- La sociedad familiar
- El anciano
- La familia y el anciano/a
- El trabajo y sus límites
- El envejecimiento
- Entre el sentido y la resignación: la resignificación
- Los carismas de la vejez
- Concluyendo
- Bibliografía
La sociedad familiar
1.- Toda sociedad está constituida por un grupo de personas que se proponen un beneficio, cuando deciden convivir y comunicarse entre sí. Tenemos, entonces, sociedades deportivas, religiosas, académicas, comerciales, con fines de beneficencia, de lucro o sin esta finalidad, etc.
Se puede considerar a la familia como a una sociedad: un conjunto de personas adultas y libres que conforman un tipo de sociedad (conyugal, parental), y que desean convivir, incluyendo la generación de hijos y la protección de los miembros más débiles, incluidos los ancianos. Toda sociedad implica el respeto (respectus: atención, consideración) entre sus miembros, esto es, el reconocimiento recíproco de los unos para con los otros. Como en toda sociedad, la interacción genera distintas funciones (e incluso profesiones) en sus miembros, pero todos se benefician análogamente con ello.
Una sociedad puede calificarse de humana cuando todos sus miembros son libres. La llamada "sociedad servil", de la Edad Media, no fue propiamente una sociedad humana. La situación jurídica y social del esclavo era, en principio, bastante deprimente. La condición servil era hereditaria, y el esclavo, al no ser sujeto, sino objeto de derecho, no estaba capacitado para contraer matrimonio jurídico válido.
Quedaba, igualmente, excluido de los derechos patrimoniales, no pudiendo ser propietario, acreedor o deudor, ni comparecer en juicio por cualquier causa. Tampoco tenía facultades para testar, ni dejar herederos de ningún tipo. Su dueño podía hacer de él lo que deseara, venderlo, donarlo, castigarlo e incluso matarlo. Sin embargo, con el tiempo, al principio jurídico que convertía al servus en una simple cosa, se opusieron las doctrinas filosóficas que preconizaban un mayor humanitarismo, lo cual tampoco dejó de tener consecuencias notables entre los juristas. La filosofía estoica, afirmando la libertad natural de todo hombre, consiguió atraer a sus postulados a todo un sector de la intelectualidad romana, si bien este proceso se acentuaría fundamentalmente durante el Imperio.
El modelo familiar heterosexual (hombre/mujer) es, actualmente, solo un modelo entre otros. El modelo monogámico tampoco agota el modelo familiar: hubo y hay otros modelos como los poliándricos y poligámicos.
En cuanto a las formas psicológicas de constituirse de las familias, se puede mencionar, entre las más típicas a:
a) La familia rígida: posee cierta dificultad en asumir los cambios de los hijos/as. Los padres suelen brindar un trato a los niños como si estos fueran ya adultos. No admiten fácilmente el crecimiento de sus hijos. Los hijos son sometidos por la rigidez de sus padres naciendo de este modo una cadena permanente de personas autoritarias que están esperando el momento de imponerse.
b) La familia sobreprotectora se destaca por la obsesión al sobreproteger a los hijos/as. Los padres no permiten el desarrollo y autonomía de los hijos/as. Los hijos/as no suelen, entonces, saben ganarse la vida, ni defenderse, aunque tienen excusas para todo y se convierten en "infantiloides". Los padres retardan la madurez de sus hijos/as y al mismo tiempo, hacen que estos dependan extremadamente de sus decisiones.
c) La familia centrada en los hijos. Suele suceder que los padres no saben enfrentar sus propios conflictos y centran su atención en los hijos; así, en vez de tratar los temas de la pareja, traen siempre a la conversación temas acerca de los hijos, como si entre ellos fuera el único tema de conversación. Este tipo de padres, busca la compañía de los hijos/as y depende de estos para su satisfacción. En pocas palabras "viven para y por sus hijos".
d) La familia permisiva, por su parte, está constituida por padres que son incapaces de disciplinar a los hijos/as, y con la excusa de no ser autoritarios y de querer razonarlo todo, les permiten a los hijos hacer todo lo que quieran. En este tipo de hogares, los padres no funcionan como padres, ni los hijos como hijos, y con frecuencia observamos que los hijos mandan más que los padres. En caso extremo, los padres no controlan a sus hijos por temor a que éstos se enojen.
e) La familia inestable no alcanza a ser unida. Los padres están confusos acerca del mundo que quieren mostrar a sus hijos por falta de metas comunes; les es difícil mantenerse unidos resultando que, por su inestabilidad, los hijos crecen inseguros, desconfiados y temerosos, con gran dificultad para dar y recibir afecto. Los hijos se vuelven adultos pasivos-dependientes, incapaces de expresar sus necesidades y por lo tanto frustrados, y llenos de culpa y rencor por las hostilidades que no expresan y que interiorizan.
f) La familia estable se muestra unida; los padres tienen claridad en su rol sabiendo el mundo que quieren dar y mostrar a sus hijos/as, lleno de metas y sueños. Les resulta fácil mantenerse unidos; por lo tanto, los hijos/as crecen estables, seguros, confiados, les resulta fácil dar y recibir afecto y cuando adultos son activos y autónomos, capaces de expresar sus necesidades, por lo tanto, se sienten felices y con altos grados de madurez e independencia[1]
Por cierto que se puede calificar a las familias con otros criterios (nuclear, extensa, ensamblada, monoparental, familia de madre soltera, etc.) que no es el caso de analizar aquí. Antes, la diversidad de género o heterogeneidad, parecía ser también una característica distintiva del matrimonio. Hoy la ley posibilita la formación de matrimonios igualitarios, no heterosexuales, con la posibilidad de que tengan o adopten hijos. Lo que fue la familia tradicional se va convirtiendo en una sociedad de convivencia, a veces con contratos legales previos o temporales.
Sin embargo, todas estas formas familiares deben enfrentar el tema del adulto mayor o anciano, como un posible miembro de la sociedad familiar.
En fin, toda sociedad familiar suele prever y organizar su forma de vida, de la administración del poder, de permanencia afectiva en el tiempo y de ahí la necesidad social de tener hijos. Una sociedad, en todo parecida a la familia, pensada para la convivencia, el placer, la protección mutua, etc., pero sin la intención de tener hijos que la prolongue en el tiempo, constituye otro tipo de sociedad (que suele llamarse unión convencional, pero no ha recibido aún un nombre universalmente validado).
2.- Cuando se piensa en una familia, se suele tener en mente a los padres y a los hijos. Raramente se piensa en los "adultos mayores" (padres, abuelos, tíos) que han formado y siguen formando parte de la familia. Éstos son psicológica y socialmente invisibilizados.
El término anciano (del latín antianus: "que es de antes") se utiliza para referirse a aquella persona que se encuentra dentro de los parámetros de lo que se llama tercera edad o población de personas adultas mayores. Entonces, entre las características que definen a este tipo de población, se encuentra la edad que hoy se estima entre los 65 y 70 años. Como consecuencia de las mejoras que a través de los años y siglos se han logrado en materia de calidad de vida, cada vez más la ancianidad corre la brecha de edad, que empezó siendo en la antigüedad, antes de Cristo, de 30 años de edad, y en la actualidad, ya supera los 70.
Una generación sigue a la otra; desplaza, por un tiempo, a la otra, en vitalidad, fuerza, poder; por lo que en una familia perviven varias generaciones. Esto genera conflictos generacionales. Las categorías sociales (niño, infante, joven, adulto, anciano, etc.) no remiten sólo a una condición biológica, sino también a un rol social constituyente. Nos vamos volviendo ancianos; pero la sociedad también nos va generando y otorgando roles y valores diversos. Se puede ser un venerable anciano en una cultura oriental antigua, y una persona marginada en una sociedad consumista occidental actual.
El trato para con los ancianos ha sido variado. Sólo en pocas culturas se ha matado a los ancianos; se da con más frecuencia el abandono de los mismos, y en especial, el abandono psicológico. Sólo en lugares, con muy pocos recursos y con necesidad de movilidad, se ha realizado el abandono físico (en el ártico o en desiertos). El Diario de la Guerra del Cerdo de Adolfo Bioy Casares, nos describe literariamente una sociedad que mata a los viejos.
3.- La interrelación entre el anciano y su familia, así como el papel de uno y otra, en la sociedad, ha evolucionado en las últimas décadas de forma vertiginosa. Asimismo los conceptos de anciano o las estructuras familiares y el reparto de roles dentro de las mismas han variado de forma considerable[2]
La mayor esperanza de vida y de años de vida en buenas condiciones (aunque también en malas), acceso casi generalizado a pensiones y asistencia sanitaria, alargamiento de las etapas formativas en la juventud con el consiguiente retraso en la entrada al mundo laboral de los jóvenes, incorporación al mismo de forma masiva de la mujer, reducción del tamaño familiar, mejoras en las comunicaciones y el consiguiente desplazamiento del centro de gravedad demográfico hacia las zonas urbanas en detrimento de las zonas rurales, las sucesivas crisis económicas, etc., han sido algunos de los responsables de este fenómeno.
Desde este punto de vista, los estereotipos de anciano y familia deben ser puestos al día en esta realidad social así como el papel que juega el anciano en la familia y ésta para el anciano. Ya que forma parte de una sociedad, y dentro de ella de una familia, no pueden explicarse sus funciones y su evolución sino dentro de ésta. Para la persona anciana lo más importante es su familia, dejando de tener tanta importancia el resto de entramado social; ello crea una serie de interrelaciones entre ambos (familia y anciano) que van a marcar en gran medida su evolución posterior.
4.- Uno de los problemas que se nos presenta, en este momento, es: ¿Cómo definimos al anciano? ¿Por el criterio de edad? Es una definición que ha cambiado con el tiempo, no solo por los cambios en la esperanza de vida, sino también por la evolución que ha tenido la sociedad en todos los niveles.
Parece ser que en la antigüedad (cuando la esperanza de vida estaba alrededor de los 30 años), anciano era sinónimo de no productividad, y no tanto una cuestión de edad. No hace mucho tiempo que la imagen general de una persona de 65 años era la de un anciano con escasas posibilidades de autonomía que requería cuidados especializados.
No es igual la edad cronológica, la humana, la biológica, la psicológica y la social. La calidad de vida actual hace que prácticamente hasta los setenta y cinco años las personas estén en muy buen estado y puedan ser autónomas, aumentando la dependencia, a partir de esta edad. Tampoco es conveniente usar el criterio de jubilación, ya que es un criterio puramente administrativo.
5.- La concepción de la familia va más allá de la definición tradicional y fenomenológica en la que solo se la considera como una agrupación de individuos con lazos consanguíneos, conyugales o de adopción. En la familia hay vínculos entre sí e intereses en común.
La familia tenía, entre sus funciones, la de transmisión de conocimientos, habilidades, valores y creencias, en la que el abuelo jugaba un papel fundamental. También daba protección y apoyo a sus miembros. La familia era la responsable de la adquisición del sentido de identidad y el equilibrio emocional.
La familia funciona como un sistema, formado por un conjunto de unidades interrelacionadas con una características que son: la globalidad, la homeostasis, que es un sistema abierto (en continuo cambio), con una estructura y dinámica propias, con una reglas y roles establecidos, formado por unos subsistemas, con sus fronteras o límites y con una adaptabilidad y comunicación propias, en donde cada uno de sus integrantes interactúa como un microgrupo con un entorno familiar donde existen factores biológicos, psicológicos y sociales de alta relevancia en el desarrollo del estado de salud o de enfermedad[3]
El trabajo y sus límites
6.- El trabajo sirve al hombre y a la sociedad. Ésta disfruta de los bienes y servicios producidos por aquél. El trabajo tiene, entonces, una finalidad vital y social.
Las relaciones de trabajo se centran en satisfacer las necesidades de humanas y facilitar su desarrollo como persona. El hombre está dotado de capacidad de acción (sus manos actúan como herramientas) y de inteligencia y, con ellas, puede poner a su servicio el mundo material que le rodea.
El filósofo Jaspers ha dicho que el trabajo es una de las características esenciales que diferencian al hombre del resto de los animales, y es ésta particularidad la más importante, ya que hace posible la existencia del mundo humano según lo conocemos.
7.- Pero la relación entre el hombre y el producto de su trabajo es compleja y dialéctica, pues lo producido por el hombre termina modificando al hombre que lo produjo. De esta forma la consideración del trabajo como "comportamiento fundamental del ser humano" se encuentra en estrecha relación con el proceso de humanización del mundo y del hombre en sí mismo[4]
Cuando este equilibrio se rompe, tenemos distorsiones sociales y psicológicas. Socialmente se puede llegar a pensar que los hombres pueden ser sacrificados ante el altar de la sociedad; o viceversa, el hombre puede esperarlo todo de la sociedad (entendida como relaciones entre hombres protegidas por leyes). Pero tanto la sociedad (los demás socios) está para el hombre, como el hombre para la sociedad, o sea, para los demás socios. Los hombres crean sociedades (familiares, civiles, deportivas, etc.) para la protección mutua y para el ejercicio seguro, pero recíprocamente limitado de las libertades individuales.
Psicológicamente, simplificando muchos las situaciones, se puede tener dos visiones contrapuestas y distorsionadas de la sociedad: A) personas que viven adictas a su trabajo. Para ellas, no existen días libres o no laborables. Estas personas ven a la sociedad como un escenario poco seguro, si ellas no ponen todo el esfuerzo de su parte y esperan poco o nada de los demás. B) Otras personas, por el contrario, lo esperan todo de las demás personas. No son previsoras ni ahorrativas; gozan dilapidando sus bienes y su tiempo, y siendo luego una carga para los demás.
8.- Se envejece desde que se nace; pero, al inicio, este proceso es llamado desarrollo, después plenitud y, por último, decrepitud.
En el proceso de envejecimiento, aparece frecuentemente el temor: se teme a lo desconocido y a la indefensión. Por ello, tanto los ancianos como los jóvenes temen el final de la vida. Los jóvenes temen más este final que los ancianos, pero tratan de invisibilizarlo. Los adultos ya se hicieron una idea de lo que ella es y la temen por la sensación de indefensión inevitable.
La vejez es el paso anterior a la despedida; por ello, es a la vez, gozo de la existencia; y suele ser, también, doloroso despido.
"Lo malo de la vejez es que dura poco", escribe Norberto Bobbio[5]Y añade: "El mundo del futuro está abierto a la imaginación, y ya no te pertenece, el mundo del pasado es aquel donde a través de la remembranza te refugias en ti mismo, retornas a ti mismo, reconstruyes tu identidad. El viejo vive de recuerdos y para los recuerdos, pero su memoria se debilita día tras día".
9.- En la sociedad actual la vejez pierde valor. Antes de la modernidad, la vejez era respetada. Ella representaba el consejo de los sabios; la vejez significaba poseer el saber y poder, frecuentemente excesivo (patriarcados).
Los libros tomaron el lugar, en la modernidad, de buena parte del conocimiento de los ancianos. Hoy lo toma Google y en él, o en las amistades, se estima encontrar todo lo necesario para vivir. La generación joven no cree que un anciano la pueda comprender: dada la aceleración de los cambios, los ancianos no han vivido lo que ellos vivieron. Los jóvenes hoy, en materia de computación, por ejemplo, saben más que los ancianos.
10.- En la Biblia, el poder se "patriarquiza". La anciana, además, no está en el mismo nivel que el anciano. Dios es representado como un Padre maduro con barba blanca. En la Biblia, la descendencia era la forma de adquirir identidad. Era necesario "ser hijo de " para ser alguien.
"Las historias de los patriarcas son particularmente elocuentes al respecto. Cuando Moisés vive la experiencia de la zarza ardiente, Dios se le presenta así: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob » (Ex 3, 6). Dios pone su propio nombre junto al de los grandes ancianos que representan la legitimidad y la garantía de la fe de Israel"[6].
Sin embargo, no todo pasado fue mejor: detenernos en el pasado nos fosilizaría; pero, por otra parte, el cambio por el cambio mismo, hace que las generaciones queden alienadas en la idea de que es más quien posee más o quien está al día, conociendo la novedad.
La economía, en la sociedad de consumo, privilegia a los que consumen (noticias, música, comunicación, etc.) y se benefician quienes producen esos bienes, por lo que el anciano ajeno a estos intereses, no resulta ser significativo. Los ancianos no venden ni compran: las propagandas no están hechas para ellos ni por ellos.
Entre el sentido y la resignación: la resignificación
11.- Se hace presente la imagen de la tercera edad como fase de declive, en la que se da por descontada la insuficiencia humana y social. Se trata, sin embargo, de un estereotipo que no se corresponde a con la realidad.
La ancianidad puede ser una categoría de personas, capaces de captar el significado que tiene la vida en el transcurso de la existencia humana. Y existe otra categoría -muy numerosa en nuestros días- para la cual la vejez es un trauma. Se trata de personas que, ante el propio envejecimiento, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperados. Personas que, al encerrarse en sí mismas y colocarse al margen de la vida, dan principio al proceso de la propia degradación física y mental.
12.- Es posible, pues, afirmar que las facetas de las personas adultas mayores son tantas cuantos son los ancianos, y que cada persona prepara la propia manera de vivir la vejez durante toda la vida. En este sentido, la vejez crece con nosotros. Y la calidad de nuestra vejez dependerá sobre todo de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor.
El secreto de la juventud espiritual, que se puede cultivar a pesar de los años, depende de varias causas: del valor de la salud, de la compañía, de las metas que cada uno se propone cultivar.
Rectificar la actual imagen negativa de la vejez es una tarea cultural y educativa que debe comprometer a todas las generaciones. La vejez no es tiempo de resignación, sino de resignificación: un tiempo para darle un nuevo sentido a la vejez. Existe la responsabilidad, para con los ancianos de hoy, de ayudarles a fortificar el nuevo y diferente sentido de la edad, a apreciar sus propios recursos y así superar la tentación del rechazo, del auto-aislamiento, de la resignación a un sentimiento de inutilidad. La llamada tercera edad es, con frecuencia, un tiempo con gran sentido de sabiduría humana, propio de quienes han recorrido ya un largo camino. Por otra parte, existe la responsabilidad para con las generaciones futuras, que consiste en preparar un contexto humano, social y espiritual en el que toda persona pueda vivir con dignidad y plenitud esa etapa de la vida.
13.- La experiencia de los ancianos puede aportar al proceso de humanización de nuestra sociedad y de nuestra cultura, y les ha de ser solicitada, valorizando lo que podríamos definir los carismas propios de la vejez, podríamos simplificarla así:
– La gratuidad. La cultura dominante calcula el valor de nuestras acciones según los parámetros de una eficiencia e ignora la dimensión de la gratuidad. El anciano, que vive el tiempo de la disponibilidad, puede hacer caer en la cuenta a una sociedad «demasiado ocupada», de la necesidad de romper con una indiferencia que disminuye, desalienta y detiene los impulsos altruistas.
– La memoria. Las generaciones más jóvenes van perdiendo el sentido de la historia y, con éste, el de su propia identidad. Una sociedad que minimiza el sentido de la historia elude la tarea de la formación de los jóvenes. Una sociedad que ignora el pasado corre el riesgo de repetir más fácilmente los errores de ese pasado. La caída del sentido histórico puede imputarse también a un sistema de vida que ha alejado y aislado a los ancianos, poniendo obstáculos al diálogo entre las generaciones.
– La experiencia. Vivimos hoy en un mundo en el que las respuestas de la ciencia y de la técnica parecen haber reemplazado la utilidad de la experiencia de vida acumulada por los ancianos a lo largo de toda la existencia. Esa especie de barrera cultural no debe desanimar a las personas adultas mayores, porque ellas tienen muchas cosas que decir a las nuevas generaciones y muchas cosas que compartir con ellas.
– La interdependencia. Nadie puede vivir solo; sin embargo, el individualismo y el protagonismo desbordantes ocultan esta verdad. Los ancianos, con su búsqueda de compañía, protestan contra una sociedad en la que los más débiles quedan con frecuencia abandonados a sí mismos, llamando así la atención acerca de la naturaleza social del hombre y la necesidad de restablecer la red de relaciones interpersonales y sociales.
– Una visión más completa de la vida. Nuestra vida está dominada por los afanes, la agitación y no raramente por las neurosis; es una vida desordenada, que olvida los interrogantes fundamentales sobre la dignidad y el destino del hombre. La tercera edad es la edad de la sencillez, de la contemplación incluso en la frecuente presencia de algún dolor. El anciano primero trata de aliviar el dolor reciente, propio del deterioro degenerativo de ciertos órganos o partes del cuerpo; luego comprende que "si tengo dolor existo"; finalmente integra el dolor como una parte de lo que es la vida humana. De hecho, la civilización humana no es sólo la civilización de la compresión, y del amor, sino también de la violencia, del abandono y del dolor absurdo propio del devenir de los acontecimientos físicos, sociales y morales. Los valores afectivos, morales y religiosos que viven los ancianos constituyen un recurso indispensable para el equilibrio de las sociedades, de las familias, de las personas. Abarcan tanto el sentido de responsabilidad como de la amistad, la no-búsqueda del poder, la prudencia en los juicios, la paciencia, la sabiduría; la interioridad al respeto de la Creación, a la edificación de la paz. El anciano capta muy bien la superioridad del «ser» respecto del «hacer» y el «tener».
Las sociedades humanas serán mejores si saben respetar y aprovechar los carismas de la vejez.
14.- La vejez es una etapa natural de la vida y no obstante puede ser vivida de varias maneras.
Ante los procesos naturales no cabe desesperarse ni oponerse con angustia. Lo más oportuno es prepararse para vivir toda la vida, cada una de sus etapas, lo más apaciguadamente, sin pausa ni premura.
15.- El grupo social familiar incluye todo el rango de la vida: desde el nacimiento y el niño, al adulto y al anciano.
Cada etapa de la vida tiene sus aportes, sus beneficios y sus límites. Es insensato la conducta de esos padres que desean tener la eterna juventud como la de esos ancianos que no resignifican sus vidas otorgando toda la riqueza de experiencia y de capacidad de adaptación que han adquirido.
16.- Nuestras sociedades posmodernas se enfocan excesivamente en los jóvenes, apoyadas por los intereses económicos, para vender lo más posible. Aunque, a veces, la indumentaria resulte ridícula, como el vender indumentarias con todos los aspecto que tienen las similares ya deterioradas, la moda se ingenia en hacer parecer actualizada "a la moda" a todo lo nuevo que se le ofrece.
En ese contexto, los ancianos sensatos saben cómo adaptase a los tiempos, pero también a desconfiar de las ofertas velozmente cambiantes que acentúan valores superficiales, frecuentemente bajo el único pretexto de estar "a la moda". Pero quizás el valor más preciado de los ancianos para el resto de la familia esté en recordarnos vivamente que la vida humana es un poco de tiempo y que lo más sensato es vivirla lo más larga y placenteramente posible, después de haber vivida laboriosa y generosamente con los demás.
Sin la referencia viva del anciano los jóvenes carecen de un punto de referencia existencial que otorgue sensatez al vivir humano. Entonces algunos se aferran a la adolescencia no desean abandonarla nunca, otros temen al envejecimiento y realizan malabarismos cosméticos o quirúrgicos, luchando en vano contra el transcurrir del implacable Cronos el cual da y quita la vida.
Reyes Torres, Igdany – Castillo Herrera, C. José A. "El envejecimiento humano activo y saludable, un reto para el anciano, la familia, la sociedad", en Rev Cubana Invest Bioméd vol.30 no.3 Ciudad de la Habana jul.-set. 2011, pp. 15-26.
Prado Martínez Consuelo. "La antropología y la salud de l@s mayores". Disponible en:http://www.nutricion.org/publicaciones/pdf/antropometria/Biologia%20del%20Envejecimiento-PRADO.pdf
De la Uz Herrera María E. "El envejecimiento Reflexiones acerca de la atención al anciano" en Bioética / Mayo – Agosto 2009, pp. 32-45.
Hisako Takase Gonçalves, Lucia. Et Al. "La dinámica de la familia de ancianos con edad avanzada en el contexto de la ciudad de Porto, Portugal" en Rev. Latino-Am. Enfermagem, vol.19 no.3 Ribeirão Preto May/June 2011, pp. 45-57.
Rodríguez Martín, Marta. "La soledad en el anciano" en Gerokomos, V. 20 n.4, Madrid, Dic. 2009, pp. 34-43.
Autor:
?W. R. Daros
Universidad Adventista del Plata
(Libertador San Martín – Entre Ríos, Argentina)
[1] Cfr. ?Tipos de familia? en http://mx.answers.yahoo.com/question/index?qid=20080303115036AAwcFkt
[2] Seguimos en este punto el texto de: Buil P., D?ez Espino, J. ?Anciano y familia. Una relaci?n en evoluci?n?. En http://www.cfnavarra.es/salud/anales/textos/vol22/suple1/suple3.html
[3] Buil P., D?ez Espino, J. ?Anciano y familia. Una relaci?n en evoluci?n?. En http://www.cfnavarra.es/salud/anales/textos/vol22/suple1/suple3.html
[4] Cfr. Grisol?a, Armando. Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social. Buenos Aires, Lexis Nexis Depalma, 2003. www.abeledoperrot.com Lexis N? 5609/001200. Jaspers, Karl. Origen y Meta de la Historia. Madrid, Herder, 2005.
[5] Bobbio, N. De senectute e altri scritti autobiografici. Torino, Einaudi, 1996, p. 84.
[6] ?El anciano en la Biblia? en http://www.es.catholic.net/sacerdotes/228/2513/articulo.php?id=24099