Cuando llegaron mis padres se enfadaron, no por lo sucedido con los rabinos, sino porque mi padre José tenía trabajo atrasado y yo le hacía mucha falta en casa, ya que éramos muchas bocas que alimentar; pero mi madre, que se limitó a componerme un poco el pelo, mientras me quitaba las manos sucias de la cara, me decía: –Yeschu, ¿por qué te escapas siempre para ir a molestar a los rabinos?–. Pero recuerdo que en aquel momento les dije: –¿Es que aún no sabéis el por qué?, ¿acaso no puedo preguntar cosas a los rabinos como hacéis los mayores?.
Los niños se encontraban a gusto escuchando las historias de Yehoshuah, que por cierto, hablaba por los codos, y continuaba contándoles sin parar aquellas pequeñas anécdotas de su infancia:
–Un día mi padre José me envió sólo a colocar una puerta en una casa, cobrar el trabajo y volver de nuevo para continuar ayudándole. Así que me puse en marcha y llevé la puerta a la casa en la que tenía que realizar el trabajo; llegué a la dirección que me había dado mi padre y llamé, y me abrió el dueño de la casa que enseguida me empezó a explicar cómo debía colocarla.
A la hora de colocar la puerta, empecé a tratar de encajarla, y por más que lo intentaba, menos sabía como hacerlo; entonces, el dueño de la casa se dió cuenta de que yo no podía colocar sólo la puerta, y me empezó a reñir; pero como no conseguía nada con ello, y la puerta seguía sin encajar en su sitio, hizo llamar a mi padre José para solucionar el problema.
Cuando mi padre llegó a la casa, recuerdo que el dueño le dijo: –¿Por qué me mandas a tu hijo si no sabe hacer nada de esto, ni siquiera colocar una puerta en su sitio?.
Avergonzado e indignado, mi padre cogió la puerta y mientras me reñía, terminamos de colocarla en su lugar al tiempo que se disculpaba ante el dueño. Recuerdo que de vuelta a casa mi padre me continuaba riñendo, al tiempo que me repetía cómo debía colocar una puerta en su sitio.
Y es que Yeschu, a pesar de ser un niño travieso y despistado como todos los pequeños de su edad, poseía un espíritu tan despierto, que le ayudaba a comprender claramente que su misión era ayudar otros seres humanos como él, empujado, claro está, por el Espíritu Universal el cual se manifestaba en él como se ha manifestado en los profetas de todos los tiempos.
Pero sus padres, que en las cosas del espíritu eran más atrasados que su propio hijo, no entendían del todo su comportamiento y su vivarachez, pero aun mucho menos lo entendían y entienden los rabinos y sacerdotes de todos los tiempos, los cuales basan sus conocimientos en la letra muerta de sus teologías, menospreciando al trabajo interior del individuo para estar en contacto directo con el Espíritu, con el verdadero Maestro, tal y como hizo el joven carpintero Yeschu de Nazerat a través de su vida.
Lecciones para el futuro Siendo muy pequeño su hijo Yokanaán, la gente acudía a Yehoshuah en Cafarnaum, donde vivía con su mujer e hija. En ocasiones, acudía tanta gente, que muchos se quedaban en el portal del pequeño habitáculo, escuchando desde fuera sus sermones, ya que Yehoshuah siempre tenía palabras de consuelo para todos.
Un día, le trajeron a un hombre paralítico que quería escuchar sus palabras, y al no poder pasar quedaron en la puerta escuchando; pero el rabí, enseguida salió para atender a aquel hombre enfermo, que postrado en una improvisada camilla y llorando, le pedía que le sanara sus males y perdonara sus pecados. Pero el carpintero imponiéndole las manos y tranquilizándolo con palabras de cariño, le hablaba y decía que sólo Dios tenía poder de perdonar pecados y no los hombres, ni tan siquiera él; y con aquella bondad humana que desprendía, el carpintero hacía caminar el interior de aquella gente pobre, aún estando paralíticos.
En general, los pobres escuchaban con agrado y respeto sus palabras, sin embargo los fariseos y religiosos que acudían de vez en cuando a él, se sentían siempre incómodos delante de la sabiduría y bondad de aquel sencillo carpintero y en muchas ocasiones acababan por irse al no poder discutir sus acciones.
El rabí y los niños
En una de aquellas Reuniónes, uno de sus seguidores le dijo: –Rabí, hemos encontrado a uno que hablaba en tu nombre y se lo hemos prohibido. –¿Y por qué se lo habeis prohibido? –dijo el rabí–, ¿no os dais cuenta de que quien no está contra nosotros está con nosotros?.
Entonces rabí –dijo otro–, ¿quién es el mayor en las cosas del Espíritu?. Yehoshuah, interrumpido por los juegos de su hijo Yokanaán y de los demás niños que había en la casa, les contestó: –En las cosas del Espíritu, si alguno quiere ser el primero, ha de ser el último y servidor de los demás; aprended de la sencillez de los niños y sentiréis la grandeza de quienes son los más grandes en el reino. Y cogiendo a su hijo Yokanaán en brazos, les continuaba diciendo: –No olvidéis nunca que el que acoge a uno de estos pequeños, a mí me acoge, y el que escandaliza a uno de estos inocentes a mí me escandaliza, y aunque es difícil evitar la barbarie humana en esta Tierra, ¡ay de aquellos que la cometen!, porque más les valdría atarse una rueda de molino al cuello y ahogarse en lo profundo del mar, antes de hacer daño a uno de estos pequeños.
Y continuaba diciendo: –Es necesario recuperar las cosas importantes que se pierden por el camino de la vida, como la sencillez y la inocencia, porque, ¿quién de vosotros, si tuviera cien ovejas adultas y se le perdiera un corderito, no dejaría las adultas para ir a buscar al joven cordero perdido?; ¿acaso no protegeríais más la vida del joven cordero indefenso, que el de las restantes ovejas adultas?. Comprended que es más importante la inocencia y sencillez, que toda la sabiduría humana, es por eso que para Dios, el más pequeño entre nosotros, es el más grande en su reino espiritual.
–Pero rabí –decían algunos– nosotros no somos niños, ¿cómo encontrar esa sencillez infantil?. –La cosa es muy sencilla, teniendo paz los unos con los otros; –decía el rabí– os aseguro que si dos personas se ponen de acuerdo en vivir en armonía y sencillez, el Padre les escucha; "allí donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos", nos dice el Maestro, el Espíritu, y nos lo dice a todos sin excepción, a hombres y mujeres.
Entonces, Simón el pescador le preguntó: –La Ley dice que hay que perdonar al hermano hasta siete veces, ¿tú qué piensas rabí?. –¡¿7 veces?! –exclamó el carpintero a Simón–, no te digo siete, sino hasta setenta veces siete; además no se trata de perdonar, sino de amar incluso a los que se consideren nuestros enemigos; porque si perdonamos y amamos solamente a aquellos que nos perdonan y nos aman, ¿qué mérito tiene esto?; amar es comprender que todos somos parte de Dios, somos Dios mismo. Procurad pensar y vivir estas cosas y os daréis cuenta de que al final, la maldad no es más que atraso e ignorancia espiritual. ¡¿Perdonar al hermano?!, ¡¿quienes somos nosotros para perdonar o condenar a nadie?!. Después de un silencio producido por sus palabras, el rabí sonriendo volvió a decir a sus amigos: –Escuchad atentamente esto que os voy a contar: –Un hombre tenía dos hijos, y un día, el más joven le dijo: "Padre, he de marchar lejos y necesito la parte de la herencia que me corresponde". Con pena, y después de intentar convencer a su hijo, el padre le dió la parte de su herencia, y el hijo se marchó lejos del lugar, a otras tierras.
Con el paso del tiempo, el joven acabó gastando la herencia de su padre, hasta el punto de quedarse sin nada. Entonces empezó a pasar necesidades y a mendigar de tal manera que terminó cuidando las ovejas de los vecinos del lugar y a comerse las algarrobas de los asnos. Al verse en ese estado se avergonzó de sí mismo y pensando en su casa y en su familia, se decía a sí mismo: "Los jornaleros que trabajan para mi padre tienen pan en abundancia y yo tengo que comerme las algarrobas de los asnos para no morir de hambre. Iré pues a pedirle perdón y a que me deje trabajar para él".
Y llegando el joven a la casa, su padre, que lo vió de lejos, tuvo misericordia de él y fue corriendo a abrazar a su hijo y a besarle de emoción. Entonces el hijo pródigo dijo a su padre: "Padre, he pecado contra el cielo y contra tí y no merezco ser hijo tuyo, pero te ruego que por lo menos me trates como a uno de tus jornaleros". Pero el padre, emocionado, llamó a sus jornaleros y les dijo: "Sacad a mi hijo el mejor vestido y el mejor calzado y sacrificad el becerro más grande que tengamos y hagamos fiesta, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, lo había perdido y por fin lo he hallado".
Celebrando todos la fiesta, llegó el hijo mayor, y antes de entrar a la casa, preguntó lo que ocurría a los jornaleros y estos le dijeron el motivo; al saber que su hermano había vuelto se enfadó tanto que no quiso entrar en la casa. Entonces el padre salió a su encuentro y le rogaba que entrase. Pero el hijo mayor le decía: "Todos estos años he trabajado sin descanso y sin desobedecerte jamás y ni un cabrito pequeño me has dejado sacrificar para festejarlo con mis amigos, y por éste que ha tirado la mitad de tu hacienda, has matado el becerro más grande que teníamos".
El padre, calmando al hermano le dijo: "Hijo, tú siempre has estado conmigo y sabes que todo lo que tengo es tuyo; pero has de entender la alegría que siento como padre por haber recuperado a uno de mis hijos, tu hermano, la otra parte de mí que se había muerto y que hoy ha renacido, que se había perdido y por fin hoy la he encontrado; alégrate, pues la llegada de tu hermano ha sido la vuelta a la vida de tu padre".
El hombre rico
Había un hombre rico que, escuchando un día lo que decía el rabí sobre los niños, se le acercó con curiosidad y le preguntó: –Maestro bueno ¿qué he de hacer para entrar yo también en el reino de los cielos?. –¿Por qué me llamas bueno? –dijo el rabí–, solo hay uno que es bueno, Dios; es más, ¿cumples los mandamientos?. –Claro que sí, desde mi juventud –dijo el hombre rico. Entonces, el carpintero, mirando fijamente al rico le dijo: –¿Te burlas de mí?, ¿cómo puede ser que cumplas los mandamientos y ames al prójimo, si te enriqueces a costa de él?, ¿acaso no sabes que la Torah dice "no robarás"?. Anda pues, y devuelve todo lo que has robado a tus obreros y luego si quieres seguirme carga con tu cruz como hacemos los pobres y trabaja para ganarte el pan.
El hombre rico se avergonzó tanto, que se marchó de la casa herido en su orgullo; entonces el rabí dijo a la gente que le escuchaba: –En las cosas del Espíritu, es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos. Por eso os repito en muchas ocasiones que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros; no se trata pues de hacer limosna, si no de practicar la justicia.
La parábola sobre el rico y el pobre
Una tarde de primavera, la pequeña casa de Yehoshuah se llenó de seguidores y amigos que habían venido para escuchar sus palabras. Aquella tarde, hablando el rabí sobre la riqueza y la pobreza en el hombre les puso un ejemplo diciendo: –Una vez un hombre muy rico se paseaba cerca del mar de Galilea; estaba tan distraído pensando en las cosas que formaban su riqueza, tierras, oro, ganado, etc., que de pronto resbaló y cayó al mar, pero al no saber nadar, como podía, pedía socorro; entonces apareció un hombre que sin pensarlo se lanzó al mar y así como pudo salvó de una muerte segura al rico.
Aquel hombre que lo había salvado era completamente pobre, y el rico, muy agradecido le dijo: –"Yo soy rico, así que pídeme lo que sea y te lo daré, ya que tú me has salvado la vida y debo recompensarte". Pero el hombre pobre, al escuchar las palabras del rico le respondió: "¿Recompensarme?, ¿acaso tú no habrías hecho lo mismo conmigo?", y el rico le contestó: "Claro que sí"; "Entonces estamos en paz, no me debes nada"; le dijo el hombre pobre.
Hasta aquí la parábola –dijo Yehoshuah de Nazerat–, a vosotros os toca aprender la lección; el rico quería recompensar al pobre con dinero, con cosas materiales, pero el pobre había expuesto su vida por salvar la del rico; y amigos, vale más la vida de un ser humano, que todo el oro del mundo. Cuando se dan cosas materiales, como por ejemplo, dar comida al hambriento, se hace un bien, pero esto es simplemente una ayuda, una limosna; sin embargo, exponer un ser humano la propia vida para salvar la de otro ser humano, esto es fiel cumplimiento del mandamiento de Dios de amar al prójimo como a uno mismo.
Una de las mujeres que estaba escuchando a Yehoshuah le dijo: –Yo no soy muy rica pero tampoco soy muy pobre y deseo seguirte, ser discípula tuya, ¿qué debo hacer?–.
Yehoshuah, le contestó de esta manera: –Procura aumentar tu riqueza espiritual, no te preocupes tanto de lo material, y si tus riquezas materiales van menguando, no te entristezcas y confía en Dios; ya os he dicho en otras ocasiones que no se puede servir a Dios y al dinero; porque cuando nacemos venimos sin nada a esta tierra, y cuando morimos sólo nos llevamos nuestros actos buenos o malos; no olvidéis nunca esto. Si de verdad queréis ser mis discípulos, mis apóstoles, no podéis seguir a los rabinos y a los sacerdotes de Israel, pues ellos están pegados a las riquezas materiales, y, entorpecen tanto el verdadero camino hacia Dios que, siempre que el camino se cierra y confunde, nuestro padre Dios envía su Espíritu, el Libertador, que nos dice: "¡Seguidme, amigos! pues yo soy la Verdad, el Camino y la Vida; ¡seguidme! porque el que camina junto a mí, nunca andará en tinieblas".
Algunos de los presentes aquella noche escuchando como el Espíritu hablaba por boca de Yehoshuah el carpintero, se echaron a sus pies llorando y exclamando: –Rabí, tú eres el enviado de Dios, tú eres el Mesías–. Pero Yehoshuah de Nazerat, tomando el brazo de los que estaban más cerca de él en el suelo, les decía: –Levantáos amigos, y adorad sólo a Dios.
Había oscurecido, y la gente poco a poco fue dejando la casa y guardando aquellas palabras en sus corazones.
El fariseo Nicodemo
Quienes seguían los consejos de Yehoshuah eran seres humanos muy sencillos y en ocasiones se emocionaban mucho de sus propias experiencias; pero el rabí siempre les alentaba diciendo: –¿De qué os sorprendéis?, mayores cosas veréis si procuráis seguir la voz del verdadero Rabí, el Espíritu, tal y como hago yo.
En una ocasión, un fariseo llamado Nicodemo, considerado sabio entre los judíos, se acercó a escondidas, caída ya la tarde a casa del carpintero, y preguntando al rabí Yehoshuah le decía: –Hablando en la comunidad de tí, hemos tenido discusión sobre tus palabras y sobre la sinagoga pobre que propones. Algunos vemos que eres verdaderamente un rabí en estas cosas, pero estamos desconcertados de tu sabiduría, porque no sabemos de donde te viene; sabemos que tú no has estudiado en ningún sitio como nosotros, siempre te hemos visto trabajar de cualquier cosa, sobre todo de carpintero con tu padre, pero dime, ¿de dónde sacas todo esto?.
–La cosa es muy sencilla, –le dijo Yehoshuah–, del Espíritu. Siempre he procurado pensar por mi mismo y buscar al Espíritu de los profetas en mí mismo, y no a través de vuestros ritos religiosos; he tratado de confiar más en Dios, que en la religión muerta que predican los sacerdotes; pero para eso es necesario volver a nacer, con el fin de comprender claramente estas cosas.
Nicodemo extrañado le preguntó: –Pero Yehoshuah, ¿cómo puede un hombre viejo como yo volver a nacer si no es de nuevo a través del vientre de una mujer?.
Entonces Yehoshuah le respondió: –No te estoy hablando de la reencarnación del físico, sino del despertar del espíritu; ¿no te das cuenta de que una cosa es el físico y otra el espíritu?. Cuando digo volver a nacer, me refiero en el Espíritu; no hay que olvidar que el Espíritu de nuestro Padre Dios es como el viento, va libre donde quiere y sólo podemos oir su sonido, pero nadie sabe de donde viene, ni a donde irá, salvo Dios que lo creó.
Nicodemo no entendía lo que decía el profeta carpintero y le volvió a preguntar: –Pero, ¿cómo puede el Espíritu entrar de nuevo en el cuerpo, si éste ya tiene vida?.
Entonces el carpintero le contestó: –¿Y tú me preguntas estas cosas a mí, a un simple carpintero? ¿qué es lo que estas enseñando a los que te siguen?. Nicodemo contestó al rabí diciendo: –Rabí Yehoshuah, yo solo tengo estudios de la Ley, y de ello doy fe, pero tus conocimientos van más lejos, son del Espíritu y estos no se estudian en ningún libro, ni en ningún templo, si no que se llevan dentro, por eso te pregunto cómo puede entrar ese Espíritu en el hombre que ya tiene vida.
–Sí, te entiendo, pero la cosa es muy sencilla; hay que comprender que el cuerpo se transforma y cambia, como cambia y se transforma todo lo físico; pero nuestro espíritu es siempre el mismo, y renace contínuamente cuando Dios nos inspira y nos da su fuerza, su aliento espiritual, el verdadero Maestro. Es en ese momento cuando Dios nos va conduciendo por la vida, tanto física como espiritual y nos dice lo que debemos hacer y decir.
Pero también es cierto, que cuando el Maestro, que es el Espíritu, guía los pasos del hombre, no sirven los estudios de las escrituras, los dogmas, las creencias, los ritos, la jerarquía religiosa, etc. Y esto es lo que debéis entender vosotros los sacerdotes, que sólo hay un Maestro, el Espíritu, el único al que hay que seguir y buscar de verdad dentro de uno mismo. Comprender esto es volver a nacer.
Las cosas de Dios no se estudian, si no que se viven para poder enseñarlas a los demás, como hacían los profetas, por eso vosotros, hombres de religión, no debéis apartaros de las cosas sencillas de la vida ni preocuparos tanto por las costumbres y las normas de vuestra religión, normas que os hacen dejar de lado lo más importante, que es el amor al prójimo, la justicia, la bondad humana, etc.; por eso os resulta difícil de entender cómo obra Dios a través del espíritu humano.
Sinceramente, el único consejo que te puedo dar es que busques en tí mismo al verdadero Maestro, Espíritu dentro de ti mismo, como hago yo, trabajando y predicando las cosas de Dios, eso es todo; o estás con Dios, o estas con las jerarquías humanas; no se puede servir a dos señores.
Sueños y parábolas de un carpintero
Un día se encontraba el carpintero ayudando a remendar las redes de Simón, cuando se acercaron algunos pescadores, y sentándose con ellos se pusieron también a remendar junto al rabí; entre remiendo y remiendo le iban preguntando cosas acerca del Espíritu, y mientras laboraban, Yehoshuah les hablaba del Espíritu con ejemplos sencillos. Y les decía:
–Imaginaros un hombre que salió al campo a sembrar, y mientras echaba la semilla, parte cayó al lado del camino y los pájaros se la comieron; siguió sembrando, y parte de la semilla cayó entre las piedras, pero al brotar y no tener tierra, no pudo hacer raíz, y al salir el sol se secó; también parte de la semilla cayó entre espinos, y éstos ahogaron la semilla cuando iba a crecer. Pero la gran mayoría la sembró en buena tierra, y dió mucho fruto, tanto, que era imposible contarlo. Pues así hace Dios, el gran Sembrador ¿entendéis lo que os estoy diciendo? –les dijo.
Entonces, uno de ellos le contestó: –Claro que sí rabí, tus ideas son sencillas y claras para nosotros; lo que no comprendemos es como hay gente que no te entiende.
–Es normal que esto sea así, –les continuaba diciendo el rabí– porque la gran mayoría de hombres y mujeres sólo se preocupan de creer lo que los sacerdotes les dicen, pero ni tan siquiera saben lo que es el judaismo. Ya veis, hasta los profetas decían en su tiempo a la gente: "Con los oídos oiréis y no entenderéis, y con los ojos miraréis pero no veréis". Sin embargo, vosotros sois bienaventurados porque tratáis de ver con vuestros propios ojos, y oir con vuestros propios oídos; y podéis estar seguros de que muchos de aquellos profetas desearían estar hoy entre nosotros para ver y oir lo que en estos momentos estamos hablando.
Y les continuaba diciendo: –Pensad que el Espíritu es como un Sembrador que siembra su bondad y justicia a todos por igual, y en todos los tiempos; lo que pasa es que los hay quienes le escuchan solo de oídas, pero en nada practican sus enseñanzas, y dejan que los cuervos del camino de la vida se coman la semilla depositada en ellos, y claro está, luego andan perdidos. Otros endurecen su corazón, tanto que se convierten en piedras y no dejan germinar la bondad y las cosas positivas. También los hay que escuchan el mensaje espiritual, pero están tan ocupados en navegar entre las espinas del poder y del dinero, que la semilla del Sembrador queda tapada por la mala hierba de la ambición, el poder, la explotación humana, el engaño, etc.
Sin embargo, los hay que piensan por ellos mismos, y escuchan el mensaje del Espíritu a través de las cosas sencillas de la vida cotidiana, tanto en el día como en la noche, y ven cosas, y sueñan cosas como las que os acabo de contar; éstos son los que practican sus enseñanzas y se convierten también ellos en sembradores y en profetas de Dios; entonces es cuando aquello que oyen al oído lo pregonan por los terrados, y empiezan a decir también al oído de los demás que hagan lo mismo, y de esta manera aparece el fruto, y se va multiplicando cada vez más de boca en boca hasta que queda sembrada toda la tierra de verdad, bondad y justicia. Y les volvió a decir –¿Entendéis lo que os he dicho?.
–Rabí, nosotros somos pescadores y no entendemos de siembra, pero dinos como hacerlo y te seguiremos. –decían algunos.
–Veo que no me habéis entendido bien, –les decía– no es a mí a quien debéis seguir, sino al Espíritu que se encuentra dentro de vosotros mismos, Él os dirá lo que debéis hacer y decir a cada momento, como me lo dice a mí y como se lo ha dicho siempre a los profetas; os pondré otro ejemplo.
Imaginaros de nuevo a un hombre que quiso cultivar un pequeño terreno que tenía lleno de piedras y arbustos secos. Un día sus hijos le dijeron: –¿Padre, quieres que te ayudemos?, y el padre contento les dijo que sí. Así que los hijos sin preguntar nada al padre se pusieron a sembrar aquel campo lleno de piedras y ramas secas.
Al cabo de un tiempo vieron que la semilla había crecido junto con cizaña, y no supieron diferenciar una de la otra; entonces fueron al padre a contárselo: "Padre, hemos sembrado la semilla y nos ha salido cizaña y no sabemos que debemos hacer". El padre, extrañado, fue con ellos al campo y vió que antes de sembrar, no habían limpiado de piedras y matojos el terreno, y les dijo: "¿Cómo va a crecer la semilla limpia, si el campo no ha sido preparado?; dejad ahora que todo crezca junto y en la próxima siembra limpiad de piedras y arbustos secos el terreno y luego echad la semilla". Así lo hicieron, y cuando limpiaron la tierra, volvieron a sembrar, y entonces la semilla creció sana y fuerte.
Yehoshuah volvió a preguntar a sus amigos los pescadores: –¿Entendéis ahora lo que os he querido decir con esta historia?. Lo importante es procurar tener limpio nuestro corazón y nuestra mente, porque es ahí donde el Espíritu siembra su amor y su justicia. Quien limpia su interior es semejante a un hombre que siembra, riega y cuida un grano de mostaza, que es una de las semillas más pequeñas que existen, pero cuando llega su momento y crece, aquel granito insignificante se convierte en un árbol tan grande, que incluso las aves del cielo anidan en sus ramas.
En muchas ocasiones he dicho, que espiritualmente el hombre es como un pequeño e insignificante grano de mostaza, el cual si se riega es capaz de crecer y convertirse en un gran espíritu, en un profeta. Así pues, todos, sobre todo los pobres, somos por justicia la sal de la tierra, la levadura que hace subir la masa, pero no olvidemos que para que el pan crezca y se convierta en un verdadero alimento, es necesario que la levadura fermente y crezca; lo importante pues, es crecer espiritualmente, lo demás vendrá por añadidura.
El pacifismo de Yehoshuah
En ocasiones la gente buscaba al carpintero para que les curara sus males y enfermedades físicas, pero el rabí siempre les decía que él no era curandero ni médico; sin embargo, imponía cariñosamente sus manos procurando aliviar el espíritu de aquella pobre gente.
En otra ocasión se le acercó un centurión pidiendole ayuda para su siervo; pero el rabí siempre hablaba claro sobre estas cosas, y en aquella ocasión le dijo al centurión: –Tienes a tu siervo enfermo y quieres que lo cure, pero yo no soy curandero, en todo caso haré lo que pueda. Pero dime una cosa; tú eres un centurión, un militar, y como tal estás al servicio del ejército; tú llevas la espada en la mano, y cuando te lo ordenan la usas, ¿cómo és posible que ames a tu siervo, que es tu prójimo, y no tengas reparo en usar armas que sólo sirven para matar?.
El centurión, al escuchar al rabí se avergonzó y le dijo: –Es cierto rabí que no soy digno de ayuda y en muchas ocasiones he pensado en el trabajo que ejerzo; tengo a mis órdenes a mucha gente que obedecen mis palabras y tengo poder para hacer cumplir la Ley, pero me he dado cuenta de que nada sirven mis órdenes frente a la enfermedad o frente a la propia muerte, y te confieso que me encuentro totalmente perdido en estas cosas, por eso acudo a tí, no por mí, sino por mi siervo al que respeto como si fuera de mi propia familia.
El rabí se emocionó tanto de las palabras del centurión que le dijo: –Si quieres que se cure tu siervo, continúa practicando el amor al prójimo sin órdenes ni armas en la mano, porque lo que yo pueda hacer por ese hombre lo puedes hacer tú, y todos los hombres y mujeres sin excepción. Ve pues a tu casa, que es seguro que si actúas bien, tu siervo se sanará, porque el amor contiene más fuerza espiritual que las palabras.
Yehoshuah y la mujer de Samaria
Volvía Yehoshuah de Jerusalem con su hijo y algunos de sus amigos, y pasando por Samaria, el carpintero cojeaba de nuevo de su pie derecho, y cansado, se quedó con su hijo junto al pozo de Jacob. Subía una mujer desde la ciudad a buscar agua, y por el camino se tropezó con los amigos de Yehoshuah, pero por temor a los extraños ella agachó la cabeza, y ellos ni tan siquiera se saludaron.
Al llegar al pozo de Jacob, la mujer empezó a sacar agua, y Yehoshuah con su hijo se acercaron a ella y le dijeron: –Mujer, ¿nos das un poco de agua?. La mujer sacó agua del pozo y dió de beber al rabí y a su hijo, al tiempo que les contaba la historia del pozo sagrado de Jacob, y de las propiedades milagrosas de su agua; el carpintero, que la escuchaba desde su interior, vió la bondad de aquella mujer y agradeciéndole su generosidad le dijo: –Sin duda, este agua que nos das es buena, calma la sed y el cansancio del cuerpo, pero sé de un agua pura y cristalina que calma aún más la sed.
La mujer se quedó extrañada de lo que decía el rabí y le preguntó: –No he oído que haya agua más pura por estos lugares que la de este lugar; siempre hemos bebido y orado en el pozo de Jacob durante generaciones; además, ¿cómo puedes sacar agua de un pozo si no tienes cubo ni cuerda para hacerlo?.
Entonces Yehoshuah le explicó: –No es agua física de la que te hablo mujer, sino del agua de la que saciaron su sed los profeta. Porque el que bebe del agua pura y cristalina del Espíritu, del verdadero manantial que brota dentro de todo ser humano y que nunca se agota, no necesita orar en ningún templo, ni en ningún pozo sagrado, porque el verdadero templo lo tiene siempre dentro de sí mismo, ¿lo entiendes mujer? Sorprendida de las palabras de aquel hombre, la mujer le dijo: –Tus palabras son de rabí, sin embargo me hacen pensar en cosas que antes no había pensado; ahora entiendo por qué nuestros padres se han empeñado siempre en que vayamos a orar en el monte sagrado de Jacob y los sacerdotes en el templo de Jerusalem. Lo que tú me dices es que tanto unos como otros se equivocan buscando a Dios, al Espíritu de los profetas, fuera de ellos mismos.
Y el carpintero le respondió: –Así es mujer, pero la culpa no es de nuestros antepasados, sino de los sacerdotes que han impuesto desde hace mucho tiempo la forma y el lugar para orar; sin embargo el Creador no necesita templos, ni lugares sagrados para hablar con Él, porque a Dios se le adora en verdad y en espíritu, y es del agrado de nuestro Padre que le oremos así en cualquier momento y en cualquier lugar.
La mujer le volvió a decir: –Rabí, en verdad que hablas como un profeta; pero dime una cosa, también he oído que cuando venga el Mesías, él nos guiará y libertará de los poderosos y opresores de Israel; pero, ¿tú que piensas acerca de el Mesías?, ¿es verdad que vendrá pronto?. Yehoshuah entonces le contestó: –El Mesías no es un hombre, sino la luz que guía a todos los hombres y las mujeres; y así como amanece, y el sol ilumina las cosas que vemos, el Mesías ha de iluminar el interior, para que los hombres y las mujeres encontremos la libertad. Es entonces cuando la verdad se hace presente en cualquier momento y lugar, ya que es la verdad la que nos hace realmente libres, y no las luchas entre los hombres.
En ese instante volvieron los amigos de Yehoshuah con comida, pero al ver a Yehoshuah hablando con la mujer samaritana se sorprendieron, pero callaron. Entusiasmada la mujer de hablar con Yehoshuah, les dejó el cántaro de agua y se bajó de nuevo a Samaria para hablar del carpintero a su familia y amigos.
Entonces, los amigos de Yehoshuah sacaron comida y dieron al rabí y a su hijo para que comieran; pero antes de comer, el carpintero dijo a sus amigos: –Tengo una comida que digerir que vosotros desconocéis. Ellos pensaron que la mujer les había dado ya comida y le dijeron:–¿O habéis comido ya rabí?. –En cierta manera si –dijo Yehoshuah– pero no comida para el cuerpo, sino para el espíritu. Sus apóstoles no supieron que contestar y callaron.
El rabí, después de un delator silencio, les dijo: –Hace unos días que habláis de lo poco que falta para que celebremos la "xavuot" una vez recogida la siega, o sea, después de haber recogido lo que otros han sembrado. Pero en las cosas de Dios, en las cosas del Espíritu, no basta recoger lo que otros siembran, se ha de aprender también a sembrar y a cosechar el fruto de lo sembrado, porque esto es la justicia de Dios.
–¿Y por qué nos dices esto rabí?– dijeron sus amigos.
–Para que no cometáis el mismo error que comete la gente; la samaritana que se acaba de ir subía triste para orar a este pozo, y ni tan siquiera la saludasteis cuando os cruzasteis con ella; sin embargo al volver os extraña ver como la mujer habla conmigo y con mi hijo, ¿por qué?, ¿porque son samaritanos?, ¿no os dais cuenta que la religión es la culpable de que haya odio y rivalidad allá donde tendría que haber paz?. Procurad estar despiertos a estas cosas y no olvidéis que si sembramos bondad, nuestros hijos recogerán bondad, pero si sembramos odio, ellos pagarán las consecuencias de nuestro odio.
Acordaros de las palabras de Yokanaán, el purificador; él sembró un mensaje de justicia, un mensaje que nosotros estamos recogiendo; pues de igual modo, yo también siembro, para que vosotros recojáis en su momento la cosecha; ¿os dais cuenta de la comida de la que os estoy hablando?.
Mientras les decía esto, vino la mujer de Samaria acompañada de algunos amigos y familiares que querían escuchar al rabí, y cuando oyeron sus palabras se sorprendieron tanto de su sabiduría, que les rogaron que se quedaran a descansar dentro de sus casas. Entonces, sus amigos al ver la amabilidad de aquella gente, comprendieron la lección que les había dado unos momentos antes el rabí carpintero, Yehoshuah de Nazerat.
Ciegos de espíritu
La gente pobre entendía muy bien las enseñanzas del rabí, porque las palabras del carpintero estaban tan llenas de luz y claridad, que hasta los ciegos podían ver su mensaje, como en aquella ocasión en la que un hombre ciego andaba pidiendo, y se acercó a Yehoshuah esperando que le diese algo; pero el rabí, que no tenía más que un trozo de pan en su alforja, le dijo: –No tengo ni oro ni plata, sólo un trozo de pan y queso que si quieres podemos compartir–. Sentándose junto al ciego, comieron juntos y hablaron largo tiempo; y en un momento dado, el ciego le empezó a preguntar cosas tan profundas acerca de su espíritu, que el rabí acabó emocionándose mucho de las palabras de aquel hombre sin vista física.
Algunos amigos del Yehoshuah que estaban con él, también se emocionaron; pero cuando se hubo marchado el hombre ciego, empezaron a preguntarle: –Maestro bueno, ¿cómo un hombre bondadoso puede nacer ciego? ¿cómo se puede saber si le viene de otras vidas o es por causa de sus padres el que naciese ciego?.
Pero Yehoshuah les decía: –¿Por qué me seguís llamando bueno?, ¿no os he dicho que sólo hay uno que es bueno, Dios?; ¿no os dais cuenta de que nosotros nada somos sin nuestro Creador?. Saber lo que hay detrás de la vida de un ser humano, sobre todo de su espíritu, es imposible, solamente lo sabe Dios; los seres humanos lo único que debemos procurar es hacer las cosas bien, aprender los unos de los otros y en la medida que podamos, dar un poco de luz a todos aquellos que andan ciegos en las cosas del Espíritu.
Porque un hombre puede nacer ciego de los ojos, y ver las cosas de la vida con más claridad que los demás hombres, o nacer paralítico, y sin embargo su cuerpo albergar un espíritu más elevado que muchos de los que hoy andan por las calles de Cafarnaum o Jerusalem, y están muertos; pero también se puede nacer sin habla en la boca, pero si nuestra vida y nuestros actos son positivos, nuestro silencio puede expresar más que todos los sermones religiosos que los sacerdotes y rabinos pregonan en las sinagogas.
No nos creamos ser sabios en cosas que sólo nuestro Padre Dios sabe, porque, como humanos que somos, ¿quién nos puede asegurar que estemos libres de cosas como la ignorancia, la vanidad o el egoísmo?.
La revolución pacífica del carpintero de Nazerat
Los fariseos y la limpieza
En una ocasión los fariseos vieron comer a Yehoshuah y a sus amigos sin haberse lavado las manos después del trabajo, y les reprendieron diciendo: –Yehoshuah, ¿no dice la Ley que antes de comer, hay que lavarse bien, sobre todo las manos?, ¿por qué no respetáis tú y los tuyos la tradición de nuestros ancianos?.
Y el rabí les dijo: –Tenéis razón, pero la Ley también dice que no hay mandamiento mayor para Dios que el amor al prójimo, entonces, ¿por qué no cumplís vosotros este mandamiento?.
Los fariseos se exaltaron y le contestaron: –Nosotros cumplimos los mandamientos y por eso servimos al Señor en el templo respetando la Ley.
Pero el rabí, viendo la hipocresía con la que hablaban les contestó: –¿Como podéis cumplir los mandamientos y respetar la Ley que dice honra a padre y madre?, generación de víboras; ¿acaso no sois vosotros los que criticáis en público a quien no respeta a sus padres?, ¿por qué entonces pisoteáis la Ley de Dios que es el amor al prójimo abandonando a vuestros ancianos con la excusa de que les estáis sirviendo desde la sinagoga?, ¿o es que acaso habéis olvidado de que gracias a vuestras madres estáis en este mundo?, ¡hipócritas!; es de vosotros de quien profetizó Isaías diciendo: "Este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de mi, ya que en vano me honran enseñando doctrinas y mandamientos de hombres".
Yehoshuah, continuaba hablando en voz alta diciendo: –Procurad entender lo que os estoy diciendo; lo que contamina al hombre no es lo que entra por su boca, sino la falsedad que sale de ella como el odio, el rencor, la avaricia, el adulterio, etc.; ¿de qué nos sirve lavarnos las manos y cambiarnos de túnica cada día si abandonamos a nuestros seres queridos para encerrarnos en el templo?; es más, ¿qué pasaría si todos nos metiéramos en el templo solamente para orar y estudiar las escrituras?, ¿quién sembraría, quien recogería el trigo y quien haría el pan que comemos?. Amigos, la ley de Dios se basa en el amor al prójimo, pero primero hay que empezar respetándose a uno mismo, porque quien no sabe respetar su vida, mucho menos podrá aconsejar cómo respetar la de los demás.
Al escucharle, un levita le preguntó: –Entonces, rabí, ¿és o no és válido repudiar el marido a su mujer si adultera?. Y el carpintero respondió: –¿No dicen las escrituras que en el principio eran macho y hembra, y que el Creador los juntó y acabaron siendo una sola cosa, una sola carne?. Cuando Dios junta a un hombre y a una mujer lo hace con el amor, y eso ya no lo separa nadie, y sólo por este motivo, el hombre y la mujer deja a su padre y a su madre, por su mujer y sus hijos y nada hay que temer por ello, porque es el amor lo que se engrandece.
Pero vosotros, como os casáis cargados de temor y normas religiosas, acabáis repudiando a las mujeres según os dictan vuestros rabinos siendo al final injustos con ellas; porque ¿acaso no adulteráis también vosotros el matrimonio cuando os encerráis en el templo o en la sinagoga?, ¿no es también esto ir contra la obra natural de Dios, que es el amor al prójimo?. La auténtica suciedad en el hombre está en su mente, y en su corazón, no sólo en sus manos.
Los fariseos seguían amenazando a Yehoshuah por no respetar la Ley, pero como siempre, nada ocurría salvo una fuerte discusión que acababa alejando a la gente por temor a los romanos.
Al llegar a la casa, el rabí y sus amigos entraron y sacaron un poco de comida para comer juntos; entonces Yehoshuah empezó a lavarse las manos y Simón que lo vió se le acercó y le dijo: –Yehoshuah, no te entiendo; hace un momento estabas discutiendo con los fariseos, diciendo que lo que contamina al hombre no es la suciedad de las manos, sino lo que sale de su boca, y ahora entras en casa, y como los sacerdotes, lo primero que haces es lavarte las manos.
Yehoshuah, sonriendo a Simón le contestó: –¿Pero no te das cuenta Simón, de que todo lo que comemos al final acaba siendo expulsado fuera del cuerpo?. Yo no estoy en contra de lavar los alimentos o de lavar nuestro cuerpo para no enfermar, sino contra la suciedad que más contamina al hombre, la hipocresía y falsedad que sale de la boca y del corazón como es el odio, la maldad, la mentira, el adulterio, los insultos, etc.; lavarse o no lavarse las manos es una tontería comparada con la suciedad que acumulan los sacerdotes y poderosos en su interior y todos aquellos que les siguen a ciegas y caen en sus mentiras.
Yehoshuah y el shabat o día de descanso
Un sábado, los fariseos denunciaron a Yehoshuah y a sus amigos por recoger trigo de los sembrados; había poco trabajo, algunos tenían hambre y necesidad en sus casas, y entre todos se ayudaban. Llamados a la sinagoga, acudieron con el rabí mucha gente pobre y una vez dentro, contestando a las acusaciones de los fariseos les decía: –¿Qué ley de Dios es la que prohíbe alimentarse para no morir de hambre aún en shabat?. Y los fariseos le decían: –La Ley de Moisés dice no robarás, y eso es lo que vosotros estabais haciendo. –Es cierto, –decía el rabí– pero si buscáis en la Ley también veréis que, en shabat, el rey David cuando tuvo hambre, cogió y comió de los panes del templo que estaban reservados sólo para los sacerdotes, entonces, ¿por qué no acusáis de ladrón al rey David?.
Los fariseos con la Ley en la mano no sabían que contestarle, hasta que el sacerdote de la sinagoga se dirigió al carpintero y le dijo: –Tú sabes Yehoshuah, que el shabat es sagrado y no se puede trabajar, ¿por qué pues no lo respetas?. –Explicadme antes –contestó Yehoshuah– qué ley exculpa a los sacerdotes de trabajar en shabat en el templo, ¿acaso no es trabajo tanto una cosa como otra?.
Y el sacerdote le volvió a decir: –Dios está por encima de todo y a Él obedecemos. –Cierto es que Dios está por encima de todo, incluso del templo, –respondió el carpintero– pero también es cierto que Dios quiere justicia y no sacrificio religioso, porque el shabat se hizo para el hombre, y no el hombre para el shabat; de entender realmente esto no condenaríais a los pobres e inocentes por un trozo de pan, ni dejaríais de auxiliar a los enfermos, –señalando a un pobre hombre que se encontraba en el templo con una mano vendada– porque la Ley de Dios, que es el amor al prójimo, está por encima de todo.
–Entonces, según tú, habría que trabajar en día de reposo –le dijo un escriba.
Pero el rabí, viendo la mala intención de los fariseos, les decía: –De haber justicia y comida para todos, no haría falta, sin embargo ¿quién de vosotros es el que no saca a una de vuestras ovejas si, al pastar en lugar peligroso, cae dentro de un pozo, aún en día de descanso?; y si ninguno de vosotros la dejaría morir por el interés de no perderla, ¿por qué condenáis a los pobres por tratar de alimentarnos, y no a los ricos que lo acaparan todo?, ¿cuál es la ley que debemos obedecer, la de Dios que es justicia, o la de los hombres?.
Entonces volvió a señalar al hombre de la mano enferma y les dijo: –Mirad este hombre, está enfermo y necesita ser curado; si se le cura en tiempo de reposo es condenado por la Ley, sin embargo si se le deja enfermar y morir por causa de la propia Ley se está pecando contra la Ley más importante, la de Dios que es el amor al prójimo. Y si vosotros mismos, predicáis que la ley de Dios está por encima de todo, decidme si es lícito en este día hacer bien o mal, curar o abandonar a un enfermo, o coger comida del campo para no morirnos de hambre.
Ninguno de los escribas ni fariseos contestó, tan sólo una mujer que desde lejos gritó: –Bienaventurado seas, profeta Yehoshuah, y tu familia que te tiene cerca.
Pero los fariseos discrepaban diciendo: –Estas cosas no las hace ni las dice el Espíritu, sino el falso profeta. Y Yehoshuah les continuaba diciendo: –El buen árbol da buen fruto y el mal árbol da mal fruto, y es por el fruto que lo conocemos. Pero vosotros, sacerdotes y estudiosos de la Ley, sois como una generación de víboras, ¿qué puede salir de bueno de vuestra boca sino veneno?. La bondad de corazón se refleja en las palabras de consuelo a la gente, pero cuando no hay bondad, las propias palabras delatan, como lo hacen las mentiras de los poderosos; pero vosotros, cuando veis que un hombre enfermo coge confianza en sí mismo para curarse de sus desgracias, y viene a orar en el templo en agradecimiento a Dios, ya procuráis encaminarlo de nuevo a sus temores para que dependa siempre de vosotros, en vez de en sí mismo y del auténtico Maestro, que es el Espíritu.
Pero no dejaron continuar a Yehoshuah, y en aquella ocasión volvieron a expulsarlo de la sinagoga al ver que la gente pobre estaba con él y escuchaba sus palabras. Su familia, que había acudido al templo, estaban preocupados y uno de los que seguían al rabí le dijo: –Rabí, tu madre y hermanos están aquí y te buscan. Pero el rabí antes de irse con su familia, dijo emocionado a la gente pobre que le seguía: –Los pobres debemos estar unidos, porque todos somos hijos de una sola familia; y en una familia no debe existir la injusticia, porque cuando un miembro padece, todos padecen, y cuando uno se alegra, todos se alegran. Yo, Yehoshuah de Nazerath, soy también vuestro hermano, y vosotros mi familia, mi padre, mi madre y mis hermanos.
Los que están con el Espíritu comen
Como escaseaba el trabajo, el carpintero Yehoshuah se ganaba la vida pescando con Simón y Andrés en el lago de Galilea. Un día tuvieron suerte y trajeron tantos peces que al llegar a la orilla, los otros pescadores y sus familias se sorprendieron, ya que hacía días que apenas pescaban y no tenían nada que llevar a sus familias.
Ante la necesidad, y movido por la justicia Yehoshuah convenció a Simón y a los otros pescadores, para repartir la pesca entre todos y combatir la necesidad que en aquel momento sufrían. Y así lo hicieron, entre todos los pescadores (cerca de cincuenta con sus familias que esperaban la pesca), se repartieron los peces y la comida que tenían en sus alforjas y comieron todos aquel día, sobrando alimento en los capazos. El hecho dió tanto que hablar entre la gente pobre, que la noticia corrió de boca en boca entre los pescadores de Galilea.
Al cabo de un tiempo volvió a ocurrir lo mismo, y de nuevo se repartió la pesca entre unas cuarenta familias, comiendo todos y sobrando una vez más alimento. Pero el rabí trataba de explicarles que el verdadero maná del que se alimentaron sus antecesores en el desierto, fue el haber compartido las cosas entre todos por igual.
Los sacerdotes de Israel veían como Yehoshuah enseñaba al pueblo el camino de la justicia, el camino hacia un verdadero y auténtico comunismo integral, e intentaron romper aquella iniciativa. Un día, cuando Yehoshuah explicaba a la gente estas cosas, se acercaron a él unos fariseos y le dijeron: –El maná que comieron nuestros padres fue una señal del cielo, pero lo que tú predicas no es ninguna señal del cielo si no rebeldía contra la Ley. Pero el rabí les contestaba: –¿Y quién nos dice que debamos buscar en las nubes las cosas que ocurren en la tierra?. Sois vosotros los que os atrevéis a profetizar cuando lloverá o hará calor, no yo. Aprended pues a reconocer la justicia de Dios entre los hombres, y veréis que es de ese maná del que os hablo, y no de milagros religiosos.
Entonces viendo la mala intención de los fariseos, el rabí les dijo. –Vosotros, como religiosos venís a escuchar lo que digo, no porque esperéis señales del cielo, sino porque veis cómo los pobres nos alimentamos de algo más que de pan y palabras, nos alimentamos de justicia. Pero la lección es muy sencilla y es para todos, debemos trabajar para comer y no ser carga para nadie, pero si no hay trabajo, es necesario que todos compartamos lo poco que hay, sólo así podremos sobrevivir en la Tierra. No olvidemos que nuestros padres inspirados por Dios y por la necesidad, practicaron la justicia en el desierto y todos comieron, ¿quién nos dice que no podamos hacer lo mismo que nuestros padres en el desierto?.
Los fariseos no sabían que contestar y se fueron, entonces el rabí dijo a todos los que le escuchaban: –Guardaros de la levadura de los fariseos. Pero Simón que no entendía bien lo que decía el carpintero le preguntó: –Rabí, ¿por qué dices que nos guardemos de la levadura de los fariseos?.
Y Yehoshuah le contestó: –¿Es que no te acuerdas cuantas familias nos repartimos la pesca la primera vez?. –Unas cincuenta familias más o menos –dijo Simón. –Y en esta ocasión ¿cuántas has contado?. –Una cuarentena rabí, –volvió a responder el pescador. –Piensa Simón, ¿no te das cuenta de que en total suman nueve?. Los sacerdotes saben que la religión de Dios es justicia y sospechan que si la practican, deberán actuar como Yokanaán y los profetas, denunciando la injusticia de ricos y pobres dentro de las sinagogas, hombres que se enriquecen y controlan a otros hombres su vida, y que temen poner en práctica la auténtica religión del amor al prójimo, que convierte a todos los hombres en iguales.
Porque en la religión de Dios, todos los hombres, mujeres, niños y ancianos han de comer, no como ocurre en las religiones humanas, en cuyos templos y sinagogas, compuestos de ricos y pobres, mientras unos comen y lo tienen todo, otros se mueren de hambre o han de mendigar y robar. Cuando os digo que tengáis cuidado con la levadura de los sacerdotes es por la justicia, por eso tratan de hacernos callar.
La barca de Simón se hunde
Un día, bien entrada la mañana, se acercó Simón a casa de Yehoshuah para hablar con él; aquella noche el pescador había soñado con el rabí y preocupado le comentaba su sueño: –Rabí, esta madrugada me ha pasado una cosa muy extraña. Como tú sabes, nos levantamos temprano para ir a pescar; pero esta madrugada, el mar estaba tan tranquilo, que me quedé dormido dentro de la barca. Entonces soñé que se levantaba un viento tan fuerte, que temí por mi vida, y recuerdo que en el sueño te llamaba a voces para que calmaras aquella tempestad con tus palabras. Lo sorprendente es que, mientras calmabas el viento, tú volabas por encima del agua y me decías que hiciera yo lo mismo; al principio y sin dudar, bajé de la barca y te seguí, pero luego cogí miedo y caí al agua. Al final recuerdo que, mientras me cogías con tus manos, me desperté de un sobresalto. ¿Qué te parece pues Yeschu este sueño? El rabí, que estaba escuchando atentamente a Simón, movió repetidamente su cabeza y le dijo: –¿Que qué me parece?, pues que es natural tu temor, porque todo ser humano teme aquello que desconoce; ¿o acaso crees que yo no tengo mis temores?. Lo que pasa es que hay que procurar agarrarme fuertemente a la roca principal, la del Espíritu. Por eso os digo que aprendáis de mi como ser humano, porque si vosotros observáis como yo me agarro fuertemente a la roca del Espíritu y me veis seguro de mí mismo, eso os tendría que dar a entender que todos podéis hacer lo mismo; y estad seguros, que todo hombre o mujer que se agarra fuertemente a la roca espiritual que es Dios, y no a las religiones de los hombres, nada teme.
Comprendo que en algunas ocasiones los problemas que vivimos en esta vida parezcan tormentas que nos ahogan de día y de noche, aunque también es cierto que mucha gente hace enormes montañas de cosas sin importancia; pero cuando uno se deja guiar por el Espíritu, tiene fuerza suficiente para decir a esas montañas de la vida ¡apartáos! y se apartan, y a las tormentas ¡basta! y se calman. No olvidemos que el único guía en estas cosas es el Espíritu, nosotros como seres humanos, somos simplemente alumnos; y como todos sabemos, el alumno nunca és más sabio que su Maestro, ¿me has entendido Simón?. –Sí, pero… –decía el pescador; entonces el rabí lo calmó diciendole: –Pero, ¿qué és lo que temes, hombre de poca fe?, ¿no te das cuenta que lo importante es agarrarse a la roca del Espíritu y no a mi como hombre?. No hagas pues un problema de un simple sueño de la vida. ¿me entiendes ahora Simón?. Y el rudo pescador Simón asentó la cabeza y le contestó: –Si Yeschu, ahora te entiendo.
Los mercaderes del templo
En cierta ocasión, estando el rabí en Jerusalem, se encontró en las puertas del templo el deplorable momento de la mercadería, venta de bueyes, ovejas, palomas, etc., con el natural griterío del mercado; y estando en las puertas del templo vió que había quienes, dinero en mano, seguían negociando dentro. El obrero carpintero no pudo reprimirse y dando una rápida mirada a todo lo que estaba viendo, se encaró a los mercaderes y les habló de esta manera: –Quitad todo eso de ahí, el templo es para orar, para meditar las cosas de Dios, no para vender cosas o animales, y vosotros la estáis convirtiendo en una cueva de ladrones; en el nombre de Dios, ¡marcháos, salid del templo!.
Pero los mercaderes dijeron a Yehoshuah: –¿Quién eres tú para hablarnos de esta forma?. Y el rabí les decía: –¡Yo soy uno más como vosotros, pero verdadero seguidor de la Ley de Dios; salid del templo y no negociéis más dentro de el!. Pero los gritos de Yehoshuah eran tan fuertes que llamaron la atención de los sacerdotes que se encontraban dentro, y al ver la justicia con la que hablaba el carpintero de Nazerat, de inmediato hicieron salir a los mercaderes, intentando calmar de esta manera el incidente en el templo.
Había gente que no conociendo todavía a Yehoshuah, se preguntaba quien era aquel galileo que hablaba con tal autoridad espiritual que hasta los sacerdotes le respetaban; pero algunos escribas y fariseos que lo conocían y sabían que era galileo, hablando a la gente empezaron a decir: –Hemos oído que en Galilea existe mucha rebeldía, y que Pilatos ejecuta a los galileos en sus sacrificios, ¿qué puede esperarse de bueno de aquel lugar? El carpintero, que escuchó aquellas palabras, se dirigió a los fariseos y sin vacilar les preguntó: –Yo, que soy galileo, de Nazerat, me pregunto, ¿por qué, hombres de religión como sois vosotros, menospreciáis a otros israelitas, a otros hebreos, aunque seamos de Galilea?, ¿o es que no tenemos todos la misma Ley?, ¿Por qué creéis que es mejor aquel que tiene estudios y se somete a las leyes romanas, que aquel que sigue los dictados de la Ley de Dios, que salen de su corazón, y al mismo tiempo clama justicia ante los hombres y sus leyes violentas?.
Pues no olvidemos que para los ricos de Roma, tanto Galilea como Jerusalem son como una higuera en medio de un viñedo, solo le sirve para recoger el fruto; y si no fuera por los impuestos que obligados pagamos todos los pobres de Galilea, Samaria y Judea, hace tiempo que los romanos habrían arrancado de su tierra a Israel como se arranca un árbol estéril.
Pero en ocasiones, como la ocurrida en el templo, Yehoshuah de Nazerat también se sorprendía de sus reacciones, sabiendo como sabía, la delicada situación social en la que vivía el pueblo de Israel bajo el dominio de imperio romano; pero su confianza en el Espíritu, era mayor que el temor a ser denunciado por los sacerdotes, como así ocurrió con el profeta Yokanaán el purificador.
El sentimiento universal de Yehoshuah
Cuando el carpintero de Nazerat hablaba a la gente de sus sueños, parecía que su cuerpo, de estatura pequeña y encorvada, crecía. –Rabí, háblanos de tus sueños –le preguntaban– ¿es cierto que nuestra Tierra es redonda y que el cielo es infinito?. Y Yehoshuah les decía: –No solamente lo veo así, sino que además, veo que aquello que nosotros llamamos cielo y estrellas no son más que el auténtico templo de Dios, una gran casa llena de muchas habitaciones parecidas a esta en que vivimos, o más adelantados que la nuestra, donde es imposible ver con los ojos del cuerpo la inmensidad de sus cielos.
En ocasiones os he dicho que se cosas y veo cosas que son imposibles de expresar con palabras, pero de poder contarlas tal y como las veo y oigo, no las podríais digerir, por la sencilla razón de que son mis experiencias espirituales, no las vuestras; es necesario, pues, que tengáis vosotros experiencias propias con el Espíritu, y cuando esto ocurra, será el Espíritu que os guiará hacia la verdad, y la verdad os hará libres. Porque así dice el espíritu: "Yo soy el Buen Pastor, y el buen pastor conoce a sus ovejas y las llama a cada una por su nombre, y ellas le conocen; pero tengo otras ovejas que he de cuidar y no son de este redil, pero no temáis nada, manada pequeña, porque siempre estoy con vosotros".
–Rabí, –le decían de nuevo algunos fariseos– si el cielo y las estrellas son el templo de Dios, muéstranos pues al Padre. Y el carpintero les decía: –¿Pero no os dais cuenta de lo que os estoy diciendo?; a Dios no hay que buscarlo entre las nubes para que digamos ¡que alto está!; ni tampoco dentro de la tierra para que acabemos diciendo, ¡qué profundo se encuentra!, ¡Dios es todo!, y nosotros nada somos sin Él. Pensad por un momento y decidme, ¿cómo es el aire que respiramos, o cómo es el calor y el frío que padecemos, o el amor que sentimos por nuestros seres queridos?.
Es cierto que a Dios nadie lo ha visto jamás, pero podéis estar seguros de que si nos amamos los unos a los otros, nuestro Creador se alegra de nosotros, como parte de su obra, porque Dios es Amor, y todo el que vive en amor vive en Dios, y Dios en él. Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y las demás cosas os vendrán por añadidura, pero buscadlo en el templo de vuestro corazón y no en las sinagogas o en el Templo de Salomón, y entenderéis lo que os estoy diciendo.
Ya es hora de que comprendáis que Dios, el Creador de todas las cosas, es eterno, y nosotros, hombres y mujeres que formamos parte de Él, somos tan eternos como nuestro Padre, somos pues dioses en potencia; y cuando os digo que mil años para Dios es como un día, y un día para Dios como mil años, es para daros a entender que el tiempo, como la muerte, no existen, que todo es vida en los cielos, ¿entendéis lo que os estoy diciendo?.
Pero los fariseos que le escuchaban le hacían preguntas para confundirlo y le decían: –Si la muerte no existe, ¿cómo es que nuestro Padre Abraham y los profetas están muertos?. El carpintero, que conocía a los cojos estando sentados, les contestaba: –Pero, ¿quién os dice a vosotros que los profetas están muertos?, ¿acaso no está el espíritu de Abraham presente en vuestros rezos en el templo y en las sinagogas?; las cosas que os hablo son experiencias espirituales, no creencias religiosas. Vosotros mismos llamáis padre al profeta Abraham, pero de estar presente entre nosotros ahora os diría lo mismo que os digo yo, que a nadie llaméis Padre espiritual, porque sólo tenemos un Padre espiritual, Dios, y que a nadie llaméis Rabí, porque sólo hay un Rabí, el Espíritu de nuestro Padre Dios.
–¿Cómo es posible que teniendo poco más de cincuenta años digas haber hablado con Abraham que hace siglos que no está entre nosotros?, ¿o es que acaso tú, que dices tener al Espíritu, eres más viejo que él? –le decían los fariseos. Pero el rabí les contestaba: –¿Es que no entendéis mis palabras?; cuando os digo que somos tan eternos como Dios me refiero al Espíritu y no al cuerpo; "Antes que Abraham y que los profetas vinieran, yo existía" dice el Espíritu, ¿no os dais cuenta de que sólo Dios es el principio y el fin de todas las cosas y de que nada existe fuera de Él?.
El discurso de Yehoshuah de Nazerat era sencillo de entender, sin embargo los fariseos y sacerdotes iban siempre buscando la manera de acusarlo de blasfemo y de ir contra la ley.
La sinagoga pobre del carpintero
Un sábado, estaba el rabí con sus amigos sentados en la plaza de Cafarnaum, y a medida que hablaba, la gente que pasaba se paraba a escucharlo. Y hablando sobre la sinagoga les decía: –En muchas ocasiones os he comentado que los cielos son el verdadero templo de Dios, pero también nuestra casa puede ser un templo espiritual, si se vive en armonía; "Donde están dos o tres unidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos", nos dice el Espíritu.
Pero entre la gente que escuchaba al carpintero habían unos fariseos que al oir sus palabras le dijeron: –Pero rabí, ¿no dice la ley que se necesitan diez hombres con el rabino para abrir una sinagoga?; entonces, ¿por qué hablas de formar una sinagoga con media docena de hombres y mujeres ignorantes de estas cosas?.
Entonces Yehoshuah les contestó: –Yo no hablo de construir templos; lo que os digo es que la auténtica sinagoga del Espíritu no se edifica con piedras, barro, ni libros, sino con la práctica de la bondad y la justicia entre hombres y mujeres, lo demás sobra. Aquí mismo, en la plaza y en este momento, ya estamos formando sinagoga. Estáis equivocados en pensar que la religión de Dios, consiste en unos hombres que predican y comen, mientras la gran mayoría escuchan, malviven y os pagan tributos.
Y mirando de nuevo a la gente pobre les volvía a decir: –¿No os dais cuenta de que continúa la misma esclavitud, la misma servidumbre que había en Egipto?. Cuando el profeta Moisés subió la montaña y escuchó en su corazón la voz de Dios, supo lo que tenía que hacer y decir a los hijos de Israel. Un buen judío sabe que lo importante es subir la montaña del Espíritu si quiere reencontrarse con el único que nos puede liberar de la esclavitud, Dios. Cuando el Espíritu habla al corazón humano dice: "Yo no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, sólo obedece como un cordero y va andando a ciegas esperando la voz de su amo; yo os llamo amigos, porque el verdadero amigo está siempre presente cuando es necesitado; por eso os digo que la verdadera sinagoga se construye en el corazón del hombre, a través de la bondad humana, y no con piedras y barro; quien tenga oídos, oiga".
La gran lección del Espíritu o Cristo
Un sábado por la mañana, ya bien salido el sol, se encontraba de nuevo el carpintero con sus amigos en Jerusalem, la ciudad estaba llena de gente que se disponía a celebrar el shabat en el Templo, como de costumbre. Yehoshuah de Nazerat se paseaba por la plaza frente al templo con su hijo, el joven apóstol Yokanaán, algunos de sus discípulos y otras personas que se acercaban a él; de pronto el rabí se paró, y mirando a la gente que le rodeaba, (había fariseos, escribas, levitas, nazarenos, esenios, etc.), sonriendo cariñosamente empezó de esta manera:
–Nuestro Padre Dios, bendito sea, me ha enviado a vosotros israelitas y a todos los seres humanos de la Tierra, para daros la Buena Nueva, el evangelio del Espíritu a los pobres, como ya en otras ocasiones os he dicho, pero el evangelio es también para los ricos. –aquí se produjo un gran murmullo de aprobación de la gente– Pero entended bien esto, –dijo Yehoshuah– la lección es para ricos y pobres; unos y otros debéis apartar de vuestra mente el egoísmo, ambición, envidia, etc. y vuestro espíritu tiene que estar lleno de paz, amor, bondad y sobre todo, estar en armonía con Dios.
Entonces uno de los presentes le dijo: –Rabí, yo tengo tierras, ovejas, dinero, etc., no veo porqué tengo que renunciar a estas cosas materiales. Pero Yehoshuah mirándole con cariño le contestó: –Os he dicho en otras ocasiones que no se puede servir a Dios y al dinero, debemos trabajar todos, nadie tiene derecho a enriquecerse con el trabajo de los demás hombres, el que puede, tiene que trabajar, salvo los niños, los enfermos, los ancianos, etc. Dios dice "no robarás", y yo os digo que nadie puede hacerse rico si es honrado, ama la justicia y tiene a Dios en su corazón.
Y para terminar la lección de hoy debo añadir que nuestro pueblo está dividido en ricos y pobres, en religiosos del templo y en comunidades religiosas apartadas del pueblo, como los nazarenos, los esenios, etc.. Nuestro Padre Dios no quiere esta forma de vivir y de adoración; aprended de mí, –dijo Yehoshuah– yo trabajo de carpintero, estoy en unión con Dios y predico las verdades del evangelio públicamente como lo hago ahora; amigos, no os engañéis a vosotros mismos; aferrarse fuertemente a una religión o refugiarse en una comunidad apartada de la otra gente, todo esto es puro egoísmo, y mientras tengáis egoísmo materialista o religioso, podréis tener muchas cosas materiales, conocimientos humanos, etc., pero no tendréis a Dios.
Ya os he dicho en otras ocasiones que si queréis ser luz, tenéis que alumbrar, porque una luz estropeada o escondida no alumbra; levitas, sacerdotes, fariseos, saduceos, esenios, etc., aprended de mí, aprended la lección; para vivir la vida, para respirar el aire que Dios nos da, no tenemos la necesidad de acudir a ningún sitio determinado, pues de la misma manera nuestro Padre Dios dá la vida al espíritu de forma directa, si estamos en armonía con Él.
Yehoshuah dió por terminada la lección y empezó a alejarse de la multitud, mientras que la gente hacía comentarios. –Pero ¿quién es este?, dijo uno, al parecer esenio por su modo sencillo de vestir; y el joven apóstol Yokanaán, muy contento y dando saltos de alegría, se iba corriendo tras su padre mientras les gritaba fuertemente: –¿Aún no lo conocéis?, ¡es el Espíritu, es el Espíritu!".
Subir a una higuera para ver al Maestro
Las palabras y la forma de actuar del carpintero de Nazerat eran motivo de conversación entre muchos de los pobres de Israel, pero también algunos ricos trataban de entender al nazareno, aunque sus enseñanzas les resultaban fuertes de digerir.
En una ocasión, un tal Zaqueo, que ya había escuchado a Yehoshuah en Jerusalem, quedó tan entusiasmado por sus palabras, que le rogó que viniera a su casa, en Jericó; pero cuando el rabí llegó a la antigua ciudad, había tanta gente en el mercado, que Zaqueo no tuvo más remedio que subirse a un sicomoro para verlo venir al tiempo que gritaba su nombre. Pero aún así seguía sin verlo, hasta que el rabí, colocándose bajo el árbol, le gritó: –Zaqueo, estoy aquí, ya puedes bajar del árbol. Y el hombre, bajando del árbol, abrazó al rabí y a su familia y marcharon a su casa a descansar.
Pero no poca gente rica que escucharon gritar al publicano el nombre de Yehoshuah de Nazerat se sorprendieron de que un hombre de posición como Zaqueo invitara a aquél simple nazareno de Galilea.
Pero Yehoshuah de Nazerat como hombre espiritualmente libre, poco caso hacía de las habladurías y de las críticas que sobre el hacían, sobre todo los ricos y religiosos de Israel. Aquella tarde, y a pesar de dichas críticas, la casa del publicano Zaqueo se llenó de gente pobre que esperaban ansiosos escuchar las palabras del rabí; y el obrero carpintero les hablaba con ejemplos y parábolas como esta:
–Un hombre rico tuvo que ausentarse de su casa durante un tiempo para arreglar unos negocios, pero a pesar de que era estricto, también era justo, y antes de irse llamó a sus diez empleados y les dijo: "Tomad este dinero, encargaos vosotros de mis bienes, y procurad que den riqueza para que nada se pierda".
El hombre era odiado por otros ricos que no veían bien esa confianza, pero también mal temido por algunos de sus empleados que se dejaban llevar por el temor y las habladurías. Cuando regresó del viaje lo primero que hizo fue llamar uno a uno a sus empleados para pasar cuentas; el primero le devolvió diez veces el dinero prestado y el rico le dió autoridad sobre diez de sus negocios; el segundo le devolvió cinco veces el valor del dinero prestado y el hombre en agradecimiento le dió autoridad sobre cinco de sus negocios y así sucesivamente todos entregaron su trabajo y fueron recompensados.
Pero uno sus empleados se presentó delante de él y le entregó el mismo dinero prestado dentro de un pañuelo y le dijo: "Señor, tuve miedo de perder el dinero y lo guardé". Entonces el hombre le preguntó el por qué, y el empleado le contestó: "Porque la gente dice que eres un hombre severo, que robas lo que no es tuyo y recoges cosas que tú no has sembrado y he temido que hicieras lo mismo conmigo". Entonces el hombre le contestó: "¿Y por qué me lo dices ahora?. Tú ya sabías que yo era un hombre de negocios cuando te dí el dinero y te callaste, un dinero que procuro administrar aunque no lo haya trabajado. Si tenías tal idea formada de mí, ¿por qué no has sido sincero desde el principio y me has dicho lo que pensabas, así yo hubiera invertido el dinero en otro lado y habría dado intereses durante todo este tiempo que he estado ausente?.
El hombre rico se enfadó tanto de la desconfianza de aquel empleado que le quitó todo el dinero e hizo que lo entregaran a quien había producido diez veces más; y llamando a todos sus empleados les dijo: "A partir de este momento, aquel que más produzca, más obtendrá, y el que produzca menos, lo poco que tenga se le quitará". Y despidió a cuantos habían dudado de su palabra.
Cuando acabó de contar la parábola, el rabí dijo a quienes le escuchaban: –Ahora, decidme vosotros, ¿qué habéis entendido?. –Maestro –dijo uno–, yo he entendido que no es justo que un hombre se haga rico a costa del trabajo de otro hombre–. Con las palabras de aquel seguidor empezó una fuerte discusión, pues los había que defendían al rico y otros a los pobres, a los obreros. Uno de ellos se dirigió de nuevo al carpintero y le dijo: –Rabí, hemos oído que en Galilea hablabas de repartir la comida y de tener todos los hombres las cosas en común, ¿no es esto lo que quieres decirnos con la parábola?.
–Veo que no me habéis entendido del todo, pero os aclararé más la cosa –dijo Yehoshuah–. Es cierto que debemos ayudarnos los unos a los otros y también es cierto que debemos ganarnos el pan con nuestro esfuerzo y no con el esfuerzo de los demás hombres como he dicho estos días en Jerusalem; nadie tiene derecho de hacerse rico a costa del trabajo y sudor de los pobres.
Pero pensemos por un momento. Si un hombre es rico, sea judío o no, ama la justicia y quiere respetar la ley de Dios que es el amor al prójimo, no tiene más remedio que repartir entre sus obreros el beneficio del trabajo que ellos producen; sólo así se estará acercando al reino del Mesías que es justicia para todos; lo otro no es más que robar.
Pero si un hombre, sea judío o no, es pobre y quiere seguir siendo honrado, nada debe temer en decir aquello que piensa y siente, si el único fin de sus palabras es el de no engañar ni ser engañado; no olvidemos que la verdad es lo único que nos hace a todos libres, no las mentiras y el miedo, que acaban por convertirnos a todos en esclavos.
Zaqueo se levantó emocionado por las palabras de Yehoshuah, y con el corazón abierto habló del rabí delante de aquella gente pobre diciendo: –Hace unos días escuché en Jerusalem las palabras del rabí Yehoshuah que decían: "lo que no quieras para tí no lo desees a los demás" y me dieron mucho que pensar. Nunca había oído hablar con tanta justicia, dignidad y sensatez a un hombre pobre como él, ni en Jericó ni tampoco en Jerusalem.
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