– ¡Alto! – gritó Grosvenor desde la puerta -. Nos arrepentiremos si actuamos histéricamente.
Kent apagó el arma y miró con desconcierto a Grosvenor. Coeurl se agazapó, mirando con furia al hombre que le había obligado a revelar su capacidad para controlar energías que eran externas a su cuerpo. Ahora no podía hacer nada, salvo esperar atentamente las consecuencias.
Kent miró de nuevo a Grosvenor. Entornó los ojos.
– ¿Desde cuándo nos da órdenes?
Grosvenor no respondió. Su participación había terminado. Había reconocido una crisis emocional y había dicho las palabras necesarias en el tono adecuado. No importaba que quienes le habían obedecido ahora cuestionaran su autoridad. La crisis había concluido.
Lo que había hecho no guardaba la menor relación con la culpa o la inocencia de Coeurl. Fuera cual fuese el resultado de su intervención, cualquier decisión acerca de la criatura debía surgir de las autoridades competentes, no de un solo hombre.
– Kent – dijo fríamente Siedel -, no creo que usted haya perdido el control. Usted trató deliberadamente de matar al gatito, sabiendo que el director le ha ordenado mantenerlo con vida. Tengo muchas ganas de denunciarlo, y de exigir que le impongan las penas correspondientes. Usted sabe cuáles son. Pérdida de autoridad en su departamento, y anulación de toda candidatura para puestos electivos.
Hubo agitación y murmullos en un grupo de hombres a quienes Grosvenor reconoció como partidarios de Kent.
– Siedel, no sea tonto – dijo uno de ellos.
– No olvide que hay testigos a favor de Kent, no sólo en contra – dijo otro con mayor cinismo.
Kent miró adustamente el círculo de rostros.
– Korita tenía razón al decir que la nuestra es una época muy civilizada. Es totalmente decadente. – y continuó de manera apasionada -: Por Dios, ¿no hay aquí un hombre que vea el horror de esta situación? Jarvey murió hace apenas unas horas, y esta criatura, a quien todos sabemos culpable, está suelta, planeando su próximo asesinato y la víctima quizá sea uno de nosotros. ¿Qué clase de hombres somos? ¿Somos tontos, cínicos o monstruos? ¿O nuestra civilización es tan racional que podemos compadecernos incluso de un asesino? – Fijó los cavilosos ojos en Coeurl -. Morton tenía razón. No es un animal. Es un demonio del infierno más profundo de este planeta olvidado.
– No se ponga melodramático – dijo Siedel -. Su análisis es psicológicamente inestable, No somos monstruos ni cínicos. Sólo somos científicos, y nos proponemos estudiar al gatito. Ahora que sospechamos de él, dudamos de su capacidad para arrinconarnos. Es uno contra mil, no tiene la menor oportunidad. – Miró en derredor -. Ya que Morton no está aquí, someteré esto a votación aquí y ahora. ¿Estoy hablando en nombre de todos?
– No de mí, Siedel – dijo Smith. Mientras el psicólogo lo miraba atónito, Smith continuó -: En el alboroto y la momentánea confusión, nadie parece haber notado que, cuando Kent disparó su arma de vibraciones, el rayo le dio a la criatura en plena cabeza gatuna, y no lo lastimó.
El asombrado Siedel dejó de mirar a Smith para mirar a Coeurl, y de nuevo a Smith.
– ¿Está seguro de que le dio? Como usted dice, todo sucedió tan deprisa… Al ver que no estaba herido, deduje que Kent no le había acertado.
– Yo estaba bastante seguro de haberle dado en la cara – dijo Smith -. Un arma de vibraciones, por cierto, no puede matar rápidamente ni siquiera aun hombre, pero puede herirlo. El gatito parece ileso. Ni siquiera está temblando. No digo que esto sea concluyente, pero a la luz de nuestras dudas…
– Quizá su piel sea buen aislamiento contra el calor y la energía – observó Siedel.
– Quizá. Pero dada nuestra incertidumbre, creo que debemos pedirle a Morton que lo encierre en una jaula.
Mientras Siedel fruncía el ceño dubitativamente, Kent habló.
– Al fin dice algo sensato, Smith.
– ¿Entonces usted quedaría satisfecho, Kent – preguntó Siedel -, si lo encerramos en una jaula?
Kent reflexionó, luego dijo a regañadientes:
– Sí. Si cuatro pulgadas de microacero no logran contenerlo, será mejor entregarle la nave.
Grosvenor, que había permanecido detrás, no dijo nada. Había comentado los problemas de encerrar a Coeurl en su informe para Morton, y la jaula le parecía inadecuada, sobre todo por el mecanismo del cerrojo.
Siedel caminó hacia un comunicador, habló en voz baja con alguien, regresó.
– El director dice que está de acuerdo, siempre que podamos llevarlo a la jaula sin violencia. De lo contrario, debemos encerrarlo en cualquier habitación donde se encuentre. ¿Qué opinan ustedes?
– ¡La jaula! – exclamó al unísono una veintena de voces.
Grosvenor aguardó un momento de silencio y dijo:
– Déjenlo afuera durante la noche. Él no se alejará.
La mayoría de los hombres lo ignoraron. Kent lo miró de soslayo.
– No se decide, ¿verdad? – dijo agriamente -. Primero le salva el pellejo, después reconoce que es peligroso.
– Él mismo salvó su pellejo – replicó Grosvenor.
Kent se alejó, encogiéndose de hombros.
– Lo pondremos en la jaula. Es el lugar que le corresponde a un asesino.
– Ahora que nos hemos decidido – dijo Siedel -, ¿cómo lo haremos?
– ¿De veras lo quiere encerrar en la jaula? – preguntó Grosvenor. No esperaba una respuesta, y no la obtuvo. Caminó hacia Coeurl y tocó un tentáculo.
El tentáculo se retrajo levemente, pero Grosvenor estaba decidido. Cogió el tentáculo con firmeza y señaló la puerta. El animal titubeó un instante, luego echó a andar.
– Tenemos que actuar con total coordinación – dijo Grosvenor -. Prepárense.
Un instante después Coeurl seguía dócilmente a Grosvenor por otra puerta. Se encontró en una habitación cuadrada de metal, con una segunda puerta en la pared de enfrente. El hombre la atravesó. Cuando Coeurl quiso seguirlo, la puerta se le cerró en la cara. Simultáneamente hubo un ruido metálico detrás de él. Giró, y vio que la primera puerta también estaba cerrada. Sintió un flujo de energía mientras el cerrojo eléctrico se trababa. Entre abrió los labios en una mueca de odio al comprender el propósito de la trampa, pero no dio ninguna otra señal. Era consciente de la diferencia entre su reacción anterior ante el encierro y la presente. Durante cientos de años había buscado comida, solamente comida. Ahora mil recuerdos del pasado despertaban en su cerebro. En su cuerpo quedaban poderes que había dejado de usar tiempo atrás. Al recordarlos, su mente automáticamente acomodaba sus posibilidades a la situación actual.
Se apoyó en las gruesas y ágiles ancas en que terminaba su cuerpo esbelto. Con los zarcillos auditivos examinó el contenido energético de ese entorno. Al fin se acostó, los ojos relucientes de desdén. ¡Esos tontos!
Una hora más tarde oyó que el hombre – Smith – manejaba un mecanismo encima de la jaula. Coeurl se levantó de un brinco, sobresaltado. Temió haber juzgado erróneamente a esos hombres, y que la ejecutaran sumariamente. Había pensado que le darían tiempo y podría hacer la que tenía planeado.
El peligro la confundió. y cuando de pronto detectó una radiación muy por debajo del nivel de visibilidad, preparó todo su sistema nervioso contra un posible peligro. Tardó varios segundos en comprender lo que sucedía. Alguien estaba tomando imágenes del interior de su cuerpo.
Al cabo de un rato el hombre se marchó. Luego, por un tiempo, hubo ruidos de hombres que trabajaban a la lejos. Los ruidos murieron gradualmente. Coeurl esperó pacientemente a que el silencio envolviera la nave. En el lejano pasado, antes de alcanzar una relativa inmortalidad, los coeurls también dormían de noche. Viendo a los hombres que dormitaban en la biblioteca, él había recordado ese hábito, Había un ruido que no moría. Aun cuando el silencio dominó la nave, pudo oír los dos pares de pies. Pasaron rítmicamente frente a su celda, se alejaron, regresaron. El problema era que los guardias no estaban juntos. Primero pasaba un par de pisadas. Luego, a diez metros, el segundo par.
Coeurl los dejó pasar varias veces. Calculó cuánto tardaban. Al fin estuvo satisfecho. Esperó una vez más a que hicieran su ronda. Esta vez, en cuanto pasaron, sintonizó sus sentidos para concentrarse en un alcance mucho más vasto que las vibraciones de origen humano. La violencia pulsátil de la pila atómica de la sala de máquinas tartamudeaba blandamente en su sistema nervioso. Las dínamos eléctricas tarareaban su sofocada canción de energía pura. Sintió el susurro de ese flujo en los cables de las paredes de la jaula, y en el cerrojo eléctrico de la puerta. Impuso una tensa inmovilidad a su cuerpo trémulo, mientras intentaba sintonizar esa sibilante tempestad de energía. Abruptamente, sus zarcillos auditivos vibraron en armonía con ella.
Hubo un áspero chasquido de metal contra metal. Con el suave toque de un tentáculo, Coeurl abrió la puerta. Salió al corredor. Por un instante volvió a sentir desdén, un aura de superioridad, mientras pensaba en las estúpidas criaturas que osaban usar su limitada inteligencia contra un coeurl. y en ese momento recordó que había otros coeurls en ese planeta. Era un pensamiento extraño e inesperado. Pues él los había odiado y los había combatido implacablemente. Ahora veía a ese grupo menguante como su especie. Si les daban la oportunidad de multiplicarse, nadie – y mucho menos esos hombres – podría contra ellos.
Pensando en esa posibilidad, se sintió abrumado por sus limitaciones, su necesidad de otros coeurls, su soledad… uno contra mil, cuando la galaxia estaba en juego. El universo cuajado de estrellas despertaba su vasta y rapaz ambición. Si fracasaba, no tendría una segunda oportunidad. En un mundo sin alimentos no podría resolver el secreto del viaje espacial. Ni siquiera los constructores se habían liberado del planeta.
Atravesó un vasto salón y salió al corredor contiguo. Llegó a la puerta del primer dormitorio. Estaba cerrada eléctricamente, pero él la abrió sin ruido. Entró de un brinco y desgarró la garganta del hombre que dormía en la cama. La cabeza sin vida rodó desmañadamente. El cuerpo se sacudió una vez. Las emanaciones de id eran abrumadoras, pero Coeurl se obligó a seguir adelante.
Siete dormitorios; siete muertos. Luego, en silencio, regreso a la jaula y cerró la puerta. Su coordinación era exquisitamente precisa. Al poco tiempo llegaron los guardias, miraron por el audioscopio y siguieron su camino. Coeurl emprendió su segunda incursión, y al cabo de varios minutos había invadido cuatro dormitorios más. Luego llegó aun dormitorio donde dormían veinticuatro hombres. Había matado rápidamente, consciente del momento exacto en que debía regresar a la jaula. La oportunidad de destruir a tantos hombres lo confundió. Durante más de mil años había liquidado todas las formas vivientes que podía capturar. Aun en los comienzos, eso le había dado una criatura de id por semana. Nunca había sentido la necesidad de contenerse. Atravesó esa sala como el gran gato que era, silencioso pero mortífero, y emergió de la voluptuosa alegría de la matanza sólo cuando despachó a todos los hombres del dormitorio.
Al instante comprendió que se había demorado más de la cuenta. Quedó pasmado ante la magnitud del error. Había planeado una noche de matanza, con cada oleada de muerte coordinada con tal exactitud que podría regresar a su cárcel y estar allí cuando los guardias pasaran, como habían hecho en cada ronda. La esperanza de capturar esa enorme nave durante un período de sueño ahora corría peligro.
Coeurl se aferró de los jirones evanescentes de su razón. Frenéticamente, sin preocuparse por el ruido, atravesó el salón a la carrera. Salió al corredor de la jaula, tenso, temiendo enfrentar descargas energéticas demasiado fuertes para contrarrestarlas.
Los dos guardias estaban juntos, lado a lado. Era obvio que habían descubierto la puerta abierta. Alzaron la cabeza simultáneamente, brevemente paralizados por esa pesadilla de garras y tentáculos, la feroz cabeza gatuna y los ojos llenos de odio. Demasiado tarde, uno de ellos cogió su pistola. Pero el otro estaba físicamente congelado por el destino que no podía evitar. Lanzó un alarido, un ronco grito de horror. El perturbador sonido atravesó los corredores, despertando a los hombres. El sonido terminó en un espantoso gorgoteo cuando Coeurl, con un vigoroso movimiento, arrojó los dos cadáveres al otro extremo del largo corredor. No quería que hallaran los cadáveres cerca de la jaula. Era su única esperanza.
Presa de la conmoción, consciente de su terrible error y sin poder pensar con coherencia, se metió en su cárcel. La puerta se cerró con un chasquido tenue. La energía atravesó nuevamente el cerrojo eléctrico. Se agazapó en el piso, simulando que dormía, al oír el susurro de muchos pies y detectar el ruido de voces alborotadas. Supo que alguien encendía el audioscopio de la jaula para mirarlo. La crisis estallaría cuando descubrieran los otros cuerpos.
Lentamente, se preparó para la mayor lucha de su vida.
– ¡Muerto Siever! – dijo Morton con voz de asombro -. ¿Qué haremos sin Siever? ¡Y Brecken Ridge! Y Coultery… ¡Qué espanto!
El corredor estaba lleno de hombres. Grosvenor, que se había acercado, estaba en el extremo de un grupo. Dos veces intentó abrirse camino, pero fue rechazado por hombres que ni siquiera miraron para ver quién era. Le cerraban el paso impersonalmente. Grosvenor desistió de ese fútil esfuerzo, y comprendió que Morton estaba a punto de decir algo más. El director miró hurañamente la muchedumbre. Su enérgica barbilla parecía más prominente que de costumbre.
– Si alguien tiene alguna idea, que la diga.
– ¡La locura del espacio!
Esta sugerencia irritó a Grosvenor. Era una frase sin sentido, todavía en uso después de tantos años de viaje espacial. El hecho de que algunos hombres hubieran enloquecido en el espacio, presa de la soledad, el miedo y la tensión, no indicaba que padecieran una enfermedad específica. Había ciertos peligros emocionales en un viaje tan prolongado – era uno de los motivos por los cuales él iba a bordo -, pero la locura por soledad no era uno de ellos.
Morton vacilaba. Era evidente que él tampoco daba valor a ese comentario. Pero no era momento para discutir sutilezas. Los hombres estaban tensos y atemorizados. Querían acción y tranquilidad, la sensación de que se adoptarían las precauciones adecuadas. En esos momentos, los directores de expediciones, los comandantes en jefe y otros dueños de la autoridad podían perder para siempre la confianza de sus seguidores. Grosvenor sospechó que Morton pensaba en ello cuando habló de nuevo, tan cautas eran sus palabras.
– Hemos pensado en ello – dijo el director -. El doctor Eggert y sus asistentes revisarán a todo el mundo, desde luego. En este momento está examinando los cadáveres.
Una tonante voz de barítono bramó casi al oído de Grosvenor:
– Aquí estoy, Morton. Ordene a esta gente que me deje pasar.
Grosvenor giró y reconoció al doctor Eggert. Los hombres ya le estaban cediendo el paso. Eggert avanzó. Sin vacilar, Grosvenor se puso detrás de él. Como había esperado, todos entendieron que estaba con el doctor. Cuando se acercaron a Morton, el doctor Eggert dijo:
– Le oí, director, y puedo asegurarle que la teoría de la locura del espacio no sirve. Estos hombres fueron degollados por algo que tenía la fuerza de diez seres humanos. Las víctimas no tuvieron la menor oportunidad de gritar.
Al cabo de una pausa, Eggert preguntó lentamente:
– ¿Qué hay de nuestro gran gato, Morton?
El director sacudió la cabeza.
– El gatito está en su jaula, doctor, caminando de aquí para allá. Me gustaría pedir la opinión de los expertos. ¿Podemos sospechar de él? Esa jaula fue construida para albergar cuatro bestias del cuádruple de su tamaño. Cuesta creer que sea culpable, a menos que aquí haya una nueva ciencia que supere todo lo que podemos imaginar.
– Morton – dijo hoscamente Smith -, tenemos todas las pruebas que necesitamos. Odio decir esto. Usted sabe que preferiría conservar al gato con vida. Pero usé la cámara de teleflúor con él, y traté de tomar algunas imágenes. Todas salieron en blanco. Recuerde lo que dijo Gourlay. Al parecer esta criatura puede recibir y enviar vibraciones en cualquier longitud de onda. El modo en que dominó la descarga del arma de Kent es prueba suficiente para nosotros, después de lo que ha sucedido, de que tiene una capacidad especial para interferir con la energía.
– ¿Qué demonios pasa aquí? – gruñó un hombre -. Si él puede controlar esa energía e irradiarla en cualquier longitud de onda, nada le impide matamos a todos.
– Lo cual demuestra – dijo Morton – que no es invencible, o lo habría hecho tiempo atrás.
Caminó resueltamente hacia el mecanismo que controlaba la jaula.
– ¡No pensará abrir esa puerta! – jadeó Kent, echando mano de su pistola.
– No, pero si bajo esta palanca, la electricidad fluirá por el piso y electrocutará lo que está adentro. Hicimos construir así las jaulas para especimenes, como precaución especial.
Destrabó la palanca de electrocución y la movió con fuerza. Por un instante la electricidad estuvo a toda potencia. Luego un fuego azul chisporroteó sobre el metal, y una hilera de fusibles se ennegreció encima de la cabeza de Morton. Morton alzó la mano, sacó uno y lo miró con mal ceño.
– Qué extraño – dijo -. Esos fusibles no tendrían que haber volado. – Sacudió la cabeza – Bien, ahora ni siquiera podemos mirar dentro de la jaula. La descarga también arruinó el audio.
– Si el gato pudo interferir con el cerrojo eléctrico y abrir la puerta – comentó Smith -, es muy probable que haya investigado todos los peligros posibles y estuviera dispuesto a interferir cuando usted movió la palanca.
– Al menos eso demuestra que es vulnerable a nuestras energías – señaló Morton -, ya que tuvo que neutralizarlas. Lo importante es que lo tenemos detrás de cuatro pulgadas del metal más resistente. En el peor de los casos, podemos abrir la puerta y apuntarle con un arma semiportátil. Pero, primero, creo que intentaremos enviar electricidad por el cable del teleflúor.
Un ruido lo interrumpió desde el interior de la jaula. Un cuerpo pesado se estrelló contra una pared. Luego siguieron estampidos sostenidos, como si muchos objetos cayeran en el piso. Grosvenor lo comparó mentalmente con un pequeño alud.
– Conoce nuestras intenciones – le dijo Smith a Morton -. Apuesto a que ese gatito está muy irritado. Fue un tonto en regresar a la jaula, y ahora se da cuenta.
La tensión se estaba disipando. Los hombres sonreían nerviosamente. Incluso hubo una oleada de risotadas secas ante la imagen con que Smith había descrito la incomodidad del monstruo. Grosvenor estaba intrigado. No le gustaban los ruidos que había oído. El oído era el sentido más engañoso. Era imposible saber qué había sucedido o estaba sucediendo en la jaula.
– Lo que me gustaría saber – dijo Pennons, el jefe de máquinas – es por qué el medidor del teleflúor saltó y vibró a toda potencia cuando el gatito hizo ese ruido. Lo tengo ante mis narices, y aún no logro entender qué sucedió.
Hubo silencio dentro y fuera de la jaula. De pronto algo se agitó junto a la puerta, detrás de Smith. El capitán Leeth y dos oficiales con uniforme militar entraron en el corredor.
El comandante, un nervudo cincuentón, dijo:
– Creo que me haré cargo de la situación. Parece que los científicos disienten en cuanto a la ejecución de este monstruo, ¿verdad?
Morton sacudió la cabeza.
– El conflicto ha terminado. Ahora todos creemos que debemos ejecutarlo.
El capitán Leeth asintió.
– Eso iba a ordenar. Creo que la seguridad de esta nave está amenazada, y ése es mi territorio. – Elevó la voz -. ¡Hagan lugar! ¡Retrocedan!
Tardaron varios minutos en aliviar la presión dentro del corredor. Grosvenor se alegró cuando terminaron. Si la criatura hubiera salido mientras los que estaban delante no podían retroceder rápidamente, habría podido destruir o herir a muchos hombres. Ese peligro no había pasado del todo, pero había disminuido.
– Qué raro – comentó alguien -. La nave pareció moverse.
Grosvenor también lo había sentido, como si por un instante alguien probara el motor. La gran nave tembló mientras se recobraba de ese momento de tensión.
– Pennons – preguntó el capitán Leeth -, ¿quién está en la sala de máquinas?
El jefe de máquinas palideció.
– Mi asistente y sus ayudantes. No entiendo cómo…
Hubo una sacudida brusca. La gran nave se inclino, amenazando con caer de flanco. Grosvenor fue arrojado al suelo con cruel violencia. Hizo un gran esfuerzo para recobrarse del aturdimiento. Había otros hombres despatarrados alrededor. Algunos gruñían de dolor. El director Morton gritó algo, una orden que Grosvenor no oyó. El capitán Leeth se levantó trabajosamente, maldiciendo.
– ¿Quién demonios puso en marcha esos motores? – preguntó airadamente.
La espantosa aceleración continuó. Era de por lo menos cinco gravedades, quizá seis. Tras verificar que podía vencer esa tremenda fuerza, Grosvenor se levanto penosamente. Buscó el comunicador de pared más próximo y tecleó el número de la sala de máquinas, aunque sin esperar que funcionara. Un hombre bramó a sus espaldas. Grosvenor giró sorprendido. Era Morton. El corpulento director gritó:
– ¡Es el gato! Está en la sala de máquinas. y nos dirigimos hacia el espacio exterior.
Mientras Morton hablaba, la pantalla se ennegreció. y la presión de la aceleración continuaba. Grosvenor entró en el salón a trompicones, salió a un segundo corredor. Recordó que allí había un almacén donde guardaban los trajes espaciales. Mientras se acercaba, vio que el capitán Leeth lo precedía y estaba enfundándose en un traje. Cuando Grosvenor se acercó, el comandante cerró el traje y manipuló su unidad antiaceleratoria.
Giró rápidamente para ayudar a Grosvenor. Un minuto después, Grosvenor suspiró de alivio mientras reducía la gravedad del traje a un G. Ahora ya eran dos, y otros hombres se estaban incorporando. Tardaron pocos minutos en agotar la provisión de trajes de ese almacén. Bajaron al otro piso y sacaron trajes de allí. Pero ahora había muchos tripulantes disponibles para la tarea. El capitán Leeth ya había desaparecido, y Grosvenor, suponiendo cuál era el siguiente paso, regresó rápidamente a la jaula donde antes habían encarcelado al gran gato. Encontró a una veintena de científicos reunidos ante la puerta, que al parecer acababa de abrirse.
Grosvenor se acercó y miró por encima del hombro de los que tenía delante. Había un boquete en la pared trasera de la jaula. El boquete tenía tamaño suficiente para que pasaran cinco hombres a la vez. El metal estaba retorcido y deformado. El boquete daba a otro corredor.
– Juro que es imposible – susurró Pennons por el casco abierto de su traje espacial -. El martillo de diez toneladas del taller no pudo sino mellar cuatro pulgadas de microacero de un golpe. y sólo oímos uno. El desintegrador atómico habría tardado por lo menos un minuto en hacerlo, pero toda la zona estaría venenosamente radiactiva durante varias semanas. Morton, ¡es una supercriatura!
El director no respondió. Grosvenor vio que Smith examinaba el agujero. El biólogo alzó la vista.
– Ojalá Breckenridge no hubiera muerto. Necesitamos un metalúrgico para explicar esto. ¡Mire!
Tocó el mellado borde del metal. Un fragmento se le desmenuzó entre los dedos y cayó en una lluvia de polvo. Grosvenor se acercó a empellones.
– Yo sé algo de metalurgia – dijo. Varios hombres le cedieron el paso automáticamente, y pronto estuvo junto a Smith. El biólogo frunció el entrecejo.
– ¿Asistente de Breckenridge? – preguntó. Grosvenor fingió no oír. Se agachó y pasó los dedos del traje espacial por la pila de polvo metálico que había en el piso. Se enderezó rápidamente.
– No hay ningún milagro – declaró -. Como todos sabemos, estas jaulas se hacen en moldes electromagnéticos, y usamos un polvo metálico muy fino para el trabajo. La criatura usó sus poderes especiales para interferir con las fuerzas que mantienen unido el metal. Eso explicaría ese drenaje de energía en el cable del teleflúor, lo que observó el señor Pennons. La cosa usó la energía eléctrica, con su cuerpo como transformador, derribó la pared, atravesó el corredor y bajó a la sala de máquinas.
Le sorprendió que le permitieran completar su apresurado análisis. Pero era obvio que lo habían aceptado como asistente del difunto Breckenridge. Era un error natural en una nave tan grande, donde los hombres aún no habían tenido tiempo de identificar a todos los técnicos de menor rango.
– Entretanto, director – murmuró Kent -, lidiamos con una supercriatura que controla la nave, domina por completo la sala de máquinas y su potencia casi ilimitada, y está en posesión de la principal sección de talleres.
Era una simple descripción de la situación. y Grosvenor notó el impacto que producía en los otros hombres. No podían ocultar su angustia.
Un oficial habló. – El señor Kent se equivoca – dijo -. La cosa no domina del todo la sala de máquinas. Aún tenemos el puente, que nos da control primario sobre todas las máquinas. Ustedes, caballeros, siendo supernumerarios, quizá no conozcan nuestra configuración mecánica. Sin duda la criatura podría desconectamos, pero en este momento podemos des activar todos los interruptores de la sala de máquinas.
– ¡Por amor de Dios! – exclamó alguien -. ¿Por qué no cortó la potencia en vez de poner a mil hombres en trajes espaciales?
El oficial habló con voz precisa.
– El capitán Leeth cree que estamos más seguros dentro del campo de fuerza de nuestros trajes. Es probable que la criatura nunca haya estado sometida a cinco o seis gravedades de aceleración. Sería imprudente abandonar esa y otras ventajas en maniobras precipitadas.
– ¿Qué otras ventajas tenemos?
– Yo puedo responder – dijo Morton -. Sabemos cosas sobre él. y le sugeriré al capitán Leeth que hagamos una prueba de inmediato. – Se volvió hacia el oficial -. ¿Puede pedirle al comandante que autorice un pequeño experimento?
– Será mejor que se lo pida usted mismo, director. Puede hablarle por el comunicador. Él está en el puente.
Morton regresó a los pocos minutos.
– Pennons – dijo -, ya que usted es oficial de la nave y jefe de la sala de máquinas, el capitán Leeth quiere que se encargue de esta prueba.
Grosvenor creyó detectar cierta irritación en la voz de Morton. Evidentemente, el comandante de la nave había hablado en serio al decir que se haría cargo. Era la vieja historia de los mandos divididos. La línea divisoria se había definido con la mayor precisión posible, pero las autoridades no podían predecir todas las contingencias. En última instancia, muchas cosas dependían de la personalidad de los individuos. Hasta ahora, los oficiales y tripulantes, todos militares, habían cumplido meticulosamente con su deber, subordinándose al propósito del largo viaje. No obstante, la experiencia de otras naves demostraba que por algún motivo los militares no tenían en gran estima a los científicos. En estos momentos, esa hostilidad oculta se ponía en evidencia. En rigor, no había motivos para que Morton no dirigiera su ataque experimental.
– Director – dijo Pennons -, no hay tiempo para que usted me explique los detalles. Imparta las Órdenes. Si di siento con alguna, hablaremos sobre ello.
Era una grácil cesión de prerrogativas. Pero Pennons, como jefe de máquinas, era un científico cabal.
Morton no perdió tiempo.
– Señor Pennons – dijo enérgicamente -, envíe cinco técnicos a cada una de las cuatro entradas de la sala de máquinas. Yo encabezaré un grupo. Kent, encárguese del número dos. Smith, del número tres. y Pennons, por cierto, del número cuatro. Usaremos calentadores móviles para destrozar las grandes puertas. He advertido que todas están cerradas. La bestia se ha parapetado adentro.
– Selenski, vaya al puente y apague todo excepto los motores. Páselos a la llave maestra y corte todo al mismo tiempo. Pero deje la aceleración a plena potencia. No se debe aplicar antiaceleración a la nave. ¿Entendido?
– ¡Sí, señor! – El piloto se cuadró y echó a andar por el corredor.
– Infórmeme por los comunicadores si una de las máquinas se pone de nuevo en funcionamiento – le dijo Morton.
Los hombres escogidos para asistir al director eran miembros de la tripulación de combate. Grosvenor con varios otros, se dispuso a observar la acción a cincuenta metros de distancia. Tenía la hueca sensación de esperar el desastre mientras traían los proyectores móviles e instalaban las pantallas protectoras. Comprendía la magnitud y el propósito del inminente ataque. Pero había tantos imponderables que podía ocurrir cualquier cosa. El asunto se manejaba según un antiquísimo modo de organizar a los hombres y sus conocimientos. Lo más irritante era que él sólo podía esperar y presentar críticas negativas.
La voz de Morton llegó por el comunicador general.
– Como he dicho, éste es un ataque de prueba. Se basa en el supuesto de que el gato no ha estado en la sala de máquinas el tiempo suficiente para hacer nada. Eso nos da la oportunidad de vencerlo ahora, antes de que tenga tiempo de prepararse. Pero, aparte de la posibilidad de que podamos destruirlo de inmediato, tengo una teoría. Mi idea es la siguiente: esas puertas están construidas para soportar explosiones potentes, y los calentadores tardarán por lo menos quince minutos en derribarlas. Durante ese período, la criatura no tendrá energía, pues Selenski está por desactivarla. El motor estará encendido, pero eso es una explosión atómica. Sospecho que la criatura no puede tocar ese material. Dentro de pocos minutos verán a qué me refiero… espero. – Elevó la voz -. ¿Preparado, Selenski?
– Preparado.
– ¡Desactive la llave maestra!
El corredor – toda la nave, como sabía Grosvenor – quedó abruptamente sumido en la oscuridad. Grosvenor encendió la luz de su traje espacial. Uno por uno, los otros hombres hicieron lo mismo. En el reflejo de los haces, sus rostros lucían tensos y pálidos.
– ¡Ahora! – La orden de Morton resonó clara y aguda en el comunicador.
Las unidades móviles palpitaron. El calor que irradiaban no era atómico, aunque era generado atómicamente. Lamió el duro metal de la puerta. Grosvenor vio que las primeras gotas se desprendían del metal y empezaban a rodar. Otras gotas siguieron, hasta formar varios hilillos. La pantalla transparente comenzó a enturbiarse, y pronto costó ver lo que pasaba con la puerta. Luego, en la brumosa pantalla, la puerta comenzó a brillar con la luz de sus propias llamas. El fuego tenía un aire infernal. Chisporroteaba como una gema mientras el calor de las unidades móviles devoraba el metal con lenta furia.
Pasó el tiempo. Al fin se oyó la áspera voz de Morton.
– ¡Selenski!
– Aún no hay nada, director.
– Pero debe de estar haciendo algo – susurró Morton -. No puede estar esperando ahí como una rata acorralada, Selenski.
– Nada, director.
Pasaron siete, diez, doce minutos.
– ¡Director! – Era la tensa voz de Selenski -. Ha activado la dínamo eléctrica.
Grosvenor suspiró profundamente. La voz de Kent sonó en el comunicador.
– Morton, no podemos penetrar más. ¿Es esto lo que usted esperaba?
Por la pantalla, Grosvenor vio que Morton miraba la puerta. Aun desde esa distancia, le pareció que el metal no estaba tan caliente como antes. La puerta se puso visiblemente más roja, luego adoptó un color frío y oscuro.
Morton suspiró.
– Es todo por ahora. ¡Deje tripulantes para custodiar cada corredor! ¡Deje los calentadores en su sitio! ¡Que los jefes de departamento se reúnan en el puente!
Grosvenor comprendió que la prueba había terminado.
Grosvenor entregó sus credenciales al guardia de la entrada del puente. El hombre las examinó dubitativamente.
– Supongo que está bien – dijo al fin -. Pero hasta ahora no he dejado pasar a nadie que tenga menos de cuarenta años. ¿Cómo logró que lo admitieran?
Grosvenor sonrió.
– Entré por la planta baja de una nueva ciencia. El guardia miró la tarjeta de nuevo.
– ¿Nexialismo? – preguntó mientras se la devolvía -. ¿Qué es eso?
– Holismo aplicado – dijo Grosvenor, y traspuso el umbral.
Al mirar hacia atrás, vio que el hombre lo seguía con ojos desconcertados. Grosvenor sonrió y olvidó el incidente. Era la primera vez que visitaba el puente. Miró en torno con curiosidad, impresionado y fascinado. A pesar de ser compacto, el tablero de control era una estructura inmensa. Estaba construido en una serie de grandes hileras curvas. Cada arco de metal tenía sesenta metros de largo, y una escalinata abrupta conducía de una grada ala otra. Los instrumentos se podían manipular desde el piso o, más rápidamente, desde una silla de control articula da que colgaba del cielo raso en el extremo de una grúa eléctrica invertida.
El nivel inferior de la sala era un auditorio con un centenar de cómodas butacas. Tenían tamaño suficiente para hombres vestidos con traje espacial, y ya había una veintena de hombres así vestidos sentados en ellas. Grosvenor se instaló en un lugar apartado. Un minuto después, Morton y el capitán Leeth entraron desde la oficina del capitán, que se abría desde el puente. El comandante se sentó. Morton empezó sin preámbulos.
– Sabemos que, entre todas las máquinas de la sala de máquinas, la más importante para el monstruo es la dínamo eléctrica. Debe de haber trabajado con frenético terror para ponerla en marcha antes de que penetráramos las puertas. ¿Algún comentario?
– Me gustaría que alguien me describiera qué hizo para lograr que esas puertas fueran inexpugnables – dijo Pennons.
– Hay un conocido proceso electrónico – explicó Grosvenor – por el cual los metales se pueden endurecer mucho provisoriamente, pero nunca oí que se hiciera sin varias toneladas de equipo especial, el cual no existe en esta nave.
Kent se volvió para mirarlo.
– ¿De qué sirve saber cómo lo hizo? – exclamó con impaciencia -. Si no podemos atravesar esas puertas con nuestros desintegradores atómicos, es el acabose. Puede hacer lo que quiera con esta nave.
Morton sacudió la cabeza.
– Tendremos que trazar algunos planes, y para eso estamos aquí. – Alzó la voz -. ¡Selenski!
El piloto se asomó desde la silla de control. Su repentina aparición sorprendió a Grosvenor. No había visto que había un hombre en la silla.
– ¿Qué necesita, director? – preguntó Selenski.
– ¡Active todas las máquinas!
Selenski giró habilidosamente hacia la llave maestra. Con sumo cuidado, puso la gran palanca en posición. La nave se sacudió con un zumbido audible, el suelo tembló durante varios segundos. Luego la nave se estabilizó, las máquinas se dedicaron a su trabajo y el zumbido se diluyó en una vaga vibración.
– Pediré a varios expertos que den sus sugerencias para luchar contra el gato – dijo Morton -. Aquí necesitamos una consulta entre muchas especialidades y, por interesantes que sean las posibilidades teóricas, lo que se requiere es un enfoque práctico.
Y eso, pensó Grosvenor con amargura, elimina por completo a Elliott Grosvenor, nexialista. No debería ser así. Morton quería la integración de muchas ciencias, y para eso estaba el nexialismo. Grosvenor sospechaba, sin embargo, que él no sería uno de los expertos en cuyos consejos prácticos se interesaría Morton. Su sospecha era acertada.
Dos horas después, el director dijo con voz fatigada:
– Creo que será mejor que nos tomemos media hora para comer y descansar. Ahora llegamos al punto crucial, y necesitaremos todas nuestras fuerzas.
Grosvenor se dirigió a su departamento. No tenía interés en comer y descansar. A los treinta y un años podía saltarse alguna comida o una noche de sueño. Contaba con media hora para resolver el problema de lo que se debía hacer con el monstruo que se había apoderado de la nave.
El problema era que el acuerdo a que habían llegado los científicos no era integral. Varios especialistas habían unido sus conocimientos en un nivel superficial. Cada cual había bosquejado sus ideas ante personas que no estaban entrenadas para aprehender la riqueza de asociaciones que implicaba cada concepto. El plan de ataque carecía de unidad.
A Grosvenor le inquietaba comprobar que él, un joven de treinta y un años, era quizá la única persona de a bordo con la formación necesaria para ver las debilidades del plan. Por primera vez desde que había subido a bordo seis meses antes, cayó en la cuenta del gran cambio que había sufrido en la Fundación Nexial. No era exagerado decir que todos los sistemas educativos previos eran obsoletos. Grosvenor no se atribuía ningún mérito personal por la formación que había recibido. Él no la había creado. Pero, como graduado de la Fundación, como persona a quien habían puesto a bordo del Beagle Espacial con un propósito específico, no tenía más alternativa que buscar una solución definida, y luego usar todos los medios posibles para convencer a los que estaban al mando.
Pero necesitaba más información. La buscó del modo más rápido posible. Llamó a varios departamentos por el comunicador.
Ante todo, habló con subordinados. Se presentaba como jefe de departamento, y el efecto era notable. Los científicos jóvenes aceptaban su identificación y eran muy serviciales, aunque no siempre. Nunca faltaba el sujeto que decía: «Necesito la autorización de mis superiores.» Un jefe de departamento, Smith, le habló personalmente y le dio toda la información que necesitaba. Otro fue cortés y le pidió que llamara de vuelta cuando hubieran destruido al gato. Grosvenor se comunicó con el departamento de química en último lugar y preguntó por Kent, dando por sentado que no pasarían su llamada. Estaba dispuesto a pedirle la información al subordinado. Para su fastidio y asombro, lo comunicaron con Kent de inmediato.
El jefe de química lo escuchó con mal disimulada impaciencia, y lo interrumpió abruptamente.
– Usted puede obtener nuestra información por los canales habituales. Sin embargo, los descubrimientos realizados en el planeta del gato no estarán disponibles en algunos meses. Tenemos que verificar todos nuestros hallazgos.
Grosvenor insistió.
– Señor Kent, le encarezco que autorice la liberación inmediata de toda información relacionada: con el análisis cuantitativo de la atmósfera del planeta. Puede ser importante para el plan que se trazará en la reunión. Sería complicado explicarle detalladamente, pero le aseguro…
– Oiga, muchacho – interrumpió Kent socarronamente -, no es momento de discusiones académicas. Usted no parece entender que corremos peligro mortal. Si algo sale mal, usted, yo y los demás sufriremos un ataque físico. No será un ejercicio de gimnasia intelectual. Hágame el favor, no me moleste en diez años.
Hubo un chasquido cuando Kent cortó la conexión. Grosvenor se quedó quieto varios segundos, irritado por esa salida insultante. Al fin sonrió resignadamente e hizo las últimas llamadas.
Su diagrama de altas probabilidades contenía, entre otras cosas, tildes en los espacios impresos que mostraban la cantidad de polvo volcánico de la atmósfera del planeta, la historia natural de varias, formas vegetales según lo indicado por estudios preliminares de sus semillas, el tipo de sistema digestivo que los animales necesitarían para comer las plantas examinadas y, por extrapolación, cuáles serían las probables variaciones de tipo y estructura entre los animales que se alimentaban de los animales que comían las plantas.
Grosvenor trabajó de prisa y, como se limitaba a poner tildes en un diagrama ya impreso, en poco tiempo tuvo su gráfico. Era intrincado. No era fácil explicárselo a alguien que no estuviera familiarizado con el nexialismo. Pero para él presentaba un cuadro bastante claro. En la emergencia, señalaba posibilidades y soluciones que no se podían pasar por alto. Así le parecía a Grosvenor.
Bajo el encabezamiento «Recomendaciones generales», escribió: «Toda solución que se adopte debe incluir una válvula de seguridad.»
Con cuatro ejemplares del diagrama, se dirigió al departamento de matemáticas. Había guardias, lo cual era inusitado, una obvia protección contra el gato. Cuando se negaron a dejarle ver a Morton, Grosvenor exigió ver aun secretario del director. Un hombre joven salió de otra sala, examinó cortésmente el diagrama y dijo que «trataría de presentárselo al director Morton».
– Ya he oído antes esa patraña – respondió Grosvenor de mal humor -. Si el director Morton no ve ese diagrama, pediré una junta examinadora. Aquí pasa algo muy raro con los informes que presento a la oficina del director, y si esto se repite habrá problemas.
El secretario era cinco años mayor que Grosvenor. Era distante y hostil. Se inclinó, y dijo con una sonrisa irónica:
– El director es un hombre muy ocupado. Muchos departamentos compiten por su atención. Algunos de ellos tienen una larga trayectoria, y un prestigio que les da precedencia sobre las ciencias y los… científicos… más jóvenes. – Se encogió de hombros -. Pero le preguntaré si desea examinar el diagrama.
– Pídale que lea las recomendaciones – dijo Grosvenor -. No hay tiempo para más.
– Lo pondré al corriente – dijo el secretario. Grosvenor se dirigió a la habitación del capitán Leeth. El comandante lo recibió y escuchó sus palabras. Luego examinó el diagrama. Al fin sacudió la cabeza.
– Las fuerzas armadas tienen otro enfoque de estas cuestiones – declaró -. Estamos preparados para tomar riesgos calculados con miras a metas específicas. Esa idea de que sería prudente dejar escapar a esta criatura es contraria a mi actitud. He aquí un ser inteligente que ha iniciado actos hostiles contra un navío espacial armado. Es una situación intolerable. Estoy seguro de que él inició dicha acción con pleno conocimiento de las consecuencias. – Sonrió apretando los labios -. Las consecuencias son la muerte.
Grosvenor pensó que el resultado final podía ser la muerte de las personas que tenían modos inflexibles de lidiar con un peligro inusitado. Quiso aclarar que su intención no era que el gato escapara. Antes que él pudiera hablar, el capitán Leeth se puso de pie.
– Ahora tendré que pedirle que se marche – dijo. Le habló a un oficial -.. Muéstrele la salida al señor Grosvenor.
– Conozco la salida – respondió amargamente Grosvenor.
A solas en el corredor, miró su reloj. Faltaban cinco minutos para la hora del ataque.
Se dirigió desconsolada mente al puente. La mayoría de los otros ya estaba en su sitio mientras él buscaba un asiento. Un minuto después, el director Morton entró con el capitán Leeth. Se pidió orden en la sala.
Nervioso, visiblemente tenso, Morton caminaba de aquí para allá delante de su público. Su pelo lustroso y negro estaba desmelenado. La leve palidez de su fuerte rostro enfatizaba la impetuosa agresividad de su mandíbula. Se detuvo súbitamente. Habló con voz cortante.
– Para asegurarnos de que nuestros planes estén plenamente coordinados, pediré a cada experto que describa su función en el ataque contra esta criatura. Señor Pennons, adelante.
Pennons se puso de pie. No era un hombre fornido pero parecía corpulento, quizá por su aire de autoridad. Como los demás, tenía una formación especializada, pero dada la naturaleza de su campo necesitaba el nexialismo menos que otros. Este hombre conocía las máquinas y la historia de las máquinas. Según sus antecedentes – que Grosvenor había examinado – había estudiado desarrollo de máquinas en cien planetas. Quizá no hubiera nada fundamental que no supiera en materia de ingeniería práctica. Podía haber hablado mil horas sin revelar todos sus conocimientos.
– En esta sala de control hemos instalado un repetidor que activará y desactivará cada motor rítmicamente. La palanca funcionará cien veces por segundo. El efecto consistirá en crear vibraciones de muchos tipos. Existe la posibilidad de que una o más máquinas se destruyan, por el mismo principio de los soldados que cruzan un puente marchando… sin duda todos conocen esa vieja historia. Pero en mi opinión no hay auténtico peligro de destrucción. Nuestro propósito es interferir la interferencia de la criatura, y derribar las puertas.
– Gourlay, adelante – dijo Morton. Gourlay se levantó perezosamente. Parecía tener sueño, como si la situación lo aburriera un poco. Grosvenor sospechó que le gustaba que la gente lo considerase excéntrico. Tenía el título de ingeniero jefe de comunicaciones, y su archivo consignaba un intento sostenido de adquirir conocimientos en su especialidad. Si los diplomas servían de algo, tenía una educación ortodoxa de primer nivel. Cuando al fin habló, arrastraba la voz con parsimonia. Grosvenor notó que esa actitud surtía un efecto tranquilizador sobre los demás. Los rostros angustiados se distendieron. Los cuerpos adoptaron una pose más descansada.
– Hemos preparado pantallas de vibración – explicó Gourlay – que funcionan por el principio del reflejo. Una vez dentro, las usaremos de tal modo que la mayor parte de las vibraciones que él irradie le sean devueltas. Además disponemos de suficiente energía eléctrica para alimentarlo con tazas de cobre móviles. Tiene que haber un límite para su capacidad de manipular energía con esos nervios aislados.
– ¡Selenski! – llamó Morton. El jefe de pilotos estaba de pie cuando Grosvenor atinó a mirarlo. Se había levantado con tanta celeridad como si hubiera previsto que Morton lo llamaría a él. Grosvenor lo estudió fascinado. Selenski era un hombre flaco de cara flaca, con ojos azules asombrosamente vívidos. Parecía físicamente fuerte y capaz. Según sus antecedentes, no era un hombre de gran cultura. Lo compensaba con sus nervios de acero, su reacción veloz ante los estímulos y su capacidad para trabajar sin pausa.
– A mi entender, el plan debe ser acumulativo – dijo -. Cuando la criatura crea que no puede aguantar más, aparecerá otra cosa para sumarse a su problema y confusión. Cuando el alboroto alcance su punto máximo, activaré la antiaceleración. El director y Gunlie Lester creen que esta criatura no sabe nada sobre antiaceleración. Es un desarrollo de la ciencia del vuelo interestelar y no se habría alcanzado de otra manera. Pensamos que la criatura no sabrá qué hacer cuando sienta los primeros efectos de la antiaceleración. Todos recordarán esa sensación de oquedad que todos sentimos la primera vez. – Se sentó.
– ¡Korita, adelante! – dijo Morton.
– Yo sólo puedo ofrecerles aliento – dijo el arqueólogo -, partiendo de mi teoría de que el monstruo tiene todas las características del criminal de las primeras etapas de una civilización. Smith ha sugerido que su conocimiento científico es desconcertante. En su opinión, esto podría significar que nos enfrentamos a un real habitante de la ciudad muerta que visitamos, no sólo un descendiente. Esto implicaría que nuestro enemigo goza de virtual inmortalidad, una posibilidad en parte sostenida por su capacidad para respirar tanto oxígeno como cloro… o ninguno de ambos. Pero su inmortalidad no sería importante en sí misma. Él pertenece acierta época de su civilización, y ha caído tan bajo que sus ideas son ante todo recuerdos de esa época. A pesar de su capacidad para controlar la energía, perdió la cabeza en el ascensor cuando entró en la nave. Al no controlar sus emociones cuando Kent le ofreció comida, se vio obligado a revelar su capacidad especial contra un arma de vibraciones. Cometió una torpeza con sus asesinatos masivos de hace unas horas. Como todos pueden ver, demuestra la astucia de una mente primitiva y egotista, que no tiene comprensión de sus procesos corporales en un sentido científico, y ninguna idea de la vasta organización a la que se enfrenta. Es como el antiguo soldado germánico que se sentía superior al anciano estudioso romano en cuanto individuo, aunque el segundo formaba parte de una poderosa civilización que el germano de esos tiempos no podía sino admirar. Tenemos, pues, aun ser primitivo, y ese ser primitivo está en medio del espacio, lejos de su hábitat natural. La victoria será nuestra.
Morton se levantó. Su macizo rostro mostraba una sinuosa sonrisa.
– Según mi plan anterior – dijo -, el estimulante discurso de Korita precedería a nuestro ataque. Sin embargo, en la última hora he recibido un documento de un joven que está a bordo de esta nave en representación de una ciencia sobre la cual sé muy poco. El hecho de que esté a bordo me impone prestar oídos a sus opiniones. En su convicción de que tenía la solución para este problema, él no sólo visito mis aposentos sino los del capitán Leeth. El comandante y yo hemos acordado, pues, conceder al señor Grosvenor unos minutos para que describa su solución y nos convenza de que sabe de qué está hablando.
Grosvenor se puso de pie tímidamente.
– En la Fundación Nexial – declaró – enseñamos que detrás de los aspectos más gruesos de toda ciencia hay una intrincada ligazón con otras ciencias.. Es un viejo concepto, desde luego, pero hay una diferencia entre hablar de una idea de los dientes para afuera y aplicarla en la práctica. En la Fundación hemos desarrollado técnicas para aplicarla. En mi departamento tengo algunas de las máquinas educativas más notables que se hayan visto. No puedo describirlas ahora, pero puedo asegurarles que una persona formada por esas máquinas y técnicas resolvería el problema del gato.
– Primero, las sugerencias hechas hasta ahora son superficiales. Son satisfactorias dentro de sus alcances, pero esos alcances son limitados. En este momento tenemos datos suficientes para presentar un cuadro detallado de la historia del gato. Los enumeraré. Hace mil ochocientos años, las plantas resistentes de este planeta comenzaron a recibir menos luz solar en ciertas longitudes de onda. Esto se debió a la aparición de grandes cantidades de polvo volcánico en la atmósfera. Resultado: de la noche a la mañana, la mayoría de las plantas murieron. Ayer, una de nuestras naves exploradoras, volando acierta distancia de la ciudad muerta, detectó varias criaturas vivientes del tamaño de un venado terrícola, peto al parecer más inteligentes. Eran tan cautelosas que no pudimos capturarlas. Hubo que abatirlas, y el departamento de Smith realizó un análisis parcial. Los cuerpos contenían potasio con la misma configuración química y eléctrica que se halla en los seres humanos. No avistamos otros animales. Quizá ésta sea una de las fuentes de potasio del gato. En el estómago de los animales muertos, los biólogos hallaron partes de las plantas en diversas fases de digestión. Éste parece ser el ciclo: vegetación, herbívoro, depredador. Es probable que, cuando las plantas fueron destruidas, los animales que se alimentaban de ellas perecieran en cantidad proporcional. De la noche a la mañana, la provisión alimentaria del gato desapareció.
Grosvenor echó un rápido vistazo a su público. Con una excepción, todos los presentes lo miraban intensamente. La excepción era Kent. El jefe de química tenía una expresión de enfado. Su atención parecía estar en otra parte.
El nexialista se apresuró a continuar:
– La galaxia presenta muchos ejemplos de la dependencia total de ciertas formas de vida respecto de un tipo único de alimento. Pero en ningún planeta hemos encontrado otro ejemplo de vida inteligente que sea tan quisquillosa con la dieta. Parece que estas criaturas no han pensado en cultivar o criar sus alimentos, y el alimento de sus alimentos. Una increíble falta de previsión, sin duda. Tan increíble que toda explicación que no tenga en cuenta este factor sería automática mente insatisfactoria.
Grosvenor hizo otra pausa, pero sólo para recobrar el aliento. No miró directamente a los presentes. Era imposible demostrar lo que estaba por decir. Cada jefe de departamento tardaría semanas en verificar los datos relacionados con su especialidad. Lo único que podía hacer era presentar la conclusión, algo que no se había atrevido a hacer en su diagrama de probabilidades ni en su conversación con el capitán Leeth. Terminó apresuradamente.
– Los datos son ineludibles. El gato no es uno de los constructores de esa ciudad, ni un descendiente de esos constructores. Él y su especie eran animales con que los constructores hacían experimentos. ¿Qué ocurrió con los constructores? No podemos saberlo con certeza. Quizá se exterminaron en una guerra atómica hace mil ochocientos años. La ciudad aplanada, la súbita aparición de polvo volcánico en la atmósfera en cantidades tales que oscurecerían el sol durante miles de años, son significativas. El voluble hombre casi logró hacer lo mismo, así que no debemos juzgar a esta raza extinguida con demasiada dureza. ¿Pero adónde nos lleva esto?..
Una vez más, Grosvenor recobró el aliento y se apresuro a continuar.
– SI el gato hubiera sido un constructor, a estas alturas tendríamos prueba de todos sus poderes sabríamos con qué nos enfrentamos. Como no lo es, por el momento lidiamos con una bestia que no tiene una clara comprensión de su potencial. Arrinconado o presionado, quizá descubra en sí mismo una capacidad que aún desconoce para destruir seres humanos y controlar máquinas. Debemos darle una oportunidad de escapar. Una vez fuera de esta nave, estará a nuestra merced. Eso es todo. Gracias por escucharme.
Morton miró a los presentes.
– Bien, caballeros, ¿qué piensan ustedes?
– Nunca oí semejante historia en mi vida – resopló Kent -. Posibilidades. Probabilidades. Fantasías. Si esto es el nexialismo, tendrán que presentármelo mucho mejor para que llegue a interesarme.
– La explicación es inaceptable – dijo sombríamente Smith -, sin contar con el cuerpo del gato para examinarlo.
– Dudo que un examen demuestre definitivamente que es una bestia experimental – intervino Von Grossen, jefe de física -. El análisis de Grosvenor es totalmente controvertido, y no hay manera de resolverlo.
– Una nueva exploración de la ciudad podría revelar pruebas de la teoría de Grosvenor – dijo Korita. y añadió cautelosamente -: No refutaría del todo la teoría cíclica, pues esa inteligencia experimental tendería a reflejar las actitudes y creencias de quienes le enseñaron.
– Una de nuestras naves salvavidas está ahora en el taller – dijo el jefe de máquinas, Pennons -. Está parcialmente desmantelada y ocupa el único foso de reparaciones que está disponible abajo. Llevarle al gato una nave salvavidas utilizable requeriría tanto esfuerzo como el ataque total que estamos planeando. Desde luego, si el ataque fracasa, siempre podemos pensar en sacrificar una nave salvavidas, aunque aún no sé cómo podrá sacarla del Beagle. Allá abajo no hay cámaras estancas.
Morton se volvió hacia Grosvenor. – ¿Qué responde a eso?
– Hay una cámara estanca al final del corredor contiguo a la sala de máquinas. Debemos darle acceso a ella.
El capitán Leeth se puso de pie.
– Como le dije al señor Grosvenor cuando vino a verme, la mente militar tiene una actitud más firme en estas cuestiones. Nosotros estamos dispuestos a aceptar bajas. El señor Pennons ha expresado mi opinión. Si nuestro ataque falla, pensaremos en otras medidas. Gracias, señor Grosvenor, por su análisis. ¡Pero ahora, manos a la obra!
Era una orden. El éxodo comenzó de inmediato.
Coeurl trabajaba en el radiante fulgor del gigantesco taller. Había recobrado casi todos sus recuerdos, las aptitudes que le habían enseñado los constructores, su capacidad para adaptarse a nuevas máquinas y nuevas situaciones. Había encontrado la nave salvavidas en un foso. Estaba parcialmente desmantelado.
Coeurl trajinaba para repararlo. Comprendía cada vez más la importancia de escapar. Así tendría acceso a su planeta y otros coeurls. Con las aptitudes que él podía enseñarles, serían invencibles. De este modo, la victoria sería segura. En cierto modo, pues, estaba decidido. Pero era reacio a abandonar la nave. No estaba convencido de estar en peligro. Después de examinar las fuentes de energía del taller, y de recordar lo que había ocurrido, le parecía que esos seres bípedos no tenían el equipo para vencerlo.
Era presa del conflicto mientras trabajaba. Sólo cuando se detuvo a examinar la nave comprendió qué gran tarea de reparación había realizado. Sólo quedaba cargar las herramientas e instrumentos que quería llevar. y luego… ¿se marcharía o lucharía? Sintió angustia al oír que se aproximaban los hombres. Captó el súbito cambio en el tempestuoso trueno de los motores, un zumbido rítmico y espasmódico, más agudo, más penetrante, más irritante que la palpitación pareja y gutural que lo había precedido. El ruido era enervante. Coeurl procuró adaptarse, y su cuerpo se estaba concentrando para lograrlo cuando intervino un nuevo factor. Potentes proyectores móviles escupieron rugientes llamas contra las macizas puertas de la sala de máquinas. Al instante, debió decidir si combatiría contra los proyectores o se adaptaría al nuevo ritmo. Descubrió que no podía hacer ambas cosas.
Empezó a concentrarse en escapar. Tensó cada músculo de su potente cuerpo mientras llevaba grandes cargamentos de máquinas, herramientas e instrumentos y los arrojaba en cualquier espacio disponible que hubiera dentro de la nave salvavidas. Al fin se detuvo frente ala puerta para el penúltimo acto de su partida. Sabía que las puertas estaban por caer. Media docena de proyectores devoraba lenta pero inexorablemente las pulgadas restantes. Coeurl titubeó, luego retiró toda resistencia energética. Se concentró intensamente en el casco externo de la gran nave, hacia donde apuntaba la roma nariz del salvavidas de diez metros. Su cuerpo huía del chorro de electricidad que fluía de las dínamos. Sus zarcillos auditivos encauzaban ese temible poder hacia la pared. Se sentía en llamas. Le dolía todo el cuerpo. Sospechó que estaba peligrosamente cerca del límite de su capacidad para manipular energía.
A pesar de sus esfuerzos, nada ocurrió. La pared no cedió. Ese metal era duro, y más fuerte que todo lo que él conocía. Mantenía su forma. Sus moléculas eran monoatómicas pero su disposición era inusitada. El efecto de apiñamiento se conseguía sin la gran densidad que habitualmente lo acompañaba.
Oyó caer una de las puertas de la sala de máquinas. Los hombres gritaron. Los proyectores rodaron hacia adelante, incontenibles. El piso de la sala de máquinas rezongó mientras esas andanadas de calor quemaban el metal. Ese estrépito tremendo y amenazador se acercaba. En un minuto los hombres atravesarían las débiles puertas que separaban la sala de máquinas del taller.
Durante ese minuto, Coeurl obtuvo su victoria. Sintió el cambio en la aleación resistente. La pared perdió cohesión. Parecía igual, pero no había duda. La energía fluía fácilmente por su cuerpo. Siguió concentrándola durante varios segundos, hasta quedar satisfecho. Con un gruñido de triunfo, brincó a la pequeña nave y movió la palanca que cerraba la puerta.
Uno de sus tentáculos abrazó el motor con ternura casi sensual. La máquina saltó hacia adelante cuando él la lanzó contra la gruesa pared externa. La nariz de la nave la tocó, y la pared se disolvió en una reluciente lluvia de polvo. Notó pequeñas sacudidas de retardo mientras el peso del polvo metálico que debía apartar del camino restaba velocidad ala navecilla. Pero lo atravesó y se lanzó irresistiblemente al espacio.
Pasaron segundos. Coeurl notó que había partido de la gran nave en ángulo recto con su curso.
Aún estaba tan cerca que podía ver el boquete irregular por donde había escapado. Hombres con armadura se recortaban contra el resplandor. Ellos y la nave se encogían a ojos vistas. Luego los hombres desaparecieron y sólo quedó la nave con el resplandor de mil portillas borrosas.
Coeurl se alejaba rápidamente. Su tablero de instrumentos indicaba una curva de noventa grados. Fijó los controles para aceleración máxima. Así, un minuto después de su escape, enfiló hacia la dirección de donde venía la gran nave.
Detrás de él, el gigantesco globo se redujo rápidamente, se empequeñeció tanto que no se veían las portillas. Adelante, Coeurl vio una diminuta y opaca esfera de luz. Su propio sol, comprendió. Allí, con otros coeurls, podría construir una nave interestelar y viajar a estrellas que tuvieran planetas habitados. Había dejado de mirar las pantallas retrovisoras. Las miró de nuevo. El globo aún estaba allí, un diminuto punto de luz en la inmensa negrura del espacio. De pronto parpadeó y desapareció.
Por un instante tuvo la desconcertante sensación de que se había movido justo antes de desaparecer. Pero no podía ver nada. Se preguntó nerviosamente si habían apagado todas las luces y lo seguían en la oscuridad. Era evidente que no estaría del todo a salvo hasta aterrizar.
Preocupado e inseguro, volvió a mirar las pantallas delanteras. Sintió una profunda consternación. El sol opaco hacia donde se dirigía no aumentaba de tamaño. Era visiblemente más pequeño. Se convirtió en un punto en la oscura lejanía. Desapareció.
El miedo estremeció a Coeurl como un viento
helado. Durante minutos miró tensamente el espacio, esperando frenética mente que su única referencia volviera a ser visible. Pero allí sólo brillaban las remotas estrellas, puntos quietos contra el terciopelo de una distancia insondable.
Pero uno de esos puntos estaba creciendo. Con los músculos tensos, Coeurl observó cómo el punto crecía hasta convertirse en una esfera de luz y seguía expandiéndose. Cada vez más grande. De pronto titiló. Allí estaba, delante de él, luces en cada portilla, el gran globo de la nave espacial, la misma nave que minutos antes había desaparecido detrás de él.
Algo le sucedió a Coeurl en ese momento. Su mente giraba como un volante, cada vez más rápido. Se astilló en un millón de fragmentos dolorosos. Los ojos se le salían de las órbitas mientras, como un animal enloquecido, rabiaba en la pequeña cabina. Sus tentáculos aferraron preciosos instrumentos y los arrojaron con colérica frustración. Sus zarpas rasgaron las paredes de la nave. Al fin, en un ramalazo de cordura, Supo que no podría enfrentar el inevitable fuego de los desintegradores que ahora le apuntarían desde prudente distancia.
Fue sencillo crear el violento caos celular que liberó cada gota de id de sus órganos vitales.
Un último gruñido de desafío le torció los labios. Sus tentáculos se agitaron ciegamente. y luego, súbitamente fatigado y sin fuerzas para combatir, se hundió. La muerte llegó apaciblemente después de tantas horas de violencia.
El capitán Leeth no corrió riesgos. Cuando cesó el fuego y pudieron aproximarse a lo que quedaba de la nave salvavidas, los exploradores encontraron pequeñas masas de metal fundido, y sólo aquí y allá restos de lo que había sido el cuerpo de Coeurl.
– Pobre gato – dijo Morton -. Me pregunto qué habrá pensado cuando nos vio delante de él, después de que desapareció su propio sol. Al no entender nada sobre antiaceleradores, no sabía que podíamos frenar súbitamente en el espacio, mientras que él tardaría más de tres horas. Al parecer iba rumbo a su planeta, pero en realidad se alejaba cada vez más. No pudo saber que cuando frenamos nos pasó, y que entonces sólo teníamos que seguirle y fingir que éramos el sol, hasta que estuvimos lo suficientemente cerca para destruirle. Todo el cosmos debe haber girado como un trompo para él.
Grosvenor escuchó el relato con emociones ambiguas. Todo el incidente se disolvía deprisa, perdiendo forma, disipándose en la oscuridad. Los detalles de cada momento ya nunca serían recordados por un individuo tal como habían ocurrido. El peligro que habían corrido ahora parecía remoto.
– ¡Olvidémonos de la compasión! – oyó que decía Kent -. Tenemos una misión. Liquidar a todos los gatos de ese mísero mundo.
Korita murmuró suavemente.
– Eso será sencillo. Sólo son primitivos. Sólo tenemos que instalarnos y vendrán a nosotros, esperando engañarnos con su astucia. – Se volvió hacia Grosvenor -. Aún creo que será así – dijo con voz amigable -, aunque la teoría de nuestro joven amigo resultara ser correcta. ¿Qué piensa, Grosvenor?
– Yo iría un poco más lejos – dijo Grosvenor -. Como historiador, sin duda convendrá en que ningún intento conocido de exterminio total ha tenido éxito. No olvide que el ataque del gato se basaba en una desesperada necesidad de comida; los recursos de este planeta no pueden sostener a su raza mucho tiempo más. Los hermanos del gato no saben nada sobre nosotros, así que no son una amenaza. ¿Por qué no dejamos que simplemente se mueran de hambre?
El nexialismo es la ciencia de unir ordenadamente el conocimiento de una especialidad con el de otras especialidades. Brinda técnicas para acelerar los procesos de absorción de conocimiento y usar efectivamente lo que se ha aprendido. Están cordialmente invitados a asistir.
Conferencista, ELLIOT GROSVENOR
Lugar: Departamento Nexial
Fecha: 71911 a las 15:50
Grosvenor colgó el aviso en el atestado tablero de anuncios. Luego retrocedió para examinar su trabajo. El anuncio competía con otras ocho conferencias, tres películas, cuatro filmes educativos, nueve grupos de discusión y varios eventos deportivos. Además habría gente que se quedaría en su habitación a leer, reuniones espontáneas de amigos, la media docena de bares y comedores, cada uno de los cuales contaría con todos sus parroquianos.
No obstante, confiaba en que alguien leería el anuncio. Era un adminículo de un centímetro de grosor. La estampa era una silueta que se expandía por la superficie desde el interior. Una rueda cromática de material liviano, delgada como un papel, giraba magnéticamente y brindaba la fuente de luz multicolor. Las letras cambiaban de color a solas y en grupos. Como la frecuencia de la luz emitida era alterada sutil y magnéticamente momento a momento, nunca se repetían los mismos colores.
El letrero resaltaba en su descolorido entorno como un cartel de neón. Era bien visible.
Grosvenor se dirigió al comedor. Al entrar, un hombre que había en la puerta le puso una tarjeta en la mano. Grosvenor la miró con curiosidad.
KENT PARA DIRECTOR
Kent es jefe del mayor departamento de nuestra nave. Es célebre por su colaboración con otros departamentos. Gregory Kent es un científico sensible, que comprende los problemas de otros científicos. Recuerde que esta nave, además de su complemento militar de 180 oficiales y soldados rasos, lleva 804 científicos encabezados por una administración apresuradamente elegida por una pequeña minoría antes del despegue. Es preciso rectificar esta situación. Tenemos derecho a una representación democrática.
Grosvenor se guardó la tarjeta en el bolsillo y entró en la sala iluminada. Los individuos rígidos como Kent no pensaban en las consecuencias de sus esfuerzos para dividir a un grupo de hombres en bandos hostiles. El cincuenta por ciento de las expediciones interestelares de los últimos doscientos años no había regresado. Las razones sólo se podían deducir a partir de lo que había sucedido en las naves que sí habían regresado. Siempre había choques entre los miembros de la expedición, amargas disputas, desacuerdos en cuanto a los objetivos, y la formación de grupos disidentes. Éstos se multiplicaban casi en proporción directa con la duración del viaje.
Las elecciones eran una innovación reciente en tales expediciones. Se había otorgado el permiso para celebrarlas porque los hombres eran reacios a someterse irrevocablemente a la voluntad de dirigentes designados. Pero una nave no era un país en miniatura. Una vez en camino, no podía reemplazar las bajas. Frente a la catástrofe, sus recursos humanos eran limitados.
Evaluando la situación, lamentando que la hora del mitin político coincidiera con su conferencia, Grosvenor se dirigió a su mesa. El comedor estaba atestado. Sus compañeros de la semana ya estaban comiendo. Había tres de ellos, científicos jóvenes de distintos departamentos.
Mientras él se sentaba, uno de los hombres comentó jovialmente:
– Bien, ¿qué personaje femenino indefenso asesinaremos hoy?
Grosvenor rió con buen humor, pero sabía que el comentario no era sólo humorístico. La conversación entre los jóvenes siempre era similar, y giraba sobre las mujeres y el sexo. En esta expedición compuesta únicamente por hombres, el problema del sexo se había resuelto químicamente mediante la inclusión de drogas específicas en la dieta general. Eso eliminaba la necesidad física, pero era emocionalmente insatisfactorio.
Nadie respondió la pregunta. Carl Dennison, un joven químico, miró con mal ceño al que había hablado y se volvió hacia Grosvenor.
– ¿Cómo piensas votar?
– Por voto secreto – dijo Grosvenor -. Ahora volvamos a la rubia que Allison mencionaba esta mañana…
– Votarás por Kent, ¿verdad? – insistió Dennison. Grosvenor sonrió esquivamente.
– No he pensado en ello. Aún faltan dos meses para las elecciones. ¿Qué tiene de malo Morton?
– Es prácticamente un hombre designado por el gobierno.
– También yo. También tú.
– Es sólo un matemático, no un científico en el auténtico sentido de la palabra.
– Eso es nuevo para mí – comentó Grosvenor -. He trabajado durante años bajo la ilusión de que los matemáticos eran científicos.
– De eso se trata. Por la semejanza superficial, es una ilusión. – Evidentemente Dennison intentaba imponer una concepción propia. Era un sujeto ferviente y robusto, y se inclinó hacia adelante como si acabara de explicar su causa -. Los científicos deben unirse. Imagínate, somos una nave entera, ¿y a quién ponen al mando? A un hombre que maneja abstracciones. Eso no sirve para enfrentar problemas prácticos.
– Qué curioso. Pensé que se las apañaba bastante bien para solucionar nuestros problemas.
– Los podemos solucionar nosotros mismos – replicó Dennison con irritación.
Grosvenor había pulsado algunos botones. Su comida comenzó a subir por el cinturón vertical del centro de la mesa. La olfateó.
– Ah, aserrín asado, director del departamento de química. Huele delicioso. Me pregunto si han puesto el empeño necesario para lograr que el aserrín de broza del planeta de los gatos sea tan nutritivo como el aserrín que trajimos. – Alzó la mano -. No respondas. No deseo quedar desilusionado con la integridad de departamento de Kent, aunque no me gusta su conducta. Verás, le pedí esa colaboración que mencionan en la tarjeta, y él me pidió que lo llamara en diez años. Supongo que se olvidó de las elecciones. Además, tiene el descaro de organizar un mitin político en la misma noche en que yo doy una conferencia. – Se puso a comer.
– Ninguna conferencia es tan importante como esta reunión. Discutiremos cuestiones que afectarán a todos los que viajan en esta nave, tú incluido. – Dennison tenía la cara roja, la voz áspera -. Mira, Grosvenor, no puedes tener nada contra un hombre que ni siquiera conoces bien. Kent es la clase de persona que no se olvida de sus amigos.
– Apuesto a que también tiene un tratamiento especial para quienes no le caen bien – dijo Grosvenor. Se encogió de hombros con impaciencia -. Carl, para mí Kent representa todo lo que es destructivo en nuestra actual civilización. Según la teoría de los ciclos históricos de Korita, estamos en la etapa «invernal» de nuestra cultura. Uno de estos días le pediré una explicación más detallada, pero la caricatura de campaña democrática de Kent es un ejemplo de los peores aspectos de este período.
Le habría gustado añadir que estaba abordo precisamente para impedir esas cosas, pero desde luego no podía hacerlo. Una discordia como ésta había llevado el desastre a muchas expediciones anteriores. En consecuencia, sin que los hombres lo supieran, las naves se habían convertido en campos de prueba para los experimentos sociológicos: nexialismo, elecciones, mando dividido, estos y muchos otros cambios pequeños se estaban probando con la esperanza de que la expansión del hombre en el espacio resultara menos costosa.
Dennison lo miró con cara burlona.
– ¡Escuchad al joven filósofo! – comentó, y añadió sin rodeos -: Vota por Kent si sabes lo que conviene.
Grosvenor contuvo su irritación.
– ¿Qué hará él? ¿Reducir mi ración de aserrín? Tal vez yo mismo debería ser candidato a dictador. Conseguir los votos de todos los hombres de treinta y cinco años para abajo. A fin de cuentas, superamos en número a los mayores, por tres o cuatro a uno. La democracia exige que tengamos nuestra representación proporcional.
Dennison parecía haberse recobrado.
– Cometes un grave error, Grosvenor. Ya lo descubrirás.
El resto de la comida transcurrió en silencio.
Cinco minutos antes de las 15:50 del día siguiente, Grosvenor sospechó que su aviso no había llamado la atención. Lo desconcertaba. Podía entender que Kent hubiera prohibido a sus simpatizantes que asistieran a conferencias dictadas por hombres que habían indicado que no lo respaldarían. Pero aunque el jefe de química controlara a una mayoría de los votantes, quedaban cientos de individuos que no habían sufrido su influencia. Grosvenor no pudo sino recordar lo que un funcionario del gobierno con formación nexialista le había dicho en la víspera de la partida.
– Tu tarea a bordo del Beagle no será fácil. El nexialismo es un enfoque totalmente nuevo del aprendizaje y la asociación. Los mayores lo combatirán por instinto. Los jóvenes, si ya fueron educados con métodos comunes, serán automáticamente hostiles a cualquier cosa que sugiera que sus técnicas recién adquiridas son anticuadas. y tú deberás usar en la práctica lo que aprendiste en teoría, aunque en tu caso esa transición forma parte de tu entrenamiento. Sólo recuerda que un hombre que tiene razón con frecuencia se hace oír en una crisis.
A las 16:10, Grosvenor visitó los tableros de anuncios de dos salas de estar y el corredor central, y cambió la hora de su conferencia para las 17:00. A las 17:00 la cambió para las 17:50, y luego para las 18:00.
– Tienen que salir – se decía -. El mitin no puede durar para siempre, y las otras conferencias duran a lo sumo dos horas.
A las 18:00 menos cinco, oyó los pasos de dos hombres que se acercaban lentamente por el corredor. Hicieron silencio mientras se detenían frente a la puerta abierta.
– Éste es el lugar, en efecto – dijo uno. Se rieron sin motivo aparente. Un momento después, los dos entraron. Grosvenor titubeó, luego saludó cordialmente. Desde el primer día de viaje, se había impuesto la tarea de identificar a los individuos de a bordo, su voz, su rostro, su nombre, todo lo que pudiera descubrir. Con tantos hombres para investigar, aún no había completado esa tarea, pero recordaba a estos dos. Ambos pertenecían al departamento de química.
Los observó cautelosamente mientras caminaban mirando la exhibición de aparatos educativos. Algo parecía divertirles. Al fin se instalaron en dos sillas, y uno preguntó con exagerada cortesía:
– ¿Cuándo empieza la conferencia, Grosvenor? Grosvenor miró el reloj.
– En cinco minutos – dijo. Durante ese intervalo entraron ocho hombres. Fue un gran estímulo para Grosvenor después de su mal comienzo, sobre todo porque uno de los hombres era Donald McCann, jefe del departamento de geología. Ni siquiera le molestaba que cuatro de los presentes pertenecieran al departamento de química.
Complacido, inició su conferencia sobre los reflejos condicionados y su desarrollo desde los días de Pavlov, hasta ser una piedra angular de la ciencia del nexialismo.
Después McCann se acercó para hablarle.
– He notado que parte de la técnica es la máquina de sueños, que educa mientras uno duerme – le dijo. Rió entre dientes -. Recuerdo que un viejo profesor mío comentaba que uno tardaría mil años en aprender todo lo que se sabe en ciencias. Usted no admitió esa limitación.
Grosvenor notó que los ojos grises del otro lo observaban con un destello amable. Sonrió.
– Esa limitación – respondió – se debía en parte al viejo método de usar la máquina sin entrenamiento preliminar. Hoy la Fundación Nexial usa la hipnosis y la psicoterapia para romper la resistencia inicial. Por ejemplo, cuando me examinaron, me dijeron que normalmente yo sólo podía usar la máquina de sueños cinco minutos cada dos horas.
– Una tolerancia muy baja – dijo McCann -. La mía era de tres minutos cada media hora.
– Pero usted lo aceptó, ¿verdad? – ¿y qué hizo usted? Grosvenor sonrió.
– No hice nada. Fui condicionado con diversos métodos hasta que pude dormir profundamente ocho horas, mientras la máquina funcionaba sin cesar. Otras técnicas suplementaron este proceso.
El geólogo ignoró la última oración.
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