Política y cultura.
- Mediación ética del programa político-cultural.
- Humanismo cultura y política.
- Nuestra América: Síntesis político-cultural identitaria.
Es que en Martí todo lo esencialmente humano está penetrado por una eticidad de superación, de proyección futura y belleza que encarna la identidad nacional. Por eso, la lectura de las cosas bellas, el conocimiento de las armonías del universo, el contacto mental con las grandes ideas y hechos nobles, el trato íntimo con las cosas mejores que en toda época ha ido dando de sí el alma humana, avivan y ensanchan la inteligencia, ponen en las manos el fruto que sujeta las dichas fugitivas de la casa, producen goces muchos más profundos y delicados que los de mera posesión de la fortuna , endulzan y ennoblecen la vida de los que la poseen, y crean por la unión de los hombres semejantes en alto, el alma nacional.
La eticidad martiana, el modo con que opera en su concepción del hombre, la ubicación jerárquica que ocupa en los marcos de los componentes de la subjetividad, convierte el quehacer humano, incluyendo la cultura, la política, y la revolución por la república nueva, en una empresa eminentemente ético-moral.
Este modo de concebir el devenir humano esencial, como una empresa ético-moral adquiere determinaciones concretas en su visión de la cultura, en sus ideas políticas y en general en un ideal de racionalidad humana que quiere concretar en su república con alma de pueblo.
Es que la ética martiana aún asumiendo creadoramente la herencia cultural universal, como se mueve en instancias específicas de la realidad, e impelida por motivaciones de otra índole, posee su sello especial, en cuanto a concreción se refiere. Y en esta dirección si ciertamente el sentido ético martiano permea y penetra la política en toda su dimensión, de modo inverso sus convicciones ideopolíticas imprimen grados de concreción a sus concepciones éticas. La ética del deber en Martí no constituye un imperativo categórico, a priori, al cual la conducta humana tiene que adecuarse. Existe una realidad empíricamente registrable: la necesidad de la independencia de Cuba, y en Martí se refleja como agonía y deber. No existe una ética del deber en abstracto, sino deviene como deber insoslayable asumir la causa con amor, sentimiento y razón. Es una ética que no sólo norma, evoca, prefigura, sino que convoca y exterioriza amor, voluntad, valor, como deberes sagrados de la patria oprimida.
"Lo que ha de asombrar a los descreídos, si se saben algo de las flaquezas humanas –señala Martí con pasión patriótica- y lo que han de tomar como anuncio y lección, es que, en esta época sin gloria y sin triunfo, nos queden tanto como nos quedan: porque el hombre acude a la fortuna, como el mendigo al sol, y esquiva el sacrificio oscuro y la sombra del silencio; aunque el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ese es el verdadero hombre, el único hombre práctico; cuyo sueño de hoy será la ley de mañana ; porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales, y visto hervir los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber. Y si falla, es que el deber no se entendió con toda pureza, sino con liga de las pasiones menores, o no se ejercitó con desinterés y eficacia."
El sentido ético martiano ya en los inicios del 90, en plena preparación de la guerra presenta nuevas exigencias. Su labor teórico-práctica en la preparación de la guerra necesaria ubica la ética del deber como núcleo central. El deber en tanto acción conforme a u orden racional necesario adquiere un lugar predominante en su discurso.
Secundar el programa emancipador, apoyar el proyecto, incorporarse de alma y cuerpo a la lucha deviene deber de los cubanos. Un deber fundado en el desinterés y la eficacia y no movido por pasiones menores y ambiciones.
La proyección revolucionaria de Martí, y su inmanente ética del devenir, dignifica al hombre, como sujeto que piensa, razona y siente. En su intelección, revelar la propia naturaleza humana es premisa para cultivar la independencia personal y fomentar valores que califiquen lo humano. Bondad, decoro y orgullo de ser en tanto tal, exige conocimiento ciencia y práctica, pero no se reduce a ello, pues sin cultura de los sentimientos, tal y como enseñaron Varela, Luz y Mendive, no es posible realizar proyecto humano alguno.
De ahí la necesidad de la ternura que hace tanta falta y tanto bien a los hombres, pues sin sentimiento y almas sensibles no habrá conciencia histórica ni amor patriótico, ni sujeto que impulse el destino de la nación por cauces dignificadores.
El humanismo de Martí es fundador y paradigmático. Vio donde mentes preclaras no vieron. Previó y proyectó soluciones reales hasta donde le fue posible. Fue hombre de su tiempo y por ello de todos los tiempos. La revelación de nuestra América trasuntada en autoconciencia de su cultura, en Martí deviene cultura de resistencia catalizadora de amor, lucha, energía creadora y dignificación humana. La búsqueda incesante del "hombre natural, del alma viva", del espíritu del pueblo, de la revolución necesaria, da sentido a su existencia y a su bregar creador. Y en esa dirección el problema de la subjetividad humana y sus atributos cualificadores, incluyendo los valores , devienen determinaciones concretas de su pensamiento filosófico social humanista.
En su pensamiento- y esto por supuesto le impregna contemporaneidad y vigencia social- abundan las utopías, como proyectos viables a realizar por los hombres. Para ello asume el hombre como sujeto. Penetra en su subjetividad, entendida no como una estructura aislada del mundo y la sociedad y regida por procesos introspectivos, sino como entidad social que compendia y sintetiza la humanidad del hombre en sus dimensiones gnoseológico-cognoscitiva, axiológico-valorativa, práctica y comunicativa. Todo en un proceso único que vincula en unidad indisoluble sensibilidad y razón. Conocimiento, valor y práctica en el discurso de Martí, tematizan una unidad de tal coherencia y organicidad que las partes se superan en la totalidad para emerger como identidad en la diferencia. Por eso es fácilmente comprensible revelar la racionalidad- sin necesidad de buscar idealismo u otro istmo- de su tesis, según la cual "no hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final a un escuadrón de acorazados. La subjetividad humana en Martí comporta, y deviene como valores, conceptos, ideales e ideas, etc. Pero no ideas hipostasiadas de la realidad y la acción del hombre, sino como aprehensión práctico-espiritual.
Su fuerza enérgica reside en concentrar en sí conocimiento, valor y acción humana, así como el desplegarse intersubjetivamente en la comunicación hasta legitimarse en cuerpo y alma en el pueblo como trincheras de ideas, como arma de combate.
Esta concepción permea toda la obra martiana. Su cosmovisión general idealista- que a veces algunos soslayan, por prejuicios, para no "opacar" al Maestro- en Martí, no disminuye en modo alguno racionalidad a su discurso sociohistórico cultural. Su comprensión de la historia, la política, la cultura, la sociedad y la subjetividad humana, parte de premisas reales. En él, el hombre es lógica y providencia de la sociedad. Es sujeto del devenir histórico-cultural y agente creador de su propio destino, en relación estrecha con el entorno social. El senso-racionalismo en que se encauza su epistemología, siguiendo la tradición cubana, aborda las cosas, la realidad, como fuente del conocimiento y con ello deviene antítesis de todo subjetivismo y apriorismo gnoseológico.
Al carácter contemplativo del "naturalismo" positivista, Martí opone su concepción del hombre como sujeto activo, creador, es decir, la espiritualidad humana en sus diversas determinaciones. No sólo la crítica se reduce a la contemplatividad, sino además al gnoseologísmo cientificista que profesa y propaga el positivismo. En la concepción del Maestro la subjetividad humana no implica sólo razón, conocimiento, sino además valoración, sentimientos, acción práctica, pues al hombre no sólo le interesa qué son las cosas, cómo revelar la verdad sino también para qué le sirven, en correspondencia con las necesidades e intereses que quiere satisfacer y realizar. En este sentido Martí anticipa en nuestra América la batalla antipositivista que tiene lugar en pleno siglo XX americano por eminentes representantes de la filosofía y las ciencias sociales; por supuesto, sobre la base de otras premisas y condicionamientos.
Martí comprende e integra la subjetividad humana en la totalidad social. No deduce sus atributos cualificadores de la conciencia pura para derivar esencias en sí misma y operar con ellas. En su concepción . "¡Con esperar, allá en lo hondo del alma, no se fundan pueblos! (…) Con todos, y para el bien de todos – según Martí, no es una simple consigna, su realización, reside- en nuestra fuerza de idea y de acción, en la virtud probada que asegura la dicha por venir, en nuestro tamaño real, que no es de presuntuoso, ni de teorizante, ni de salmodista, ni de melómano, ni de cazanubes"… Y es que Martí no es un pensador expectante, que encerrado en un gabinete teoriza sobre el hombre y su subjetividad. Es un hombre comprometido con su tiempo, sus circunstancias y su patria. Por eso en su discurso, la subjetividad humana, con todos sus atributos, se inserta en la cultura de las grandes masas como espíritu del pueblo, como fuerza movilizadora de energía creadora, de cambio y transformación.
Su concepción de la espiritualidad del hombre, determina y concreta su pensamiento humanista. En ella, razón, sentimiento y acción, constituyen una unidad de momentos inseparables, sobre la cual se estructuran y devienen los distintos componentes de la subjetividad humana: conocimiento, valor comunicación y su mediación práctica, como un todo único indisoluble.
Martí comprende la espiritualidad como unidad y le confiere contenido concreto, porque en él expresa esencialidad humana en su despliegue histórico-cultural. Es proceso y resultado de ascensión del hombre en el camino de la historia y su cultura. En él la progresión humana adquiere el status de ley, que realiza el hombre con conocimiento de causa y fines concretos.
Si bien en Martí los elementos estructurales de la subjetividad humana se subordinan a la totalidad como unidad, él dirige atención especial al componente valorativo (valor, valoración), en tanto ser que existe para el hombre. De aquí que la axiología ocupa un lugar central en su cosmovisión humanista. En todo el pensamiento del Maestro, de una forma u otra subyace un fundamento axiológico.
Las causas dimanan, fundamentalmente del hecho que el problema del hombre constituye el núcleo central de su pensamiento filosófico social." Eso, -escribe Medardo Vitier- la naturaleza humana, su modo de comprenderla, es lo que late en toda la obra de Martí ", .Esto no niega su amor a la naturaleza, a la cual rinde culto, pero en relación con el hombre.
En la vasta obra de Martí domina un sentido de futuridad que guía una perpetua tendencia hacia el deber-ser, como progresión humana. Precisamente este motivo central que lo anima y hace trascendente y siempre contemporánea su obra, encuentra medios idóneos de realización en los valores, en tanto definen y expresan con más sustancialidad la naturaleza humana, el verdadero sentido de la vida, en fin, la humanidad del hombre en su magnánima espiritualidad.
Su discurso en prosa y verso, transita por la multiplicidad de valores en que se realiza la esencia humana; sin embargo, establece niveles jerárquicos en cuanto a importancia se refiere. Asume con más fuerza los que en su criterio contribuyen más a fijar lo verdaderamente humano, los que permiten con más eficacia dar vigencia social a la humanidad del hombre. En esta dirección hay primacía de los valores éticos-morales, estéticos y políticos en la obra martiana. Y esto es así en tal medida que si todo el pensamiento de Martí tiene un fundamento axiológico, la misma axiología se funda en valores de naturaleza ético-moral y estético. En él –si se lee y se aprehende el espíritu que lo anima- resulta fácil comprender que no concibe obra humana alguna, al margen de la bondad y la belleza. Esto responde a una concepción muy profunda del hombre, como ser cultural- humano que se realiza y proyecta en tanto tal en la sociedad, cuya legitimidad deviene de su misma obra.
Para él toda política que forje y despliegue humanidad resulta verdadera, buena y bella; y adquiere trascedencia y vigencia social, porque es genuino y en su concepción sólo lo genuino fructifica, lo demás carece de permanencia, es efímero, pasajero; no encarna el cuerpo de la cultura.
Si ciertamente en su obra no existe una teoría axiológica sistematizada, su concepción de los valores está lógicamente estructurada, posee coherencia orgánica interna y todo un sistema de categorías centrales y operativas, con que fija y compendía las múltiples aristas de la espiritualidad del hombre. Sin embargo, lo más sobresaliente –en mi criterio- de la axiología martiana, es el modo como determina los atributos cualificadores de la conducta humana. En primer lugar porque soslaya el carácter entelequial y apriorístico de las categorías que denotan valores, las concreta, le suprime el carácter cósmico abstracto, para calificar conductas humanas reales en el trabajo, en la guerra, en la vida, en la poesía etc. En segundo lugar, los atributos cualificadores los inserta en la cultura,como realidad humanamente social. En tercer lugar, el carácter primado de los valores éticos-morales en tanto determinación primaria de la humanidad del hombre. En cuarto lugar, la estrecha vinculación que establece entre lo ético y lo estético, hasta constituirla como fundamento del hacer humano y condición necesaria para su vigencia social, y por último, la identidad entre lo ético y lo político a partir de considerar la política como empresa cultural de las grandes masas.
Nuestra América: Síntesis político-cultural identitaria.
El contenido del Ensayo "Nuestra América" está presente en gran parte de la totalidad de la obra de "José Martí", pero es en él donde aparece sintéticamente sistematizado. Un discurso pleno de humanidad, fundado en la revelación del ser de Nuestra América y en propósitos políticos-culturales de largo alcance y proyección social. Sencillamente, "ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con las copa cargada de flor, restallando o zumbando, según lo acaricie el capricho de la luz, o la tundan o talen las tempestades; ¡ los pueblos se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas!. Es hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes".
La revelación del ser de Nuestra América, y su latinoamericanismo se concretan realmente con el antimperialismo martiano. La presencia del imperialismo norteamericano deviene antítesis de la eficaz realización del "hombre natural" y de la América Nuestra. Es necesario unir fuerzas y lograr el equilibrio para lograr nuestra propia existencia independiente como pueblos.
El ensayo "Nuestra América", con una escritura que "ve con las palabras y habla con los colores", temátiza un discurso suscitador de múltiples aprehensiones de índole identitaria. Aprehensiones donde cultura y política se despliegan en unidad inseparable. Para el Maestro, la política es una zona de la cultura y fructifica cuando se afinca en las raíces con vocación ecuménica. "La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales – enfatiza Martí- han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas".
No hay en Martí regionalismo estrecho, antinorteamericanismo, antieuropeísmo. Hay, simplemente, latinoamericanismo que se resiste, y lucha por no ser eco y sombra de culturas exógenas. Un latinoamericanismo que defiende la cultura del ser, como condición de su universalidad. Martí no admite ni concibe la universalidad de Nuestra América como un proceso de inserción de lo propio a lo otro. Revela la universalidad por la creciente humanidad del hombre natural, concretada en su cultura de resistencia. En su filosofía, la universalidad de la cultura de nuestra América, deviene de su ser esencial, como parámetro legitimador de su autotenticidad. Por eso exige pensar nuestra realidad por y desde nosotros mismos. En su concepción, "no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza (…) El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país."
Si ciertamente la toma de conciencia latinoamericana posee toda una historia, con cauces definidos en la primera mitad del siglo XIX, es indudable que la contribución martiana resulta novedosa. "Fue el cubano José Martí- escribe Noel Salomón- sin duda alguna, el primero que construyó línea a línea, una teoría consecuente y coherente de la personalidad hispanoamericana capaz de afirmarse por sí misma, ajena a los modelos exteriores, antes de la hora de las profesiones de fe latinoamericanas del "arielismo-modernismo", de 1900 (José E. Rodó en Ariel, Rubén Darío en Cantos de vida y esperanza). De José Martí data, en verdad, la "toma de conciencia" que ha derivado, en relación con un vasto movimiento histórico (de la revolución mexicana a la revolución cubana y a las nuevas formas de los movimientos liberadores de hoy), hacia las grandes corrientes culturales e ideológicas discernibles en el siglo XX en la superficie del inmenso fragmento de tierra de allende el atlántico.
El ensayo "Nuestra América, (1891) constituye una síntesis concreta, de la revelación de nuestro ser esencial y sus formas aprehensivas (sentimientos y conciencia histórica). Es un manifiesto-programa del ser existencial de nuestra América incluyendo sus perspectivas de desarrollo. Es un programa científico de lucha, cuyo paradigma prefigurante se mueve ante dos alternativas: ser o no ser. Pero afirmando el primero (ser) con optimismo se despliega un discurso con gran hondura, vuelo teórico y previsión fundado en premisas reales. Es un compendio creador de la identidad nacional de nuestros pueblos y las formas y medios para preservarla y enriquecerla. Es la autoconciencia de nuestra América mestiza, con sus culturas nacionales, henchida de vocación de universalidad, que preludia como ideal la América nueva.
Una América nueva, que aunque proyectada como deber-ser- Martí está consciente de ello y de los prejuicio y peligros que la median- se funda en premisas reales. Es un humanismo utópico realista que asumiendo la identidad en la diferencia, tiene como raíz central la dignidad plena del hombre y la bondad que le es inmanente al hombre natural. En su concepción político-cultural –humanista en esencia-, "se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad".
Este humanismo se proyecta así porque Martí cree en el hombre y en los pueblos, premisa sin la cual resulta estéril cualquier teoría social, o proyecto emancipador. Sin embargo, establece mediaciones, pues si bien impugna el "azuzar a odios inútiles –refiere al adjetivo inútiles- también propone una picota" para quien no les dice a tiempo la verdad. En su lógica discursiva exige concreción, establece diferencias. Es la bondad afirmada en la dignidad y la justicia. Ya ética y política marchan unidas, ideología, ciencia y humanismo sirven de pivote a su teoría social. Bien, verdad y belleza pensados culturalmente no resultan arquetipos de la realidad, sino expresiones reales y contradictorias del ser esencial en que se funda la identidad.
Una identidad propia, forjada en la historia y con sujeto reales, (hombre natural) cuya existencia implica asumir creadoramente lo nuestro y no aferrarse a modelos extraños que en realidades nuevas envilecen y desvían. Lo nuestro, lo autóctono, lo legítimo, en tanto expresión de nuestra existencia real es fuente de progreso y creación. No se trata de nacionalismos regionalistas, ni negación nihilista de la cultura y los valores universales. Se trata de asumir creadoramente todo lo útil y productivo, pero con bases nuestras.
Estas nuevas ideas en sistema, enunciadas ocasiolnalmente en trabajos anteriores, en "Nuestra América", se integran a un cuerpo teórico ideológico sintetizador. Resumen etapas transitadas y abren perspectivas nuevas. Para Martí, la situación real de nuestra América; el carácter débil de las repúblicas surgidas, el mimetismo imperante en los gobiernos y el peligro del imperialismo para la independencia, exige indefectiblemente la remisión a la historia, a la tradición y a todos los componentes estructurales que conforman la identidad nacional de los pueblos de Nuestra América. Es necesario el estudio de los factores reales del país. "Conocer es resolver. Conocer el país y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías", porque de lo contrario "….viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las necesidades patentes del país".
Nuestra América, como ensayo- resumen de la teoría sociofilósofica de Martí, en torno a la identidad latinoamericana, constituye un programa rector del quehacer, de nuestros pueblos, y al mismo tiempo instrumento desmistificador de conciencia y conceptos y prejuicios obsoletos.
De modo elocuente muestra la necesidad de partir de nuestra realidad, de conocerla y asumirla como creación nuestra y base del porvenir, pues "ni el libro europeo, ni el libro yanki, daban la clave del enigma hispanoamericano… Los jóvenes de América entienden que se imita demasiado y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación".
En Martí, crear, cultivar "la semilla de la América nueva deviene imperativo ineludible del espíritu americano, pues "el tigre espera detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina". Es hora ya porque el tiempo apremia, y no es posible dejar de ser, que "lo que queda de aldea en América despierte…" Estos tiempos no son para acostarme con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada…. las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra".
El propio ensayo "Nuestra América", resulta trincheras de ideas en tanto síntesis teórica que fundamenta el lugar de Hispanoamérica en el continente. Es una teoría crítica, que recorriendo la historia y afincada en nuestra cultura presenta un proyecto de afirmación y rescate de la identidad de nuestros pueblos. Proyecto que nace de toda una experiencia rica vivida por Martí en América Latina y en los Estados Unidos.
En marcada síntesis se despliega la teoría filosófica social de Martí en la revelación de nuestra América. Hace gala de erudición y previsión políticas al criticar los modelos liberales de las repúblicas latinoamericanas y la ineficacia de sus proyectos. Critica el mimetismo copista y exige adecuar los proyectos a nuestras realidades, pero no a través de una lógica externa que obligue a la realidad a corresponder con ella, sino a la inversa. "La incapacidad –señala Martí no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los E.U. de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es –enfatiza Martí- allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y como puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas.
No se trata de una reflexión pasajera. En trabajos anteriores la idea vibra y está latente, pero aquí se inserta en el cuerpo teórico de su teoría social, incorporando nuevas definiciones de cómo debe regirse y desplegarse nuestro ser existencial latinoamericano en su identidad en sí y como agente y sujeto.
Nuevas realidades, experiencias, contextos, cambios y transformaciones se han sucedido. Su humanismo revolucionario independentista en despliegue constante, deviene conciencia crítica de la esencia misma de los modelos liberales que se han impuesto en nuestras repúblicas. El hombre "natural", nuestros pueblos oprimidos, por derecho deben ser dueños de su destino. Destino que debe forjarse en nuestros propios esfuerzos. El espíritu de acá, hacedor, creador, y digno debe fundarse en su propia obra si no quiere sucumbir. Y este es el gran legado que hace de "Nuestra América", trincheras de ideas. Trincheras de ideas, devenidas autoconciencia teórica de la identidad de la América nuestra, en un momento crítico de la historia.
En este sentido, el artículo Nuestra América, compendia y sintetiza una historia, una cultura, una política, que insertadas en una teoría filosófica social de la revelación de nuestro ser esencial, expresa también un momento cumbre de radicalización del teórico-ideólogo que le dio realización concreta. En "Nuestra América", latinoamericanismo, antirracismo y antimperialismo se funden indisolublemente y dan coherencia y organicidad conceptual a la teoría sociofilosófica más avanzada de su tiempo latinoamericano. Su trascendencia y contemporaneidad dimana de su propia función: ser autoconciencia del ser esencial de los pueblos de nuestra América, en tanto lógica dimanante de su realidad concreta en sus múltiples mediaciones, determinaciones y condicionamientos.
En "Nuestra América" el pensamiento de José Martí adquiere diversas concreciones, sin embargo, existen dos determinaciones concretas que lo integran, sintetizan y definen en tanto tal su discurso creador. Merefiero a: 1) la revelación de Nuestra América; 2) al despliegue de su pensamiento en la comprensión y tematización de la subjetividad humana, incluyendo la axiología, en tanto núcleo fundante, y los atributos cualificadores en que deviene en el movimiento sociohistórico-cultural.
El paradigma martiano y el ideal de racionalidad que le es consustancial tiene su primera concreción en la revelación de "nuestra América", cuya expresión sintética se encarna en el ensayo homónimo del Maestro. Esta obra, resultado de todo un proceso de desarrollo de su pensamiento, deviene lógica, conciencia histórica y más aún autoconciencia de nuestra América, de su cultura, en la más amplia acepción del concepto. México, Guatemala, Cuba, Venezuela y otras realidades nuestras estudiadas por José Martí, incluyendo los Estados Unidos, constituyen el objeto central, en torno al cual su pensamiento se desenvuelve y concreta, hasta afirmarse como autoconciencia o "ser consciente" de la realidad de nuestra América, y la razón de su identidad y autoctonía propia.
A partir de un discurso, devenido "letra con filo", y capaz de cincelar con expresiones poéticas, con un estilo que en el decir de Sarmiento, en español no tiene igual, "a la salida de bramidos de Martí", el Maestro penetra en la realidad americana, consciente que sólo lo genuino es fructífero y que la América nuestra es la esperanza de la humanidad. A ella se orienta con pupila crítica, a revelar el ser existencial de nuestra América, su grandeza, exuberancia y valores, que es al mismo tiempo, rescatar su memoria histórica, su confianza en sí misma, su identidad como fuerza fundadora, catalizadora de energías y creación para realizarse como pueblo libre y próspero en el concierto mundial de las naciones.
Su pensamiento, encarnado como conciencia histórica del ser de nuestra América y de su cultura posee un carácter sintético- integrador. Es un ideario, una lógica concentrada de ideas y conceptos en torno al hombre y a la realidad social latinoamericana. Las imágenes – muy propias de su estilo- además de ser destellos de su imaginación y sensibilidad creadoras, emanadas de la realidad y la actividad social, son ideas aprehensivas de la razón que captan esencias. Ideas que en su contenido integran en síntesis conocimientos y valor y en el discurso siempre impregnan y despliegan espíritu cogitativo porque revelan esencias en el devenir humano. Esencias que no resultan de poner como a priori las ideas a las cosas, sino las devela y descubre, porque las ideas, en Martí, dimanan de la realidad en relación con el hombre.
La revelación de nuestra América en el pensamiento filosófico – social de Martí, no se reduce sólo a fijar la memoria histórica, a descubrir la fuerza telúrica de su identidad, sino además a develar todo lo que se opone a su realización efectiva. Tanto en lo interno- el caudillismo, el mimetismo – como en lo externo – el imperialismo que acecha – son descubierto por Martí, como antítesis del ser esencial de nuestra América.
En la vasta obra de Martí domina un sentido de futuridad que guía una perpetua tendencia hacia el deber – ser, como progresión y perfección humanas. Precisamente este motivo central que lo anima y hace trascedente y siempre contemporánea su obra, encuentra medios idóneos de realización en los valores, en tanto definen y expresan con más sustancialidad la naturaleza humana, el verdadero sentido de la vida, en fin, la humanidad del hombre en su magnánima espiritualidad.
La trascendencia de su obra fundadora, reside en gran medida en sembrar y cultivar utopías y encontrar en los valores humanos cauces necesarios para su acercamiento a la realidad. Valores cimentados en la realidad y la acción comunicativa y no en procesos mentales puros.
Hay en Martí un corpus idearum muy propio y específico, a través del cual piensa al hombre y la realidad. La axiología, integrada en él, como su núcleo, deviene vía cultural de realización social, pero no como patrón inmóvil al margen de las tradiciones culturales concretas, sino como modelo que norma y regula insertado en la cultura propia. Por eso su humanismo se constituye en paradigma de nuestros pueblos. Pero antes, su hacer fundador se afincó en la realidad de nuestra América, incluyendo su memoria histórica, la idiosincrasia del hombre americano y del cubano en particular. El, el Maestro, está consciente que la humanidad del hombre que busca, la identidad humana, sólo es posible por medio de la realización cultural de los valores, incluyendo los ideales, que acicatean la acción humana.
La asunción martiana de los valores en su naturaleza cultural de realización, impregna en su concepción historicidad, carácter procesual, concreción y actualidad. Con ello, Martí sienta una premisa esencial: la necesidad de afincarse en las tradiciones culturales como medio de vincular los valores hacia su encarnación real como norma de conducta y de convivencia humana y social. Estas ideas martianas, siempre explícitas y subyacentes en su obra, en su discurso, en su espíritu general, requieren de reflexiones profundas.
Al mismo tiempo su concepción de los valores, dimana del propio espíritu dialéctico que lo anima, lleva implícito su constante superación, en correspondencia con nuevas mediaciones que tienen lugar en su proceso evolutivo. En su etapa de madurez, a finales de la década del 80 y el primer lustro del 90 del siglo XIX, en la medida que su humanismo descubre la naturaleza del imperialismo y penetra más profundamente en el terreno de las clases, su concepción de la subjetividad humana y los valores, deviene más concreta. Asume nuevas aristas, establece diferencias específicas y el discurso se tematiza con nuevos matices. En fin, su radicalización política marcará nuevos derroteros de vital importancia, tanto desde el ángulo propedéutico como heurístico, en el abordaje, búsqueda y solución de los problemas.
Es indudable el carácter fundador de la obra martiana. Su obra emerge como autoconciencia de una época y una cultura de transición constante. Ella misma lleva en sí, el tránsito perpetuo hacia nuevas calidades de la sociedad. Concreta en su síntesis, tradición, historia y cultura para abrirse con fuerza indetenible hacia la contemporaneidad. Como obra de su tiempo no dio solución a todos los problemas emergentes, pero abrió nuevas vías de acceso. Como partió de las raíces y puso su pensamiento y acción en función de ellas, con vocación de universalidad y visión auroreal, abrió "caminos al andar" a las sucesivas generaciones con su concepción del devenir humano como expresión cultural, como magna empresa de las grandes masas, y en particular de los pobres de la tierra. Su ideal de racionalidad sentó nuevas perspectivas y cauces de realización efectiva.
En los momentos actuales, cuando el escepticismo histórico cunde y pulula en la arena internacional, cuando no faltan los intentos de negar la historia, los valores, la cultura, la tradición, la razón, los proyectos de emancipación social y el progreso, la racionalidad se impone como necesidad de preservar no sólo la identidad nacional, sino también la identidad humana. En tales condiciones, el paradigma martiano y el ideal de racionalidad que le es consustancial, adquieren más que nunca contemporaneidad y vigencia social.
Su pensamiento – una eterna poesía de amor, de lucha, de dación humana y consagración social – continuará alumbrando el camino del hombre. Su desbordante espiritualidad seguirá siendo fuente nutrícia de aprehensiones y sueños, ¡ Con luz de estrellas!
Rigoberto Pupo