En El Capitán Vergara, R.J. Payró, narra diferentes pasajes de la vida de los indios de la región desde la partida de Juan de Ayolas hacia las tierras de El Dorado, los que se presentaron tributarios a Irala en su expedición al Norte. En estos textos aparecen nombradas otras tribus: quiloazas, agaces, payaguáes, mbayáes chanés, chamacocos, frentones, carios, tupíes quienes aparecen descriptos en su selva natural, con sus actividades y carácter propios, sus vestimentas y armas; su música machacona y lánguida, el baile monótono y fatigante; sus creencias reconociendo un Ser Supremo, herencia dejada por las misiones jesuíticas y franciscanas, como así también a sus divinidades diabólicas, a sus hechiceros, poseedores de poderes sobrenaturales y recursos mágicos, citados en "Médicos, Magos y Curanderos" de Luis Gudiño Kramer.
Según Lugones (en El imperio jesuítico), la actividad que los caracterizaba como ninguna era la agricultura, que influenció incluso a otras regiones; también la caza y la pesca, la fabricación de tejidos con fibras vegetales, y la fabricación de canoas monóxilas, hechas con un solo tronco ahuecado con fuego.
En cuanto a la relación con los blancos, primer contacto entre los "civilizados" y los "bárbaros", sólo dos aspectos eran posibles: sometimiento o guerra, ambos igualmente desdichado para los indios.
En las dos obras citadas de Payró se evidencian, no sólo las crónicas y documentos recogidos por el autor, sino su propia creación de escritor, su interés por el proceso histórico de la conquista y las personalidades de sus protagonistas principales. La transculturación sufrida por ambos grupos se ha ido transmitiendo a generaciones de mestizos hasta constituir el acervo folklórico de nuestro propio pueblo o sea, su tradición.
Los antiguos señores de la tierra, conocieron la triste experiencia de la esclavitud, nunca sintieron la virtud de la piedad, fueron sometidos en el mismo lugar en donde ellos eran dueños indiscutidos. A través de las obras citadas el lector va conformando en su mente la imagen mísera, doliente, vencida de los sobrevivientes que habitaban en los matorrales o bosques donde la avaricia del blanco no pudo llegar. No es sólo derrota o sometimiento, es la pérdida de la personalidad colectiva, de todo prestigio psicológico o cultural.
En el Litoral y la selva del Noreste, muchos grupos han desaparecido sin dejar huella ni rastros de su supervivencia cultural; pero en Corrientes y en la región chaquense y misionera se perpetúan voces del alma guaraní transformada, en mil supersticiones relacionadas con su ámbito y sus seres sobrenaturales: las víboras, los pájaros y sus plumas, los espíritus (Pora, El Pombero, Yasy-yateré), han sido captadas por Ernesto Morales en Leyendas guaraníes y Leyendas de Indias; en Cortando campo, de Justo P. Sáenz y en los cuentos de Alejandro Magrassi que tienen por protagonista a La Caá-Yarí, la diosa de la yerba mate.
Pese a la diversidad del ámbito, se puede mantener la demarcación tradicional de la región que se extiende de las cumbres andinas a los chacos, y del altiplano a La Rioja, Santiago y Tucumán. Este paisaje no ha podido ser transformado por la acción del hombre, así lo documentan Fausto Burgos, especialmente en Cachisumpi (Pág. 30). En El Surumpio, insiste en la creencia de que el "cerro se enoja", la "tierra agarra" al incrédulo o al intruso.
En estas regiones, las primeras conocidas por los españoles venidos del Perú, encontraron multitud de parcialidades, tribus y "naciones" indígenas: los atacamas y ocloyas; a occidente y oriente de la gran Quebrada, los omaguacas; los diaguitas y calchaquíes de los valles cordilleranos.
El recuerdo literario no se aventuró en reconstrucciones; cuando lo intentó, fueron los incas, avasallantes, quienes inspiraron a autores regionales. La Tradición Incaica (capítulo del libro El Indio en la Poesía de América), de Aída Cometa Manzini, ha reunido interesantes datos. Delimitándose a lo argentino, podemos recoger las referencias a Molina de Manuel Belgrano; Tutta Palla, de Lucio Vicente López; La fiesta de Raymi, de Martín García Mérou; Atahualpa, de Nicolás Granada y Ollantay, de Ricardo Rojas. Se puede completar esta enumeración con El Tesoro de los Incas, de Juana Manuela Gorriti; La Flecha del Inca, de María C. Bertolozzi de Oyuela; y La Quena y Vagancia de un Adolescente Incaico, incorporados por Carlos B. Quiroga a sus obras La Montaña Bárbara y Misteriosa y La Imagen Noroéstica, respectivamente. Su individualidad, defendida en luchas y alzamientos reiterados, a pesar de la doble transculturación, casi simultánea, del inca y el español fue relatada por Payró en El falso Inca y Chamijo.
Estas influencias ofrecen un caso muy interesante: no sobreviven como unidades étnicas distinguibles y diferenciadas del pueblo criollo, como ocurre con las tribus chaqueñas; pero tampoco han sido borrados hasta eliminar todo rastro, como en las pampas bonaerenses, motivo que ha inspirado una literatura regional copiosa. Descripciones y retratos de los puneños hacen Fausto Burgos, Atahualpa Yupanqui, José Armanini y Horacio Carrillo. El Labrador de los Valles es obra de Carlos Ibarguren y Juan Carlos Dávalos da su visión en Collas y Gauchos y en Pastores Calchaquíes; Carlos Quiroga en Cerro Nativo, diserta sobre los Antecedentes Indígenas de la Vida del Montañés.
Desconcierta la coincidencia entre los datos arqueológicos y las referencias de los testigos directos como Dávalos, Payró, o Nicolás G. Iramain.
Estos datos refieren a las habilidades de los alfareros y las tejedoras y su puiscana (huso) y las muyunas que sirven de contrapeso, y que ellas utilizan en cualquier momento de su día, pues es tarea perpetua la de tejer; escenas que presenta Julio V. González en Tierra Fragosa con el cuadro de Las Tejedoras de Vinchina (La Rioja). También los traficantes de sal surgen en los cuadros más realistas en El Salar, de Fausto Burgos.
El papel de importancia que asumían los instrumentos musicales abundan en cuentos y poesías, resaltando la significación como medio de expresión de sentimientos, tanto en las procesiones religiosas o en las algarabías del carnaval: la caja o tamboril, la quena, el erque o corneta, el erquencho, la "flauta de Pan" o sikus A esta fiesta variada se ha consagrado el libro El Carnaval en el Folklore Calchaquí, donde se hace referencia a la coincidencia del carnaval con la Chaya indígena, celebración deleitosa y embriagante consagrada a la recolección de la algarroba, y en la cual ambas parecen haberse fusionado; como así también en la celebración de la fiesta del Niño Alcalde, de La Rioja, aún más curiosa por ser ésta una celebración religiosa católica. Ambas aparecen mencionadas en Mis Montañas de Joaquín V. González, o en La Maestra Normal, de Manuel Gálvez. Otra celebración que muestra la amalgama del culto católico con desviaciones idólatras y fetichistas, es la ceremonia de la Virgen de Punta Corral, procesión al estilo del calvario católico, pero que en realidad son invocaciones a la Pachamama. (Cortazar: Lo Milagroso y lo Humano en la Historia de la Virgen de Punta Corral). De la misma forma la fusión aparece en la cuarta "jornada "de Kanchis Soruco, de Fausto Burgos.
Así, poco a poco se produjo la hibridación de estas dos formas religiosas, adaptadas ya en nuevas concepciones. Las divinidades y seres dotados de potestades benéficas o malignas son recogidos por Ibarguren en De Nuestra Tierra; por Payró en El Viejo y el Nuevo Culto; por Marasso en La Mirada del Tiempo; o los canta Dávalos en armoniosos versos.
Los juegos, antiquísimos fueron recopilados por Armando Vivante, tal es el caso de la pallana en Muerte, Magia y Religión en el Folklore: prácticas adivinatorias a partir de pallares o anchos; con carácter de juego en el awarkuden (awar= habla, kuden= juego), y ya en nuestros días sólo juego de criaturas Estos rasgos de supervivencia, tan propios del ámbito mental del montañés, y a veces, incomprensibles para nosotros, deberá seguir su recorrido en la literatura argentina para continuar proporcionando conocimiento, presentando personajes y sucesos que desplieguen lo investigado por arqueólogos e historiadores, pero con la habilidosa palabra del escritor para realzar todo lo aportado a nuestra tradición por estos pueblos.
La región comprendida entre los ríos Salado y Dulce, es una de las más interesantes desde el punto de vista folklórico e histórico. En esta zona se establecieron poblaciones aborígenes diversas: los calchaquíes, hacia el poniente; los lules más al sur y los tonocotés y juríes en esta mesopotamia santiagueña.
No se trataba de indios belicosos y hostiles, pero, y a pesar de esto, se fundaron reducciones evangelizadoras y fortines librados al valor de sus hombres y a sus propios recursos. Todo lo relacionado con estos establecimientos fueron evocados por Orestes Di Lullo en su libro Reducciones y Fortines. .El desenlace de éstos y sus rastros visibles se conocen por La Agonía de los Pueblos, del mismo autor.
Algo semejante sucedió con los comechingones del sur pues, su aparición en la literatura es fugaz, encontrándose mención en el canto IV de Bamba, el poema de Ataliva Herrera.
La vida de los fortines se puede conocer a través de El Mangrullo (La Vida en los Fortines de Antaño), de Guillermo House. Allí se cuenta la tragedia de la verdadera vida de "frontera": personajes y episodios, heroísmos y miserias, pasiones y odios, que al final, los ligan. Lugones logró con tal materia obras exquisitas como el comentario del Martín Fierro. Centrándose en la vida gaucha de la pampa; y hacia el final de su vida creó su composición insuperable Romances del Río Seco. Tres son los referidos a este caso: El Rescate, La Yegua Bruja, y El Cacique Zarco.
Los "fuerteros" conformaron verdaderos prototipos de gauchos: criollos de buena planta; bronceados y curtidos; con barba áspera que los distinguía de los indios; indigentes en su indumentaria, reemplazaban el sombrero por vinchas y sereneros; sentían orgullo por sus caballos y sus monturas, que además oficiaba de asiento, mesa, cama y carpa. Eran firmes, callados, discretos y valientes sin excepción. Pero la guerra permanente y sin tregua es conducto para que infiltre la cultura, no asombra que el "fuertero" termine confundido con el indio por su aspecto.
Y es esa misma resistencia humana y la libertad las que se engrandecen ante el enfrentamiento con las trampas de pagadores y conflictos con los pulperos, aparentes representantes de la civilización urbana en aquellos desiertos. Por este camino, "del purgatorio del cuartel se pasaba con harta frecuencia al infierno del malón"2. Desertores o prófugos blancos, resentidos o de índole malvada, se sumaban a la fiereza de los bárbaros, añadiendo los refinamientos de su astucia y la ventaja de la familiaridad de las costumbres cristianas, como aparecen en El Rescate, romance ya citado.
Así fue como el indio chaquense fue doblegado: por la fuerza, por las armas (rémington y ametralladora), y por los venenos infiltrados por la civilización, enfermedades y alcohol; y así es como los estampa Ricardo Rojas en su País de la Selva: "El gesto dominador de la barbarie, el ademán gallardo de los botines, habíanlos trocado por la voz débil del siervo; y por un semivestir de harapos, de desnudez plena y robusta de las edades primitivas" (Pág. 52).
El culminante desquite cultural a esta situación se aprecia en Raíz india, de Rosario Beltrán Núnez. El indio trasladó a sus descendientes modos y aptitudes, que al fundirse con la masa, dieron exquisitas fábulas y leyendas al folklore santiagueño. El ciclo de fábulas y cuentos animalísticos del zorro y del quirquincho son la expresión simbólica de este proceso: ya que el segundo no puede superar en fuerza a su contendiente, le opone la fuerza de su astucia; o sea el vencedor es el más firme y desvalido, en ese triunfo goza el pueblo su propio desquite. Múltiples aspectos del folklore santiagueño están impregnados de esta plurivalente herencia de la cultura autóctona, ejemplo de ello es el mito del Zupay, procedente de la selva de Santiago del Estero, según el cual existe un espíritu errante que cruza los campos corriendo o montando una mula negra, llevando consigo mulitas, lechiguanas y otros obsequios para quienes se atrevan a encontrarlo. Un instrumento esencial para ello fue el idioma, el quichua, aliado del mestizo. Extendido como medio adecuado de catequización, el quichua logró su vigencia contemporánea. Testimonio de esto encontramos en la obra de Jorge A. Ábalos, Shunko y en la de Santiago Ellena Gola, Acuychis zachaman (Vayamos al monte). Orestes Di Lollo aporta coplas quichuas en su Cancionero Popular de Santiago del Estero. Por su parte Bernardo Canal Feijóo medita y analiza en sus Ensayos sobre la Expresión Popular Artística en Santiago, que el idioma es utilizado por el pueblo como válvula de escape: primero, porque supone que no va a ser comprendido por el blanco, el hombre culto o el forastero; y segundo porque le sirve par desahogarse expresando todo lo que por las sutilezas de estilo, sólo son advertidas en lo íntimo.
En La Expresión Popular Dramática, del mismo autor, se pueden descubrir ritos y ceremonias vinculadas a la agricultura, hoy adscriptas a celebraciones religiosas, de clara expresión benefactora, en donde aún ciertos participantes practican el rol de "indios".
Numerosos aspectos del folklore santiagueño están compuestos de esa doble entidad: por un lado los seres y circunstancias que se pueblan de elementos de la naturaleza, especialmente de la fauna; y por otro la superviviente presencia de lo sobrenatural indígena, como lo demuestra Ricardo Rojas en su composición La salamanca.
Cuyo fue Tierra de huarpes, como tituló su libro Juan Pablo Echagüe. Esta tierra llena de arenales y "travesías" dio el gentilicio de cuyumches, "gentes del arenal" a cuyas leyendas y tradiciones se refiere el libro Huilla Cuyum Ches, de Juan R: Gutierrez Gallardo.
El huarpe era: taciturno, alto y velludo, con torso broncíneo y piernas de gamo. Individualista, retraído y pacífico, el huarpe fue sojuzgado. Todos pasaron a ser encomendados en las minas de oro donde no era más que unamáquina de trabajo, sin descanso, hasta su muerte, (Echagüe: Tradiciones , Pág. 51-53).
A pesar de algunos levantamientos y ciertas venganzas, el huarpe fue diezmado poco a poco; pero, su paso por la tierra quedó registrado en nuestra literatura en Facundo y en Recuerdos de Provincia, de D. F. Sarmiento en la cual insiste en su tema central característico: las sobrevivencias autóctonas, indígenas o gauchescas, no son sino resabios de la barbarie en la marcha de la civilización europea, paradigma de la perfecta cultura.
PEHUÉN MAPU, LA TIERRA DE LOS PINARES
Tierra remota en las faldas de la cordillera nevada la de los pehuenches (pehuen= araucaria, Che= gente).
Dos obras pueden guiarnos para conocer a estos pueblos de la Patagonia septentrional: Lin-Calel (la de las mejillas rosadas), de Eduardo Ladislao Holmberg y Pehuén –Mapu, de Gregorio Alverez; versiones que interpretan el mundo indígena en dos momentos de nuestra historia: vísperas de la Revolución de Mayo, la una y la conquista definitiva del desierto en 1879, la otra. En la primera consigna datos aportados por su "amigo" Shay-Hueque, el último gran cacique pehuenche, o por la mujer de Namuncurá, residente en Buenos Aires durante la prisión de su marido en la isla Martín García. También cuenta como la posesión del caballo dio lugar a las famosas "boleadas" en las expediciones para la caza.
Pehuén Mapu (Tierra de araucarias) es una "tragedia esotérica del Neuquén", en donde se revela la compenetración del autor con la historia, la vida y la lengua de los indígenas que asentaron su dominio en la zona. El odio al huinca y como se precipitaban los malones a la "frontera" son los ejes de todos los discursos de la obra.
Estanislao S. Zeballos en Painé o La Dinastía de los Zorros narra las historias de malones, de cautivos y refugiados blancos en los toldos.
Otra creación en donde son citados los pehuenches es Los Pingos, de Roberto Cunnighane Graham, donde nos habla del "árbol del Gualichu",divinidad maléfica de lo nefasto, lo insólito, lo incomprensible ; y a
"Nguenechen",nombrado en diversas advocaciones como Señor, Dueño, Padre, Gran Rey y Supremo Dominador del cielo, la tierra y los hombres.
Este mundo tan vasto produjo, en mano de escritores modernos una significativa cantidad e leyendas que sobreviven en la tradición del pueblo actual, tal el caso de Fernán Félix de Amador en Allú Mapu o el país de la lejanía; o de Miguel A. Camino en Chacayaleras, Nuevas Chacayaleras y en Chaquiras.
Desde el Río Negro hasta el extremo austral del continente se extendía el dominio de los tehuelches (gentes del Sur) o chonic. Sufridas por ellos dos poderosas transformaciones: la araucanización, de procedencia chilena; y la adopción del caballo, su vida se modificó dejando huellas visibles y preponderantes en sus vidas. Éstas nos las presentan José Luis Pérez en El Viejo Chubut, o Pedro Inchaspe en Allá en el Sur
Varios libros tratan sobre este tan poco conocido mundo austral de nuestro país. Algunos de ellos: La Australia Argentina, de Payró; El Mar Azul de José S. Alvarez (Fray Mocho); Kupen, Cuentos de Tierra del Fuego, de Enrique Campos Menéndez y Archipiélago (Tierra del Fuego) de Ricardo Rojas. Los autores citados reivindicaron las inexactitudes y confusiones que la poca información habían alojado en páginas de investigadores dignos de crédito como Darwin, y que en la mayoría de los casos eran producto de la fantasía. Ello arrojó luz sobre esta cultura indígena digna de consideración y de estudio, y que dejó de ser considerada un conglomerado de individuos fronteros entre los hombres y las bestias.
Rojas resume en su libro el cataclismo que para este pueblo significó la llegada del blanco que cambió su vestidura, su alimentación, su economía, su lengua y hasta su concepción religiosa.
Región llana comprendida desde Córdoba hasta la Patagonia y desde el pie de los Andes mendocinos hasta la costa atlántica. Con la llegada del romanticismo y su actitud de revaloración estética de la naturaleza aparece en nuestra literatura "la pampa". La encontramos en el primer canto de La Cautiva de Echeverría y en el famoso capítulo primero de Facundo, de Sarmiento.3
En la historia novelada de Blanco Villalta, Conquista del Río de la Plata, cuenta los contacto de estos indios con el primer grupo de blancos que llega a estas tierras y cómo los abastecían a cambio de insignificancias. La adquisición del caballo los erigió en verdaderos señores del desierto.
Los episodios correspondientes al siglo XVII que han sido documentados, no constituyen creación literaria, pero sirven de antecedentes. Así se sabe que en el lapso de tres siglos malones y contramalones, atrocidades y venganzas se intercambiaron por ambos bandos en torno al ganado y las vaquerías que se convirtieron en verdaderas expediciones al seno del desierto y que transformaron a recios varones en los "primeros gauchos" moldeados por ese ambiente hostil.
En relación a todo lo expuesto anteriormente, cabe preguntarse qué circunstancias y condiciones son las que determinan si la finalidad de la "civilización" fue cumplida. Plantea Mansilla en su libro Excursión , comparando el toldo del indio y el rancho del gaucho, por qué el primero es más consolador a la vista, si supuestamente el gaucho es el hombre civilizado, este desahogo:"¿Qué triste y desconsolador es todo esto! Me parte el alma tener que decirlo. Pero para sacar de su ignorancia a nuestra orgullosa civilización, hay que obligarla a entablar comparaciones."4
Aleccionadora, es también, la respuesta que Quemunpen da al inglés Sheridan en, Alarma de Indios en la Frontera Sud:" Civilización es para nosotros muerte, trabajo en las estancias, estaca en los fortines." Y si el ejemplo de civilización eran los ejércitos que los perseguían o los cautivos en las tolderías, los indios tenían razón, pues en ambos casos los civilizados los superaban en espíritu sanguinario, en crueldad, en todo los que se podría llamar caracteres positivos de la raza.
De cualquier manera la civilización pudo, al fin, proclamarse victoriosa superando la"invasión grande" en 1875, la fulminante campaña de Roca en 1879 y en la rendición de Namuncurá en 1884.
Las preguntas finales son: "¿Hubo justicia en la conquista? ¿No se pagó demasiado cara la victoria? Además de diezmar al indio, ¿se dignificó al hombre? ¿Contribuyó la civilización a la felicidad?"5
Tal vez, los versos de Enrique Gonzáles Trillo, en su Cántico a la Tierra
Patagónica, simbolicen el resultado de tal campaña civilizadora: ( )
Eran tribus de paz, pero el cristiano
les llevó guerra y muerte y exterminio ( )
Y hubo estancias de nombres extranjeros y campos alambrados,
y donde había toldos hay rebaños.
( )
– Augusto R. Cortazár, Indios y Gauchos en la Literatura Argentina, Instituto Amigos del Libro Argentino, Buenos Aires, 1956
– Lucio V: Mansilla, Excursión a los Indios Ranqueles, La Tribuna, Buenos Aires, 1870
– Domingo F. Sarmiento, Facundo, Centro Editor de Cultura, Buenos Aires, 2006
– Internet
Autor:
Liliana G. Baldo
Literatura Argentina I
Año: 2007, 1º cuatrimestre
Profesores: Alfredo Rubione, Liliana Penedo
UNLZ
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