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Génesis y actualidad

Enviado por Jesús Castro


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Heródoto de Halicarnaso
  3. Tales de Mileto
  4. La helenización occidental
  5. La helenización oriental
  6. El Renacimiento
  7. Hacia el siglo XX
  8. La situación actual
  9. Conclusión

Este artículo pretende contestar lo más satisfactoriamente posible la siguiente pregunta, basada en los estudios del Génesis: ¿En qué situación se encuentra hoy día la creencia de que el origen de la vida sobre la Tierra se produjo durante el llamado "Tercer día creativo"?

Introducción.

Supongamos que un hombre se encuentra en el parque, recostado sobre el césped, tomando el sol y leyendo una revista. Supongamos ahora que el mismo hombre se encuentra leyendo la misma revista, bajo el plácido sol otoñal, recostado entre las vías del tren y a una hora en que más de una locomotora con sus vagones suele atravesar esos raíles. Evidentemente una situación difiere de la otra, aunque la actitud del hombre sea similar en ambos casos. Por lo tanto, deducimos que no es el aspecto del hombre lo que atrae el peligro sino más bien el marco de circunstancias que le rodea.

Pues bien, algo parecido ha sucedido con la teoría de la generación espontánea de la vida. En sí misma, vista como una explicación provisional de los fenómenos biológicos de eclosión saprofítica y sin desestimar el relato creativo del Génesis, tal como parece que hicieron los patriarcas e incluso el propio Newton, no produjo un alejamiento de la guía del Creador. Simplemente se trató de una hipótesis transitoria, sujeta a revisión y de hecho superada y clausurada por Pasteur tras sus famosos experimentos.

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Sin embargo, cuando los filósofos griegos de la antigüedad elevaron dicha teoría a la categoría de hecho consumado y afirmaron que la vida sobre la Tierra no era el producto de ninguna divinidad creadora, entonces, sin saberlo, colisionaron contra el relato creativo del Génesis y propagaron a mayor grado el germen del desacierto para la humanidad. Se hicieron colaboradores involuntarios, aunque eficaces, de las fuerzas sobrehumanas e inteligentes que pugnan contra el Creador y contra Sus revelaciones guiadoras que benefician al hombre.

Por lo tanto, aunque la teoría de la generación espontánea de la vida comenzó como una explicación no atea del fenómeno de eclosión de escarabajos en el Nilo (ver Nota, página 3) y del surgimiento de la vida saprofita en los pantanos y en los cadáveres, pronto degeneró hacia una explicación atea por parte de muchos filósofos griegos en cuanto al origen de la vida en nuestro planeta. La perspicacia que proviene de la Sagrada Escritura nos permite ver que en todo este proceso no puede eludirse la intervención inteligente de una mano controladora y orquestadora sobrehumana, cuyo objetivo principal es el alejamiento de la criatura humana de la guía reconciliadora procedente de su Creador.

Heródoto de Halicarnaso.

El eco de la milenaria civilización egipcia se hizo presente en la literatura griega ya desde sus orígenes, como vemos, por ejemplo, en Homero. Sin embargo, será más tarde, con el historiador Heródoto, cuando tenga lugar la primera difusión sistemática entre los griegos de los logros culturales del Antiguo Egipto. Movido por la curiosidad etnográfica, Heródoto viajó a Egipto, conoció a sus gentes, entre ellas algunos sacerdotes, visitó sus ciudades y reunió un variado material que luego aprovecharía.

Heródoto viajó por buena parte del mundo entonces conocido (Egipto, Asia Menor, Babilonia, Escitia y Magna Grecia). Este contacto directo con otras sociedades, así como su propia evolución intelectual, le hicieron distanciarse de las concepciones y tópicos de sus conciudadanos.

Según Heródoto, el pueblo egipcio habría alcanzado pronto grandes conocimientos de astronomía, e igualmente un alto desarrollo técnico, puesto de manifiesto en la construcción de sus magníficas pirámides. En cuanto a los avances técnicos empleados por los egipcios en la edificación de sus monumentos, Heródoto ofrece un ejemplo representativo: la construcción de la pirámide de Kéops mediante el uso de máquinas elevadoras de los sillares. En otra ocasión, Heródoto habla en términos elogiosos de la sorprendente especialización que ya existía en la medicina del Antiguo Egipto.

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NOTA:

Heródoto (490 a 425 aEC) pertenecía a una familia distinguida de Halicarnaso, en Caria, a la sazón una ciudad jonia de cultura griega. En momentos de disturbios políticos en su ciudad se retiró, o fue exiliado, a Samos, y luego viajó mucho por Egipto y el mundo griego. Visitó Atenas a mediados del 440 aEC, donde se dice que entró en contacto con Pericles (495 a 429 aEC, político y orador de Atenas extraordinariamente influyente en los momentos de la edad de oro de la ciudad).

Una de las claves de la popularidad de Heródoto y de su prolongada influencia literaria radica en el relato de las cosas admirables o maravillosas que había presenciado o que le habían contado. Este interés hacia lo exótico le llevó a prestar atención a las costumbres populares de los egipcios, subrayando sus diferencias respecto a las de otros pueblos. También centró su curiosidad en la fauna del país, dando una detallada descripción del cocodrilo, e igualmente referencias, algunas veces basadas en relatos tradicionales o en fuentes indirectas, a tan llamativos animales como el hipopótamo, el ave fénix y el ibis. Esta mezcla de exotismo y leyenda caló hondo en la imaginación popular griega. Es posible que la creencia en de la generación espontánea de los escarabajos del Nilo (ver Nota, a continuación) se transmitiera por Heródoto a sus compatriotas a través de sus narraciones acerca de Egipto.

NOTA:

Los egipcios antiguos veían que los escarabajos salían súbitamente del terreno, y creían que éstos se producían por sí mismos. The Encyclopedia Americana dice: "Sobre la superficie de los bancos de lodo a los lados del Nilo solían encontrarse tremendas cantidades de escarabajos, y esto apoyaba la creencia en la generación espontánea" (Tomo 24, página 336, edición de 1977). Pero ¿qué sucedía, realmente?

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Las hembras de los escarabajos hacían una bola de estiércol, ponían huevos en ella, y la enterraban. Las larvas salían a su tiempo de los huevos y se alimentaban del estiércol, y posteriormente salían como escarabajos. No había ninguna generación espontánea, después de todo.

La Filosofía nació en una Grecia antigua y viajera, que ocupaba una extensión relativamente pequeña en la extremidad sur oriental de Europa. Los dos rasgos geográficamente más destacables eran: la gran cantidad de costa que bordea el territorio y la índole montañosa del mismo. Estas circunstancias geográficas condicionaron la vocación marinera del pueblo griego. También, los griegos, mucho más que los egipcios o los persas, estaban predispuestos a la innovación intelectual por no ser terratenientes apegados a la tierra, sino marinos. Pero la Grecia que desempeñó un papel en la evolución de la civilización y de la filosofía no fue la Grecia continental de Esparta o de Tebas, sino la que, desde Jonia a Sicilia, se diseminó en una multitud de islas y de llanuras costeras, en las que las acrópolis dominaban puertos establecidos a ras del agua. La nación griega no tuvo un continente como ámbito de vida, sino un mar, elemento inestable y deslumbrador, surcado no sólo por comerciantes, sino por otros extraños y audaces viajeros, que, sin más equipaje que su saber y su talento, eran los representantes de la ciencia y de la filosofía. Los intercambios comerciales posibilitaron el conocimiento de multitud de costumbres, mitos, hábitos, formas de vida… de otros pueblos, lo cual fue decisivo para la configuración de una sociedad y cultura abiertas (y, en cierto sentido, cosmopolita) en la que el conocimiento de la diversidad de opiniones sobre las mismas cuestiones actuaría como fermento de la duda y de la pregunta.

La conexión de la filosofía con los viajes aparece tan tempranamente que el primer texto histórico en el que se menciona esta actividad intelectual se encuentra ligado a la actitud viajera. Heródoto atribuye a Creso estas palabras con las que saluda a Solón: "Han llegado hasta nosotros muchas noticias tuyas, tanto de tu sabiduría (sofía) como de tus viajes, y de que, movido por el gusto del saber (filosoféon), has recorrido muchos países por examinarlos (theories)". Existen numerosas referencias de que una buena parte de los filósofos griegos hicieron viajes en torno a la Hélade y a Oriente. Pero sobre todo los primeros grandes filósofos viajeros, Tales, Anaximandro, Anaximenes, Pitágoras…, se debieron encontrar, un poco sorprendentemente, con que los mitos asumidos por las distintas civilizaciones del medio oriente eran claramente incompatibles entre sí, se contradecían escandalosamente y no todos ellos podían admitirse como verdaderos por ese mismo motivo. Pero si los mitos griegos, egipcios, babilónicos, etc. se contradecían como explicaciones del mundo ¿por qué motivo los griegos debían ser los verdaderos, mientras que los demás eran falsos? Puestos a cuestionar todos ellos, no se puede encontrar absolutamente ningún motivo para concluir que los mitos griegos son los verdaderos mientras los demás son todos falsos. ¿No serán más bien todos ellos falsos, incluidos los griegos?

Estos razonamientos debieron conducir a un punto de vista escéptico o ateo respecto a las religiones. Sin embargo, el alcance de semejante punto de vista permaneció espacialmente circunscrito a las pequeñas islas del Egeo y poco más, y temporalmente fue de corta duración. Las condiciones para que tal enfoque se diese a nivel internacional o mundial habrían de esperar hasta las proximidades del siglo XX de la EC, esto es, más de dos milenios en el futuro.

Encontramos así una jugada maestra: usar las religiones para mantener a la gente en ignorancia en cuanto a la auténtica revelación, de la que forma parte el Génesis, y usar a las mismas religiones para sembrar la desconfianza religiosa en la cabeza de los pensadores que buscaban una explicación racional a la realidad material que nos envuelve. Y este desenvolvimiento antiguo ocurre en un tiempo histórico en el que las creencias patriarcales transmisoras del Génesis parecen estar en franca decadencia, pues la nación depositaria de la Sagrada Escritura se encuentra disminuida, dispersa y sometida a los imperios de turno, entre los siglos VII y I aEC (ver Nota, a continuación).

NOTA:

La revista DESPERTAD del 8-7-1990, páginas 12 y 13, publicada por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, expone lo siguiente:

«En el siglo VIII aEC, durante los días del profeta Oseas, a pesar de haber recibido el favor especial de ser el pueblo escogido de Dios, la mayoría de los israelitas abandonaron la adoración verdadera… ¿Cuál fue la reacción de Jehová [Dios]? "Ya no mostraré misericordia de nuevo a la casa de Israel, porque positivamente los quitaré[…] Vosotros no sois mi pueblo y yo mismo no resultaré ser [Dios] de vosotros" (Oseas 1: 6, 9). Por consiguiente, aquellos israelitas apóstatas no iban a permanecer en el favor de Dios. Tan sólo un resto fiel tendría algún día el privilegio de ser restaurado a Su favor y experimentar de nuevo las bendiciones divinas.

Fiel a su profecía, Dios permitió que los enemigos de los israelitas los llevaran cautivos y que destruyesen su templo, con lo que quedaría demostrado de manera contundente que habían dejado de tener una relación aprobada con Dios. Sólo un resto fiel de israelitas (conocidos para entonces como "judíos") regresaron del cautiverio en el año

537 aEC, reedificaron el templo de Jehová y disfrutaron de nuevo del favor de Jehová como su pueblo escogido.

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No obstante, en los próximos siglos los judíos fueron asediados por la influencia de la filosofía griega —como la doctrina platónica del alma inmortal—, lo que tuvo efectos catastróficos en su adoración. Aquella adoración ya nunca más se basaría tan sólo en las enseñanzas de Moisés y de los profetas hebreos.

¿Continuaría Jehová considerando a los judíos como su pueblo escogido? Al ver que muchos habían vuelto a apostatar de la adoración pura… [Jesucristo les] dijo: "El reino de Dios os será quitado a vosotros y será dado a una nación que produzca sus frutos" (Mateo 21: 43). La mayoría de los judíos no prestaron atención a esa advertencia y continuaron en su proceder apóstata… Por consiguiente, no pasó mucho tiempo antes de que Dios permitiese que en el año 70 EC el templo reconstruido fuese reducido [de nuevo] a ruinas».

La revista LA ATALAYA del 1-8-1996, páginas 5 y 6, publicada por la Sociedad Watchtower, comenta lo siguiente:

«Los judíos no tomaron [la idea de un alma inmortal de la Sagrada Escritura], sino de los griegos. Parece ser que entre los siglos VII y V aEC, el concepto pasó de los misteriosos cultos religiosos de Grecia a la filosofía griega. La noción de un más allá donde las almas malas recibirían castigo doloroso por sus faltas había ejercido gran fascinación por mucho tiempo, hasta que cobró forma y se difundió. Los filósofos debatían sin cesar acerca de la naturaleza precisa del alma. Para Homero, ésta se escabullía en la muerte haciendo una especie de susurro, chirriando y zumbando. Para Epicuro, el alma tenía masa y era, por lo tanto, un cuerpo infinitesimal.

Sin embargo, el máximo exponente de la inmortalidad del alma tal vez fue el filósofo griego Platón, del siglo IV aEC. En su descripción de la muerte de su maestro, Sócrates, se revelan convicciones muy parecidas a las que albergaban los celotes [judíos] de Masada siglos después. Como apunta el erudito Oscar Cullmann, "Platón nos muestra cómo Sócrates, con una calma y una serenidad absolutas, va al encuentro de la muerte. La muerte de Sócrates es una muerte hermosa. El horror está completamente ausente de ella. Sócrates no podría temer la muerte, puesto que ella nos libera del cuerpo. […] La muerte es la gran amiga del alma. Así lo enseña y así es como muere, en admirable armonía con sus enseñanzas".

Fue, al parecer, en el siglo II antes de Cristo, durante el período de los Macabeos, cuando los judíos empezaron a asimilar esta enseñanza de origen helénico. Josefo dice en el siglo I EC que los fariseos y los esenios, dos influyentes grupos religiosos judíos, abrazaron dicha doctrina. Algunas poesías que se cree fueron compuestas por aquella época reflejan la misma creencia».

Tales de Mileto.

Según la Wikipedia: «Tales de Mileto (630 545 aEC) fue el iniciador de la indagación racional sobre el universo. Se le considera el primer filósofo de la historia de la filosofía occidental, y fue el fundador de la escuela jónica de filosofía, según el testimonio de Aristóteles. Fue el primero y más famoso de los Siete Sabios de Grecia (el sabio astrónomo), y habría tenido, según una tradición antigua no muy segura, como discípulo y protegido a Pitágoras. Fue además uno de los más grandes matemáticos de su época, centrándose sus principales aportaciones en los fundamentos de la geometría.

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En tiempos de Tales, los griegos explicaban el origen y naturaleza del cosmos con mitos de héroes y dioses antropomórficos. Pero los primeros filósofos griegos veían en la tierra, el agua, el aire y el fuego los elementos fundamentales a partir de los cuales se generan todos los demás elementos del universo, es decir, el origen. También pensaban que de estos principios constan todos los seres del universo, es decir, que son el sustrato. Por último, esos elementos fundamentales también debían poder explicar las transformaciones que acontecen en el universo, es decir, dar a entender la verdadera causa de los eventos.

Si la Naturaleza remite siempre a un principio (arché), cabe preguntarse si es posible concebir una única realidad o sustancia que pueda ejercer en ella tanto de origen, sustrato y causa. Tales argumentaba que es el agua lo que desempeña dicho papel, y quizás sea la primera explicación significativa que se dio del mundo físico sin hacer referencia explícita a lo sobrenatural. Tales afirmaba que el agua es la sustancia universal primaria y que el mundo está animado y lleno de divinidades.

Aristóteles nos dice que para Tales el agua es el principio o "arché" de todas las cosas, debido a que: La tierra descansa sobre el agua como una isla; la humedad está en la nutrición de todas las cosas, tal vez debido a una observación de las orillas del Nilo y cómo en éstas "crecía" la vida después de que éste bajara su cauce; el calor mismo es generado por la humedad y conservado por ella; las semillas de todas las cosas son húmedas, y el agua es el origen de la naturaleza de las cosas húmedas».

Debe haber habido una gran influencia de la cultura egipcia en las ideas de Tales de Mileto. La filosofía griega no nació en suelo continental sino en Jonia, en las costas de Asia Menor. Tales de Mileto, que vivió entre las últimas décadas del siglo VII y la primera mitad del VI aEC, es considerado el primer filósofo, de acuerdo con una vieja tradición doxográfica ratificada por Aristóteles. Jonia se distinguía en aquellos siglos por su rico comercio y un notable desarrollo urbano. Siguiendo la expansión griega a través de la colonización marítima a lo largo y ancho del mar Mediterráneo, los jonios tuvieron frecuentes contactos con Egipto donde fundaron Náucratis, colonia de Mileto e importante centro mercantil. En este contexto histórico no tiene nada de sorprendente que Tales viajara a Egipto y que allí se empapara de una civilización que para aquel tiempo era bastante superior a la helénica. Así lo testifican determinadas fuentes: "Tales…tras dedicarse a la filosofía en Egipto, vino a Mileto cuando era más viejo" (Aecio, Placita philosophorum, I, 3, 1, editorial Diels, página 276). Allí habría aprendido también de los matemáticos egipcios: "Tales, después de haber ido primeramente a Egipto, transplantó a Grecia esta especulación [: la geometría]" (Proclo, Sobre Euclides, 65, 3, editorial Friedlein).

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Más importante desde el punto de vista de la historia de la filosofía resulta la influencia del pensamiento egipcio en la afirmación de Tales según la cual el agua es el "arkhé" o principio de todo, en rigor la primera proposición formal de la filosofía griega. En efecto, sabemos ya que la visión del Océano como origen de todo y la consideración de éste como un río que circundaba la tierra, que aparecen en la mitología griega, proceden de anteriores concepciones cosmogónicas del Antiguo Egipto. Algunos testimonios explicitan más todavía tal influjo en el concepto de "arkhé" formulado por Tales de Mileto: " Creen que también Homero, al igual que Tales, quien lo aprendió de los egipcios, hace al agua principio y génesis de todas las cosas" (Plutarco, Sobre Isis y Osiris, 34, 364 D). Y varios competentes estudiosos actuales confirman esa interpretación como muy verosímil: "…Es probable que Tales derivara su idea de que la tierra flota sobre el agua de narraciones mitológicas anteriores existentes en el Oriente próximo, probablemente egipcias" (G.E. Kirk y J.E. Raven, "Los filósofos presocráticos", Madrid, 1974, página 116; el autor del comentario es el profesor Kirk).

La curiosidad del primer filósofo griego por la cultura de Egipto no constituyó, pues, algo anecdótico o superficial sino la principal fuente de inspiración filosófica y científica. Dos siglos más tarde, uno de los grandes filósofos presocráticos, Demócrito de Abdera, elogiado por Aristóteles hasta el extremo de haber escrito que "parece haber reflexionado sobre todos los problemas", viajó a Egipto para aprender geometría de los sacerdotes, según informan diversas fuentes doxográficas.

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Si, como hemos visto, la filosofía y el pensamiento intelectual griego eclosionó a la sombra de la cultura egipcia, cabe preguntarse: ¿De qué manera las ideas acerca de la generación espontánea de la vida saprofita y de los escarabajos del Nilo (ver la Nota de la página 3) pudieron haber afectado a los teóricos griegos?

La respuesta tiene que ser "mucho", es decir, los filósofos griegos quedaron muy afectados por las creencias egipcias en la generación espontánea de la vida. Ahora bien, mientras aparentemente los egipcios albergaron un punto de vista no ateo en cuanto al origen de la vida y concibieron la generación espontánea como una especie de abiogénesis incidental y excepcional dentro del marco general de la vida preexistente, los filósofos griegos se desprendieron de toda conexión creativa atribuida a las deidades y convirtieron la generación espontánea en algo totalmente abiogénico y ateo: una especie de principio causal cósmico desprovisto de influencia inteligente creadora.

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La principal diferencia entre el punto de vista de los egipcios tocante a la generación espontánea de la vida y la posible idea patriarcal acerca de la misma (basándonos en el dato de que el fervoroso Newton aparentemente comulgó con esta creencia) estriba en la identidad atribuida a la divinidad creadora y en el modo en que se describe su acto creativo. Para los hebreos (y para Newton) el Creador es el Dios del Génesis y no una serie de dioses mitológicos de comportamiento absurdo, caprichoso, incomprensible y saturado de misticismo impenetrable.

La helenización occidental.

La cultura griega alcanzó una gran relevancia en el mundo antiguo y condujo a la " helenización" (introducción de las costumbres, cultura, lengua y arte griegos de la antigüedad en otras naciones o países) del oriente cercano, el occidente europeo y el norte de África. Esto fue especialmente cierto durante el imperio de Alejandro Magno y después de él, o sea, desde mediados del siglo IV antes de la EC hasta el fin de la Edad Antigua (siglo V de la EC). El resultado de la Helenización (del helenismo) no fue una aculturación, sino la mezcla ecléctica (es decir, intermedia y moderada) de elementos culturales de origen griego con los de origen local, como los de la civilización persa, la civilización judía, la civilización egipcia o la civilización del Indo.

La conquista romana de Grecia y de las provincias del Mediterráneo oriental no trajo consigo una romanización de éstas, sino más bien al contrario, una helenización de la propia Roma, cuyos intelectuales usaron el griego como lengua culta, y cuyos escritores y artistas reprodujeron los modelos de la literatura y el arte griegos en lo que puede denominarse propiamente una civilización greco-romana, identificada incluso en la religión. La helenización se extendió, con la romanización, a otras partes más lejanas, tales como el noroeste y centro de Europa.

Augusto (31 aEC hasta 14 EC) aseguró el poder imperial romano con importantes reformas y una unidad política y cultural (civilización grecorromana) centrada en los países mediterráneos, que mantendría su vigencia hasta la llegada de Diocleciano (284 a 395 EC), quien trató de salvar un imperio que caía hacia el abismo. Fue este último quien, por primera vez, dividió el imperio en un bloque occidental y otro oriental para facilitar su gestión. El imperio se volvió a unir y a separar en diversas ocasiones siguiendo el ritmo de guerras civiles, usurpadores y repartos entre herederos al trono hasta que, a la muerte de Teodosio I el Grande en el año 395, quedó definitivamente dividido y repartido entre sus dos hijos: Honorio recibió el Imperio romano de Occidente y Arcadio recibió el Imperio romano de Oriente.

A principio del siglo V de la EC, las tribus germánicas, empujadas hacia el Oeste por la presión de los pueblos hunos, procedentes de las estepas asiáticas, penetraron en el Imperio Romano de Occidente. Las fronteras cedieron por falta de soldados que las defendiesen y el ejército no pudo impedir que Roma fuese saqueada por visigodos y vándalos. Cada uno de estos pueblos se instaló en una región del imperio, donde fundaron reinos independientes. Uno de los más importantes fue el que derivaría a la postre en el Sacro Imperio Romano Germánico.

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En 476 el hérulo (jefe bárbaro) Odoacro depuso al último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, un niño de 15 años, y envió las insignias imperiales a Zenón, emperador Romano de Oriente. El Senado envió las insignias a Constantinopla, la capital del imperio de Oriente, formalizándose así la capitulación del imperio de Occidente. El Imperio oriental proseguiría varios siglos más bajo el nombre de Imperio Bizantino, hasta que en 1453 Constantinopla cayó bajo el poder otomano.

Hacia el año 410, puede decirse que el imperio romano occidental estaba deshecho. Algunos pueblos germánicos que vivían más allá de las fronteras, aprovechando la debilidad política de los emperadores desde el siglo III, habían ido emigrando para instalarse en diversas regiones del imperio. Estos asentamientos se produjeron muchas veces con el consentimiento romano, mediante pactos o tratados. Durante el siglo V, varios pueblos guerreros del este irrumpieron en el imperio. Aunque eran una minoría, vencieron a los ejércitos romanos y se constituyeron en reinos: anglos y sajones ocuparon parte de Gran Bretaña; burgundios y francos, la Galia; suevos, vándalos y visigodos, Hispania; los ostrogodos, Italia. Las invasiones siguieron, en forma de oleadas periódicas, hasta el siglo XI. Los pueblos eslavos y búlgaros ocuparon los espacios de Europa central que los primeros invasores habían abandonado. Todo este movimiento histórico, que tiene lugar entre los siglos V y XI, cubre el espacio de tiempo denominado ALTA EDAD MEDIA.

En los pueblos germanos ejercía el poder una aristocracia guerrera a través de una monarquía electiva que, con el tiempo, se transformó en hereditaria. Los nobles o jefes militares se apoderaron de las mejores tierras de las provincias conquistadas y se convirtieron en terratenientes. Como los germanos eran minoría en las tierras ocupadas, frente a una población mayoritaria de origen romano, en principio mantuvieron sus diferencias como grupo dominante (conservaron sus tradiciones, su religión, etc.). Pero progresivamente fueron aceptando las costumbres, las normas jurídicas y los sistemas administrativos de los pueblos romanos dominados e incluso su religión, la católica. El Papa, los obispos y los monjes de los monasterios contribuyeron a educar a esta nueva sociedad y se convirtieron en guardianes de la cultura antigua. Dicha cultura antigua albergaba la filosofía griega clásica y sus teorías acerca del origen espontáneo de la vida. Por lo tanto, en el mundo occidental de la alta edad media la teoría atea de la generación espontánea de la vida, elaborada por los intelectuales griegos, dormitó en las abadías y monasterios a la espera de un tiempo favorable, el cual sobrevino tras el Renacimiento (se denomina Renacimiento al movimiento cultural que surge en Europa el siglo XIV, caracterizado por un renovado interés hacia el pasado grecorromano clásico y especialmente por su arte).

A finales del siglo V, el caudillo bárbaro Clodoveo unificó a los francos que se habían instalado en la Galia (aproximadamente, la actual Francia) y se convirtió al cristianismo; así consiguió acercarse al episcopado y a las grandes familias galorromanas. Un sucesor suyo, Pipino el Breve, recibió el apoyo del Papa, para quien conquistó algunos territorios en torno a Roma que formarían después los estados de la Iglesia. Finalmente, en el año 800, Carlomagno (768-814), rey de francos y lombardos, el soberano más poderoso del continente, fue coronado emperador en Roma por el Papa.

Su imperio, con capital en Aquisgrán, se extendió entre los ríos Ebro, Po y Elba. Carlomagno protegió la religión católica y las artes e intentó imponer su autoridad sobre la de los condes o señores militares de las diversas regiones. Para defender las fronteras estableció marcas o territorios militares: la Marca Hispánica (al sur de los Pirineos), la Marca Bretona, la de Panonia… La experiencia imperial duró poco tiempo; el poder de los soberanos se debilitó frente a la autoridad de los nobles.

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Además, los nietos de Carlomagno dividieron en el año 843 el territorio imperial en tres partes, por el tratado de Verdún. Mediante este tratado, el monarca entregaba a cada uno de sus tres hijos los territorios que posteriormente formarían Alemania, Francia e Italia. Los nuevos estados se subdividieron aún más, y a comienzos del siglo X se extinguió la dinastía carolingia.

La helenización oriental.

El imperio romano de Oriente resistió los ataques de los bárbaros, que no lograron invadirlo. Hasta el siglo VII, continuó fiel a su herencia latina. El emperador más importante fue Justiniano, que en el siglo VI intentó recuperar las regiones occidentales del antiguo Imperio romano sin éxito; en sus expediciones militares llegó hasta las costas de la península Ibérica. Desde el siglo VII al XII, en el imperio de Oriente, llamado Imperio Bizantino (por tener su capital en Bizancio o Constantinopla), se desarrolló una cultura peculiar, expresada en lengua griega, distinta a la de Occidente. La Iglesia de Bizancio, u ortodoxa, se alejó también de la Iglesia católica romana.

Los musulmanes conquistaron muchas provincias del imperio bizantino y el norte de África. A comienzos del siglo VIII llegaron a la península Ibérica, a Samarcanda, en el centro de Asia, y al río Indo. Esa rápida expansión se debió, entre otros motivos al convencimiento de los musulmanes de que Dios guiaba sus pasos, a la debilidad del imperio bizantino y el malestar de muchos de sus campesinos, que estaban sometidos en régimen de servidumbre; al aumento de riqueza de los conquistadores por el botín conseguido con la guerra y a la tolerancia de los musulmanes hacia los pueblos dominados, a quienes permitían mantener su religión a cambio de pagar un tributo.

El islam surgió en Arabia en el siglo VII de la era cristiana con la aparición del profeta Mahoma. Un siglo después de su muerte, el Estado islámico o musulmán se extendía desde el Océano Atlántico en el oeste hasta Asia Central en el este. Este imperio no se mantuvo unido por mucho tiempo; el nuevo sistema de gobierno pronto derivó en una guerra civil conocida para los historiadores del islam como la Fitna, y posteriormente afectada por una Segunda Fitna. Después de esto, dinastías rivales reclamarían el califato, o liderazgo del mundo musulmán, y muchos estados e imperios islámicos ofrecieron sólo una obediencia simbólica al califa, incapaz de unificar el mundo islámico.

A pesar de esta fragmentación del islam como comunidad política, los imperios del califato Abbasí, los mogoles y los otomanos Selyúcidas estaban entre los más grandes y poderosos del mundo. Los árabes hicieron muchos centros islámicos de cultura y ciencia de los cuales surgieron notables científicos, astrónomos, matemáticos, doctores y filósofos islámicos durante la llamada "era dorada del islam". La tecnología floreció; hubo mucha inversión en infraestructura económica, como sistemas de irrigación y canales. El hincapié en la importancia de la lectura del Corán produjo un alto nivel de alfabetización en la población general.

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Mapa que muestra la extensión del imperio islámico en todo su esplendor. En rojo oscuro se presentan los territorios conquistados por Mahoma, en rojo claro los territorios conquistados por los califas ortodoxos y en amarillo los territorios conquistados por la dinastía Omeya.

La Wikipedia, bajo el tema de "ciencia medieval", expone en parte: «En Oriente Medio, la filosofía griega pudo encontrar algo de apoyo pasajero de la mano del recién creado Califato Islámico (Imperio islámico). Con la extensión del Islam en los siglos VII y VIII, se produjo un periodo de ilustración islámica que duraría hasta el siglo XV. En el mundo islámico, la Edad Media se conoce como la Edad de Oro Islámica, cuando prosperaron la civilización y la sabiduría islámica. A este período dorado de la ciencia islámica contribuyeron varios factores. El uso de una única lengua, el árabe, permitía la comunicación sin necesidad de un traductor. Las traducciones de los textos griegos de Egipto y el Imperio bizantino, y textos en sánscrito de la India, proporcionaban a los eruditos islámicos una base de conocimiento sobre la que construir. Además, estaba el Hajj. Este peregrinaje anual a La Meca facilitaba la colaboración erudita uniendo a las personas y favoreciendo la propagación de nuevas ideas por todo el mundo islámico».

Al parecer, cuando el imperio bizantino cayó en poder musulmán, la helenización se extendió en parte al imperio islámico, pues los árabes, al igual que hicieron los cristianos de occidente desde el siglo II hasta el Renacimiento, asimilaron prontamente las enseñanzas filosóficas de la Grecia Clásica. Esto fue bastante fecundo en muchos aspectos, pero al mismo tiempo abrió camino a las teorías de la generación espontánea de la vida. La Wikipedia, bajo el tema "Historia del pensamiento evolucionista", subtema "Edad Media: Filosofía islámica y la lucha por la existencia", informa:

«Mientras que las ideas evolucionistas griegas y romanas desaparecieron de Europa con posterioridad a la caída del imperio romano [occidental], no fue así entre los científicos y filósofos musulmanes. Durante la Edad de Oro del Islam, en las escuelas islámicas se enseñaban teorías primitivas de la evolución. El científico, filósofo e historiador del siglo XIX John William Draper enmarcó los escritos del siglo XII de Al-Khazini como parte de lo que denominó la "teoría mahometana de la evolución" (ver Nota, abajo). Comparó estas ideas primitivas con teorías biológicas posteriores, argumentando que las primeras estaban desarrolladas "[…] mucho más allá de lo que nosotros lo hacemos, extendiéndolas hasta los objetos inorgánicos o minerales". El escritor afroárabe Al-Jahiz, en el siglo IX, fue el primero en intentar describir la evolución de las especies. Estudió los efectos del entorno en las posibilidades de supervivencia, y describió la lucha por la existencia y las cadenas tróficas. En un fragmento de "El libro de los animales" puede leerse: "Los animales se encuentran involucrados en una lucha por la existencia: por los recursos, para evitar ser devorados, y para reproducirse. Los factores ambientales influyen en los organismos para desarrollar nuevas características que aseguren su supervivencia, transformándose así en otras especies. Los animales que sobreviven y se reproducen pueden traspasar sus características a la descendencia" (Al-Jahiz, El libro de los animales).

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El "Al-Fawz Al-Asghar" de Ibn Miskawayh y la "Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza" (las epístolas de Ikhwan Al-Safa) expresaban ideas sobre cómo las especies se desarrollaban; de la materia al vapor y de allí al agua, después los minerales en plantas, continuando con los simios y, finalmente, los humanos. También el polímata Ibn Al-Haytham escribió un libro en el que defendía el evolucionismo. Otros muchos estudiosos y científicos musulmanes, como Abu Rayhan, Al-Biruni, Nasir Al-Din Tusi e Ibn Khaldun, discutieron y desarrollaron estas ideas. Con la posterior traducción de sus obras al latín, sus trabajos comenzaron a estar presentes en el mundo occidental a partir del Renacimiento, y es posible que tuvieran cierta influencia en la ciencia de occidente».

NOTA:

La denominación de "teoría mahometana de la evolución" hecha por John William Draper para enmarcar los escritos de Al-Khazini puede dar lugar a objeciones por parte de algunos investigadores, quienes quizás estarían más de acuerdo en sustituirla por la designación de "teoría islámica o musulmana de la evolución", pues la expresión "teoría mahometana" podría implicar al mismo profeta Mahoma, mientras que "teoría islámica o musulmana" no afectaría necesariamente a dicho profeta, aunque sí a sus seguidores posteriores. Además, no se encuentran datos que induzcan a pensar que Mahoma fuera cautivado por el pensamiento filosófico griego (helenización) y consecuentemente por un punto de vista ateo del origen de la vida sobre nuestro planeta, pues durante su vida la expansión musulmana no pasó de la península arábica, tal como se muestra en el mapa de la página 11. En cambio, los califas ortodoxos que le sucedieron se anexionaron el imperio romano de oriente y crearon una cultura en donde la helenización procedente del imperio bizantino conquistado se transmitió a los intelectuales musulmanes. Así, pues, en la llamada Edad de Oro del Islam, tras la muerte de Mahoma, es cuando debió florecer la más propiamente denominada "teoría mahometana de la evolución".

En este fenómeno histórico de helenización de los filósofos y teólogos de la cristiandad y del islamismo encontramos un denominador común: la elaboración de unas creencias enrevesadas a partir de una fe inicial relativamente sencilla, empleando como instrumentos de edificación las ideas y los métodos filosóficos procedentes de los griegos clásicos. Por lo tanto, durante la Edad Media nos encontramos que Occidente y Oriente se alejan considerablemente del punto de vista original de los patriarcas a pesar de considerarlos profetas de Dios. Empero, otro tanto ocurre con el judaísmo, cuya helenización comenzó incluso antes que naciera el cristianismo.

En sí misma, la helenización trajo progreso para la ciencia y para la tecnología. Sin embargo, junto con el caudal de conocimientos aprovechables se infiltraron pensamientos perjudiciales para la credibilidad del Génesis, entre ellos, las conocidas teorías ateas de la generación espontánea de la vida. Al parecer, éste fue el escollo que no lograron salvar las tres religiones principales que se consideraban emparentadas con los profetas del Génesis: cristiandad, islamismo y judaísmo.

Por otra parte, hay constancia de que no todos los individuos pertenecientes a dichas religiones se dejaron seducir por las teorías ateas del origen de la vida, aunque eventualmente se sintieran inclinados a pensar que la generación espontánea era parcialmente cierta y podía darse sobre la materia orgánica en descomposición, pero siempre con posterioridad al Tercer Día Creativo del Génesis. Entre éstos encontramos tal vez a algunos cristianos valdenses, quienes respetaban profundamente la Sagrada Escritura, la cual incluye al Génesis. No sabemos si algún judío ortodoxo o musulmán del Medievo tuvo el mismo pensamiento o similar, pero sin duda la fuente histórica del Génesis estaba a disposición de un cierto número de ellos: para los judíos como parte de la escritura revelada a Moisés y para los musulmanes porque el mismo Corán alenta indirectamente su aceptación y su conocimiento (Suras de Al-bacarah 2: 284, Al-bacarach 2: 3, Ali'Imrán 3: 2 y 3, Iunus 10: 94).

El Renacimiento.

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