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Filosofía y pensamiento (página 2)

Enviado por Wilmer Casasola R.


Partes: 1, 2

Sé que hay libros filosóficos que al leerlos invitan al rechazo, y peor aún, al abandono completo de la Filosofía. Pero no sólo hay libros de Filosofía escritos en lenguaje sencillo, sino muchos otros géneros que permiten la reflexión filosófica. Es conveniente conocer un pequeño secreto: si bien es cierto que hay libros estrictamente filosóficos, somos nosotros los que en realidad le damos una dimensión filosófica a todo texto que leemos. Un texto, no sólo es un libro; lo es también, una caricatura, una película, una obra de teatro, una escultura, una pintura, y hasta una mejenga de Primera División (…). En fin, la realidad es un gran texto que nunca se agota en una sola interpretación…

La Filosofía como orientación

¿Podría la Filosofía orientar y darle sentido a nuestra vida? ¿Existe un sentido de la vida?

¿Cuál sería ese sentido? Más que un sentido de la vida, lo que se nos presenta a nosotros es un vacío de cuál será nuestro sentido de la vida. Y en este vacío que experimentamos a veces todos los seres humanos es cuando se manifiesta el sinsentido de la vida. La tarea que tenemos por delante es indagar en nosotros cuál será nuestro propio sentido de la vida. Y para llegar a ese descubrimiento tenemos que emprender un camino desde las tinieblas que pueden estar impidiéndonos pensar con claridad hasta una manifestación clara de nuestros pensamientos. Existen muchos libros, cientos, miles de libros en las bibliotecas y librerías que prometen a su lector alcanzar la felicidad una vez terminado su lectura. Vendría a ser algo así como: sea feliz en 24 horas… La tarea consiste no en que alguien nos diga a priori qué es la felicidad y cuál es el sentido de nuestra vida, sino en descubrir nosotros esa felicidad y sentido por vivir.

La reflexión a través de la Filosofía no promete a nadie ser feliz, pero tampoco a no encontrar un sentido de felicidad. Decía un escritor costarricense, Max Jiménez (1900-1947), que es difícil encontrar consuelo en la filosofía, pues se queda uno de filósofo y sin consuelo. Es decir, que uno se quedaría sin consuelo y sin filosofía ¿Será esto verdad? ¿O se trata de otra afirmación determinante más? No tenemos por qué —al menos que lo aceptemos— compartir esta idea del autor. En primer lugar, si se tratara de consuelo, no tenemos por qué buscar y encontrar consuelo en un conglomerado de letras escritas por alguien que jamás conocimos. Si quisiéramos consuelo inmediato (lo que supone primero saber cuál es la causa de nuestro desconsuelo), buscaríamos cualquier otro recurso, menos un libro. El libro no tiene prisa en responder a nuestra desesperación. Su conversación con nosotros será serena, lenta y reflexiva. La Filosofía no es un capellán. En la Filosofía no se busca consuelo sino conocimiento. Y en una Filosofía práctica no se busca consuelo, sino orientación filosófica. Y una orientación focalizada hacia la acción (¿de qué sirve pensar si no vamos a actuar?…) En segundo lugar, es falso que alguien que busque, ya no consuelo, sino orientación en la Filosofía, se quede entonces sin orientación y sin filosofía; es decir, de filósofo desconsolado (¿buscar consuelo en la Filosofía?; ¿qué varas, no? Suena como a patología o masoquismo biointelectual…).

La Filosofía, o más propiamente hablando, el ejercicio filosófico es la forma más elevada que tiene el ser humano de cultivar el pensamiento. La Filosofía es fuerza de pensamiento. Es claridad, profundidad, análisis, interpretación, creación y acción del pensamiento. Buscar orientación en la Filosofía no tiene por qué ser el resultado negativo de quedarse sin orientación y sin Filosofía.

Casi siempre necesitamos razones para actuar, casi siempre necesitamos alguna certeza de la rectitud de nuestras acciones; y cuando no rectitud, al menos, seguridad de que lo que elegimos redundará en bien para nosotros y no afectará a otros seres vivientes. No existe ser humano que en algún momento de su vida no se interrogue acerca de lo que es la felicidad, y particularmente, lo que es su propia felicidad.

Imaginemos, por ejemplo, un pequeño diálogo en el cual podamos apreciar que es difícil marcharse sin consuelo y sin filosofía; es decir, marcharse sin orientación filosófica Si buscando una respuesta a la interrogante qué nos hace felices nos topáramos con la opinión de un hombre llamado Epicuro (341 a.C.-270 a.C.), y conversando con él le planteáramos nuestra inquietud acerca del fundamento de la felicidad humana, y nos dijera:

  • ¿De modo que quieres saber cuál es la fuente de la felicidad?

  • —Sí, Epicuro, la verdad, últimamente me siento desorientado en cuanto a qué me hace verdaderamente feliz.

    • ¡Ah, por todos los dioses! Lo mismo de siempre. No busques más. ¿A caso no sabías que la verdadera fuente de la felicidad humana reside en el placer?

    • ¿En el placer…? —interrogamos a Epicuro—. ¿Cómo así?

    —Sí, el placer es la fuente de la felicidad humana…

    Una vez afirmado esto, Epicuro se marcha dejándonos una respuesta, pero a la vez una interrogante de lo que es la felicidad humana.

    Si nos topáramos con esta opinión; ¿nos iríamos luego sin orientación —sin consuelo— y sin filosofía? No. Por el contrario, no sólo nos iríamos con una nueva orientación, sino además con una nueva perspectiva ética de la vida: el placer es la fuente de la felicidad humana. Pero entonces viene ahora la crisis moral, ética y gnoseológica (esta palabrilla quiere decir teoría del conocimiento). No sólo empezaremos a cuestionarnos si el placer puede ser efectivamente la fuente de la felicidad, sino que, pensando apresuradamente, podríamos considerar que tal opinión es inmoral. Y si creemos que es inmoral es sin duda porque afloran en nuestra mente todos nuestros valores —o prejuicios— morales que nos han impuesto, y en consecuencia, haremos una serie de juicios morales de lo correcto e incorrecto tachando de inmoral a esta perspectiva ética (…).

    Pero de repente, podríamos detenernos a pensar: pero, ¿a caso no sentimos placer cuando leemos un libro, vemos una película, y hasta cuando estudiamos para un examen final? ¿A caso no es cierto que también el placer físico sea motivo de felicidad? ¿Nos ha proporcionado placer elevar rezos a todos los santos, o es el rezo a todos los santos lo que nos proporciona placer? Aquí ya hemos dejado el juicio moral para anclarnos en el océano de los juicios éticos. Sin embargo, ahora empezamos a pensar en otras posibilidades de cómo se puede alcanzar la felicidad, pero especialmente en si la afirmación de que el placer es fuente de la facilidad puede aplicarse para todas las personas por igual. ¿Percibirán todos con el mismo gusto estético una película que a mi me gusta? ¿Sentirán todos el mismo placer al leer un libro? Si alguien no tiene una capacidad intelectiva altamente desarrollada, ¿podría sentir placer por la lectura cuando en realidad lo que experimenta es frustración por no comprender lo que lee? El placer, como fuente de la felicidad humana, ¿es físico o espiritual? Si es espiritual, ¿por qué muchos hombres entregados a la vida espiritual, como los Padres, han dejado el placer espiritual de contemplar las maravillas de Dios, y en su lugar pasan a contemplar las maravillas de un cuerpo femenino y el gozo que ese cuerpo maravilloso proporciona?

    Hasta aquí ya hemos entrado no sólo en el reino los juicios éticos, sino en la especulación gnoseológica, en la filosófica orientada a la estética y a la educación. Entonces, ¿será verdad que uno se queda sin orientación y sin filosofía cuando busca a esta última? Parece que no,

    ¿cierto? Una afirmación tal no tiene por qué ser determinante, como no tiene por qué ser determinante la manera como nos orientemos en la búsqueda de este sentido de felicidad.

    Hay afirmaciones que se pretenden absolutas e incuestionables, con lo que serían seudofilosofías dogmáticas, o más puntualmente, ideologías. El cuestionamiento es parte del crecimiento intelectual, científico, artístico, literario, cultural y religioso, entre otros. Lo que no permite cuestionamiento alguno es por definición dogmático. José Ingenieros (1877- 1925), planteaba lúcidamente hace muchos años que quien dice dogma, pretende invariabilidad, imperfectibilibidad, imposibilidad de crítica y de reflexión personal.

    La racionalidad filosófica: motivación por el pensamiento y la acción

    La Filosofía como orientadora de vida no busca establecer líneas de pensamiento, sino motivar al pensamiento. En efecto, la Filosofía práctica, la Filosofía como terapia y como orientadora de vida busca la reflexión personal a través de los textos con que contamos en la realidad que nos envuelve.

    Existen hoy día muchas disciplinas orientadas a la práctica instrumental, y en consecuencia, a la vida práctica: las ciencias y las tecnologías, entre otras. Se trata, en muchos casos, de técnicas bien perfeccionadas, las cuales permiten producir objetos o sistemas para la vida práctica nuestra. Pero saber la técnica de algo no quiere decir manejo de racionalidad sobre ese algo. Hace falta racionalidad científica si quisiéramos verdaderamente mejorar la técnica. Pero nos conformamos con saber cómo hacer, y abandonamos el por qué y la lógica que mueve esta racionalidad. Es más fácil aplicar una técnica que crearla. Y crear una técnica requiere de cierta racionalidad científica, y esta racionalidad requiere a la vez de un grado estimable de creatividad. Creatividad que no se da en el vacío, sino que requiere a la vez de todo un sistema educativo donde medien las artes, la música, la literatura, el lenguaje y el pensamiento crítico.

    La razón humana tiene muchas formas de manifestarse sobre la vida objetual (sobre la realidad externa). Cuatro grandes formas en que la razón humana se manifiesta sobre la realidad son: la racionalidad filosófica, la racionalidad científica, la creatividad artística y la religión.

    La racionalidad filosófica fue el primer instrumento mental con que el ser humano se orientó en la vida para explicar-se el mundo que lo envolvía de forma enigmática, pero más allá de explicarse el mundo, la racionalidad filosófica era orientadora de la vida práctica. La racionalidad filosófica no sólo buscaba la explicación del cosmos, de los fenómenos de la realidad que nos envolvía, sino que la reflexión misma era el basamento para nuestras acciones cotidianas. La Filosofía era el más elevado pensamiento puesto al servicio de la acción. Paralelamente a la racionalidad filosófica surgió la racionalidad científica. Esta racionalidad científica, explica el filósofo de la ciencia Guillermo Coronado (1945- ), era el deseo por comprender el entramado de las relaciones entre los fenómenos. Sin embargo, el resultado de esta racionalidad no estaba orientado a la creación de algún objeto específico, sino más bien, estaba orientado a un discurso, a una teoría. Uno de los rasgos fundamentales de la racionalidad científica, en este sentido, era la comprensión y explicación de los fenómenos y no necesariamente el conocimiento práctico. Posteriormente el método pasa a ser parte esencial de la producción científica, y sin el cual, se dice, sus conocimientos carecerían de objetividad. La racionalidad científica está avocada a la explicación de los fenómenos y de las cosas que nos rodean.

    Por ahora, no me voy a referir a la creatividad artística, pero sí muy escuetamente a otra forma de racionalidad, a saber, la racionalidad teológica. Esta racionalidad está más acorde con los principios religiosos. Por ello se podría pensar que esta sería una suerte de racionalidad confesional. Ella buscaría la explicación del mundo a través de un discurso más fácil que los anteriores: el universo es la creación de una divinidad llamada Dios. En el imaginario religioso, la moral, la espiritualidad, el quehacer práctico, el destino; todo está ya determinado. Allí no hay que pensar, es suficiente con obedecer. Sin embargo, a favor de esta espiritualidad y moralidad religiosa, podemos recordar nuevamente a José Ingenieros. En efecto, sostiene este filósofo que las morales religiosas, al contrario de los sistemas éticos racionalistas, tienen una fuerza de cohesión social al imponer normas de conducta humana dentro de un régimen social dado, todo lo contrario a las morales individuales, que al poner en la conciencia moral del hombre la obligación y la sanción, carecen de valor social.

    Aquí nos ocupamos de la racionalidad filosófica, particularmente de la Filosofía práctica. La Filosofía como orientadora de vida es esencial a la vida humana, porque la comprensión de la realidad que nos envuelve es demasiado amplia para aprehenderla de una sola vez. Es humanamente imposible: la realidad es fragmentaria para nosotros. Lo que del mundo sabemos son nociones. Ante la inmensidad del universo y de la realidad fragmentada que vivimos la Filosofía se presenta como unidad explicativa e interpretativa a la vez de la totalidad cósmica. La Filosofía no sólo es la unificación del pensamiento, sino que a la vez, la unidad de sentido fundamental por la que nos podríamos orientar en la vida cotidiana.

    Pero, ¿por qué de entre tantos saberes debemos echar mano de la Filosofía? Nadie sostiene eso. Orientémonos como podamos y queramos. Pero veamos un ejemplo de por qué echar mano de la reflexión filosófica también.

    Si echamos mano de la ciencia, entonces, deberíamos ser científicos profesionales. Si nos referíamos a echar mano de informes científicos, ¿confiaríamos de informes que muchas veces buscan la propaganda con un fin puramente económico? ¿Confiaríamos de un periodista que asimiló cierto grado de información técnica —y quizás de forma errónea— y la transcribió para algún periódico o revista divulgativa? Veamos un par de ejemplos.

    Un informe desvirtuado por la comunidad científica llega doblemente desvirtuado a la opinión pública. Un ejemplo de esto es lo que sucedió con el problema de contaminación transgénica de maíz en México, reportado en el año 2001, en la que un grupo de científicos impulsados por intereses económicos de la industria biotecnológica, desvirtuaron la evidencia de otro grupo de científicos que presentaron las pruebas de la efectiva contaminación de maíz con transgénicos. Tanto los relacionistas públicos como los científicos biotecnófilos serviles de las grandes corporaciones de productos transgénicos — que Silvia Ribeiro llama los gigantes genéticos— desacreditaron científica y políticamente a aquellos investigadores comprometidos con una ciencia más objetiva y menos hieródula de las grandes compañías al servicio de la industria irresponsable con la vida humana y la biodiversidad en general.

    Lo mismo se puede decir en relación con la ingeniería genética y el entusiasmo cientificista e ideológico de declarar, sin más, un determinismo genético. Una vez que cierta comunidad científica apoyada por medios de comunicación sensacionalistas declaran semejantes hallazgos pasan hacer parte de la cultura popular. Estas afirmaciones apresuradas sin la debida madurez de una investigación responsable provocan, a la vez, un imaginario científico popular. Por esa razón, cuando otro grupo de científicos llega a resultados más confiables se produce cierta crisis en la confiabilidad de los datos que arroja la ciencia. Y este es precisamente el problema para el acervo epistémico popular. Pues, siguiendo el planteamiento razonable de Bertran Jordan, ante nueva evidencia científica, la afirmación, por ejemplo, de que existe un gen de la criminalidad puede desaparecer de la escena científica —por el hecho de contar con más conocimiento e investigación—, sin por ello desaparecer de la memoria colectiva.

    Esto es a lo que me refiero al hablar de un imaginario científico popular y un acervo epistémico popular. Cuando nosotros nos orientemos con esos datos, tales datos puede que hayan sido rechazados por la comunidad de sabios y no sean en consecuencia ya verdaderos, con lo que nuestros razonamientos intelectuales cotidianos estarán orientados por una episteme evidentemente doxástica. Esto, por su puesto, no quiere decir que nuestro criterio epistémico dependerá en absoluto de los datos que arroja la ciencia. Un criterio así no sólo no sería epistémico, sino a la vez falaz y prácticamente dogmático. La verdad es una aspiración demasiada bella para anclarla en las aguas de un solo saber.

    De esta manera, cierta ciencia deja de ser objetiva para estar al servicio de la industria y la propaganda ideológica y comercial. La aspiración ontológica de verdad es abandonada para anclarse en su lugar en un servilismo profusamente pragmatista y comercial. En consecuencia, si no hay objetividad en la misma ciencia; ¿qué podríamos esperar de algunos informes divulgativos de segunda fuente? ¿Nos orientaremos con un saber que desvirtúa las aspiraciones de la verdad misma? ¿Cómo saber cuándo esta comunidad de sabios dice la verdad?

    También podríamos echar mano de cualquier religión. En ella ya hay un telos (fin) determinado: la moral, el destino, la vida; todo es un plan que ya ha sido dibujado por las manos de su Creador. Aquí no hay espacio para imaginar verdaderamente la posibilidad real de un libre albedrío. Tal cosa aquí no existe.

    La Filosofía, por el contrario, no sólo busca la comprensión de la realidad, sino que siempre es ella una constante cuestionadora de lo que se dice es la realidad de las cosas (sociales o naturales). Cuestiona ella cuanto conocimiento se produce, tanto las implicaciones éticas como epistemológicas, así también como los atributos ontológicos y el trasfondo metafísico que lo sustentan, entre muchos otros. Tal es el caso de la ética y la relación que ella tiene con las nuevas ciencias embrionarias como la ingeniería genética y la biotecnología, de las que constantemente cuestiona las implicaciones que conllevan ciertas prácticas en perjuicio para la vida humana y no humana.

    Pero dado que cuanto acabamos de leer está más cerca de la Filosofía académica (…), dejemos esto por fuera y concentrémonos en un acercamiento paulatino a la reflexión filosófica como orientadora de vida. A nosotros nos interesa otro tipo de filosofía. Una Filosofía práctica, una Filosofía orientadora, una Filosofía como terapia de vida, como terapia de pensamiento y de acción. Por supuesto, cuanto acabamos de leer tiene que ver directa o indirectamente con nosotros. Pero antes de querer orientar al mundo sería oportuno preguntarnos qué estamos haciendo nosotros para orientar nuestra propia vida.

    La Filosofía como creadora de pensamiento

    La Filosofía cumple una función cognoscitiva como no lo cumplen muchos otros saberes: la Filosofía logra expandir nuestra capacidad analítica e interpretativa de la realidad. Pero mejor aún, la Filosofía logra la creación y producción de pensamientos. Por eso es que la Filosofía históricamente ha sido la fuente de creación y producción de los más diversos pensamientos sobre la vida humana y el universo en general. Y de cuantas cosas pudiésemos aprender, lo más significativo que podríamos aprender es aprender a pensar de una forma creativa y productiva a la vez. Porque, por ejemplo, bien podríamos aprender la técnica de la pintura al óleo, pero si no hemos cultivado el desarrollo de nuestras facultades cognoscitivas nuestra creatividad será nula. Si no hay creatividad artística la técnica no podrá tener una manifestación creadora en donde concretarse. La imaginación y la creatividad desaparecen allí donde se tecnifica el pensamiento.

    Esta última afirmación no debe interpretarse como si la técnica fuese una forma inferior de conocimiento. La técnica es importante y necesaria para la vida humana. Lo que discuto aquí es la domesticación del aprendizaje técnico sin el fomento del pensamiento y la creatividad. La sola racionalidad técnica no hace a un buen profesional. Y claro, una formación educativa enfocada sólo a esta racionalidad técnica va paulatinamente aniquilando la capacidad de razonar de manera más profunda sobre la realidad. Al técnico se le forma para responder por la eficiencia de un producto, no por las consecuencias que pueda acarrear para el bios en general. Y al estar su racionalidad técnica enfocada a la cuantificación de la producción sirve necesariamente a una industria enfoca a la cuantificación de la riqueza, misma que abandona por completo su responsabilidad social y ambiental. Más allá de las limitadas fronteras en las que se sitúa la racionalidad industrial, existe un todo humano y una frágil biodiversidad que pueden ser alterados nefastamente si no se logra actuar de una forma más responsable sobre esta pequeño fragmento de polvo cósmico llamada Tierra.

    Todos estos son puntos que de alguna manera se manifiestan de manera silenciada en una racionalidad subyugada a la industria. Una industria que olvida el principio elemental de sostenibilidad ambiental y humana. Una industria que nos embriaga ilusoriamente con el entretenimiento tecnológico a la vez que destruye las condiciones de posibilidad de una vida sana y sostenible a futuro. Esto, por cierto, no es caer en un pensamiento retrógrado. Negar las virtudes de algunas ciencias y tecnologías es prácticamente una bestialidad racional. Son sólo elementos que invitan a pensar sobre algunas políticas económico-liberales y el afán de industrializar sin tomar en cuenta muchos factores implicados. De ahí mi interés enfocado a la función que tiene la Filosofía como motivadora de pensamientos para la acción.

    El pensamiento es el epicentro de nuestras acciones. A mayor desarrollo de nuestras ideas mayor manifestación de acciones inteligentes ejecutaremos. Es decir, nuestras acciones cotidianas son la concretitud de nuestros pensamientos. Una mente anquilosada, una mente que no ejercita la agilidad y diversidad intelectiva, tiene necesariamente un impedimento para desenvolverse hábilmente con la realidad cotidiana. En fin, la Filosofía es un saber práctico porque la Filosofía es pensamiento en acción. Actuamos cotidianamente de acuerdo con nuestras ideas. Si ilustramos estas ideas de forma más profunda, con mucha más razón más profundas serán nuestras acciones en la vida diaria. La sabiduría no consiste en la contemplación de las ideas, sino más bien, en la acción a partir de esas ideas. Y una de las tareas más sublimes que tiene la Filosofía en la sociedad es la producción de ideas y de pensamiento. A mayor profundad de pensamiento mayor profundidad en el análisis y crítica de la realidad. Por cierto, una parte de la realidad lo es tanto nuestro lábil sistema político como nuestras deplorables mejengas de Primera División.

    Quizás, por esa razón —no por lo de las mejengas, sino por los demás problemas sociales— es que en cada Gobierno que tenemos hay todo un plan sistemático para eliminar la Filosofía de los programas de Educación. En su lugar, hay un plan maquiavélico por parte de las jerarquías —incluyendo los políticos y ministros sexis— por crear una nación de jóvenes técnicos, bajo la excusa de que se enseña ciencia y tecnología. Pero es un programa de ciencias, recordando a Imre Lakatos, regresivo. Nuestra educación vive el eterno retorno científico: cada año misteriosamente se descubre lo mismo, y se premia lo mismo, y se aplaude lo mismo. Y esto no es una ciencia progresiva. Lo será en nuestra pequeña aldea, pero no en otras comunidades donde la enseñanza de las ciencias empieza con una formación sólida de nuestro pensamiento y nuestra creatividad.

    Se les permite a los jóvenes continuar avanzando cada año cursado, aunque hayan reprobado una materia, y en consecuencia, no hayan cumplido con los requisitos curriculares que cada profesor en su especialidad considera necesarios para una persona integralmente educada. El joven avanza cuantitativamente, pero no cualitativamente. Y este afán cuantitativo, producto de una ideología profusamente liberal, tiene necesariamente un desenlace nefasto cuando comprobamos que nuestros jóvenes cada día tienen una imposibilidad de razonar más profundamente. Pero en su lugar, se confunde operacionalidad técnica con profundidad de razonamientos, que es, precisamente, lo que requiere una nación que domestica a su juventud para que sirva súbditamente a la industria liberal, y sea incapaz de cuestionar sus deficiencias.

    Se habla cínicamente de la trata de personas, pero un Gobierno que no brinde una educación integral que permita el pensamiento profundo a su niñez y juventud está contribuyendo descarada e hipócritamente a lo mismo: la sumisión y el vasallaje por ignorancia. Y dado que el plan es masivo, se trata de la sumisión de toda una nación. La sumisión es una manifestación de nuestro desconocimiento. Nos volvemos sumisos, y en consecuencia nos dejamos violentar, cuando ignoramos que tenemos derechos. Como las posibilidades y aspiraciones de unos Derechos Humanos, de unas garantías sociales, de unos derechos civiles y de un marco jurídico del que se espera idealmente alguna manifestación real de Justicia. Que tenemos derechos de exigir mayor eficiencia de las instituciones públicas y su aletargada burocracia; que tenemos derecho de demandar una excelente atención médica, y que por lo tanto, tenemos derecho de solicitar, sin temor alguno, información más detallada al médico que nos atiende, pero que por alguna razón extraña se enviste de una misteriosa sabiduría de semidiós terrenal obviando nuestras interrogantes; que tenemos el derecho de alzar la voz y exigirle a nuestro ministerios encargados de velar por el ambiente que aquellas empresas transnacionales que se sitúan en nuestra localidad no vengan a destruir nuestros ríos y bosques con sus monocultivos y uso indiscriminado de agrovenemos. En fin, tener el derecho a que nos den las herramientas educativas para pensar y no para reproducir mnemotécnicamente una finalidad instrumental claramente planificada. Pero una nación sumisa por falta de pensamiento crítico es fácil de violentar y de gobernar…No sin razón dice la sabiduría popular que en un país de ciegos cualquier tuerto es rey.

    Esta es la tarea de la Filosofía como orientadora de vida, como creadora de pensamiento puesta al servicio de la acción. Una Filosofía práctica que nos ayuda a profundizar nuestro pensamiento proporcionándonos conocimientos sobre la realidad que nos envuelve, a la vez que nos proporciona los insumos intelectivos necesarios para actuar de forma más crítica e inteligentemente. El pensamiento se eleva si se cultiva. Las ideas, que son los ladrillos que edifican los grandes castillos del pensamiento humano, hay que hacerlas aflorar de ese universo que está dentro de nuestra concavidad craneal.

    Asimilamos cotidianamente los insumos de una sociedad mediada por el ocio intelectual, por las imágenes, por el facilismo pragmatista que proporciona el entretenimiento tecnológico. Nuestra racionalidad no se vuelve técnica, sino dependiente de la técnica. En este medida, la ejercitación de nuestro pensamiento filosófico no tiene cabida en una sociedad que todo lo facilita. Emprender una búsqueda hacia nuestra racionalidad filosófica—que siempre ha estado ahí, pero que la hemos relegado a la inercia— es la forma como la manifestación de nuestras ideas ya no serán la simple objetivación de palabras llenas de un tedio posmodérnico, sino la manifestación de unas ideas profundas que orientan nuestra vida de manera más diáfana e inteligente.

    Dice Milan Kundera (1929- ) que lo peor no es que el mundo no sea libre, sino que la gente se haya olvidado de la libertad. Siguiendo este razonamiento de Milan Kundera, no importa entones si el mundo se olvidó de la Filosofía como orientadora de vida. Lo verdaderamente importante es que nosotros no olvidemos esta sublime actividad y empecemos a orientarnos sabiamente a través de la reflexión filosófica. La misma existencia humana se nos presenta a menudo como un inmenso laberinto cósmico. Laberinto del que es necesario salir de una forma inteligente. Puede que los grandes muros de este laberinto cósmico estén impidiendo percibir una realidad estética y existencialmente mejor que lo que nuestra frágil percepción domesticada por el tedio de la cotidianidad pragmática nos hace ver. Ante estos huidizos horizontes la reflexión filosófica se nos puede presentar como orientadora de vida.

    La Filosofía puede contribuir notablemente en la orientación de nuestra vida. La Filosofía práctica es una forma de enfrentarnos con este mundo que habitamos, pero de una manera más profunda, donde profundidad no quiere decir agotamiento mental. Se cree que pensar filosóficamente es efecto una tarea desgastante, y esta es una de las razones por la cual abandonamos esta actividad. Otra de las razones por la cual abandonamos la actividad filosófica y lo que más impide el acercamiento a este tipo racionalidad es nuestro abandono de la lectura, y principalmente, el abandono de la lectura reflexiva. Esto conlleva a la vez a otro problema serio que afecta nuestra estructura cognoscitiva, a saber, la lectura técnica. La lectura técnica da como resultado una racionalidad técnica. En efecto, esta racionalidad técnica que vivimos en la educación actual va opacando silenciosa pero negativamente nuestra racionalidad filosófica. Todo cuanto leemos tiene que ser necesariamente una guía y un procedimiento para hacer, para producir y prácticamente para actuar. Todo ello dificulta notablemente la reflexión filosófica. La racionalidad técnica sirve para saber hacer las cosas de acuerdo con pasos previamente establecidos, pero no sirve para reflexionar profundamente. La racionalidad técnica reproduce; la racionalidad filosófica produce y crea pensamiento.

    Hay una diversidad en la producción filosófica que analiza diferentes tópicos de la realidad. No toda la filosofía es práctica, con lo que debemos saber llegar a esta dimensión práctica del conocimiento, para que ella sirva de orientación a nuestra vida cotidiana. La tarea que empieza es saber cómo acercarnos y descubrir esta Filosofía como terapia y como orientadora de vida; es decir, descubrir la Filosofía práctica.

    El diálogo con algunos filósofos a través de la literatura puede acercarnos a esta dimensión del pensamiento. También otros géneros literarios, cualquiera sean ellos (cuento, novela, teatro, comedia entre otros), así como el cine, la música y las artes. Y por supuesto, el agente más importante para acercarnos a la Filosofía: nosotros mismos y la disposición que tengamos para filosofar. Esto quiere decir que la Filosofía práctica la buscaremos en todos estos recursos (y si tenemos las bases para el análisis, mucho mejor), pero también en el diálogo permanente con nosotros mismos una vez que hemos ingresado en el sendero de la reflexión filosófica.

    Hace algún tiempo ya, Knut Hamsun (1859-1952) había dicho que la fuente de nuestras alegrías y de nuestras tristezas está en lo más profundo de nuestro ser. Por supuesto, nosotros percibimos la alegría y la tristeza en nuestra propia interioridad, en el conjunto de nuestra experiencia psíquica que conforma nuestra dimensión del yo. También, sin embargo, esta fuente de alegría y de tristeza es externa, porque otros nos causan, o bien alegría o bien tristeza. De la misma forma, la fuente de nuestras acciones está en lo más profundo de nuestro pensamiento. En la profundidad de nuestro pensamiento debemos buscar las bases para actuar. Empezaríamos por indagar, por buscar una cierta sabiduría práctica que tenemos allí dentro, pero que por el tedio social que vivimos en la actualidad la mantenemos somnífera, en un continuo letargo. Entonces tenemos que despertar esa sabiduría práctica nuestra. Para tal fin vamos a echar mano de la realidad externa, y en consecuencia, buscaremos la sabiduría que contienen algunos textos y con ellos dialogaremos cierto tiempo buscando alguna orientación. Sólo necesitaremos cierto tiempo. El tiempo para pensar con esas ideas y ponerlas en práctica. Pero lo más importante: el tiempo para producir nuestro propio pensamiento. Porque si no existe una filosofía que llene plenamente nuestra vida, es necesario crearla. Pero para crearla es necesario primero aprender a razonar filosóficamente.

    La aventura de reflexionar filosóficamente es la aventura de vivir y actuar filosóficamente. Pensar bien es actuar bien.

    Nota bibliográfica

    Si bien es cierto que este trabajo no se inscribe en la formalidad de un ensayo académico, pues su fin está claramente especificado en su contenido, a continuación cito las fuentes principales de los autores a los que hago referencia explícita.

    • Coronado, Guillermo (1999). La ciencia, la técnica y la tecnología. En Ramírez Briceño, Edgar Roy. (Comp.) Ética, ciencia y tecnología. Cartago: Editorial Tecnológica de Costa Rica.

    • Ingenieros, José (1919). Hacia una moral sin dogmas. 2ª ed. Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos de L. J. Rosso y Cía.

    • Kundera, Milan (2000). La vida está en otra parte (trad. Fernando de Valenzuela).

    Buenos Aires: Seix Barral (novela).

    • Hamsun, Knut (1929). Pan (trad. Hernández Catá). 3ª ed. Madrid: Biblioteca Nueva (novela).

    • Jordan, Bertrand (2001). Los impostores de la genética (trad. Manuel Serrat).

    Barcelona: Península.

    • Ribeiro, Silvia (2002). Contaminación transgénica de maíz en México queda impune. Ambientico. No 110. Escuela de Ciencias Ambientales de la Universidad Nacional, (Costa Rica).

     

     

    Autor:

    Wilmer Casasola R

    Profesor de Filosofía Instituto Tecnológico de Costa Rica.

    Cartago, Costa Rica.

    http://www.lafronesis.blogspot.com

    http://www.sofoterapia.blogspot.com

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