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Una aproximación teórica al estudio de las competencias comunicativas en el contexto de la direccción (página 2)


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Lo que mueve a plantearse este proceso investigativo es justamente la necesidad de intervenir en un mundo tan complejo como de hecho lo son las competencias, dentro del marco más complejo aún que es la competencia comunicativa, en términos no solo de demostrar habilidades superiores; sino en términos de potencialidades, de ser competente para la actividad que se desarrolla.

Siendo este un trabajo relativamente nuevo dentro del marco de la dirección, convoca a plantearse como problema el siguiente:

¿Qué elementos definen el término de competencias comunicativas en el contexto de la dirección?

Para ello nos apoyaremos del siguiente objetivo general

Definir el término competencia comunicativa en el contexto de la dirección

Objetivo específico

Analizar los referentes teóricos sobre competencias comunicativas de directivos del sector empresarial.

DESARROLLO

Tendencias fundamentales en el estudio del concepto de competencia

La Psicología tiene un rol importante en el estudio de las competencias, en tanto expresión del comportamiento humano.  Al ser una cualidad inherente al hombre, es importante su comprensión desde lo psicológico y su distinción de otras categorías, ya que en ocasiones encontramos bajo el nombre de competencias y tratadas indistintamente como tales habilidades, capacidades, actitudes y otras formas de actuación humana. Artidiello y Conrado (2005) plantean que de no distinguirlas con claridad, corremos el riesgo de utilizarlas bajo el enfoque tradicional del conjunto de rasgos subyacentes que debe tener una persona para ocupar un puesto de trabajo, desconociendo que el enfoque de competencia se ha desarrollado precisamente como una alternativa al mismo.

La palabra competencia proviene del griego "agón", que da origen a "agonía" y "agonistes" que era la persona que competía en los juegos olímpicos con el fin de ganar. Aunque cercano a otros términos manejados por la Psicología el concepto de competencia aparece en los años 70, especialmente a partir de los trabajos de McClelland en la Universidad de Harvard. A continuación se expondrán algunas definiciones según distintos autores.

Boyatzis (1972) plantea que se entiende por competencia el conjunto de características de una persona que están relacionadas directamente con una buena ejecución en una determinada tarea o puesto de trabajo.

Competencia puede ser concebida también según Spencer y Spencer (1993) como una característica subyacente de un individuo que está casualmente relacionada con un rendimiento efectivo superior en una situación o trabajo definido en términos de criterios.

Wordruffe (1993) entiende la noción de competencia como una dimensión de conductas abiertas y manifiestas que le permite a una persona rendir eficientemente.

Mientras que el análisis de Tremblay (1994) parte de considerar que una competencia, es un sistema de conocimientos conceptuales y de procedimientos, organizados en esquemas operacionales que permiten, dentro de un grupo de situaciones, la identificación de tareas-problemas y su resolución por una acción eficaz.

El elemento de enlace que se percibe entre estas definiciones es precisamente que la competencia bien sean entendidas como características, dimensiones de conducta, sistemas de conocimientos conceptuales o procedimientos organizados en esquemas operacionales, tienen como aspecto común el rendimiento eficaz.

La noción de competencia, tal como es usada en relación al mundo del trabajo se sitúa a mitad de camino entre los saberes y las habilidades concretas, la competencia es inseparable de la acción, pero exige a la vez conocimiento. Ya en 1930 el diccionario Larousse la define que: "en los asuntos comerciales e industriales, la competencia es el conjunto de los conocimientos, cualidades, capacidades y aptitudes que permiten discutir, consultar y decidir sobre lo que concierne al trabajo. Supone conocimientos razonados, ya que se considera que no hay competencia completa si los conocimientos teóricos no son acompañados por las cualidades y la capacidad que permita ejecutar las decisiones que dicha competencia sugiere". Son entonces a decir de Gallard y Jacinto (1995), un conjunto de propiedades en permanente modificación, que deben ser sometidas a la prueba de la resolución de problemas concretos en situaciones de trabajo que entrañan ciertos márgenes de incertidumbre y complejidad técnica.

El término competencia también es entendido como una habilidad o atributo personal de la conducta de un sujeto que puede definirse como característica de su comportamiento orientado a la tarea que realiza y que puede clasificarse de forma lógica y fiable. Ansorena, A., (1996).

El Ministerio de Seguridad Social de Cuba en la Resolución Ministerial No 21/99 del CETSS establece como competencia el conjunto de conocimientos teóricos, habilidades, destrezas y actitudes que son aplicados por el trabajador en el desempeño de su ocupación o cargo en correspondencia con el principio de idoneidad demostrada y los requerimientos técnicos, productivos y de servicios, así como los de calidad, que se le exigen para el adecuado desenvolvimiento de sus funciones.

Este segundo grupo de definiciones agrega a la noción de competencia sin perder de vista su carácter de conjunto de cualidades, conocimientos, habilidades, destrezas, etc; aspectos como: la ejecución de decisiones, la orientación a la tarea y la resolución de problemas sobre la base de la idoneidad demostrada.

Competencia también puede ser entendida según Tejada (1999) como el conjunto de saberes (saber, saber hacer, saber estar y saber ser – conocimientos, procedimientos y actitudes) combinados, coordinados e integrados en el ejercicio profesional. El dominio de estos saberes le "hace capaz" de actuar a un individuo con eficacia en una situación profesional.

Globalmente considerada para cualquier tipo de profesional incluiría las capacidades para transferir destrezas y conocimientos a nuevas situaciones dentro de un área de ocupación laboral, abarca la organización y la planificación del trabajo, la innovación y la capacidad para abordar actividades no rutinarias; incluye las cualidades de eficacia personal que se necesita en el puesto de trabajo para relacionarse con los compañeros, los directivos y los clientes.

Mertens (2000) la describe como la aptitud de un individuo para desempeñar una misma función productiva en diferentes contextos y con base en los requerimientos de calidad esperados por el sector productivo. Esta aptitud se logra con la adquisición y desarrollo de conocimientos, habilidades y capacidades que son expresadas en el saber, el hacer y saber hacer.

Sladogna (2000) entenderá por competencia un conjunto identificable y evaluable de conocimientos, actitudes, valores y habilidades relacionados entre sí que permiten desempeños satisfactorios en situaciones reales de trabajo, según estándares utilizados en el área ocupacional.

Desde la perspectiva de estos autores, el concepto de competencia evoluciona al comenzar a comprender la combinación de todos estos elementos no solo como requerimientos, sino como un conjunto de requerimientos identificables y evaluables.

Para los autores V.J.Brum, y M.R. Samarcos (Jr), (2001) la competencia implica operaciones mentales, cognitivas, socioafectivas y psicomotoras que necesitan ser aprendidas para la generación de habilidades específicas para el ejercicio profesional.

Mientras Pssinati (2002) la entiende como la capacidad de movilizar, articular y poner en acción valores, conocimientos y habilidades necesarios para el desempeño eficiente y eficaz de actividades requeridas por la naturaleza del trabajo.

Ravitsky (2002) la define como un conjunto de conocimientos, de saber hacer y de comportamientos puestos en práctica de modo oportuno en una situación de trabajo.

Con las definiciones de estos autores se incorpora el necesario proceso de aprendizaje para generar habilidades específicas, considerando el carácter de pertinencia de estas habilidades a la situación de trabajo.

Como se refleja en los conceptos anteriores hay tantas definiciones como autores: es entendida como una capacidad, una habilidad, un conjunto de atributos y un sistema. Considerar la competencia como un sistema de componentes establece la complejidad de este concepto y, a su vez, destaca el resultado y el carácter holístico de la misma aunque aquí holístico no se maneja como integración de cualidades sino como suma de todos los requerimientos. Sin embargo, aparece una dificultad y está dada en que en muchos casos no se reconoce la importancia de las cualidades de la personalidad, ni lo motivacional, ni lo metacognitivo, solo se queda en la esfera cognitivo instrumental.

Para González (2002) competencia implica una configuración psicológica compleja que integra en su estructura y funcionamiento elementos motivacionales, cognitivos y recursos personológicos que se manifiestan en la calidad de la actuación profesional del sujeto, y que garantizan un desempeño profesional responsable y eficiente. Capacidades complejas que poseen distintos grados de integración y se ponen de manifiesto en una gran variedad de situaciones correspondientes a los diversos ámbitos de la vida humana profesional y social. Compleja integración de atributos que imprimen énfasis a la capacidad humana para innovar, para enfrentar el cambio y gestionarlo anticipándose y preparándose para él. Es más que la suma de todos esos atributos es un sistema que resulta de la combinación, interacción y puesta en práctica de dichos atributos en una situación laboral real.

Este autor enfatiza los grados de complejidad que implica la noción de competencia, la entiende ya no como suma de características; sino como configuración psicológica que implica también diferentes grados de integración.

Un concepto que responde a las condiciones de Cuba es el de Fernández (2003).quien plantea que la competencia es una configuración psicológica que integra diversos componentes cognitivos, metacognitivos, motivacionales y cualidades de la personalidad en estrecha unidad funcional, autorregulando el desempeño real y eficiente en una esfera específica de la actividad, atendiendo al modelo de desempeño deseable socialmente construido en un contexto histórico completo.

Este concepto tiene como aspecto importante que define la estructura de la competencia a partir de sus cuatro componentes (mencionados en la definición) y reconoce el aspecto externo: el desempeño eficiente a partir de un modelo social.

De forma general se reconoce que la competencia es una categoría psicológica que integra determinados componentes figurativos, procedimentales, actitudinales y personológicos en función de lograr un desempeño eficiente en un contexto concreto de actuación, tal como se destacó previamente. (Castellanos, B. y otros, 2003)

D'Angelo (2005) plantea que las competencias expresan las potencialidades del desarrollo humano y profesional que se logran a través de desempeños efectivos de las personas en condiciones de interacción interpersonal y sociocultural. Son, por tanto, unidades psicológicas complejas con posibilidad de desarrollo constante a partir de matrices socioculturales interactivas.

Estos autores destacan el valor del aprendizaje pero desde un enfoque que implica el desarrollo de la potencialidad, ya no se trata pues de aprender algo prefijado desde el entorno, sino de una potencialidad que puede ser desarrollada constantemente.

Estas definiciones reconocen la competencia laboral como parte del sujeto por lo que a ese nivel se llega después que el trabajador se considere adiestrado en su puesto de trabajo, lo que puede ser dos o más años en dependencia del sujeto, o sea, toman en cuenta cualidades de la personalidad, motivos, intereses, valores y la complejidad del puesto de trabajo.

La evolución de los modelos con que se ha ido estudiando la cognición humana fue también contribuyendo a hacer emerger la noción de competencia. Dentro de ello se puede destacar el enfoque histórico-cultural y en especial la obra de L.S. Vigotsky quien identificó  como  "herramientas psicológicas" aquellos instrumentos, signos, operaciones, que nos permiten conocer y trabajar intelectualmente y como estas "herramientas" tienen un origen cultural. Así conforme plantea Fernández (2006) las diferencias en la cognición están más situadas en las herramientas psicológicas que utiliza el hombre, formadas en el escenario de la experiencia sociocultural, lo que  resalta la importancia del aprendizaje y de la apropiación de la experiencia acumuladas por otros en el desarrollo de todo nuestro arsenal de  habilidades y capacidades.

Las teorías cognitivas tienen como concepto nuclear el de representación, entendido como un conocimiento organizado que se actualiza en la actividad mental, en la actuación. Esto da origen al modelo de competencia, introducido inicialmente por N. Chomsky (1965) al estudiar la competencia lingüística,   comprendida por el autor como un conocimiento de reglas. De la misma forma, las estructuras lógicas propuestas por la teoría del desarrollo cognitivo de J. Piaget fueron consideradas un modelo de competencia.

Aunque según Fernández (2006) a estos primeros modelos de competencia mencionados se les adjudicó un carácter innato, concebidos como dotación de la especie, este enfoque más orientado a lo funcional constituyó sin dudas otro acercamiento al estudio del desempeño. La actuación  (lingüística o cognitiva, en cada caso de los señalados por estos primeros autores) fue estudiada como el uso real que hace el sujeto de ese conocimiento organizado o competencia y ella puede verse afectada por situaciones contextuales, factores del sujeto, etc.  

Pueden señalarse otros referentes como elementos que intervinieron en la concepción de competencias que se maneja hoy día, entre los más importantes encontramos el reconocimiento general dentro de la ciencia psicológica de la importancia que tiene  la unidad de los aspectos intelectuales, cognitivos, con los afectivos, emocionales para explicar el comportamiento del ser humano. Es esta la razón por la cual es preciso un enfoque más integrador de la psiquis humana para explicar el comportamiento exitoso.

Fernández (2006) plantea que aunque es posible que no siempre sean definidas exactamente igual en todas las fuentes, existe consenso hoy día en considerar a las competencias como formaciones psicológicas complejas, que integran recursos de diferentes áreas de la personalidad (habilidades, capacidades, actitudes, motivaciones, entre otros) que   permiten un comportamiento autorregulado (independiente, flexible, creativo, reflexivo). Como formación compleja, produce un efecto sinérgico que se manifiesta en desempeños de alta calidad. Otra idea generalmente aceptada es su posibilidad de formación y desarrollo a través del aprendizaje.

Las competencias profesionales vienen a definir el ejercicio eficaz de las capacidades que permiten el desempeño de una ocupación respecto a los niveles requeridos en el empleo. Por lo que competencia engloba algo más que el conocimiento técnico el que hace alusión al "saber y al saber-hacer", comprende un conjunto de comportamientos, facultad de análisis, toma de decisiones, transmisión de información, etc., considerados necesarios para el pleno desempeño de la ocupación.

La persona competente plantea Fernández (2006) es aquella que posee capacidades y tiene condiciones para ponerlas al servicio de un desempeño de excelencia, que moviliza todos sus recursos para ello. Reflexiona acerca de su propia ejecución. Tiene una visión ajustada de sus posibilidades y límites en ella, así como de los mecanismos que emplea, lo que le permite hacer transferencias a situaciones nuevas y tener un comportamiento más autónomo. Reúne el saber, el saber hacer, el querer hacer y también el saber ser, pues lleva implícito el tener asumido algunas cualidades y valores necesarios para ese desempeño. Algunos autores señalan que las condiciones situacionales también determinan el que se despliegue o no un comportamiento competente, por lo que agregan a esto el poder hacer.

Las competencias y el desempeño en el ámbito empresarial

El término competencia engloba en si mismo multiplicidad de factores como ya se ha visto desde el tránsito por sus principales referentes teóricos; sin embargo la noción de competencia no puede ser trabajada desde una perspectiva general sino del contexto específico que resulte de interés, pues ello le imprime un carácter particular a su tratamiento tanto teórico, metodológico como empírico. A los fines de la presente investigación, el espacio que resulta de interés es precisamente el ámbito empresarial pues es allí donde se hace visible nuestro objeto de estudio, por ello a la autora de este trabajo le parece oportuno dedicar un espacio al tratamiento de las competencias desde ese espacio.

Donna (s/a) plantea que el concepto de competencia busca definir y evaluar las capacidades del trabajador, según su desempeño en situación de trabajo. La competencia laboral entonces no es una probabilidad de éxito en la ejecución del trabajo, sino una capacidad real demostrada.

Es importante destacar las reflexiones de Corral (2006) quien plantea que competencias son simultáneamente exigencias de una actividad profesional comprendida como sistema de tareas básicas generalizadas y cualidades de las personas que se realizan y concretan en esta actividad o en sus productos. Esto no significa que sean realidades definitivamente separadas: solo son formas diferentes de nombrar y describir un tránsito entre lo que aparece en un polo u otro de acuerdo con la posición o las intenciones de un observador. Este planteamiento evoca el necesario encuentro entre las demandas de la actividad a desarrollar y las características del sujeto pero entendido como un continuum y no dos instantes separados donde tendría que producirse una respuesta por parte del segundo a las expectativas del primero. Siendo así que el sentido último del término competencia intenta captar esta realidad cambiante y dialéctica de una relación entre el hombre y su mundo, un emergente que nace de un encuentro y que no esta prefijado de manera absoluta ni en un sujeto ni en un rol o puesto de trabajo profesional.

Para Vargas (2001) la competencia es la construcción social de aprendizajes significativos y útiles para el desempeño en una situación real de trabajo que se obtiene no solo a través de la instrucción sino también- y en gran medida- mediante el aprendizaje por experiencia en situaciones concretas de trabajo.

Este autor destaca que las competencias son características permanentes de las personas que se ponen de manifiesto cuando se ejecuta una tarea o un trabajo. Están relacionadas con la ejecución exitosa de una actividad y tienen una relación causal con el rendimiento laboral, es decir, no están asociadas con el éxito, sino que se asume que realmente lo causan. Pueden ser generalizadas a más de una actividad y combinan lo cognitivo, lo afectivo, lo conductual.

No obstante el enfoque de las competencias debe tener también en cuenta cuatro niveles importantes a saber: la creatividad del sujeto en su desempeño laboral como aspecto de la competencia laboral. Lo social de la competencia a partir de las relaciones interpersonales en el marco del trabajo. El nivel de independencia en el desempeño eficiente del trabajador. El análisis de manera dialéctica de los tres elementos esenciales: el saber, el hacer y el ser.

Competencia entonces debe ser entendida como algo más que el mero desempeño. De todos estos conceptos presentados se puede inferir que una competencia se encuentra a un mayor nivel con respecto a una habilidad, ya que la primera integra un conjunto de habilidades, conocimientos y comportamientos del individuo para desempeñar con éxito una actividad dada.

Algunos autores de los que han trabajado el tema de las competencias consideran que cualquier definición que se asuma de competencias laborales debe en síntesis, plantear la relación en forma de sistema que existe entre los conocimientos, hábitos, valores, habilidades, actitudes, aptitudes y motivaciones que debe poseer el individuo en la realización de su trabajo y que se materializa a modo de resultado evidente, en un desempeño eficiente.

A pesar de las ideas presentadas por los diferentes autores queda aún la insatisfacción de que existe una contradicción básica, la evaluación depende, de la comparación entre los resultados del sujeto y el patrón de excelencia que ha sido definido socialmente.

Compartimos entonces el enfoque de Corral, R., (2006) para el que la competencia existe como potencialidad, que se realiza, concreta y actualiza en un desempeño real; sin embargo la competencia no puede reducirse solo al desempeño, sino a una cualidad más amplia y generalizadora de la experiencia que existe potencialmente en el individuo y que se puede manifestar en variedad de ejecuciones. La competencia supone una implicación personal, no es solo la acción que se ejecuta, sino el significado que la persona le atribuye a su desempeño de acuerdo a sus motivaciones. La competencia se completa con una cualidad definitoria que es precisamente la posibilidad de derivar recursos individuales y soluciones a los problemas del desempeño de la fortaleza y fecundidad de las relaciones con otras personas.

Algunas consideraciones en torno al término competencia comunicativa

Antes de la década de los años 60 el término competencia se asociaba a la concepción conductista desarrollada por la psicología behaviorista; a partir de la crítica que Noam Chomsky hace a Skinner; quién explicaba el aprendizaje de la lengua a partir de la relación emisor – receptor, no considerando la naturaleza creativa del hombre, Chomsky desde su crítica propone construir una nueva teoría sobre la adquisición de la lengua. Esta es la razón por la cual en 1957, acuña el término competencia, que define como capacidades y disposiciones para la interpretación y la actuación, más la teoría propuesta por este destacado autor, no logra resolver el problema de la relación entre la lengua y la actuación. Su concepto de competencia percibe solo la competencia lingüística, con la cual, por si sola no se garantiza una comunicación eficiente.

El paradigma chomskyano ha sido refutado por considerar la lengua como un sistema axiomático, que niega su carácter de producto de la actividad práctica y cognoscitiva y contradice su carácter social, lo que lo lleva a admitir que la influencia de los factores externos solo afecta la actuación pero no la competencia.

Según señala Romeú (2004), Hymes (1967) opone al concepto de competencia propuesta por Chomsky el concepto de competencia comunicativa que viene a comprender para él la competencia lingüística, la sociolingüística, la discursiva y la estratégica. Desde un enfoque lingüístico su definición apunta hacia el aspecto verbal y pragmático, no obstante deja de lado el proceso de producción de significados.

Según Oliva (1998) la expresión "Communicative competence" fue introducida por vez primera en la literatura en 1972, refiriéndose a la habilidad de los hablantes nativos para usar los recursos de su lengua de forma que no fueran sólo lingüísticamente correctos, sino también, socialmente apropiados. Hymes (1972) la define como la habilidad para usar la lengua, de ahí que indague acerca de como el conocimiento se convierte en uso. El considerar la competencia lingüística vinculada a la actuación, lo lleva a acuñar el término de competencia comunicativa.

Canale y Swain (1980) hacen referencia al uso de la estructura lingüística y asumen la competencia lingüística, sociolingüística, discursiva, didáctica y estratégica como dimensiones de la competencia comunicativa. Al identificar las dimensiones de la competencia comunicativa los autores apuntan hacia el aspecto verbal y pragmático, pues tienen en cuenta el conocimiento de las estructuras lingüísticas, y saber adecuar su uso a las exigencias del contexto, el saber estructurar coherentemente el discurso y el emplear estrategias efectivas para iniciar, desarrollar y finalizar la comunicación. Estos autores integran en el concepto de competencia comunicativa "los conocimientos y habilidades necesarias para lograr una comunicación eficiente" de modo que integra dos componentes que en Chomsky y en Hymes habían aparecido desligados.

Por su parte Maingueneau (1984) no comparte en su totalidad el concepto propuesto por Chomsky de competencia lingüística, y formula su concepto de competencia interdiscursiva, la cual define, desde la teoría de la enunciación, como el dominio que poseen los enunciadores de un discurso que les permite producir y entender enunciados de conformidad con una formación discursiva y reconocer los enunciados compatibles e incompatibles con ella.

Entre otros conceptos acerca del término y en consecuencia con la orientación lingüística aparecen definiciones como la realizada por Cancio (1998) quien la define como aquella que comprende lo gramatical, pero también actitudes, valores y motivaciones referentes a la lengua, a sus rasgos y usos e integra actitudes para interrelación de la lengua con otros códigos de la conducta comunicativa o la elaborada por el Centro de Estudios de Educación avanzada citada por Arcia (1999) quienes afirman que es la capacidad de un individuo de usar adecuadamente su lengua sonora natural y describen como componentes esenciales de la competencia comunicativa las siguientes habilidades: observación, empatía, escucha activa y expresión oral.

Cot (2000), siguiendo los criterios de Canale y Swain y a partir del concepto de interacción, define el concepto de competencia pragmática como aquella que destaca el componente de interinfluencia en la comunicación como estrategia.

Castillo (2000), focaliza su interés en el desarrollo de la competencia comunicativa entendida como la capacidad de comprender un amplio y rico repertorio lingüístico dentro de la actividad comunicativa en un contexto determinado. Implica el conocimiento del sistema lingüístico y de los códigos no verbales y de sus condiciones de uso en función de contextos y situaciones de comunicación.

El Consejo de Europa (2001) analiza la competencia comunicativa desde tres componentes: sociolingüístico (aspectos socioculturales o convenciones sociales del uso del lenguaje), lingüístico (abarca los sistemas léxico, fonológico, sintáctico y las destrezas y otras dimensiones del lenguaje como sistema) y pragmático (la interacción por medio del lenguaje, así como todos los aspectos extra y paralingüísticos que apoyan la comunicación); cada uno de los cuales consta de tres elementos: conocimientos declarativos ("Conceptos": un Saber), habilidades y destrezas ("Procedimientos": un Saber Hacer) y competencia existencial ("Actitudes": un Saber Ser).

Para el año (2001) Charadeau propone retomar aspectos tratados por la pragmática, la enunciación y la sociolingüística dentro de una teoría del sujeto. Según Roméu (2003), Charadeau (2001) considera, que la construcción de sentido procede de un sujeto que se dirige a otro sujeto, dentro de una situación de intercambio específica, que sobredetermina la elección de los recursos del lenguaje que puede usar. Este autor elabora un modelo que consta de tres niveles con tres tipos de competencias correspondientes para el sujeto: competencia situacional, competencia discursiva y competencia semiolinguística. La competencia situacional exige que todo sujeto que se comunica sea apto para construir su discurso en función de la identidad de los protagonistas del intercambio, de su finalidad, su propósito y las circunstancias materiales que lo rodean. La competencia discursiva exige de cada sujeto que se comunica e interpreta, esté en capacidad de manipular las estrategias de puesta en escena que se desprenden de las necesidades inherentes al marco situacional. La competencia semiolinguística postula que todo sujeto que se comunica e interpreta pueda manipular-reconocer la forma de los signos, sus reglas combinatorias y su sentido, a sabiendas de que se usan para expresar una intención de comunicación, de acuerdo con los elementos del marco situacional y las exigencias de la organización del discurso. Este tipo de competencia comprende tres niveles que implica cada uno un saber-hacer en términos de composición del texto, un saber-hacer en términos de construcción gramatical y un saber-hacer relativo al uso adecuado de las palabras y el léxico, a lo que incorporamos un saber hacer desde el aspecto relacional, considerar los tres primeros saberes para relacionarnos de manera efectiva con un otro.

El término competencia comunicativa ha sido estudiado por autores de diversas áreas de la ciencia como son las ciencias psicológicas, pedagógicas, y sociales que destacan la necesidad del uso adecuado de la lengua y además, otros elementos que intervienen en la comunicación eficiente y en el entendimiento mutuo. Desde la perspectiva pedagógica, entre los principales autores se destaca Ortiz (1997), quien hace referencia al desarrollo de la misma en el rol del educador. Este autor la concibe como la capacidad del maestro para establecer una comunicación efectiva y eficientemente óptima (con sus alumnos) al desarrollar en su personalidad un estilo de comunicación flexible y lograr resultados educativos deseados siendo tratada la competencia como habilidades comunicativas, tales como: la lectura, la expresión oral y escrita y la observación. Dicho autor elabora un conjunto de exigencias a la personalidad del maestro para ser competente comunicativamente e influenciar de manera positiva en el desarrollo de las competencias comunicativas en los educandos. Fernández (2002) aborda la competencia comunicativa como, "factor de la eficiencia profesional del educador", y señala que la misma viene a ser un componente de su profesionalidad.

Parra (2004), considera que la competencia comunicativa pedagógica incluye los procesos lingüísticos, psicolingüísticos, es por eso que plantea, que la competencia comunicativa trasciende el sentido del propio, del conocimiento, del código lingüístico, para entenderse como una capacidad de saber qué decir, a quién, cuándo, cómo decirlo y cuándo callar que implica aceptar que la competencia comunicativa no es reductible al aspecto lingüístico, que tienen que considerarse, además los aspectos sociológicos y psicológicos implicados.

Así mismo, dicho autor hace referencia a definiciones que resaltan la psicologización de las competencias, reconoce el componente subjetivo de las competencias y aunque no discrepa de este elemento, si alerta sobre la importancia de considerar otras áreas de la ciencia, pues se caería en el riesgo de ser tan reduccionísta como la lingüística.

Para este autor es razonable afirmar que no es posible lograr una verdadera competencia comunicativa al margen del desarrollo de las habilidades comunicativas y el empleo de un apropiado estilo de comunicación, define las competencias comunicativas como una síntesis singular de habilidades y estilos que se emplean acertadamente por el sujeto en consonancia con las características y exigencias de los participantes y contextos donde tiene lugar la comunicación. Señala que entender la competencia comunicativa como un estado de preparación general del sujeto implica asumirla como un proceso susceptible de ser moldeado, formado y desarrollado a partir de la intervención pedagógica pertinente que se expresa en diferentes niveles, presupone concordar con la idea de que la preparación general hace alusión tanto a la teórica, como a la afectiva y la práctica, es decir, incluye la preparación psicológica, lingüística y la social cultural. Por ello, cuando se afirma que "se está considerando un estado de preparación general se hace referencia tanto a la posesión de los recursos y conocimientos que son necesarios, como a la disposición para realizar eficientemente la comunicación".

Forgas (2003), por su parte, considera que existe relación entre la competencia comunicativa con la profesional al tiempo que plantea que el talento comunicativo requiere de un determinado nivel de desarrollo de la inteligencia para saber, saber hacer y saber actuar, que no es bajo, ni necesariamente excepcional. Es por ello que plantea que en la actualidad las competencias comunicativas forman parte de las competencias profesionales.

Habermás (1987), desde su propuesta hace referencia a la racionalidad comunicativa. El autor según, acota Rodríguez (2000) conceptúa la competencia comunicativa como la capacidad de actuar comunicativamente, ajustando recíprocamente sus acciones en la búsqueda de un entendimiento mutuo intersubjetivo como principio generador de conocimiento y de su socialización.

Al revisar los criterios expresados por estos autores y el argumento de sus diferencias, se evidencia la clara necesidad de considerar en el análisis de las competencias comunicativas los factores sociales, psicológicos, culturales, así como el contexto en que tendrá lugar la situación comunicativa sin negar su estrecha relación con la necesidad de un dominio adecuado de la lengua.

Algunas reflexiones necesarias para la conceptualización del término competencia comunicativa desde la perspectiva de la dirección

A continuación se presentan las principales ideas que sirven de sustento teórico a la definición de competencia comunicativa, desde los aspectos que a la presente investigación son los más relevantes para el análisis del objeto de estudio.

Al realizar un análisis de los principales referentes teóricos desde el devenir histórico de la noción de competencia comunicativa no es difícil advertir que se han manejado aspectos relacionados con lo lingüístico y lo pragmático pero el componente social, lo interactivo unido a la concepción holística de la competencia ha sido insuficientemente tratado. Desde nuestra mirada esos aspectos se rescatan en los trabajos de algunos autores que serán manejados a continuación.

Cuesta (2002) plantea que para hacer una gestión de las competencias es necesario partir de la elaboración de un perfil de competencias. El diseño de los puestos de trabajo debe hacerse, entonces a partir de la integración de aquellos elementos de diversa naturaleza, como hemos explicado (conocimientos, habilidades, actitudes, valores, etc.) conforman las llamadas competencias secundarias o complejas, que se expresan en el desempeño del puesto y son las que definen su contenido. El  perfil de competencias resulta algo diferente a los acostumbrados perfiles de cargo o profesiogramas, centrados más en el plano cognitivo y en las funciones. El  perfil de competencias dependerá fundamentalmente de la función que se desarrolle en el puesto de trabajo en cuestión, pero también de la estrategia y la cultura de cada empresa en particular. Dicho perfil funciona como "modelo" y se desarrolla a partir de un núcleo de competencias que se desagregan en subcompetencias más específicas y estas a su vez se expresan en indicadores que señalan diferentes niveles que sirven para caracterizar el desempeño de cada individuo.

Para el autor la competencia comunicativa entra también dentro de ese proceso de desagregación, situando dentro de las competencias de un perfil para directivos, habilidades de comunicación como la defensa oral, comunicación escrita y el liderazgo comunicativo. Aparentemente, el autor retoma la importancia de considerar el aspecto de la integración; sin embargo, ¿A qué enfoque integrador se está haciendo alusión cuando el análisis de las competencias que poseen o no las personas, se determinan sobre la base de un perfil que descompone la competencia para el desempeño en un conjunto de subcompetencias? Consideramos que la competencia comunicativa no es en momento alguno una subcompetencia más específica. La competencia comunicativa atraviesa las funciones y las cualidades personales descritas como habilidades que se requieren para el ejercicio de determinado cargo.

Una concepción realmente holística de la competencia debe ser trabajada, de acuerdo con la perspectiva de autores como Fernández (2006), quien plantea que la valoración del éxito profesional debe incorporar esta noción holística de competencia. Las consecuentes dificultades que conlleva el evaluar el comportamiento humano, a tenor de la óptica de la misma autora, por su carácter multifactorial y su naturaleza subjetiva, no debe orientarnos a soluciones facilistas, mecanicistas y rígidas, propias de culturas de trabajo ya caducas. Se debe buscar soluciones viables que den cabida a la valoración integral y a la flexibilidad, en los que se contemplen las competencias entre sus indicadores.

Otro enfoque holístico del término competencia comunicativa es el de Romeú (2004) quien ha trabajado las dimensiones socioculturales de la competencia comunicativa y la define como "una configuración psicológica que integra las capacidades para interactuar en diversos contextos socioculturales, con diferentes fines y propósitos. Se articulan así los procesos cognitivos y metacognitivos, el dominio de las estructuras discursivas y la actuación sociocultural del individuo, lo que implica su desarrollo personológico (cognitivo, afectivo-emocional, motivacional axiológico y creativo)".

La competencia cognitiva, comunicativa y sociocultural de Romeú, constituyen un todo divisible solo desde el punto de vista metodológico. La unidad y cohesión de sus dimensiones están dadas por que quien aprende y se comunica es la personalidad, de acuerdo con la herencia histórico cultural adquirida socialmente, y que implica sus saberes culturales así como la cultura de las personas con las que interactúan sus conocimientos, necesidades, intereses, motivaciones, sentimientos, emociones y valores.

Esta autora aborda la competencia comunicativa desde tres dimensiones, la cognitiva, la comunicativa y la sociocultural. Analizando al hombre como sujeto del conocimiento y al lenguaje como medio cognición y comunicación. Al sujeto lo observa en su contexto, en las relaciones con los otros, desde sus valores, costumbres, sentimientos, posición y rol social. Por lo que se considera este enfoque como uno de los más integradores, sin embargo la competencia comunicativa no comprende solo el enfoque holístico sino que implica la comprensión de la dimensión social cuando intentamos aproximarnos a su conceptualización.

La competencia comunicativa la define Pérez (2006) como el conocimiento que nos permite utilizar el lenguaje como instrumento de comunicación en un contexto social determinado. Es un concepto dinámico basado en la negociación de significado entre los interlocutores, aplicable tanto a la comunicación oral como a la escrita, que se actualiza en un contexto o una situación particular.

Este autor recupera el papel del componente lingüístico pero desde el contexto de las relaciones sociales, la competencia comunicativa y su relación con el aspecto social.

Desde un enfoque comunicativo, la competencia comunicativa ha sido abordada por algunos autores como Beltrán (2001) quien la entiende como el conjunto de habilidades que posibilita la participación apropiada en situaciones comunicativas específicas. Este autor afirma que participar apropiadamente en una interacción comunicativa consiste en cumplir con los propósitos de la comunicación interpersonal, esto es, lograr lo que se quiere o necesita y hacerlo dentro de lo socialmente aceptable (sentido y coherencia). El desarrollo de estos conocimientos se inicia desde el nacimiento y continúa durante toda la vida. En sus trabajos este autor aborda las competencias comunicativas desde dos enfoques, que en su opinión permiten orientar la comprensión del proceso comunicativo.

El primero se ubica en el nivel intraindividual y da cuenta de la facultad humana de adquirir y usar el lenguaje, lo que se denomina competencia lingüística. Este primer enfoque es coherente con la idea de la comunicación intrapersonal que es entendida como el modo en que somos coherentes con nosotros mismos; es la manera de llevar una ilación adecuada entre lo que pensamos, sentimos y hacemos; es, en otras palabras, ser congruente, tener el privilegio de expresarnos con palabras que se adecuen justamente a lo que queremos decir sin dar oportunidad a interpretaciones ambiguas.

El segundo, corresponde al nivel interindividual, donde se resalta el papel que tiene la interacción social en la construcción de la competencia comunicativa y hace referencia al aprendizaje de la lengua, es decir, se pretende que el sujeto sea competente para comunicarse en la lengua estudiada tanto en la forma oral como escrita en las diferentes situaciones de la vida cotidiana.

La competencia comunicativa desde este enfoque también ha sido tratada como capacidades comunicativas que regulan la comunicación interpersonal entre los sujetos entre ellos se destacan: la autenticidad, la expresividad afectiva, la comprensión empática y la tolerancia.

Van Dijk (2000) valora en relación con los criterios expresados anteriormente que los que han tratado de ofrecer una definición más completa acerca de este concepto, mantienen la dimensión lingüística, y añaden a esta la dimensión pragmática. Generalmente, estas definiciones no se refieren a una dimensión cognitiva pero incluyen los componentes de la competencia comunicativa y los procesos comunicativos en los que el lenguaje está implicado así como su relación con la actividad sociocultural que el hombre despliega. Básicamente, coinciden en los aspectos lingüísticos y estratégicos pero dejan de lado el proceso de producción de significados, que antecede al acto comunicativo al decir de Vigotsky, por lo que, más recientemente, se ha reconceptuado el término al incorporarle el componente cognitivo o de producción de significados, además de hacer explícita la competencia sociocultural.

Siendo entonces que el análisis de lo social nos lleva al tercer aspecto de interés desde nuestro enfoque para conceptualizar la competencia comunicativa, el interactivo. Este elemento se rescata desde la perspectiva psicológica con los trabajos de Zaldívar(1998) quien define las competencias comunicativas como el conjunto de conocimientos, habilidades, actitudes, valores y comportamientos que nos capacitan para la producción, recepción e interpretación de mensajes de diferentes tipos y a través de diferentes canales, que facilitan y promueven el inicio, mantenimiento y fin de relaciones interpersonales positivas; y de la psicóloga y pedagoga Fernández (2002) quien la define como la presencia de una orientación psicológica favorable a la relación humana y el dominio de un saber profesional de habilidades, procedimientos y técnicas que facilitan la eficiencia en el proceso de comunicación interpersonal.

En este sentido, esta autora sostiene que la competencia comunicativa va más allá de la eficacia de los conocimientos, hábitos y habilidades que intervienen en la actuación personal. Sugiere que el tema debe ser visto desde lo personológico, al considerar que el hombre interviene y se expresa en la relación interpersonal como personalidad y, por tanto, en su actuación en contextos comunicativos, entran en juego tanto los elementos que permiten la ejecución pertinente desde el punto de vista cognitivo instrumental (conocimientos, habilidades, etc.), como aquellos que se refieren a la esfera motivacional afectiva y que son sus necesidades y motivos, sus propósitos, expectativas y vivencias. Resalta además, que en el intercambio comunicativo intervienen como elemento esencial la subjetividad de aquellos que participan, es decir, los elementos afectivos que resultan en su opinión insoslayables y decisivos en la eficiencia.

En su tesis doctoral Aguirre (2005) define la competencia comunicativa como la potencialidad que tienen los sujetos implicados de lograr una adecuada interacción comunicativa a partir del dominio e integración en su ejercicio profesional de los conocimientos acerca del proceso de comunicación humana, habilidades comunicativas, principios, valores, actitudes, emociones y de la voluntad para desempeñarse eficientemente y tomar decisiones oportunas ante situaciones complejas y nuevas, de tal modo que facilite el logro de los objetivos trazados por ambos en diferentes situaciones comunicativas en el ejercicio de su trabajo en los diferentes entornos socioculturales.

Esta autora puntualiza que las habilidades comunicativas que se asumen y se proponen como necesarias para desarrollar las competencias comunicativas son definidas como aquellas capacidades o propiedades psicológicas de la persona que le permiten establecer relaciones interpersonales y le permiten realizar con éxito las funciones básicas de la comunicación y al mismo tiempo sus funciones profesionales.

A criterio de la autora del presente trabajo la conceptualización del término competencia comunicativa en el análisis del desempeño del directivo, solo es posible desde la integración de aspectos que aunque también se relacionan con la lingüística han de hacer énfasis en la dimensión social y en el necesario enfoque holístico e integrador de la competencia que nos lleva a lo interactivo, pragmático y efectivo.

Competencias comunicativas. Una aproximación desde los requerimientos de la actividad de dirección

Las competencias son repertorios de comportamientos y características individuales que algunas personas dominan mejor que otras y que las hacen eficaces en una situación determinada. Las competencias representan la unión entre las características individuales y las cualidades requeridas y aprendidas para llevar a cabo cargos profesionales precisos claves para el éxito. Desde este enfoque entonces podríamos distinguir entre las competencias comunicativas generales, por así llamarles, que se ajustan a la idea de competencia comunicativa que aplican para diferentes actividades y aquellas que desde la literatura, se relacionan con la actividad de dirección.

El Dr. Manuel Calviño al referirse a las 13 competencias del directivo excelente, menciona dentro de la competencia comunicativa: la comunicación clara y argumentada, poder de síntesis, saber hablar en público, saber presentar informes, saber discutir y buscar acuerdos y consensos, comunicación verbal organizada, comunicación escrita, buena impresión, actitud receptiva y lograr comprensión.

Al tiempo que Hernández y otros, (2007) destacan que las competencias comunicativas que debe desarrollar un directivo son: la capacidad de escucha, empatía-rapport, retroalimentación, centrarse en el problema y el autocontrol siempre sobre la base del dominio de la contradicción básica del proceso comunicativo descrita por González, (1996) que supone la orientación a la situación total y que implica la orientación en el otro, en si mismo y en la tarea. Esta autora desde su investigación plantea que el desarrollo de la competencia comunicativa se manifiesta en la capacidad de entender y aceptar el punto de vista de la otra persona (legitimización de las percepciones), la búsqueda de información objetiva y necesaria para el desarrollo del proceso comunicativo en la actividad cooperada de los trabajadores, una fuerte orientación a resolver problemas y no aspectos subjetivos de la relación, el desarrollo del autocontrol emocional y una percepción adecuada de si mismo.

A partir del análisis realizado de las que han sido declaradas como competencias comunicativas del directivo, la presente investigación enfatiza entre las de mayor importancia la escucha eficaz, mantener un buen estado de las relaciones interpersonales del grupo, la transmisión clara y agrega la habilidad inquisitiva; para lograr el fin último de toda situación de comunicación que como bien plantea Caballo (1997) implica tres aspectos: mejorar o al menos no empobrecer la relación con el otro, mantener la autoestima y cumplir con la tarea que se ha de realizar.

Proponemos entonces una reflexión final el gran problema de la comunicación está dado en que las situaciones de comunicación y lo que las determina implican un conjunto de variables que tienden a ser realmente muy cambiantes. La comunicación desde las acciones técnicas es muy poco repetitiva y las variables que en ella participan son muchas para ser controladas; por ello la competencia se demuestra en el desempeño. La ejecución de las funciones de dirección no representan para el directivo el mayor grado de complejidad, la verdadera competencia estará dada en el modo en que el directivo puede jerarquizar las circunstancias para definir cuales recursos o habilidades han de entrar a jugar en la situación a fin de hacer eficiente el proceso de la comunicación. El verdadero nivel de desarrollo de las competencias comunicativas estará dado entonces en tres condiciones: que el sujeto entienda la competencia, la ejecute y la promueva en el contexto de su organización y especialmente en su Comité de Dirección.

Conclusiones

  • El análisis de las competencias comunicativas implica considerar los factores sociales, psicológicos, culturales, así como el contexto en que tendrá lugar la situación comunicativa sin negar su estrecha relación con la necesidad de un dominio adecuado de la lengua.

  • La conceptualización del término competencia comunicativa en el análisis del desempeño del directivo, solo es posible desde la integración de aspectos que aunque también se relacionan con la lingüística han de hacer énfasis en la dimensión social y en el necesario enfoque holístico e integrador de la competencia que nos lleva a lo interactivo, pragmático y efectivo.

  • El desarrollo de la competencia comunicativa se manifiesta en la capacidad de entender y aceptar el punto de vista de la otra persona (legitimización de las percepciones), la búsqueda de información objetiva y necesaria para el desarrollo del proceso comunicativo en la actividad cooperada de los trabajadores, una fuerte orientación a resolver problemas y no aspectos subjetivos de la relación, el desarrollo del autocontrol emocional y una percepción adecuada de si mismo.

 

 

 

 

Autor:

MsC Greter Vallejera Romero.

MsC Mercedes Zenea Montejo.

MsC Enrique Pin González

Universidad Agraria de la Habana.

Facultad de Ciencias Económicas.

Partes: 1, 2
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