Antaño: situación pueblerina de la Alta Axarquía Malacitana (página 6)
Enviado por Francisco MOLINA INFANTE Molina Infante
Poco a poco, Francisco –el monaguillo mayor- se fue dando cuenta de que Miguelillo –san la muerte– no le interesaba como amigo, porque además de menospreciarlo personalmente, como había podido observar en algunas ocasiones, cualquier día le iba a estar pidiendo dinero prestado y eso: ya sería totalmente intolerante, quizás porque en su condición, era un redomado tacaño y para no tener problemas con un tipo de la índole de Miguelillo –san la muerte– lo mejor era no cruzarse en su camino y cuando lo viese venir, por algún lado, dar media vuelta y si se podía evitar el encuentro mucho mejor.
Con aquél rollo frecuente de Isabel –la niña- Francisco – el monaguillo mayor- había conseguido cierta estabilidad emocional y sus encuentros se hacían cada vez más placenteros.
Además, como ante los ojos de los suyos, ya estaba apareciendo, como todo un hombre –hecho y derecho-, su madre y su hermana, nunca le pedían explicaciones de sus andanzas y al padre, que era el sota de la casa, le bastaba: con echarle algún achaque del trabajo o tardanza en los viajes.
La cosa estaba, que ya: hasta se permitía el lujo de faltar algunas noches a su catre, las que pasaba enroscado con Isabel -la niña- y si la madre, alguna vez recurrió a la autoridad del padre, para saber donde pasaba las noches que faltaba o, preocupada, pensando que: habría podido pasarle algo malo en el camión; el padre siempre contestaba: el niño tiene que hacer su trabajo y Domingo –el sereno- está muy contento de él, según me dijo no hace ni una semana que lo vi. Además ¡mujer!, tú ocúpate de la potrilla (refiriéndose a la hija de ambos, de la que ya sabía que estaba siendo cortejada por un mozo) y deja al potrillo que ande suelto, (del que andaba totalmente despreocupado, desde que entró a trabajar con su amigo Diego –el sereno-, al que conocía muy bien y pensaba, que él: lo trataría como si fuese de su familia o cómo lo haría con su propio hijo; efectivamente, así era y no se equivocaba con su amigo, pero hasta éste desconocía las andanzas desde hacía tiempo, que se traía, con la viuda Isabel –la niña-.
Pasaron algunos años y el negocio del transporte iba afianzándose y floreciendo cada día más, gracias al tesón que patrón y ayudante ponían en su trabajo.
Pocos eran los portes, que se escapaban a Diego- el sereno- que empezó a gozar de bastante prestigio entre sus clientes y en ocasiones, hasta tenían que esperar más de diez días para que pudiese cumplimentar los portes, a pesar de salir muchas veces de madrugadas, para que les diese tiempo de hacer dos y hasta tres portes por día.
La demanda, llegó a un extremo, que Diego –el sereno- se vio obligado a encargar un nuevo camión de fábrica y para ello –mientras llegaba el nuevo vehículo- encargó a Francisco –el monaguillo mayor- que se sacase el carnet de conducir lo antes posible; cosa que fue fácil de llevar a cabo una mañana temprano en la capital; pues francamente el ayudante sabía conducir desde hacía tiempo, debido a que en múltiples ocasiones, el patrón tomaba las veces de copiloto y dejaba al ayudante que hiciese los largos caminos, sobretodo, cuando se encontraba algo más cansado de lo normal.
El día del examen, bastó con que: Francisco –el monaguillo mayor- hiciese el tema teórico bien, pues estaba acostumbrado por la práctica a descifrar todos los indicadores, que había en las carreteras, por las que circulaba desde hacía más de un año, cosa que le fue muy fácil de aprobar y el examen práctico, como era con el propio camión del patrón y coincidió que Diego –el sereno- conocía de años al profesor que le hacía el examen; pues pertenecía a una familia, que vivía siempre en una de las casas, que guardaba su padre y él mismo se había criado de pequeño en la portería de dicho inmueble.
Diego –el sereno- no tuvo ningún problema en recomendar a su ayudante Francisco –el monaguillo mayor-, para que fuese favorecido, por el profesor y pudiera sacar el práctico a la primera.
Finalmente el profesor, cuando se despidió de Diego –el sereno- le indicó, con respecto a su recomendado, que el chico no necesitaba nada de ayuda, que era muy inteligente y había hecho todos los ejercicios sin error alguno.
¡Lo que necesita tu chico es un buen camión y ponerlo en marcha cuanto antes! Antes de lo que pensaban ambos, estaban de vuelta hacia el pueblo, tratando de dar un porte por la tarde a Vélez-Málaga y tampoco habían perdido la venida a la capital, donde habían venido cargados con almendras partidas a mano, que entregaron en un gran almacén de frutos secos, mucho antes de que empezaran los exámenes, claro que para ello habían advertido al dueño del almacén, que era buen conocido y oriundo del mismo lugar que ellos, para que recibiera la carga a las seis de la mañana y ellos dejaron el camión cargado la noche anterior, para salir de viaje a las cuatro y media de la madrugada.
Noches como esa, eran: de las más frecuentes, que pasaba Francisco –el monaguillo mayor- fuera de su casa y aprovechaba la ocasión para frecuentar la cama de Isabel – la niña-.
Llegó a tiempo el camión nuevo y no tuvo otra ocurrencia el nuevo chofer, de aconsejar a su patrón: de intentar hacer compromiso a la viuda de Pepico –el mango-, anteriores propietarios de camión viejo, (que seguiría quedándose en la calle todas las noches, junto a la fachada de su propietario), para que si ella lo consentía meter el coche en la cochera que tenía en la parte posterior de la casa: Desde luego era el sitio ideal, para guardarlo y mucho mejor, le convenía a Francisco –el monaguillo mayor-, salir todos los días con el camión nuevo desde la propia casa de su amante.
Ahora se acabarían los posibles comentarios, cuando, si por sorpresa: alguien le veía entrar o salir e incluso estar dentro de la casa; pues tenía que entrar siempre por la puerta principal, para poder acceder a la cochera, a la que: sólo se accedía, desde dentro de la casa.
Muy complacida alquiló Isabel –la niña- aquella cochera, que no le estaba sirviendo para nada y lo hizo: por una cantidad normal y especialmente porque Francisco –el monaguillo mayor- ya se lo había insinuado anteriormente. De esta forma, tan pronto como llegaba el nuevo chofer de viaje a encerrar el camión nuevo, se enroscaba con su amante entre las sábanas de seda que ella le tenía en todo momento preparadas y posteriormente cenaban juntos, las delicias que ella se había encargado de preparar durante todo el día.
Mientras estaba su amante de viaje, cumpliendo con todos los gajes de su trabajo –pues ahora, cada uno llevaba un camión y habían contratado dos chicos jóvenes–Ismael, que iba de ayudante con Domingo –el sereno- y Facundo –dos años menor- que actuaba de ayudante con Francisco –el monaguillo mayor- y que además eran hermanos, venidos al pueblo recientemente de la parte más occidental del municipio.
Eran muy buenos muchachos y aunque rondaban los veinte años, no estaban tan picardeados, como otros del pueblo; pues habían estado siempre sometidos a las indicaciones y vigilancia cercana de sus padres, que se habían quedado en su lagarillo y que habían consentido a Diego -el sereno- su petición de dejarlos trabajar con él, como ayudantes de sus camiones; no tendrán que trabajar mucho y yo mismo los tendré en mi propia casa, como si fuesen mis hijos y los vigilaré para que no se metan en problemas.
Los padres de Ismael y Facundo, confiaban mucho en Diego –el sereno- pues desde que éste: se vino de la capital, eran vecinos; con tierras limítrofes y muchas veces se ayudaban en algunas labores del campo, como si fuesen hermanos: en la recolección de frutos, especialmente en la época de las almendras y de las aceitunas, en el arado de los campos o en las siembras, cuando los trabajos necesitaban de más urgencia. Efectivamente, el alquiler de la cochera, para el nuevo camión, sirvió de acicate eficaz, para que Francisco –el monaguillo mayor- empezara a comportarse, casi, como un verdadero consorte, pues no volvió a frecuentar sitios de alterne o prostíbulos y se dedicó a complacer y atender todos los consejos y conversaciones que venían de Isabel –la niña-.
Hasta se podría decir que su amante, consiguió transformarle completamente y apaciguar su fogosidad de entonces y rara era la noche que aparecía por la casa de sus padres, que por otra parte le echaban poco de menos y se conformaban con las veces que él, para no perder la costumbre, iba por su casa a cambiarse de ropa o para enterarse del estado de su abuela, que no había conseguido recuperarse bien del todo, de aquella caída, donde se rompió la cadera.
Ahora vivía con sus padres, pues su hermana, se había casado recientemente, con un tal Leopoldo –el fierro-, hijo de un ventero de la zona y había puesto un taxi, de los primeros de la comarca.
Parecía que se ganaba bien la vida con los transportes de pasajeros, que podía rebañar a la compañía de autobuses: bien para trasladarlos a Málaga, a Granada a otros pueblos limítrofes y las carreras individuales, en los recorridos que le salían de algunos particulares, que casi siempre tenían que viajar con prisas o a otros indeterminados lugares.
Por aquellos días llegaba la feria de agosto, donde lo más común y vistoso, era el engalanamiento de la plaza del pueblo, que corría a cargo de la Junta de Festejos del Ayuntamiento, donde tenían cabida los más ricos del pueblo, como los más adecuados mandatarios de la localidad y a la vez fehacientes artífices, para traer las comparsas, los títeres y pasacalles, que tuviesen a bien contratar.
El pueblo estaba tan bien organizado, que los perros no podían andar sueltos por las calles, so pena de ser sacrificados: los propietarios de animales, como mulos, caballerías, burros, perros y algunos otros de fácil manejo, tenían que venir de la mano de sus dueños o encargados y nunca un labriego podía entrar al pueblo subido en su propio animal de briega, bajo multa, de bastante cuantía.
Las parejas de novios, no podrían pasear, por las afueras del pueblo y nunca cogidos de la mano; tampoco podían hacerse caricias en público y mucho menos besarse, bajo expediente disciplinario, que siempre terminaba en multa a los padres de ambos.
Algunos balcones de los principales vecinos, debían sacar su bandera y tenerla amarrada a la balconada principal, durante todos los días de festejos.
Se obligaba a todo el vecindario a barrer la media calle que correspondía a la fachada de su casa; también bajo multa, sustanciosa.
Otras muchas normas municipales, que llegaron a quedar fijadas permanentemente, como normas de conducta de obligado cumplimiento.
Aquél año, todo estaba preparado y habían sido contagiadas las algarabías a todos los miembros del vecindario; ya estaban a punto de empezar el desfile de la banda de música, traída de la capital y comenzaba en la misma puerta del Ayuntamiento, con el redoble de tambores y el prendido de cohetes, que iban acompasando a la comitiva, en toda su lucida algarabía; cuando de repente y antes de que diese tiempo a que la comitiva, saliese totalmente de los locales municipales, toda la maraña de luces, farolillos, guirnaldas y banderitas de la plaza principal, situada frente a la fachada del Ayuntamiento: se vino debajo de repente y no fue por un efecto meteorológico inoportuno; sino, porque uno de los ricachones del pueblo Obdulio –el manso- le pegó una patada a uno de los postes de entrada al recinto ferial y lo derribó de repente; este individuo era el hermano mayor del que formó el escándalo en el cine de José –el chivo- (cuando su mujer Matilde fue manchada con el semen, escapado a Miguel –el verraco- en la masturbación, que le hizo su novia Mariquilla María Marta, mientras pasaban la película de turno).
No hubiera pasado de un hecho brutal más, acostumbrado, como lo estaba este dichoso municipio a ese tipo de comportamientos, sobre todo entre los adinerados, que por tales hallares eran siempre los más poderosos en todos los acontecimientos; si no hubiera sido, porque al alcalde de la época, se le ocurrió de buena fe: meter en la cárcel al susodicho Obdulio –el manso- durante los tres días que duraron los festejos, ya deshilachados.
Fue muy festejada la autoridad, con la que actuó el alcalde, pero nunca sirvió de escarmiento y al día siguiente de terminada la feria, el propio alcalde fue desterrado de su cargo en el Consistorio Municipal y tuvo que trasladarse con toda su familia a otro municipio de la provincia.
Era una etapa bastante intransigente de la sociedad española, donde los más pudientes, siempre eran los que tenían más influencias en todos los estamentos y por lo tanto los que solían alcanzar todas las prerrogativas que se proponían, especialmente, como consecuencia de sus antecedentes y comunión con el régimen y según la categoría y prebendas alcanzadas en la comunidad católica, que era la única imperante en todos los territorios.
Realmente a los más pobres, les tocaba la papeleta de ser los más sufridores de una sociedad, poco igualitaria en muchos aspectos.
Aún existían muchos hombres huidos a los montes cercanos, temiendo las represalias del régimen franquista, que cada día se imponía más férreamente en el dominio de todas las clases sociales y también muchos de los huidos, lo hacía para poder comer, para sentirse libres, como los pájaros e incluso, para robarles a los más adinerados, que anteriormente le habían negado el socorro necesario.
Uno de estos personajes, que deseo traer a estas líneas era bien sonado, considerado entre los menesterosos y temido por los adinerados de la zona.
El calderilla
Nació cerca a la reserva natural de la Axarquía.
Como todos los bandoleros, vulgarmente era un salteador de caminos, que para nada tienen que ver con ingenieros de caminos, canales y puertos.
Algunos de estos personajes han perdurado en la historia mas tiempo del que debieran o imaginaron, producto casi siempre de relatos cortos de los abuelos a sus nietos en las tardes invernales y lluviosas de la región de la Axarquía, casi siempre, junto a la lumbre del fogón o de la chimenea.
Son productos de la escasez, la injusticia, o por la osadía que pone el ser humano ante la adversidad de la vida y las circunstancias que le rodean.
Otros muchos, como rebeldías a las circunstancias políticas del momento, contraposición a la falta de políticas nobles que amparen a los mas débiles.
contrapuntos a las incomprensiones y falta de sabiduría en las gentes de campo antigua -poco instruidas en las ciencias del saber- por falta de medios o ubicación, pero versadas y curtidas por la vida misma.
Aunque pudiera parecer falta de humanidad o cariño a sus semejantes, no lo era así…
Muchos de estos hombres de honor y orgullo, con valentía, se echaban al monte, como medio de evasión y buscando el ámbito de libertad, que en solidaridad con los demás no alcanzaban.
Como medio de vida y subsistencia se veían obligados a saltear caminos por la fuerza y sin miramientos, especialmente regocijándose en los ricos que caían en sus manos y asaltos, a diligencias o caminantes ocasionales solitarios que se arriesgaban en ocasiones imprudentemente a transitar los caminos.
En muchas ocasiones –estos bandoleros- repartían parte de sus botines o robos entre los más pobres o necesitados de la comarca, creándose unas leyendas absurdas de benefactores de los más olvidados y menesterosos.
A veces sus motes o sobrenombres se hacían tan corrientes por las zonas -en las que hacían sus correrías- pasando de boca en boca entre los lugareños-; enardeciendo y ampliando sus hazañas.
Iban adquiriendo tal renombre y publicidad, que el pueblo quedaba admirado por mucho tiempo e incluso se constituían en ejemplos admirados, de las juventudes de entonces.
El calderilla era uno de ellos.
En cierta ocasión asalto a un adinerado hacendado, cortijero de mi pueblo.
Al verle venir un luminoso día, por una de las lindes de su inmenso predio: le hizo al cortijero, desmontar de su jaca preciosa y, lo primero que le llamo la atención -al salteador-, cuando lo vio de cerca, fueron: los dos relucientes zapatos -que enfundaba el asaltado-: ¡que maravilla..!, brillaban como ascuas al sol de aquella tarde cansina.
Inmediatamente bajó sus ojos y se fijo en sus alpargatas – que tanto suplicio le estaban dando con los chinos del camino-, pues parecía que iba andando descalzo.
El comenzó a pensar: con la comparación mental consecuente.
Surgiéndole rápidamente una idea, que seguidamente le propuesto al hacendado para, si la cumplía fielmente, podrías conservar su vida, -si en aprecio la tenia-.
Para ello: le tendría que cambiar sus lindos zapatos por las triste y ásperas alpargatas y además tenia que ir andando al pueblo, (más o menos unos 8 kilómetros) donde estaba su casa y traerle -en dinero contante y sonante- veinte mil duros (100.000) pesetas de antes = 600 euros actuales, en lo que restaba de tarde y sin advertir a nadie de su encuentro.
Así lo hizo el señorito sin perdida de tiempo y cumpliendo al pie de la letra todo lo que le había ordenado el rufián.
Sin rechistar, sin hacer comentarios a nadie del lugar.
El señorito cumplió lo establecido y el calderilla volvió a restablecer los zapatos relucientes al caballero, haciendo una observación muy locuaz: la de que, sus pies -refiriéndose al hacendado- eran merecedores mas que los de el, por llevarlos tan bien enfundados y tan dignamente puestos.
A estos bandoleros de pocos recursos y poca monta la guardia civil los perseguía sin darles tregua, muchos de ellos caían fácilmente en manos de la justicia y poco tiempo era la duración de sus correrías.
En una de estas persecuciones, el calderilla viéndose acorralado, hubo de refugiarse en el cortijo del hacendado -el de los zapatos relucientes-.
Este mismo caballero, lo cubrió de la justicia, manteniéndolo escondido en los pajares de su cortijo -encima de las cuadras de las vestías-.
Nadie delato al calderilla en esta ocasión por mucho tiempo que duraron sus correrías; solo cometió un error, que fue: echarse una novia bastante celosa y ella misma lo prendió al paso de la pareja de la guardia civil un sábado por la tarde a la caída del sol.
Ella después –arrepentida- lloraría amargamente su penitencia, perdida por esas cañadas profundas y sombrías de la Axarquía malacitana, repletas de juncos y adelfas.
Aun hoy se la siente confundida con el viento de levante, cuando algunos campesinos separan las granzas en la era, a la caída de la tarde o en tiempos de vendimias.
Si alguno se retrasa extendiendo los racimos de uvas moscatel en los toldo, para que el sol las deshidrate hasta convierta en la rica pasa, la oyen clamar desde los cerro de enfrente.
Yo he recorrido esos lugares y contemplado con interés las cañadas y las cuestas, pero nunca tuve la fortuna de tropezar con tal hembra
¡Quizás, si hubiese sido posible, le habría soltado algún hermoso sermón, o la hubiese deleitado con una de mis más dulces poesías, para sacarle de sus histéricos celos!…
Algunos personajes del pasado ; quizás olvidados quedaron y por lo parcos que fueron: se destruyeron ellos solos.
Tal vez ; en un girón del espacio una esquirla se quedo, como testimonio de aquellos hechos que, antaño fue murmullo en las poblaciones limítrofes.
Andaban perdidos en los montes, de no hace tanto tiempo, ni lejanos a la gran ciudad: cuando los leñadores -arrieros de la zona- hacían de la retama: los haces que horneaban el buen pan.
Eran bandoleros con nombres y apellidos; de los armas tomar y con bastantes sentimientos.
Vagando por esos cerros de la Axarquía malacitana; entre los términos municipales de: Olías, Totalan, Rincón de la Victoria, Benagalbon, Marcharavialla, Moclinejo, El Borge, Cutar, Comares, Colmenar, etc.
Se movían; entre viñas, almendrales -salpicados de olivos verdiales centenarios- y manchones abruptos del Mediterráneo, ricos de ulagas, cantuesos, bolinas, tomillos, madroñales y romeros.
Este personaje denominado el calderilla, fue adquiriendo cierto renombre, uno de tantos individuos: de tan poco sentido social.
Para todos aquellos que no participaron en la contienda o no tenían nada que temer, por sus actos durante ella, sólo necesitaban ser favorecidos, con la buena opinión de sus vecinos y que no surgiese algún baldado, que pudiese poner en dudas su honorabilidad, como consecuencia de envidias o rencillas mantenidas y sacadas a la palestra por los deslenguados de turno, que siempre abunda en la sociedad.
En ocasiones, bastaba con que algún protegido se fijase en la buena hembra que tenías o en las posibilidades de conquistar a alguna dama, bien protegida, para que los maliciosos y protegidos por el régimen de los vencedores, pusiese en marcha su catapulta, para verse favorecido en sus pretensiones o para perjudicar a aquellos obstáculos que pudieran impedírselo.
Creo que había muy pocos rincones, donde la envidia o las malas intenciones con el prójimo, estuviesen ausentes.
A pesar de ello: seguro que todo el mundo sufrió, aunque le cogiera marginado o aislado de la contienda; el mal lo impregnó todo, como si hubiese sido una nube radiactiva surgida en los finales de los años treinta, para tener impregnado todo el país por más de veinte años.
Se hace recomendable leer el contenido del relato "Memoria Histórica de Frasco", para darnos cuenta del sufrimiento, surgido inesperadamente: en el seno de una familia humilde de la alta Axarquía, que permaneció (circunstancialmente aislada de todos los hechos y partidismos, durante toda la contienda) y cuyas consecuencias negativas, aún hoy perduran, a pesar del estado democrático.
Por aquellos días, siempre se notaba una distinción, bastante marcada en las diferentes clases sociales del municipio y los pobres eran cada vez más pobres.
Los hijos de los más pobres iban a aplastar las granzas en los pajares de los más adinerados y poderosos, después de trabajar de sol a sol, como hormigas, pero con el cuerpo raquítico de tanta hambre, como pasaban y volvían a los 20 o 30 días a la casa de sus padres, para cambiarse de ropa y soltar los cuatro chavos que el patrón les había querido soltar y encima debían estar muy agradecido, porque algo de comer pillaban en los cortijos, donde guardaban animales o realizaban las labores del campo, como temporeros fijos.
El panorama, no era muy alentador y mucho menos de provecho material; porque había muchos padres de familia que, aún estando desde la madrugada, muertos de frío, esperando que algún señorito, viniese a escogerles para darle trabajo esa jornada; muchos de ellos –especialmente aquellos, cuyos aspectos externos, denotaba signos de debilidad física, por las carencias sufridas-, se tenían que volver a sus casas, sin haber conseguido trabajo para esa jornada y como consecuencia: nadie comería ese día: si a esas alturas de la escasez de recursos, habían agotado todos los créditos del tendero, por no poder pagarles las trampas, que anteriormente habían alcanzado.
Cualquiera de estas familias se cogía a un clavo ardiendo: a las casas de familias señoriales, donde pululaban una serie de mujeres, siempre serviles en todo lo que mandaban los amos.
Muchos humanos de entonces, llegaban a llamar amos, a los que ni siquiera habían alcanzado a ser sus patronos.
Todas estas inestabilidades y desgracias familiares, las trajo: la guerra civil, a un pueblo, curtido en multitud de eventos bélicos a lo largo de toda su historia, con fatales consecuencias de toda índole y que: nunca sabrá ponerse de acuerdo para poder gobernarse a sí mismo, con gallardía, honor y honradez en sus clases políticas.
¡Lástima que al repasar nuestro pasado, no sepamos encontrar, las claves de nuestro progreso social y especialmente aquellas que nos lleven directamente al respeto y el amor a nuestros hermanos, sin la distinción de clases, que siempre, ha venido a ser el polvorín que esparce todos nuestros males!; pero llegará el momento, aunque ya sea tarde, en el que clamaremos disciplina a los dirigentes de este lindo país.
A pesar del gran intento de boicotear los tres días de festejos estivales, que duraba la feria del pueblo, los destrozos fueron reparados lo más rápidamente posible, para que por la noche, se pudiese reunir el vecindario en la caseta ferial (la plaza principal) y pudiesen disfrutar de las distintas canciones musicales y barcearan los menos entendidos y bailaran los más diestros al ritmo de las melodías que amenizaba cada noche el conjunto moderno, que había sido seleccionado y contratado por la Comisión de Festejos.
Normalmente algún miembro de cada familia, de las que asistiría, después de la cena familiar, a la caseta oficial de los bailes, ocupaba o reservaba la correspondiente mesa y algún número de sillas, similar al número de personas que iban a ocupar la mesa y colocaban una botella de licor –normalmente de anís o coñac- sobre la mesa; pues el recito, tenía la particularidad de estar regentado por uno de los dueños del bar de la plaza y exigía el derecho reservado de consumición, para poder ocupar alguna mesa, alrededor de la pista de baile, que se situaba en el centro de la plaza, alrededor de la fuente de los cuatro caños.
Algunos vendedores de chucherías para los niños, siempre iban deambulando por el recinto, ofreciendo sus productos y algunos paquetes de (avellanas cacahuetes o manís), que casi todas las mesas consumían.
Por la tarde, ya se habrían celebrado las carreras de cintas en bicicletas, corridas que se hacían en la calle principal del pueblo, o las de a caballo, que se celebraban en el rastrojal del noroeste de las afueras del pueblo, donde al día siguiente se jugaría un gran partido de futbol, entre los miembros de la edad adulta (mayores de los 30 años) y la de los jóvenes (menores de 30 años).
Casi todas las noches y desde que se iban celebrando las carreras de cinta, se podía distinguir fácilmente a los que habían conseguido desenrollar alguna cinta, durante su participación, pues era costumbre de llevarlas como fajín o banderola, alrededor del cuerpo.
Esas cintas las habían proporcionado las mocitas más jóvenes y solteras del pueblo, pensando encontrar novio, en aquél, que consiguiera el trofeo, ya que, la chica quedaba comprometida a bailar, al menos tres piezas con el afortunado, ganador de su trofeo.
Efectivamente, muchas chicas en edad de conseguir novio, lo hacían a través de estos bailes, como consecuencia de las pocas oportunidades que ambos tenía para entrar en contacto, desde otros lugares y al ser –normalmente supertímidos los bailantes, ésta era –si no, la única-, sí la mejor forma de acercar a los jóvenes, para que se fuesen conociendo, delante de sus propias familias.
Casi todos los trabajos estaban paralizados, aunque algunos terratenientes, aprovechaban estos tres días de holganza, para cerrar algunos tratos en la feria paralela de ganado, situada cerca de la aza de los rastrojos donde se habían celebrado las carreras de cintas a caballo.
Ni Francisco –el monaguillo mayor-, si Isabel –la niña- estuvieron presentes en la feria, pues permanecieron siempre dentro de la casa encerrados y disfrutando de los momentos comunes en pareja; aunque Francisco –el monaguillo mayor- sí que estuvo todos los días trabajando y como mínimo daba dos portes, por la cantidad de trabajo que tenían los dos camiones de Diego –el sereno-.
El último día del festejo, por la tarde y como último acto, antes de clausurar los festejos, se celebró un mini partido de futbol, a lo largo de la calle principal del pueblo, (donde se habían corrido, las carreras de cintas en bicicleta) entre dos equipos formados por la chiquillería del vecindario.
Cada mañana, se presentaba Francisco –el monaguillo mayor- en la casa de Diego –el sereno-, para recoger a su ayudante Facundo y las instrucciones que siempre le daba el patrón, sobre los trabajos que tenía que realizar en la jornada. Como el camión nuevo, lo tenía que sacar de la parte trasera de la casa de Isabel –la niña- nadie sabía nada de su amancebamiento y difícilmente podrían sospecharlo; pero estaba llegando la Navidad, cuando Isabel –la niña- empezó a sentir ciertos síntomas alarmantes de embarazo y como no quería ir al médico a consultarle sobre el particular, ya que sería tremendo el escándalo que se organizaría en todo el vecindario, si llegaba a confirmarse su estado positivo; estuvo casi todo el resto del día y la mañana siguiente, buscando la forma de no levantar ninguna sospecha.
Ella que era una mujer viuda, cómo se iba a presentar de golpe manifestando abiertamente un embarazo, la gente es muy maldadosa, para este tipo de situaciones y rápidamente comenzarían los chismorreos, las malas caras, y hasta los improperios, contra su persona.
Al día siguiente, se ideó hacer un viaje en el camión con Francisco –el monaguillo mayor- y su ayudante Facundo a la población de Vélez-Málaga, que era el lugar donde tenían que ir primero con un porte de garbanzos y mientras ellos se encargaban de descargar el pedido; ella iría rápidamente al hospital o al centro médico necesario, para que le hiciesen las pruebas pertinentes, hasta enterarse, sin lugar a dudas: de su estado.
Con el pretexto de que iba a visitar a un familiar enfermo: la hija de su tía, hermana de su madre, para que no fuese a sospechar nada el ayudante –Facundo-; Francisco, la dejó en la misma puerta del hospital, donde se suponía estaba encamada su prima y ellos siguieron para hacer la entrega de su cargamento, quedando en recogerla a la vuelta en el mismo lugar.
Tan pronto como Isabel –la niña- entró por las puertas del hospital, se dirigió a la conserje que estaba a la entrada del recinto, pasando la puerta acristalada, que separaba la entrada principal y hacía una especie de hall, dando paso a una sala más grande y amueblada, como recibidor del centro.
Preguntó muy confidencialmente a la señora que atendía a los que llegaban, sobre la forma de hacerse unas pruebas, para saber si estaba en cinta o no y sobre todo que fueran muy seguras.
La mujer, la acompañó muy amablemente, entendiendo la importancia de la confidencialidad del caso, hasta un consultorio, donde había dos enfermeras, vestidas de uniformes blancos y de azul marino, la camisa que llevaban debajo de las batas blancas; también llevaban los zapatos, las medias y una cofia características de color blanco.
La atendieron rápidamente y le hicieron una prueba de sangre y otra de orina, que una de ellas, llevó rápidamente al laboratorio, que estaba en la primera planta del centro; el analista, entendió que era una muestra personal de un familiar de la enfermera que lo presentaba y lo analizó urgentemente, al mismo tiempo que la enfermera, que subió las muestras, esperaba los resultados sentada en un butacón, dentro del recinto donde el analista estaba comprobando los resultados.
No tardó ni media hora Isabel –la niña- en tener el resultado de sus análisis; confirmado positivamente con la orina y con la sangre.
Las enfermeras la felicitaron, dándole la enhorabuena y ella sacó dos billetes de cinco duros, que entregó: uno cada una de las gentiles enfermeras, pues seguramente estaban esperando cierta gratificación de ella. A pesar del inconveniente positivo resultado, que ya: había sido confirmado, ella salió contentísima del hospital y, mientras esperaba la vuelta del camión, con Francisco –el monaguillo mayor y su ayudante Facundo, para retornar rápidamente al pueblo: se puso a pensar en la forma de llevar a cabo y feliz término aquél embarazo.
Isabel –la niña- era muy testadura, inteligente y tenía una imaginación muy activa, capaz de inventar las hazañas y acontecimientos, más fiables y posibles, para que nadie pudiese sospechar nada en absoluto y así: al tiempo de tener un hijo, tan deseado y con el hombre de su vida; también tendría un heredero o heredera, que cuidase de ella, cuando fuese más mayor.
Le daría todos los mimos del mundo y la cuidaría como oro en paño, claro que se esmeraría en darle muy buena crianza, para saliese muy inteligente ante los demás.
Ante este acontecimiento, lo primero que haría, sería: evitar y procurar, la forma en que nadie pudiese sospechar de su barriga creciente; pues en pocos meses empezaría a engordársele y no tendría más remedio, que permanecer en la casa, sin salir a ninguna parte; con el riesgo que supondría para el bebe y para ella en el supuesto de venir mal o presentársele algunas complicaciones, teniendo en cuenta además, que ella era primeriza, tampoco podría visitar al médico Don Luis, porque sabía de antemano, que la noticia correría como la pólvora, tan pronto, como se enterase Doña Úrsula, su señora.
Lo más aconsejable –lo vino pensando por el camino de retorno-, sería instalarse temporalmente en Vélez-Málaga un poco antes de que se le notase la barriga de embarazada y cómo Francisco, iba con bastante frecuencia a esa población, podría estar juntos; aunque la elección del sitio, pensaba consultarla con Francisco, la próxima noche, cuando volviese de llevar las almendras en cáscaras a la almendrera antequerana. Poco antes, ella le había trasmitió con un leve gesto de afirmación con la cabeza, el resultado positivo de sus análisis, aprovechando que él se interesó por la enfermedad de su supuesta prima, que estaba convaleciente en el hospital.
Mientras, Francisco –el monaguillo mayor- conducía bastante despacio y tenía una conversación sin transcendencia con su ayudante Facundo, sobre el próximo viaje del día, que tenían por hacer en la jornada y para ello: habrían de cargar cincuenta sacos de almendras en cáscara y llevarlos a Antequera; ella lo miraba de soslayo y advertía en Francisco una cara de orgullo y satisfacción al mismo tiempo que la llevó a enternecerse y a emocionarse, pero ninguno de los dos acompañantes lo notaron en su rostro, pues al ocupar la ventanilla del copiloto, giraba la cabeza, para que le diese algo de aire fresco, al tiempo que se inventó que un insecto, había chocado contra su cara.
No es nada, le aseguró a Francisco, que quiso parar para echarle un poco de agua en la cara y hasta le pasó su pañuelo, cuando ella no quiso que detuviese el camión. Durante el viaje, que ese día hicieron Francisco y Facundo a Antequera todo iba bien hasta que el ayudante le comunicó al conductor, sobre la conversación que había tenido días pasados, durante los feriados, con Miguelillo –san la muerte-, quien preguntó por Francisco –el monaguillo mayor-.
Al verse sorprendido el conductor -le contestó- ¿y que fue lo que te dijo?; pregunta por ti y además te mandaba recuerdos de la chica que conociste en el puticlub de la salida de Antequera; una tal Gabriela, -me dijo-.
¡Sí!, esa chica es conocida mía desde hace tiempo, pero llevo mucho tiempo sin aparecer por allí; en esos sitios no se cogen cosas buenas.
Yo me asusté mucho cuando se murió Rafael –el chato- y siempre procuro, quitarme de la cabeza las mujeres de ese tipo.
Francisco –el monaguillo mayor- estaba empezando a apreciar en el rostro de Facundo un interés inusual e inquisitivo, por obtener el máximo de información de la vida intima de éste y sus gestos expresivos delataban una contenida sonrisa, entre sorpresiva e interrogativa, porque las preguntas, que le hacía: empezaron a hacerse mucho más profundas.
Entonces: ¿cómo te apañas?, le preguntó nuevamente; a lo que Francisco, le contestó, sin reparar en formar una frase premeditada o cortante: -me apaño con gran ventaja, como vulgarmente se dice: cinco contra uno, así me apaño perfectamente desde hace bastante tiempo, no corro peligros de que me contagien alguna de esas enfermedades tan raras, que tantos muchachos y hombres se ha llevado de nuestro pueblo; algo también muy importante: no me cuesta, ni un céntimo, además de estar siempre a mi disposición y sin protestas, ni riesgos.
Estoy de cuerdo contigo, le replicó Facundo; pero como el tema era novedoso y se hacía muy interesante para su corta experiencia: siguió insistiendo sobre el mismo tema.
Desde luego es lo más sensato, eso que me dices, pero: nunca será igual tener al hurón en su madriguera calentito y disfrutando de una linda mujer, que recostado entre un haz de taramas secas y bastas de un almendro.
Entonces Francisco –el monaguillo mayor- le contestó y a la vez le hizo una pregunta directa: desde luego que el cubil varía mucho para que se sienta bien el hurón, cada vez que quiere retozar, pero ha que saber dominarlo, porque de no hacerlo, nos tragará el hoyo medio vivo, como consecuencia de permitirle ciertas libertades muy costosas; ¿es que tú: no has estado nunca con una mujer?, ¡tan sólo, en cierta ocasión anduve parte del camino, hace bastante tiempo y por falta de conocimientos, no conseguí terminar la senda emprendida y posteriormente, nunca se dio la ocasión propicia!, –le contestó el ayudante-; entonces por eso, te veo con mucho interés de acercarte por algún centro de perversión, como diría el cura.
Francisco –el monaguillo mayor- no quiso proseguir con la conversación, pero antes de cambiar de tema, le comentó a su ayudante Facundo: creo que lo mejor que debías hacer es buscarte una buena mujer y casarte lo antes que puedas y así podrás tener al hurón en buena cama; "siempre hay que tener en mente, que nuestras vidas, penden de un hilo" y no debemos exponernos a adelantar la ruina de nuestra vida, que casi siempre termina en la muerte prematura.
De todas formas, no quiero ser yo la persona que coarte tus deseos y siempre que me sea posible y el trabajo lo permita, podrás tener libre unas horas, por si quieres visitar algún antro; pero no me pidas que yo te acompañe, porque con ello rompería mis antiguos deseos de no entrar por ese aro nunca más.
Está bien, -le respondió Facundo-, yo voy a tratar de seguir tus sabios consejos y no me adentraré por el camino, que hace unos días me propuso Miguelillo –san la muerte-; ¿cómo es eso?, le soltó imperiosamente Francisco –el monaguillo mayor-; pues como sabes, hace unos días me encontré con tu amigo, quien, como te dije, me preguntó por ti y me dio recuerdos de tu amiga Gabriela, la chica del burdel de Antequera y, además me propuso formalmente y, hasta me insistía bastante, en que: cuando yo quisiera, él me llevaba al prostíbulo de la salida de Antequera, ese que tu conoces bien y además me repetía con mucha insistencia, de ser él, quien te llevó por primera vez.
Me animó mucho, pero me dio a entender que yo correría con todos los gastos ocasionados.
¿Sí!, conozco todo el tema que me estás diciendo y las hazañas de Miguelillo –san la muerte-; pero yo que tú, no me dejaría llevar por sus consejos y mucho menos ir de la mano de él a ninguna parte, ni siquiera, como dice el refrán: "ni a recoger monedas de oro".
Si algún día te decides a frecuentar esos antros, debes ir sólo y observar el ambiente con tiempo y si no te interesa nada de lo que veas, te sales.
No te dejes llevar nunca en toda tu vida, por la opinión de otros y estúdialos con gran detenimiento, si te proponen actuar en obras benéficas.
Cuando participes en los actos, que te recomienden los demás, para llevar a cabo acciones inmorales o de cualquier tipo de maldades, siempre te sentirás defraudado, muy dolido e incluso arrepentido para reprochártelos durante toda la vida.
"No llegues nunca a ser tan zoquete, como la mayoría de nosotros, que siempre queríamos experimentar todo aquello, que nos llamaba la atención, cuando éramos muchachotes, porque pensábamos al mismo tiempo, que con ello: llegaríamos a ser más hombres o incluso, acortaríamos con ello, el camino para llegar a serlo".
Ya estaban llegando al almacén donde tenía que descargar las almendras en cáscaras y en poco más de media hora estaban de vuelta camino del pueblo. No quiso presionar más, aquella tarde, el ayudante Facundo a su amigo y chofer Francisco –el monaguillo mayor-; pero estaba seguro de conseguir, con el tiempo, que fuese él y no, Miguelillo –san la muerte-, quien le llevase por primera vez a visitar la casa de citas del extrarradio de Antequera y que parecía, por todo lo hablado, ser conocida muy al dedillo, desde hacía bastante tiempo.
A la vuelta, la conversación giró en torno a sus respectivas familias, donde coincidieron tener lazos en común, pues ambas provenían de la misma estirpe cuatro generaciones atrás; donde dos hermanos –de los cuatro- que formaban el tronco familiar, dieron origen a las ramas, de cuya descendencia provenía ambos. Resultaban ser primos quintos y a pesar de ello, como tenían un apellido igual, empezaron a desandar la estirpe y llegaron a la conclusión exacta de que ambos provenían de los tatarabuelos, por una parte de los Fernández y por la otra de los Pérez.
Algunas dudas les surgieron en los cálculos que vinieron haciendo durante todo el camino y acordaron aclararlas en fechas sucesivas, tan pronto como pudieran consultarlas con sus padres o tíos, quizás ellos podrían dar mejor norte a sus cábalas, debido a que ambos apellidos eran muy comunes en el tiempo y su raíz se prolongaba más allá de las memorias tradicionales, que ellos podían alcanzar. Ambos, aunque tenía categoría laboral diferentes, eran de la misma edad y hasta sería muy probable de que fuesen a cumplir con el servicio militar a la misma compañía, porque sus primeros apellidos, eran idénticos.
Ya nos falta poco, para que nos tallen, posiblemente, esta primavera próxima caigamos en el saco, comentó Facundo con su posible primo quinto y en ese momento empezó a canturrear unas pequeñas estrofas, que él mismo había confeccionado y se sabía de memoria; pues desde hacía algunos años atrás –especialmente: desde que leyó un libro, que cayó en sus manos, como obsequio de Tomasa, la chica que había compartido con el los primeros escarceos amorosos de su pubertad– y que se titula "Rimas y Leyendas" del poeta sevillano: Gustavo Adolfo Bécquer, se había aficionado a escribir todo aquello, que le parecía bonito, tratando de imitar –en el fondo de su alma, él sólo lo sabía- a algunos de los poetas más renombrados y ansiaba llegar a ser, con el tiempo, uno de ellos.
La letrilla, que canturreaba, la titulaba –CAMPESINO– y decía así:
SOY CABALLERO DEL CAMPO,
MI EMPEÑO NO TIENE FIN;
PORQUE SACO LAS COSECHAS:
ALLÁ POR EL MES DE ABRÍL.
EN ESOS TRIGALES SUDO,
HASTA SACAR DEL CUBIL:
LAS ESPIGAS EN SUS CAÑAS,
PARA HACERLAS PRESUMIR.
LUEGO EN VERANO, SE APAÑAN:
PARA PODER CONSUMIR
EL RUBIO, QUE BIEN NOS GANA: – EN LAS MESAS, CON POSTÍN. Francisco –el monaguillo mayor- se quedó muy sorprendido, cuando la repitió –a petición de éste- alzado un poco más la voz, para poder entenderla mejor; lo elogió con bastante sinceridad, a lo que respondió Facundo: dándole las gracias y comunicándole que tenía muchas más, pues llevaba algún tiempo que le salían de sopetón, como él decía o porque seguía enamorado de su vecina y querida Tomasa. Siguió bastante interesado Francisco –el monaguillo mayor- en saber más de la afición de su ayudante, sobre los temas poéticos y, aunque él no estaba muy ducho en los temas literarios, porque fue un mal alumno –según decía siempre-, si era muy aficionado a todo lo andaluz, como el flamenco, los toros y muchas de las fiestas regionales, que se daban por el entorno de la Axarquía, como los verdiales, las maragatas y sobre todo el cante jondo.
Ante la insistencia de su primo quinto, el tal Facundo, se animó a recitarle otras de sus poesías, esta un poco más larga que la otra y que, según le comunicó: fue una de las primeras que hizo en su vida, a la que tituló AL LLEGAR AL LLANO y contenía estas cinco estrofas.
SI DE MIS VIEJAS HERIDAS,
ALGUIEN ME DIESE RAZÓN ,
SEGURO ESTOY, QUE ANDARÍA:
CON RENOVADA ILUSIÓN,
DANDO PASOS POR LA VIDA.
¡ANDARÍA NUEVOS SENDEROS,
EVITANDO LAS CAÍDAS!
Y NO DIRÍA: -QUE MAÑANA,
LO QUE, PUDE HACER HOY-
TODO SE APRENDE EN SEGUIDA;
CUANDO VIEJO ES PEOR ;
PORQUE LA VIDA TE MARCA:
LO QUE TAPA LA ILUSIÓN.
"NO ANDES NUNCA CON PRISAS,
OTEA EL CAMINO MEJOR,
QUE CON PRISAS, NUNCA LLEGAS:
MÁS TRANQUILO Y CON VALOR".
¡VUELVE A SUBIR A TU CIMA,
BÁJALA CON COMPRENSIÓN!:
VERÁS QUE AL LLEGAR AL LLANO,
LO DISFRUTARÁS CON AMOR
¡Oye Facundo!, mira todo lo que te tenías escondido, y tan reservado.
Yo nunca podía imaginarme lo bien que haces tus versos, parecen sacados de un libro de esos, que muchas veces recitan por la televisión.
¿Y tienes muchas, como esas que acabas de recitar? –le preguntó Francisco –el monaguillo mayor- ¡sí, que tengo bastantes!, le contestó su primo quinto; pues mira no sería malo, para que tú las recordases y yo me instruyera un poco más, ocuparnos de irlas tú recitando y yo escuchando, a lo largo de los caminos que nos esperan transitar por estas rutas.
Te aseguro primo, que ambos saldríamos mucho más beneficiados de ello, que el estar pensando siempre en casas de mal agüero.
Claro que nos beneficiaríamos los dos –dijo Facundo- pero tendré que traerme algunas que tengo copiadas en una libreta, porque no suelo acordarme de todas al pié de la letra, debes tener en cuenta, que la letras se me olvidan mucho de no utilizarlas con frecuencia.
A Facundo se le notaba una gran ilusión en el tema que estaban tocando y Francisco –el monaguillo mayor- lo advirtió.
Se le notaba mucha mejor crianza, que la suya; tal vez, por haber tenido que estar mucho más sometido en el lagarillo de sus padres, donde la vida es mucho más monótona y aburrida, pero bastante más auténtica y de buenas costumbres; aunque los padres siguen siendo tan secos, como los del pueblo y, quizás, hasta más distantes en las charlas y las ideas, para con sus hijos.
Parecer ser: que los padres del campesinado, son mucho más austeros, más autoritarios y exigentes con los hijos; porque suelen hacerles cumplir con una serie de obligaciones laborales, con bastante imposición y se hacen respetar, sin contemplaciones.
A pesar de todas esas circunstancias, parece ser: que los jóvenes que viven en el campo, tratan de salir del hogar paterno, mucho antes que los que se han aclimatado a las comodidades del hogar pueblerino.
Y, ¿te sabes alguna más de tus poesía?, -le volvió a preguntar Francisco a su primo Facundo-, ¡sí!, creo que una más podré recitarte antes de llegar al pueblo y agregó esto último, porque ya estaban bajando la cuesta de los Pedregales.
Esta que te voy a recitar, es un poco más corta y más enrevesada que las anteriores, si no llegas a entenderla bien, me lo dices y yo te aclararé lo que pueda o sepa, se titula DONAIRE, y dice así:
NO TIENE DON, NI DULZURA:
ESTABA SECO DE HAMBRE
Y SU AFILADA BARBILLA,
LE SERVÍA DE EQUIPAJE.
FUE UN TIEMPO, ADORMECIDO:
ESPEJO, QUE LLEVA EL AIRE;
POR SUS DELGADAS OREJAS:
SE LE ESCAPABA LA SANGRE.
¡AY DONAIRE, MAL QUERIDO !
PRIMO, PROCEL DE ESTIAJE:
¿CÓMO QUIERES GANAR PAN ?
SI NO TIENES, NI A TU MADRE
Esta otra me parece mucho más seria que las anteriores, y es más difícil de comprender, pero yo la he entendido muy bien, quizás porque tu la has dicho despacio y la sabes entonar muy claras.
Pocos minutos después estaban llegando a las últimas casas del pueblo, donde estaban también situados los ventorros y bajo sus chozajos, andaban los mayores y más desocupados del pueblo, en torno a las mesas, donde se jugaba a las cartas o al dominó.
Seguro, que andará por esas mesas el fresco de Miguelillo –san la muerte-, le dijo Facundo a su chofer, mientras ya estaban cruzando los abrevaderos del pilar, donde también estaba más de media docena de bestias, que venían de ejercitar sus labores del campo y aún traían a sus dueños encaramados encima de sus aparejos. Al cruzar la calle principal, ya había pasado más de una decena de caballerías, pero estas: entraban a la población, con su cuidador –dueño o encargado- yendo a pié, junto a ellas o ligeramente adelantados, llevándolas del cabestro. Francisco estaba impaciente por encerrar el camión y sentarse junto a Isabel –la niña- para que ésta le informara con más detalles, todo lo acontecido con ella en el hospital de Vélez-Málaga.
Paró un momento el camión, junto al borde la acera, hacia la mitad de la calle principal y dejó bajar a su ayudante Facundo, al que despidió con un saludo, de: hasta mañana, y prosiguió su camino para llegar a la casa de su amante, donde tenía que encerrar el camión.
Normalmente, él paraba el camión un momento en la puerta principal e Isabel –la niña- y ella al percatarse de que Francisco –el monaguillo mayor- había llegado de su viaje, se preocupaba de abrirle el garaje cruzando toda la casa por el interior, ya que: la puerta del garaje, sólo se podía abrir desde dentro de la casa.
Cuando aparcó y cuadró el camión dentro de la cochera, cerró el portón, que daba a calle de atrás e inmediatamente: se le abrazó Isabel –la niña-, que estuvo esperando este momento todo el día y ya había maquinado muchas de las soluciones, que tenía en la mente para poder llegar a buen término con su embarazo.
En ese abrazo lleno de caricias, pudo percatarse de la ilusión retenida que Francisco –el monaguillo mayor- también tenía sobre el embarazo, pero lo disimulaba, con más contención, porque andaba algo asustado de las obligaciones, que se le venían encima, porque no encontraba salida propicia para poder llevar a cabo esa ilusión y esperanza de tener un hijo, como lo hacía su amante, que indudablemente era mucho más perspicaz e inteligente que él.
Ese poder de decisión que encontraba en Isabel –la niña-, le llenaba de orgullo machista o masculino, porque ella siempre se dejaba dominar por él, a pesar de que sabía, a ciencia cierta, que era mucho más avispada e inteligente que él, para cualquier asunto o problema, que hubiese que resolver.
Era una de las personas más inteligentes que había podido conocer y no solamente le subyugaba por eso, sino que lo tenía metido en el bote, por lo femenina que era en todos los aspectos y muy especialmente en las relaciones íntimas, que compartía con todo éxito.
¡Mira, amor mío! –le susurró al oído al tiempo que le tenía enganchado con sus dos brazos, pasándolos por los hombros de su amante, al tiempo que le coscaba en la nuca con sus finos y delicados dedos.
Si a ti te parece bien: podemos traer al mundo nuestro bebé, que será el mejor fruto de nuestro mutuo amor; estoy de acuerdo contigo, porque a mí me agradaría mucho tener un hijo contigo, -le contestó Francisco –el monaguillo mayor-; pero seguro que tendremos a todo el mundo en contra, si no nos casamos antes.
Yo lo he pensado detenidamente y estoy dispuesto a casarme contigo y lo antes posible, para que no tengamos que ocultarnos de la gente, por temor a las habladurías.
Sí, esa es una buena salida y la mejor decisión que podemos tomar, pero tiene el inconveniente de la diferencia de edad que nos llevamos y yo seré una viejecita, mientras tú estarás en plenas facultades de la vida; y no es que yo vaya a sentir celos de que puedas irte con otra mujer más joven, sino que de poco te serviré cuando esté toda arrugada.
No pases cuidado por ello, -le contestó él- que yo no te cambiaré nunca por otra, pues tú trato y condición se va incrementando a mejor, con el tiempo, te pasa como a los buenos vinos, que se van enriqueciendo a medida que envejecen; y con respecto a tus arrugas, pienso sinceramente, que ninguna otra tendrá nunca toda la sensibilidad, cariño y sabiduría en el sexo, como para poder sustituirte, porque también se incrementa en ti, a medida que avanzamos en nuestra relación. ¡Gracias, mi cielo!, le contestó nuevamente Isabel –la niña-; no sabes cuanto me halaga, que me digas esas palabras y además sé: que son sinceras y sentidas.
En ese momento, terminaron de abrazarse y cogidos de la mano, se fueron yendo lentamente hacia el interior, más habitable de la casa; donde casi tenía terminada la cena de esa noche –Isabel –la niña-: consistente en una pechuga de pollo asada y gratinada con almendras peladas y pasas de uvas moscatel, gratinada con un recubrimiento de ron añejo y dos patatas medias cocidas al horno, en la misma bandeja, donde se estaba terminando de hacer la pechuga.
También tenía preparado en un cuenco aparte, que tenía calentándose al horno: el resto de una fritada de tomates con bacalao desmenuzado y sin espinas, que tanto le gustaban a Francisco –el monaguillo mayor- y que habían sobrado del almuerzo. Al llegar a la cocina, ella hizo una leve inspección sobre el horno y de inmediato lo apagó, pero sin sacar la comida, ni abrirlo, para que pudiera aguantar la temperatura, mientras Francisco se bañaba, como era acostumbrado en él, cuando terminaba la jornada.
Mientras él se aseaba, con una profunda ducha y se rasuraba ligeramente la incipiente barba que portaba, pero que lo hacía diariamente a esa hora, porque sabía, con toda seguridad, que era una de las cosas más agradables para los ojos de su amada y con ello la satisfacía, porque en sus largos encuentros sexuales, nunca llegaría a hacerles rozaduras inoportunas sobre la piel de porcelana e hipersensible de algunas zonas intimas y especiales de ella.
Ambos se habían acoplado, como las conchas de los moluscos y todas las experiencias sexuales, que ella había ido adquiriendo de su ex marido Pepico –el mango- y, que seguramente le fueron trasmitidas de las conseguidas y experimentadas: de sus andanzas por los muchos prostíbulos, de los que visitó en vida; que junto con su inventiva personal y la aplicación de sus propias ilusiones, hacían de cualquier gesto: un acto amoroso único, una canción de éxtasis, que llevaría a cualquier mortal al placer superlativo, nunca soñado o imaginado.
Así estaba el afortunado Francisco –el monaguillo mayor-: totalmente coladito por su amada Isabel –la niña-.
En algunas noches, cuando se desvelaba, porque había tomado café cargado a media tarde, se quedaba dormitando en la oscuridad de la alcoba y analizaba toda su corta vida y llegaba siempre a la conclusión, de que: había sido uno de los hombres más afortunados de la tierra, con haber podido encontrar y enamorar a Isabel –la niña-.
A ella, se le notaba un gran deseo de agrada siempre a su hombre y sabía que no echaba de menos nunca a su anterior marido en ninguno de los aspectos de relación o convivencia; tampoco hablaba mal de él, aunque hubiera sufrido, como muchas mujeres del pueblo, que él conocía, del machismo que manifestaban en todos sus actos, mucho de los embrutecidos del lugar, pues tan pronto, como se les iba pasando los deseos sexuales, empezaban a darles malos tratos a sus mujeres. En ocasiones pensaba, con mucho acierto: que jamás él tendría que llegar a darle ningún mal trato a las mujeres y mucho menos a la que estaba a su lado; tampoco debería reprocharle nada de su vida anterior y esto: si que lo cumplía a rajatabla, porque en cierta ocasión que Isabel –la niña- quiso comentarle algunas cosas de su relación con Pepico –el mango-; Francisco –el monaguillo mayor- la cortó de inmediato, diciendo: no me interesa nada de tu relación con tu anterior marido, yo estoy enamorado de ti ahora y desde, que me fijé en ti.
Tus relaciones del pasado, nunca me traerán nada positivo para quererte más, sino todo lo contrario e incluso podrían fomentar los celos indebidos, si llegase a considerarme con menos posibilidades para enamorarte.
Tan pronto salió de la ducha Francisco; Isabel empezó a secarlo y a darle algunos besos en ciertas partes del cuerpo, al tiempo que le repetía, algunas frases amorosa, como: ¡Cuánto te quiero amor mío, o: eres lo mejor, que me ha pasado en la vida!
Estos arrullos, hacían muy buen efecto en Francisco, que se sentía más romántico hacia ella y hasta le entraban fuertes deseos de poseerla de inmediato, pero ella lo refrenaba, diciéndole que se les iba a enfriar la cena y que posteriormente tendrían tiempo de retozar a la pata la llana, entre las sábanas de seda.
Entonces, se sinceraba cada vez más Francisco y cogiéndola de la cintura, la levantaba en vilo y la apretujaba, al tiempo que la besaba en el aire y le decía con resolución: es que no te puedo resistir ¡vida mía!
Mientras estuvieron cenando, sentados uno frente al otro, en actitud de solemnidad burguesa y sobre una mesa primorosamente preparada: Isabel –la niña-, empezó a exponerle todas las ideas que había fraguado durante el día, desde que volvieron de Vélez-Málaga, donde, como él ya sabía le habían dado positivo sus análisis de embarazo.
Mira ¡amor!, podíamos organizarnos, para que dentro de poco, yo me vaya a vivir a cualquier apartamentito, que busquemos en alquiler en Vélez-Málaga, en Antequera o cualquier otro sitio que tu dispongas y en el que te sea más fácil llegar y frecuentar, para vernos mejor.
De esa forma, podría pasar yo todo el embarazo, dar a luz y hasta estar unos días más, para el bebé creciera algo, para que no pareciera tan recién nacido o pudiera levantar habladurías entre el vecindario.
Luego podríamos decir que: lo hemos tomado en adopción de mi prima, que lo parió y lo dejó huérfano al momento.
Como nadie va a averiguar lo de mi prima, todo puede salir a pedir de boca y tú no te sentirías atado a mí por el matrimonio.
Otra cosa que podemos hacer: es irnos de este pueblo a otro lugar y buscar otras oportunidades, sin tener que darle explicaciones a nadie.
Mira ¡cariño!, le contestó abiertamente Francisco, no nos vamos a ninguna parte, ni tú debes andar preocupada por tu embarazo; a mí no me importa nada de lo que puedan decir la gente y mucho menos vamos a dejar el pueblo, porque: no tenemos que escondernos de nadie, ni de nada.
Debes entender bien: aquellos que nos quieran, habrán de demostrarlo con sus actos y nuestra aceptación y a los otros: que recelen o no nos muestren agrado, que se vayan a la mierda, de donde no debieron salir nunca.
¡Amor!: eso es lo que pienso y si tú estás de acuerdo conmigo, lo que debemos hacer: es preparar nuestro matrimonio, cuanto antes, pues agua pasada no mueve molino.
Bien sabes que te quiero y ahora con nuestro hijo en camino, llegaré a quererte mucho más si cabe.
Mientras yo viva y con tu ayuda y consejo, es muy posible que envejezcamos juntos y hasta vayamos a las bodas de nuestros nietos.
¿Qué te parece mi determinación, estás conmigo o tienes alguna objeción para que no nos podamos casar?
Si tú así lo sientes, estoy totalmente contigo, pero yo –tan sólo- lo decía: para que no te sintieras atado por este embarazo.
Tu embarazo, resulta ser para mí: el mayor orgullo que sentí a lo largo de toda mi vida y por estar embarazada de mí, hasta me siento más realizado, como hombre, a pesar de que tú me consideres muy joven.
Quizás, tu embarazo sea: como una bendición de Dios y nos la manda para que estemos recogidos bajo el manto de la Iglesia, con la celebración del Sacramento del Matrimonio; pues de esta forma andamos descarriados del rebaño de Cristo. ¡Mi niño!, ahora me estás sacando tu vena de monaguillo arrepentido y con ello me estás convenciendo; porque yo sé que me quieres y estoy completamente segura de quererte mientras viva.
No pensemos más en el asunto: sobre lo que tengamos que hacer, en fechas sucesivas, especialmente para evitar las habladurías de las gentes, cuando se enteren de que yo estoy embarazada y tomemos la determinación que más nos interesa a los dos: la de consagrar nuestra relación y casándonos, cuanto antes; ¿estás, totalmente de acuerdo en ello?; ¡sí!, -le contestó, con toda la autoridad que pudo y le daban sus precarios años-; pues entonces: mañana por la mañana voy a localizar al cura o al sacristán, para que nos anoten y hagan los trámites pertinentes, para que podamos celebrar nuestro casamiento, por la Iglesia, lo antes que sea posible.
También he pensado: que voy a hablarle a mi amiga Bárbara –la mujer del barbero- sobre lo nuestro; para que de corrido y por su boca, se lleguen a enterar todos los vecinos, que de seguro: irá corriendo a chismorrearlo con todas las que pille en sus andanzas y mucho más rápida se extenderá la noticia de nuestros amoríos, si llega a comentarlo con su marido Renato; pues desde la barbería, el tema impregnará como la gasolina: pero con ello, conseguiremos, que no tengamos que privarnos de salir a la calle juntos, podamos convivir juntos, sin tener reparos y hasta se terminarán todos los chismorreos, cuando nos hayamos casado por la Iglesia.
Cuando eso ocurra, nuestro bebé podrá crecer, sin ningún mal de ojo de las comadres, sin complejos ante la sociedad, llena de maldad, por naturaleza y nosotros seremos admirados por todos, ante la determinación y resolución, a la que hemos llegado, como consecuencia de tener un amor mutuo y sincero.
¿Francisco, tú estás de acuerdo conmigo, en que debemos coger al toro por los cuernos y dar el do de pecho, para que no nos vapuleen continuamente la sociedad malintencionada, que siempre está sirviendo de árbitro a nuestros actos.
¡Sí, así lo haremos!, puedes ponerte en marcha, que en todo lo que hagas voy a estar de acuerdo contigo y no sólo porque te admiro, en tu poder de resolución, que siempre adoptas, en los momentos difíciles , ¡eres admirable!, sino porque te amo cada día más y te aseguro, que siempre tendrás todo mi apoyo y la fuerza de mi decisión, para todo aquello que tú consideres beneficioso para los dos; además: si algún día se diera el caso, de que: tus resoluciones, nos llegarán a perjudicar, yo siempre estaré resuelto a ampararte y perjudicarme contigo.
Aún no sé: de los viajes que me esperan para mañana, pero si quieres, cuando vuelva de la casa de Domingo –el sereno-, puedo pasarme por aquí y acompañarte, si no hay mucha prisa en mi primer viaje, y te acompaño a la visita que tienes prevista hacer a la sacristía, para hablar juntos con el cura o el sacristán.
No hace falta y te lo agradezco, pero es mucho mejor que tú cumplas con tus obligaciones de trabajo, que yo me apaño bien con el tema de anunciar nuestros deseos de casarnos y además, nadie podrá poner reparos, si lo vamos encauzando de esa forma, porque es la más legal y la que no merece ningún reparo, por parte de la gente.
Cuando vuelvas de tu primer viaje, si te acercas a almorzar en la casa, o a la noche te contaré de todo y del cómo me ha ido en las gestiones.
¡Amor!, ¿tú tienes idea de convenirnos, alguna fecha especial para celebrar nuestro matrimonio?; lo digo por el hecho, de que: si me preguntan allí, para cuando queremos celebrar la boda, yo pueda decirle la que más te convenga a ti, pues yo no tengo, ningún reparo, ni obligaciones que cumplir con nadie, sólo vivo para ti exclusivamente y no tengo otras obligaciones que la de atender la casa, como tú bien sabes.
Francisco –el monaguillo mayor- le contestó plácidamente: igual me ocurre a mí, pues yo sólo voy a vivir siempre para tenerte a ti en mi punto de mira para siempre, tratando de hacerle la mujer más feliz de este mundo, aunque no te pueda dar riquezas, ni honores; pero sabes, desde que nos tratamos, que tú: eres la reina de mi vida y te llevo siempre presente en mi pensamiento, como la realidad de mi existencia.
Gracias, ¡mi amor!: me enorgullece ser tu mujer y estoy segura, de que si: siempre estamos unidos, seguiremos amándonos, cada vez con más intensidad y no habrá obstáculos que seamos capaces de vencer juntos.
Ya habían terminado de cenar y cómo siempre hacían desde que estaban conviviendo juntos; él la ayudaba a retirar los restos de la cena, mientras ella los guardaba, si había sobrado algo, en el frigorífico o si no necesitaban de frío, en el horno y cuando terminaba de lavar los platos y cubiertos, él se los secaba y los colocaba de canto, sobre el escurreplatos, que estaba situado, justo encima del fregadero.
Cuando acabaron de recoger todo, se sentaban, juntos en el sofá y ponían alguna música folklórica, donde siempre coincidían en gusto, al tiempo que se dedicaban a hacerse carantoñas, propias de dos fervientes enamorados.
En estos momentos era: cuando Francisco –el monaguillo mayor- manifestaba su fogosidad juvenil, propia de su edad y aprendiz de hombre adulto, mientras Isabel –la niña- lo disfrutaba placenteramente y algo más tímida y controladora de los impulso de macho ibérico, que él a toda costa siempre le demostraba, porque en el fondo de sus pensamientos, sabía lo que él sentía y deseaba y estaba semi alerta para complacerle en todo lo que él podía desear, sin necesidad de preguntarle nada al respecto. En la edad, crítica por la que atravesaba, , como muchas veces le llamaba con agrado; pero bien sabía ella, que desde hacía algún tiempo, que debía sustituir, lo antes posible, por la de o , en su vocabulario amoroso y empleadas, no con mucha frecuencia, pero sí: se le escapaban, muy a su sentir y más frecuentemente de las que ella deseaba, de una forma alternativa de llamarle, en tono cariñoso.
Sabía que tenía que darle el respeto y consideración de hombre, a pesar de no haber cumplido los veinte años; era muy importante que él se sintiera macho dominador, ella lo captaba bien, porque conocía todos los rasgos de su personalidad y hasta llegaba a pensar, en que le había moldeado mucho su conducta e incipiente afición a los prostíbulos: toda aquella tragedia observada con la muerte prematura de su primo Rafael –el chato-. En cierto momento de sinceridad amorosa, Francisco –el monaguillo mayor- había llegado a contarle sus incipientes andanzas con Margarita –la rubia- y ella se lo agradeció con el alma y nunca se lo tuvo en cuenta con toda sinceridad, pero le hizo prometer solemnemente, que no lo volvería a hacer nunca más, al menos mientras estuviese cohabitando con ella.
Le advirtió con severidad y muy encarecidamente, de todo lo que podía acarrear a sus vidas, un mal paso dado en ese sentido, y desde entonces redobló sus atenciones sexuales hacia él, si en ello era posible, para que nunca él sintiese la necesidad de probar otro coño, que no fuera el suyo y se prometió a sí misma, estar siempre bien atractiva y decorosamente a su disposición, para todo aquello que él deseara experimentar sexualmente.
Ni los temores de infidelidad, ni los celos, encontraron acogimiento en su mente, nunca se habían asentado en ella otras sospechas, que pudieran mermar su amor por él y en ello se empeñaba cada día desde que amanecía, con destreza y poniendo en marcha toda su personalidad.
Lo que no llegó a saber nunca Isabel –la niña-, fue, lo relativo: a la última estancia que realizó Francisco al burdel antequerano, cuando fue buscando a la que creyó ser, su chica de entonces Margarita –la rubia- y terminó yaciendo con la dolida, ardiente y experta Gabriela; aunque estuvo a punto de decírselo a Isabel –la niña-, cuando tuvo aquellos momentos de sinceridad amorosa e intimidad compartida, pero se retuvo el hecho, pensando con acierto y momentáneamente que: le haría mal en el futuro, para su relación con Isabel –la niña-.
Al contarle sus visitas a la primera putita, no dejaba de ser una niñería de afán sexual de un joven principiante, que quería probar el sexo, dejándose llevar de las tentaciones de los momentos peligrosos de la juventud; pero si le relataba que había vuelto a revolcarse con otra putita diferente, eso ya constituiría un hábito más peligros de erradicar y hasta podía haberse convertido en un vicio bien arraigado, difícil de corregir para ella.
De cualquier forma, estuvo muy pendiente de su muchacho en todos los momentos de sus primeras relaciones, lo observaba por todos los poros de su cuerpo, cuando yacían desnudos juntos, sobre las sábanas blancas, después de haber copulado hasta la saciedad y él se quedaba medio dormido por el cansancio, debido a todo el ejerció que había realizado.
No dejaba de observarlo, a escondidas de él, para que no llegase a sospechar nada de sus indagaciones visuales, pero la idea de haber podido contraer alguna enfermedad venérea: la martirizaba continuamente.
Sabía perfectamente, que le podía haber contagiado algo malo, (como le pasó a su difunto marido Pepico –el mango-); aquella putita, a la que él llamó Margarita –la rubia- y de la cual, posiblemente nunca se podrá saber su nombre, porque ella misma se lo cambió al llegar del pueblo y jamás le comentó a nadie el verdadero. Estaba muy alerta, observándolo en todas sus manifestaciones físicas, biológicas y sobre todo, tratando de averiguar si le salían las ronchas, características del chancro, y siempre que podía le miraba de cerca los ojos, tratando de alisarle las pestañas, de las que decía estar muy enamorada, porque parecían los abanicos que enfriaban su ardiente deseo.
Francisco –el monaguillo mayor- se dejaba enamorar de ella con total complacencia y orgulloso de su atención personal continúa; nunca sospechó, que ella lo hiciera muchas veces para observarle, cualquier rasgo, que pudiera denotar algún síntoma peligroso, a los, que ella: tenía verdadero pavor.
En la más reciente revisión que Don Luis le hizo en su consulta, no hacía más allá de seis meses, Isabel –la niña-, quiso informarse muy detalladamente de los síntomas que se solían presentar con la enfermedad que había contraído su difunto marido.
El médico, no se sorprendió de los deseos que ella tenía de informarse adecuadamente de la enfermedad, pues precisamente estaba yendo a las revisiones y observaciones, que él le había impuesto y le explicó de forma clara y contundente, sobre todo lo necesario y que debía saber ella –según su criterio- para estar con ojo avizor, para detectar cualquier síntoma, que pudiera observar.
A pesar de ello y de estar muy bien preparada para poder detectar, cualquier síntoma observado en Francisco –el monaguillo mayor-, no se sentía contenta y mucho menos satisfecha, por lo que, no paró, hasta conseguir que: Francisco, se hiciese unos análisis de sangre completos, en la segunda visita, que ella había programado hacer a su supuesta prima, que según contaron a Facundo: seguía encamada en el hospital de Vélez-Málaga; pero ella aprovechó la visita para someterse a una citología y revisión ginecológica completa; mientras Francisco –el monaguillo mayor- se sometía a los análisis de sangre, motivo primordial –según pensaba Isabel –la niña-, para hacer aquel viaje.
En aquél viaje, dejaron de vigilante del camión, al ayudante, cerca del hospital, mientras ambos visitaban a la supuesta hospitalizada y prima de Isabel –la niña-.
Tuvieron tiempo de completar y de que les entregasen los resultados de los análisis de sangre, la revisión citológica y el estado de gestación, como deseaban ardientemente; todo estaba muy bien, como habían previsto, sólo que: ella, se sintió obligada a duplicar la propina a las enfermeras, que eran las mismas encontradas en su primera visita al hospital, cuando llegó interesada en hacerse los análisis para saber: si era positivo o no su sospechado embarazo; ellas volvieron a comportarse nuevamente: con bastante celeridad, agrado y eficacia, con la pareja, en esta segunda ocasión y hasta reconocieron a Isabel –la niña-, sonriéndose entre si, porque ahora se habían percatado de: quien era el responsable del embarazo y para mayor sorpresa de ellas, resultaba ser un niño barbilampiño.
Buena suerte tuvieron la pareja de tortolitos, con la imperativa decisión que tomó Francisco –el monaguillo mayor- de terminar ante el altar, como solución optima para resolver el escándalo del embarazo de Isabel –la niña-, pues resultaba, muy comprometida tomar otra decisión cualquiera, como las apuntadas por -la niña- para resolverlo acertadamente: debido a que una de las enfermeras, que se encontraba en el hospital era la cuñada del barbero Renato –el pringue- (justo la hermana mayor de Bárbara), la mejor, la única e intima amiga de Isabel –la niña-.
Seguro que los acontecimientos hubieran sido otros, porque al primer encuentro que hubiese entre las dos hermanas, la mecha se hubiese prendido, hasta hacer saltar el escándalo, para mal de los dos amantes. Y hasta a punto estuvo, que se prendiera la mecha y saltara todo por los aires; porque a las pocas semanas, de haber realizado el segundo viaje juntos al hospital: murió el padre de las dos hermanas, en una aldea de las cercanías denominada Torrox, pero no llegaron a poder hablar de sus chismes, porque: como consecuencia de las desavenencias habidas, del esposo de Bárbara mujer del barbero Renato –el pringue-, con el marido de la enfermera y cuñado de ésta, cuando formaban inicialmente dos parejas de novios; ambos discutieron acaloradamente, por cuestiones de futbol y desde aquella ocasión estaban bastante distanciados e incluso, ninguno de ellos estuvo presente en las bodas de los otros.
El asunto, estaba tan enconado, que el barbero, trataba de eludir cualquier reunión con la familia de su esposa y mucho menos, cuando atisbaba, que podría estar presente su intransigente cuñado; por ello estuvo eludiendo asistir al duelo de su suegro, mientras pudo, pero ante la insistencia de Bárbara, finalmente tuvo que claudicar, para llevarla a Torrox, pocas horas antes de que se celebrara el sepelio. Pero seguro, que si la reunión de las hermanas, se hubiese producido, al amparo de otro cualquier acontecimiento, seguro que: ambas hubieran tenido ánimos y tiempo suficiente para comunicarse todos los acontecimientos de la zona; entre ellos las dos visitas, que su paisana y amiga Isabel –la niña-, había realizado al hospital de Vélez-Málaga, primero con motivo de enterarse de su embarazo y posteriormente acompañada de su amante Francisco –el monaguillo- que fue como acompañante la segunda vez, para hacerse unos análisis completos de sangre, seguramente relacionados con el propio estado.
Aquella noche, después de haber estado casi la hora completa escuchando la radio, ambos amantes, se calentaron tanto en el sofá, que rápidamente se metieron entre sábanas, para seguir con los pulsos pasados de revoluciones, hasta que completaron satisfactoriamente sus deseos.
La mañana se les vino, casi de inmediato y ambos saltaron de la cama, al unísono; Isabel –la niña- se ocupó rápidamente de prepararle un suculento desayuno a su Francisco –el monaguillo mayor-, mientras éste se daba una ligera ducha, que le despabilara lo suficiente, como para enterarse abiertamente de donde estaba y las obligaciones que le estaban esperando, con los minutos contados, para no incurrir en tardanzas o sospechas del patrón.
¡Nena! –le dijo Francisco, cuando apenas si había abierto el grifo en alcachofa de la ducha-: tengo mucha prisa esta mañana, voy a llegar tarde, para que Diego –el sereno- me dé las instrucciones del trabajo para este día y se pondrá impaciente con Facundo, expresándole la impaciencia.
Me tomaré un sorbo de café y saldré corriendo; a lo que le contestó Isabel –la niña- tienes que irte bien desayunado y no permitiré que me dejes a media el desayuno; bien sabes que un hombre bien comido, vale por dos, y tú; tienes que hacer muchos esfuerzos en tu tarea de todo el día.
Así, que si Diego –el sereno- te manifiesta algo en contra o te advierta de tu tardanza, le dices: que yo tardé mucho tiempo en abrirte la puerta de atrás, para que tú: pudieses sacar el camión de la cochera.
¡Bueno, como tú me mandes, amor mío!, que no estoy dispuesto a empezar el día, contradiciendo a la mujer más linda del Universo.
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