Alzáronse inmensas pirassobre aquel lugar siniestro,donde hallamos una plazade mercado en nuestros tiempos,al lado sur del Palaciodonde reside el Gobierno.Cansáronse muchos hombres,gastóse mucho dineroen los mil preparativosdel auto de fe más negroque la Inquisición registraen su historia en nuestro suelo.
Y corrió de boca en boca,jurando todos ser cierto,que ordenaba el Santo Oficioque desde el conde al pecherorevistieran las fachadasde sus propios aposentoscon todo lo que mostraseaflicción, terror y duelo.
Que en balcones y ventanasde las casas del trayecto,que recorrer deberíanhasta el suplicio los reos,se pusieran crucifijoscon verdes ceras ardiendo;lazos y cortinas negras,ramas de ciprés con henoy por únicos adornoslos atributos más tétricosde estatuas y de retablosen tumbas y cementerios.
Que al pasar la comitiva,con numeroso cortejode inquisidores y juecesy de verdugos y pueblo,ninguno hablara en voz altapara no ofender al cielo,y que de todas las bocassalieran fervientes rezos,para así atenuar un tantola suerte de los confesos.Que era obligación de todosrezar contritos el Credoy repetirlo las vecesque les permitiera el tiempoque tardaran en cambiarseen cenizas los incrédulos.
Por último el Santo Oficio,a nobles como a plebeyos,ordenaba que llevasenen torno del Quemaderoa sus esposas e hijospara tomar escarmientode cómo padece y muerey causa terror un réprobo.
Y les previno asimismoque aquel que por sentimiento,por compasión o ternuraen instantes tan supremossolicitara clemenciao indulto para los reos,a las terribles hoguerasfuera arrojado con éstos.
Y se mandó que ningunade las gentes de este Reinopudiera asistir al autoni conocer a los reossin haber en su parroquiacumplidos los sacramentosque lavan de toda culpay curan de todo yerro.
Con tan graves prescripcioneslos habitantes de Méjicoesperaban el instanteen que un castigo tremendoiba a cumplirse, llevandocien hombres al Quemadero.
II
No hay plazo que no se cumpla,dice un sabido proverbio, y al fin llegó la alboradaque ansioso esperaba el pueblo.Dentro de las tristes celdasa los infelices reossus verdugos de rodillasestas cosas les dijeron:
"Nosotros, que vuestras vidaspor mandato cortaremos,vuestro perdón demandamosen nombre del Juez Supremoa quien también le pedimosque os liberte del infierno".
Y esta fórmula cumplidavisten con hopa a los presos,y los disponen y alistanpara caminar al fuego.
Entre todos, allí estabaocupando el primer puestoun judaizante muy ricoy de carácter de hierro.
Contaban propios y extraños,en público y en secretoque vino a la Nueva Españaa dedicarse al comercio.
Construyó un amplio palacioun tanto churrigueresco,en el barrio más distantede la capital del reino.
Y arregló en el piso bajouna casa de comerciocon dos puertas, de las cualesuna tuvo el privilegio
de que si entraba por ellaun comprador forastero,sacaba, sin explicárselo,más baratos los efectos.
Así vivió sin zozobrasel mercader mucho tiempo,y le debió a una desgraciaturbar tan dulce sosiego.
Tuvo entre su muchedumbrea una mujer a quien dieronorden de que investigasede aquel hombre los secretos;y ella, astuta y maliciosa,y fanática en extremollegaba noche por nochejunto a la alcoba del dueño,y no le vio santiguarseni le escuchó ningún rezo.
Pero sí notó que siemprese escucharan raros ecosde golpes, como si dieraazotes en algún cuerpo;miró por la cerraduray vio con asombre inmensoque aquel hombre fustigabacon un rebenque de cueroa un Niño Jesús, desnudoy tendido sobre el suelo.
Le dio parte a la justiciay no pasó mucho tiemposin que al hereje encontrarael inquisidor Aldeño,dando golpes a la imagendel Príncipe de los Cielos.
Registrada aquella casa,encontraron que el hebreoen una de las dos puertasde su casa de comercioenterró dos crucifijosy formaba su contentovender al que los pisabamás baratos los efectos.
Por crímenes tan terribles,por tan grandes sacrilegios,sentenciólo el Santo Oficioa ser arrojado al fuego,con coraza en la cabezay sambenito en el cuerpo,conducido con una mula,montado en sentido inverso,con el rostro hacia la cola,custodiado por dos negros.
Y que después de quemado,para enseñanza del pueblo,se esparcieran las cenizasen alto a los cuatro vientos,confiscándose sus bienes,su habitación maldiciendo,regando con sal y lumbrelos muros y los cimientosy condenando a sus hijosa calabozo perpetuo.
III
Cuentan viejos pergaminosque el excomulgado reo,cuando al suplicio marchabadaba pavor por blasfemo.
Y que la mula elegidapara conducir su cuerpose encabritó tantas vecesque dio con él en el suelo;y temiéndose que vivono llegara al Quemadero,ordenaron que subierapara sujetarlo un negro,que lo estrechó entre sus brazosen gran parte del trayecto.
El pueblo que contemplabatan espantosos sucesos,sin explicarse el motivo,dijo para sus adentros:"Este hereje lleva el diablotan bien metido en el cuerpo,que ni la mula aguantapara no ofender al cielo".
Por ventanas y balcones,en vez de salmos y rezos,le arrojaban anatemas,maldiciones y denuestos;y como era mes de julioen que siempre llueve en México,y estaba el cielo nubladoy nada agradable el cierzo,las gentes se sospechabanque por no ver al blasfemo,entre cenicientas nubespermaneció el sol envuelto.
Así al horrible supliciollegaron a pasos lentosmás de cien excomulgados,todos firmes y confesos.
Tocó el turno al israelitaque fue entre todos aquellosel primer quemado vivopor sus grandes sacrilegios.
Y dicen que al verse atadoal tosco mástil de hierroy cuando ya lo envolvíanlas rojas lenguas del fuego,les gritaba a los verdugoscon tosco y rabioso acento"Echen más leña, infelices,que me cuesta mi dinero".
IV
Han transcurrido dos siglosy aún está de pie y enteroel palacio en que habitarael infortunado reo.
Llamóse Tomás Tremiño;no murió joven ni viejoy fue de carácter firmey de condición discreto.
No se ha borrado su nombrede la memoria del pueblo,porque siempre el infortuniodel cristiano y del hebreohace palpitar llorandoa los corazones buenos.
Y se encomia y se bendicey se aplaude con anhelola dicha de haber nacidocon la razón y el derechoy sin hogueras que forjenlos grillos del pensamiento.
Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)
EL RELOJ DE PALACIO
Lector: escúchame atentoesta tosca narracióny júzgala la tradición,fábula, conseja ó cuento.En un libro polvorientola encontré leyendo un día,y hoy entra a la poesíadesfigurada y maltrecha;el verso es de mal cosechay la conseja no es mía.
Hubo en un pueblo de España,cuyo nombre no es del casoporque el tiempo con su pasotodo lo borra o lo empaña,un noble que cada hazaña,de las que le daban brillo,celebraba en su castillodando dinero a su genteconstruyendo un nuevo puenteo alzando un nuevo rastrillo.
Era el noble de gran fama,de carácter franco y rudo,con campo azul en su escudoy en su torre una oriflama.Era señor de una damapiadosa como ninguna;dueño de inmensa fortunapor trabajo y por herenciay tan limpio de concienciacomo elevado de cuna.
Una vez, para decorode sus ricas heredadescruzó yermo y ciudadespara combatir al moro.Llevóse como tesoroy como escudo a la par,un talismán singularatado a viejo rosarioun modesto escapulariocon la Virgen del Pilar.
Era el precioso legadode sus ínclitos mayores;desde sus años mejoreslo tuvo siempre a su lado.Y como voto sagradode cristiano y caballerojuzgó su deber primeroen el combate reñidollevarlo siempre escondidotras de su cota de acero.
En ocasión oportunael noble llegó a creerque ante el moro iba a perderhonra, blasón y fortuna.Soñó que la media lunanuncio de sangre y de penas,en horas de espanto llenasiba en sus feudos a entrary hasta la vio coronarsus respetadas almenas.
Y no sueño, realidadpudo ser en un momento,pues fue tal presentimientoengendro de la verdad.Acércanse a su heredadMuslef y sus caballeros;mira brillar los acerosal fugor de alta linternay sale por la poternaen busca de sus pecheros.
Anda con paso insegurode un hachón a los reflejos;"alarma", grita a lo lejosel arquero sobre el muro.Como a la voz de un conjurodel noble los servidoressurgen entre los negroresde aquella noche malditay lo siguen cuando grita:"¡Sus! ¡A degollar traidores!
Corren y, en breves instantes,terror y espanto difundeny en una masa se fundenasaltados y asaltantes.Los cascos y los turbantes,revueltos y confundidos,entre quejas y alaridosvense en las sombras surgir,sin lograrse distinguirvencedores y vencidos.
El noble señor avanzaen pos del blanco alquicelde un moro que en su corcelhuye blandiendo su lanza.Resuelto a asirlo le alcanzapor ciega rabia impelido,y cruel y enardecidole mata con gran fierezay le corta la cabeza,pues Muslef era el vencido.
Al tornar lleno de gloriaa su castillo feudaldijo: "Es un ser celestialel que me dio la victoria.El que ampara la memoriay el lustre de mis abuelos;el que me otorga consueloscuando vacila mi planta;es… ¡la imagen sacrosantade la Reina de los cielos!
"Siempre la llevé conmigoy hoy de mi fe como ejemplohe de levantarle un templodonde tenga eterno abrigo.El mundo será testigode que ferviente la adoro,y cual reclamo sonorode su gloria soberanadaré al templo una campanahecha con armas del moro".
El tiempo corrió ligeroy el templo se construyócomo que el noble empeñópalabra de caballero.Sobre su recinto austero,todo el feudo acudió a orarvenerando en el altaren lujoso relicario,un modesto escapulariocon la Virgen del Pilar.
Los siglos, que todo arrastranlo más sólido destruyen,los hombres llegan y huyeny los monumentos pasan.Templos que en la fe se abrasanceden del tiempo al estrago;todo es efímero y vagoy en las sombras del no serlo que vistió el oro ayerhoy lo encubre el jaramago.
Quedóse el templo en ruinas,sus glorias estaban muertasy ya en sus naves desiertasvolaban las golondrinas.Sobre sus muros, espinas;verde yedra en la portadala Virgen, abandonadapor ley aciaga e injusta,y la campana vetustaeternamente calada.
En cierta noche el horrorde algo extraño se apoderade aquel pueblo cuando oyerade la campana el rumor.Desde el más alto señoral pobre y al pequeñuelo,acuden con vivo anheloa mirar quién la profanay se encuentran la campanasola, repicando a vuelo.
Asaltan con gran trabajola torre donde repicay su espanto multiplicaver que toca sin badajo.El noble, el peón del tajo,el alcalde, el alguacil,con agitación febrily con ánima turbadaexclaman: "¡Está hechizadapor los siervos de Boabdil!"
Entre temores y enojos,propios de aquellos instantes,los sencillos habitantesya no pegaron los ojos.Con sobresalto y sonrojosel temor al pueblo excitalleva el cura agua benditay como todos, temblando,comienza a rezar, regandoa la campana maldita.
A medida que mojabael agua bendita el hierro,cual diabólico cencerromás la campana sonaba.La gente se santiguabatriste, amedrentada y loca,el cura a Jesús invocay por fin llega a exclamar:"No la podemos callarporque el diablo es quien la toca".
Tras esa noche infernalse dio cuenta al nuevo díade aquella aventura impíaal consejo y al fiscal.Este, en tono magistral,bien estudiado el conjunto,resolvió tan grave puntoy por solución perfectadijo: "Que tuvo directa parteel diablo en el asunto".
Y como sentencia sana,poniendo al espanto un dique,declaró nulo el repiquede la maldita campana;que cualquier mano profanacon un golpe la ofendieraque el pueblo la maldijera,siendo el alcalde testigoy desterrada, en castigo,para las Indias saliera.
Cumplida aquella sentencia,maldecida y sin badajo,a Méjico se la trajoantes de la Independencia.De algún Virrey la indolenciala dio castigo mayorquedando en un corredordel Palacio abandonada,por ser campana embrujadaque a todos causaba horror.
Alguien la alzó en el espacio,le dio voz y útil empleo,y fue un timbre y un trofeoen el reloj de palacio.El tiempo a todo reacioy que méritos no advierte,puso un término a su suertecambiando su condicióny encontró en la fundiciónmetamorfosis y muerte.
En el libro polvorientoque a tal caso registré,la descripción encontréde tan raro monumento.Tuvo como un ornamentode sus nobles condiciones,de su abolengo pregonesen la parte principal,una corona imperialasida por dos leones.
En el cuerpo tosco y rudo,consagrando sonidos,se miraban esculpidosun calvario y un escudo,y como eterno saludode la tierra en que nacióen sus bordes se grabóuna fecha y un letrero:"Maese Rodrigo" (el obreroque la campana fundió).
Produjo tal sensaciónentre la gente más llanaver un reloj con campanaen la virreinal mansión,que son eterna expresiónde aquel popular contentolas calles que el pueblo atento"del Reloj" sigue llamandoconstante conmemorandotan fausto acontecimiento.
Dos centenares de aurorasla campana de palaciolanzó al anchuroso espaciosus voces siempre sonorazas.Después de marcar las horascon solemne majestad,dejóle nuestra ciudadrecuerdo imperecedero,que es su toque postrimerovibrando en la eternidad.
Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)
CÓMO ES MARGOT
Una comedia del día,Sin llanto y con regocijos;Personajes: yo y mis hijos…Teatro: la juguetería.
Tengo, cual es de rigor,Una niña a cada lado,Y el varón está sentadoEncima del mostrador.
Hay enfrente dos hilerasDe bebés con labios rojos,Blancas frentes, negros ojosY doradas cabelleras.
Rifles, tambores, cornetas.Vajillas de lujo y gala,Muebles, espejos de sala,Armarios de dos pesetas.
Locomotoras sin par,Coches de cuerda andadores,Barcos, peces de colores,Ballenas, en fin, ¡la mar!
-Quiero -la mayor me grita-Aquel niño en esa cuna…Aquel armario de luna,Esa alfombra y la casita.
-Y yo -agrega Juan- no quieroMás que un fusil, un cañón,Una pistola, un bastón,Un sable, un cinto de cuero,
Una lanza, una bandera,Una coraza, una gola.Aquella caramañola,Mi kepi y mi cartuchera.
Y prosigue la mayor:-Pues yo quiero solamenteEsa lámpara, esa fuente,Muebles para el comedor.
Dos cuadros, cuatro cortinas.Tres sartenes, un brasero,Dos candiles, un plumero,Un gallo con sus gallinas.
Un ratón de cuerda, un gato,Un… -¡Basta! ¿y tú, Margarita?Callóse la pobrecita,Miró todo largo rato;
Y con palabras sincerasY natural regocijo,Alzó su rostro y me dijo:-¡Yo papá, lo que tú quieras!
-No; di tu antojo, alma mía.Y agregó, alzando las manos:¡Ya pidieron mis hermanosToda la juguetería!…
-¿Y no quieres nada? -No!-Algo pide. -¿Y si estás pobre?Lo que dejen, lo que sobreEso me lo llevo yo…
-¡Pobrecita! ¡Pobrecita!Dije, y la besé en la frente. ..Y no exagero: realmenteEs así mi Margarita.
Bondadosa y resignada,Ninguna ambición concibe:Si algo le doy, lo recibe.Y si no, no pide nada.
Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)
CARTA TRISTE
Encontreme en la calle cierto díaUn paquete de cartas amorosasQue parece que su dueño arrojaríaCual ramo inútil de marchitas rosas,comencé a revisar cartas de aquellas,Porque curioso soy aunque es impropioY después de mirar algunas de ellasHallé una carta que apenado copio.
¡Manolo de mi vida! ¡Yo no ignoro!que mis cartas de amor te mortificanYo sé que si pronuncio "UN YO TE ADORO"Tus amantes presentes me critican.Yo se que otras mujeres se han brindadoPara hacerte olvidar horas felicesque yo soy para ti nada más que un pasado,Un alegre pasado que hoy maldices;que soy una flor que tú llevastePrendida en el ojal de tu levita,Una flor que más tarde despreciastePor encontrarla, ya mustia y marchita.
Yo no ignoro que tu ya no me quieres,aunque tal vez jamás me hayas querido;en este ingrato mundo las mujeresjuguete de los hombres siempre han sido…Pero aunque sepa yo que tu me engañasquiero antes de dejar esta campañade nuestro amor la historia el recordartecuando apenas contaba 15 añosde amor me requisiste en baile regioyo entonces, no pensaba en desengaños,de salir acababa del colegiocon destreza admirable me brindaste,un amor sin igual, puro y vehementey sin mucho trabajo conquistastemi joven corazón aún inocente.Mi madre muchas veces me advertíaque tu al jurarme amor, habías mentidopero yo sus palabras no entendía,y al mirarla llorar, he sonreído
¿Por qué de sus consejos me he burlado?me pregunta al mirar mi madre augustayo no sé porque siempre hemos amadoaquel que a nuestra madre más disgustami padre me advirtió con gran cariño,que no pensara en tí, que no me amabaspero mi corazón que era un niñosólo supo entender lo que tu hablabas;cuando yo te contaba los consejosque me daban mis padres diariamente,me contestabas tu: "cosas de viejos"y besabas mi boca ardientementeyo no me imaginé que tu estuvierasprendado nada más de mi bellezacomo nunca pensé que pretendierasal cometer conmigo una vileza.
Pero me equivoqué, me abandonastecuando era imposible el olvidarte,y desde entonces ya no me escuchasteni han logrado mis lágrimas ablandartetanto me hizo sufrir el desengañoque estoy desde aquel día enferma y triste,hace que me olvidaste, casi un añoy aún no puedo olvidar lo que me hicisteMuchas veces mi madre lagrimosa,se ha puesto ante mi lecho de rodillas,y como madre, al fin, muy cariñosa,he ha dicho así, besando mis mejillas:Hija, no sufras más, sé decidida,y olvida para siempre al ser ladinosin temerle al estigma de asesinoque pretende cortar tu joven vida,no pienses un momento en el malvado,que a secado la fuente de tu llanto,ese infame, mi bien, me ha despreciadoal despreciarte a ti que vales tanto.
Y así sigue mi madre, aconsejándomepero yo sus palabras nunca entiendo;muchas veces termina regañándome,pero yo la discuto y te defiendopero ayer insistió con mucha pena,y después de besarme, así me dijo:te suplico que olvides a esa hiena,y sino basta el ruego, te lo exijoY al escuchar la forma en que me hablaba,y ante resolución tan decisiva,sólo le supliqué de que me dejaseescribirte Manolo, esta misivaserá la última carta que te envíoporque la muerte ya me está llamando,tal vez cuando a ti llegue, amado míoporque yo me encuentro en el lecho agonizandoen cartas anteriores te decía:que no quería morir, sin antes verte,pero no vengas ya, tarde sería,siento que esta próxima la muerte
¡Cuánto sufro después que me engañaste!¡Cuánto lloro al saber que provocastela enfermedad que hoy mina mi existenciay que burlaste, ingrato, mi inocencia!Hoy recuerdo llorando, aquellos díasen que te vi, y hablé por vez primera,cuando tú de rodillas me decíasque dabas por mi amor, tu vida enteraCuanta mentira. Dios ¡Cuánta impostura!…con qué facilidad mentís los hombres,que fácil os burláis de una criaturapara hacer que resuenen nuestros nombresmientras de tu fortuna harás derrocheengañando a otra joven desdichada,yo en silencio, llorando por la noche,humedezco con lágrimas la almohada,Aunque es tan fuerte el golpe que me han dado,que me quita la vida tu abandonoyo juzgo como cristo tu pecadosufro las consecuencias y perdono.
Sólo pido un favor sino te oponessi otra infeliz encuentras en tu vidaque te adore cual yo, no la abandones,mira que morirá si tu la olvidas…Ya no puedo escribir, tiembla mi manome sorprende de tos un fuerte acceso,pronto voy a morir ¡Adiós Manolo!recibe de tu Lila el postrer beso…
Cuando yo me enteré de la presente,dictó en mi interior esta sentencia:Compasión a la joven inocentey desprecio al malvado sin conciencia.Tres años han pasado de aquel día,en que encontré la carta que he guardado,tres años que han pasado; y todavíarecordándola a veces he llorado.
Juan de Dios Peza (México, 1852-1910)
Autor:
EdgarTovar
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |