- Resumen
- Introducción
- Posmodernismo y filosofía del lenguaje: el análisis del discurso y la escritura de la Historia
- Las tesis narrativistas: ¿una vuelta a la narración?
- Las conceptualizaciones del texto histórico
- La estructura profunda de los textos: el análisis tropológico
- El sentido oculto de los textos: el círculo entre tiempo y narración
- El diálogo interno de los textos: los contextos ya-textualizados
- El inconsciente político de los textos: comprensión y trascendencia de la "Historia"
- En busca de una teoría no-kantiana de la historia
- Consideraciones finales
- Bibliografía
Resumen
Desde 1970, observamos un cambio radical en la teoría de la historia que llevó a un resurgir de las teorías hermenéuticas centradas en la interpretación del significado del pasado histórico. Entre ellas destacan las que consideran que el lector interpreta el verdadero significado de un texto cuando logra descifrar la estructura profunda que subyace en él, a saber los tropos (H. White); las que afirman que el significado se alcanza cuando se llega al sentido oculto que describe toda narración significativa, a saber la experiencia temporal (P. Ricoeur); las que critican el postulado de transparencia de un texto a la par que crean una "neblina interpretativa" que oscurece la visión sobre la intención del autor (D. La Capra); las que interpretan un texto para acceder a la "causa ausente" y descubrir la lucha de clases que permanece reprimida en los textos, a saber, en su inconsciente político (F. Jameson); las que optan por considerar las anteriores como teorías que no han escapado al atractivo kantiano de apropiación mientras se catalogan a sí mismos como verdaderos antikantianos (Ankersmit).
Palabras Claves: posmodernismo, giro lingüístico, narratividad, tropos, experiencia temporal, inconsciente político, antikantiano.
The linguistic turn in philosophy of history, contribution around representation and narrative historiography.
Abstract:
Since 1970 we see a radical change in the theory of history that led to a resurgence of hermeneutical theories focused on the interpretation of the meaning of the historical past. These include those that treat the reader interprets the true meaning of a text when he succeeds in solving the deep structure that underlies it, namely tropes (H. White), which they claim that the meaning is achieved when it comes to sense hidden narrative that describes all significant, ie temporal experience (P. Ricoeur), which criticized the assumption of transparency of a text at the same time create a "fog of interpretation" that obscures the view of the intention of the author (D. La Capra) who interpret the text to access the "absent cause" and discover the class struggle that remains repressed in the texts in their political unconscious (F. Jameson), and those who choose to consider the above as theories have not escaped the lure of ownership while Kantian to classify themselves as true anti-Kantian-(Ankersmit). Keywords: postmodernism, linguistic turn, narratives, tropes, temporal experience, political unconscious, anti-Kantian.
En la actualidad, un fenómeno que afecta a la filosofía de la historia, o si se prefiere a la teoría de la historia, es la superproducción de libros y artículos sobre diversos temas específicos, y como consecuencia todo investigador y estudiante se debe enfrentar a la gran dificultad de alcanzar una perspectiva general sobre una determinada cuestión.
El giro lingüístico en la teoría de la Historia no escapa a este problema antes bien, por ser un movimiento contemporáneo que incluye dentro de sí posturas diversas e incluso antagónicas, para alcanzar tal perspectiva se requiere el seguimiento y análisis de material bibliográfico, siempre de gran riqueza intelectual, abundante y disperso.
Por tales motivos consideramos necesario brindar una síntesis explicativa sobre el estado de la cuestión de las problemáticas más importantes que el giro lingüístico suscitó en la filosofía de la historia y las aportaciones de sus teóricos más relevantes.
Fruto de nuestra investigación en el marco de la beca otorgada por la Secretaría General de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional del Nordeste- Argentina es el siguiente ensayo sobre la problemática del giro lingüístico en la filosofía de la historia, el cual busca aportar claridad y sistematicidad al estado actual de los conocimientos sobre el tema en el ámbito filosófico e historiográfico, específicamente a la subdisciplina de la historia intelectual.
Posmodernismo y filosofía del lenguaje: el análisis del discurso y la escritura de la Historia
Para analizar el estado actual de los debates teóricos en la historiografía después de la apertura de ésta a las ideas del giro lingüístico es necesario contextualizar en primera instancia el estado intelectual general dentro de las ciencias sociales para fines del siglo XX, tras el surgimiento e impacto del posmodernismo. Este último, a pesar de la dificultad que presenta para periodizarlo o caracterizarlo es ante todo un movimiento internacional que históricamente comienza a partir de 1970, cuando el capitalismo entra en crisis, y se extiende hasta la actualidad. Se trata de un movimiento global presente en casi todas las manifestaciones culturales desde la pintura hasta la filosofía.
Teóricamente se refiere a una actitud intelectual frente a la modernidad y lo moderno que afirma la crisis y muerte de la modernidad y de todo lo que la racionalidad moderna propuso: el supuesto conocimiento científico racional y la concepción misma de la historia como evolución progresiva de la humanidad. La historia es vista por el posmodernismo como un emblema de la civilización occidental para mostrar como ésta ha ido evolucionando progresivamente hasta convertirse en la supuesta "civilización superior". De esta manera se rechaza la aceptación del progreso indefinido de la humanidad por medio del pensamiento racionalista moderno y se abandona su discurso ideológico y todas sus formas de representación: la historia será vista como solo una forma más de representación de la experiencia temporal del hombre.
Los teóricos de la posmodernidad pese a sus divergencias coinciden en un punto: que lo moderno dada su fuerte integración en la cultura occidental se ve reflejado en todos los ámbitos de la vida social desde las creaciones artísticas (pinturas, esculturas) hasta los programas de estudios académicos. Sin embargo, no hay consenso entre los posmodernistas sobre el valor de lo moderno ni el valor del posmodernismo en sí y para algunos autores resulta difícil afirmar que realmente existe una producción historiográfica propiamente posmoderna que supere el nivel meramente teórico. Aunque lo que queda fuera de duda es que dentro del campo historiográfico el posmodernismo es tanto una teoría de la historia como una teoría acerca de la historia: una teoría de la historia que se propone evitar todo tipo de periodización y, una teoría acerca de la historia que rechaza las metanarraciones como las que produjeron Hegel, Marx, Spengler o Toynbee, siendo uno de sus más importantes críticos Lyotard.[1] En términos generales, de acuerdo con la filosofía posmodernista el historiador debe abandonar su moderna ilusión de contribuir a un conocimiento científico ya que la producción histórica está más próxima al tipo de producciones propias de la literatura que a las disciplinas de "rigor científico". Y debe además renunciar al intento de explicación causal dada su imposibilidad de establecer leyes y la dudosa referencialidad del discurso histórico como correspondencia con un cierto mundo exterior: lo que importa en el texto histórico es el estilo y en la historiografía el predominio de la interpretación -se rechaza toda teoría, sobre todo el marxismo– y no la realidad objetiva.
Pero si tan solo miramos al posmodernismo de esta manera se nos presenta como un movimiento negativo para la historiografía actual. Sin embargo, no debe dejarse de recalcar que uno de sus logros más importantes ha sido potenciar el debate sobre la significación de la historia y la escritura de la historia al poner en cuestión la representación lingüística que el hombre tiene del mundo. Pese a los muchos cuestionamientos que surjan desde el giro lingüístico lo cierto es que también ha propiciado una vuelta a la reflexión sobre la historia y la teoría de la historia en los últimos años como no se daba desde el siglo XIX el siglo clásico del debate histórico y de la producción historiográfica.
Desde este contexto del posmodernismo pasemos ahora a analizar algunas cuestiones generales del giro lingüístico.[2] La expresión giro lingüístico que procede del filosofo francés Gustav Bergman y fue acuñada a comienzos de los años sesenta, hace referencia a aquella dirección de la filosofía que se orienta a convertirse en filosofía del lenguaje ya que afirma que todos los problemas filosóficos pueden ser reducidos o transferidos a los problemas de uso del lenguaje y que para comprender mejor el mundo es necesario comprender mejor el lenguaje pues el conocimiento que tenemos sobre la realidad que nos rodea es producto de la interacción que mantenemos con ésta por mediación lingüística.
Este interés por el lenguaje y los problemas que surgen desde el momento mismo en que se tematiza y problematiza sobre él no es algo actual. En general, todos los grandes pensadores del siglo XX se han interesado por el análisis del lenguaje, pero mientras que para los teóricos del positivismo lógico la forma de resolver y terminar con los problemas que aquejaban a la filosofía occidental desde Aristóteles en adelante era el análisis de los componentes elementales y atomísticos del lenguaje, pues este análisis lógico revelaría que dichos problemas eran en realidad sólo seudo-problemas; para Wittgenstein[3]y sus seguidores el lenguaje estaba cargado de significados inter-subjetivamente compartidos: era una práctica social que se articulaba de manera similar a como lo hace un juego -todos los participantes deben conocer ciertas reglas para poder participar en él-. De esta manera, el análisis lógico del lenguaje formal fue abandonado por el análisis del lenguaje natural ya que se consideraba que era éste el que determinaba la estructura metafísica de nuestro mundo. A pesar de este "giro" en la filosofía del lenguaje aun persistían elementos que la asimilaban al modelo cartesiano-kantiano: el método utilizado seguía siendo el resoluto-composicional centrado en el análisis de las partes y por lo tanto los problemas que hacían al texto como totalidad eran considerados "no-problemas".
A partir de estos planteamientos, se desató en el ámbito filosófico un movimiento heterogéneo centrado en el análisis del lenguaje que rápidamente afectó a todo el campo de las ciencias humanas incluida la historiografía.
El análisis del lenguaje llevó a analizar el discurso y la escritura de la historia al considerarla a ésta como un discurso más que como a una disciplina[4]El problema fundamental del que se parte es si realmente la realidad existe fuera del discurso o si bien no existe nada más allá del lenguaje, como lo ha sostenido Barthes. Al aceptarse esta última proposición se llega a la conclusión de que el texto histórico como un todo carece entonces de un verdadero referente externo y al adolecer de una referencialidad externa se pone en cuestión el contenido de verdad del discurso histórico.
Por todo esto, las posiciones lingüísticas y hermenéuticas que han tenido un resurgimiento con Gadamer, Ricoeur y White, entre otros, han recalcado en línea general que la historiografía no es más que una de las formas posibles de la representación de lo histórico pero no la única, y que el texto histórico es un discurso que no se distingue del ficcional en sus características formales y culturales del texto de la novela o el cuento, ficciones narrativas por excelencia.
Las tesis narrativistas: ¿una vuelta a la narración?
Desde el marco intelectual del giro lingüístico se podrían problematizar tantas cuestiones historiográficas que pretender dar cuenta de todas ellas seria un proyecto pretencioso. Se podría cuestionar desde la noción misma que tenemos de Historia hasta lo que entendemos por objeto de estudio propiamente histórico y por las concepciones tradicionales que aun perviven en el conjunto de la producción historiográfica actual. Es por eso que intentaremos remitirnos a aquellos problemas centrales de los cuales emanan todos los demás. A tal fin, interrogaremos sobre la forma en que el conocimiento histórico es producido y dado a conocer: es decir sobre como un conjunto de acontecimientos, personajes, motivos, intenciones y circunstancias dispersas se articulan como un todo orgánico provisto de una fuerte carga simbólica en un texto considerado propiamente histórico, y sobre la cuestión de si el discurso histórico puede verdaderamente representar el pasado y si la narrativa es la forma idónea de hacerlo, un problema central para las posiciones teóricas narrativistas dentro del giro lingüístico.
Partamos entonces de un breve análisis histórico sobre como la narración ha sido utilizada en el discurso histórico y sobre las concepciones que se tenían respecto de ella.
Desde Heródoto la narración era vista como mero instrumento estilístico para dar a conocer un contenido histórico verdadero o al menos el más verdadero: su uso era una mera estrategia retórica que el historiador utilizaba para manifestar el resultado de sus investigaciones.
A lo largo del siglo XIX el texto histórico adquirió el carácter de texto explicativo y argumentativo: ya no pretendía contar una "buena historia" sino que dejaba el lugar a los hechos y les daba voz propia para que estos "hablen por sí mismos" mientras que la narración objetiva operaba como vehículo neutro de transmisión. De esta manera, y solo de esta manera, la historia podría adquirir un verdadero status de ciencia.
Los grandes paradigmas historiográficos del siglo XX al igual que el paradigma tradicional del siglo XIX también aspiraron a la consolidación de la historia como una ciencia social pero a diferencia del modelo decimonónico consideraban que para adquirir tal status la historia debería abandonar el discurso narrativo propio de la ficción literaria y pasar entonces al estudio de procesos de larga duración, de fuerzas sociales abstractas y de ciclos económicos complejos: se reemplazaron por ello los estudios sobre política por los análisis económicos, sociales, demográficos y de las mentalidades.[5] Con ello la historia se fue alejando de lo meramente cronológico y acontecimental para acercarse al estudio de las estructuras inconscientes y permanentes que el estructuralismo en boga exaltaba como único objeto de estudio digno de carácter científico. [6]
Ambos extremos fueron criticados por los teóricos de la historia, de la filosofía y de la crítica literaria en las últimas décadas del silgo XX tanto por la consideración ingenua sobre la transparencia del lenguaje y la narración que tenían los historiadores tradicionales como por la falsa creencia en la posibilidad de articular el discurso histórico, cuya referencialidad última es siempre la experiencia temporal del hombre, de manera no narrativa, propia de los Annales. [7]
A estos cuestionamientos acompañó una interrogación sobre el mismo acto de escritura y su proximidad con la escritura ficcional, interrogación que surgió por el carácter polisémico del concepto de Historia que hace referencia tanto a la acción narrada como a la narración misma de dicha acción y confunde por lo tanto al objeto del relato con la acción misma de relatar.
Desde 1970 diversos autores comenzaron a defender la tesis central sobre la importancia del relato y de la narración en la configuración de cualquier obra que pretenda ser propiamente histórica: pero este "retorno al relato", esta "vuelta a la narración", no será para nada un regreso a la narración ingenua de los primeros historiadores clásicos pues siempre estará presente la idea acertada de que la narración no es un mero vehículo neutro para transmitir información sino que está en sí misma cargada de un contenido ideológico profundo, que siempre dice más de lo que dice y que su comprensión profunda escapa al estudio de sus partes por separado. Dichas tesis narrativistas surgieron de la unión de dos corrientes de pensamiento: por un lado el debilitamiento del modelo nomológico de explicación que consideraba a la narración como un modo de articulación rudimentario y pobre para explicar; y por otro lado la re-evaluación del relato y de sus recursos de inteligibilidad. Este cambio teórico radical fue posible sólo gracias a la contribución teórica que realizaron diversos historiadores, filósofos y semiólogos.
Arthur Danto, desde la filosofía analítica intentó dar cuenta de la función que cumplen las "frases narrativas" en el texto histórico y cómo a través del análisis de éstas se pueden llegar a describir los modos de pensar y de hablar sobre el mundo que tenemos. Para Danto el pasado está fijo, parado y determinado, por lo tanto lo que resta al historiador es dar una descripción completa y definitiva de dicho pasado y eliminar aquellas frases narrativas falsas. La narrativa histórica consistiría meramente en argumentos narrativos que describen el pasado.
Para W. B. Gallie no basta con comprender las frases narrativas por sí solas es necesario comprender el texto narrativo y cómo éste articula una historia susceptible de ser seguida por el lector. El fin perseguido debería ser comprender las acciones, los pensamientos y los sentimientos que presentan una dirección particular en la historia narrada y que tienden en su conjunto hacia una conclusión final. Su posición es catalogada como una narrativa psicologística pues su interés se centra en los mecanismos psicológicos que el historiador debe usar para que los lectores puedan seguir su relato.
Hasta aquí los análisis se centraban en las partes de un texto narrativo pero no en el texto en sí como una totalidad. Fue Louis Mink quién sostuvo que las narraciones son totalidades muy organizadas y que para comprenderlas es necesario la realización de un acto específico de la naturaleza del juicio. El seguir una historia según lo planteó Gallie no tendría razón de ser para Mink pues este acto de seguimiento sólo puede ser realizado siempre y cuando el resultado sea desconocido para el lector, pero la historia no es escritura sino mas bien una re-escritura de hechos siempre ya-interpretados.
Paul Veyne defendió la idea de que la historia no era una ciencia sino una "puesta en intriga" y que la manera en que el relato se articula en una intriga comprensible es ya una forma de explicación. De esta forma en la medida en que intenta elevar la capacidad narrativa de todo texto histórico también busca debilitar la pretensión explicativa más allá de la articulación narrativa del mismo.
Michel de Certau posicionó a la historia como una disciplina ubicada entre la vertiente científica y la vertiente ficcional, destacando la función de "rito de sepultura" que esta cumple al honrar al pasado pero con el fin posterior de enterrarlo y destruirlo, al tiempo que permite al hombre situarse y tomar conciencia de su presente, lo que llamó función simbolizadora.
Pero quien más ha defendido la idea de un necesario retorno al relato ha sido Lawrence Stone. Partiendo de una fuerte crítica contra las deficiencias y las aporías que engendraron los modelos marxistas y de Annales en la producción historiográfica, es decir las aporías del estructuralismo y el cientificismo, sostuvo que el objeto de estudio de la historia debía ser el hombre y para dar cuenta de éste era necesario retornar a la historia narrativa y descriptiva.
Para Paul Ricoeur estos argumentos a favor de la narración si bien ponen de manifiesto la importancia de la comprensión como una modalidad previa que está inserta en toda explicación no proponen un sustituto a la explicación que sea de carácter narrativo. A pesar de ello no se puede dejar de destacar que gracias a sus diferentes aportes teóricos la filosofía de la historia comenzó a dejar de ser una filosofía de la investigación histórica para transformarse en una filosofía del texto histórico.
Las conceptualizaciones del texto histórico
Desde este punto de partida diversos teóricos de la narración, fuertemente influenciados por la crítica literaria y los enfoques semiológicos, llevaron a sus límites últimos los supuestos de la narratividad y pusieron de manifiesto las aporías inevitables que conlleva el llamado giro lingüístico. Sus análisis no se centraron en la investigación histórica o en cómo el historiador analiza sus fuentes y documentos para elaborar una "historia" sino más bien en el resultado de dicha investigación es decir en el texto histórico producido y su articulación en una trama significativa. Por ello para entender el significado de sus modelos teóricos es necesario partir de la noción que cada uno de ellos tiene del texto histórico.
Para Hayden White aunque todo texto esté saturado de elementos ideológicos y actúe por ello como un producto que representa de alguna forma el "mundo" desde donde fue escrito, es decir su contexto de emergencia, los que más le interesan son los grandes textos, los textos clásicos, a los cuales considera como "productos históricos intelectuales" que contemplan un "sistema de producción de significado" que contienen ideas e instituciones y que proporcionan un modelo interpretativo determinado. Para sus críticos hermenéutas esta concepción del texto es reductiva pues categoriza al texto como un efecto de alguna causa exterior [8]y resucita así la vieja antinomia texto-contexto que la filosofía del lenguaje había dilucidado.
La Capra es uno de los cuales ha sostenido la irrelevancia de esta antinomia al afirmar que en realidad no hay contexto que no esté ya-textualizado. Para él un texto debe ser entendido más bien como un espacio fragmentado y como un escenario en el cual entran en conflicto diversos sentidos que en su proceso de circulación y recepción se va transformando en la misma medida en que se desplazan y transforman las redes de significados que lo articulan. Por esto el texto se explica como un "uso situado del lenguaje" y lo que interesaría entonces sería el análisis del mismo lenguaje en tanto medio que articula prácticas y discursos heterogéneos.
Paul Ricoeur también se interesó por el análisis del lenguaje pero en tanto que todo texto está articulado por el uso del lenguaje simbólico que produce dobles significados que sólo pueden ser descifrados por medio de la comprensión hermenéutica. Si bien Ricoeur al igual que White considera al texto como un todo dotado de significado propio[9]difiere de éste al afirmar que el sentido de todo texto no se agota en el análisis de su estructura sino que se debe buscar la comprensión hermenéutica de los mismos en relación al referente último que todo texto narrativo tiene: la temporalidad. Sólo a través del análisis del texto narrativo se puede aclarar la experiencia humana del tiempo aunque nunca se logre resolver las aporías que implica el pensar el tiempo. Ahora bien si el análisis estructural del texto no logra esclarecer la cuestión temporal, que tanto interesa a Ricoeur, se debe recurrir entonces al análisis de la trama de todo texto: del proceso por el cual un texto histórico organiza un conjunto de acontecimientos y circunstancias individuales y dota a los mismos de un sentido profundo que escapa al análisis de las partes y que sólo puede ser "descifrado" hermenéuticamente, es decir recuperado y superado.
Para Ankersmit estos teóricos de la narración integran la llamada "nueva historiografía" y se caracterizan principalmente por el reconocimiento de la no-transparencia del texto y las ambigüedades del lenguaje simbólico. Pero en sus intentos por valorar al texto como una totalidad descuidan en sus análisis otros factores importantes: esto es la intencionalidad del autor y la realidad exterior. Y pese a sus diferencias todos estos autores centran su atención en la dimensión vertical del texto histórico es decir en sus componentes intrínsecos y en lo que estos son en sí mismos.
Ha sido Fredric Jameson quien más se ha interesado por la dimensión horizontal del texto: es decir su constitución histórica teniendo en cuenta tanto las condiciones de producción como de circulación y apropiación de los mismos en y por una sociedad determinada. Desde su perspectiva el texto es visto más bien como un campo agonal en el que combaten las diferentes fuerzas sociales y es un producto cargado de símbolos y sentidos susceptible de ser interpretado por una comunidad social, son en sí mismos "actos socialmente simbólicos". De esta manera trasciende la instancia puramente textual pero sin dejar el texto fuera de sus análisis evitando caer en la vieja antinomia textualismo-contextualismo.
Aunque una característica predominante dentro del giro lingüístico es la relatividad del contenido de verdad de todo supuesto y la imposibilidad de establecer categorías absolutas, ahistóricas y transculturales hasta el presente ningún teórico ha logrado superar el desafío textualista de no apelar a dichas categorías en su nivel metatextual o metateórico y han cedido ante la necesidad de hipostaziar (convertir en absoluto) o al individuo o al lenguaje. Esto refleja que en el fondo de la cuestión aun pervive la antinomia objetivismo-relativismo y no se puede negar que una u otra posición nace de un supuesto común que es la ansiedad cartesiana de encontrar un fundamento último a todo conocimiento. El intento por salirse de este marco epistemológico tradicional está encarnado en el presente en las figuras de los filósofos Richard Bernstein, Richard Rorty y MacIntyre.
El esfuerzo teórico de R. Bernstein busca establecer un nuevo horizonte de inteligibilidad en el cual las viejas antinomias se disuelvan pues es la única manera de superar las aporías del giro lingüístico. La forma para lograrlo sería desde su perspectiva la radicalización de los antagonismos para llegar al fundamento común del cual todos parten. R. Rorty, catalogado como neopragmatista, parte de un pensamiento análogo al de Bernstein pero busca extraer consecuencias más radicales del mismo mostrando como la tradición cartesiano-kantiana aun pervive incluso en los modelos teóricos que pretenden ir en contra de ella, sin embargo aunque critique a Bernstein por los supuestos kantianos que subyacen en su teoría él se niega a dar cuenta racionalmente de su propia normatividad. Lo cual muestra la acertación de MacIntyre al afirmar que se ha llegado a los límites últimos del giro lingüístico y que éste no resulta ya pensable dentro de sí mismo.
A partir de estas concepciones introductorias pasemos a analizar algunas de las teorías más importantes que se han elaborado a partir de los años setenta y que suponen una contribución importante a la teoría histórica actual.
La estructura profunda de los textos: el análisis tropológico
En 1973 Hayden White escribió una de sus obras más radicales –Metahistoria- en la cual planteó su teoría de los tropos. La Teoría de los tropos de White es ante todo una teoría revolucionaria, pues ha marcado un giro trascendente en la teoría histórica tradicional. Con él, la filosofía de la historia se transformó verdaderamente en una filosofía de la historia lingüística que se opuso radicalmente a las tradicionales formas de análisis de la filosofía epistemológica. No es de extrañar entonces que su obra haya sido objeto tanto de grandes elogios como también de fuertes críticas, y por ello una valoración justa de la misma requiere un análisis detenido.
Metahistoria es en primer lugar una teoría formal de la obra histórica. La radical importancia de esto reside en el hecho de que por primera vez el texto histórico como un todo fue el objeto central del análisis estructural. La cuestión de la verdad o no del contenido de los textos históricos no tiene lugar en su indagación, pues no le interesa demostrar qué narración es más o menos verdadera. Lo que le interesa ante todo es mostrar como toda obra histórica está compuesta por dos dimensiones: la dimensión manifiesta que se refiere a todas aquellas cuestiones epistemológicas, estéticas y morales; y la dimensión poética, lingüística, metahistórica, que se refiere al proceso por el cual el historiador prefigura su campo de estudio e impone y proyecta al conjunto de acontecimientos y circunstancias la estructura de la trama de uno de los géneros de la figuración literaria (tropos) o dicho de otra manera, traslada los hechos al terreno de la ficción literaria. Este acto es precrítico y precognitivo, y demuestra por lo tanto que el discurso histórico no ha sido elevado todavía al status de ciencia, sino que permanece cautivo del protocolo lingüístico de carácter poético que el tropo dominante determina. La historia no es una ciencia sino una protociencia, un discurso El significado que ésta tiene está dado por la forma en que la conciencia dota de sentido, en un proceso imaginario, a un conjunto de hechos dispersos que se articulan por medio de un entramado.
Y en segundo lugar, Metahistoria es una investigación de las obras de los historiadores clásicos (Ranke, Michelet, Tocqueville y Buckhardt) y de los filósofos de la historia del siglo XIX (Hegel, Marx, Nietzsche y Croce) que intenta mostrar cómo a pesar de los diferentes estilos de cada una, todas forman parte de una misma tradición de pensamiento histórico; y cómo en la investigación histórica y en la filosofía de la historia se dio paralelamente una transformación desde un estado mental metafórico hacia un estado metal irónico hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Nuevamente su interés no es refutarlos, ni sostener las generalizaciones que hicieron, pues para White toda valoración de las mismas es siempre una cuestión moral y no epistemológica. Sino más bien, detectar cual es la estructura profunda que cada una de ellas presenta y cuál es el modo tropológico desde el cual fueron concebidas.
Lo que importa es develar los modos que utilizaron para dar una explicación determinada de los procesos históricos; la interpretación que brindan, no los hechos de los cuales parten: de ahí su interés en diferenciar los annales y las crónicas de la narración propiamente histórica y en dejar de lado los primeros dos niveles de conceptualización que se encuentran en toda obra histórica (crónica y relato) para centrarse en las siguientes tres estrategias explicativas a las que el historiador recurre: explicación por la trama, por argumentación formal y por implicación ideológica.
Su método es formalista, en tanto que realiza un análisis estructural de la obra histórica, pero se nutre más de las teorías de los formalistas rusos que de los estructuralistas franceses. Y una constante en su obra es recurrir a categorías ya formuladas por otros pensadores, modificándolas y adaptándolas a las exigencias de sus indagaciones: recurrirá a Northrop Frye en la clasificación de los cuatro modos de tramar; a Stephen Pepper en la distinción de los cuatro tipos de explicación por argumentación formal; simplificará la clasificación de Karl Mannheim en la diferenciación de las cuatro posiciones ideológicas; y tomará de G. Battista Vico la distinción de los cuatro tropos dominantes en el texto narrativo, evitando así caer en la distinción bipolar metáfora-metonimia propia del estructuralismo francés. Lo que importa remarcar de todos ellos es que, en su mayoría, defendían la diferencia que existía entre el discurso histórico y el discurso ficcional en cuanto que el primero se refiere a hechos reales y el segundo a hechos imaginarios, mientras que White utiliza sus categorías para mostrar que esta diferencia no existe en un nivel estructural profundo y que el significado que puede otorgarse a uno u otro discurso es el mismo que tiene toda imaginación narrativa.
Dijimos que para White en todo texto histórico se pueden distinguir tres tipos de explicación. En primer lugar, un texto histórico organiza una secuencia de sucesos por medio de la trama, es decir un cierto tipo particular de relato. El historiador puede tramar sus relatos en la forma de romance en el caso de que su objetivo sea marcar la trascendencia del sujeto ante las vicisitudes del mundo y la obtención del triunfo del bien sobre el mal (como lo hizo Michelet). Pero si lo que le interesa remarcar son los cambios que experimenta una sociedad humana en un período determinado y ante circunstancias particulares, el historiador podrá optar entre un entramado de forma cómica, si pese a los cambios el hombre y el mundo terminan reconciliándose por medio de una nueva armonización (a la manera de Ranke); o trágica, si ante los cambios el hombre no puede más que resignarse y aceptar su sumisión a la ley trascendental que gobierna su existencia (como lo hizo Burckhardt). Un cuarto tipo de trama es la sátira, un tipo distinto a los anteriores porque pone de manifiesto la inadecuación de la razón humana para comprender el mundo en cualquier otro modo que no sea el mítico: el hombre no es más que un prisionero encerrado en un mundo social y simbólico que no puede comprender, apropiar ni modificar sustancialmente.
En un nivel de conceptualización más profundo, el historiador busca dar a su relato una coherencia formal que permita discernir y distinguir causas y efectos, intenciones y consecuencias, relaciones causales, procesos de desarrollo y conclusiones finales. Para ello recurre a cuatro tipos distintos de argumentación. Una argumentación formista dará cuenta de las características de los objetos, buscará identificarlos y clasificarlos para poder obtener finalmente ciertas generalizaciones que permitan detectar la unicidad común de los diferentes agentes (como la utilizada por Michelet). Pero tales generalizaciones pueden ser fácilmente refutadas por nuevos datos empíricos y por eso el formismo es dispersivo, en tanto que intenta acaparar multitud de objetos diferentes. Por el contrario, las explicaciones organicistas (como las que empleó Ranke) intentan dar cuenta del todo sin remitirse al simple estudio de sus partes, y por ello suelen recurrir a argumentos que integran el conjunto de datos obtenidos para poder llegar a aquellos principios o ideas que regulan todo el proceso histórico pero sin la intención de descubrir leyes causales. Los que estudian la historia para poder determinar cuales son las leyes que la gobiernan, recurren a la argumentación mecanicista (Marx y Tocqueville son ejemplo de ello) y reducen todo el proceso estudiado a una relación de causa-efecto, tornándose tan abstractas sus argumentaciones que las entidades individuales pierden su papel en el desarrollo de dicho proceso. Sólo la argumentación contextualista se interesa en el estudio de las relaciones entre los agentes y el contexto de su accionar, no buscando leyes o principios que las gobiernen o las dirijan, sino buscando descubrir aquellas tendencias que predominaron en determinados períodos y épocas (tal el intento de Burckhardt).
Pero como todo historiador posee un conjunto de prescripciones que le permiten pensar y ver el mundo de determinada manera y actuar en consecuencia (es decir una ideología, entendida no en sentido peyorativo como falsa representación) y no puede escapar de ellas, el elemento ético en cualquier explicación histórica siempre está presente. La explicación por implicación ideológica de un historiador será conservadora (como la de Ranke) si lo que pretende es mostrar la necesidad de la preservación del "status quo" del mundo social y de que los cambios se den a un ritmo natural, centrando así el interés de todo accionar sobre la situación presente en aras de la búsqueda de una congruencia social. Una explicación con implicación ideológica liberal hará hincapié en la necesidad de evitar los cambios estructurales, aunque aceptando las modificaciones superficiales de la situación social a un ritmo social que prolongue las transformaciones a un futuro remoto. Un texto histórico con implicación ideológica anarquista mostrará las debilidades estructurales de la sociedad y la necesidad de abolirla de forma cataclísmica y lograr así la trascendencia social que permita volver al mundo sin luchas ni diferencias del pasado remoto de cada sociedad. Aunque el radicalismo también busque la trascendencia social, su objetivo no es abolir la sociedad sino reconstruirla lo más pronto posible, proyectando para ello planes utópicos de cambios (como Marx).
Estas tres formas de explicación se combinan de una manera particular en el texto histórico dando forma así a un estilo historiográfico particular. Tal combinación no es arbitraria pero entre unos y otros modos de explicación existen "afinidades electivas" que permiten establecer "analogías estructurales" entre ellos. De esta manera, un modo de tramar romántico es más compatible con un modo de argumentar formista y una ideología anarquista. Mientras que el entramado trágico tiene mayor afinidad con la argumentación mecanicista y el radicalismo ideológico. Por su parte, la trama cómica es más afín a una argumentación organicista y una ideología conservadora. Mientras que el modo de tramar satírico posee analogías estructurales con la forma de argumentación contextualista y la ideología liberal.
Pese a la tensión dialéctica que existe entre cada forma de explicación, la base de la coherencia y consistencia que cada combinación posee es de naturaleza poética y lingüística, pues surge de un acto lingüístico por el cual el historiador prefigura su campo de estudio y distingue, clasifica y relaciona en él agentes y agencias por medio de la utilización de un protocolo lingüístico que no sólo le brinda conceptos, sino que le permite articularlos en un todo significativo susceptible de interpretar. Dicho protocolo lingüístico es provisto por el modo tropológico dominante en el texto. White opta por una distinción cuádruple de los tropos: metáfora, metonímia, sinécdoque e ironía.
La metáfora (del griego meta, «más allá», y forein, «pasar», «llevar») es un recurso literario que consiste en identificar dos términos entre los cuales existe alguna semejanza. Uno de los términos es el literal y el otro se usa en sentido figurado. Es decir que implica una transferencia de sentidos en base a la analogía o símil que se pueda establecer entre un término real y otro evocado o imaginario. Por ello es representativa y se basa en la identidad.
La metonimia es un recurso literario similar a la metáfora, pero en el cual la relación entre los términos identificados no es de semejanza; puede ser causa-efecto, parte-todo, autor-obra, continente-contenido, etc. La metonimia (del griego metha: «más allá», onimeia: «denominación») es una figura retórica que alude a la translación de un nombre o translación de una denominación, es decir al "sentido translaticio" o lo que vulgarmente suele llamarse "el sentido figurado". En este caso, la metonimia es reduccionista y extrínseca.
La sinécdoque es una forma de metonimia pero que consiste en designar una cosa con el nombre de otra que no es más que una parte de ella ("el pan" para designar los alimentos); o con el de la materia de que está hecha ("oro" para designar el dinero); o con el de algo que lleva o usa ("espada" para referirse a un guerrero). La sinécdoque busca simbolizar una cualidad de la totalidad y por ello es integrativa e intrínseca.
La ironía consiste en expresar lo contrario de lo que se piensa o admitir como cierta una proposición falsa con intención burlesca. La ironía es autoconsciente y autocrítica de la naturaleza problemática del lenguaje, y esta conciencia del mal uso del lenguaje figurativo la transforma en metatropológica y transideológica. El uso de la ironía conduce al relativismo, al escepticismo y a la aprehensión de la locura o el absurdo de la civilización.
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