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Génesis y actualidad (página 2)

Enviado por Jesús Castro


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Se denomina Renacimiento al movimiento cultural que surge en Europa el siglo XIV, caracterizado por un renovado interés por el pasado grecorromano clásico y especialmente por su arte. Este movimiento ocupa el periodo denominado Baja Edad Media (siglos XIV y XV) y está separado de la Alta Edad Media (siglos V a X) por un lapso que suele llamarse Plena Edad Media (siglos XI a XIII).

El primero de los periodos, la Alta Edad Media, es el de las invasiones bárbaras, los reinos germánicos (visigodos, francos, ostrogodos, …), la aparición y expansión del Islam y el del auge del Imperio Bizantino. La Plena Edad Media contempla las manifestaciones más típicamente medievales, destacando las cruzadas, el feudalismo, el establecimiento de las nacionalidades y la aparición en el arte de los estilos románico y gótico. El periodo final, la Baja Edad Media, está marcado por el renacer de las ciudades y el amor hacia la cultura griega clásica, el auge del comercio y la aparición de las incipientes monarquías nacionales que darían lugar a los principales estados modernos europeos.

A comienzos de la Baja Edad Media, en occidente el conocimiento griego clásico se había perdido completamente. No obstante, en el siglo XII el contacto con el mundo islámico, donde los manuscritos griegos se habían conservado y ampliado, permitió la traducción al latín de un gran número de ellos. De este modo los europeos de finales del medievo tuvieron acceso a las obras de Platón y Aristóteles, así como al pensamiento islámico.

Los pensadores cristianos de la escuela escolástica intentaron someterse al mensaje creativo del Génesis, pero lo hicieron de una manera muy particular. Combinaron la clasificación aristotélica, las ideas platónicas de la bondad de Dios y la presencia de todas las formas de vida potenciales, en una creación perfecta, para organizar todos los seres vivos, inanimados y espirituales en un enorme sistema interconectado: la "scala naturæ", también denominada "Cadena de los seres". Y dentro de este sistema se podía ordenar todo lo que existe, desde "lo bajo" hasta "lo alto", con el infierno debajo y Dios arriba; en la escala, más abajo de Dios había una jerarquía angelical marcada por las órbitas de los planetas, la humanidad en una posición intermedia y los gusanos como los animales más bajos. En última instancia, el universo era perfecto, y por tanto la cadena de los seres también lo era. No había eslabones vacíos en la cadena, y ningún eslabón estaba representado por más de una especie. Por tanto, ninguna especie podía moverse desde una posición a la otra. Era una versión cristianizada del universo platónico perfecto, donde las especies no podían cambiar nunca y permanecían inmutables de acuerdo con la interpretación que desarrollaron del Génesis.

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Que los humanos olvidaran su posición en la "cadena de los seres" se consideraba pecado, ya fuera por comportarse como animales situados más abajo en la cadena o por aspirar a un lugar más alto del que su Creador les había asignado. Se esperaba que las criaturas situadas en eslabones adyacentes se parecieran bastante, una idea expresada en el dicho "natura non facit saltum" (la naturaleza no da saltos). Este concepto básico, de la cadena de los seres, influenció en gran medida el pensamiento de la civilización occidental durante siglos, y todavía perdura anacrónica y débilmente en algunos reductos intelectuales de inclinación pseudorreligiosa.

Los estudios profundos del Génesis revelan que Dios no creó a los demonios, sino que éstos vinieron a la existencia por voluntad libre propia, comenzando por Satanás al tiempo de la rebelión de Edén y terminando en los días antediluvianos de Noé cuando algunos "hijos angélicos de Dios se materializaron como humanos para poder tener relaciones sexuales con las hermosas hijas de los hombres" (véase artículo G030, Importancia del Génesis, páginas 19 y 20). Además, el libro sagrado del Apocalipsis añade que los demonios serán destruidos para siempre en el futuro, durante un periodo de tiempo de ajuste de cuentas divino.

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La filosofía teológica escolástica, aunque asigna un eslabón a los demonios, no parece enseñar que éstos fueran creados por Dios directamente sino que vinieron a ocupar un estado degradado por desobediencia, como explica el Génesis. Sin embargo, al argumentar que tales espíritus malvados serán atormentados eternamente en un infierno de fuego y que ellos mismos atormentarán para siempre a los pecadores humanos en dicho lugar infernal, pasan más allá de lo que dice el Génesis y contravienen las enseñanzas de las demás Sagradas Escrituras. En consecuencia, esta doctrina de la cadena de los seres, así como otras que no hemos mencionado, han quedado desacreditadas ante muchos estudiosos de las Sagradas Escrituras, y también porque el escolasticismo se ha apegado dogmáticamente a los esquemas cosmológicos de Platón y Aristóteles hasta el grado de obstruir mentes brillantes disidentes de la talla de Galileo Galilei (ver Nota, a continuación).

NOTA:

Durante los siglos de la Edad Media la Religión había guiado todo movimiento filosófico y científico.

La decadencia de la Escolástica, llevada por un verbalismo exagerado, la influencia de pensadores árabes, sobre todo Averroes, y la interpretación naturalista de Aristóteles prepararon el camino de la ciencia renacentista.

La gran revolución científica del siglo XVII fue preparada por los hombres de ciencia del Renacimiento. Nicolás Copérnico (1473-1543) era un canónigo y médico polaco, cosas que en aquel tiempo eran compatibles. Ideó su teoría heliocéntrica, según la cual todos los planetas giraban alrededor del Sol. Esta teoría, que muchos juzgaron contraria a las Sagradas Escrituras y calificaron de heterodoxa, pronto se abrió camino. Tres grandes pensadores la apoyaron y confirmaron con sus experiencias: Ticho Brahe, de nacionalidad danesa, que estudió los eclipses, Juan Kepler, que determinó las tres leyes fundamentales de la trayectoria planetaria, y Galileo Galilei, el más genial de los sabios renacentistas.

Galileo (1564-1642) fue el constructor del primer telescopio con el cual estudió los astros. También estudió las leyes del péndulo, inspirado por los movimientos de una lámpara que oscilaba en la catedral de Pisa. Descubrió el anillo de Saturno y realizó numerosas investigaciones astronómicas. Ciego, perseguido y moralmente derrotado, tuvo que negar su fe en la teoría copernicana del heliocentrismo a instancias de la Inquisición católica.

El astrónomo y físico italiano Galileo Galilei desempeñó un papel fundamental en el movimiento intelectual que transformó la imagen medieval del universo y sentó las bases de la concepción de la naturaleza propia de la ciencia moderna. Sus teorías -cuyo carácter polémico para la época provocó la condena de la Iglesia católicarebatieron las nociones heredadas del aristotelismo y de la escolástica cristiana.

A finales de la edad media la filosofía escolástica había triunfado sobre aquellas ideologías que arbitrariamente eran consideradas paganas, llegadas principalmente del mundo musulmán. Tomás de Aquino se había consolidado como una de las grandes mentes y, posteriormente, sería reconocido como doctor de la Iglesia. No obstante, en el ambiente se sentía un enrarecimiento que sólo vaticina luchas encarnizadas de poder entre las diferentes congregaciones de la Iglesia. Y ésta se reservaba para sí el derecho de decidir qué conocimiento prohibir o permitir al vulgo.

Los escolásticos consideraron a Aristóteles la máxima autoridad filosófica, llamándole de modo habitual "El Filósofo". Algunos de los más grandes escolásticos, entre ellos Tomás de Aquino, conocieron sus obras a través de traducciones latinas realizadas en la península Ibérica. El pensamiento del teólogo cristiano Agustín de Hipona fue su principal referente teológico, tan sólo subordinado a la Biblia y a los concilios ecuménicos de la Iglesia.

Agustín de Hipona destacó por su vehemencia en combatir las "herejías" cristianas y otras religiones como el maniqueísmo. El libro "A History of Christianity" (Una historia del cristianismo), escrito en la década de 1980 por Paul Johnson, dice acerca de Agustín: "Él no sólo aceptó la persecución, sino que se convirtió en un teórico de ésta; y sus defensas fueron las que más adelante sirvieron de apoyo a todas las defensas de la Inquisición".

La Inquisición tiene sus cimientos en los siglos XI y XII, tiempo en que varios grupos de disidentes comenzaron a surgir en la Europa católica. Pero en realidad, la Inquisición fue instituida por el papa Lucio III en el sínodo de Verona, Italia, en 1184. En colaboración con Federico I Barbarroja, emperador del Santo Imperio Romano, el papa decretó que cualquier persona que hablara o hasta pensara en contra de la doctrina católica sería excomulgada por la iglesia y debidamente castigada por las autoridades seglares. A los obispos se les instruyó que buscaran (en latín: inquirere) a los herejes. Éste fue el comienzo de lo que se llamó la Inquisición episcopal, es decir, a cargo de los obispos católicos.

Los inquisidores, frailes dominicos y franciscanos (integrantes de las dos órdenes, mendicantes, que propiciaron el mayor desarrollo intelectual de Europa y llevaron al apogeo la Escolástica), reunían en las iglesias a los habitantes de la localidad. Los citaban para que el que fuera culpable de herejía lo confesara, o si sabía de algún hereje, lo denunciara. Aun si sólo había sospecha de alguien, había que denunciarlo.

Cualquier persona —hombre, mujer, niño o esclavo— podía acusar a otra de hereje, sin temer a tener que enfrentarse al acusado ni que el acusado se enterara de quién lo denunció. El acusado rara vez tenía quién lo defendiera, ya que a cualquier abogado o testigo a su favor se le acusaría de ayudar a un hereje y de ser su cómplice. Así que por lo general el acusado se enfrentaba solo ante los inquisidores, quienes desempeñaban el cargo de fiscal y a la vez de juez.

Los acusados tenían, a lo sumo, un mes para confesar. Entonces, prescindiendo de si confesaban o no, comenzaba la "inquisición" (en latín: inquisitio). A los acusados se les mantenía en custodia, muchos de ellos incomunicados y con poca alimentación. Cuando la prisión del obispo estaba llena, se usaba la prisión civil. Y cuando ésta se repletaba, se usaban edificios antiguos que habían sido acondicionados para servir de prisiones.

Dado que a los acusados ya se les consideraba culpables aun antes de que comenzara el proceso judicial, los inquisidores empleaban cuatro métodos diferentes para inducirlos a confesar su herejía. Primero, amenazas con muerte en un madero. Segundo, encadenamiento en una pequeña celda oscura y húmeda. Tercero, presión psicológica por parte de los que los visitaban en la cárcel. Y por último, torturas, que incluían el tormento del caballete, la estrapada y tormento del fuego. Monjes se situaban cerca para hacer registro de cualquier confesión. La absolución era prácticamente imposible.

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Hacia el siglo XX.

La revista DESPERTAD de fecha 8-5-1993, páginas 18 a 21, dice en parte: «En The World Book Encyclopedia se explica que durante la Edad Media (siglos V a XV) "los eruditos europeos estaban más interesados en la teología, o el estudio de la religión, que en el estudio de la naturaleza". Y esta "importancia atribuida a la salvación, en detrimento del estudio de la naturaleza, fue para la ciencia un freno más que un incentivo", dice la Collier"s Encyclopedia.

Las enseñanzas de Cristo no pretendían ser un freno, pero el laberinto de conceptos religiosos ideado por la cristiandad, incluido el desmedido relieve dado a la salvación de una supuesta alma inmortal, favoreció ese resultado. Casi todo el saber quedó bajo control eclesiástico, y se estudiaba principalmente en los monasterios. Esta actitud religiosa frenó la búsqueda de la verdad científica.

Desde el comienzo de nuestra era, las cuestiones científicas quedaron relegadas a un segundo plano en beneficio de la teología. El único avance científico digno de mención se produjo en la medicina. Por ejemplo, Aulo Celso, escritor médico del siglo I conocido como el "Hipócrates romano", escribió una obra considerada hoy un clásico de la medicina. El farmacólogo griego Pedanio Dioscórides, cirujano del ejército romano de Nerón, escribió una notable obra farmacológica que se empleó mucho durante siglos. Galeno, médico griego del siglo II, dio comienzo a la fisiología experimental, y así influyó en la práctica y la teoría médica hasta la Edad Media.

Este período de estancamiento continuó incluso después del siglo XV. Los científicos europeos realizaron algunos descubrimientos, pero no fueron en su mayoría innovaciones. La revista Time dice a este respecto: "[Los chinos] fueron los primeros maestros científicos del mundo. Emplearon el compás, hicieron papel y pólvora e imprimieron con tipos móviles mucho antes que los europeos".

En consecuencia, a causa del vacío general de pensamiento científico en la Europa "cristiana", el mundo no cristiano tomó la iniciativa.

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Para el siglo IX los científicos árabes se estaban convirtiendo con rapidez en la vanguardia de la ciencia de su tiempo. Fue sobre todo durante los siglos X y XI —mientras la cristiandad estaba estancada— cuando tuvieron su edad de oro. Hicieron valiosas aportaciones en medicina, química, botánica, física, astronomía y, notablemente, en matemáticas. Maan Z. Madina, catedrático adjunto de Árabe de la Universidad de Columbia, comentó que "tanto la trigonometría moderna, como el álgebra y la geometría, eran en gran medida creación del mundo árabe". Aunque una parte considerable de este conocimiento científico era original árabe, otros aspectos del mismo se basaban en el amplio legado de la filosofía griega, y, por extraño que parezca, llegó a los científicos islámicos de la mano de la religión.

A principios de nuestra era, la cristiandad llegó hasta Persia y, después, Arabia e India. En el siglo V, Nestorio, patriarca de Constantinopla, se enzarzó en una controversia que desembocó en un cisma en el seno de la Iglesia de Oriente y en la formación de un movimiento sectario conocido como nestorianismo.

Cuando la nueva religión del islam irrumpió en el siglo VII en el escenario mundial y empezó su campaña expansionista, los nestorianos no perdieron tiempo en pasar sus conocimientos a los conquistadores árabes. Según The Encyclopedia of Religion, "los nestorianos fueron los primeros en promover las ciencias y la filosofía griegas mediante la traducción de los textos griegos al sirio y después al árabe". También fueron "los primeros en llevar a Bagdad la medicina griega". Los científicos árabes empezaron a construir sobre el conocimiento adquirido de los nestorianos. El árabe reemplazó al siriaco en todo el imperio como idioma de la ciencia, evidenciando una notable ductilidad para la redacción científica.

Los árabes no sólo embebieron conocimientos, sino que también los compartieron. Cuando penetraron en Europa a través de España —donde permanecieron por más de setecientos años—, llevaron consigo la sabiduría de la cultura musulmana. En el transcurso de las ocho cruzadas llamadas "cristianas", entre 1096 y 1272, a los cruzados de occidente les impresionó la avanzada civilización islámica con la que había entrado en contacto. Regresaron —como dijo un autor— "repletos de nuevas impresiones".

Una señalada contribución árabe a la cultura europea fue su sistema numérico, que reemplazó la numeración romana, a base de letras. En realidad, decir "números arábigos" no es lo más propio; parecería más indicado llamarlos "indoarábigos". Es cierto que el matemático y astrónomo árabe Al-Juwarizmi escribió sobre este sistema, pero procedía de matemáticos hindúes, quienes lo habían ideado más de mil años antes, en el siglo III aEC.

Este sistema apenas se conocía en Europa antes de que el distinguido matemático Leonardo Fibonacci (a quien también se llama Leonardo de Pisa) lo introdujera en 1202 en su obra "Liber abbaci" (Libro del ábaco). Con el fin de demostrar las ventajas del sistema, Fibonacci explicó: "Las nueve cifras indias son: 9 8 7 6 5 4 3 2 1. Con ellas y el símbolo 0 […] se puede escribir cualquier número". Al principio los europeos tardaron en reaccionar, pero hacia finales de la Edad Media habían aceptado el nuevo sistema numérico, cuya sencillez estimuló el progreso científico.

A partir del siglo XII, la llama del saber que con tanta brillantez había ardido en el mundo árabe comenzó a extinguirse. No obstante, se reavivó cuando en Europa ciertos grupos de eruditos impulsaron la creación de lo que habrían de ser las universidades modernas. Hacia mediados del siglo XII se fundaron las universidades de París y Oxford. A estas les siguieron la de Cambridge, a principios del siglo XIII, y las de Praga y Heidelberg, en el siglo XIV. Para el siglo XIX las universidades ya se habían convertido en importantes centros de investigación científica.

Al principio la religión influía mucho en estos centros y casi todos sus estudios se centraban o se enfocaban en la teología. También se enseñaba filosofía griega, particularmente los escritos aristotélicos. Según The Encyclopedia of Religion, "el método escolástico […] en la Edad Media […] se estructuraba en torno a la lógica aristotélica: definir, dividir y razonar la exposición de un texto o la solución de un problema".

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Tomás de Aquino, erudito del siglo XIII llamado más tarde el "Aristóteles cristiano", se propuso combinar la enseñanza aristotélica con la teología cristiana, aunque disentía de Aristóteles en algunos extremos. Rechazaba, por ejemplo, la teoría de la existencia eterna del mundo, pues concordaba con la afirmación bíblica de que había sido creado. Al "sostener que vivimos en un universo ordenado cuya comprensión es posible gracias a la iluminación de la razón, [Aquino] hizo una valiosa contribución al avance de la ciencia moderna", dice The Book of Popular Science.

Sin embargo, en su mayor parte las enseñanzas de Aristóteles, Tolomeo y Galeno fueron aceptadas como si fueran el evangelio, incluso por la Iglesia. La obra mencionada en el párrafo anterior dice: "En la Edad Media, cuando el interés por la experimentación científica y la observación estaba a un nivel muy bajo, las palabras de Aristóteles eran ley. El argumento que los maestros medievales solían emplear para demostrar la certeza de muchas de sus "observaciones" científicas era "Ipse dixit" (Él lo dijo). En estas circunstancias los errores de Aristóteles, particularmente en física y astronomía, bloquearon por siglos el progreso científico".

Roger Bacon, fraile de Oxford del siglo XIII, desafió esta ciega adherencia a los conceptos del pasado. Bacon, a quien se ha llamado "la figura más notable de la ciencia del medievo", estuvo prácticamente solo en su defensa de la experimentación como medio de descubrir verdades científicas. Se dice que ya en 1269, anticipándose muchísimo a su época, predijo la aparición del automóvil, el avión y las embarcaciones motorizadas.

Pese a su clarividencia y brillante lucidez, su conocimiento de los hechos era limitado. Creía firmemente en la astrología, la magia y la alquimia, lo que demuestra que la ciencia es una incesante búsqueda de la verdad siempre sujeta a revisión.

Aunque en el siglo XIV la investigación científica parecía estar sumida en el letargo, hacia el ocaso del siglo XV la búsqueda de la verdad científica por el hombre distaba mucho de haber concluido. De hecho, los siguientes quinientos años harían palidecer los logros precedentes. El mundo estaba al umbral de una revolución científica, y como ocurre en toda revolución, también en ésta habría héroes, villanos y, sobre todo, víctimas».

La revista DESPERTAD de fecha 22-5-1993, páginas 13 a 15, dice en parte: «Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el mundo entró en un turbulento período debido al estallido de revoluciones que transformaron el panorama político, primero en América y después en Francia. Entre tanto, Inglaterra vivía el comienzo de otra revolución: la revolución industrial, muy relacionada a su vez con una cuyo cariz principal era de orden científico.

Hay quienes fechan el renacimiento científico a partir de la década que comenzó en 1540, cuando el astrónomo polaco Nicolás Copérnico y el anatomista belga Andreas Vesalio publicaron unas obras que influyeron profundamente en el pensamiento científico. Otros sitúan el cambio aún antes, en 1452, año del nacimiento de Leonardo da Vinci. Este incansable investigador, que hizo numerosas aportaciones científicas, formuló ideas que en algunos casos fueron el germen de inventos perfeccionados siglos más tarde, como el avión, el tanque y el paracaídas.

No obstante, en palabras de Ernest Nagel, catedrático emérito de la Universidad de Columbia, la ciencia tal y como la conocemos hoy "no quedó firmemente constituida como institución permanente en la sociedad occidental hasta los siglos XVII y XVIII". Logrado esto, se produjo un cambio decisivo en la historia del hombre. El libro The Scientist comenta: "Entre 1590 y 1690, poco más o menos, una pléyade de genios […] dio lugar a un florecimiento en la investigación difícilmente igualable en cualquier otro siglo".

Sin embargo, también florecieron pseudociencias, cuyas teorías actuaron como impostores que obstaculizaron el camino hacia verdaderos logros científicos. Uno de estos "impostores" fue la teoría del "flogisto", término griego que significa "inflamable". Fue ideada en 1702 por George Ernst Stahl, quien sostuvo que cuando una materia inflamable ardía, se liberaba el flogisto por combustión. Aunque él pensaba que el flogisto era un principio más que una sustancia real, con el tiempo fue tomando más cuerpo la opinión de que se trataba de una sustancia. Hubo que esperar a los años de 1770 a 1790 para que Antoine-Laurent Lavoisier pudiera desmentir dicha teoría.

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La obra The Book of Popular Science reconoce que si bien la teoría del flogisto "era completamente errónea, por algún tiempo proporcionó una hipótesis de trabajo que al parecer explicaba muchos fenómenos naturales. Fue simplemente una de las muchas hipótesis científicas que con el paso del tiempo se pesaron en la balanza y fueron halladas defectuosas".

La alquimia fue otro de los impostores. La Enciclopedia Salvat de las Ciencias explica que la alquimia nació de "la conjunción [del] conocimiento técnico y de la doctrina filosófica del período helenístico", y que los alquimistas buscaban ante todo un "hipotético reactivo capaz de transformar en oro o plata los metales más comunes, […] o bien […] crear el elixir de la larga vida, capaz de evitar […] la muerte". Antes de ser desestimada, la alquimia contribuyó a sentar las bases de la química moderna, un proceso de transformación consumado hacia finales del siglo XVII.

De modo que aunque la teoría del flogisto y la alquimia fueron impostores, tuvieron algunos aspectos aprovechables. No se puede decir lo mismo, sin embargo, de los impostores humanos que alentaron actitudes anticientíficas por sus creencias religiosas. La rivalidad entre la ciencia y la teología —ambas afirmaban ser la autoridad exclusiva en cuestiones relativas al universo— desembocó con frecuencia en enfrentamientos abiertos.

Por ejemplo, en el siglo II EC, el renombrado astrónomo Tolomeo formuló la teoría geocéntrica, que explicaba que mientras los planetas giraban en círculo, el centro del círculo, o epiciclo, describía a su vez la circunferencia de otro círculo. En el mejor de los casos, la teoría era matemáticamente ingeniosa y ofrecía una explicación del movimiento aparente en el cielo del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas que tuvo amplia aceptación hasta el siglo XVI.

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Copérnico (1473-1543) elaboró una teoría diferente. Creía que si bien los planetas, incluida la Tierra, giraban alrededor del Sol, éste permanecía inmóvil. De ser cierta la idea de una Tierra en movimiento —a la que dejaba de considerarse el centro del universo—, tendría consecuencias trascendentales. Menos de cien años después, el astrónomo italiano Galileo Galilei apuntó sus telescopios al cielo y sus observaciones le convencieron de que la hipótesis copernicana sobre la rotación de la Tierra alrededor del Sol era acertada. No obstante, la Iglesia Católica calificó sus conclusiones de heréticas y lo obligó a retractarse.

Los errores religiosos han hecho que los teólogos de la Iglesia hayan negado verdades científicas. Ha habido que esperar casi trescientos sesenta años para que la Iglesia rehabilitara a Galileo. En su edición semanal del 4 de noviembre de 1992, L"Osservatore Romano reconoció que hubo un "error subjetivo de juicio" en el caso seguido contra Galileo.

También en [el] siglo XX las religiones de la cristiandad manifestaron una falta de respeto a la verdad similar al dar prioridad a teorías científicas no demostradas, en detrimento de la verdad, tanto científica como religiosa. El mejor ejemplo de ello es la indemostrable teoría de la evolución, fruto ilegítimo del "conocimiento" científico defectuoso y las enseñanzas religiosas falsas.

Charles Darwin publicó "El origen de las especies por selección natural" el 24 de noviembre de 1859, pero la idea de la evolución procede en realidad de tiempos precristianos. El filósofo griego Aristóteles, por ejemplo, representó al hombre como el resultado final de una cadena evolutiva que partía de formas de vida animal inferiores. Aunque al principio el clero rechazó la teoría darwiniana, la obra "The Book of Popular Science" comenta: "La evolución se convirtió [más tarde] en algo más que una teoría científica […]. Llegó a ser un atractivo reclamo y hasta una filosofía". El concepto de la supervivencia del más apto atrajo a aquéllos cuyo objetivo era llegar a lo más alto de la escala social.

El clero enseguida dejó de ofrecer resistencia. A este respecto, "The Encyclopedia of Religion" dice que "la teoría darwiniana de la evolución no sólo alcanzó reconocimiento, sino una resonante aclamación", y que "hacia [1882], el año en que murió [Darwin], los clérigos más previsores y elocuentes habían llegado a la conclusión de que la evolución era perfectamente compatible con un entendimiento profundo del texto bíblico".

Se han adoptado estas posiciones pese a lo que se reconoce en la obra "The Book of Popular Science": "Incluso los más firmes defensores de la doctrina de la evolución orgánica tienen que admitir que existen lagunas e inexactitudes notorias en la teoría original de Darwin". El libro también menciona que "gran parte de la teoría original de Darwin ha sido renovada o desechada", aunque reconoce que la teoría de la evolución ha "influido profundamente en casi todo campo de actividad humana", y que "la historia, la arqueología y la etnología han experimentado cambios profundos por su causa".

Muchos científicos actuales cuestionan seriamente la teoría de la evolución. Sir Fred Hoyle, fundador del "Cambridge Institute of Theoretical Astronomy" y miembro asociado de la "American National Academy of Sciences", escribió hace unos diez años: "Personalmente no tengo ninguna duda de que a los historiadores de la ciencia del futuro les resultará misterioso que una teoría que puede considerarse impresentable, haya llegado a ser tan ampliamente admitida".

Al atacar la mismísima base de nuestra existencia, la evolución roba al Creador el mérito que le corresponde, contradice su pretensión de ser científica y le hace un flaco favor a la incesante lucha del hombre por hallar la verdad científica. Karl Marx acogió con agrado dicha teoría y la premisa de la "supervivencia del más apto" con el fin de alentar el auge del Comunismo. No obstante, la evolución es un impostor de la clase más vil. ¿Quiénes son las víctimas?

Cualquier persona que se deje engañar por teorías seudocientíficas se convierte en víctima. De todas formas, aceptar sin más las verdades científicas también puede entrañar ciertos riesgos. Los espectaculares avances de la ciencia, propiciados por la revolución científica, han hecho creer a muchos que ya no hay nada que la ciencia no pueda lograr.

Esta idea se ha visto reforzada a medida que el progreso científico ha socavado la postura anticientífica que en un tiempo adoptó la religión [pseudocristiana]. El comercio y la política empezaron a ver la ciencia como una herramienta utilísima para alcanzar sus fines: compensación económica o consolidación del poder político.

En pocas palabras, la ciencia se ha convertido paulatinamente en un dios, dando paso así al cientificismo. El "Diccionario de la lengua española" define "cientificismo" como la "tendencia a dar excesivo valor a las nociones científicas", y "teoría según la cual los métodos científicos deben extenderse a todos los dominios de la vida intelectual y moral sin excepción"».

La situación actual.

El libro "El hombre en busca de Dios", páginas 329-343, impreso en 2006 por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, comenta en parte:

«"Los seres humanos ya no se interesan en Dios como acostumbraban hacerlo. Cada vez lo recuerdan menos en la vida cotidiana y al tomar decisiones. […] Dios ha sido reemplazado por otros valores: los ingresos y la productividad. Puede que en otro tiempo se le considerara la fuente de significado para toda actividad humana, pero hoy ha sido relegado a lo recóndito y oscuro de la historia. […] Dios ha desaparecido de la conciencia de los seres humanos". —The Sources of Modern Atheism (Las fuentes del ateísmo moderno).

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Pocos años atrás Dios todavía era parte importante de la vida de la gente del mundo occidental. Para ganarse aceptación social uno tenía que evidenciar que creía en Dios, aunque no todo el mundo pusiera en práctica sinceramente lo que afirmara creer. Uno guardaba para sí, discretamente, cualesquiera dudas o incertidumbres. Expresarlas en público sería escandaloso, algo que pudiera invitar la censura de otros.

Sin embargo, hoy es al revés. Para muchos, el que tiene fuertes convicciones religiosas es una persona de mente estrecha, dogmática, hasta fanática. En muchos países vemos que predomina la indiferencia o la falta de interés en lo que respecta a Dios y la religión. La mayoría de la gente ya no busca a Dios, pues o no cree que exista o no está segura de ello. Algunos hasta han usado el término "era postcristiana" para describir nuestra época. Por lo tanto, tenemos que hacer algunas preguntas: ¿Cómo sucedió que la idea de Dios llegara a estar tan alejada de la vida de la gente? ¿Qué fuerzas produjeron este cambio? ¿Hay razones sólidas para seguir buscando a Dios?

La Reforma protestante del siglo XVI causó un marcado cambio en la manera como la gente consideraba la autoridad, fuera religiosa o de otra índole. La agresividad y la libertad de expresión tomaron el lugar de la conformidad y la sumisión. Aunque la mayoría de la gente permaneció dentro de la estructura de la religión tradicional, hubo personas que siguieron líneas de pensamiento más radicales y pusieron en tela de juicio los dogmas y las enseñanzas fundamentales de las iglesias establecidas. Otras, notando el papel que la religión había desempeñado en las guerras, los sufrimientos y las injusticias a través de la historia, se hicieron escépticas en cuanto a la religión.

Aun allá en 1572 un informe titulado "Discourse on the Present State of England" (Discurso sobre el estado actual de Inglaterra) señaló: "El reino está dividido en tres partidos: los papistas, los ateos y los protestantes. Se favorece a los tres por igual: al primero y al segundo porque, puesto que son muchos, no nos atrevemos a causarles disgusto". Según otro cálculo, había 50.000 ateos en París en 1623, aunque el término no se usaba con todo rigor. De todos modos, está claro que la Reforma, en sus esfuerzos por librarse de la dominación de la autoridad papal, también abrió la puerta de actividad franca a los que desafiaban la posición de las religiones establecidas. Como lo declaran Will y Ariel Durant en "The Story of Civilization: Part VII—The Age of Reason Begins" (La historia de la civilización: Parte VII—Empieza la era de la razón): "Los pensadores de Europa —la vanguardia del pensar europeo— ya no discutían sobre la autoridad del papa; debatían sobre la existencia de Dios".

A la fragmentación de la cristiandad por sí misma se añadieron otras fuerzas que debilitaban su posición. La ciencia, la filosofía, la tendencia hacia la indiferencia religiosa y el materialismo desempeñaron sus papeles en hacer surgir dudas y fomentar incredulidad respecto a Dios y la religión.

El aumento del conocimiento científico puso en tela de juicio muchas de las enseñanzas eclesiásticas basadas en interpretaciones erróneas de pasajes bíblicos. Por ejemplo, descubrimientos astronómicos por hombres como Copérnico y Galileo presentaron un desafío directo a la doctrina geocéntrica (que afirmaba que la Tierra era el centro del universo) de la iglesia. Además, con el entendimiento de las leyes naturales que rigen el funcionamiento del mundo físico, ya no fue necesario atribuir a la mano de Dios o la Providencia fenómenos que hasta entonces eran misteriosos, tales como el trueno y el relámpago, o hasta la aparición de ciertos astros y cometas. También empezó a sospecharse de los "milagros" y de la "intervención divina" en los asuntos humanos. De súbito, Dios y la religión les parecieron anticuados a muchos, y algunos de los que se consideraban al día se apresuraron a volverle la espalda a Dios, y acudieron en tropel a adorar la vaca sagrada de la ciencia.

No hay duda de que el golpe más fuerte contra la religión fue la teoría de la evolución. En 1859 el naturalista inglés Carlos Darwin (1809-1882) publicó su obra "Origen de las especies" y presentó un desafío directo a la enseñanza bíblica de un universo creado por Dios. ¿Cómo respondieron las iglesias? Al principio el clero de Inglaterra y de otros lugares denunció la teoría. Pero en poco tiempo la oposición empezó a desaparecer. Parece que las suposiciones de Darwin eran precisamente la excusa que buscaban algunos clérigos que en secreto habían tenido dudas. Así, mientras aún vivía Darwin, "clérigos de pensamiento profundo y clara expresión lograron convencerse de que existía plena compatibilidad entre la evolución y un entendimiento iluminado de las escrituras", dice "The Encyclopedia of Religion". En vez de defender la Biblia, la cristiandad cedió a la presión de la opinión científica y siguió lo que era popular. Al hacer eso, socavó la fe en Dios.

A medida que adelantó el siglo XIX, los críticos de la religión se hicieron más atrevidos en su ataque. Ya no se contentaban con señalar los fracasos de las iglesias; empezaron a cuestionar los fundamentos mismos de la religión. Plantearon preguntas como: ¿Qué es Dios? ¿Por qué se necesita a Dios? ¿Cómo ha afectado a la sociedad humana el creer en Dios? Hombres como Ludwig Feuerbach, Karl Marx, Sigmund Freud y Friedrich Nietzsche presentaron sus argumentos en términos filosóficos, psicológicos y sociológicos. Teorías como las de "Dios es sencillamente la proyección de la imaginación del hombre", "La religión es el opio del pueblo" y "Dios está muerto" parecían novedosas y excitantes en comparación con los dogmas y tradiciones aburridos e ininteligibles de las iglesias. Parecía que finalmente muchos habían hallado una manera clara de expresar las dudas y sospechas que habían abrigado en su interior. De buena gana se apresuraron a aceptar aquellas ideas como la nueva verdad infalible.

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¿Qué hicieron las iglesias al verse bajo el ataque y escrutinio de la ciencia y la filosofía? No se declararon a favor de lo que la Biblia enseña, sino que cedieron a la presión y transigieron hasta en artículos de fe tan fundamentales como el de que todo ha sido creado por Dios y la autenticidad de la Biblia. ¿Qué resultado tuvo esto? Las iglesias de la cristiandad empezaron a perder credibilidad, y la fe de muchas personas decayó. El que las iglesias ni siquiera se defendieran abrió de par en par las puertas para que las masas de la humanidad salieran de ellas. Para muchos la religión pasó a ser sólo una reliquia sociológica, algo para marcar los puntos importantes de la vida de uno: el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Muchos abandonaron casi por completo la búsqueda del Dios verdadero».

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Todo esto nos indica que el relato creativo del Génesis es mayoritariamente ignorado o rechazado hoy día, salvo por una minoría que ha conseguido ver más allá de lo que a la sociedad actual le parece obvio y razonable. En realidad, no son pocas las personas que se dan cuenta de que la sociedad humana del presente es una especie de mundo artificial que golpea contra el substrato natural que lo soporta, a saber, la biosfera, y contra el cosmos entero si le fuera posible. La estupidez y la insensatez dominan la gestión del hombre sobre el planeta, a pesar de todo el cúmulo de conocimientos científicos y técnicos alcanzados. El Génesis apunta a las causas, señalando que son de índole humana y demoníaca. Por consiguiente, dejarse llevar por lo que a la sociedad contemporánea le parece correcto es tan desacertado como buscar ayuda ética o moral en un asesino empedernido, inmisericorde y vicioso.

Conclusión.

¿En qué situación se encuentra hoy día la creencia de que el origen de la vida sobre la Tierra se produjo durante el llamado "Tercer día creativo"?

Como hemos dicho, hay una gran mayoría de humanos que ignora o rechaza el relato creativo del Génesis, y sólo un número relativamente pequeño de personas lo acepta y lo entiende. Factores negativos para la creencia en el origen de la vida según el Génesis (Tercer Día Creativo) se han ido aglutinando a lo largo de la historia, desde el tiempo de los patriarcas hasta el día presente, como son:

– Disminución del promedio de duración de la vida humana y consiguiente pérdida de eslabones humanos ancestrales que fueron testigos presenciales con altísimo valor documental.

– Amortiguamiento del testimonio histórico patriarcal a causa de erosión y pérdida en el proceso de transmisión y recepción de datos no pertenecientes a la Sagrada Escritura, aunque relevantes para poder comprender el pasado remoto de la humanidad.

– Confusión de las lenguas en Babel y consecuente dispersión de la población humana.

– Aberraciones del comportamiento humano y su impronta epigenética acumulativa.

– Florecimiento de creencias religiosas desacertadas y falsas.

– Influencia demoníaca.

 

 

Autor:

Jesús Castro

Partes: 1, 2
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