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El evangelio pobre de Yehoshuah de Nazerat (página 4)

Enviado por jjmgonzalez


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Cuando os digo que soy la Verdad, la Vida, la Luz, etc., os digo claramente lo que sois vosotros mismos, lo que pasa es que muchos de vosotros no me entendéis, estáis como muertos, debéis renacer, resucitar de nuevo, y esto lo podéis hacer ahora; apartad de vuestra mente todo lo negativo, pensad solamente en el Espíritu, tratad de amar a Dios con todas vuestras fuerzas, tratad de repartir este amor con el prójimo y notaréis en vosotros mismos que vais creciendo espiritualmente, esto os será por señal que el Mesías empieza a estar en vosotros mismos, después, todas las cosas que necesitéis os serán dadas.

Somos todos dioses en potencia ya que somos Dios mismo; muchos de vosotros tratáis de seguirme, os gusta escuchar mis enseñanzas, pero si no ponéis en práctica estas cosas que os hablo no adelantaréis nada, el verdadero judaismo es practicar las enseñanzas de los profetas y no solamente creerlas, porque saber un oficio y no practicarlo de nada sirve; los mandamientos de Dios no son para creer, recitarlos en voz alta, hablar de ellos, etc., son para vivirlos; así pues, no se trata de creer o no creer en nuestro Padre Dios, hay que sentirlo en uno mismo, nuestro espíritu debe estar en completa armonía y unión con el Espíritu Universal de Dios.

Aprended de mi, soy Yehoshuah de Nazerat vuestro amigo; tener al Espíritu es tener la Luz, la Paz, la Justicia, el Amor de Dios en uno mismo; vivid estas cosas y después podréis predicarlas, enseñarlas a los demás siendo verdaderamente mis discípulos.

Sobran pues los maestros religiosos ya que la religión de Dios tiene un sólo Sacerdote, un sólo Rabí, el Espíritu Universal, que al estar en y con los espíritus humanos, hombres y mujeres, nos transforma a todos en verdaderos sacerdotes y profetas de Dios.

Pero como a los sacerdotes les molestaba que un simple chapucero de la madera predicara cerca del templo y sobre todo como lo hacía Yehoshuah gritando en voz alta, salieron junto a los ancianos, del templo, molestos de esa falta de respeto a las costumbres religiosas, y acercándose al rabí le dijeron: –¿Quién te ha dado autoridad para predicar como rabí?. Entonces Yehoshuah con toda naturalidad, después de unos segundos de silencio les dijo: –Vosotros queréis saber con qué autoridad hablo de nuestro Padre Dios, pero antes explicad a la gente si la purificación de Yokanaán en el Jordán le venía dada del cielo o no.

Entonces los sacerdotes mirándose unos a otros dijeron que no sabían nada de ello y antes que pudieran de nuevo hablar el rabí les volvió a decir: –Pues de igual manera tampoco os puedo explicar la autoridad porqué hablo estas cosas, que no sea a través del Espíritu de los profetas que está en mí y en todo hombre y mujer; pero os pondré un ejemplo para que vosotros sacerdotes lo entendáis mejor:

Un hombre tenía un campo que labrar y dos hijos que le ayudaban. Un día dijo al primero: –Hijo, ayúdame a labrar esta mañana el campo que ya le hace falta; el hijo le contestó que no podía, pero después le supo mal y fue a ayudar a su padre. Al día siguiente dijo lo mismo al segundo y este le contestó que sí, que le ayudaría, pero al final no lo hizo y dejó a su padre sólo con todo el trabajo.

Habiendo escuchado esto, os pregunto como estudiosos de la Ley, ¿cual de los dos hijos obró bien con su padre?. Los sacerdotes y ancianos sonriendo contestaron: –El primero.

Entonces el carpintero les dijo: –Muy bien, pero ahora como sacerdotes de la religión judía os pregunto, ¿cómo es que sabéis decirnos donde se encuentra la buena acción de los dos hijos e ignoráis si la purificación de Yokanaán era de Dios o no?; ¿no os dais cuenta de que hasta los publicanos y las rameras os van delante en las cosas del Espíritu?.

Todo el mundo sabe que Yokanaán era un hombre bueno y de justicia, un profeta, sin embargo vosotros sacerdotes no lo reconocisteis como tal, si no al contrario, lo abandonasteis delante de los romanos y permitisteis que lo mataran sin oponeros a esta injusticia; sin embargo nosotros, los pobres, los publicanos y las rameras a los que tanto condenáis en vuestros sermones, sí que lo reconocimos y hasta nos dejamos purificar por él en el Jordán.

Piedras angulares

Los sacerdotes se indignaron de lo que decía el rabí, pero no sabían que contestarle. Yehoshuah continuó hablando a todos con otra parábola: –Imaginaos a un hombre que plantó un viñedo y como tenía que irse lejos, lo dejó al cuidado de unos labradores. Pasó el tiempo y cuando era época de recogida el hombre envió un ayudante para recoger el fruto de la cosecha; pero al verlo llegar los labradores, celosos del fruto, lo apalizaron y expulsaron. Entonces el hombre volvió a enviar otro ayudante y pasó lo mismo. Por último el hombre envió a su hijo creyendo que lo respetarían y los labradores al verlo pensaron que si mataban al heredero ellos se podrían quedar con el viñedo; y así hicieron matando al hijo. Así pues, ¿cómo actuará el hombre con aquellos labradores que no sea con justicia e indignación?.

Y es que los profetas solían decir que las piedras que eran rechazadas por los constructores, acababan siendo colocadas en las esquinas de las calles. Entended que Dios no hace acepción entre los seres humanos, hombres o mujeres, es más, tampoco os ha de sorprender que los profetas salgan de entre los pobres, porque Dios es justo.

Los ancianos y sacerdotes volvieron a indignarse de las palabras de Yehoshuah, pero como no podían rebatirle porque la gente estaba con él, se marcharon ante la mirada de todos y Yehoshuah continuó hablando en parábolas diciendo: –La justicia de nuestro Padre Dios es semejante a la de aquél hombre que, feliz de la boda de su hijo, hizo una gran fiesta e invitó a todo el pueblo a participar; sin embargo los más ricos del pueblo le empezaron a poner excusas para no ir a la fiesta y llegada la hora sólo aparecieron los familiares y amigos. El hombre indignado empezó a recorrer calles, plazas y caminos y escogió de entre todos a la gente más pobre y humilde del pueblo para llevarlos a la fiesta donde comieron y se hartaron hasta el amanecer.

En las cosas del Espíritu, muchos son los llamados pero pocos los escogidos, y no por tener dinero, poder o conocimientos religiosos, se esta más cerca de Dios.

Dos únicos mandamientos

Un fariseo que le escuchaba le dijo: –Rabí, tú que hablas de justicia y dices que la verdad está por encima de todas las cosas, dinos, ¿debemos pagar el tributo al César o tenemos que negarnos?. Pero Yehoshuah vió las intenciones del fariseo y le contestó: –¿De quién es la moneda?; –del César, replicó el fariseo; –Entonces dá al César lo que es del César, pero no te olvides de dar a Dios lo que es de Dios; –y el rabí añadió– y si el Espíritu viene de Dios y también la vida que nos da para respirar, ¿con qué tributo se queda el César que no sea con unas miserables monedas?.

El fariseo sorprendido no sabía que contestar, entonces un saduceo le preguntó: –Rabí, la Ley de Moisés dice que cuando muera un hombre casado y tenga hermanos, su mujer ha de ser tomada como esposa por el siguiente hermano y si este muere también, a continuación el otro hermano ha de tomarla y así hasta el último. Pero al final, cuando la mujer muera y se encuentre frente a todos los hermanos, ¿de cual de ellos será aquella mujer?.

Y el rabí Yehoshuah le contestó: –Vosotros vivís según la religión, os casáis según los ritos y al morir seguís ignorando donde vais a ir; pero el ser humano que verdaderamente está con Dios sabe que todo es Espíritu y que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios que es el Espíritu. Y el Espíritu, que no tiene sexo, ni es hombre ni mujer sino que es infinito por ser Dios mismo y por tanto no puede ya más morir, reencarnarse en otro físico para seguir evolucionando sí, pero no morir, porque todo es vida. Os es necesario comprender que el Dios del que os estoy hablando no es el dios muerto que os predican en los templos, sino el Dios de la verdadera vida; porque no hay nada en los cielos y en la Tierra que no tenga vida, ya que todo lo que existe está en Él.

El saduceo dijo al carpintero: –Hablas con sabiduría y en verdad debe ser así. Entonces salió un escriba que estaba escuchando entre la multitud y le dijo: –Rabí, quisiera hacerte una pregunta, ¿cuál es el mandamiento más grande que has leído de la Ley?. Y en aquél momento volvió a repetirse el silencio producido en la montaña tiempo atrás, y después de unos segundos, el rabí exclamó en voz alta: –Shemá Israel Iedonah Ealohenu Iedonah Ajad; ¡Oye, Isra-e-l: el Señor, nuestro Dios, el Señor es Uno!; amarás al Eterno tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza, y a tu prójimo como a tí mismo; estos son los dos únicos y más grandes mandamientos en los que se han basado, tanto los profetas, como la Ley.

El escriba emocionado dijo al rabí: –Rabí, en verdad tú enseñas el camino para ir a Dios, porque está escrito que el Señor es Uno y no hay otro mandamiento mayor a estos, y amar a nuestro Padre Dios con todo el corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro entendimiento así como amar al prójimo como a nosotros mismos, es mayor que todos los holocaustos y sacrificios religiosos que podamos hacer.

Yehoshuah lo miró con cariño y le contestó: –Ya veo que reconoces donde se encuentra la verdad y no estás lejos de comprender lo que es el reino de los cielos. Entonces se dirigió a los demás escribas y fariseos que se encontraban escuchando y les dijo: –Contestadme a una pregunta vosotros que sois escribas, fariseos, hombres de religión, decidme, ¿por qué los sacerdotes predicáis que el Espíritu es hijo del rey David si David le llamaba "mi Señor" en sus oraciones?.

Aquellos hombres se miraban pero no sabían que contestar, y Yehoshuah continuó diciendoles: –La cosa es muy sencilla, porque en vez de respetar el sencillo mandamiento del amor al prójimo, los hombres han organizado religiones y establecido por encima de Dios jerarquías humanas, grupos compuestos de ricos y pobres, unos que nadan en la abundancia mientras que los pobres, si no tenemos trabajo acabamos mendigando robando o apartados como hacéis con los leprosos. Mientras tanto vosotros que os metéis en comunidades o en los templos para ser sacerdotes y que os llamen rabí, acabáis interpretando la Ley de Moisés como os han enseñado, según la conveniencia de vuestra jerarquía.

Entonces se escuchó un fuerte murmullo entre la gente que estaba escuchando con atención sus palabras. Pero el rabí continuó diciendo a todos: –Amigos, oid bien lo que os estoy diciendo; tened cuidado con la religión; escudriñadlo todo, pero retened sólo lo bueno; podéis escuchar lo que dicen los sacerdotes, pero cuidado con seguirles. Todos sabemos que lo que predican no lo cumplen, y en cambio imponen cargas pesadas a los pobres que nadie puede llevar; que en vez de trabajar y ganarse el pan que comen, sólo se preocupan de sus vestidos y de su limpieza exterior, pero por dentro son aves de rapiña cargados de egoísmo e hipocresía, vanidosos a los que les gusta rezar y ayunar en las plazas para ser vistos por todos; buscando los primeros sitios dentro de las sinagogas y paseándose por las calles para que les llaméis ¡rabí, rabí! No olvidéis que un buen judío no llama a nadie rabí, porque comprende que sólo hay un Rabí, el Espíritu que nos inspira a todos; tampoco llama a nadie padre espiritual pues sabe que sólo tenemos un Padre Espiritual que es Dios. Comprended que no hay diferencia alguna entre los seres humanos, todos somos iguales ante Dios. El más grande en la Tierra, es el más pequeño delante de Dios y el más pequeño de entre los hombres, es grande delante de nuestro Padre, porque Él es justo y así quiere que seamos nosotros.

Pero algunos escribas se sintieron ofendidos de la crítica y uno de ellos le dijo: –Rabí nos estas ofendiendo a todos cuando criticas a los sacerdotes.

Entonces Yehoshuah se volvió hacia los escribas y en voz alta les dijo: –Vosotros sacerdotes, si de verdad practicarais el amor al prójimo, no pondríais tantas pegas a los pobres y a la justicia de Dios que denunciaban los profetas; pero como muchos de vosotros no queréis trabajar para ganaros el pan que coméis, os escondéis tras la letra muerta. sois vosotros los que ofendéis a los pobres ocultando las injusticias, y ni entráis en las cosas de Dios ni dejáis entrar a los que os siguen; ciegos que guían a otros ciegos y al final todos caen por vuestra culpa. ¿De qué os sirve escucharme por caminos y pueblos o por las orillas de Gineret, si lo hacéis tan sólo para criticarme y acusarme de blasfemo o comilón?; falsos, hipócritas!, ¿acaso no sois vosotros los que vais rezando en las casas de las pobres viudas cuando están indefensas, para luego devorarles los pocos bienes que les quedan?. ¿No son vuestras leyes religiosas las que condenan a todo aquél que jura por el templo?, sin embargo nada se dice del oro que es acumulado en el, ¿acaso Dios necesita oro y riquezas humanas para ser adorado?; generación de víboras!, ¿por qué condenáis a quien tiene por templo el cielo estrellado y ora desde su casa al Dios que lo creó?. Los pobres no os necesitamos para hablar con nuestro Creador?.

Y vosotros, ¡fariseos ciegos!, ¿de qué os sirve limpiar tanto el vaso y el plato, si delante de la suciedad de las injusticias os calláis?; no sois más que sepulcros blanqueados, bien vestidos para ser mirados, pero por dentro podridos y llenos de huesos. ¿Por qué edificáis sepulcros en recuerdo a los profetas si en vida los estáis continuamente persiguiendo?. ¡No sois más que guías ciegos, que vais colando el mosquito y os tragáis el camello!.

Ya decían los profetas: –¡Jerusalem, Jerusalem!, que matas a los profetas y echas a pedradas a los que Dios envía; cuantas veces he querido juntar a tus hijos a través del Espíritu y tú no has querido por causa de tu egoísmo y fanatismo religioso–.

Y todo esto que digo no soy yo, sino el Espíritu que continuamente dice a los poderosos de Israel a través de los siglos: "Te envío profetas, gente pobre que clama justicia, y en cambio vosotros los perseguís de ciudad en ciudad deseando su muerte, crucificándolos y azotándolos en los templos y sinagogas. En verdad te digo Israel que llegará el día en el que tus calles y plazas quedarán desiertas de profetas y tus gentes clamarán al cielo para que de nuevo vuelvan, pero ya no quedará ni tan siquiera del templo piedra sobre piedra".

En aquél momento se había concentrado mucha gente alrededor del rabí y los sacerdotes habían avisado a los romanos; al llegar los guardias empezaron a dispersar a la gente diciendo: –¿Quién es el responsable de esto?.

Entonces el rabí les dijo: –Dejad a la gente que se vaya pues no tienen culpa, si tenéis que arrestar a alguien arrestadme a mi. Al ver que se iban a llevar al carpintero, algunos de sus amigos dijeron a los romanos: –Si os lleváis al rabí llevadnos también a nosotros, porque si es delito hablar, delito también debe ser escuchar.

Pero la sencillez y lealtad de los amigos de Yehoshuah hizo que los soldados acabaran con aquél incidente tan sólo dispersando a la gente de aquél lugar. Al salir de la ciudad, los amigos y seguidores del rabí estaban asustados y esperaban la peor de las represalias, tanto de los romanos, como del poder de los sacerdotes, pero el rabí los tranquilizaba con ánimos y palabras de aliento.

El poder milagroso atribuido religiosamente al judío carpintero Yehoshuah de Nazerat, no ha hecho más que alejarlo de la comprensión sencilla de la gente, confundiendo su realidad humana con la fantasía religiosa que se ha fabricado a su costa.

Si en la actualidad pudiéramos entrar en cualquier iglesia, pagoda, mezquita, asram, sinagoga, etc. existentes en el mundo y rebatir a los sacerdotes o dirigentes religiosos sus argumentos con palabras acusadoras, seguro que acabaríamos siendo expulsados incluso por la propia policía. Sin embargo ese poder divino atribuido al rabí ha acabado convenciendo al mundo creyente de que el entorno político, religioso y social en el cual vivía el obrero carpintero estaba contínuamente pendiente de él y de sus palabras, pendiente de un sencillo y pobre trabajador; ¿por qué toda esta parafernalia?, ¿para demostrar la divinidad de un sencillo campesino judío?.

Poco se han manipulado aquellas palabras del rabí cuando dice: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"; o aquellas otras que dicen: "Dios es Espíritu y Vida y nosotros somos exactamente lo mismo, Espíritu y Vida". El mensaje espiritual o evangelio pobre del rabí siempre consistió en aclarar a los pobres y de paso recordar a los dirigentes de las religiones, que todo es divino y que nadie tiene derecho a manipular la vida, y mucho menos la vida espiritual del hombre, sea éste religioso o no lo sea.

Otra cosa era y es cumplir con las normas simples y humanas de convivencia, pagar contribuciones, aplicar leyes de reparto del trabajo y vida social, etc., si con ello se consigue un auténtico desarrollo social y humano que permita mejorar la convivencia. Pero como antaño, en la actualidad se siguen pagando ciegos tributos de una manera feudal a un César actual llamado capitalismo, impidiendo así que la conciencia se mantenga libre y siempre vigilante, con el fin de que el poder humano, político y religioso no atente ni sobrepasase la esencia de lo que realmente somos, espíritus libres.

Las religiones, en vez de aclarar estas palabras las han targiversado para continuar cobrándose un tributo que dura siglos, tributo que les han convertido en amenazantes poderes políticos enriquecidos a costa del empobrecimiento de gran parte de la humanidad. Lo triste de todo esto es que la bendición religiosa que reciben hasta el día de hoy los ejércitos de todo el mundo, sólo sirve para poder masacrar pueblos enteros en nombre de Dios. ¿Qué derecho tienen los gobiernos, militares y sectas consideradas religiones, para disponer de la vida de millones de pobres, armarnos y obligarnos a matar en sus guerras de poder?.

Si los dirigentes religiosos entendieran un ápice las palabras y el mensaje pobre de Yehoshuah de Nazerat, hace siglos que hubieran dicho al mundo y a sus seguidores: –¡Cuidado amigos!, si queréis ser cristianos no se puede entrar en un cuartel y manejar armas para matar a otro ser humano que es vida, ya que la misma vida es Dios; "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" nos ha dicho el rabí de Nazerat. ¿Por qué no dicen estas cosas las religiones de todo el mundo, sobre todo el catolicismo y el protestantismo, retirando a sus sacerdotes, pastores, rabinos, etc., de los cuarteles, barcos y aviones de guerra de todo el mundo y excomulgando a todo aquél que compre, venda o use armas para matar a otros seres humanos?.

En Mallorca y en muchas partes de España, el respeto hacia una persona anciana u hombre sabio y bondadoso es traducido bajo la palabra "maestro", –es decir, maestro Juan, maestro Pedro, etc.,– siendo esta sencilla veneración el mejor respeto para la condición de ser humano. La adoración y veneración personal que exigen las jerarquías religiosas a sus creyentes, constituye una auténtica y obligada ofrenda al César y es contraria al mensaje espiritual del rabí, siendo esta una clara manipulación de la realidad humana tanto de Yehoshuah de Nazerat como de todo hombre y mujer que aporte un poco de luz a esta cegada humanidad.

A los sacerdotes y dirigentes de las religiones organizadas, sobre todos de las llamadas cristianas, se les tendría que caer la cara de vergüenza por ocupar puestos de relevancia social, o de presentarse ante el mundo bajo la tutela de estudios y títulos honoríficos basados en unos supuestos conocimientos sobre los hechos y vivencias del sencillo jornalero Yehoshuah; más bien nos tendrían que pedir perdón a todos los pobres del mundo por habernos hecho sufrir los atropellos del poder de sus instituciones eclesiásticas, sembrando de terror y de miedo a nuestros antepasados durante siglos.

De comprender el sencillo cristianismo del carpintero Yehoshuah de Nazerat, la cúpula sacerdotal acabaría de una vez por todas eliminando la ridícula hegemonía jerárquica, y en un acto de humildad pública, como así lo hizo hace 2000 años un escriba a Yehoshuah, desnudarían su conciencia bajo aquellas mismas palabras diciendo: –Rabí (maestro), en verdad estas enseñando el verdadero camino hacia Dios, y siempre has tenido razón cuando repetías al mundo que, el amar al prójimo con todo el corazón y con todas las fuerzas, es mejor que cualquier sacrificio religioso que pueda hacer el ser humano.

Este podría ser el primer paso que ayudaría a redimir espiritualmente las múltiples atrocidades que todas las organizaciones religiosas ha cometido durante siglos con los pobres del mundo, seamos o no creyentes, y no las escusas y el perdón pedido a los pueblos, como fue en su momento al pueblo israelita, que de nada sirven si se sigue amparando la injusticia social dentro de los mismos templos, engrandeciendo de esta manera la deuda moral con un mundo en el que va encaminado irremediablemente a la practica de la justicia, responsabilidad esta a cargo del tribunal Internacional.

Un carpintero profeta Yehoshuah de Nazerat era un carpintero, un galileo pobre, pero no un ser tonto e ignorante; eran intensos y acalorados los debates que realizaba con sus amigos y seguidores al terminar el trabajo, y cuando no, sus amigos lo buscaban allá donde fuera para pedirle consejo, con el único fin de que les hablara de Dios y del futuro del hombre.

"En la redondez de la tierra"

Así ocurrió en aquella ocasión en Jerusalem, cuando el rabí y sus amigos fueron reprendidos por los romanos en una discusión con los sacerdotes; aquél día, por las montañas cercanas a Jerusalem, los seguidores y amigos que habían ido con él a la ciudad, empezaron a hacerle preguntas sobre el futuro: –Rabí, cuéntanos algo más sobre las cosas que han de venir, ¿es cierto que el templo desaparecerá?.

Y el rabí les decía: –No solamente el templo, sino también las jerarquías de todas las religiones; la verdadera religión del futuro no es más que la bondad y la justicia puestas en práctica, por eso el verdadero profeta cuando habla del futuro, no predice más que el presente que vive dentro de sí mismo. Los pobres debemos guiarnos por la única verdad de Dios, el amor al prójimo y no como hacen los ricos, a través de mentiras, robos, engaños y asesinatos como ocurre ahora.

A los religiosos les molesta que los pobres hablemos de justicia y de Dios fuera de sus templos y sinagogas; ellos saben que la religión del futuro se encuentra dentro de los hombres, y no fuera de ellos, una religión sin sacerdotes ni jerarquías, sin templos ni riquezas. Y como temen esto, usan el poder que tienen para crear conflictos y enemistar a los pueblos creando guerras para que los pobres se odien, se maten unos a otros y no tengan tiempo de pensar en lo importante que es vivir en justicia y en paz, la paz de Dios.

Por eso os digo, procurad estar despiertos y no ser engañados; yo no estaré siempre con vosotros, y es seguro que en vuestra vida encontraréis muchos hombres, en general vividores, que os dirán lo que debéis hacer y como tenéis que actuar; sed vosotros mismos y no os preocupéis por vuestras palabras y forma de hablar, que el Espíritu de los profetas estará con vosotros y hablará por vuestra boca.

–Rabí –dijo uno que deseaba saber más del futuro de Israel–, nuestros padres fueros esclavos en Egipto, ahora lo somos nosotros de Roma, ¿cuándo acabará esta esclavitud que sufrimos? –¿Qué cuando acabará esto?, –dijo el rabí– cuando se deje de alimentar el odio entre los pueblos, ¿es que no habéis visto lo que ha pasado hoy con los sacerdotes en Jerusalem?. La religión sólo sirve para dividir y sus sacerdotes son preparados para ocultar toda aquella verdad que haga a los hombres más libres y más humanos. Y usarán las guerras como excusa, o nos entregarán en los concilios oy nos matarán si les conviene, por el simple hecho de hablar de la verdad, por defender algo tan simple y sencillo como es la bondad humana.

Pero no os preocupéis porque todo esto ha de pasar; es cierto que es difícil entender tanto sufrimiento, tantas injusticias, guerras entre pueblos, miseria, familias enfrentadas entre sí por el odio y el egoísmo, etc., además de los desastres y enfermedades naturales que padecemos de la tierra; cuantas veces en mis oraciones he pedido al Padre cuando acabará todo esto.

Por eso vosotras, mujeres, debéis tener cuidado en no traer tantos hijos a estos tiempos, porque los hijos son como perlas que no deben tirarse a los cerdos que dominan, pues el sufrimiento será aún mayor del que ahora tenemos; la guerra es como un diluvio, nadie sabe cuando empieza, ni tampoco cuando acabará, viene sin avisar y destroza todo cuanto encuentra en su camino; pero el Dios que nos ha enviado a esta Tierra, que es el Dios de la vida y no de la muerte, nos ha dado una cabeza para que pensemos por nosotros mismos y no nos dejemos engañar por los sermones de los sacerdotes y poderosos de la Tierra: razonemos bien las cosas y reduciremos el sufrimiento humano.

Al oir estas palabras uno de sus seguidores le preguntó: –Rabí, ¿y cuándo acontecerá todo esto?.

Yehoshuah les continuaba diciendo: –Pensemos por un momento en los árboles, sobre todo en una higuera, durante un tiempo parece que está muerta porque la vemos seca, pero cuando le empiezan a salir las hojas todos sabemos que se acerca el buen tiempo para que dé fruto. Lo mismo ocurrirá con el mensaje o buena nueva que estamos hablando; las religiones poderosas intentarán ocultar estas verdades a los pobres y esclavos de Israel y en general de otros pueblos, incluyendo los de Roma, pero no podrán, y la idea de que el Espíritu de Dios se encuentra en el interior de todo hombre y mujer, será la pesadilla de los sacerdotes religiosos del futuro que se levantarán como falsos profetas y guiarán al engaño a toda la humanidad mientras puedan.

Porque es culpa de los sacerdotes que la gente sufra por causa de sus ansias de poder; son ellos los que generación tras generación nos imponen cargas, temor y sufrimiento a los pobres, hombres, mujeres y niños, sin respetar tan siquiera la vida; "pero el cielo y la tierra pasarán, sin embargo mis palabras no pasarán en vano", nos dice a todos el verdadero Maestro, el Espíritu.

En el futuro, llegará un momento en el que el hombre, guiado por el Espíritu, sentirá necesidad de mirar al cielo, y entonces nuestros descendientes empezarán a recordar todo lo que está pasando hoy aquí, siendo de nuevo entre los pobres que surgirán mis palabras sacando a la luz lo que tanto tiempo ocultaron las religiones, la justicia de Dios.

En aquellos días, la Luna, el Sol y las estrellas estarán más cerca de la humanidad que nunca y la verdad volará por la redondez de la Tierra y nadie podrá ocultarla; ese será el momento de renacimiento del Espíritu entre los pobres y el fin de todas las religiones, acabando la higuera su época estéril y anunciando así la llegada del verano. Como hace un buen pastor separando a la izquierda las ovejas y a la derecha los cabritos, así hará simbólicamente el Espíritu con los hombres en aquel tiempo.

Y dirá a los de su izquierda: ¡Venid, pobres del mundo, venid y heredad la tierra que desde el principio os perteneció!, porque cuando tuve hambre, me disteis de comer; cuando tuve sed, me disteis de beber; estando desnudo me cubristeis, enfermo y me consolasteis; encerrado en la cárcel y me vinisteis a ver. Entonces, los pobres y justos le dirán: –Pero Señor, ¿cuándo hicimos todas estas cosas, ya que no nos acordamos?. Y el Espíritu les contestará: –En verdad os digo que todo cuanto hicísteis de bien en el mundo, a mi me lo hicísteis.

Y cogerá a los de su derecha y les dirá: –Apartáos de mi, que no os conozco, porque tuve hambre y no me disteis de comer, sed y no me disteis de beber, estuve desnudo y no me cubristeis, enfermo y no me consolasteis, en la cárcel y me abandonasteis. Y también los de su derecha contestarán: –Pero Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, enfermo o en la cárcel?. Y el Espíritu les recordará: –También a vosotros os digo que todo cuanto habéis hecho a los más débiles e indefensos, a mi me lo habéis hecho.

Los amigos obreros que estaban con él, entre los que se encontraba Simón el pescador, se emocionaron oyendo hablar al rabí del futuro, al tiempo que quedaron pensativos. Yehoshuah, para romper el silencio les preguntó: –Hablando de otra cosa, cuando la gente habla del hijo del hombre, ¿a quien se refiere?. Y sus amigos contestaron: –Hay quienes creen que a Yokanaán el purificador o a alguno de los profetas de la antigüedad como Jeremías o Elías.

Y volvió a preguntarles: –¿Y vosotros qué pensáis de esto?. Y Simón le dijo: –Rabí, hablan de tí creyendo que eres un mesías, un libertador; pero yo pienso que el verdadero Mesías es el Espíritu de Dios que está contigo. Y Yehoshuah le dijo: –Exacto Simón, sólo agarrándose fuertemente a la roca del Espíritu, que es Dios, se puede edificar el verdadero templo que se encuentra dentro de todo ser humano, aunque lo importante para el hombre sea el vivir la bondad, ser bueno no significa ser tonto; hay que ser sencillo como una paloma, pero prudente como una serpiente, porque si sólo somos palomas, al final seremos pisoteados, pero si sólo somos serpientes acabaremos siendo odiados y muertos.

A los sacerdotes, sobre todo de Jerusalem, no les gusta que la gente pobre alce la voz y les resten importancia, y seguro que no dudarán en denunciarnos y entregarnos a los romanos si hablamos de los derechos de los pobres y de la justicia humana; pero lo importante es sembrar la semilla del Espíritu, porque llegará un día en el que esta semilla que tratan de ocultar siempre los poderosos crecerá por toda la Tierra, como crece la hierba al tercer día de haber sido sembrada.

Al oir las palabras de Yehoshuah, sus amigos tuvieron miedo y Simón le volvió a decir: –Pero Yehoshuah, sabiendo como están las cosas con los romanos, ¿acaso vale la pena comprometerse tanto con una idea?.

Y Yehoshuah le contestó: –Te entiendo Simón, yo también tengo miedo al sufrimiento; cuantas veces hablando con el Maestro le he pedido que apartara las injusticias y el sufrimiento que nos producen los poderosos a los pobres. Pero cuando estás con el Maestro, el Espíritu, los temores desaparecen, y te das cuenta con claridad que lo importante en este mundo es crecer espiritualmente, y en la medida que se pueda, ayudar a otros a que hagan lo mismo, y así, todos, ir avanzando en la perfección que és Dios.

Y aunque es cierto que hay que ir con prudencia, tampoco hay que quedarse cruzado de brazos, porque esto también es muerte. Hacer comprender que la verdadera vida está en el espíritu y no en el cuerpo, es lo importante, porque al final, nuestro cuerpo vuelve a la tierra de donde salió y nada se lleva con él; recordad que las cosas que os hablo son verdad y espíritu, y que de la carne nada se aprovecha.

Después de oir las palabras del rabí, nadie volvió a preguntar nada en aquella tarde, volviendo de nuevo todos a Galilea.

El sueño de los profetas

Una tarde de verano siendo shabat, estaba el rabí con su hijo Yokanaán y con algunos de sus amigos por los montes cercanos de Galilea; aquel atardecer se presentaba agradable por lo que pasaron la noche en la montaña. Sentados por el suelo después de comer continuaron hablando y contando sus experiencias personales.

Uno de ellos empezó a contar un sueño que había tenido; mientras lo hacía tanto el rabí como los demás amigos escuchaban atentamente sus palabras:

–La otra noche soñé que nos encontrábamos como ahora, encima de una montaña muy alta y Yeschu estaba hablando con unos hombres luminosos que me parecían antiguos profetas. Recuerdo que era tan agradable aquel momento que pedí al rabí y a los profetas quedarnos allí; recuerdo que me desperté tan emocionado que hasta lloré. Al acabar de contar el sueño se dirigió a Yehoshuah y le preguntó: –Rabí ¿es posible a través de los sueños hablar con los profetas?. Yehoshuah asentando con la cabeza decía: –Me alegra que también vosotros me contéis vuestros sueños y experiencias, porque las casualidades en estas cosas no existen; no es casualidad que hoy estemos en esta montaña juntos, como no es casualidad que tengáis estos sueños; todo lo que podáis experimentar espiritualmente está ahí, en el aire, sólo hay que sentirlo, experimentarlo. ¡¿Hablar con los profetas?, si cada día hablo con ellos!; ¿en cuántas ocasiones os he dicho que lo importante es la oración, el diálogo con Dios?, !orad sin cesar!.

No hace falta estar dormido para hablar o conversar con Dios o con los profetas, basta que concentréis vuestro pensamiento en este deseo y se producirá. –Enséñanos pues, cómo lo haces tú– decían sus amigos. Entonces el rabí, para darles idea acerca de la meditación y de la oración, sentado en el suelo y mientras les explicaba en voz baja la forma de relajarse y ponerse tranquilo, quedó profundamente dormido pero con los ojos abiertos y fijos en un punto.

Así estuvo durante un largo tiempo hasta que algunos de ellos, incluyendo Simón, acabaron durmiéndose también ante el silencio de la noche. Pero quienes quedaron despiertos durante un tiempo más, oyeron como el rabí conversaba emocionadamente con los profetas y con el Maestro, con el Espíritu; así estuvo el rabí durante un largo tiempo hasta que al despertar, emocionado y con lágrimas en los ojos, se encontró con que todos dormían por lo avanzada de la noche, salvo su hijo Yokanaán que agarrado a él no dejó de observarlo hasta que al final se quedó dormido en su hombro.

De madrugada Simón puso en pié a todos para regresar al pueblo y cuando fue a despertar al rabí y a su hijo, este no se atrevía porque fue el primero en dormirse. Una vez despiertos todos, empezaron a bajar al pueblo hablando sobre la noche en la montaña y Simón entusiasmado, tropezó y estuvo a punto de caerse al suelo, entonces el rabí que estaba a su lado lo agarró del brazo y le dijo: –Con lo grande que eres Simón y con lo que pesas, y una simple piedra pequeña casi te hace caer. Pero Simón le contestó: –Es que todavía estoy dormido rabí. –Sí ya lo veo, –volvió a decir Yehoshuah– ayer noche fuiste el primero en dormirte y hoy eres el último en despertarte. En ese momento todos reventaron a reir, incluyendo a Simón.

Y cuando acabaron de reir, uno de ellos le decía: –Rabí, los escribas dicen que antes de que venga el Mesías, ha de venir Elías, pero si tú dices que el Mesías está entre nosotros, ¿dónde está Elías?. Entonces Yehoshuah les contestó: –¿No os dais cuenta de que Elías ha estado también entre nosotros y que por hablar de justicia han hecho con él lo mismo que con los demás profetas?.

Entendiendo pues que el carpintero les hablaba de Yokanaán el purificador, volvieron a quedar en silencio hasta que llegaron de nuevo al pueblo.

El impuesto de los pobres

En cierta ocasión, entrando Yehoshuah en el pueblo con sus amigos, tras una larga y agotadora jornada de pesca, los recaudadores de impuestos los abordaron en la calle recordándoles la obligación del pago del impuesto: –Pensad en pagar el tributo, y tú Yeschu no olvides que debes dinero por el censo de tus hijos.

Pero tanto el rabí como sus amigos pescadores no tenían dinero y no podían pagar, así que Yehoshuah dijo a Simón: –Simón, sólo queda una solución, vender los peces que hemos pescado y sacar dinero para pagar el tributo–. Así hicieron, vendiendo como pudieron la pesca y con el dinero que les quedó, pagaron el impuesto a los recaudadores, y se quedaron aquel día sin poder llevar nada que comer a sus casas.

Pero de vuelta a sus hogares, sin nada que ofrecer a sus familias aquel día, pasaron delante del templo y vieron como una pobre anciana antes de entrar en el edificio se sacaba dinero para darlo a los sacerdotes; Yehoshuah no pudo aguantar aquella escena, entonces se acercó a la pobre anciana y le dijo: –Mujer, guarda tu dinero, no lo des a los sacerdotes, porque, si no es justo que los pobres tengamos que pasar hambre para pagar impuestos a los romanos, más injusto es que pasemos hambre para enriquecer a quienes no trabajan y predican las cosas de la religión.

Y contándole lo que les había pasado con el pescado y el impuesto, la mujer agradeció las palabras del rabí y desde aquel día la anciana ya no dió más dinero al templo. El rabí, dirigiéndose a sus seguidores les decía: –¿Os habéis dado cuenta de la lección que hemos tenido hoy?.

Y Simón le dijo: –¿Qué quieres decirnos con esto rabí?. Entonces Yehoshuah le contestó preguntándole: –Dime Simón, los romanos, ¿a quienes cobran el tributo, a los ricos o a los pobres?. Y Simón le respondió: –A los pobres. –Entonces, –dijo el rabí– ¿no te das cuenta de que los únicos extraños en nuestra propia tierra somos los pobres, y que los rabinos y sacerdotes, en vez de denunciar esto se callan y continúan ellos también con la injusticia exprimiendo al pueblo?. Ya veis, tan sólo les preocupa el dinero, aunque los más pobres tengan que pasar hambre; abrid pues los ojos y procurad estar atentos a estas cosas.

Mesías del corazón y de la razón

No era de extrañar pues que, cuando el carpintero hablaba a la gente, sobre todo cuando estaban presentes sacerdotes, fariseos o religiosos, hablara con más contundencia de este futuro religioso, asegurando que llegaría un momento en el que el Mesías sería vivido ya por todo ser humano, fuera hombre o mujer; por eso sus palabras e ideas siempre sonaban en la gente como profecías, pero como sentencias en los oídos de los religiosos.

En otra ocasión, los mismos fariseos le preguntaron que cuando acontecerían todas estas cosas, y él les decía: –El día y la hora nadie lo sabe, pero el Mesías ya está aquí, lo que pasa es que vosotros no lo veis porque estáis ciegos, ya que de nada sirve buscar fuera del hombre aquello que está ocurriendo dentro de su corazón y de su pensamiento. El Mesías no es un hombre que vendrá para arreglar las cosas en el futuro, sino el eterno milagro de la bondad hecho realidad en el corazón de todos los hombres.

Y continuaba poniendo ejemplos en forma de parábolas:

–Os pondré un ejemplo para que lo entendáis mejor. Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano; cuando entraron en el templo, el fariseo se colocó delante y estando de pie, dialogaba consigo mismo diciendo: –Señor, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrón, adúltero, injusto, etc., ni tan siquiera como el publicano que está en la puerta; yo ayuno varios días a la semana y entrego mi diezmo religiosamente al templo.

Mientras tanto estaba el publicano en un rincón de la entrada, y agachando su cabeza pedía perdón a Dios en silencio y murmuraba para sí en voz baja diciendo: –Ayúdame Señor, y perdona mis errores humanos, tanto los que me acuerdo como aquellos que no me acuerdo; y continuó guardando silencio.

Con esto os digo que no por darse golpes de pecho y decir con la boca ¡Señor, Señor!, se está más cerca de Dios; porque todo aquel que se ensalza delante de los hombres será humillado y quien se humilla, será ensalzado; es más, el que vive la bondad en sí mismo y con los demás, no necesita ir a ningún templo religioso, ya que vive al verdadero Mesías que es el Espíritu dentro de sí mismo, y Este le guía en su vida. Esta es la auténtica religión de Dios, el verdadero Mesías que se vive y se vivirá en el futuro; de Éste es del que os hablo.

Pero los fariseos como siempre le discutían: –Si es así como tú dices, ¿por qué no hablan las escrituras de esto?; si nos das una sola señal que venga del cielo te creeremos.

Como en otras ocasiones el rabí acabó diciendo: –Si me pedís señal del cielo, es porque ignoráis la fuerza del Espíritu, sólo tenéis estudios y os falta lo más importante, el Espíritu. Si pensáis por un momento en los profetas, veréis que ellos, cuando hablaban de Dios lo hacían a través de sus experiencias; y así como Jonás quedó atrapado simbólicamente en la oscuridad de una ballena durante un tiempo, hasta llegado el momento de salir a la luz y hablar, lo mismo está pasando con la justicia del Mesías, ocultada desde hace siglos por los sacerdotes. Decir cuando llegará el Mesías a la Tierra, es decir cuando acabarán las guerras entre los seres humanos, cuando se dejará de perseguir y torturar a los inocentes, ancianos y niños, o cuando dejarán de engañar y torturar a los pueblos, los que tienen el poder de las armas y de la religión.

La falta de bondad entre los hombres y los pueblos, es lo que produce la guerra; ¿cómo puede venir el Mesías a Israel si aquellos que enseñan al pueblo siguen bendiciendo la guerra y la injusticia de ricos y pobres aún dentro de las propias sinagogas?. La señal de que el Mesías está con nosotros, sólo la sabe Dios, y todo ojo la verá cuando haya justicia entre todos los hombres, no antes.

Así pues, Yehoshuah de Nazerat profetizaba un futuro espiritual de una manera muy sencilla, la revolución pacífica e interior, sin esperar grandes milagros o señales del cielo, pero tampoco sin promover revoluciones violentas en la Tierra; usando la mejor herramienta disponible en el ser humano, el cerebro, hizo pensar y razonar las cosas con el único propósito de que la gente que lo conociera tomara conciencia de la realidad que vivía.

Comunismo a pesar de todo

Se habla mucho de que Yehoshuah eligió a unos cuantos hombres (nada se dice de mujeres) para predicar por pueblos y ciudades, y que además dió potestad a otros pobres como él para salvar o condenar a quienes les pareciera bien hacerlo, asegurando estas supuestas órdenes con expresiones de condenación y sufrimiento eterno si dejaban de cumplir el mensaje religioso que se le atribuye.

Con las ideas de infierno, condenación y salvación, el Vaticano de Roma y el protestantismo de Lutero reinventaron extraños personajes en los evangelios canónicos, como el llamado "Satanás", un personaje infiltrado de manera subliminal entre parábola y parábola de Yehoshuah, para condicionar las mentes de los futuros adeptos religiosos: "Si Satanás echa fuera a Satanás…", hacen decir a Yehoshuah, para defender la existencia buena o mala de dicho personaje, que nada tiene que ver con el concepto de bien o mal de la cultura semita a la que pertenecía el nazareno.

En el recuerdo de la historia de Job, –simbólico profeta del llamado Antiguo Testamento– Dios hace subir y bajar en multitud de ocasiones a un personaje que representa al mal –entendido este por la teología católica y protestante como Satanás–, y que va tentando al profeta según las órdenes del Creador, dando a entender que tanto la bondad como la maldad forman parte de una misma cosa, como una cosa son son las dos caras de una misma moneda.

Y es que muchas cosas bíblicas, entre ellas algunos de los profetas, no son más que personajes simbólicos que sirvieron en la antigüedad para relatar enseñanzas de la llamada Biblia o Torah judía. Que el cristianismo organizado usara estos personajes para dar cuerpo a sus temores y miedos, hasta el punto de transformarlos en seres demoníacos, es la carga de ignorancia que pesa sobre todas estas organizaciones y sobre sus seguidores.

Recordemos que para la cultura semita, la maldad se reducía al Seol, o sea, a todo aquello que se encuentra bajo la oscuridad de la tierra, que por tanto el hombre desconoce y que por consecuencia teme; de ahí la insistencia de los profetas de la antigüedad en hablar de la luz y la oscuridad, o lo que es lo mismo, de la sabiduría o la ignorancia dentro del propio ser humano. Y es que son tan absurdas las interpretaciones religiosas que se han creado en torno a estos temas, que están causando una enorme confusión en la mente de muchos seres humanos.

Otro ejemplo lo tenemos con Adan y Eva, considerados por la teología católica y protestante como el primer hombre y la primera mujer de nuestro planeta. Sin embargo Adam, en hebreo, es una abreviatura de A-da-má (tierra) y E-va (vida) y no la incomprensible concepción religiosa de un hombre y una mujer por los cuales surgiera la raza humana, interpretación que conduce a la única salida posible de reproducción, el incesto familiar, considerado además por estas organizaciones religiosas como un hecho aberrante en nuestra "cristiana" sociedad.

Y es que la idea del bien (o sea, la luz o sabiduría de Dios en el ser humano) siempre es capaz de renacer por encima de la idea del mal (oscuridad o ignorancia humana), a pesar del paso de lo que llamamos tiempo, un tiempo también simbólico que explicaban los propios profetas de la Torah cuando decían aquello de "un día para Dios son mil años y mil años para Dios es un día".

La visión profética que Yehoshuah de Nazerat tenía sobre la vida nunca ha podido ser bien entendida, a causa del agnosticismo de quienes se hicieron amos y señores de su vida durante siglos; sin embargo, esta visión universal del rabí trasmitida exclusivamente a sus amigos los pobres, es lo que ha permitido que hoy, los mismos pobres saquen a la luz su mensaje sencillo, sin parafernalias religiosas.

El rabí formó una pequeña sinagoga pobre y compuesta por pobres. Pero no olvidemos que la palabra sinagoga o Beth hakenéseth o Midraix en hebreo significa casa de asamblea, de reunión o estudio; por lo tanto para aquella pobre gente sin medios y sin estudios, sólo era posible crear una sinagoga en el propio hogar, una idea que cogió tanta fuerza durante los años siguientes a la muerte del rabí, que se pudo conservar intacta durante siglos a pesar de las persecuciones.

Esta experiencia jamás borrada de la mente de los descendientes de aquellos primeros israelitas cristianos esparcidos por el mundo, ha sido, junto con las sencillas enseñanzas del rabí, el aliciente del cual se han alimentado todos las revoluciones sociales que hoy conocemos y clasificamos como "ismos", tales como anarquismo, comunis-mo, socialismo, etc.

El rabí conoció las palabras de los profetas, como todo judío, al llegar la Bar Mitsvá (hijo del deber), una vez cumplidos los 13 años, y por tanto, no ignoraba el mensaje de justicia que envolvía muchas de aquellas profecías de la Torá. Para un hombre de justicia como era el carpintero, el mensaje de los profetas como Isaías no podía pasar por alto, palabras de justicia e igualdad que hablaban de una nueva forma humana y espiritual de concebir la vida:

"Así dice el Eterno: porque he aquí que yo creo nuevos cielos y una nueva tierra, y las cosas pasadas ya no serán más recordadas ni traídas a la mente, sino que os alegraréis y regocijaréis por siempre en lo que yo creo… Y me deleitaré en Jerusalem, y me alborozaré en mi pueblo, y no se oirá más en ella la voz del llanto, ni la voz de los lamentos. No habrá más allí un infante ni un anciano que no colmen sus días, porque el más joven morirá a los cien años, y el pecador, de cien años será maldito.

Y construirán casas, y las habitarán, y plantarán viñedos, y comerán sus frutos. Ya no edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma, porque como los días de un árbol serán los días de mi pueblo, y mis elegidos disfrutarán por largo tiempo la obra de sus manos… No trabajarán en vano, ni parirán por terror, porque son la simiente bendecida del Eterno, y su descendencia con ellos… No lastimarán ni destruirán en toda mi santa montaña, dice el Eterno". Isaías 65-21 Pocas cosas en secreto habló el rabí que no las pudieran escuchar todos, incluso los sacerdotes, pero sin duda, quienes más atentamente le escuchaban y entendían eran los pobres a los que el rabí siempre se dirigía de esta manera:

–Agradar a Dios es muy sencillo, basta con vivir la vida sencilla, trabajar para poder comer y ser justo; y si hay ocasión de hablar con la gente, no la perdáis, confiad en que el Espíritu guíe vuestros pasos y vuestras palabras; sólo así podréis abrir los ojos a los que están ciegos, sólo así podréis resucitar el espíritu a los que están muertos y sólo así curaréis a los que están enfermos; y procurad no vender vuestra primogenitura por un plato de lentejas para llenar de oro y plata en vuestras alforjas; recordad que las cosas de Dios no se compran ni se venden, y si gratis las recibimos de Él, gratis las debemos dar.

Yo mismo me doy cuenta de que no he venido para predicar la paz de los cementerios, sino para remover el espíritu humano; haced lo mismo vosotros en vuestra vida, empezando primero en vuestra casa, porque en muchas ocasiones la discordia se encuentra dentro de la familia. Así pues, llevad primero vuestra carga, y luego podréis ayudar a otros a llevar la suya.

Los creyentes del catolicismo y del protestantismo han acabado aceptando la idea que, un ser humano, Yehoshuah de Nazerat, resucitó físicamente después de morir; pero los obreros, aquellos que para el rabí formamos de por sí la iglesia o sinagoga pobre que predicó en Galilea, y estemos en la actualidad en Mallorca o en cualquier parte de este mundo, tenemos el derecho y el deber de aclarar definitivamente todo lo concerniente al mensaje de nuestro rabí.

Y la cosa esta muy clara; desde Yehoshuah hasta nuestros días, han pasado dos milenios (dos días para Dios), habiendo entrado en estos momentos en el tercer milenio (tercer día). Si razonáis estas cosas veréis que después de tanto siglos, jamás en la historia del llamado cristianismo católico y protestante, se había hablado con tanta claridad de la sinagoga pobre de Yehoshuah y del retorno del Espíritu o Cristo a través de la justicia, de la conciencia y de las palabras de los pobres en el mundo.

Que la injusticia humana se asienta dentro de las religiones al estar compuestas por ricos y pobres, explotados y explotadores es más que evidente; que la religión organizada siempre ha producido y bendecido las más horribles guerras, nadie lo puede ya negar; pero nunca en la historia del cristianismo, los pobres del mundo se han involucrado tanto en romper con toda esta falsedad religiosa, como en estos momentos en donde se ve claramente que la auténtica iglesia, sinagoga, asram, pagoda, mezquita, etc., ha de sencillamente pobre, teniendo como centro cada hogar y cada persona, como ocurre en estos momentos en la isla de Mallorca con unas cuantas familias obreras que forman la llamada iglesia Pobre.

Algo está cambiando radicalmente, algo que el carpintero siempre supo y dió a entender con sus palabras y mensajes, pero que las conveniencias religiosas y políticas de todas las época jamás han permitido que saliera a la luz, hasta llegado este momento.

Este hecho profético ha dado cuerpo a que los pocos descendientes de cristianos israelitas esparcidos por el Mediterráneo, llegaran también como esclavos de los romanos a la isla de Mallorca poco tiempo después de la muerte de Yehoshuah de Nazerat, sobreviviendo durante siglos a la historia a veces brutal de la isla y que bajo profecías como las de Nostradamus o Juan XXIII se ha visto reflejado de esta manera:

"El caballero, de la isla del Mediterráneo, que vendrá de Israel, y será bajito, tuerto, canoso, etc…., reunirá a 16 jóvenes y tendrá los mensajes sobre la mesa, hasta el punto de que el mismo papa católico se los intentará arrebatar, etc…". Pero una cosa es cierta, si no cambias tú no cambia nada y sin este proceso de comprensión en la vida del ser humano, de poco sirve acudir a las diferentes interpretaciones bíblicas, empapar la mente de profecías, buscar en las religiones respuestas o incluso acudir a los echadores de cartas, consultar las bolas de cristal, ir a mediums, depender de los cambios políticos, económicos o religiosos, etc.; de nada sirve al espíritu humano comprar el cielo que venden las religiones, o pretender apoderarse de las experiencias espirituales de los pobres como hizo Simón el mago en su tiempo; de nada sirve todo esto, por la sencilla razón de que nadie puede respirar ni vivir por otro ser humano, por lo tanto, a lo único que estamos condenados es a experimentar en nosotros mismos el proceso del cambio espiritual.

¿Tán difícil es entender algo tan sencillo como esto?.

La bondad y el humor de Yehoshuah de Nazerat

El pueblo israelita siempre ha sido un pueblo de muchas fiestas y como buen judío, el carpintero Yehoshuah de Nazerat también las vivió intensamente, tanto en familia como con sus amigos.

Fiestas como la de los panes o tortas sin levadura, la Pascua o salida de la esclavitud de Egipto, fiesta de la circuncisión, fiesta de las Cabañas, el Bar-Mitsvá o mayoría de edad de los niños, la Xavuot o fiesta de recogida de la siembra, la Mixná, la Khanuká o fiesta de la Luces, el Roix ha-Xana o año nuevo, Havdalá, Sucot o fiesta de los Tabernáculos, y un largo etc. de celebraciones, descubrían aspectos de un Yehoshuah desconocido y del que apenas se tiene conocimiento en los escritos evangélicos.

De fiesta y con los pies desnudos

Yehoshuah de Nazerat no era extraño a las innumerables fiestas alegres del pueblo judío y como un descosido las celebraba bailando y cantando como los demás israelitas expresando así su natural humor; pero en ocasiones lo hacía de tal manera que sorprendía a quienes no lo conocían bien.

En cierta ocasión se celebraba una de estas fiestas en la plaza de su pueblo y la gente cantaba y bailaba con tanta alegría que el carpintero se quitó las viejas sandalias que llevaba (con el fin de que no se estropearan aún más) y descalzo, empezó a dar saltos, a bailar y a tocar música con una pandereta. Como le molestaba la ropa pidió a sus amigos una cuerda para atarse la vestidura; entonces todos sus apóstoles le empezaron a dar trozos de cuerdas y con el sarcasmo que le solía caracterizar, les decía: –¡Eh, que me basta una!; con tanta cuerda podríamos hacer una red para pescar. Era en aquellos momentos cuando sus lecciones y enseñanzas expresadas con alegría y con humor llegaban al corazón de todos, sin excepción.

Las lentejas de la posada

En otra ocasión Yehoshuah y sus amigos tenían hambre y entraron en el mesón del pueblo; aquel día había lentejas de menú y como quien hace una broma el rabí al ver el plato del día dijo a sus amigos: –¡Cuidado, que hoy no tenéis que vender vuestra primogenitura por un plato de lentejas como dicen las escrituras!–, y sus amigos continuando la broma le decían: –No rabí, nosotros no–, y él les respondió: –Pues yo sí–, –Rabí, ¿tú sí?– le preguntaron sus amigos medio en broma esperando la lección. –Pues yo sí –continuaba diciendo el rabí–, pero no por un plato de lentejas, sino por un cordero bien gordo; ya que no tengo nada, puestos a pedir, pido un cordero bien gordo en vez de un plato de lentejas–; en aquella ocasión acabó riendose todo el mesón con las palabras que había dicho el carpintero de Nazerat.

El joven apóstol

Una mañana, en Jerusalem, se encontraba un niño con un pan bajo el brazo observando el alboroto que hacía uno de tantos grupos que se formaban en las calles estrechas de la ciudad en donde se vendía mercadería; distraído por el ruido de la gente se le acercó el travieso Yokanaán y le agarró el pan, huyendo a toda prisa. El niño empezó a perseguir al joven ladrón hasta que, tropezando con las piedras de la calle, el ladronzuelo se vió en el suelo entre la gente y curiosamente a los pies de su padre Yehoshuah, cayéndosele el pan del brazo y rodando calle abajo; el pequeño recogió el pan y empezó a dar voces gritando ¡ladrón, me has robado!, ¡no eres más que un ladrón!.

El rabí Yehoshuah al ver esto agarró rápido por un brazo a su hijo mientras que el chico asustado y sin mirar repetía: –¡No me pegues, no me hagas daño!–. Pero el rabí le decía: –No te preocupes, no te haré nada, ¿es que no sabes quién soy yo?, y el niño al mirar contestó: –Sí; tú eres mi padre, el carpintero Yehoshuah, el que predica a la gente y que dice tantas cosas bonitas, pero no me hagas daño. Entonces Yehoshuah le preguntó: –¿Por qué has robado el pan de aquel muchacho?. –Es que tenía hambre– contestó el niño a su padre Yeschu.

Pero el carpintero, para calmar a la gente, riño a su hijo en público, más luego, cogiendo al chico, entró en la posada del pueblo y se sentaron los dos en una mesa; algunos seguidores suyos que venían de trabajar habían visto el hecho y observaban como el rabí continuaba riñendo cariñosamente a su hijo. Yehoshuah pidió un plato de sopa y pan para el niño y éste empezó a comer, primero poco a poco, pero luego iba más aprisa, casi atragantándose. –No tengas prisa por comer, come poco a poco y tranquilo –le decía Yehoshuah.

Yokanaán acabó la sopa mojando el pan y repelando el plato; pero quedó un trozo de pan y el pequeño enseñándolo a su padre le dijo, –¿Se lo puedo llevar a mamá?. Yehoshuah, diciéndole que sí le acompañó al portal y le dijo: –Llévaselo pero que no te vea robar más.

El niño, se marchaba satisfecho y contento pero pensativo y cuando estaba unos metros alejado se volvió hacia su padre y le dijo: –Rabí, ¿podría ser yo un apóstol tuyo e ir donde tú vas?. Y su padre Yehoshuah, que pensaba que el niño se lo decía por la comida le preguntó: –¿Por qué dices esto, por la comida o porque te gustaría venir conmigo?; –No papá –dijo el niño- por la comida no, sino para estar contigo y escucharte. Pero Yehoshuah le volvió a repetir: –¿De verdad?; –Te lo juro, no es por la comida, es por seguirte –le aseguró el niño. –No me lo jures, te creo. –le dijo Yehoshuah– Esta bien, serás un apóstol mio, pero los apóstoles se han de ganar el pan que comen trabajando y no robándolo a los demás; tú tendrás que hacer lo mismo, busca hacer algún trabajito y si no encuentras la forma de ganarte el pan, acude a mi o a los amigos, que alguno tendrá algo que darte, ¿de acuerdo?.

Después de escuchar a su padre, el niño se marchaba agachando la cabeza y todavía con lágrimas en los ojos, cuando de repente dió media vuelta y se agarró fuertemente al viejo y roto vestido de su padre, llorando y besándole la mano, mientras su padre lo calmaba poniéndole las manos en su cabeza.

El joven y revoltoso apóstol Yokanaán, hijo del carpintero Yehoshuah de Nazerat, a partir de aquel momento no se separó nunca de su padre, acompañándolo siempre allá donde éste iba.

El descuidado pelo del nazareno

Un día María, la madre de Yehoshuah, al verlo tan descuidado de si mismo le dijo: –Yeschu, me parece que llevas el pelo y la barba muy dejada, a ver si te lo arreglas un poco. –Sí madre, ya me lo arreglaré– le contestó Yehoshuah. Pero estando el rabí con sus amigos, éste les comentaba las palabras de su madre acerca del pelo y sus apóstoles también le decían: –Es cierto Rabí, tu madre tiene razón con ese pelo y esa barbota tan mal dejada que llevas–.

Pero él les continuaba diciendo: –¿Pero sabéis por qué?, yo me lo dejo a propósito. –¿Por qué?, le decían sus amigos; y les decía: –Porque de esta manera las mujeres se me acercan queriendo arreglarme el pelo y la barba, y esto me alegra–. Los apóstoles se echaron de nuevo a reir con las ocurrencias y el sarcasmo del carpintero, disfrutando todos del buen humor que el rabí tenía.

El perro muerto y las habas de Simón

Un sábado por la mañana iba Yehoshuah por un camino con algunos de sus discípulos; éstos, discutiendo sobre el Espíritu o Cristo y sus enseñanzas, de repente se encontraron con un perro muerto delante de ellos, tirado en un lado del camino y en adelantado estado de descomposición. Pero como el animal desprendía un fuerte olor a podrido, empezaron los discípulos a hacer comentarios sobre el perro diciendo: –¡Que asco¡ decía uno; ¡que olor más fuerte y apestoso! decía otro; ¡se está pelando, tiene ronchas de piel sin pelo! comentaba otro. Al acabar de escuchar los comentarios de sus seguidores, Yehoshuah se acercó al animal muerto, y mirando la cabeza del perro les dijo: –¿Os habéis fijado que dientes más bonitos tiene este perro?.

Sus amigos y seguidores se miraron y al instante dejaron de expresar ascos sobre aquel pobre animal, y continuaron caminando de regreso a Cafarnaum; entonces Simón dijo al rabí: –Yehoshuah, nos has dado una buena lección con el perro; lo que no entiendo es como siempre tienes las palabras necesarias en cada momento, ¿es esto el Espíritu?. Y el carpintero le contestó: –Así és Simón, pero, ¿de qué te sorprendes?, ¿no os he dicho en muchas ocasiones que mayores cosas veréis?. Lo que pasa es que en muchas ocasiones no se piensa por uno mismo y en vez de ser el Espíritu nuestro guía son otras las cosas que ocupan nuestro pensamiento, la vanidad, el orgullo, el egoísmo.

Observad a vuestro alrededor y os daréis cuenta de que existe algo más poderoso que el Espíritu. Entonces Simón, sorprendido le respondió: –Pero rabí, ¿qué puede haber más poderoso e importante en el mundo que el Espíritu que tú tienes?–. El rabí, con una sonrisa en los labios le respondió: –Sí, Simón, hay algo más fuerte y poderoso que el Espíritu. Simón de nuevo le dijo: –¿Y qué és eso más fuerte que el Espíritu rabí?–; –El egoísmo, la vanidad, etc.; –respondió el Maestro– y si quieres que te lo enseñe Simón, coge un saquito de habas, sígueme y verás porqué lo digo. En el portal que yo te indique, ves y coloca una haba, eso querrá decir que en esa casa hay egoísmo, y sobre todo vanidad.

Y llegando al pueblo, Simón cogió el saquito de habas y siguió al rabí haciendo lo que le decía.

–¡Simón, pon una haba en este portal! dijo el rabí al pescador. Continuó andando y volvió a decir: –¡Simón, pon otra haba en este otro portal!. Y así, en todo portal al que se acercaban, Yehoshuah hacía poner a Simón una haba, hasta que llegaron a un portal y el rabí dijo al pescador: –¡Simón, pon una haba en este portal! –Pero Rabí, si esta es mi casa -dijo Simón orgulloso. –¡Entonces pon dos!– Respondió Yehoshuah dándole a entender lo que había querido decir al principio con lo del egoísmo y el orgullo, en este caso de Pedro.

La moneda del joven seguidor

Un día se acercó al rabí un joven y le dijo: –Rabí, me gustaría seguirte y ser uno de tus apóstoles–; el carpintero lo miró con cariño y al cabo de unos segundos le dijo: –De acuerdo, pero antes dáme una moneda–. Así hizo el joven que extrañado se sacó una moneda, y sin más, se la dió al rabí; cuando tuvo la moneda en su mano, Yehoshuah la tiró al suelo y empezó a caminar. El muchacho, al ver el gesto del rabí, al tiempo que recogía la moneda del suelo le dijo: –¡Eh, rabí! ¿por qué has tirado la moneda?. Entonces el carpintero se paró, y mirando de nuevo al joven le dijo: –¿Sabes qué?, ahora vete, y no vuelvas hasta dentro de unos días, y cuando vengas me haces la misma pregunta que me has hecho ahora.

El joven se marchó extrañado y desilusionado; pero pasados unos días, el joven seguidor fue a buscar de nuevo al rabí, y cuando lo encontró, decidido le volvió a preguntar lo mismo: –Rabí, ¿puedo seguirte?, pero antes que me contestes, déjame decirte que si me pides una moneda para poder seguirte no querré saber nada de ti–. Entonces, el rabí sonriendo le contestó: –Así me gusta, veo que has aprendido bien la primera lección, ahora puedes seguirme.

De esta manera sencilla y profunda, el carpintero enseñaba que pagar dinero por las cosas espirituales era no entender nada acerca de la vida espiritual, y que más importante que la lección de unas palabras era la propia meditación y el razonamiento dentro de uno mismo.

Yehoshuah, un niño como los demás

Una tarde en casa de Yehoshuah en Nazerat, mientras él hablaba vió que sus amigos no dejaban que los niños se acercasen a escucharle a causa de sus juegos, entonces se enojó con ellos y les dijo: –¿Por qué separáis a los niños de la conversación?, dejad que entren para que se acerquen a mi y les bendiga, porque es de ellos el reino de los cielos; ¿no os dais cuenta de que si no os volvéis también como niños, tampoco entraréis vosotros en el reino de los cielos?. Y empezó a jugar con ellos mientras los bendecía tocando sus cabezas y les contaba anécdotas de su infancia.

Y como un niño más, el carpintero de Nazerat, teniendo a su lado a sus dos hijos, hablaba con los atentos pequeños de esta manera: –Cuando era tan pequeño como Yokanaán, también era muy travieso, tanto que recuerdo un viernes por la tarde jugaba con otros niños por las calles del pueblo o subidos a unos montículos de tierra y aunque ahora soy bajito, antes era el más alto de los niños de mi pandilla y el jefe de todos.

Pero recuerdo que jugando, uno de los niños que estaba subido encima de la montaña de tierra, tiró una piedra al pié de otro niño más pequeño que jugaba abajo del montículo y le hizo tanto daño que se puso a llorar; el otro niño no se dió cuenta de lo que había hecho y continuaba tirando piedras. Aquello me disgustó, y me enfadé tanto que me puse delante de aquel niño y le empecé a gritar diciéndole: ¡No le tires más piedras, no ves que le has hecho daño!.

El otro niño se asustó tanto de mi grito que agachó la cabeza y se paró de tirar piedras enseguida. Pero, ¿sabéis lo que hicimos luego?, –No rabí, ¿qué hiciste?. Pues, para olvidar aquel enfado les propuse ir a los frutales diciéndoles: –Vamos a ver si encontramos algo de comer, un poco de fruta o lo que sea. Entonces todos nos fuimos al campo y jugando, nos subíamos a los árboles y robábamos fruta para comer. Pero en muchas ocasiones el dueño nos pillaba enganchados a las ramas y nos amenazaba con decírselo a nuestros padres.

Éramos tan traviesos, que nuestras madres tenían que salir a buscarnos por la calle o por el campo, ya que nuestros padres estaban obligados a ir al templo para realizar sus oraciones, como de costumbre. Y era cuando volvíamos a casa, que nuestras madres se enfadaban mucho con nosotros, pues veníamos todo sucios y con las ropas rotas de los árboles.

Aprendiz de carpintero y de profeta

Y el rabí continuaba contando historias infantiles a los pequeños: –Yo era tan travieso, que en muchas ocasiones me escapaba para ir a jugar con mis amigos; incluso cuando íbamos a algún pueblo con mis padres, siempre acababan buscándome por algún pequeño monte cercano, o incluso dentro de la propia sinagoga, donde me ponía detrás de la clase, a observar y a escuchar las palabras de los rabinos.

Hablando de escuchar a los rabinos, ¿os he contado aquella ocasión en la que los rabinos nos sacaron fuera del templo de Jerusalem a toda la pandilla?. –No rabí, –decían los niños a Yehoshuah– cuéntanos que pasó.

–Zacarías, el padre de mi primo Yokanaán, era sacerdote, y con otros chicos de mi edad fuimos un día al templo a escuchar lo que los rabinos decían sobre las lecciones de la Torá, o sea, la escritura sobre las cosas de Dios. Aquel día, cuando acabaron de recitar la lección, yo alcé el brazo y pregunté a los rabinos lo siguiente: ¿Quienes conocen más a Dios, los rabinos o los profetas?. Entonces un rabino se enfadó tanto con la pregunta que se levantó de su asiento y con rabia alzó su brazo para pegarme, pero mi tío rabino se lo impidió, y de forma más suave intentó contestarme diciendo: –Los profetas están siempre escuchando la voz de Dios, ven y hablan con sus ángeles, pero nosotros somos los rabinos del templo para enseñar las cosas de Dios–; y me acuerdo como si fuera ahora que de forma muy natural e infantil, mientras me metía el dedo en la nariz les pregunté de nuevo: –Entonces, ¿por qué no hacéis vosotros lo mismo que los profetas, o sea, buscar a Dios sin libros ni Torá?.

Recuerdo que con mi pregunta se levantaron todos los rabinos enfadados y acabaron echándonos fuera a todos los niños, mientras que a mí me decían: "se lo diremos a tus padres"; y así lo hicieron.

Estando fuera del templo, los niños me decían: –Yeschu, cuéntanos cosas. Y sentados todos en el suelo, los niños me miraban, y recuerdo que les dije como si fuera ahora mismo: –Nuestro Padre Dios es bueno y sabio, tanto, que para enseñarnos no necesita intermediarios; todos tenemos que ser profetas si queremos saber las cosas de Dios–. Un chico de los presentes, que tendría unos ocho años de edad, me dijo, –¿Si yo pido al Padre Dios si mi palomo vivirá mucho, me lo dirá?–; –Claro que sí, –le contesté– Él lo sabe todo; y otro chico dijo: –Y tú Yeschu, ¿ya sabes que serás de mayor?. –Sí, –le dije– yo seguiré siendo un chico como ahora, pero mayor.

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