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La arboleda


Partes: 1, 2

  1. Muerte en la arboleda
  2. El fantasma de la arboleda
  3. Confucio para un gallego
  4. ¡Vaya suerte!

edu.red

Muerte en la arboleda

-Gallego, sírvame un trago de ron Bacardí.

Dijo Indalecio con tono imperativo dirigiéndose al gallego Robustiano en la bodega de éste a las afueras del pueblo, después de amarrar la yegua pinta que montaba en una argolla de bronce en el portal de la tienda. Se trataba de un guajiro que tenía una finca cercana con dos caballerías de caña, además de frutales y alguna cría de animales.

-Sí, y no me aleje la botella, que hoy cobré el diferencial de la zafra pasada (esto es, un cobro adicional por la venta de caña de acuerdo a los precios que alcanzaba el azúcar en el mercado internacional, sí superaba los cálculos preliminares).

El gallego solícito y obediente le sirvió el trago y le dijo:

-¡Vaya felicidades Don Indalecio! – y se alejó a atender otros clientes.

A poco se desmontó de su caballo blanco cenizo otro guajiro con barba sin afeitar de tres días y amarró la bestia a otra anilla del portal de la tienda.

-¡Ah, venga Emiliano!, que lo invito a un trago, que suerte verlo pues usted no sale de sus montes. – Dijo Indalecio en voz alta.

En efecto, Emiliano vivía a más de cuatro leguas de allí y por eso iba al pueblo justo lo necesario.

-¿Qué vamos ha hacer Indalecio, si ahí es donde tengo la tierrita? Lo voy a tomar con gusto, pero después invito yo. – dijo Emiliano.

-Gallego no se me arremolone y sírvale un trago a mi compadre. – Ordenó Indalecio y después prosiguió como en voz baja -No se enteró lo que pasó en la arboleda el domingo.

-He oído algo con relación a Estanislao pero no se si será verdad.

-Pues lo madrugaron el domingo cuando venía de la valla de gallos y dicen que llevaba mucha plata.

-¿Y cómo fue?

-En el medio de la arboleda, le dieron dos fotutazos en el pecho, uno lo mató directo en el corazón, según me dijo el cabo Manrique, que hoy estuvo de mañana en la finca, como siempre a buscar su puerquito pa la navidad, pero el muy cabrón vino con otro guardia más, el nuevo que reclutaron el mes pasado y tuve que darle a este un guanajito, y mira que se lo he dicho al Cabo, que venga solo, pero me dijo que era para que el soldao aprendiera el negocio y supiera donde vivían los amigos.

-Venga otro trago gallego, que ahora invito yo, dijo Emiliano después de apurar la línea de ron y limpiarse los labios con el puño de su sudada camisa.

Y así siguieron hablando desenfadamente entre tragos rápidos, de un ron que aunque "bautizado" (adulterado) no había perdido su espíritu.

A poco Indalecio no paraba de hablar, Emiliano lo escuchaba con atención y el gallego parecía entretenido en otra cosa.

-Pues sí mi compadre, lo madrugaron y lo enterraron el mismo lunes para evitar pleitos alrededor, y ahora la viuda, Amparo no cesa de llorar y de llorar y mira que este sinvergüenza, bueno ya no tanto porque está muerto, la maltrataba y la tenía como un trapo, abandonada en la casa de la finca mientras iba de guajira en guajira por todos lados. Sí, usted lo sabe, el tipo era de pico fácil y que yo le conozca tenía una novia en San Jerónimo y otra en la Porfuerza y dicen que también por Céspedes y en Piedrecitas y por aquí se le cuenta algo, así que con tanto faldeo cualquiera se lo podía cargar.

-Cuénteme, siga contando, Indalecio, ya que usted sabe que vivo solo en la finca y por allí no pasa ni un alma, ni siquiera la rural, pues dice que se le cansan los caballos y que pierden el día solo por venir a verme, aunque la realidad es que tienen poco que agarrar por allá, salvo en la cosecha del arroz, pero ahora prefieren esperar su saquito en el molino

-Según dicen, el domingo, después de la pelea de gallos estuvo tomando hasta tarde, ya que había llevado cuatro finos bravos y peleó tres que ganó con fuertes apuestas, sobretodo el último, con el famoso giro, en que se llevó una fortuna, pues ese día Apolinar el dueño de la finca la Esmeralda apostó duro y perdió hasta la camisa. Después dijo que Estanislao había hecho trampa, que el gallo estaba untao y cosas semejantes y si no intervienen los galleros hubiera corrido la sangre pues ya habían desenvainado los machetes. Por eso a este lo tienen preso como sospechoso, también a Don Ambrosio, el padre de Amparo, la viuda, y hay otros dos en los calabozos del cuartel: Eleuterio y Severino, y si no hay más es porque hay poca capacidad en el cuartel pues al Estanislao mucha gente se la tenía jurá.

-Y esta gente ¿por qué está presa?

-Bueno, lo de Don Ambrosio usted lo conoce, le llevó la muchachita aun sin florecer una noche y después no se quería quedar con ella diciendo que no era señorita y otras cosas que no se hablan de las mujeres, hasta que el viejo y sus dos muchachotes, muy fuertes por cierto, lo esperaron un día al salir de la arboleda y le dieron una buena paliza, que lo hizo reflexionar y cumplir con la palabra dada a la guajira, aunque duerme más veces fuera que en su finca.

-El mismo domingo Amparito se fue llorando hasta su casa porque el Estalisnao le había dado un montón de golpes, dicen que tiene moretones por toas partes, a pesar que está preña y el viejo salió a buscarlo pero no pudo encontrarlo porque él estaba en la valla de gallos, y usted sabe el genio que se gasta don Ambrosio, y por eso lo tienen preso.

-En cuanto a Eleuterio – prosiguió Indalecio – también se la tenia jurá pues él era novio con permiso de Amparo antes que Estanislao se la llevara y ya había preparado hasta la cobija del rancho para llevársela, pero este ultimo la palabreo bien, le hizo muchas promesas, incluso la de montarle casa en el pueblo y la infeliz se lo creyó. Eso fue en la pasada fiesta de la colonia del Carmen, a la que no pudo ir el novio que estaba lejos, por Sibanicú, viendo unas reses. Allí se pasaron la noche bailando y pese a que se lo avisaron cuando llegó, este se confió y el otro fue muy rápido, como siempre, y le levantó la paloma en un santiamén.

-Por eso Eleuterio se la tenía sentenciá y ya en dos o tres veces lo había estado buscando en el pueblo según decía para cortársela, pero el muy pillo no daba la cara, por eso también este es sospechoso.

-¿Y Severino qué tiene que ver con esto?

-Bueno lo de Severino es otra cosa, según me contó el cabo Manrique, viene de antes, por el lindero del arroyo que el Estanislao lo corrió y dejó sin agua a sus animales y como las escrituras no estaban claras y el difunto le soltó algunos pesos al notario, éste dijo que no, que el primero no tenía derecho y ahora el pobre le tiene que pagar por el agua o llevárselos muy lejos hasta la laguna para que las reses puedan beber.

-Hace poco los sorprendieron discutiendo y el Severino hombre de pocas palabras pero de machete suelto lo amenazó y le dijo que un día iba a aparecer con la boca llena de hormigas, y así están las cosas.

-¿Pero entonces quién fue?, – preguntó ingenuo Emiliano.

-Que ¿quién fue?, nadie lo sabe, porque había mucha gente con motivo, pero por ahora parece que es uno de estos, de los que tienen preso.

-Dicen que por el tamaño de los huecos debió ser con un 38, y para colmo a Eleuterio le encontraron uno con medio cargador, aunque dice que lo había utilizado para ahuyentar unos gavilanes que rondaban las gallinas del patio.

-A ver Robustiano, este gallego será tonto, tráenos la botella, que se me seca la garganta. Reclamó Indalecio en tono ofensivo.

-Mire por favor, respete – dijo el gallego en tono bajo, casi suplicante, éste parecía ajeno a toda aquella conversación o más bien al relato de Indalecio, que todos sabían que con dos tragos se le soltaba la lengua hasta nunca parar.

-Es una broma gallego, no joda, – dijo Emiliano intercediendo con desenfado.

El gallego Robustiano era un hispano que desde hacia años regenteaba la bodega donde se encontraban, "las Delicias", aunque por su aspecto y contenido no tenía nada de delicias. Era de baja estatura cara redonda y con incipiente calvicie; no se le conocía familia, ni cómo llegó al pueblo y parecía una persona inofensiva, pese a las constantes bromas pesadas y trato rudo de los guajiros.

-Y ahora ¿qué harán con ellos?, – preguntó Emiliano.

-Bueno, según me dijo el Manrique, el juicio va a ser rápido para evitar las posibles venganzas por parte de la familia del difunto, aunque sus hermanos y el viejo se han mostrado tranquilos y quieren dejar que proceda la ley, pues conocen de las fechorías de su hijo al que habían dado muchos consejos.

-Creo que el mismo viernes viene un juez amigo del Alcalde de Camaguey y que quiere aprovechar el viaje para comprar unos toros al hacendado Facundo, que tiene los mejores cebús de la región. Dicen que llega temprano en la mañana y que ya al mediodía dictara sentencia, pues es muy ágil en su trabajo y lo que le interesa es condenar rápido a alguien, ya que está invitado a un almuerzo con puerco asado en púa en la casona de Don Facundo y en este viaje, más que dictar sentencia, lo que verdaderamente le interesa es conseguir estos magníficos ejemplares de cría, para una finca que tiene en Altagracia, por el camino de Nuevitas.

-Sé que a uno lo mandaran para el presidio de Isla de Pinos, por lo menos con 20 años en las costillas y a los demás los irán soltando poquito a poco.

-Venga gallego sirve de la botella que allá en tu Galicia no pasan estas cosas porque los hombres tienen pocos cojones. Dijo Indalecio cada vez más ofensivo.

El gallego no dijo nada, aunque lo miró muy serio, sirvió las pequeñas copas y por equivocación o a propósito dejó correr algo del preciado líquido sobre la mano de Indalecio.

-Cabrón gallego, ve que después no me lo vayas a cobrar.

Poco después los guajiros tambaleándose salieron del local. El gallego cerró la bodega y entró en el cuarto que se encontraba en la trastienda del establecimiento.

-Guajiros come mierdas – balbuceó entre dientes, luego rebuscó bajo la almohada y sacó un revolver 38 de cañón largo o de tiro como le llamaban, revisó el cargador, le faltaban dos balas y luego lo guardó en una caja de madera que tenía debajo de la cama donde se encontraba un gran fajo de billetes.

-Mañana – pensó -vendrá la Amparo a buscar su factura y algunas velas para el difunto, estaremos juntos de nuevo, a ver como sigue nuestro rapaz en la barriga y dentro de tres o cuatro meses venderá la finca de Estanislao, ya que ahora es su dueña, y alegando que le trae malos recuerdos y con el objeto de olvidar sus penas dirá que se va una semanita para vuelta abajo a casa de unos parientes, mientras, yo acabo de liquidar la bodega con un paisano y con toda la plata que tenemos, incluyendo lo que ganó el desgraciao en la pelea de gallos, nos iremos a Argentina o Venezuela. La esperaré en el hotel Plaza, en la Habana, donde trabaja un amigo y después tomaremos el primer vapor con destino a estos países, y allí a vivir como reyes, entretanto monto otro negocio, tal vez de ganado pues puede que se me vaya mejor que a los guajiros de por aquí.

El fantasma de la arboleda

La vida en la Argentina para el gallego Robustiano Muñeira no resultó lo grata que él se había imaginado cuando salió de Cuba con su amada Amparo, hermosa guajira que había arrebatado al guajiro fanfarrón y busca pleitos Estanislao Malaventura, al que había dado muerte en la arboleda unos diez años atrás, esto lo recordaba cada vez que tenía que echar mano de su revolver 38, que lo había acompañado desde la Isla. No era la primera vez que Robustiano había matado a una persona, pues como veterano de las legiones donde se incorporó desde muy temprana edad dada su gran fortaleza física, que superaba la de los mozos de la aldea, había participado en numerosos combates y escaramuzas militares en el Norte de África, en que habían perdido la vida muchos de los lugareños mal armados y entrenados a quienes se enfrentaban.

Una vez que salió de la legión, y con los pocos reales que tenía, se fue para Cuba donde las cosas le habían ido muy bien. Allí como buen gallego había montado una bodega que vendía cualquier tipo de productos a buenos precios dado el boom alcista del mercado azucarero en las primeras décadas del siglo XX. Luego con el deterioro de la economía al bajar bruscamente los precios del azúcar, se las había arreglado de mil maneras, con trampas o sin ellas, las trampas bien aprendidas en la legión y las no trampas en su aldea como campesino y trabajador. Su bodega "Las Delicias" (aunque no tenía nada de delicias), estaba en una posición privilegiada a las afueras de la ciudad, por lo que mantenía una buena clientela de guajiros en sus mil menesteres en el pueblo.

En la bodega conoció de las desventuras de Amparo, desdichada joven que se enamoró locamente de un "malandro" conquistador, Don Juan de pacotilla, de apellido Malaventura, que al final la tuvo, aunque en sus primeros tiempos, todo eran buenas venturas. La noticia le llegó por los comentarios de los guajiros después del cuarto o quinto ron adulterado con una mezcla de alkolite y aguardiente de caña peleón, que el preparaba y que hacia pensar en un buen Bacardí, luego que le diera un toque de caramelo de azúcar pardo de caña.

De manera que un día en que la muchacha acudió llorando al establecimiento a comprar de fiado porque el marido no le había dejado nada, ni un centavo para comer, él respondió con buenas maneras, le dio lo que necesitaba y aun más y le comunicó que la tienda estaba a su disposición, cuando quisiese y que del pago no se preocupara. Pero como la situación de penuria continuaba y ella no quería acudir a su padre y hermano conocedora del genio que se mandaban y que siempre habían censurado su unión con Malaventura, ella siguió requiriendo los favores del gallego, hasta que un día uno o los dos se dieron cuenta que había que buscar alguna forma de pago y ella se entregó a él de buena gana, no porque fuera presa fácil de conquista, si no porque veía en el gallego la estabilidad y la protección que siempre necesita una mujer. Por otra parte, hay que decir que el Estanislao ni la tocaba, porque siempre estaba lleno de placer con sus muchas novias de la zona.

Con Robustiano encontró también consolación del sexo, que el gallego no lo practicaba mal dada su experiencia en los burdeles de Ceuta y Melilla en su etapa de legionario. Con el tiempo la relación se fue estrechando aun más hasta que un día ella le dijo a Robustiano que estaba "preña" porque hacia dos meses que no tenía menstruación. Esto fue más que suficiente para que se afianzara aun más la relación entre ellos, porque aquello de un futuro rapaz le caía muy bien al gallego. Pero llegado a esto se manifestó el conflicto del estado civil de la Amparo como mujer de Estanislao, y estaba claro que cuando el pueblo se enterara, ella iba a caer en la boca de todos y de seguro el marido engañado pediría alguna reparación y todos conocían que era bueno con el machete y la escopeta. Por esta razón eligieron un plan más sencillo y eficiente con el que todos ganarían, incluso con las cuentas, pues el campesino tenía una buena finquita con frutas, ganado y una excelente cría de gallos finos, que aunque no atendía mucho, le daba lo suficiente para mantener su ritmo de vida de gandul, sin disparar ni un chícharo. El plan consistía en cargarse al guajiro en un buen momento, de manera que la Amparo se quedaría con la afinca y el gallego con lo que tenía ahorrado y la venta de la bodega podrían irse para otro sitio sin que nadie lo impidiera, ni lo censurara considerando la situación de la pobre viuda desamparada y todo el mundo lo entendería dado lo poco que la atendía y lo mucho que le pegaba su marido.

La ocasión se dio pronto y con premio incluido, cuando un domingo el Estanislao ganó mucho dinero en la valla con la pelea de gallos sobre todo con Apolinar al que había dejado " pelado" y con el que incluso había tenido hasta una pelea, pues este último decía que había trampas y que los gallos estaban "untaos". Todo coincidía favorablemente, máxime que nadie se imaginaba que Robustiano era bueno con las armas pues él se tenía bien guardado lo de la legión, así que lo esperó en la densa arboleda que había muy a las afueras del pueblo donde lo mataría pues el guajiro tenía que pasar por allí obligatoriamente porque si no tendría que dar un largo rodeo. La cosa le fue fácil, no solo por su buen manejo de las armas, sino porque Apolinar venía con muchos tragos de más y sosteniéndose a duras penas en el caballo, por lo que cuando se encontró con el gallego a más de no pensar en nada malo, no realizó ningún acto defensivo, incluso ni cuando éste sacó el arma y le metió tres fotutazos en el pecho. Una vez con el dinero del occiso, el gallego mostrando una gran frialdad salió por un costado de la arboleda y se dirigió hacia su bodega tan tranquilo como siempre.

Como era de esperar, nadie pensó que el bonachón y hasta para muchos medio cobarde del gallego sería el asesino y la culpa la cargaron cuatro guajiros de la zona que tenían motivos suficientes para cargarse a Estanislao, incluyendo el padre de la Amparo, su ex novio Eleuterio, y Severino con el que había pleitos sobre un lindero que daba al río y por supuesto Apolinar por lo de los gallos. Luego de un juicio relámpago por parte de un joven juez que vino de Camagüey, la capital de provincia, más interesado en unos sementales de cebú que en el juicio mismo, condenaron a Apolinar, pues el juez se había leído hacia unos días un libro que le habían sugerido de un tal Maquiavelo que planteaba entre otras cosas, que los intereses materiales son más importantes que los de los lazos sanguíneos o la propia moral a la hora de ejecutar una vendetta.

Al principio, sin embargo, todo parecía indicar que el culpable era el ex novio de Amparo, Eleuterio, porque le habían encontrado un revolver de igual calibre, como con el que habían realizado el asesinato faltándole también tres balas; pero su suerte fue por el famoso libro, "el Príncipe" de Maquiavelo, y cuando se enteró como fue la cosa, y lo del libro del italiano, el guajiro mandó a comprar todos los que había en la librería y aunque no sabía leer, se las ingenio para que se lo leyera un lector de tabaquería que salió muy bien parado, porque obtuvo el libro de gratis, aprendió lo suyo de éste, le cobró el servicio a Eleuterio, lo utilizó en su lectura en la tabaquería y varios hacendados más alquilaron sus servicios orales.

Así las cosas, un buen día Robustiano le vendió la bodega en buen precio a un compatriota que venía a establecerse procedente de Santiago de Cuba, un tal Bonifacio Estupiñan, que hacia un buen uso de su nombre porque para todos era el gallego más bueno del mundo, al menos para las comadres del barrio que tuvieron crédito libre y abierto de forma constante, sin intereses y sin apuro de pagos. Con el producto de la venta, sus ahorros y el dinero que le había quitado a su víctima, un buen día se embarcó en un vapor con destino a la Argentina llevándose consigo a la preciosa guajira con su rapaz en la barriga. No fue necesario siquiera vender la finca de ésta, aunque si se arregló las escrituras para que pasaran a la viuda, porque como no había casamiento legal jurídico, solo el de las costumbres, aunque en condiciones normales esto hubiese sido suficiente, entendió con buen tino que así debía ser para por si acaso

La cosas parecía que le iban a ir bien a todos, nadie echaba de menos al bribón de Estanislao, parecía que ni la familia siquiera a la que siempre le estaba dando dolores de cabeza, todos coincidían que había conseguido el castigo que se merecía, las novias pronto lo olvidaron por nuevos y mejores amores, Don Ambrosio el padre de Amparo y sus hermanos aceptaron de buena gana el cambio de pariente, además que tenía su "platica" y que se la había llevado incluso a vivir al extranjero, a la Argentina, un país del que se hablaba muy bien en aquellos tiempos. Eleuterio el ex novio de la muchacha había recuperado su honor sin apenas matar un mosquito y Severino recobró el lindero de la finca que le había quitado el difunto. También el juez recibió lo suyo pues el hacendado Don Facundo le cobró los toros Cebú a buen precio por el rápido trabajo que había echo y dejar de tener en vilo medio pueblo.

Solo hubo dos perdedores, Apolinar, para prisión, aunque quedaba en un buen sitió en el pueblo al librarlo del Estanislao, e incluso se realizaron gestiones para aliviarle la pena por el delito que no había cometido y hasta se recogieron firmas, de manera que de los 20 años a cumplir, la pena se le quedó en la mitad a expensas que se portara bien para recibir más rebajas. El otro perdedor, y si perdió todo, hasta la vida, fue el ahora difunto Estanislao Malaventura, que no quería aceptar de ninguna manera su papel de muerto, por lo que pronto comenzó a hacer de la suyas ahora convertido en "el fantasma de la arboleda" por donde salía todas las noches a hacer la vida imposible de todo aquel que osara atravesarla. Salía cabalgando en su caballo con ojos espectrales enrojecidos que emitía gritos horribles y relinchos horripilantes como si salieran de de ultratumba. Aquella figura fantasmal no quería abandonar la tierra hasta no vengarse de su asesino y eso lo tenía difícil pues aquel estaba muy lejos, en la Pampa Argentina tratando de hacer el papel de gaucho que no se le daba bien a pesar de leerse varias veces a Martín Fierro.

Estanislao en su nuevo rol de fantasma y con todos los atributos necesarios empezó a sentirse bien en su papel y a falta de venganza con el verdadero autor de su muerte, la emprendió con todo el que se acercaba a la arboleda una vez oscurecía, de manera que el nuevo tema del pueblo era el del "fantasma de la arboleda". Esta demás decir que se hicieron numerosos conjuros para ahuyentarlo de la zona por cuanta persona tenía que ver con las ciencias ocultas y hasta con la iglesia en la que el cura frecuentemente trataba de enviarlo al infierno sin pasaje de vuelta, pero sin éxito.

Entonces acudieron a otras personalidades de la región hasta uno que se las daba de ser el mejor en todo lo que fuera oculto, que aunque tenía un pelo lacio orgullo de las pomadas salió de la arboleda con el pelo que parecía un erizo y nunca más se le alisó por muchas grasas y pomadas que empleó.

Por último, al no encontrar solución pidieron la ayuda de los tres monteros negros de Dolores Cruz, dada la fama bien justificada que tenía la viuda, que no era viuda, por lo que se aparecieron un buen día en la arboleda cuando nadie los esperaba. Eran altos, fuertes con cara seria y afilada, vestidos con telas muy oscuras y montando sus enormes caballos negros que no cesaron de relinchar tan pronto llegaron a la arboleda; eran: Margarito de la Caridad Cuesta, José María Echenique y Genaro Benítez que durante toda la noche persiguieron sin descanso en la tierra y en ultratumba al jinete fantasmal hasta que en una zona limítrofe entre ambos mundos, pudieron dar con él y alcanzar un trato justo para las partes, como que el fantasma saldría un día sí y otro no para dar oportunidad a los guajiros de acceder al pueblo para resolver sus asuntos, hasta que éste pudiese vengarse de su asesino, que ya la gente empezaba a sospechar que no era Apolinar, el condenado en prisión. Una vez cerrado el acuerdo, al amanecer salieron de la arboleda los tres jinetes cansados y bañados en sudor, al igual que los caballos por tanto corretear detrás del fantasma entre los dos mundos.

Es justo decir que si bien Estanislao no cumplía con sus promesas en la tierra si lo hizo en esta ocasión en el más allá, bien fuere porque hubiese cambiado de actitud en su nuevo status o porque se sentía mejor sin que lo persiguiesen los tres temidos negros monteros.

Después de estar algunos años por la Argentina, Robustiano comprendió que lo de él no era ser gaucho y mucho menos andar bajo el fuerte viento que barre la pampa austral detrás de unas reses que valían poco por tanta que había en aquellas inmensas praderas, y a decir verdad era razonable su forma de pensar pues resultaba más económico asar media vaca entera que comerse un plato de espaguetis, pues ese si escaseaba por tanto italiano de Italia que emigraba a la Argentina, entonces trató de encaminar un negocio en el comercio minorista, pero se encontró que había llegado tarde, precisamente muy detrás de los discípulos de Julio Cesar y aunque estos no eran como los de Chicago o Nueva York, no se sentía a gusto entre ellos; y mucho menos con sus informalidades, constantes bromas de doble sentido y sus miradas pícaras y descaradas a su Amparo.

Le quedaba un último intento dada su experiencia militar en la legión por lo que pensó que podría servir en el ejército argentino, pero éste solo tenía conflictos cotidianos por toda la vida, si se podían llamar así, con los chilenos y a esa guerrita nadie le daba mucha importancia.

Pensó entonces en regresar a la madre patria, pero aquello estaba al rojo y con los rojos, por lo que decidió que lo mejor era volverse a Cuba donde las cosas le habían ido tan bien. Así que un día remató poncho, estancia y ganado y se marchó hacia la isla caribeña de donde entendía que no debía haber salido nunca, además allí le quedaba la finca de la Amparo y tenía algún dinerillo que había podido salvar luego de sus desventuras en la tierra del tango y de Gardel.

Un día apareció en el pueblo con la Amparo y el rapaz, igualito a él en todo menos en el escaso pelo de la cabeza, aunque habían pasado diez años si no fuese por lo del fantasma de la arboleda todo hubiese estado igual. Los familiares de la Amparo lo recibieron bien, además que al irse tenía fama de contar con una posición solvente aunque ya este no era el caso, también la situación del país no era la misma, no había dinero por ninguna parte en una época que llamaron el "Machadato", no por la dictadura, sino más bien fue un término económico del momento. El azúcar no valía nada en el mercado mundial y con unos pocos centavos podía perfectamente comer una familia entera, pero esos son los que la gente no tenía.

Su primera gestión fue la de recuperar la bodega que le había vendido al paisano Bonifacio, pero este le puso como condición que tenía que cargar con el dinero que la gente le debía y cuando revisó el viejo y sucio libro de anotaciones se dio cuenta que aquello no lo podía asumir nadie y que tendría que trabajar más de diez años al menos, sin obtener la más mínima ganancia. Poner otra bodega cercana era un suicidio pues todas las familias se encontraban tan comprometidas con Bonifacio que no hubiese tenido ni un cliente, como sucedió con algunos que le quisieron hacer la competencia al buen gallego.

Sólo le quedaba la opción de la finca de la Amparo que aunque estaba abandonada, con unos pocos recursos podría comenzar a producir, aunque para esto tenía que volver a su etapa juvenil de campesino de la ladea de antaño, pero ya sus fuerzas y su ánimo no eran lo mismo, claro que ante ninguna otra opción y viendo que la poca plata se le iba rapidito, se armó de un machete largo, de buen acero, y empezó a limpiar el terreno para recuperar lo que quedaba de frutal perdido en el marabú. Sus cuñados lo ayudaron a remendar el rancho y pronto comenzó a parecerse más a un guajiro de la zona, que a un aspirante de gaucho regresado de la Argentina.

Nadie sospechaba que él había asesinado a Estanislao Malaventura, ni siquiera lo asociaron con que desde su llegada el fantasma comenzó a salir todas las noches incumpliendo la promesa contraída con los monteros negros de Dolores cruz, pero eso no extrañó a nadie dada la fama que tenía de mal quedar en vida el ahora fantasma. En lo que respecta a Robustiano, él aunque no creía en nada, lo respetaba todo, por lo que no se le ocurrió por respeto pasar por la arboleda, ni siquiera por el día, pero eso lógicamente para el pequeño negocio de frutas que pensaba iniciar no era bueno porque le sería muy difícil entrar en competencia con los otros guajiros que utilizaban el camino de la arboleda, como los barcos el Canal de Panamá desechando el largo y peligros trayecto del Estrecho de Magallanes, muy al sur de la Patagonia.

Efectivamente, bajo estas circunstancias el negocio de las frutas no le iba muy bien al gallego, pues cuando llegaba al pueblo después de andar más de media legua que los demás, ya todos los viandantes y tenderos se habían quedado las necesarias y él apenas podía vender alguna y como fruta, y tropical aún más, no tardaban en echárseles a perder. Otra opción como lo de la cría de gallos finos que le había dado buenos dividendos al difunto Apolinar, de eso él no entendía nada y ya lo del ganado no le había ido bien con los argentinos, entonces pensó en vender la finca, porque lo último era enfrentarse al fantasma, pero en aquellos momentos que nadie tenía dinero no recibió ninguna propuesta que pudiese entrar a considerar.

Entonces, ante esa situación casi de desesperación entendió que debía llenarse de valor y enfrentar al fantasma, de la misma forma en que enroló en legión y si en vida él se lo había cargado no dudaba que de muerto podría hacerlo de nuevo porque para algo él se llamaba Robustiano Muñeira, ex legionario y galego de la "Terra Gallica". Y efectivamente armado de su revolver y con suficientes balas en los bolsillos, cargó las alforjas de su caballo de hermosos y grandes aguacates y se reintrodujo una vez salido el sol en la arboleda, sin que ese día sufriera ningún contratiempo, por lo que aunque no fue de los primeros en llegar, si pudo colocar a un precio aceptable media alforja, lo que posibilitó comprar algo de azúcar, café y manteca y no regresar con las manos vacías a la casa, aunque si aún con tres cuartas partes de la fruta sin vender. Al día siguiente hizo lo mismo por lo que mejoró el semblante de la Amparo de manera que hicieron algo de amor como en los viejos tiempos. La cosa siguió igual los siguientes días, pero el gallego veía que aun no podía llegar a los niveles de la competencia por lo que un día se llenó de valor y salió a oscuras muy de madrugada, por lo que llegó a la arboleda sin nada de luz, se persignó antes de entrar y al principio no vio ni escuchó nada, hasta que a mediados del oscuro y espeso monte sintió el relinchar de un caballo hacia sus espaldas y la figura de un jinete que se desvanecía y aparecía de nuevo, unas veces detrás, y otras delante, le soltó par de fotutazos pero nada, aunque ya comenzaban a penetrar las luces del alba y poco a poco la figura fosforescente desapareció por completo. Entonces muy asustado comprendió que mientras actuase a la luz del día no tendría problemas y ajustó su horario a estas condiciones.

El invierno se le pronosticaba bien a Robustiano pues las frutas escaseaban y sin embargo él tenía algunas matas de aguacate de madurar tardío por lo que la navidad le sería muy beneficiosa, el problema es que en invierno los días son más cortos y las noches más largas y por esas fechas, sobretodo el 24 de diciembre los tenderos le pidieron que trajera la fruta bien temprano, antes del amanecer para ellos poder cerrar a media tarde e irse a cenar con sus familias. Eso era un problema para Robustiano, pues tendría que atravesar la arboleda a oscuras, pero no tenía opción, por lo que aquel día de navidad, además del revolver llevó un farol encendido para dar luz y alejar al espíritu; así se adentró tembloroso, lentamente en la arboleda, a poco sintió las pisadas del jinete fantasmagórico a su alrededor montado en el caballo fosforescente acompañado de relinchos largos y espeluznantes y como una voz de ultratumba que le gritaba "asesino, asesino", trató de apurar el caballo, pero éste no obedecía, se encontraba asustado, como petrificado, le clavó las espuelas y solo logró que el animal saliera en estampida por un camino lateral internándose aun más en la arboleda. Por el salto del caballo se le cayó el farol que se apagó del impacto mientras él no atinaba como frenar la bestia que horrorizada corría a todo galope perseguida por el jinete fantasmagórico, sólo atinó a sacar el revólver y disparar en todas direcciones pero las veces que creyó dar en el blanco, vio como las balas atravesaban la figura fantasmal y su risa y sus "palabras no me puedes matar ya estoy muerto".

Lo encontraron al atardecer, después que la Amparo preocupada pidió a sus hermanos que lo buscaran porque nadie en el pueblo daba razón de él y el caballo había regresado solo a la casa por el medio día con las alforjas llenas de aguacate. Estaba tirado al lado de una Ceiba en el centro de la arboleda con los ojos abiertos, vidriosos y una mueca como de horror, había muerto de un infarto, según diagnosticó el médico de oídas porque no quiso ni por nada del mundo entrar a la arboleda.

A partir de esa noche no se oyó más el galopar del caballo con su jinete fantasmal, ni sus relinchos, ni los gritos de ultratumba, ni salir la luz fosforescente. Al parecer el fantasma se había cobrado su venganza.

Confucio para un gallego

"¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir" (Confucio, 551-479 a.n.e)

Comenzó a morir desde el mismo momento en que salió de Galicia y de abandonar la España que nunca conoció, pues al salir de su tierra natal se fue a América, a Cuba y no fue a ningún otro lugar en toda su vida. Al partir lo dejó todo, derecho a poca tierra, novia y familia y se fue a donde él creía fervientemente que la vida comenzaba, al nuevo mundo, y como nuevo podía ser mejor que él que había visto hasta ahora. Y efectivamente comenzaba, era nuevo, pero con los mismos vicios y virtudes de la sociedad de todas partes, sobre todo de la madre patria que la parió bajo el forcé de la guerra hispano cubano norteamericana y el sufrió como muchos el efecto de esos males, máxime si era un gallego más de los muchos que emigraron en busca de fortuna y tal vez amor, aunque dejaba amor en su patria.

Intentó practicar el bien y la piedad cada vez que le fue posible, aunque estas no fueron frecuentes, porque primero tenía que adquirir posición y riquezas y pensó como Marx que esto podía ser fruto del trabajo, pero este no estaba totalmente en lo cierto, y en efecto ésta se obtiene del trabajo pero generalmente no para el que trabaja. También optó por el ahorro y la austeridad como lo saben hacer muy bien los judíos, aunque claro le agregan algo más, la usura, y al ver que estos no le daban buenos resultados acudió a otros medios, los que con mayor frecuencia aparecían, los de las triquiñuelas, las trampas y los engaños, y fue lechero de leche con agua o para ser más exacto de agua con leche y vendedor de telas viejas como nuevas aunque se podrían nada más ponérselas, o de copias de tejidos sintéticos como seda china o de Japón, y de naranjas ácidas como dulces y algodón de azúcar de gran volumen y de poca azúcar, y de ron genuino adulterado con caramelo y aguardiente, y de caballos viejos como nuevos; y hasta de auras tiñosas como pollos y de gatos como conejos y de carne de caballo como de vaca y escrituras de tierra sin tierras que las avalaran y oro de los moros como oro puro, o de 14 quilates como de 24, y muchísimas cosas más en un Caribe que tenía cielo azul y bosques inmensos, tierra virgen y playas de arena blanca y hombres y mujeres de todos los continentes menos los propios indios del Caribe y sus descendientes que habían quedado sepultados por la crueles conquistas y enterrados bajo el peso de la historia.

Un día le dio por contar todo lo que tenía y demoró una semana en hacerlo, porque tenía mucho, demasiado. Había logrado tener tanto que ya era imposible ser feliz porque como decía Confucio "algún dinero evita preocupaciones; mucho, las atrae". Y comenzaron a surgir las preocupaciones y una de ellas la de formar familia, y entonces por primera vez se puso a pensar con sentimientos verdaderos, aunque lastrados por su exceso de fortuna, si traía su novia de Galicia o se buscaba una nueva en Cuba y como lo segundo le parecía más fácil y barato y la de allá no la recordaba muy linda por sus manos duras y ásperas por tanto trabajar en el campo, su piel curtida por el sol, la lluvia y el viento y escasa de cosméticos y cual tontería más en la que piensan los hombres dispuestos a equivocarse y volvió a actuar sin consultar al gran filósofo chino "en general los hombres aman más la belleza corporal que la virtud" y entonces se casó con Evangélica de los buenos hábitos y los malos vicios, hermosa y atractiva como las actrices de las películas y de buen cuerpo como las esculturas griegas, y fría como ellas, e hipócrita como nadie, engañadora como las mentiras y haciendo el papel de pura de las impuras, dura como las castañas aunque pasen por el fuego y amiga del dinero, y si es ajeno mejor.

Ella era la única hija del banquero Don Torcuato "Todo por Cuatro" como le apodaban, que era el número por el que tenía que multiplicar las ganancias de todas las operaciones que hiciera en su beneficio, y en prestamos con intereses del doscientos por ciento mensual o anual, no estoy muy seguro, pero que recientemente había perdido todo su dinero por la revuelta de un caudillo austero que dispuso un cambio de moneda donde cada persona no podía cambiar mas de 100 pesos y lo demás no valía; y de gran banquero y el hombre más rico del pueblo se convirtió en deudor de todo el mundo pues a las únicas cosas a las que daba valor era al dinero en billetes y éstos ahora no servían ni para ir al baño. Entonces tuvo la brillante idea de casarla con el joven gallego con pelo lacio peinado y ralla en el medio, cara redonda y estatura media, que contaba con dinero en oro y con bodegas, fondas y fincas por todo el territorio; y así la caso con él, Venancio Carballo Cabrera, aunque no tenía nada de caballo ni de cabra, para él de escasa educación pero de muchos recursos, pero como Evangélica había sido educada en una escuela cristiana donde no seguían las enseñanzas de Jesús.

Ella lloró, gemísquió y gritó de tal forma que la casa del banquero semejó un manicomio, tanto parecía el sacrificio, y para ella y sus amigas si lo era de tanto hablar constantemente del mal porte y para ellas poco atractivo y falta de gustos y cultura del emigrante español. Pero tuvo que acceder obligada por todas las circunstancias, sobre todo las materiales, y entonces le dio dos hijos, uno blanco y rubio de ojos azules y otro moreno de piel canela y ojos pardos, cuyos padres verdaderos fue imposible de determinar. Tanta era la acción de la "niña" en la cama y fuera de ella con quien estuviera a mano del sexo opuesto. Él como buen hombre obvió los rasgos y los acogió como legítimos, no así al único verdadero, Juan, hijo de Dominga Becerra porque nació un domingo y en el parto a falta de dinero sus padres vendieron un becerro, y era la mulata de mejor trasero y caderas del pueblo y si las puso a funcionar fue por necesidad, y le fue fiel al gallego hasta que se cansó de su discriminación con el mulatito, que no había ni siquiera inscrito por el temor a las malas lengua y las habladurías, hasta que un día lo obligó a hacerlo con el arma principal de las mujeres, no piensen mal, no el triángulo de debajo de la falda aunque muy útil por cierto, sino con la lengua, pero no la de chupar caramelos y si la de divulgar, la de narrar, la de contar, la de describir, y sobre todo la de decir la verdad a voz en cuello; y comenzó dispersar ésta por todo el pueblo, por los barrios y los campos y la que fue muda y discreta como ninguna puso a volar las plumas de la almohada a los cuatro vientos y éstas llegaron tan lejos que venció la tozudez gallega y él niño fue inscrito y bautizado como Juan Carballo Becerra, aunque no tenía caballos y tampoco becerros y a partir de entonces llegó la época de las rectificaciones, pero tarde como la lluvia sobre los campos de semillas secas, rectificó en todo lo que pudo, y quiso mas adelante también rectificar con la mulata cuando la Evangélica lo dejo colgado cuando más la necesitaba, y entonces volvió sus ojos a Dominga, la muy humilde que siempre lo tuvo en su corazón. Ella perdonó sus faltas, lo acogió con mucho amor y por primera vez desde que abandonó su tierra natal sintió el calor y el afecto de una verdadera familia.

Partes: 1, 2
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