellos'. Lo específico de la democracia política no es la superación de la oposición ellos/nosotros sino la manera diferente en que es manejada. éste es el motivo por el cual comprender la naturaleza de la política democrática requiere adecuarse a la dimensión del antagonismo presente en las relaciones sociales" (En Desconstrucción y pragmatismo. Barcelona. Paidós. 1998).
Por su parte Norberto Bobbio define el régimen democrático "(…) como un conjunto de reglas de procedimiento para la formación de decisiones colectivas, en las cuales está prevista y facilitada la participación más amplia posible de los interesados" (En Diccionario de política. México. Siglo XXI. 1995).
La idea de Bobbio es que la democracia está en constante transformación, es dinámica por naturaleza. En su historia nunca ha llegado a la perfección y en el momento actual tampoco goza de óptima salud pero no puede decirse que esté al borde del colapso. Lo que diagnostica Bobbio son los contrastes entre la "democracia ideal" que concibieron sus fundadores y la realidad de las democracias existentes.
Esta diferencia entre la democracia ideal y la real puede analizarse bajo la consigna de promesas incumplidas que incluye: la supervivencia de oligarquías y del poder invisible; el problema de la representación de intereses; el espacio limitado en que funciona; la persistencia de espacios no democratizados. Estos diagnósticos, en parte son graves y en parte son transformaciones debidas a la adaptación de los principios abstractos a una realidad concreta y a las exigencias de la práctica en sociedades mucho más complejas que las que habían imaginado los fundadores de la democracia.
Bobbio concluye diciendo que gracias a su naturaleza dinámica y perfectible, la democracia ni está tan mal, ni tiene mejor alternativa.
A continuación, se transcribe la reflexión de Adela Cortina con relación a esta problemática.
"Una concepción actual de democracia debe cumplir ciertos requisitos:
No puede contar con una noción compartida de bien común, sino con una sociedad pluralista, en la cual compitan distintas concepciones de 'vida buena'. No puede señalar, por ejemplo, sin equívocos, ni discriminaciones, ni autoritarismo, en qué consiste la felicidad.
No puede, por lo tanto, constituirse en una 'democracia sustantiva' (que tendría en cuenta un concepto específico de felicidad), sino como una 'democracia procedimental', en la cual las decisiones legítimas son tomadas según procedimientos racionales.
Sin embargo, el criterio para medir la legitimidad de las decisiones no es idéntico al que mide su justicia (ésta tiene que ver con una noción de 'bien común').
Que una democracia posibilite distintas formas de vida, no significa que sus procedimientos sean neutrales y den cabida a cualquier forma de vida: las hay indeseables" (En Diccionario de pensadores contemporáneos. Barcelona. Emecé.1993).
Thomas Jefferson escribió en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica: "…que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…".
Bien está advertir a esta altura de los acontecimientos que los derechos no son intrínsecos a una supuesta naturaleza humana, más bien pueden ser considerados como conquistas sociales en el mejor de los casos; que la búsqueda de la felicidad y la felicidad en sí misma son susceptibles de innumerables definiciones y apreciaciones y que todo lo que podamos decir acerca de la libertad, la igualdad y la existencia de dios, está sujeto a crítica.
Retomando el programa de Nietzsche, sostenemos que el filósofo alemán llevó la crítica kantiana a su máxima expresión, el nihilismo, todo valor que se precie de ser bueno en forma absoluta caerá bajo el peso de las circunstancias.
En todo caso, la representación, la búsqueda de consenso, la participación, será la manifestación de expresiones humanas y finitas, en la infinitud de situaciones que se nos aparecen a diario.
La crisis de representación
El concepto de "representación" se encuentra asociado a diversas maneras de definición y caracterización. En principio, podemos afirmar que toda re-presentación es una presentación ajena a lo representado. Es decir, estar presentes in-directamente en aquello que alegóricamente nos muestra una realidad que no está presente por sí misma sino por otro, ya sea en forma de imagen, de metáfora, de relato.
Como primera manifestación, la representación se encuentra expresada en la puesta en escena del teatro griego, los actores en sus máscaras ocultan su verdadero rostro y muestran otros rostros que representan aquello que está ausente en sí. Apoyados en los coturnos que los elevan de su estatura real, los comediantes despliegan en el escenario una acción que intenta comunicar una situación ajena al individuo real que aproxima otras realidades.
"La representación en cuanto acción o efecto del representar es un presentarse algo nuevamente o bien un presentarse algo en sustitución de otra cosa. (…) En un sentido general, la representación (Vorstellung) es lo que se halla presente al espíritu o a la conciencia, como cuando Locke habla de las representaciones generales (ideas) o Hume de las impresiones (ideas, impresssions) entendidas como copias de una sensación originaria. La representación sería entonces todo contenido de conciencia, todo acto intencional referido a un objeto real o ideal, existente o no existente, presente o no presente. Algunos autores (por ejemplo, Hamelin) dan el nombre de representación a los actos por los cuales lo concreto y diverso es pensado bajo una forma categorial. La representación equivale entonces a categorías, mas a una categoría que tiene principalmente un fundamento psicológico y no exclusivamente trascendental." (Ferrater Mora, José. Diccionario de filosofía. México. Editorial Atlante. 1944. Páginas 598/99).
En términos gnoseológicos, conocer es representar en el entendimiento una realidad exterior (ya sea en la versión empirista en la que se ordenan datos de la experiencia o como expresión racionalista como ideas que se identifican con las cosas que se encuentran en el exterior de la conciencia); pero en términos políticos es la voluntad de alguien que se ve representada en las acciones de gobierno. En este juego de la presencia y la ausencia se despliega el acto de la representación, no tanto pensada como conocimiento sino más bien entendida como acción política.
Mientras que en la Grecia Antigua la representación teatral desplegada en el drama, – en sus dos rostros: el de la comedia y el de la tragedia -, se sustituye en otro escenario, ya político, de las Asambleas; en la Edad Moderna el término representación se despliega en el debate propio de la teoría del conocimiento a la representación ciudadana de los comienzos en la organización de los Estados Modernos.
"Inventar la ciudad es inventar la representación, el lugar donde el poder se disputa y se delega, donde cada uno puede presentarse en el centro del círculo y decirle a la asamblea cómo él se presenta lo que sucede y lo que hay que hacer. Lugar de nacimiento del escepticismo, del conflicto de las interpretaciones, de esa multitud de dobles, eídos o eídolon, phantasía y phantásma, cuya apariencia corre el peligro de ser un falso semblante." (Enaudeau, Corinne. La paradoja de la representación. Barcelona. Paidós. 1999).
El actor del teatro griego es, de alguna manera reemplazado por el actor político, éste puede representarse a sí mismo en la asamblea o ser representado por alguien que él ha elegido (cfr. con la Apología de Sócrates de Platón).
En un escenario moderno la cuestión del poder se debate en la Filosofía política en el que el concepto de representación juega un papel preponderante, ligado a la sujeción de la ley, el representante de la ley, la obediencia a la ley, oponiendo la ley a la naturaleza, o mejor expresado, al estado de naturaleza en el que hipotéticamente los hombres viven fuera de la ley o sin ella.
La crisis de representación, su fracaso, se encuentra manifiesto en la sospecha que se expresa en el siglo XIX desde la crítica a la idea de progreso, a los valores que se sostuvieron incólumes en la modernidad y con nuevos agregados teóricos como lo es la noción de lo inconsciente.
Siempre ligado el término político de representación a la posibilidad de representar la realidad en la mente o en el entendimiento humano, ésta filosofía de la conciencia será sospechada por el psicoanálisis en sus términos más esenciales.
El hombre, para Freud, está dividido entre consciente e inconsciente, entre la demanda que procura llenar la falta y la satisfacción que se sustrae, entre el deseo sin salida y el objeto que huye. Cada cual trata de descubrir lo que desea. "Si toda verdad trascendental es negada, si la única verdad concebible es la del deseo que procura salir a la luz, no hay más verdad que la del sujeto 'en espera'." (Georgin, R. De Levi-Strauss a Lacan. Buenos Aires. Nueva Visión. 1988. Página 188).
El poder y la verdad son, para Freud, incompatibles. Porque queda excluida toda referencia normativa y todo efecto de mandamiento. El ejercicio de la autoridad y la obediencia a un orden dado pertenecen al pensamiento mágico. Todo poder es usurpador, sin embargo es inútil tratar de destruirlo. Por eso la verdad no se encuentra al mismo nivel que el poder.
"Es a esa articulación de la verdad a la que Freud se remite al declarar imposibles de cumplir tres compromisos: educar, gobernar, psicoanalizar. ¿Por qué lo serían en efecto, sino porque el sujeto no puede dejar de estar en falta yéndose por el margen que Freud reserva a la verdad?. Pues la verdad se muestra allí compleja por esencia, humilde en sus oficios y extraña a la realidad, insumisa a la elección del sexo, pariente de la muerte y, a fin de cuentas, más bien inhumana." (Lacan, J. Ecrits. Champ freudien, Le Seuil. Página 188. Citado por Georgin).
No se puede definir el acto político prescindiendo del lenguaje, la relación ciudadano – gobernante es una muestra de eso, pero toda política como acto voluntario de gobernar y de gobernarse sigue apoyándose en la conciencia. En una Filosofía y en una Psicología de la conciencia.
Sin embargo tanto gobernado como el gobernante, manifiestan un deseo de saber (un deseo de poder), y a partir de esa falta (ignorancia), ambos transitan la senda de la búsqueda de una verdad que se encuentra fuera del sujeto deseante. "Quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no lo desearía, y no lo tiene, no lo conoce, puesto que de otro modo tampoco lo desearía. Si se vuelve a los conceptos de sujeto y de objeto, el movimiento del deseo hace aparecer el supuesto objeto como algo que ya está ahí, en el deseo, sin estar, no obstante 'en carne y hueso', y el supuesto sujeto como algo indefinido, inacabado, que tiene necesidad del otro para determinarse, complementarse, que está determinado por el otro, por la ausencia." (Lyotard, J.F. ¿Por qué filosofar?. Barcelona. Paidós. 1989. Página 82).
El deseo está provocado por la ausencia de la presencia. Esto nos remite al nacimiento del proceso simbólico, en el momento en que el niño se vuelve capaz de simular, por medio del juego, la ausencia o la presencia de la madre. Freud lo ejemplifica a partir del juego del Fort-Da. Al observar cómo su nieto de 18 meses arrojaba al otro extremo de la habitación todo lo que caía en sus manos. Al lanzar esos pequeños objetos decía "Fort" (se fue), en otras ocasiones mandaba a lo lejos un carretel atado a una cuerda y después tiraba hacia sí diciendo "Da" (aquí está). Mediante este juego el niño inventaba el símbolo relacionado a la ausencia de su madre; reemplazaba el objeto real por el significante. él sabía que su madre iba a regresar, se divide entre el carretel que simboliza la madre ausente y el "Da" es decir él mismo.
La simbolización como tal surge de este juego del Fort-Da, en el proceso intelectual aparece a su vez como el símbolo mayor que representa la negación. Así lo indica Freud en la distinción entre negación y denegación.
En la base misma del proceso lógico tenemos el juicio de atribución (esto es de o esto no es de) y el juicio de existencia (esto es o esto no es); estos dos juicios derivan de un mito: el mito del afuera y el mito del adentro. Una vez que el sujeto pudo definir lo interior, el juicio de existencia se expresa así: esto es yo y esto otro no es yo. En el juicio de atribución, el yo puede experimentar por la percepción, la realidad del mundo exterior: hay cosas que existen y otras cosas que no existen.
Freud señala que todo juicio depende de la creación del símbolo de negación: esto no es; y por la negación lo intelectual se separa de lo afectivo. Podemos aventurarnos y agregar: que en el acto político se separa lo consciente de lo inconsciente. Y el saber está escindido del deseo que lo provoca.
Deseo de saber gobernar, deseo de elegir a nuestros representantes. Es decir que, la convicción de elegir bien a quien en su conocimiento de gobernar nos representará en nuestras aspiraciones y en nuestros deseos, se esconde una trama pedagógica, por decirlo de algún modo más acotado al aprendizaje; ya que toda escena social es de alguna manera escenario político y educativo al mismo tiempo.
En la relación entre el deseo y el saber, entre la falta y la búsqueda de aquello que pueda cubrirla, estamos siempre en una relación del sujeto con su propio "interior" y en relación con lo otro, "exterior".
El deseo le pertenece al sujeto (deseante) y busca en otro la satisfacción de ese deseo (deseado). Podemos en términos psicoanalíticos entender de este modo la relación maestro – discípulo, como una relación pedagógica. A propósito de esto Foucault hace referencia a la distinción entre Pedagogía y "Psicagogía".
"Podemos denominar pedagogía a la transmisión de una verdad que tiene por función dotar a un sujeto cualquiera de actitudes, de capacidades, de saberes que antes no poseía y que deberá poseer al final de la relación pedagógica. En consecuencia, se podría denominar psicagogía a la transmisión de una verdad que no tiene por función dotar a un sujeto de actitudes, de capacidades y de saberes, sino más bien de modificar el modo de ser de ese sujeto. En la Antigüedad grecorromana el peso esencial de la verdad reposaba, en el caso de la relación psicagógica, en el maestro; era él quien debía someterse a todo un conjunto de reglas para decir la verdad y para que la verdad pudiese producir su efecto. Lo esencial de todas estas tareas y obligaciones recaía sobre el emisor del discurso verdadero. Por esta razón se puede decir que, en la Antigüedad, la relación de psicagogía estaba muy próxima relativamente de la relación de la pedagogía, ya que en la pedagogía es efectivamente el maestro quien formula la verdad. En la pedagogía la verdad y las obligaciones de la verdad recaen sobre el maestro. Y esto que es válido para cualquier pedagogía es válido también para lo que se podría denominar la psicagogía antigua, que es también percibida como una paideia." (Foucault, Michel. Hermenéutica del sujeto. Buenos Aires. Editorial Altamira. 1996).
En la historia "clásica" de la educación, el protagonista es el maestro, el giro copernicano del Psicoanálisis centra la escena educativa en el sujeto deseante, que busca cubrir la falta de aquello que ignora y que por lo tanto desea encontrar.
En esta relación (¿vinculación?) entre maestro y discípulo / gobernante y gobernado, podemos – además de entender esta relación en términos de deseo y falta, de ausencia y presencia – la necesidad de establecer lazos entre uno y otro. Giordano Bruno afirma al respecto que no puede no haber lazos; "…un artista liga (une) por su arte, ya que el arte es belleza modelada por el artista…" (Bruno, Giordano. Des liens. París. Allia. 2001. Página 10). El maestro une a partir del arte de enseñar, a sabiendas que enseñar no es dar algo que el otro no posee, sino satisfacer una necesidad, un deseo de aquel que busca cubrir una falta.
Para algunos teóricos es por naturaleza que los seres humanos somos racionales, somos libres, por ese motivo buscamos el saber y la libertad. Para otros el saber y la libertad, son conquistas logradas al calor de los acontecimientos. En esa búsqueda a veces infructuosa, establecemos lazos que pueden diferenciarse por ser naturales, racionales y voluntarios. Esos lazos "…tienen que ser múltiples y variados porque un solo lazo cae en la violencia extrema…" (Bruno, G. Obra citada. Página 11). La violencia extrema de la dictadura, el totalitarismo, el despotismo.
Una relación autoritaria es aquella en la que el lazo es el que impone el deseo absoluto del otro. Ya Freud sostiene en su obra El malestar en la cultura que el lazo social se fundamenta en el amor. Cuando el lazo social está roto, la representación es imposible.
En el teatro griego el actor se denomina "hipócrita", porque su máscara oculta el verdadero rostro y muestra otro. Está actuando. En la actualidad el término hipócrita ha tomado un cariz más desprestigiado, la hipocresía está ligada a la mentira, la falsedad, el engaño a sabiendas.
La crisis de la representación también estará vinculada al deseo absoluto y narcisista del gobernante que despliega en una escena engañosa al gobernado que sigue el deseo ajeno a sí mismo, que sigue la máscara, el velo que oculta otra verdad. En Nietzsche esta crisis de representación será ocasionada por la voluntad de poder, que en el planteo contemporáneo de Foucault es entendido como mero "juego estratégico".
Autor:
Angelina Uzín Olleros
(*) Profesora de Filosofía, Psicología y Pedagogía (INSP). Magíser Scientiae en Educación (UNER). Docente de las Universidades Autónoma de Entre Ríos y de Concepción del Uruguay. República Argentina. Cátedras de Antropología Filosófica y ética en la Licenciatura de Filosofía. Epistemología de las Ciencias Sociales en la Licenciatura de Gestión Educativa y en Metodología de la Investigación en el Postgrado de Formación Docente.
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