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Poemas de Juan de Dios Peza (página 2)

Enviado por Edgar Tovar


Partes: 1, 2, 3, 4

Y monta en una caña endeble y hueca,

Besa Margot con labios de granado

Los labios de cartón de su muñeca.

Lucen los dos sus inocentes galas,

Y alegres sueñan en tan dulces lazos;

El, que cruza sereno entre las balas;

Ella, que arrulla un niño entre sus brazos.

Puesto al hombro el fusil de hoja de lata,

El kepis de papel sobre la frente,

Alienta el niño en su inocencia grata

El orgullo viril de ser valiente.

Quizá piensa, en sus juegos infantiles,

Que en este mundo que su afán recrea,

Son como el suyo todos los fusiles

Con que la torpe humanidad pelea.

Que pesan poco, que sin odios lucen,

Que es igual el más débil el más fuerte,

Y que, si se disparan, no producen

Humo, fragor, consternación y muerte.

¡Oh, misteriosa condición humana!

Siempre lo opuesto buscas en la tierra;

Ya delira Margot por ser anciana,

Y Juan, que vive en paz, ama la guerra.

Mirándoles jugar me aflijo y callo:

¿Cuál será sobre el mundo su fortuna?

Sueña el niño con armas y caballo,

La niña con velar junto a la cuna.

El uno corre de entusiasmo ciego,

La niña arrulla a su muñeca inerme,

Y mientas grita el uno: Fuego! fuego,

La otra murmura triste: Duerme, duerme.

A mi lado ante juegos tan extraños

Concha, la primogénita, me mira:

¡Es toda una persona de ses años

Que charla, que comenta y que suspira!

¿Por qué inclina su lánguida cabeza

Mientras deshoja inquieta algunas flores?

¿Será la que ha heredado mi tristeza?

¿Será la que comprende mis dolores?

Cuando me rindo del dolor al peso,

Cuando la negra duda me avasalla,

Se me cuelga del cuello, me da un beso,

Se le saltan las lágrimas y calla.

Sueltas sus trenzas claras y sedosas,

Y oprimiendo mi mano entre sus manos,

Parece que medita en muchas cosas

Al mirar cómo juegan sus hermanos.

Margot, que canta en madre transformada,

Y arrulla a un hijo que jamás se queja,

Ni tiene que llorar desengañada,

Ni el hijo crece, ni se vuelve vieja.

Y este guerrero audaz de tres abriles

Que ya se finge apuesto caballero,

No logra en sus campañas infantiles

Manchar con sangre y lágrimas su acero.

¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres!

Amo tus goces, busco tus cariños;

Cómo han de ser los sueños de los hombres,

Más dulces que los sueños de los niños!

¡Oh, mis hijos! No quiera la fortuna

Turbar jamás vuestra inocente calma,

No dejéis esa espada ni esa cuna:

¡Cuando son de verdad, matan el alma!

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

ESTE ERA UN REY…

Ven mi Juan, y toma asientoen la mejor de tus sillas;

siéntate aquí, en mis rodillas,y presta atención a un cuento.

Así estás bien, eso es,muy cómodo, muy ufano,

pero ten quieta esa mano;vamos, sosiega esos pies.

Este era un rey… me maltratael bigote ese cariño,

Este era un rey… vamos niño,que me rompes la corbata.

Si vieras con qué placerese rey… ¡Jesús! ¡qué has hecho!

¿Lo ves? en medio del pecho¡me has clavado un alfiler!

¿Y mi dolor te da risa?escucha y tenme respeto:

éste era un rey… deja quietoel cuello de mi camisa.

Oír atento es la leyque a cumplir aquí te obligo…

Deja mi reloj… prosigo.Atención: Este era un rey…

Me da tormentos cruelestu movilidad chicuelo,

¿ves? has regado en el suelomi dinero y mis papeles.

Responde: ¿me has de escuchar?Este era un rey…

¡qué locura!me tiene en grande tortura que te muevas sin parar.

Mas ¿ya estás quieto? Sí, sí al fin cesa mi tormento…

Este era un rey, oye el cuentoinventado para ti.

Y agrega el niño, que es duchoen tramar cuentos a fe:

"Este era un rey…" ya lo séporque lo repites mucho.

Y me gusta el cuentecitoy mira ya lo aprendí:

"Este era un rey", ¿no es así? "¡Qué bonito! ¡Qué bonito!"

Y de besos me da un ciento,y pienso al ver sus cariños:

los cuentos para los niños,no requieren argumento.

Basta con entendersu espíritu de tal modo

que nos puedan hacer todolo que nos quieran hacer.

Con lenguaje grato o rudoun niño, sin hacer caso,

va dejando paso a pasoa su narrador desnudo.

Infeliz del que se escamacon esas dulces locuras:

¡si estriba en sus travesurasel argumento del drama!

¡Oh Juan! me alegra y me agradatu movilidad tan terca;

te cuento por verte cercay no por contarte nada.

Y bendigo mi fortuna,y oye el cuento y lo sabrás;

"Era un rey a quien jamásle sucedió cosa alguna".

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

EL NIDO

Mira ese árbol que a los cielossus ramas eleva erguido;

en ellas columpia un nidoen que duermen tres polluelos.

Ese nido es un hogar;no lo rompas, no lo hieras:

sé bueno y deja a las fieras,el vil placer de matar.

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

CÉSAR EN CASA

Juan, aquel militar de tres abriles,

que con gorra y fusil sueña en ser hombre,

y que ha sido en sus guerras infantilesun glorioso heredero de mi nombre;

ayer, por tregua al belicoso juego,

dejando en un rincón la espada quieta,

tomó por voluntad, no a sangre y fuego,

mi mesa de escribir y mi gaveta.

Allí guardo un laurel,

y viene al casorepetir lo que saben mis testigos:

esa corona de oropel y rasola debo, no a la gloria, a mis amigos.

Con sus manos pequeñas y traviesas,desató el niño,

de la verde guía,el lazo tricolor en que hay impresas

frases que él no descifra todavía.

Con la atención de un ser que se emociona

miró las hojas con extraño gesto,

y poniendo en mis manos la corona,

me preguntó con intención: -"¿Qué es esto?"

-"Esto es -repuse- el lauro que prometela gloria al genio que en su luz inunda…

-"¿Y por qué lo tienes?"

-Por juguete,le respondió mi convicción profunda.

Viendo la forma oval,

pronto el objetodescubre el niño,

de la noble gala;se la ciñe, faltándome al respetoy hecho un héroe se aleja por la sala.

¡Qué hermosa dualidad!

Gloria y cariñocon su inocente acción enlazó ufano,

pues con el lauro semejaba el niñoun diminuto emperador romano.

hasta creí que de su faz severairradiaban celestes resplandores,

y que anhelaba en su imperial literair al Circo a buscar los gladiadores.

Con su nuevo disfraz quedé asombrado

(no extrañéis en un padre estos asombros),

y corrí por un trapo coloradoque puse y extendí sobre sus hombros.

Mirélo así con cándido embeleso,

me transformé en su esclavo humilde y rudo,y

-"¡Ave César!- le dije, dame un beso, ¡yo que muero de penas, te saludo!"

-"¿César?"- me preguntó lleno de sustoy yo sintiendo que su amor me abrasa,

-"¡César!" -le respondí- "César Augustode mi honor, de mi honra y de mi casa"

Quitéle el manto, le volví la espada,

recogí mi corona de poeta,y la guardé,

deshecha y empolvada,en el fondo sin luz de mi gaveta.

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

EN LAS RUINAS DE MITLA

Maravillas de otra edad;

Prodigios de lo pasado;

Páginas que no ha estudiado

La indolente humanidad.

¿Por qué vuestra majestadcausa entusiasmo y pavor?

Porque de tanto esplendor

Y de tantas muertas galas,

Están batiendo las alas

Los siglos en derredor.

Muda historia de granito

Que erguida en pie te mantienes,

¿qué nos escondes?

¿Qué tienespor otras razas escrito?

Cada inmenso monolito, 

Del arte eximio trabajo,¿quién lo labró?

¿Quién lo trajoa do nadie lo derriba?

Lo saben, Dios allá arriba;La soledad aquí abajo.

Cada obelisco de pie

Me dice en muda arrogancia:Tú eres dudas e ignorancia,

Yo soy el arte y la fe,Semejan de lo que fue

Los muros viejos guardianes…

¡qué sacrificios! ¡qué afanes revela lo que contemplo!

Labrado está cada temploNo por hombres, por titanes.

En nuestros tiempos ¿qué sonLos ritos, usos y leyes,

De sacerdotes y reyesQue aquí hicieron oración?

Una hermosa tradición

Cuya antigüedad arredra;

Ruinas que viste la yedra

Y que adorna el jaramago:¡la epopeya del estrago escrita en versos de piedra!

Del palacio la grandeza;Del templo la pompa extraña;

La azul y abrupta montañaConvertida en fortaleza;

Todo respira tristeza,

Olvido, luto, orfandad;¡aun del so l la claridad se torna opaca y medrosa

en la puerta misteriosade la negra eternidad!

Despojo de lo ignorado,Busca un trono la hoja seca

En la multitud grecaDel frontón desportillado. Al penate derribado

La ortiga encubre y escuda;

Ya socavó mano ruda

La perdurable muralla…

Viajero: medita y calla…

¡Lo insondable nos saluda!

Sabio audaz, no inquieras nada,

Que no sabrás más que yo;

Aquí una raza vivió

Heroica y civilizada;Extinta o degenerada,

Sin renombre y sin poder,

De su misterioso ser

Aquí el esplendor se esconde

Y aquí sólo Dios responde¡Y dios no ha de responder!

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

NIEVE DE ESTÍO

Como la historia del amor me aparta

de las sombras que empañan mi fortuna,

yo de esa historia recogí esta cartaque he leído a los rayos de la luna.

Yo soy una mujer muy caprichosay que me juzgue a tu conciencia dejo,

para poder saber si estoy hermosarecurro a la franqueza de mi espejo

Hoy, después que te vi por la mañana,al consultar mi espejo alegremente,

como un hilo de plata vi una canaperdida entre los rizos de mi frente.

Abrí para arrancarla mis cabellossintiendo en mi alma dolorosas luchas,

y cuál fue mi sorpresa, al ver en ellos esa cana crecer con otras muchas.

¿Por qué se pone mi cabello cano?¿Por qué está mi cabeza envejecida?

¿Por qué cubro mis flores tan tempranocon las primeras nieves de la vida?

No lo sé. Yo soy tuya, yo te adoro,con fe sagrada, con el alma entera;

pero sin esperanza sufro y lloro;¿tiene también el llanto primavera?

Cada noche soñando un nuevo encantovuelvo a la realidad desesperada;

soy joven, en verdad, mas sufro tantoque siento ya mi juventud cansada.

Cuando pienso en lo mucho que te quieroy llego a imaginar que no me quieres,

tiemblo de celos y de orgullo muero;(Perdóname, así somos las mujeres).

He cortado con mano cuidadosaesos cabellos blancos que te envío;

son las primeras nieves de una rosaque imaginabas llena de rocío.

Tú me has dicho: "De todos tus hechizos,  lo que más me cautiva y enajena,

es la negra cascada de tus rizoscayendo en torno a tu faz morena".

Y yo, que aprendo todo lo que dices,puesto que me haces tan feliz con ello,

he pasado mis horas más felicesmirando cuán rizado es mi cabello.

Mas hoy, no elevo dolorosa queja,porque de ti no temo desengaños;

mis canas te dirán que ya está viejauna mujer que cuenta veintiún años.

¿Serán para tu amor mis canas nieve?Ni a suponerlo en mis delirios llego.

¿Quién a negarme sin piedad se atreveque es una nieve que brotó del fuego?

¿Lo niegan los principios de la cienciay una antítesis loca se parece?

pues es una verdad de la experiencia:cabeza que se quema se emblanquece.

Amar con fuego y existir sin calma;soñar sin esperanza de ventura,

dar todo el corazón, dar toda el almaen un amor que es germen de amargura.

Buscar la dicha llena de tristezasin dejar que sea tuyo el hado impío,

llena de blancas hebras mi cabezay trae una vejez: la del hastío.

Enemiga de necias presuncionescada cana que brota me la arranco,

y aunque empañe tus gratas ilusioneste mando, ya lo ves, un rizo blanco.

¿Lo guardarás? Es prenda de alta estima y es volcán este amor a que me entrego;

tiene el volcán sus nieves en la cima,pero circula en sus entrañas fuego.

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

MI PADRE

Yo tengo en el hogar un soberano,

único a quien venera el alma mía;

es su corona su cabello cano,

la honra su ley y la virtud su guía.

En lentas horas de miseria y duelo,

lleno de firme y varonil constancia,

guarda la fé con que me habló del cielo

en las horas primeras de mi infancia.

La amarga proscripción y la tristezaen su alma abrieron incurable herida;

es un anciano, y lleva en su cabezael polvo del camino de la vida.

Ve del mundo las fieras tempestades,

de la suerte las horas desgraciadas,y pasa, como cristo el Tiberiades,

de pie sobre las ondas encrespadas.

Seca su llanto, calla sus dolores,y sólo en el deber sus ojos fijos,

recoge espinas y derrama floressobre la senda que trazó a sus hijos.

Me ha dicho: "A quien es bueno, la amargurajamás en llanto sus mejillas moja:

en el mundo la flor de la venturaal mas ligero soplo se dehoja.

"Haz el bien sin temer al sacrificio,el hombre ha de luchar sereno y fuerte,

y halla quien odia la maldad y el vicioun tálamo de rosas en la muerte.

"Si eres pobre confórmate y sé bueno;

si eres rico protege al desgraciado,

y lo mismo en tu hogar que en el ajenoguarda tu honor para vivir honrado."

"Ama la libertad, libre es el hombrey su juez más severo es la conciencia;

tanto como tu honor guarda tu nombre,

pues mi nombre y mi honor forman tu herencia".

Este código augusto, en mi alma pudodesde que lo escuché, quedar grabado;

en todas las tormentas fue mi escudo,de todas las borrascas me ha salvado.

Mi padre tiene en su mirar serenoreflejo fiel de su conciencia honrada;

¡cuánto consejo cariñoso y bueno sorprendo en el fulgor de su mirada!

La nobleza del alma es su nobleza;la gloria del deber forma su gloria;

es pobre, pero encierra su pobrezala página más grande de su historia.

Siendo el culto de mi alma su cariño,la suerte quiso que al honrar su nombre,

fuera el amor que me inspiró de niñola más sagrada inspiración del hombre.

Quiera el cielo que el canto que me inspirasiempre sus ojos con amor lo vean,

y de todos los versos de mi liraéstos los dignos de su nombre sean.

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

UN CONSEJO DE FAMILIA

¿Quién en la miseria y el amor concilia?

Esto más que un problema es un misterio.

Para hablar de un asunto que es tan serio,

hubo ayer un consejo de familia.

Hizo de presidente del concejoun hombrecito al que la edad agobia

,y que además del chiste de ser viejo,es, nada menos, padre de mi novia.

A su lado, y en cómoda poltrona,con franco y natural desembarazo,

estaba una señora setentonacon un perro faldero en el regazo.

Y en derredor, con rostros muy severos,prontos a discutir y meter baza,

estaban cual prudentes consejerosseis a siete visitas de la casa.

Y entre todos, causando maravilla,de gracia y juventud, rico tesoro,

como un ángel, sentada en una sillaestaba la mujer a quien adoro.

Con que, vamos a ver, dijo indiscretala madre, por anciana impertinente,

¿es verdad que eres novia de un poeta?¿Sueñas con los laureles de su frente?

-Puesto que lo sabéis, dijo la niña,no lo puedo negar: le quiero mucho.

-Mereces, dijo el padre, que te riña.

Y la anciana exclamó: -¡Cielos! ¡qué escucho!

¡Blasfemia intolerable que me irrita!

-¡Habráse visto niña descarada!

Dijo en tono burlón una visitapegándose en la frente una palmada.

-Los versos nada más son oropeles.

Dijo la anciana en tono reposado,y apuesto que no sirven sus laurelesni para sazonar el estofado.

¡Un novio soñador y sin dinero!

Hija, esto sí que nadie lo perdona;ya que tiene corona y no sombrero,fuera mejor usara su corona.

-Los hombres, dijo el padre, son perversospero más los poetas de hoy en día.

Quizá te piense alimentar con versos,y eso vas a comer ¡pobre hija mía!

-O, quién sabe, agregó con triste acento una visita, al parecer piadosa,

si se irán a poblar el firmamentoo a vivir en el cáliz de una rosa.

-Puede ser, interrumpe otra persona,que intente levantar,

llegado el caso,a orillas de la fuente de Helicona,

un palacio en las faldas de Parnaso.

El regalo de boda, amigo mío,tendrá joyas riquísimas y bellas

junto a un collar de perlas del rocío,el manto azul del cielo y sus estrellas.

Envidia te tendrán los serafines,pues tendrás, deleitando tu hermosura,

una alfombra de nardos y jazminesy un ruiseñor que cante en la espesura.

El marido feliz te dará un besodiciendo: ¡tengo un ángel por esposa!

¿Y a la hora de comer? ¡quién piensa en eso!¡para el poeta la comida es prosa!

Un coro de estridentes carcajadassatíricas,

terribles, infernales,convirtió las mejillas en granadasal ángel de mis sueños celestiales.

-¿Conque piensas seguir esos amores,tú, la más infeliz de las mujeres,piensas con el aroma de las floresvivir entre la dicha y los placeres?

¿A qué alta sociedad, hija queridate llevará ese amor del cual abusas?

¡Ha de ser muy monótona la vida,sin tener más visitas que las musas!

Otra risa estalló ¡bendita risa!Entonces ella abandonó su asiento,

y con grave ademán y muy de prisasalió, sin vacilar, del aposento.

Llamáronla mil veces, pero ella,espléndida, graciosa, soberana,

como asoma en los cielos una estrellael rostro fue a asomar a la ventana.

-Ven, me dijo, mitad del alma mía.

Dicen que amarte es prueba de torpeza,

que por pobre te olvide ¡qué ironía! que te deje por pobre ¡qué tristeza!

Como no te comprenden, ya por esodestruir mis amores se concilia.Yo siempre seré tuya: dame un beso;¡se ha lucido el consejo de familia!

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

MI MEJOR LAURO

Con sus seis primaveras muy ufana,

quebrando con sus pies las hojas secas,

me recitó en el campo una mañanami hija mayor : Fusiles y muñecas.

Repitiendo mis versos no sabíaque colmaba el mayor de mis antojos;

no me culpéis si oyéndola sentía, lágrimas en el alma y en los ojos.

¡Bien! exclamé, mi niña me interpreta mejor que todos aunque a nadie cuadre;

yo juzgarla creí como poeta,y la estaba juzgando como padre.

Llegó la estrofa aquella en que la nombroy bajando hacia el suelo la mirada,

vi de pronto ponerse, con asombro,su faz, más que una fresa, colorada.

¿Qué tienes? pregunté, ¿por qué haces eso?¿Por qué ya nada de tu labio escucho?

Y ella me respondió, dándome un beso:-Me callo aquí, porque te quiero mucho.

Nada valdrá tan cándida respuestapara el que en altas concepciones fijo,

medir no pueda, en ocasión cual ésta,a donde alcanza el corazón de un hijo.

Puedo deciros la verdad desnuda:como en mis versos comprendió mi duelo,

por no hacerme sufrir quedóse muda,por no verme llorar, miraba al suelo.

Yo, alabando el poder de su memoria,comprendí, perdonadme lo indiscreto,

que los mejores lauros de la gloriason los que se cosechan en secreto.

Vale más a mis ojos, siempre fijosen la eterna verdad no en falsos nombres,

la lágrima arrancada por mis hijosque todos los aplausos de los hombres.

Negó a mi numen su fulgor el genio,

en el drama veraz de mis doloresel fondo de mi hogar es el proscenio

y mi padre y mis hijos los lectores.

No busco un lauro que mi frente ciñani pide aplausos mi laúd ingrato;

pero… ¿por qué me olvido de la niña que suspendió turbada su relato?

Pronto volvió su faz a estar serenay a brillar en sus labios la sonrisa,

porque el placer lo mismo que la penapasan sobre los niños muy de prisa.

-Tus versos voy a continuar diciendo-y con más firme voz soltóse hablando;

¡inocente! los dijo sonriendoy entonces yo los escuché llorando.

Al terminar, sintiendo hecho pedazospor el dolor mi corazón ardiente,

me interrogó cruzándose de brazosy mirándome el rostro frente a frente.

-¡Ay! dime padre, cuando tú escribistelos mismo versos que de oírme acabas

¿porqué estabas mirándome tan triste? Al mirarnos jugar ¿en qué pensabas?

y ¿por qué? -respondí- tan preguntona ¿indagas los misterios de mi lira?

-Porque soy, tú lo has dicho, una personaque charla, que comenta, y que suspira.

-¡Brava razón! ¡Confórmame con eso!

¿No eres la que, si el duelo me avasalla,se me cuelga del cuello, me da un beso,se le saltan las lagrimas y calla?

-¡Yo soy! ¡yo soy! me contestó orgullosa,

y haciéndome olvidar penas y agravios,se me colgó del cuello cariñosa,cerró sus ojos y besó mis labios.

Corrió alegre después tras otros niños quebrando con sus pies las hojas secas

y dejándome besos y cariñosen premio de Fusiles y muñecas.

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

EL CUENTO DE MARGOT

Vamos, Margot, repíteme esa historiaque estabas refiriéndole a María,

ya vi que te la sabes de memoriay debes enseñármela, hija mía.

-La sé porque yo misma la compuse.

-¿Y así no me la dices?

Anda, ingrata.

-¡Tengo compuestas diez!

-¡Cómo! repuse,¿Te has vuelto a los seis años literata?

-¡No, literata no! pero hago cuentos…

-No temas que tal gusto te reproche.

-Al ver a mis hermanos tan contentosyo les compongo un cuento en cada noche.

-¿Y cómo dice el que contando estabas?

-Es muy triste, papá, ¿qué no lo oíste?

-Sólo oí que lloraban y llorabas.

-¡Ah! sí, todos lloramos; ¡es muy triste!

Imagínate un niño abandonadode grandes ojos de viveza llenos,rubio, risueño, gordo y colorado

-Como mi hermano Juan, ni más ni menos.

Figúrate una noche larga y fría,de muda soledad,

sin luz alguna,y ese niño muriendo, en agonía, encima de la acera, no en la cuna.

-¿En las heladas lozas? -Sí, en la acera. Es decir, en la calle…

¡Qué amargura!-Hubo alguien que pasando lo creyeraun olvidado cesto de basura.

Yo pasaba, lo vi, bajé mis brazosqueriendo darle maternal abrigo

y envuelto en un pañal hecho pedazoslo alcé a mi pecho y lo llevé conmigo.

Lloraba tanto y tanto el angelitoque ya estaban sus párpados muy rojos…

y a cada nueva queja, a cada gritoel alma me sacaba por los ojos.

Me lo llevé a mi cama: entre plumoneslo hice dormir caliente y sosegado…

¡Cómo hubo en este mundo corazonescapaces de dejarlo abandonado!

¡Ay! yo sé por mi libro de lecturaque estudio en mis mayores regocijos,

que ni los tigres en la selva oscuradejan abandonados a sus hijos.

¡Pobrecito! yo sé su mal profundo,le curo como madre toda pena;

parece que este niño en este mundono es hijo de mujer sino de hiena.

De mi colchón en el caliente huecoduerme para que en lágrimas no estalle;

y llorando Margot, mostró el muñecoque en cierta noche se encontró en la calle.

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

BEBÉ

Cuenta Bebé dos meses no cumplidos,

pero burlando al tiempo y sus reveses,

como todos los niños bien nacidosparece un señorón de 20 meses.

Rubio, y con ojos como dos luceroslo vi con traje de color de grana

en un escaparate de Platerosun domingo de Pascua en la mañana.

Iban conmigo Concha y Margaritay al mirar las dos,

ambas gritaron:"¡Mira padre, qué cara tan bonita!"y trémulas de gozo mi miraron.

¿Quién al ver que en sus hijas se subleva la ambición de adueñarse de un muñeco,

no se siente vencido cuando llevados duros en la bolsa del chaleco?

Ha vencido pensé: si está comprado,y como es natural tiene otros dueños

mis hijas perderán el encantadopalacio de sus mágicos ensueños.

Pero movido el paternal cariño,entré a la tienda a realizar su antojo,y dije al vendedor:

"Quiero ese niñode crenchas blondas y vestido rojo".

Abrió entonces la alcoba de cristalestomó a Bebé, lo puso entre mis manos,

y convirtió a mis hijas en rivalesporque el amor divide a los hermanos.

"Para mí" -Concha me gritó importuna, "para mí" -me gritaba Margarita,

y yo les grité al fin: "para ninguna" con la seca aridez de un cenobita.

Reinó un silencio entre las dos profundo,

y yo recordé entonces conturbadoeste axioma tristísimo del mundo:

"Ser rival es odiar y ser odiado".

Y así pensé: no debo en corazonesque de la vida llaman a la puerta,

encender con el celo esas pasiones,que el odio atiza y el rencor despierta.

La historia del amor con dos premisas,iguala a la mujer y no os asombre;

¡Un muñeco en la edad de las sonrisas,y en la edad de las lágrimas, un hombre!

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

ADÚLTERA

Tienes como Luzbel,

formas tan bellase el hombre olvida al verte,

enamorado,que son tus ojos negros dos estrellas veladas por la sombra del pecado.

Y no turbas, hipócrita el reposo el Pobre hogar con que tu falta escudas,

porque a besar te atreves al esposo,como besara a Jesucristo Judas.

¡Aún sus flores te da la primaveray ya tienes el alma envilecida!…

Ya llegarás a ver, aunque no quieras,el horizonte oscuro de tu vida.

Desdeñas los sagrados embelesos del casto hogar de la mujer honrada;

y audaz ostentas el vender tus besoslas llamas del infierno en tu mirada.

Manchas el suelo que tu planta pisa y manchas lo que tocas con la mano;

te dio Lucrecia Borgia su sonrisay Mesalina su perfil romano.

Brota el deleite de tus labios rojos; se aparta la virtud de tu presencia;

porque más negras, más negra que tus ojos, tienes, mujer, el alma y la conciencia.

Rosas de abril parecen tus mejillas; mármol de Paros, tu ondulante seno;

más… ¡ay!, que tan excelsas maravillas son del barro nomás del cieno.

Reina del mal: tú tienes por diademala infamia, que con nada se redime;

el pudor es un ascua que te quema,el deber es un yugo que te oprime.

Tienen las gracias con que al mundo halagas precio vil en mercancías repugnantes,

y te envaneces de cubrir tus llagascon seda recamada de brillantes.

En este siglo en que el honor campea no te ha de perdonar ni el vulgo necio;

hieren más que las piedras de Judea los dardos de la burla y el desprecio.

Mañana, enferma, pobre, abandonada, de la mundana compasión proscrita,

el honor, cuando mueras humillada,sobre tu fosa escribirá… «¡Maldita!…»

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

Recopilado el 10 de Marzo de 1.959 (Venezuela)

CARTA

Con letras ya borradas por los años,en un papel que el tiempo ha carcomido,

símbolo de pasados desengaños,guardo una carta que selló el olvido.

La escribió una mujer joven y bella.¿Descubriré su nombre?

¡ No, no quiero!pues siempre he sido, por mi buena estrella,para todas las damas caballero.

¿Qué ser alguna vez no esperó en vanoalgo que, si se frustra, mortifica?

Misterios que al papel lleva la mano,El tiempo los descubre y los publica,

Aquellos que juzgáronme felicesen amores;

que halagan mi amor propio,aprendan de memoria lo que dicela triste historia que a la letra copio:

"Dicen que las mujeres sólo llorancuando quieren fingir hondos pesares,

los que tan falsa máxima atesoran,muy torpes deben ser o muy vulgares.

Si cayera mi llanto hasta las hojasdonde temblando está la mano mía,

para poder decirte mis congojas,con lágrimas mi carta escribiría.

Mas si el llanto es tan claro que no pinta,y hay que usar de otra tinta más obscura,

la negra escogeré, porque es la tintadonde más se refleja mi amargura.

Aunque no soy para soñar esquivasé que para soñar nací despierta.

Me he sentido morir, y aún estoy viva;

Tengo ansias de vivir, y ya estoy muerta.

Me acosan del dolor fieros vestigios.

¡Qué amargas son las lágrimas primeras!

Pesan sobre mi vida veinte siglos,

y  apenas cumplo veinte primaveras.

En esta horrible lucha en que batallo,

aun cuando débil tu consuelo imploro,

quiero decir que lloro y me lo callo,

y más risueña estoy cuando más lloro.

¿Por qué te conocí? Cuando temblando de pasión,

sólo entonces no mentida,me llegaste a decir:

¡ te estoy amando con un amor que es vida de mi vida!

¿Qué te respondí yo? Bajé la frente;triste y convulsa, te estreché la mano,

porque un amor que nace tan vehemente,es natural que muera muy temprano.

Tus versos para mí conmovedoreslos juzgué flores puras y divinas,

olvidando, insensata, que las florestodo lo pierden, menos las espinas.

Yo, que como mujer, soy vanidosa,me vi feliz creyéndome adorada,

sin ver que la ilusión es una rosaque vive solamente una alborada.

¡Cuántos de los crepúsculos que admiras, pasamos entre dulces vaguedades,

las verdades juzgándolas mentiras,las mentiras creyéndolas verdades!

Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,me imaginaba estar dentro de un cielo

,y al contemplar tus ojos y tu bocatu misma sombra me causaba celo.

Al verme embelesada al escucharte,clamaste,-aprovechando mi embeleso-,

"Déjame arrodillar para adorarte",y al verte de rodillas te di un beso.

Te besé con arrojo, no se asombreun alma escrupulosa o timorata:

la insensatez no es culpa. Besé a un hombre,porque toda pasión es insensata.

Debo aquí confesar que un beso ardiente,aunque robe la dicha y el sosiego,

es el placer más grande que se sientecuando se tiene un corazón de fuego.

Cuando toqué tus labios fue precisosoñar que aquel placer se hiciera eterno.

Mujeres: es el beso un paraísopor donde entramos muchas al infierno.

Después de aquella vez, en otras muchas,apasionado tú, yo enternecida,

quedaste vencedor en esas luchastan dulces en la aurora de la vida.

¡Cuántas promesas, cuántos devaneos! El grande amor con el desdén se paga;

toda llama que avivan los deseos,pronto encuentra la nieve que la apaga.

Te quisiera culpar y no me atrevo;es, después de gozar, justo el hastío;

yo, que soy un cadáver que me muevo,del amor de mi madre desconfío.

Me engañaste, y no te hago ni un reproche,era tu voluntad y fue mi anhelo;

reza, dice mi madre, en cada noche;y tengo miedo de invocar al cielo.

Pronto voy a morir; esa es mi suerte.¿Quién se opone a las leyes del destino?

Aunque es camino obscuro el de la muerte,¿quién no llega a cruzar, ese camino?

En él te encontraré; todo derrumbael tiempo, y tú caerás bajo su peso:

tengo que devolverte en ultratumbatodo el mal que me diste con tu beso.

¿Mañana he de vivir en tu memoria?En aquella región quizá sombría

mostrar a Dios podremos nuestra historia.Adiós… Adiós… hasta el terrible día.

Leí estas líneas y en eterna ausenciaesa cita fatal vivo esperando…

Y sintiendo la noche en mi conciencia,guardé la carta y me quedé llorando.

 Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

 

EL CALLEJÓN DEL BESO

Una noche invernal, de las más bellas

con que engalana enero sus rigores

y en que asoman la luna y las estrellas

calmando penas e inspirando amores;

noche en que están galanes y doncellas

olvidados de amargos sinsabores,

al casto fuego de pasión secretaparodiando a Romeo y a Julieta.

En una de esas noches sosegadas,

en que ni el viento a susurrar se atreve,

ni al cruzar por las tristes enramadas

las mustias hojas de los fresnos mueveen que se ven las cimas argentadas

que natura vistió de eterna nieve,

y en la distancia se dibujan vagoscopiando el cielo azul los quietos lagos;

llegó al pie de una angosta celosía,

embozado y discreto un caballero,

cuya mirada hipócrita escondíacon la anchurosa falda del sombrero.

Señal de previsión o de hidalguía dejaba ver la punta de su acero

y en pie quedó junto a vetusta puerta,

como quien va a una cita y está alerta.

En gran silencio la ciudad dormida,tan sólo turba su quietud serena,

del Santo Oficio como voz temidadébil campana que distante suena,

o de amor juvenil nota perdidaalguna apasionada cantilena

o el rumor que entre pálidos reflejossuelen alzar las rondas a lo lejos.

De pronto, aquel galán desconocido

levanta el rostro en actitud violenta

y cual del alto cielo desprendidoun ángel a su vista se presenta

-¡Oh Manrique! ¿Eres tú? ¡Tarde has venido!

-¿Tarde dices, Leonor?

Las horas cuenta.

Y el tiempo que contesta a tal reprochedaba el reloj las doce de la noche.

Y dijo la doncella: – "Debo hablartecon todo el corazón;

yo necesitola causa de mis celos explicarte.

Mi amor, lo sabes bien, es infinito,

tal vez ni muerta dejaré de amarte

pero este amor lo juzgan un delito

porque no lo unirán sagrados lazos,

puesto que vives en ajenos brazos.

"Mi padre, ayer, mirándome enfadadame preguntó,

con duda, si era ciertoque me llegaste a hablar enamorado,

y al ver mi confusión, él tan experto,sin preguntarme más,

agregó airado:prefiero verlo por mi mano muerto

a dejar que con torpe alevosíamancille el limpio honor de la hija mía.

"Y alguien que estaba allí dijo imprudente:

¡Ah! yo a Manrique conocí en Sevilla,es guapo, decidor, inteligente,

donde quiera que está resalta y brilla,

mas conozco también a una inocentemujer de alta familia de Castilla,

en cuyo hogar, cual áspid, se introdujoy la mintió pasión y la sedujo.

Entonces yo celosa y consternadale pregunté con rabia y amargura,

sintiendo en mi cerebro desbordadala fiebre del dolor y la locura:

-¿Esa inocente víctima inmoladahoy llora en el olvido su ternura?

Y el delator me respondió con saña:

-¡No! La trajo Manrique a Nueva España.

"Si es la mujer por condición curiosay en inquirir concentra sus anhelos,

es más cuando ofendida y rencorosasiente en su pecho el dardo de los celosy yo,

sin contenerme, loca, ansiosa,sin demandar alivios ni consuelos,

le pregunté por víctima tan bellay en calma respondió: -Vive con ella.

"Después de tal respuesta que ha dejadodudando entre lo efímero y lo cierto

a un corazón que siempre te ha adoradoy sólo para ti late despierto,

tal como deja un filtro envenenadoal que lo apura,

sin color y yerto:no te sorprenda que a tu cita acuda para que tú me aclares esta duda".

Pasó un gran rato de silencio y luegoManrique dijo con la voz serena

-"Desde que yo te vi te adoro ciego

por ti tengo de amor el alma llena;

no sé si esta pasión ni si este fuegome ennoblece,

me salva o me condena,pero escucha,

Leonor idolatrada,a nadie temo ni me importa nada.

"Muy joven era yo y en cierto díalibre de desengaños y dolores,

llegué de capitán a Andalucía,la tierra de la gracia y los amores.

Ni la maldad ni el mundo conocía,

vagaba como tantos soñadoresque en pos de algún amor dulce y profundo

ven como eterno carnaval el mundo.

"Encontré a una mujer joven y pura,y no sé qué la dije de improviso,

la aseguré quererla con ternuray no puedo negártelo: me quiso.

Bien pronto, tomó creces la aventura;

soñé tener con ella un paraísoporque ya en mis abuelos era fama:

antes Dios, luego el Rey, después mi dama.

"Y la llevé conmigo; fue su anheloseguirme y fue mi voluntad entera;

surgió un rival y le maté en un duelo,y después de tal lance,

aunque quisierapintar no puedo el ansia y el desvelo que de aquella Sevilla,

dentro y fuera,me dio el amor como tenaz castigo

del rapto que me pesa y que maldigo.

"A noticias llegó del Soberanoesta amorosa y juvenil hazaña

y por salvarme me tendió su mano,

y para hacerme diestro en la campaña

me mandó con un jefe veteranoa esta bella región de Nueva España…

¿Abandonaba a la mujer aquella?

soy hidalgo, Leonor, ¡vine con ella!

"Te conocí y te amé, nada te importe

la causa del amor que me devora;

la brújula, mi bien, siempre va al norte;

la alondra siempre cantará a la aurora.

¿No me amas ya? pues deja que soporte

a solas mi dolor hora tras hora;

no demando tu amor como un tesoro,

¡bástame con saber que yo te adoro!

"No adoro a esa mujer; jamás acudo

a mentirle pasión,pero tú piensa

que soy su amparo, su constante escudo,

de tanto sacrificio en recompensa.

Tú, azucena gentil, yo cardo rudo,

si ofrecerte mi mano es una ofensa

nada exijo de ti, nada reclamo,

me puedes despreciar, pero te amo".

Después de tal relato,

que en franquezaninguno le excedió,

calló el amante,inclinó tristemente la cabeza;

cerró los ojos mudo y anhelanteira,

celos, dolor, miedo y tristeza

hiriendo a la doncella

en tal instanteparecían decirle con voz ruda:

la verdad es más negra que la duda.

Quiere alejarse y su medrosa plantade aquel sitio querido no se mueve,

quiere encontrar disculpa, mas le espantade su adorado la conducta aleve;

quiere hablar y se anuda su garganta,y helada en interior como la nieve

mira con rabia a quien rendida adoray calla, gime, se estremece y llora.

¡Es el humano corazón un cielo!

Cuando el sol de la dicha lo iluminaparece azul y vaporoso velo

que en todo cuanto flota nos fascina:

si lo ennegrece con su sombra el duelo,

noche eterna el que sufre lo imagina,

y si en nubes lo envuelve el desencanto

ruge la tempestad y llueve el llanto.

¡Ah! cuán triste es mirar marchita y rota

la flor de la esperanza y la ventura,

cuando sobre sus restos solo flota

el negro manto de la noche obscura;

cuando vierte en el alma gota a gota

su ponzoñosa esencia la amargura

y que ya para siempre en nuestra vida

la primera ilusión está perdida.

Leonor oyendo la vulgar historia

del hombre que encontrara en su camino,

miró eclipsarse la brillante gloria

de su primer amor, casto y divino;

su más dulce esperanza fue ilusoria,

culpaba, no a Manrique, a su destino

y al fin le dijo a su galán callado:

-"Bien; después de lo dicho, ¿qué has pensado?

"Tanta pasión por ti mi pecho encierra

que el dolor que me causas lo bendigo;

voy a vivir sin alma y no me aterra,

pues mi culpa merece tal castigo.

Como a nadie amaré sobre la tierra

llorando y de rodillas te lo digo,

haz en mi nombre a esa mujer dichosa,

porque yo quiero ser de Dios esposa.

Calló la dama y el galán, temblando,

dijo con tenue y apagado acento:

-"Haré lo que me pidas;

te estoy dandopruebas de mi lealtad,

y ya presientoque lo mismo que yo te siga amando

me amarás tú también en el Convento;

y si es verdad, Leonor, que me has queridodame una última prueba que te pido.

"No tu limpia pureza escandalicescon este testimonio de ternura

no hay errores, ni culpas,

ni desliceentre un hombre de honor y un alma pura;

si vamos a ser ambos infelices

y si eterna ha de ser nuestra amargura,

que mi postrer adiós que tu alma invoca

lo selles con un beso de mi boca".

Con rabia, ciega, airada y ofendida,

-"No me hables más, -repuso la doncella-

sólo pretendes verme envilecida

y mancillarme tanto como a aquélla.

Te adoro con el alma y con la vida

y maldigo este amor, pese a mi estrella,

si hidalgo no eres ya ni caballero

ni debo amarte, ni escucharte quiero".

Manrique, entonces la cabeza inclina,

siente que se estremece aquel recinto,

y sacando una daga florentina,

que llevaba escondida bajo el cinto

como un tributo a la beldad divina

que amó con un amor jamás extinto,

altivo, fiero y de dolor deshechodiciendo :

-"Adiós, Leonor", la hundió en su pecho.

La dama, al contemplar el cuerpo inerte

en el dintel de su mansión caído,

maldiciendo lo negro de la suerte,

pretende dar el beso apetecido.

Llora, solloza, grita ante la muerte

del hombre por su pecho tan querido,

y antes de que bajara hasta la puerta

la gente amedrentada se despierta.

Leonor, a todos sollozando invoca

y les pide la lleven al convento

junto a Manrique, en cuya helada boca

un beso puede renovar su aliento.

Todos claman oyéndola:

"¡Está loca!"y ella, fija en un solo pensamiento

convulsa, inquieta, lívida y turbada

cae, al ver a su padre, desmayada.

Y no cuentan las crónicas añejas

de aquesta triste y amorosa hazaña,

si halló asilo Leonor tras de las rejas

de algún convento de la Nueva España.

Tan fútil como todas las consejas,

si ésta que narro a mi le lector extraña,

sepa que a la mansión de tal suceso,

llama la gente: "El Callejón del Beso". 

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

JUEGOS DEL ALMA

Mientras yo á carcajadas me reía,

en otra habitación Margot lloraba;

¡Qué contraste formó con mi alegría

la pena que su llanto revelaba!

Corro al instante a verla y la pregunto:

¿Por qué con tal dolor estás llorando?

Di… ¿por qué gritas?

y responde al puntoes porque estoy a lágrimas jugando.

¿Cómo? ¡Jugar a lágrimas! ¡Ignoraslo que dices Margot!

¡Vives de prisa!Mientras tú alegre juegas a que lloras

yo estoy con mi dolor jugando a risa.

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

LAS BODAS

¡Dos sillones sirviéndoles de altares!

Los dos niños cogidos de la mano,

de blanco y coronada de azahares

se va a casar Margot con Juan su hermano.

Por infantil y extraña anomalía

que no sé si a los teólogos asombre,

en cura de almas se cambió María

y oficia el acto convertida en hombre.

Es graciosa la novia; su vestido,

entiéndase mejor, el nupcial traje,

es un chal de burato desteñido

cuyos rasgones suplen al encaje.

Las flores que le adornan en la frente,

más que corona semejando venda,

han crecido en los bordes de la fuente

que tiene el jardincillo de la hacienda.

El traje del galán no tiene pero,

es un frac de papel, por mí cortado;

usa en la ceremonia mi sombrero,

bastón de borla y pañolón bordado.

Ni curiosos ni amigos imprudentes

asisten á la boda de que os hablo,

no hay suegros, ni padrinos, ni parientes,

ni la epístola citan de san Pablo.

Con suma sencillez el cura dice:

«Tú serás el marido y tú la esposa.»

Los junta, los contempla, los bendice,

y concluye la fiesta religiosa.

Después, cediendo al poderoso lazo,

con el grave ademán de los señores,

la dama y el galán que le da el brazo

se alejan por los anchos corredores.

-Oigan, les grita el cura femenino,

que no vuelva a mirarlos enfadados

y ellos dicen siguiendo su camino,

¿Enfadarnos? jamás; ¡somos casados!

Espectador que al verlos se enajena

era yo aquella vez, y me entrometo

y pregunto á los héroes de esta escena

sin miedo a que me falten al respeto.

-Ya vi lo que habéis hecho,

y necesitoque aquí sin engañarme ni engañarse,

me digan, tú, Margot, o tú, Juanito,

lo que habéis entendido por casarse.

Y en seguida el varón contesta ufano

sin temor á un regaño ni una riña:

-Casarse, ¿no lo ves? es dar la mano

cada vez que se quiere a alguna niña.

Nunca enfadarse ni reñir por nada,

sentarse juntos y jugar contentos,

ir á correr los dos por la calzada

y contarse en la noche muchos cuentos.

-¿Y es la primera vez que te has casado?

y me responde Juan con ironía:

-No, papá; van tres veces, y he pensado

en casarme esta tarde con María!

Al oír esta frase sentenciosa

de la boca infantil de aquel marido,

quedéme enfrente de la humana prosa

en hondas reflexiones sumergido.

El pecado, pensé, vive en lo impuro

de una alma enferma, desgarrada ó seca.

¿Por qué peca el polígamo maduro?

¿Por qué el niño polígamo no peca?

 Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

LA ÚLTIMA CITA

Recuerda la vez aquella:mi labio encendido al tuyo.

la noche apacible y bella,en cada nube una estrella,

y en cada flor un cocuyo.

Llena de rubor, de miedo,

junto de mí te veía,y hablabas quedo,

tan quedo,que sólo yo saber puedolo que tu alma me decía.

Quiero olvidar, pero en vano,

ese instante soberanode nuestra antigua pasión;

libro que dejó tu mano escrito en mi corazón.

¡Una flor y un sol de estío!

Al calor del desvaríoabriste tu alma esa noche,

para guardar en su brochetodo el sentimiento mío.

¡Cómo olvidar que, rendidaal más amargo quebranto,

trémula, triste, afligida,con la faz descolorida,

llenos los ojos de llanto;

Como el que al dolor resistecomo el que oculta un pesar,

alzaste el rostro, me viste,y escuché un adiós tan triste,que no lo puedo olvidar!

Era la revelaciónde una triste decepción,

de una ausencia que seríala sombra que apagaría los sueños del corazón.

¡Ah! ¡separarnos los dos,cuando uno del otro en pos,hallaba ventura y calma!…

¡Qué triste sonó en el alma!aquella palabra: ¡Adiós!

¡Ver aislada una existenciaque se había en otra fundido;

arrebatarle su esencia;darla una sombra la ausencia;

darle un sepulcro el olvido!

Era cual libro ignoradonuestro sino desgraciado.

Amar, y después… sufrir,ser un alma en el pasado, y dos en el porvenir.

Con tu adiós dejaste mudoal corazón que allí pudooírlo,

sufriendo ya;era el último saludodel que nunca volverá.

¿Qué hice al oírte? Confiesoque tan amargo doloraún queda en el alma impreso.

¡Qué triste es juntar a un besoun adiós desgarrador!

Me deslumbraba tu encanto;al mirarnos,

nuestro serera un astro, un fuego santo.

¡Qué triste es mirarse tanto,para no volverse a ver!

Nada huye del pensamiento:

¡qué horrible fue aquel momentoque nos vino a separar!

Cada frase era un lamento,cada suspiro un pesar.

Y vi cómo te alejabas,y cómo, ingrata,

dejabasun alma donde hubo dos…

Si era verdad que me amabas,

¿por qué me dijiste adiós?

 Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

Recopilado el 08 de Marzo de 1.959 (Venezuela)

SOBRE MI TUMBA

En ti no caben ni desdén ni olvido;

en tu celda distante y solitaria

me das una oración ferviente y diaria;

¡Unico don que para mi te pido!

Y hasta mi hogar desierto y escondido

llega el suave rumor de tu plegaria,

aroma de la tierna pasionaria

que ha ganado el altar y yo he perdido.

Ora siempre por mi, mi bien amado,

que en esta vida deleznable y dura,

¡Tú eres sierva de Dios, yo del pecado!

Y que digan al ver mi sepultura:

¡Yace aquí un pecador que fue salvado

por la piedad filial de un alma pura!

 Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

ANOCHE SOÑANDO

Anoche soñando que tú me querias

vi a un ángel del cielo tranquilo bajar,

y luego juntaba tu mano a las mías

y yo te miraba y tú me decías

"con todo mi pecho te voy a adorar".

¡Qué vas a adorarme! mentira, mentira

yo soy la desgracia, sin luz y sin fe…

y entonces el ángel solloza, suspira…

y al irse hasta el cielo, sonriendo te mira,

y luego… llorando de amor desperté.

 Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

EN CADA CORAZÓN

En cada corazón arde una llama

si aún vive la ilusión y amor impera,

pero en mi corazón desde que te amasin que viva ilusión,

arde una hoguera.

Oye esta confesión: Te amo con miedo,

con el miedo del alma a tu hermosura,

y te traigo a mis sueños

y no puedollevarte más allá de mi amargura.

 Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

AUSENCIA

Aunque jamás mi corazón abriga

miedo al dolor ni se rindió al quebranto,

hay una herida en mi alma que me obliga

a humedecer mis párpados en llanto.

 

¡Qué débil soy! En vano he procurado

callar la voz que en mi interior resuena;

esa voz de las tumbas que ha brotado

en una noche de recuerdos llena.

 

¿Te acuerdas de esa noche? Conmovida

me mirabas, hablando de ventura,

y borrabas del libro de mi vida

con tus besos las hojas de amargura.

 

¿Te acuerdas? ¡Cuántas ilusiones bellas

formaron la luz de nuestro anhelo!

¡Cuántas frases oyeron las estrellas

sonar cruzando la extensión del cielo!

 

Solos los dos, amándonos ardientes,

sin más testigos que la blanca luna,

que alumbraba, bañando nuestras frentes,

dos existencias palpitando en una.

 

Amándonos los dos con la creencia

de nunca separarnos en el mundo,

sin esta tempestad en la conciencia

que torna en llanto nuestro amor profundo.

 

De aquella noche que dejó en nuestra alma

una historia de amor y desvarío,

parece hoy que la atmósfera de calma

vuelve a juntar tu corazón y el mío.

 

Me acuerdo de las nubes azuladas

en el brillante cielo suspendidas,

de tus horas de lentas campanadas,

de tus promesas dulces y queridas.

 

Me acuerdo de tu aliento soberano,

que abrasaba mis labios con su fuego,

y de tu mano que estrechó mi mano

como queriendo contestar a un ruego.

 

Y hoy, ausentes, sin vemos, sin que pueda

oír tu voz ni contemplar tus gracias,

sin enjugar la lágrima que rueda

de cada una de todas mis desgracias.

 

¡Ay! Ven, que rompa tu pasión los velos

que hoy nos apartan, y mi angustia cese;

ven, yo haré de cada astro de los cielos

un ángel que te cuide y que te bese.

 

No consientas que sufra; yo te llamo;

ven a alumbrar mi lóbrega existencia;

tú sabes que soy tuyo y que te amo

como el único Dios de mi conciencia.

 

Tú, la amorosa y única testigo

de mi honda pena y de mi suerte impía,

ven, porque sufro, ven, y halle contigo

dulce consuelo en la desgracia mía.

 

La flor de nuestro amor guarda en su broche

un mundo de pasión y bienandanza;

ven, y encendamos como aquella noche

un nuevo astro de amor y esperanza.

 Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

MI BANDERA

Bandera que adoraron mis mayores

y que aprendí a adorar cuando era niño,

tú formas el amor de mis amores;

no hay cariño igual a tu cariño.

Me llenan de entusiasmo tus colores,

aún más inmaculados que el armiño,

y al verte tremolar libre y entera,

te adoro como a un Dios, ¡oh, mi bandera!

Símbolo de la tierra en que he nacido

emblema del honor y de la gloria,

quien muere por haberte defendido

vida inmortal alcanza en nuestra historia.

Las legiones que libre te han seguido

viven de nuestro pueblo en la memoria,

un templo encontrará en cada pecho,

¡oh, emblema de honor y de derecho!

¡Con qué orgullo filial siempre te mira

quien a tu sombra suspendió su cuna!

¡Con qué dolor el corazón suspira

cuando de ti lo aleja la fortuna!

Tu ausencia amarga, tu presencia inspira:

no hay comparable a ti joya ninguna;

y si te ofende el poderoso, el fuerte,

por defender tu honor, nada es la muerte.

Yo juro por mis horas más serenas,

por los amante padres que yo adoro,

dar gustoso la sangre de mis venas

por defender tu nombre y tu decoro;

Juro luchar con tigres o con hienas

que mancillar pretendan tu tesoro,

y morir a tu sombra, ¡oh, santa égida!,

y amante bendecirte al dar la vida.

Flota libre y feliz, ¡bandera santa!

Tú nos das los mayores regocijos,

y siempre que una mano te levanta

los anhelos del pueblo en ti están fijos;

Y antes que hollarte la extranjera planta,

morirán junto a ti todos tus hijos:

¡Que mientras haya patria y haya gloria,

sin mancha flotarás sobre la historia!

Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)

LA VELA DE PIEDRA

Sacude el mar su melenay son las olas montañasque coronan refulgentesricas diademas de plata.

Niega el sol su viva lumbreal titán que tiembla y brama,y el huracán, monstruo negro,abre sus fúnebres alas.

Todo es en el cielo sombras;todo es en el aire ráfagas,la lluvia cae a torrentes,el rayo doquier estalla;

cada relámpago alumbraun cuadro que impone y pasmade terror al que lo mira,a Dios elevando el alma.

Sobre el abismo sin fondode las turbulentas aguas,entre las olas gigantesque los espacios escalan;

bajo el manto de tinieblasque en las regiones más altascorren en alas del vientocomo legión de fantasmas;

Al rumor de las centellasque difunde la borrascay que al reventar conviertenlas nubes en rojas ascuas;

cual hoja que se sacudepara abandonar la rama,a impulsos de estos ciclonesque a los sabinos descuajan,

en la líquida llanurazozobra sin esperanzasligera nave que en vanoquiso arribar a la playa.

Sus velas poco le sirveny el maderamen no bastaa resistir los embatesde las ondas encrespadas;

sus mástiles se doblegan,como en el campo las cañas,y al hundirse en el abismoninguna mano la salva.

Es la soledad desiertasu aterradora amenaza;la mar su inmenso sepulcro,y el mudo espacio su lápida.

Los que en la nave caminansus oraciones levantanal Ser que todo lo puedey le encomiendan sus almas.

Entre tantos tripulantes,que sobre el abismo viajan,van dos jóvenes que rueganal cielo con unción santa.

Pareja noble y dichosa,que con ternura se amany que tienen por tesorola juventud y la gracia.

El cumplió los veinte abrilesella por dos no le iguala;él es arrogante de porte,ella una beldad sin tacha.

Van a buscar a sus padresque residen en España,y antes de que la tormentasu embarcación agitara,

llevaron más ilusionesrisueñas, dulces y castas,que tiene estrellas el cieloy tiene arenas la playa.

Él, mirando los horroressiniestros de la borrasca,entre la lluvia de rayosque roncos tronando espantan,

besa a su esposa la frenteal verla derramar lágrimas,y señalándole el cielole dice: – ¡Ten esperanza!

Dios que, al extender su manorefrena al punto las aguas,y a quien sumiso obedececuanto formó su palabra,

Dios que es todo y puede todoes el único que salvaal que en los grandes peligrossu misericordia aclama.

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