Antaño: situación pueblerina de la Alta Axarquía Malacitana (página 7)
Enviado por Francisco MOLINA INFANTE Molina Infante
¡Ole mi macho! le contestó ella: mientras ponía un plato con dos lascas de jamón ibérico –pasadas por la sartén, para que estuviesen más tiernas-, acercaba la canastilla del pan y empezaba a completar el gran tazón de loza blanca, con la mitad de café y la otra mitad de leche templada, como le gustaba a su Francisco. Seguidamente, le fortaleció mucho más su espíritu masculino, diciéndole al oído, cuando el llegaba a la altura de la silla y se disponía a sentarse, para consumir el desayuno, me encantan tus piropos mañaneros y me haces la mujer más feliz de la tierra.
"Cualquier observador, que hubiera podido estar junto a esta pareja, se maravillaría y hasta –tal vez- se contagiaría de la dulzura en el trato, que ambos se dispensaban; parecían empeñados continuamente en fortaleces sus lazos amorosos y los momentos de convivencia, como penitencia a no estar reconocidos como pareja ante la sociedad; pero esta situación actual, ellos habían decidido remediarla de inmediato y gracias al estado de buena esperanza, que ambos, sin pensarlo muy profundamente, se habían proporcionado".
Cuando terminó su desayuno, se vistió ayudado de su amante y después de despedirse efusivamente de Isabel, antes de que él pudiera entrar en la cabina del camión, ella te estaba abriendo el portón de cuatro hojas abisagradas, que se plegaban sobre sí misma, cada dos; mientras arrancó el motor y salió lentamente de la cochera para girar a la izquierda y enfilar la calle principal del pueblo.
No tardó, ni cinco minutos en estar aparcando el camión detrás del otro que había permanecido a la intemperie toda la noche, pegado a la fachada de la casa de Diego –el sereno-.
Efectivamente, allí estaban acomodados, alrededor de la mesa redonda, su ayudante Facundo, Ismael el otro ayudante (mayor y hermano de su propio ayudante) y el patrón, tomando unas tazas de chocolate espeso, frente a un plato rebosante de bizcochos azucarados, que de vez en cuando: mojaban en sus correspondientes tazas.
Después del consabido saludo de cada mañana, Diego –el sereno- invitó a Francisco –el monaguillo mayor- a tomar asiento, junto a la mesa, donde estaban desayunando, los tres –antes señalados-, al tiempo que le ofrecía tomar una tasa de chocolate espeso o de café, que también podía ser con leche; pero el recién llegado, declinó y agradeció el ofrecimiento, indicándole que ya había desayunado; a pesar de ello, la mujer de Domingo –el sereno-, que se llamaba Lucía, le colocó delante una mediana taza de café –recién hecho- porque sabía, que lo degustaría con agrado, como lo hacía siempre, mientras terminaban la reunión preparatoria del trabajo diario.
De la libreta, que tenía a un lado del mantel, justo enfrente del patrón, éste sacó una hoja, donde venían reflejados los datos exactos, sobre las tareas a desarrolla para esa fecha, al tiempo que entregó dos billetes de cien pesetas a Francisco, para echar gasoil en la gasolinera más cercana, que encontrase en su camino.
En esta ocasión –chofer y ayudante- tenían que recoger una carga de trigo de unos 5.000 kilogramos, que el dueño, tenía preparados en unos 60 sacos –de los de azúcar– y que les cogía de camino, cerca de la Venta de los Moriscos; la carga tenían que entregarla en un molino a las afueras de Vélez-Málaga y a la vuelta tendrían que cargar en una huerta cercana media carga de patatas nuevas, varias cajas de naranjas, otras de mandarina y el resto de limones, hasta completar la carga, que traerían directamente a dos almacenes mayoristas de un mismo dueño, pero establecido con dos sucursales, una en la localidad vecina de Casabermeja y el otro en la propia localidad de Ranemloc.
Por la tarde tendrían que cargar un porte completo de sacos de aceitunas, en los alrededores de la comarca denominada de la Mojeda y lo llevarían a la fábrica de la Breña, en los aledaños de Comares, pero bastante alejada de la población y con un camino, no consolidado y bastante peligroso, por la cantidad de baches y piedras sobresalientes que tenía el camino de llegada, en varios kilómetros.
Diego –el sereno-, le advirtió a Francisco –el monaguillo mayor- que si encontraba mucha dificultad para acercar la carga segunda al molino, la descargase en Los Ventorros de Comares, en la cochera de un familiar suyo, cuyos datos le proporcionó, junto con un planillo, que hizo detrás de la hoja, donde se reflejaba todo y agregó: el que manda las aceitunas, me ha asegurado, que la entrada desde los Ventorros, hasta el molino de la Breña, está bien para que pase el camión con la carga, porque lo acaban de arreglar, para que entren los camiones, turismos y tractores; pero te insisto –Francisco- si tu ves que corremos riesgos de romper alguna piezas, como alguno de los palieres, las varillas de la dirección o el cárter del aceite, ¡ni pases!: que luego vayan ellos con el tractor, que tienen, para bajarlas hasta el molino. Al poco salieron Francisco –el monaguillo- y Facundo, por ese orden, de la casa del patrón, para cumplimentar el trabajo asignado; no sin antes: agradecer a Lucía la atención dispensada hacia su persona, por la taza de café.
Mientras tanto, Isabel –la niña- se había vuelto a la cama, tan pronto como cerró por dentro el portón del garaje; aunque se sirvió un buen tazón de yerbaluisa, que se sirvió en dos minutos y se lo llevó a la mesita de noche, mientras se enfriaba un poco.
Se tapó hasta la coronilla con la sábana superior y cerró los ojos, hasta que consiguió relajarse completamente, como casi siempre hacía cada mañana, cuando se marchaba Francisco al trabajo.
Había cogido esa costumbre, desde su juventud, pues ella era la encargada de preparar los desayunos a sus padres y hermano (que en paz descansen), procuró mantenerla, durante su matrimonio con Pepico –el mango- y ahora lo necesitaba con más vehemencia, cuando gozaba de la compañía de Francisco –el monaguillo mayor-.
Le era muy relajante y a la vez se recuperaba completamente de todos los esfuerzos y situaciones de ejercicios físicos, que desarrollaba durante sus actividades sexuales, que eran muy frecuentes.
Al tiempo que: durante su relajamiento, en la penumbra, (que a esas horas de la mañana se formaba con las briznas de luz que se filtraban por las rendijas del ventanal acristalado del balcón saliente), mientras descansaba, su mente se volvía más cristalina y podía ordenar mucho mejor todas sus ideas y hasta los problemas más inhóspitos e inaccesibles, se le volvían mucho más fáciles de resolver.
Su mente se relajaba, hasta tal punto, que: últimamente y especialmente desde que comprobó, sin lugar a posibles dudas, que estaba embarazadísima –como en ocasiones se gritaba con fuerzas, pero no con las suficientes, como para que algunos vecinos, pudieran oírla- haciéndolo siempre: de la satisfacción que le brotaba desde el fondo de sus reaños y casi siempre cubierta de las sábanas o de alguna colcha.
Esos gritos de futura maternidad, la llenaban completamente de satisfacción interior y se complacía enormemente hablándole al feto y acariciando su piel abdominal en el sentido inverso al que llevan las manecillas de los relojes, porque en alguna ocasión su madre, le había advertido, de que era la mejor forma de darle masaje al vientre, casi siempre eficaz para evitar estancamientos; pero tenía que hacerse siempre alrededor del ombligo y siempre en sentido contrario a como funcionan los relojes, porque en el otro sentido, se llegaría a estancar mucho más los nudos, que se puedan formar con los alimentos.
Su madre, también le advirtió de que cuando se toma una taza o dos de yerbaluisa en ayunas, esta infusión es muy eficaz para purificar la sangre, corrige la diabetes, hace que los riñones se favorezcan mucho, porque sueltan los orines mucho más claros.
Ella llevaba -muy a raja tabla- todas las indicaciones y consejos que le había dado su madre y tan sólo transgredió, estando con Francisco, el de permitirle el acto sexual, estando con la menstruación y lo hizo por no contrariarlo o porque él tendría la oportunidad y excusa de fogar sus deseos con otra y eso la atemorizaba tanto, que a pesar de lo escrupulosa que ella era, para la higiene personal, lo consentía, tantas veces, como él se lo proponía; pero nunca se lo consintió a su primer marido Pepico –el mango-, al que ya ni quería nombrar y mucho menos recordar.
Estaba muy deseosa de poder llegar a sentir el movimiento del feto, dentro de su vientre y en sus caricias cotidianas al abdomen, siempre trataba de notar cualquier movimiento interno, aunque fuesen de ventosidades contenidas.
A estas alturas, hasta tenía asignado un nombre especial para su hijo si era varón: al que llamaría Francisco y el de Isabel María, si era una hembra; claro que siempre y cuando lo consintiera su Francisco, porque: nunca quería llevarle la contraria en nada.
La taza de yerbaluisa, llegó a enfriarse completamente, pero cuando se volcó y sentó sobre la cama, camino ya de levantarse, la vio y se la tomó, tal como estaba. Se le había consumido media mañana en su duerme vela; pero como no tenía ningún tipo de atosigamiento, ni la esperaba nadie: dio el tiempo por bien empleado, pensando con acierto, que ello, le hacía mucho bien a su bebé.
Francisco –el monaguillo mayor- y su ayudante Facundo, cargaron el camión de trigo, ayudados de dos obreros que había puesto el propietario de la mercancía, por lo que acabaron muy pronto con la carga y al tiempo, ambos obreros le pidieron al conductor, el favor de acercarlos hasta Ranemloc, cosa que hizo, sin ningún reproche.
Los cuatro volvieron a tomar un café ligero, en la propia Venta de los Moriscos, a los que quiso invitarle el obrero, que parecía de mayor edad y como iban muy bien de tiempo, Francisco –el monaguillo mayor- no puso ninguna objeción, todo lo contrario, les agradeció el detalle, pues parecían padre e hijo.
Durante el camino de ida, para recoger los sacos de trigo, el chofer, notó que su ayudante llevaba una pequeña carpetita de la mano, que situó en la guantera, pero no quiso decirle nada, porque todavía iba distraído pensando en lo bien que lo había pasado al lado de su amada Isabel –la niña- y hasta llevaba una amplia sonrisa, que le cogía de oreja a oreja y la llegó a notar su ayudante, porque le preguntó: ¿va usted muy contento y feliz esta mañana?, a lo que él no quiso contestar con explicaciones, que al otro no le incumban, por lo que se limitó a contestarle con un ¡sí!, pelado y mondado: pero ante la insistencia de Facundo, Francisco le contestó: es que ando medio enamorado de una mujer, pero me está dando calabazas , y no insistas en saber más porque: hasta que yo tenga algo positivo que contarte, no voy a decirte nada, y te aseguro que tú serás el primero en saberlo.
Con esta información sabía Francisco –el monaguillo mayor-, que su ayudante se quedaría tranquilo, aunque cada día le preguntaría: ¿qué; cómo van esos amores?, y él se limitaría a contestarle, con un: ¡igual!, o cuando se pusiese muy pesado: con un: ¡mi morena no me quiere!; a pesar de que Facundo le insistiese más, aunque llegase a enfadarse, por falta de comunicación: no estaba dispuesto a transigir, proporcionándole más información de la ya anunciada; por muy tenaz y fuerte que se hiciese con su interrogatorio; en definitiva: él no estaba dispuesto a darle más explicaciones al ayudante.
Aunque tan pronto, como consiguiese saber la fecha de los esponsales, que estaba gestionando su amada Isabel –la niña- precisamente en estos momentos: sería él el primero en enterarse de todo, como le había prometido.
Cuando dejaron a los dos obreros –que parecían padre e hijo- en las afueras del pueblo y empezaron la ligera bajada hacia Vélez-Málaga, fue Francisco –el monaguillo mayor- quien se adelantó en la conversación, para preguntar a Facundo: si la carpetilla azul que traía esa mañana contenía algunos versos más, como los que recitó ayer, a lo que el ayudante, contestó con un ¡efectivamente!, y los he echado, por si quieres que te lea algunos, que nos vaya sirviendo de entretenimiento, para pasar los camino.
Facundo, yo estaré encantado de oírte recitar de nuevo, ¡bueno Francisco!, pero después me tiene usted, que dar: su opinión sincera y no para alentarme, porque tenemos que viajar juntos muchos tramos y no quiero que tenga que aguantar, mis sandeces.
¡Así lo haré!, no pases cuidado.
Si quieres empieza con alguna de ellas y yo te diré mi parecer, sin tapujos. Francisco, encontraba en su ayudante una buena persona, como siempre le había demostrado, pero ahora que empezaba a conocer su buena vena poética, llegó a sentir algo de paternidad hacia él y su compañerismo se sintió más ampliado, hasta el punto que le rogó, se olvidase de dirigirse, con el de usted, cada vez que tenía que dirigirse directamente y que a partir de ahora, siempre le tenía que llamar por su nombre de pila: Francisco o por el diminutivo y más familiar de Paco.
Se lo agradezco, le contestó Facundo, pero es que me sale de dentro para todo el mundo, por costumbre, desde mi niñez. Bueno, voy a recitarse una alusiva al pueblo y que aquellos que han llegado a conocerla, les produce bastante agrado. Su título es: COLMENAR Y BUENAS NOCHES, y dice así:
EN LAS CURVAS DEL CONVENTO,
AL SUR DEL MATACALLAR:
VI LA MUERTE PLACENTERA
Y NO ME PUDO FRENAR.
DESDE SOLANO HASTA EL PUEBLO
O EN LA CUESTA DE VIVAR:
NO HUBO POR MAS INTRÉPIDO,
QUIEN ME PUDIESE GANAR.
SON TODOS LOS MOZOS, ASÍ:
TODOS DE ARMAS TOMAR,
QUE CUANDO PONEN EMPEÑO:
NINGUNO SE QUEDA ATRAS.
AL GAÑAN PARIENTE DIEGO,
YO LO HE VISTO DE TUMBAR:
DE UN PUÑETAZO A UNA MULA:
TAN SOLO POR RESPINGAR.
AGAPITO, EL DE LA MOJEA;
CON LA ARROBA HORIZONTAL:
IR SIRVIENDO DE BUEN VINO,
EN VELATORIO A PASCUAL.
HUBO POR LOS ALEDAÑOS
UN ESTUPENDO HIGUERAL
DE BREVAS, COMO MAZORCAS,
QUE CONTRATO EL TIO JUAN.
TAN SOLO PARA SU DESAYUNO,
CON AGUARDIENTE Y BUEN PAN;
MAS, LLEGARON LAS BLANDURAS:
-FUE POR JUNIO O POCO MÁS-:
SE MADURABAN DE GOLPE
Y NO SE DEJABA UNA ATRAS.
ATAULFO, EL DE LOS CANDILES…,
QUE POR UN CIGARRO PURO:
MARCO UN HITO DE ENMARCAR:
ATANDO A SU LARGO PENE
UN BOTIJO DE TRILLAR;
GANO CON DOCE GOLPES
A SU OMBLIGO, EN ALZAR.
MIRA: ¡SI..,! SOMOS DE MULOS
-LOS MOZOS DE COLMENAR-,
QUE CUANDO ARRIEROS FUIMOS:
EN LA VENTA DEL PALMAR,
-SI LLEGABAN FORASTEROS-
LO PRIMERO EN PREGUNTAR:
¿HAY GENTE COLMENAREÑA?
Y SI EL POSADERO ASENTIA:
NO SE PARABAN UN SEGUNDO;
QUE DABAN LAS BUENAS NOCHES
Y NO PARABAN DE ANDAR.
Oye Facundo, sabes que estás hecho un gran poeta y además es muy bonita y describe muy fielmente, las hazañas que todos conocemos, por lo menos de oídas. Me encanta, cómo escribes todas esas cosas tan bonitas, porque me imagino que tú no tienes muchos estudios. Efectivamente, no he tenido mucha oportunidad de ir a la escuela, pero sí que he leído mucho y mis padres nos tenían puesto un buen maestro, que recorría los campos, dando clases, sólo tenía un gran defecto y era que le gustaba mucho el vino y en una de sus borracheras, terminó una noche cayéndose en un cahorro de donde lo sacaron muerto al día siguiente, cuando se dieron cuenta algunos vecinos, al avisarle otro que pasaba en un mulo por el camino. Tengo otra muy alusiva a nuestra comarca, que si quieres te la recito también. ¡Sí, por favor, recítala. Pues esta se titula: EL ORO VERDE y dice así:
¡AY DE MIS VERDES RAMAS..!.
YO QUE NACÍ PALOMA
Y EL PEDREGAL ME ENGALANA,
COMO ESBELTA GAVIOTA…
POR VERDES RAMAS NACÍ,
EN PEDRERAS ME MATARON,
PALOMA AL POZO CAÍ
Y DEL POZO ME SACARON,
PARA A TU MESA SERVIR…
SIN AGUA, UN TIEMPO FUI:
LA RAMERA QUE SE EMPAÑA
CON EL VISCOSO ALPECHÍN,
POR LOS CAMPOS DE MI ESPAÑA.
MECIDA EN MI CUBRIL,
NO FALTO LUZ EN MI CAMA
Y EN EL INVIERNO SUFRÍ
EL MARTIRIO QUE ME GANA…
SIENDO CRISALIDA AL FIN:
POR TODAS LAS PRIMAVERAS,
PARA LLEVARME A TU VERA
¡VIRGEN HASTA EL MORIR!…
Esa poesía me recuerda algo que conozco o: la he escuchado antes; pero me parece que es un acertijo, porque eso que dices del alpechín, me suena a los molinos o a los sacos de aceitunas, que sueltan ese líquido negro. Tienes en parte razón Francisco, porque en ella me refiero al aceite, que sale de la aceituna y al machacarlas en el molino, sueltan el viscoso alpechín. De esta guisa: iban transcurriendo todos los días, durante el tiempo laboral que estaban juntos el chofer y el ayudante, por las carreteras, de muy mal piso y curvas bastante cerradas y con poca visibilidad de la zona alta axarqueña y del sur de la provincia de Granada; los transportes que hacían entre las zonas productivas agrícolas y las más grande poblaciones, limitaba la actividad de entonces; pero el espíritu emprendedor iba lentamente floreciendo entre los más jóvenes, mientras la resignación extendía sus tentáculos dolorosos y parsimoniosos entre los más adultos, por entender algo más sobre la enfermedad, que había atenazado a las ilusiones y mantenía firme en la cama a su madre la libertad. Algunos chavales de entonces, no llegaban a sentir sobre sus carnes el peso de un desprestigio, bastantes veces renovado por los acontecimientos políticos anteriores, que finalmente degeneró: en un estado laico semejante a la capa externa estercolar de cualquier pudridero de inmundicias, pero latente para fraguar sus putrefactos gases, sobre la sabia virgen que aún no había llegado.
Isabel –la niña- se arregló aquella mañana con todo esmero y hasta se colocó sus mejores prendas: encima de su recién estrenada faja y al cabo de una hora de haber desayunado con lentitud y muy adecuadamente: salió de su casa, en dirección a la iglesia local, donde esperaba encontrar al cura o al sacristán para comunicarle, a cualquiera de ellos, sus deseos de iniciar los trámites necesarios para llegar a contraer matrimonio con su bien amado Francisco –el monaguillo. Por el camino, se encontró a la mujer de su lejano vecino y comprador del camión de su ex marido Domingo –el sereno-. ¡Hola Lucía!, le dirigió Isabel –la niña- a forma de saludo, cuando llegó a su altura, en el cruce, que irremediablemente se tenía que producir, por llevar direcciones opuestas, cuando iban avanzando, dentro de la calle donde estaba situada la propia barbería de su otra amiga, más reciente Bárbara. Al encuentro de ambas, se pararon, casi enfrente de la fachada de la barbería y después del consabido diálogo, recordando los acontecimientos más recientes y de preguntar por algunos de los familiares y la situación de salud de éstos, que lamentablemente en el caso de Isabel –la niña- ya no existían –vivos que su amiga conociera-; pero, sin embargo, cargo todo su interés en ella y en preguntarle: sobre su situación y en como llevaba su viudedad, al tiempo que le ensalzaba por su excelente apariencia y a donde se dirigía tan compuesta, a cuya pregunta, tuvo que mentirle y le dijo: que iba de compras al almacén de confección del mercado, porque quería comprar algunos ovillos de lana para hacerse una bufanda y un yérsey, para además de estar algo entretenida, poder paliar el frío del próximo invierno. En esto estaban, las dos antiguas amigas, cuando se asomó a la puerta Bárbara –la mujer de Renato –el pringue-, que se llevó una gran sorpresa, al ver a sus dos mejores amigas, casi al ladito de su casa y aunque no quiso salir para recibirlas y saludarlas, porque no estaba bien acicalada para ello –según su exigente parecer-: empezó a sisearles, hasta que ella se percataron, quién era la persona que les llamaba la atención con sus siseos; cuando se percataron, ambas al unísono se acercaron hasta donde ella estaba, justo en la misma puerta principal de su casa, al lado de la barbería de su marido y aunque Bárbara tuvo que llamarlas, haciéndoles gestos con la mano, de que se acercasen, las dos –Lucía la mujer de Diego –el sereno- e Isabel –la niña-, iban medio distraídas y parsimoniosas andando lentamente hacia donde estaba su otra amiga Bárbara, que cada vez insistía más para que llegaran pronto a su escalón, porque seguía pensando que alguien además, la podía ver toda desgreñada y poco vistosa; podía entrar o salir algún cliente de la barbería y no deseaba tener esa apariencia, tan negativa. Cuando las dos llegaron al filo de su escalón, las hizo pasar dentro de la casa, con la excusa de darles una tacita de café recién hecho: ¡pasad, pasad: les decía y no quedaros en el escalón, que se me está viendo el plumero de lo mal arreglada que estoy esta mañana. Isabel –la niña- le dijo, algo azarada: No tengo mucho tiempo, he salido un momento, para ir a comprar unas madejas de lana, para entretenerme en mis ratos libres, como le acabo de decir a Lucía, me quiero hacer una bufanda y un jersey, para el invierno que viene; así mataré mi soledad y sacaré provecho de la habilidad que tenía antes, para la confección con las madejas de lanillas. La tal lucía, también quiso excusarse del poco tiempo que tenía de pararse a la plática, porque había ido al mercado a comprar algo de pescado y tenía que prepararlo pronto, porque quería ponerlo en el almuerzo y se justificó en ello, asegurando: que a su Domingo, le gustaba mucho el pescado frito con la ensalada de lechuga y pequeños sorbos de gazpacho; había comprado unos boquerones victorianos, que estaban ¡la mar de frescos! Eso mismo le gusta mucho a Renato y después que nos hayamos tomado el cafelito, me voy a arreglar un poco para acercarme y ver: si quedan de esos boquerones, para traerme unos pocos, para preparárselos a mi marido. ¡Sí debes hacerlo!, porque además hoy están muy baratos -le dijo nuevamente Lucía-. Sólo un momento me puedo quedar, le volvió a repetir la tal Lucía; porque llevo bastante prisa, pues tengo toda la casa revuelta y todas las labores por hacer. Pero si es sólo un momento –dijo Bárbara- sólo mientras nos tomamos una tacita de café juntas, es que: ¿quizás no nos la merecemos? Bueno está bien, consintió Isabel –la niña-, mientras Lucía, conminó: ¡será sólo un momento!, que yo, no puedo perder mucho tiempo esta mañana, porque: ¡si no! Domingo se va a enfadar conmigo. Efectivamente: Bárbara tardó muy poco tiempo en tener las tres tacitas de café aún humeantes sobre la mesa redonda de su cocina. Era la zona más distante de la habitación delantera de la casa, donde su marido tenía instalada la barbería y muy difícilmente podía escuchar la conversación, que ellas mantenían, siempre chismorreando, sobre los acontecimientos del pueblo; pero que ella se cuidaba mucho de que su macho- el barbero-, ni siquiera sospechara alguna vez, que a ella la consideraban una de las mujeres más chismosa del pueblo, quizás debido a que siempre tenía las noticias de todos los acontecimientos de primera mano; es decir: de boca de su marido, que por creerla muy sensata y hogareña, le confiaba todas las noticias que se explicaban o se comentaban en la barbería. Esta barbería de Renato –el pringue-, venia a ser, como el periódico local, que nunca existió en la localidad. Y era la barbería, el refugio de muchas de las penas, los desdenes, los desengaños y hasta el arcón de los cornúpetas locales, porque dentro de sus cuatro paredes del recinto, los clientes, se sentían importantes y a salvo de los avatares de la sociedad, que todos componían y, esto era posible, porque –el pringue- desde que empezó de aprendiz de su padre, siempre mantuvo un mutismo sepulcral, ante todas las noticias que traían o llevaban la clientela; cualquiera tenía que expresarle abiertamente que deseaba su parecer para opinar, sobre cualquier asunto, para que él: llegase a pronunciarse al respecto y siempre que lo hacía, procuraba favorecer hipócritamente la misma opinión o expresiones que decía el cliente. Lucía –la mujer de Diego el sereno- abrió el diálogo de las tres y, dirigiéndose abiertamente a su amiga Isabel –la niña-, en la que venía reparando la vista: muy agradablemente, desde que la cruzó en la calle, le dijo abiertamente: Isabel, tú debieras dejarte ver mucho más de lo que lo haces, ya pasaste ampliamente el periodo de luto, que se debe hacer al marido muerto y aprovechar tu belleza, que aún es mucha, y rehacer tu vida nuevamente, al lado de un hombre que te respete y aprecie tus muchas cualidades; pero si te enclaustra en tu casa, difícilmente querrá nadie acercarse a una viuda bonita y hacendosa, como tú. A lo que le contestó Isabel –la niña-: no tengo muchas ganas de salir: ¿y a donde?, no estaría bien que yo me placease como una quinceña; además para encontrar otro hombre parecido o peor del que tuve, que por poco me arruina hasta la salud ¡menos mal que no me contagió su enfermedad!, pero he tenido que estar yendo por la consulta de Don Luis más de dos años, haciéndome análisis, que tardaba en tener los resultado, porque los tenían que analizar en la capital y que costaban una fortuna; tuve mucha suerte, porque no me la contagió, pero vosotras: no os podéis, ni imaginar las horas de angustias, que yo llevo sufridas en mi enclaustramiento, aparte del dineral que se me fue en confirmar hasta la saciedad, que el dichoso –Pepico el mango- no me dejó tarada para toda mi vida, con sus dichosas juergas, por todos los prostíbulos de la comarca. No, ¡mi hija!, yo no estoy dispuesta a sufrir otro percance o similar situación y cómo sabéis todos los hombres, o la mayoría de este pueblo, cuando no son unos borrachos, son putañeros desde la juventud y en muchas circunstancias las dos cosas a la vez. Debe haber muchos más que el mío, bajo tierra, como consecuencia de sus malas andanzas, por esos terrenos prohibidos. Tienes razón –le decían de cuando en cuando- al tiempo que: le iban consintiendo, las dos amigas, moviendo sus respectivas cabezas, en sentido afirmativo, cuando ella se iba expresando en los términos anteriores; pero cuando acabó de soltar su opinión a la pregunta y consejo de su amiga –Lucia-, la otra amiga –Bárbara- la conminó, a que: hiciese una listita privada, donde anotase los nombre de aquellos, que ella creyera interesantes y, con ellos: fuese haciendo una selección especial, de acuerdo a su gusto personal, hasta conseguir ¿cual de ellos, le merecía la pena atrapar?; pues como sabemos todas –dijo- en un tono, algo triunfalista: los hombres, son como los ratones, cuando huelen el queso, caen como moscardones en la miel. Ligeramente se azararon, las dos oyentes, pero pronto las calló Isabel –la niña-, cuando les expresó su parecer personal al respecto, de esta forma: mirad amigas, el calvario, sólo debe pasarse una vez, como hizo Jesucristo, pero no me pidáis o aconsejéis, que voluntariamente, comience a llevar una nueva cruz, porque eso no hay humano que lo pueda hacer. Creo que vosotras no me queréis como buena amiga y sólo pretendéis que yo caiga nuevamente en el suplicio del matrimonio, que ata con más intensidad que un collar con cuerda a un perro. "El buey sólo bien se lame", dice el buen refrán y a mí vida están llegando continuamente refranes como ese, para quitarme de la cabeza, algunos ratos de placer; claro está, que para ser muy sincera con vosotras: en muchas ocasiones, la soledad, es muy mala compañera y hay ocasiones, en las que: una querría estar atrapada por las manos de un gañán, torpe y bruto; que fuese capaz de sacarla de esta somnolencia continua en la que vive, llena de tanta monotonía, de tanto desencanto y enarbolándola entre sus garras, llegase a sentirse triunfante y poderoso, como el King Kong de la película; pero esa breva, no le llegará nunca a una viuda soñadora, pueblerina y desgraciada como yo. No digas tonterías -le dijo Lucía- porque, ni tú eres una desgraciada, ni pueblerina, pues ya quisieran muchas mujeres de la ciudad, acercarse a imitar tus gustos, para vestir bien, para componerse como una rosa y sobre toda a saber llevar bien la casa para un pobre o la de un rico, resaltando y engrandeciendo su fortuna. En cuánto a lo de soñadora, todas lo somos un poco y no dudo, que tú: debes tener más tiempo que nosotras, para alimentar tus sueños, pero debes: plantarte en la realidad del momento y aprovechar todas las oportunidades, que te de la vida, para ser feliz y hazlo, tan pronto como te llegue la ocasión; porque también s suele decir, que: las ocasiones, las pintan calvas, por lo escasas que son y sobre todo que las aguas pasadas, ya no moverán el molino. ¡Hazme caso amiga, no te abandones al olvido, que aún tienes mucha vida por delante y muchos momentos por gozar! Se estaba envalentonando Lucía y no menos Bárbara, cuando, casi resoplando le dijo: mira Isabel, si no estuviese en tu pellejo, me echaba al mundo por montera y no dejaba escapar una verga, que no fuese la del municipal del pueblo; pero aquella que a mí me agradaran, me las llevaba por delante, dijeran lo que dijeran los demás. No digas esas cosas, le conminó –Lucía-, que vas a meter a nuestra amiga Isabel en un pozo sin fondo, donde no verá más la luz del sol. Esos extremos no llevan a la mujer a ningún buen fin. Ella lo que debe hacer, es: acechar a aquel, que más le pueda interesar, para convivir feliz y no dejarlo escapar, aunque tenga que hacer un mediano apaño y si se tiene que sentir atada de nuevo, con un buen garañón; seguro que cada vez que la haga traspasar los siete cielos de Marte, le compensará por todos los malos ratos que pueda darle. La vida sólo se vive una vez y es necesario aprovecharla bien: llenándola de magníficos momentos y vosotras sabéis, que los mejores momentos se presentan, cuando tratamos de romper el catre. Tanto Isabel –la niña-, como Bárbara: soltaron sendas carcajadas, que a punto estuvo de atraer la atención de Renato –el pringue-, que: a no ser, porque confundió las carcajadas de ellas, con el sumidero del fregadero de los platos, cuando está terminando de absorber toda el agua, parece gorgojear, como lo estaban haciendo ellas, en su imprevisora continencia. Bien amigas, se hará lo que se pueda, os lo garantizo, pero ahora me tengo que marchar; también se levantó de la silla, la otra amiga, mujer de Domingo –el sastre- mientras Bárbara, trataba inútilmente de retenerlas, para que se tomaran otra tacita de café. ¡Dale nuestros saludos a tu marido! y perdona, que te hayamos interrumpido, tanto tiempo. Ambas salieron por distintas direcciones, pues también ambas la traían antes de cruzarse, poco antes de llegar a la altura de la casa de Bárbara. Poco antes de salir Isabel –la niña- su amiga Bárbara, le dijo, que posiblemente iría a verla dos días después, pues quería que le enseñara a hacer, la receta del bizcocho, que le llevó para el día de su cumpleaños pasado. Bueno, allí en la casa te espero; ¿sobre qué hora irás?, le preguntó, mirando hacia atrás, pues ya enfilaba la calle en dirección al mercado; hasta después del almuerzo, no me esperes: creo que sobre las cinco de la tarde, estaré llegando. ¡Bueno, te estaré esperando Bárbara! Luisa, se marchó rápidamente para hacer las labores de su casa, al tiempo que preparaba el almuerzo para su marido Diego –el sereno- e Ismael, que llegarían del Romo, cargados para llevar un cargamento de almendras partidas a Málaga y hasta posiblemente llegaría Facundo, aunque éste era más inseguro, porque la mayoría de los días comía por las ventas del camino en compañía de su chofer Francisco –el monaguillo mayor- como todo el mundo le conocía, desde que estuvo ejerciendo tal actividad, hacía algún tiempo. Mientras tanto, Isabel –la niña- se pasó directamente por la iglesia, tratando de localizar a Don Antonio o al sacristán Agapito. La iglesia estaba abierta y las mujeres mayores estaban –tres de ellas- dedicadas a embellecer el altar mayor, otras dos limpiaban el polvo, con sendos trapos de gamuza, cuatro más de ellas estaban terminando, por la punta de la nave central, de barrer con escobas de palma y dos, de las mas dispuestas y jóvenes, estaban fregando y ordenando los bancos, para dejarlos listos, en la víspera de la celebración de la Santa Misa, que tendría lugar después del toque del Ángelus. Cuando Isabel –la niña- vio que el confesionario estaba ocupado por Don Antonio, que estaba confesando a una de las mujeres mayores, a las que vulgarmente se las denominaba, como las beatonas, por estar: muy frecuentemente en la iglesia y ocuparse de su adecentamiento.; ella se arrodilló frente al confesionario y esperó a que terminara de confesarse la que estaba, arrodillada delante de la rejilla derecha; mientras tanto rezó: un Padre Nuestro, dos Avemaría y un Gloria y se signó, se levantó y avanzó en dirección a hacer cola para confesarse, tan pronto se levantara del sitio, la que estaba; además de esta forma hizo, acto de presencia delante del sacerdote, para que éste pudiese entender, que ella también quería confesarse. Tardó poco en tocarle su turno y se arrodilló delante de la rejilla, que daba acceso fácilmente a la conversación, en tono bajo, con el sacerdote. ¡Ave María Purísima–dijo-, a su llegada, como era costumbre en estos casos; cuando le contestó el sacerdote ¡sin pecado concebida!, ella le expresó el tiempo aproximadamente, que llevaba desde la última confesión, a lo que el sacerdote, le indicó correctivamente: llevas mucho tiempo sin hacerlo ¡hija!, siempre debes procurar estar en estado de gracia, porque la muerte nos puede sorprender, en el momento, que menos la esperemos y lo habremos perdido todo; ¡sí, padre!, contestaba ella sin la más mínima rebeldía. Padre me confieso con gran vergüenza por mis creencias, de que estoy conviviendo en pecado mortal, con un chico soltero y yo soy viuda; pero es que le quiero tanto, que soy incapaz de dar marcha atrás y ambos pretendemos casarnos, lo antes posible, porque espero un hijo de este hombre. Bueno hija, todo tiene cabida en el seno del Señor, si nos dirigimos a él con amor; nuestros actos, siempre tienen que estar bendecidos por sus Santos Sacramentos y aunque habéis ido adelantando acontecimientos, con lo de convivir juntos; creo que a los ojos de Dios seréis bendecidos y vuestro hijos, concebido en pecado, pero fruto de vuestro amor, también será bien venido, porque Dios sabe que somos mortales y nos comprende en nuestras faltas y hasta nos las perdona, cuando llegamos a Él con sincero arrepentimiento y un fuerte propósito de enmienda. ¿Y el padre de tu esperado hijo, está de acuerdo con casarse pronto? ¡Si padre!, el es quien, me lo ha propuesto, como la mejor medida, para nuestro futuro. ¡El tiene razón! Y podemos saber: quien es el hombre de tus preocupaciones. Entonces Isabel –la niña- se quedó unos instantes pensativa, por la vergüenza terrenal que sentía de descubrirlo; pero finalmente superó su dubitación y lo dijo. ¡Es Francisco el que fue monaguillo, no hace tanto tiempo aquí, que ahora está de chofer, llevando el camión nuevo de Diego –el sereno-. El sacerdote, se quedó unos instantes perplejo, al oír el nombre del que había seducido a la viuda y aunque como hombre humano, sintió un poco de ira; como pastor divino, se resignó ante los designios de la Divina Providencia y volvió a situarse, en el delicado papel que ejercía dentro del confesionario. ¡No te azares, hija!, que no existe acto sobre la tierra que no sea conocido en todo momento, por Nuestro Padre Celestial, pero no por ello es aprobado por él, por ello, con la mayor premura que podáis hacerlo, debéis contraer matrimonio. Nosotros estamos de acuerdo en casarnos, cuanto antes se pueda, por eso, deseo además que usted mismo, nos pueda fijar la fecha, porque los preparativos, no serán mucho; pues seguiremos viviendo en mi casa y él seguirá con su trabajo. Ahora después te vas a la sacristía y si no está allí el sacristán, le esperas a que llegue, yo trataré de hablar con él para que os de una fecha cercana, en todo lo posible y santifiquéis vuestra unión. No podrá comulgar, hasta que abracéis juntos el Sacramento del Matrimonio, porque pienso que tu propósito de enmienda de inmediato, se te va a hacer muy difícil de cumplir, pero piensa ¡hija mía: que mientras nos os unáis en matrimonio por la Iglesia, cada vez que yazcáis juntos estaréis cometiendo pecados mortales y os estaréis alejando de Dios y de su Iglesia. Posterior, le impuso el sacerdote una penitencia: la de asistir tres días seguidos a rezar el rosario y la absolvió, bendiciéndola, al tiempo que le hacía la señal de la cruz con la mano derecha y le daba a besar la estola. Isabel –la niña- se levantó y caminó, lo más cerca de la sacristía, donde se arrodilló y volvió a rezar un Padre Nuestro, dos Ave María y un Gloria. Cuando acabó, se dirigió a la sacristía, para exponerle a Agapito –que, en esos momentos, estaba sacando unos ropajes eclesiásticos del arcón de madera– y al verle le dijo: pasa, pasa: ¿dime lo que deseas?; ella le comentó lo que había estado hablando (sobre su boda, a la entrada de la iglesia) con Don Antonio –el cura- para fijar la fecha de su boda, con Francisco –el monaguillo- y Don Antonio, le había dicho, que viniese a hablar con usted, para fijar la fecha más cercana posible como usted ve: aquí estoy, porque queremos casarnos lo antes posible. ¿Tantas prisas tenéis en casaros?, le medio objetó Agapito –el sacristán-, ¡si, que la tenemos!, porque nos queremos mucho y además, nos acabamos de enterar de que estoy embarazada. Si nos pone usted una buena fecha, hasta es muy posible que no se levante un escándalo en nuestra contra; pero de todas formas vamos a casarnos, les guste a la gente o no. Eso está muy bien y te alabo el gusto por Francisco –el monaguillo mayor- no es tan mala persona, como otros que yo bien me conozco.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |