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La economía feudal – evolución y crisis (página 2)


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El aumento del volumen de comercio y la normalización de las prácticas comerciales, trajeron consigo el nacimiento de una nueva forma de organización comercial -la vera societá- o sociedad auténtica- que rivalizó, y a veces suplantó, a la commenda. Constaba de varios socios, frecuentemente incluso de muchos, y solía operar en muchas ciudades de toda Europa. Con frecuencia se ocupaban de operaciones bancarias además de mercantiles. Además de mantener sucursales, esas grandes sociedades disponían de carros, mulas y barcos propios, y algunas poseían o tenían en arriendo minas de metales o yacimientos de otros minerales.

Los mercaderes más modestos que no podían disponer de barcos propios idearon otros modos de diversificar los riesgos del comercio a larga distancia. Se inventaron varios tipos de créditos marítimos para que los inversores no comerciantes participasen de los beneficios sin hacerlos socios de la empresa ni violar las leyes contra la usura. A finales del siglo XIII ya era normal el seguro marítimo.

La banca y los créditos fueron estrechamente unidos al comercio medieval. Ya en el siglo XII se establecieron en Génova y Venecia primitivos bancos de depósito. Concebidos en un principio meramente como depósitos seguros, no tardaron en empezar a transferir sumas de una cuenta a otra mediante órdenes orales y, con menos frecuencia, mediante órdenes escritas. Aunque por ley tenían prohibido prestar dinero sobre reservas fraccionadas, los bancos permitían el descubierto bancario a clientes preferentes, con lo que creaban nuevos medios de pago.

En sitios de menos actividad económica los banqueros privados vendían y compraban letras de cambio para facilitar el comercio a larga distancia. Embarcar moneda y lingotes de oro y plata suponía cuantiosos gastos y un alto riesgo; por ello, los mercaderes preferían vender a crédito, invertir las ganancias en un cargamento para el viaje de vuelta y obtener dinero en efectivo solo con la venta de este.

La tecnología industrial y los orígenes de la energía mecánica

Al principio de la Edad Media la capacidad técnica experimentó un ligero retroceso en la arquitectura y la construcción, pero en el año 1000 el nivel medio de tecnología era cuando menos tan elevado como en la antigüedad. A partir de entonces, las innovaciones se multiplicaron de forma regular.

Al considerar el aumento de la producción y las presiones para mejorar la tecnología debería tenerse en cuenta asimismo la demanda del consumidor. Dado que los artesanos y campesinos, aun si eran siervos eran dueños de sus propias herramientas y que su propio bienestar estaba en proporción directa a la eficacia de sus esfuerzos, les convenía comprar los mejores útiles y herramientas.

La industria más importante y omnipresente era la textil, si bien la construcción, tomada en su conjunto pudo ocupar el segundo puesto. En el siglo XI algunas áreas de Europa habían empezado ya a especializarse definitivamente en el proceso. De estas, la más importante fue Flandes y la zona circundante, lo que es ahora Bélgica y el norte de Francia. La materia prima más importante era la lana, y el producto, a su vez, el paño. Las diferencias de tipo y calidad del paño producido en las distintas regiones explican la extensión del comercio dentro de Europa.

Aunque los trabajadores más especializados, como tintoreros, bataneros, esquiladores e incluso tejedores, se organizaban en gremios, la industria estaba dominada por los comerciantes (también organizados en gremios), que compraban la materia prima y vendían el producto final. La productividad laboral aumentó enormemente gracias a un trío de innovaciones técnicas relacionadas entre sí: el telar a pedal, que sustituyó al simple bastidor; el torno de hilar, que sustituyó a su vez a la rueca, y el batán. Se extendieron por Europa a principios del siglo XII con una rapidez sorprendente.

La burguesía naciente se agrupó en gremios, que tuvo su origen en la libre asociación de los industriales. Su origen se debe a la acción de dos factores: la acción voluntaria y el poder local, en intereses de los productores y consumidores respectivamente. En lo esencial, se podría definir al gremio medieval como la corporación industrial que gozaba del privilegio de ejercer exclusivamente determinada profesión, de acuerdo con los reglamentos sancionados por la autoridad pública. En el régimen gremial se perseguía la utilización máxima del mercado local y se opone a la aparición de la manufactura capitalista.

En ellos se manifiesta el espíritu de proteccionismo inherente a la economía urbana de Edad Media. Su objeto esencial es proteger al artesano contra la competencia del extranjero y de sus colegas, cuidando que ningún miembro pudiera enriquecerse en detrimento de los demás. Por eso los reglamentos se establecen con suma minuciosidad. Además se establece una rigurosa jerarquización: maestros, aprendices y compañeros.

Los maestros son pequeños jefes de talleres, propietarios de la materia prima y de los utensilios. El producto fabricado les pertenece y la ganancia va a parar a sus manos. Los aprendices se inician en el oficio, y los compañeros son trabajadores asalariados que terminaron su aprendizaje pero que no se han podido elevar aún a la categoría de maestros.

Los trabajadores que se dedicaban a la industria de la exportación conocieron una situación bien diferente. Se hallaba la producción disgregada en los campos, y los mercaderes eran quienes garantizaban la continuidad del proceso productivo.

La estructura gremial descansaba sobre varios principios. Uno de ellos era la comunidad de intereses con el poder público estatal y municipal. Este ejercía respecto de los gremios una actitud de proteccionismo, privilegiándolos mediante el reconocimiento legal del monopolio de producción y comercialización de sus productos. A cambio, las corporaciones de artesanos garantizaban el abastecimiento de manufacturas de calidad y servían de útiles estructuras de recaudación fiscal, defensa armada de las ciudades y encuadramiento de las clases productivas urbanas.

En conexión con lo anterior, un segundo principio inherente a la organización gremial era el exclusivismo y la resistencia contra el intrusismo laboral. Las ordenanzas, o reglamentos por los que se regía la actividad de los gremios, prohibían taxativamente el ejercicio de un oficio determinado a todo aquel que no estuviera previamente autorizado por las autoridades de la respectiva corporación.

En tercer lugar, las ordenanzas -fiel reflejo en el plano normativo del espíritu gremial- trataban de garantizar la igualdad teórica de los agremiados, al tiempo que de eliminar la competencia facilitando el equitativo acceso al abastecimiento de materias primas, estableciendo cuotas de producción, obstaculizando la libre circulación de la mano de obra subalterna, interviniendo los precios de las mercancías, etcétera. Ello se opone a la libre concurrencia clásica del capitalismo liberal.

Los gremios representaban también el inmovilismo técnico. Dentro de un marco minuciosamente reglamentista como el descrito, los tipos de productos y las labores necesarias para su confección eran regulados de tal forma que las únicas diferencias posibles venían determinadas sólo por el mayor o menor grado de pericia de los artesanos. El conocimiento del oficio y los secretos técnicos eran celosamente guardados y transmitidos en el seno de los talleres, en los que primaba una nítida jerarquía laboral articulada en función de tres categorías: maestros, oficiales y aprendices.

Los gremios, en suma, determinaban la atomización de la producción industrial, fundándose en la defensa inflexible de los privilegios corporativos y en la estrecha asociación de capital y trabajo. En este sentido, las unidades de producción consistían en pequeños talleres que presentaban una mínima concentración de mano de obra. En ellos no sólo tenían lugar todas las fases de la producción, sino que también unían este aspecto al de la comercialización.

No aplicaban, pues, el principio de división técnica del trabajo. El maestro-propietario dirigía la actividad de un normalmente escaso número de oficiales y aprendices y participaba él mismo de forma intensa en la elaboración de las manufacturas. Su capital, asimismo escaso, se reducía comúnmente a la propia tienda-taller y a las tradicionales herramientas que allí se empleaban.

Los oficios urbanos encuadrados dentro de la organización gremial eran, principalmente, los relacionados con las manufacturas textiles (pañeros, sederos…), del cuero (zapateros, talabarteros…), de la madera (carpinteros) y el metal (armeros, plateros…). Pero también las industrias alimenticias, como la molinería, la panadería, la pastelería o la fabricación de cerveza se acogían frecuentemente al ámbito urbano.

La asociación gremial aparece muy poderosa en la mayor parte de las villas de Europa Occidental, donde la vida urbana se desarrolló más pronto y completamente.

Además, a los poderes públicos le interesaba reglamentar el régimen industrial en las villas, por medio de la repartición de artesanos en tantos grupos como profesiones había que vigilar.

La industria metalúrgica y sus industrias auxiliares, más reducidas que la industria textil, experimentaron un progreso notable en la última parte de la Edad Media. Durante la Edad Media cambió la relación entre los precios, convirtiéndose el hierro en el metal más barato y pasando a usarse, además de en armas y armaduras, para una variedad cada vez más amplia de útiles y herramientas. También tuvieron importancia las mejoras tecnológicas, particularmente la energía hidráulica aplicada a fuelles y martillos de fragua grandes. A principios del siglo XIV hicieron su aparición los primeros precursores de los modernos altos hornos, sustituyendo a la llamada fragua catalana.

Otra industria de formidable uso práctico que sobrepasó sus dimensiones clásicas fue la del cuero. La carpintería, así mismo, pasó a ocupar en la industria medieval un espacio proporcionalmente mayor del que había tenido en la antigüedad o del que tendría en épocas más recientes.

Fue durante la Edad Media que se generalizó en Europa el uso del astrolabio y la brújula, conectado con los adelantos trascendentales en técnicas de navegación y diseño naval que ayudan a trazar la frontera entre la Edad Media y la Edad Moderna. La pólvora y las armas de fuego fueron inventos medievales, y la fabricación de jabón se extendió considerablemente. La fabricación de papel constituyó una nueva industria, y la imprenta de caracteres móviles es una invención de la Edad Media.

Posiblemente, es en la historia de los molinos y su maquinaria donde se encuentra la expresión más característica del hombre medieval, en su búsqueda deliberada de medios de producción nuevos y más eficaces. La energía hidráulica se utilizaba ya para moler grano; para moler, triturar y mezclar otras sustancias; hacer papel; abatanar paño; serrar madera o piedra; accionar fuelles y martinetes en fraguas y hornos; y devanar seda. En el siglo XII se encontró una solución aún más satisfactoria: el molino de viento.

Los molineros, constructores de molinos y herreros que los fabricaban, accionaban, conservaban y reparaban adquirieron con su experiencia un conocimiento empírico de la mecánica práctica que pronto llevaron a otro campo: la construcción de relojes. La preocupación medieval por molinos y relojes posee una importancia que va más allá de su impacto económico inmediato. Los relojes hicieron que la gente fuese más consciente del paso del tiempo; se originó una nueva actitud hacia el mundo material.

La crisis de la economía medieval

El crecimiento de la población provocó escasez de los recursos y tecnología de que se disponía. A finales del siglo XIII se interrumpieron las talas de bosques que en siglos anteriores se habían producido de forma constante. Hay pruebas de que las talas forestales coadyuvaron a la deforestación que contribuyó a la erosión del suelo y a la pérdida de fertilidad. A esto se suma que los señores se opusieron a las talas aduciendo privilegios de caza, pero los campesinos, por su parte, necesitaban bosques que les proporcionasen leña y pastos, lo que llevó a numerosos enfrentamientos violentos entre estos y aquellos por el uso de los que quedaban. Al no haber más tierra disponible, los pastos, prados y páramos se convirtieron en campos de cultivo. Esto supuso menos ganado y, como consecuencia, menos proteínas en la dieta y menos abono.

En el período de expansión de la economía medieval hubo una tendencia, por parte de los señores, encaminada a conmutar servicios en trabajo por rentas monetarias y a arrendar sus dominios a campesinos prósperos. Los pagos en dinero no pueden ser establecidos claramente en proporción a las posibilidades de los campesinos; las contribuciones en dinero contribuyen a encubrir el grado de explotación y a aumentar las exaciones a los campesinos. Mientras continuó el crecimiento urbano y demográfico, los precios de la mayoría de productos agrícolas subieron al mismo tiempo que bajaban los salarios. Ante esta situación, los señores decidieron volverse a ocupar de cultivo de sus propios dominios y de reimponer los servicios en trabajo. La constante caída de los salarios ante el aumento de la oferta de mano de obra hizo que a los señores les resultara rentable cultivar sus tierras con asalariados. Esto generó tensiones sociales entre los siervos agricultores y los señores, que se agravaron por el incremento de los impuestos. Ambas tendencias se extienden por toda Europa, cambiando según las condiciones particulares de cada región, en función de la posibilidad de venta de los señores feudales, de la disponibilidad de mano de obra, de las necesidades financieras de los señores, de la cercanía a centros de comercio, etc.

A finales del siglo XIII el aumento demográfico de los dos o tres siglos anteriores había concluido. El estancamiento se manifiesta además en el congelamiento de la colonización, el comercio, la ruina de los grandes bancos italianos: los Scali en 1327; los Bonnaccorci, los Usani, los Corsini en 1341; los Barbi, los Peruzzi, los Accianjuoli en 1343.

En la primera mitad del siglo XIV se hicieron cada vez más frecuentes las pérdidas de las cosechas y más severas las hambrunas. En el siglo XIV, además, se produjo un deterioro climatológico. En el norte de Europa, al menos, los inviernos se hicieron más largos, fríos y húmedos; en Alemania y los Países Bajos aumentó la frecuencia de las inundaciones.

Se produjeron epidemias de hambre entre 1315 y 1317. En 1348 una epidemia de peste bubónica, la famosa Peste Negra, llegó a Europa procedente de Asia. Esta agravó la crisis que ya comenzaba a manifestarse en la economía medieval, intensificando enormemente las tensiones y conflictos sociales. Extendiéndose rápidamente a través de las principales rutas comerciales, durante dos años asoló toda Europa. La población total europea se redujo probablemente a menos de dos terceras partes. La epidemia, además, se hizo endémica, surgiendo nuevos brotes cada diez o quince años durante el resto del siglo. Aparte de la miseria que engendró la peste, en los siglos XIV y XV una serie de guerras, luchas civiles en Italia, la anarquía política en Alemania, la Guerra de los Cien Años, deterioraron aún más la calidad de vida.

En la segunda mitad del siglo XIV en toda Europa se produjeron insurrecciones, sublevaciones y guerras civiles relacionadas, de un modo u otro, con el súbito cambio en las condiciones económicas que el hambre, la guerra y la peste habían traído consigo.

Estas calamidades provocaron que la relación preciosalario se invirtiera bruscamente. Por primera vez la falta de mano de obra se constituye en factor relevante en la transformación socioeconómica. Con la fuerte caída de la población y la demanda urbana cayó también rápidamente el precio de los cereales y otros productos alimentarios, mientras aumentaban los salarios por la escasez de mano de obra. La primera reacción de las autoridades fue establecer un control de salarios; pero con ello sólo lograron exacerbar la hostilidad de los campesinos y trabajadores. Las clases gobernantes no pudieron ni imponer los servicios en trabajo ni controlar los salarios durante mucho tiempo, dado que los propios terratenientes rivalizaban en atraer campesinos a sus tierras, bien para que las trabajasen por un salario, bien arrendándoselas. El cambio en las condiciones económicas supuso para los campesinos de Europa occidental la libertad de las ataduras feudales.

La escasez de fuerza de trabajo y la elevación de los salarios a mediados del siglo XIV hicieron que aumentara la renuencia de los terratenientes a aceptar pagos en dinero y a regresar al pago con servicios laborales. Ante la disminución de la mano de obra se optó por retener la mano de obra agrícola como fuente de ingresos mediante la emancipación de siervos o, por el contrario, reforzar la servidumbre.

Para obtener mano de obra, los grandes señores feudales debieron hacer concesiones a los campesinos que a menudo significan importantes libertades para estos. A la vez se desarrolla la tendencia de los señores de querer reforzar las exaciones a los siervos, cosa que ocurrió en el este de Europa donde la evolución siguió un curso bien diferente. Siempre había estado menos densamente poblada que Europa occidental, había menos ciudades, estas tenían menos habitantes y las fuerzas de mercado eran más débiles. Después de la Gran Peste, la vida urbana prácticamente se marchitó, los mercados decayeron y la economía retrocedió a un nivel de subsistencia. En estas condiciones, los señores pudieron implantar con mayor facilidad su autoridad y forzar al regreso a la servidumbre propia del siglo X.

Ya a principios del siglo XV empezó la recuperación de la población, la producción y el comercio, y a principios del siglo XVI probablemente sumaban más que en cualquier otro momento anterior de la historia. Mientras tanto, tuvo lugar un reajuste de fuerzas muy significativo. Las organizaciones gremiales, como reacción a la brusca caída de la demanda, endurecieron sus reglamentos para controlar con mayor efectividad la oferta en términos monopolísticos: limitaron la producción, hicieron cumplir los reglamentos laborales y restringieron la admisión de nuevos miembros a los hijos o parientes de los maestros muertos. Los comerciantes, con el fin de reorganizar sus operaciones de forma racional, inventaron o adoptaron la contabilidad de doble entrada y otros métodos de control. Los industriales, enfrentados a unos costos laborales en alza, buscaron nuevos métodos de producción que ahorrasen mano de obra.

También se dieron cambios regionales en la producción y el comercio, como resultado del aumento de la competencia. La feria de Ginebra fue sustituyendo gradualmente a las de Champagne en el siglo XIV.

En el período en que el feudalismo llega al fin de su florecimiento, observamos en la agricultura dos tendencias: una conducción a la creciente libertad de los campesinos, otra a su progresiva disminución. Ambas se apoyan en un desarrollo introducido en la economía feudal desde el exterior al surgir un amplio comercio exterior y una extensa economía monetaria en las ciudades; y se agudizan desde principios del siglo XIV. La primera lleva directamente a formas capitalistas.

En las ciudades observamos dos tendencias también: una permite el tránsito directo a las primeras formas capitalistas mientras la otra conduce a la disolución de las economías urbanas. Donde los gremios se convierten en poder máximo se avanza hacia la opresión y la liquidación del comercio. El artesanado, por sí solo, no está en condiciones de desenvolverse ulteriormente, ya que es el comercio quien crea nuevos mercados. Sin el comercio el artesanado se concentra en el mercado local, vendiendo cada vez menos. Todas estas tendencias afloran en los siglos XIV y XV.

No todas las ciudades fueron agitadas por las reivindicaciones de los gremios. Ni Venecia, ni las ciudades de la Hansa, ni las villas inglesas. Su apertura al comercio internacional puede ser la explicación de este fenómeno. Los hombres nuevos enriquecidos por el comercio renovaban y rejuvenecían constantemente las clases dominantes.

Sobre la base de los fenómenos de disolución del feudalismo ya señalados se desarrollan las primeras formas capitalistas en la agricultura y en la industria. Este tránsito se produce de un doble modo: el productor se convierte en comerciante; el comerciante se convierte en productor. Los comerciantes se trasladan a la campaña y allí operan en gran escala. La industria nace en el campo y no en la ciudad como puediera pensarse, pues el régimen gremial instalado en las ciudades impedía al dinero capitalizado en la usura y el comercio convertirse en capital industrial. El feudalismo no puede impedir la difusión de la industria capitalista en el campo ni que los trabajadores agrícolas, liberados por la disolución del feudalismo, abandonen el campo y pasen a la industria.

A la difusión de la industria se une un fuerte progreso en la técnica productiva. El rápido desarrollo de la división del trabajo en el proceso productivo industrial y la cooperación son momentos decisivos que elevan el rendimiento de la producción sobre la base del trabajo libre en el primer período del capitalismo.

Insurrecciones

  • 1357: La Jacquerie (París)

  • 13123-1328: Litoral flamenco

  • 1381: Inglaterra

Conclusiones

El feudalismo se caracteriza por una obligación impuesta al productor para satisfacer ciertas demandas económicas de un señor feudal, ya sea que estas demandas tomen la forma de servicios a realizar o de obligaciones a pagar en dinero o en especie. El productor directo está en posesión de sus medios de producción y se ocupa en la agricultura y en la industria casera rural como un productor independiente. A diferencia del esclavismo su relación con el propietario del medio de producción fundamental (la tierra) es contractual y sus obligaciones están regidas por estos contratos.

La decadencia del feudalismo estriba en su ineficacia como sistema de producción para engendrar las riquezas adicionales demandadas por el incremento de la población y las exigencias de las clases poderosas. Cuando el mejoramiento aplicado a la tierra no es más que un pretexto para una mayor exación los incentivos de los siervos desaparecen.

La Europa medieval experimentó un florecimiento de la creatividad tecnológica y un dinamismo económico que contrastan vivamente con la inercia del mundo mediterráneo de la antigüedad. Es más, las instituciones creadas durante la Edad Media sirvieron de marco a la actividad económica hasta el advenimiento de la era industrial.

El aumento de la producción gracias a las mejoras tecnológicas permite el incremento del comercio, fuertemente impulsado por las Cruzadas, que provoca el florecimiento de las ciudades, el paso del cobro de los impuestos y tributos en especie a su cobro en dinero. El feudalismo deja de dominar con los siglos XIV y XV y la fase sucesiva, la que sigue al primer capitalismo, es una especie de segundo nacimiento contrarrevolucionario del feudalismo.

El florecimiento del feudalismo abarca los siglos IX al XIII. Europa se fracciona en muchos reinos distintos, a menudo sin una verdadera autoridad central.

Modo de producción ESCLAVISTA

Modo de producción FEUDAL

Uso mano de obra esclava

Uso mano de obra de los siervos

Esclavo está ligado a su amo

Siervo está ligado a la tierra

Todo el producto pertenece al amo

El producto pasa al siervo y luego al señor

Estancamiento tecnológico

Avance tecnólogico

Explotación agrícola: villa

Explotación agrícola: feudo

Poder centralizado en el Estado

Poder menos concentrado entre señores

Amplia división social del trabajo

Cuasi-desaparición de la división social del trabajo

Base política y económica es la ciudad

Base política y económica es el campo

En ambas formaciones socio-económicas subsisten elementos de la antigua comunidad primitiva, con la existencia de tierras comunales suceptibles al uso de los hombres libres.

La ciudad antigua es, ante todo, sede del Estado. La agricultura es la actividad económica fundamental, y sin bien la industria y el comercio pueden florecer por añadidura, no es esta su función primordial. Las ciudades no son centros industriales, como sí serán las ciudades que se perfilan en los siglos XIV y XV. Estas evolucionaron hasta convertirse en centros de concentración de la industria, donde se verifica un proceso de disociación entre las industrias artesanas y la agricultura.

Apéndice

EL REINO DE LOS FRANCOS

Establecido en el centro estratégico de la Europa medieval, entre el Loira y el Rin, el reino franco se mantuvo más tiempo que los otros. Sin un sistema fiscal regular y sin una burocracia permanente, también él dependía para el mantenimiento del orden y la unidad de la dudosa lealtad de los grandes nobles y de sus vasallos.

La provincia de la Galia fue invadida a principios del siglo V por visigodos, que ocuparon el sur y fueron expulsados posteriormente por francos merovingios, asentados en el norte. El rey merovingio Clodoveo consolidó el Estado gracias a su conversión al catolicismo. La decadencia de la dinastía merovingia dio paso al ascenso de los mayordomos de Austrasia a principios del siglo VIII: Carlos Martel, vencedor de los musulmanes en Poitiers, preparó el camino para la coronación de Pipino el Breve, cuyo hijo Carlomagno combatió a los lombardos de Italia en defensa de la Iglesia de Roma y recibió la corona imperial el año 800 de manos del papa León III. El imperio carolingio se extendió por Alemania al este, Frisia al norte y la Marca Hispánica al sur.

La división del imperio entre los tres hijos de Ludovico Pío en 843, las invasiones de vikingos, magiares y sarracenos y la fragmentación feudal provocaron la decadencia del Estado.

La muerte de los tres hijos de Felipe IV sin descendencia masculina permitió a Eduardo III de Inglaterra reclamar el trono, pero los Estados Generales proclamaron sucesor a Felipe VI de Valois, lo que provocó la guerra de los Cien Años (1337). La guerra comenzó con éxitos ingleses en Crécy y Poitiers, pero la alianza con Castilla decidió el triunfo para Francia. La segunda fase de la guerra comenzó a causa del crecimiento de los grandes señoríos en Occidente: el ducado de Borgoña, que desató la guerra contra los reyes franceses de la dinastía Armagnac, y la casa de Lancaster en Inglaterra, cuyo rey Enrique V de Lancaster invadió Francia. El sentimiento nacionalista francés, simbolizado por Juana de Arco, permitió la victoria final de Carlos VII de Francia. Su sucesor Luis XI derrotó al duque de Borgoña Carlos el Temerario, anexionándose el ducado. La guerra concluyó en 1453 con la derrota inglesa, pero para entonces ya se había desencadenado la guerra de las Dos Rosas entre las casas de Lancaster y York. Triunfó esta última y fue proclamado rey Eduardo IV.

Juana de Arco (Domrémy 1412 – Rouen 1431) fue una heroína francesa. Era una humilde campesina de apenas trece años cuando sintió que Dios le pedía que acudiera a salvar a Francia, que estaba siendo destruida en la guerra de los Cien Años. Al frente de las tropas del delfín de Francia, futuro Carlos VII, liberó en 1429 la ciudad de Orleans, sitiada por los ingleses. Ese mismo año coronó rey a Carlos VII en Reims. En 1430 fue hecha prisionera por los borgoñones, que la entregaron a los ingleses. Sometida a juicio por brujería, en el proceso quedó probada su fe sencilla y sin malicia, pero mediante una artimaña fue condenada a la hoguera, donde murió. La Iglesia católica la rehabilitó (1456) y la canonizó (1920).

Bibliografía básica

  • Rondo Cameron, Historia Económica Mundial. Desde el Paleolítico hasta el Presente, Alianza Universidad Textos, Cuarta reimpresión 1996

 

 

Autor:

Jacqueline Laguardia Martínez

 

Partes: 1, 2
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