De pronto despertó en un entorno familiar. Miró el lugar donde antes estaba la imagen. Había desaparecido. Echó una rápida ojeada a Korita. El arqueólogo estaba profundamente dormido en su silla.
Grosvenor se sentó espasmódicamente, recordando la instrucción que había impartido: relajar y dormir. Éste era el resultado. Los hombres estarían durmiendo en toda la nave.
Deteniéndose sólo para despertar a Korita, Grosvenor enfiló hacia el corredor. Mientras corría, vio hombres inconscientes por todas partes, pero notó que las brillantes paredes estaban despejadas. No vio una sola imagen en su viaje hasta la sala de control.
Dentro de la sala de control, caminó con cuidado sobre el dormido capitán Leeth, que estaba tendido en el piso cerca del tablero. Con un suspiro de alivio, movió el interruptor que activaba la pantalla externa de la nave.
Segundos después, Elliott Grosvenor estaba en la silla de control, alterando el curso del Beagle Espacial.
Antes de irse de la sala de control, puso un mecanismo de tiempo en el dispositivo de guía y lo fijó para diez horas. Precaviéndose así contra la posibilidad de que alguno de esos hombres se despertara con ánimo suicida, se dirigió al corredor y comenzó a prestar asistencia médica a los heridos. Todos sus pacientes estaban inconscientes, así que tuvo que evaluar su estado por intuición. No corrió riesgos. Si la respiración trabajosa indicaba shock, les daba plasma. Si veía heridas peligrosas, inyectaba drogas específicas para el dolor y aplicaba emplastos para las quemaduras y los cortes. Siete veces – ahora con la ayuda de Korita – cargó cadáveres en grúas y los llevó a cámaras de resurrección. Cuatro revivieron. Después de eso quedaron treinta y dos muertos que Grosvenor, tras examinarlos, ni siquiera intentó revivir.
Aún estaban cuidando a los heridos cuando un geólogo despertó, bostezó y gruñó consternado. Grosvenor sospechó que había experimentado un borbotón de recuerdos, y miró cautelosamente mientras el hombre se levantaba y se acercaba.
El técnico miró intrigado a Korita y Grosvenor al fin dijo:
– ¿Puedo ayudar?
Pronto varios hombres ayudaban, con tensa concentración y algunas palabras que demostraban conciencia de la locura temporaria que había causado semejante pesadilla de muerte y destrucción.
Grosvenor no supo que el capitán Leeth y el director Morton habían llegado hasta que vio a uno de ellos hablando con Korita. Poco después Korita se alejó, y los dos dirigentes se acercaron a Grosvenor y lo invitaron a una reunión en la sala de control. Morton le palmeó la espalda en silencio. Grosvenor se había preguntado si recordarían. La amnesia espontánea era un fenómeno hipnótico común. Sin sus propios recuerdos, resultaría muy difícil explicarles convincentemente lo que había ocurrido.
Sintió alivio cuando el capitán Leeth dijo:
– Señor Grosvenor, al recordar el desastre, tanto el director Morton como yo quedamos asombrados de su intento de avisarnos de que éramos víctimas de un ataque externo. El señor Korita nos ha contado que fue testigo de sus actos. Quiero que cuente a los jefes de departamento aquí presentes qué sucedió.
Necesitó más de una hora para hacer un relato ordenado. Cuando Grosvenor hubo concluido, un hombre dijo:
– ¿Debo entender que realmente fue un intento de comunicación amistosa?
Grosvenor asintió.
– Me temo que sí.
– ¿Quiere decir que no podemos ir allá y destrozarlos a bombazos? – preguntó el otro con irritación.
– No serviría de nada – respondió Grosvenor con firmeza -. Podríamos acercarnos a ellos y establecer un contacto más directo.
– Llevaría demasiado tiempo, y tenemos una larga distancia que recorrer – intervino el capitán Leeth. Añadió con voz amarga -: Parece ser una civilización bastante obtusa.
Grosvenor titubeó. Antes de que él pudiera hablar, el director Morton le preguntó:
– ¿Qué opina sobre eso, Grosvenor?
– Supongo que el comandante se refiere a la falta de ingenios mecánicos. Pero los organismos vivientes pueden tener satisfacciones que no requieren máquinas: comida y bebida, la compañía de los amigos y los seres queridos. Yo sugiero que estas gentes – pájaro encuentran liberación emocional en el pensamiento comunitario y su método de propagación. Hubo un tiempo en que el hombre era poco más que eso, pero lo llamaba civilización, y en aquellos días hubo grandes hombres, así como ahora.
– Aun así – comentó irónicamente el físico Von Grossen -, usted no vaciló en alterar ese modo de vida.
Grosvenor conservó la calma.
– No es aconsejable que los pájaros o los hombres vivan una existencia demasiado especializada. Yo vencí su resistencia a las ideas nuevas, algo que aún no he logrado abordo de esta nave.
Varios hombres rieron y la reunión se disolvió. Después Grosvenor vio que Morton le hablaba a: Yemens, el único hombre presente del departamento de química. El químico – que ahora era el segundo de Kent – frunció el entrecejo y sacudió la cabeza varias veces… al fin habló largamente, y él y Morton se dieron la mano.
Morton se acercó a Grosvenor y dijo en voz baja:
– El departamento de química sacará su equipo de su sala en un plazo de veinticuatro horas, a condición de que no se haga nueva referencia al incidente. El señor Yemens…
– ¿Qué piensa Kent de esto? – interrumpió Grosvenor.
Morton titubeó.
– Recibió una descarga de gas – dijo al fin -, y permanecerá en cama varios meses.
– Pero – objetó Grosvenor – eso nos llevará más allá de las fechas de las elecciones.
Una vez más Morton vaciló antes de responder.
– En efecto. Eso significa que yo ganaré las elecciones sin dificultad, pues Kent era el único candidato opositor.
Grosvenor guardó silencio, evaluando la situación. Era bueno saber que Morton continuaría su gestión. ¿Pero qué pasaba con todos los hombres disconformes que habían respaldado a Kent?
Morton continuó antes de que Grosvenor pudiera hablar.
– Quiero pedirle un favor personal, Grosvenor. Convencí a Yemens de que sería imprudente continuar con el ataque de Kent contra usted. En bien de la paz, me gustaría que usted guardara silencio. No intente explotar su victoria. Admita sin rodeos que fue resultado del accidente, si le preguntan, pero no saque el tema a colación. ¿Me lo promete?
Grosvenor se lo prometió.
– Me pregunto si puedo hacer una sugerencia – añadió.
– Adelante.
– ¿Por qué no nombrar a Kent como reemplazo?
Morton la estudió con ojos entornados. Parecía desconcertado.
– Es una sugerencia que no había esperado de usted – dijo al fin -. Personalmente, no tengo gran interés en elevar la moral de Kent.
– No es la de Kent – dijo Grosvenor.
Esta vez Morton guardó silencio. Al fin dijo lentamente:
– Supongo que aliviaría las tensiones.
Pero aún parecía reacio.
– Parece que su opinión de Kent es igual que la mía – dijo Grosvenor.
Morton rió secamente.
– Hay muchos hombres a bordo a quienes preferiría nombrar directores, pero en aras de la paz seguiré su sugerencia.
Se despidieron, Grosvenor con sentimientos más ambiguos de los que había manifestado. Era una conclusión insatisfactoria del ataque de Kent. Grosvenor tenía la sensación de que, al echar al departamento de química de sus aposentos, había ganado una escaramuza y no una batalla. No obstante, desde su punto de vista, era la mejor solución para lo que habría sido un feroz combate.
Se tendió inmóvil en la noche ilimitada. El tiempo se arrastraba hacia la eternidad, y el espacio era insondablemente negro. En la inmensidad fulguraban gélidos borrones de luz. Sabía que cada cual era una galaxia de estrellas ardientes, reducidas por increíbles distancias a relucientes remolinos de niebla. Allá había vida, proliferando en la minada de planetas que giraban sin cesar alrededor de sus soles. De la misma manera, la vida una vez había surgido del lodo primordial del antiguo Glor, antes que una explosión cósmica destruyera a su poderosa raza y arrojara su cuerpo a los abismos intergalácticos.
Él vivía, ésa era su catástrofe personal. Tras sobrevivir al cataclismo, su cuerpo casi indestructible se mantenía en un estado de creciente debilidad gracias a la energía lumínica que impregnaba el espacio y el tiempo. En su cerebro palpitaba el viejo pensamiento de siempre. Pensaba que había una probabilidad contra billones de que alguna vez regresara aun sistema galáctico y había probabilidades aún más infinitesimales, en ese caso, de que cayera en un planeta y encontrara un precioso guul.
Un trillón de veces ese pensamiento lo había llevado a la misma conclusión. Ahora era parte de él. Era como una película interminable rodando ante el ojo de su mente. Junto con esos remotos y rutilantes mechones en ese abismo de negrura, constituía el mundo donde él existía. Casi había olvidado el extenso campo de sensibilidad que mantenía su cuerpo. En tiempos pasados ese campo había sido realmente vasto, pero ahora sus poderes declinaban y no recibía señales que estuvieran a más de pocos años luz.
No esperaba nada, así que el primer estímulo de la nave apenas lo afectó. Energía, dureza, materia. Esa vaga percepción sensorial se hundió en su cerebro adormecido. Provocó un dolor viviente, como si un músculo en desuso fuera obligado a moverse.
El dolor se disipó. El pensamiento se evaporó. Su cerebro regresó a su sopor milenario. Volvió a vivir en el viejo mundo de desesperanza y brillantes manchas de luz en un espacio negro. La sola idea de energía y materia se convirtió en un sueño evanescente. Un rincón remoto de su mente, un poco más alerta, observó cómo se alejaba, observó cómo las sombras del olvido extendían sus envolventes pliegues de niebla, procurando sofocar la borrosa conciencia que había tenido esa chispa de existencia angustiosa y efímera.
y luego, una vez más… más fuerte, más nítido, el mensaje relampagueó desde una frontera remota de su campo. Su largo cuerpo se convulsionó en un movimiento reflejo. Extendió los cuatro brazos, retrajo las cuatro patas con fuerza ciega e irracional. Era una reacción muscular.
Sus ojos deslumbrados recobraron el foco. Su visión aturdida despertó. Aquella parte del sistema nervioso que controlaba el campo realizó su primer acto desestabilizador. En un relámpago de tremendo esfuerzo, lo desvió de aquellos miles de millones de kilómetros cúbicos de donde no llegaba ninguna señal para concentrar sus fuerzas en un intento de localizar la zona de mayor estímulo.
Mientras procuraba localizarlo, el objeto se desplazó una gran distancia. Por primera vez pensó en él como una nave que volaba de una galaxia a otra. Por un instante sintió el espantoso temor de que se alejara antes de que él pudiera detectarla, y que perdiera contacto para siempre antes de poder hacer nada.
Dejó que el campo se extendiera levemente, y sintió el impacto cuando recibió una vez más el inequívoco aguijonazo de materia y energía alienígena. Esta vez se aferró a ella. Lo que había sido su campo se convirtió en un haz que concentraba toda la energía de su cuerpo debilitado.
Por ese haz compacto, extrajo tremendos chorros de energía de la nave. Había millones de veces más energía de la que él podía manejar. Tenía que desviarla de sí mismo, descargarla en la oscuridad y la distancia. Pero, como una sanguijuela monstruosa, se extendió cuatro, cinco, diez años luz, y succionó la potencia de la gran nave.
Tras milenios de sobrevivir a duras penas con frágiles dardos de energía lumínica, no se atrevía a tratar de manipular esa potencia colosal. La vastedad del espacio absorbía el flujo como si nunca hubiera existido. Aquello que él se permitió recibir devolvió la vida a su cuerpo. Con salvaje intensidad, comprendió que era una gran oportunidad. Frenéticamente, ajustó su estructura atómica y se dejó llevar a lo largo del haz.
A lo lejos, la nave – en ese momento con el motor apagado, pero arrastrada por la inercia – siguió de largo y empezó a alejarse. Se alejó uno, dos, tres años luz. Con negra desesperación, Ixtl comprendió que escaparía a pesar de todos sus esfuerzos. Entonces…
La nave se detuvo. En pleno vuelo. Un instante antes se deslizaba a muchos años luz por día. De pronto se detuvo en el espacio, con su impulso inhibido y transformado. Aún estaba a enorme distancia, pero ya no se alejaba.
Ixtl sospechó lo que ocurría. Los tripulantes de la nave habían reparado en su interferencia y se detenían a averiguar qué había ocurrido y por qué. Su método de des aceleración instantánea sugería una ciencia muy avanzada, aunque él no atinaba a deducir qué técnica de antiaceleración habían usado. Había varias posibilidades. Él mismo se proponía detenerse convirtiendo su velocidad en acción electrónica dentro del cuerpo. Durante ese proceso se perdería muy poca energía. Los electrones de cada átomo acelerarían levemente, y así la velocidad microscópica se transformaría en movimiento en el nivel microscópico.
En ese nivel detectó súbitamente que la nave estaba cerca.
Entonces ocurrieron varias cosas, que se sucedieron con tanta celeridad que no le dejaron pensar. La nave proyectó una impenetrable pantalla de energía. La concentración de tanta energía activó los repetidores automáticos que él había instalado en su cuerpo. Eso lo detuvo una fracción de segundo antes de lo que se proponía. En términos de distancia, eso significaba cincuenta kilómetros.
Veía la nave como un punto de luz en la negrura. La pantalla aún estaba activada, lo cual significaba, quizá, que sus tripulantes no podían detectarlo y que él ya no tendría esperanzas de llegar a la nave. Supuso que los delicados instrumentos de abordo habían detectado su aproximación, lo habían identificado como un proyectil y habían activado la pantalla defensiva.
Ixtl se acercó a la barrera casi invisible. Allí, separado de la realización de sus esperanzas, miró Vorazmente la nave. Estaba a menos de cincuenta metros, un monstruo de metal redondo y oscuro, tachonado con hileras de luces refulgentes como diamantes. El navío espacial flotaba en la negrura aterciopelada, reluciendo como una joya inmensa, quieto pero viviente, dotado de desbordante vitalidad. Traía una nostálgica y vívida evocación de mil planetas lejanos y una vida indómita y pujante que había llegado a las estrellas y las había conquistado y – a pesar de la frustración de ese momento – traía esperanza.
Hasta entonces había tenido que hacer tantas cosas que apenas había comprendido lo que significaría entrar a bordo. Su ánimo, reducido durante siglos a una abrumadora desesperación, se elevó desaforadamente. Sus patas y sus brazos relucían como lenguas de fuego viviente mientras caracoleaban bajo la luz ardiente de las portillas. Su boca, un
tajo en esa caricatura de cabeza humana, expulsaba una espuma blanca que flotaba en glóbulos escarchados. Su esperanza creció tanto que se diluyó, y su visión se borroneó. A través del borrón, vio una reluciente venilla de luz que formaba un bulto circular en la superficie metálica de la nave. El bulto se convirtió en una enorme puerta que rotó para abrirse y se inclinó a un costado. Un resplandor se derramó por la abertura. Hubo una pausa, y luego aparecieron varias criaturas bípedas. Usaban una armadura casi transparente, y empujaban o guiaban grandes máquinas flotantes. Las máquinas se concentraron alrededor de una zona pequeña de la superficie de la nave. Desde lejos, las llamas que emitían parecían pequeñas, pero su deslumbrante fulgor indicaba un enorme calor o bien una titánica concentración de otra radiación. Lo que era obviamente una tarea de reparación continuó con alarmante celeridad.
Frenéticamente, Ixtl palpó la pantalla que le impedía el acceso a la nave, buscando puntos débiles. No encontró ninguno. La fuerza era demasiado compleja, sus alcances demasiado amplios, para los recursos que él pudiera reunir contra ella. La había detectado a distancia. Ahora enfrentaba su realidad.
La tarea – Ixtl vio que habían quitado un grueso tramo de pared externa para reemplazarlo por nuevo material – terminó tan prontamente como había empezado. El fulgor incandescente de los soldadores murió en la oscuridad con un chisporroteo. Destrabaron las máquinas, las empujaron hacia la abertura, las metieron adentro y se perdieron de vista. Los seres bípedos las siguieron. La vasta curva planicie de metal quedó tan desierta como el espacio.
La sorpresa perturbó a Ixtl. No podía dejarlos escapar ahora, cuando el universo entero estaba a su alcance… a pocos metros de distancia. Extendió los brazos, como si pudiera retener la nave sólo con su afán. Un dolor lento y rítmico palpitaba en su cuerpo. Su mente cayó en un negro pozo de desesperación, pero se detuvo antes de la zambullida final.
La gran puerta giraba lentamente. Un ser solitario atravesó el anillo de luz y corrió hacia la zona que acababan de reparar. Recogió algo y se dirigió hacia la cámara estanca abierta. Aún estaba acierta distancia cuando vio a Ixtl.
Se detuvo como si lo hubieran golpeado. Es decir, se detuvo con un tambaleo. Bajo el fulgor de las portillas, su rostro era claramente visible por el traje transparente. Tenía los ojos desorbitados, la boca abierta. Parecía aferrarse a sí mismo. Movía los labios rápidamente. Un minuto después, la puerta volvió a rotar. Se abrió, y un grupo de esos seres salió para mirar a Ixtl. Debió seguir una discusión, pues movían los labios irregularmente, primero uno, después el otro.
Al poco tiempo, sacaron una gran jaula de metal por la cámara estanca. Había dos hombres sentados sobre ella, y parecía desplazarse con energía propia. Ixtl supuso que pretendían capturarlo.
Curiosamente, no sintió euforia. Era como si lo afectara una droga, arrastrándolo aun abismo de agotamiento. Pasmado, trató de combatir el creciente sopor. Necesitaría toda su lucidez si quería que su raza, que había llegado al umbral del máximo conocimiento, viviera de nuevo.
– ¿Cómo es posible que algo viva en el espacio intergaláctico?
La voz, tensa e irreconocible, llegó por el comunicador del traje espacial de Grosvenor mientras él esperaba con los demás cerca de la cámara estanca. Le parecía que esa pregunta creaba un lazo más estrecho en ese, pequeño grupo de hombres. Para él, la proximidad de los otros no era suficiente. Era demasiado consciente de la noche impalpable pero inconcebible que los rodeaba, apretando las ardientes portillas.
Por primera vez desde el inicio del viaje, la inmensidad de esas tinieblas afectó a Grosvenor. Las había mirado con tanta frecuencia desde el interior de la nave que se había vuelto indiferente. Pero ahora era súbitamente consciente de que las fronteras estelares más remotas para el hombre eran apenas un punto en esa negrura que se extendía millones de años luz hacia todas partes.
La voz del director Morton llegó a través del turbado silencio.
– Llamando a Gunlie Lester dentro de la nave… Gunlie Lester…
Hubo una pausa.
– ¿Sí, director?
Grosvenor reconoció la voz del jefe del departamento de astronomía.
– Gunlie – continuó Morton -, aquí hay algo para su cerebro astromatemático. Por favor, díganos qué probabilidades había de que los impulsores del Beagle fallaran en el mismo punto del espacio donde flotaba esa cosa. Tómese unas horas para calcularlo.
Las palabras dieron nuevo dramatismo a la situación. Era típico de Morton, un matemático, permitir que otro hombre llevara la voz cantante en un campo donde él mismo era un maestro.
El astrónomo se echó a reír.
– No tengo que hacer ningún cálculo – dijo luego con seriedad -. Se necesitaría un nuevo sistema de notación para expresar el cambio aritméticamente. Matemáticamente hablando, esto es imposible. Aquí estamos nosotros, un grupo de seres humanos, que se detiene a hacer reparaciones a mitad de camino entre dos galaxias… la primera vez que enviamos una expedición fuera de nuestro universo isla. Aquí estamos, pues, un punto diminuto que se cruza con la senda de otro punto diminuto. Es imposible, a menos que el espacio esté saturado de estas criaturas.
Grosvenor pensó que había una explicación mucho más plausible. Los dos hechos podían estar en una simple relación de causa y efecto. Habían abierto un enorme boquete en la pared de la sala de máquinas. Torrentes de energía se habían derramado en el espacio. Se habían detenido para reparar los daños. Entreabrió los labios para decirlo, pero los cerró. Había otro factor, el factor de fuerzas y probabilidades implícitas en ese supuesto. ¿Cuánta potencia se necesitaría para succionar en pocos minutos la energía saliente de una pila? Pensó brevemente en la fórmula pertinente, sacudió la cabeza. Las cifras que se le ocurrían eran tan enormes que la hipótesis que iba a formular parecía quedar descartada automáticamente. Ni mil coeurls habrían manipulado semejantes cantidades de energía, lo cual sugería que aquí se trataba de máquinas y no de individuos.
– Deberíamos apuntar una unidad móvil contra cualquier cosa que tenga ese aspecto – dijo alguien.
El temblor de la voz indujo una emoción similar en Grosvenor. La reacción debía haberse propagado por los comunicado res porque, cuando habló el director Morton, su tono indicaba que estaba tratando, de disipar el escozor que causaban esas palabras.
– Un pesadillesco monstruo de sangre roja, feo como el demonio – dijo Morton -, y quizá tan inofensivo como mortífero era nuestro gatito de hace unos meses. ¿Qué piensa usted, Smith?
El desmañado biólogo fue fríamente lógico.
– Esta cosa, por lo que veo desde aquí, tiene brazos y patas, producto de una evolución puramente planetaria. Si es inteligente, comenzará a reaccionar ante el entorno cambiante en cuanto esté dentro de la jaula. Quizá sea un sabio venerable que medita en el silencio del espacio, donde no hay distracciones. O quizá sea un joven homicida, condenado al exilio, consumido por el deseo de volver a casa y reanudar la vida en su propia civilización.
– Ojalá Korita hubiera salido con nosotros – dijo Pennons, el jefe de máquinas, a su manera serena y práctica -. Su análisis del gatito en el planeta de los felinos nos dio una idea de lo que enfrentábamos y…
– Habla Korita, señor Pennons. – Como de costumbre, la voz del arqueólogo japonés llegaba por los comunicadores con meticulosa claridad -. Como muchos otros, he escuchado lo que sucedía, y admito que me impresiona la imagen de esta criatura en la pantalla que tengo ante mí. Pero me temo que un análisis basado en la historia cíclica sería arriesgado en una etapa en que carecemos de tantos datos. En el caso del gatito, teníamos ese planeta árido donde él vivía, y los datos arquitectónicos de esa ciudad en ruinas. Pero aquí tenemos un ser que vive en el espacio, a un cuarto de millón de años luz del planeta más cercano, al parecer sin comida, y sin medios de locomoción espacial. Sugiero lo siguiente. Mantengamos activa la pantalla, salvo por una abertura para sacar la jaula. Una vez que la criatura esté en la jaula, estudiemos cada acción y reacción. Tomemos imágenes de sus órganos internos funcionando en el vacío del espacio. Averigüemos todo sobre ella, para saber qué estamos trayendo a bordo. Evitemos matar, o ser muertos. Se deben tomar las mayores precauciones.
– Muy sensato – dijo Morton. Comenzó a impartir órdenes. Se trasladaron más máquinas desde el interior de la nave. Se instalaron en un tramo liso y curvo de la superficie exterior, salvo una maciza cámara de fluorita que se adosó a la jaula móvil.
Grosvenor escuchó con inquietud mientras el director daba las últimas instrucciones a los hombres que guiaban la jaula.
– Abran bien la puerta – dijo Morton – y arrojen la jaula sobre él. No permitan que aferre los barrotes con las manos.
Es ahora o nunca, pensó Grosvenor. Si tengo alguna objeción, debo presentarla ahora.
No parecía haber ninguna. Podía bosquejar sus vagas dudas. Podía llevar el comentario de Gunlie Lester a su conclusión lógica y decir que lo que había sucedido no podía ser un accidente. Incluso podía sugerir que quizá una nave de esos demonios rojos aguardara a lo lejos, esperando que ellos recogieran a su compañero.
Pero se habían tomado todas las precauciones contra esas eventualidades. Si había una nave, al abrir la pantalla protectora sólo lo suficiente para que pasara la jaula, ofrecían un blanco mínimo. El casco externo podía ser atacado, los hombres que estaban allí podían morir. Pero la nave estaría a salvo.
El enemigo descubriría que su acción no había servido de nada. Se toparía con un formidable navío acorazado y armado, tripulado por miembros de una raza que podía librar una batalla hasta su implacable conclusión.
Grosvenor llegó a ese punto en su especulación, y decidió no hacer comentarios. Mantendría sus dudas en reserva.
– ¿Algún comentario? – preguntó Morton.
– Sí. – La nueva voz pertenecía a Von Grossen -. Yo estoy a favor de hacer un examen exhaustivo de esa criatura. Para mí, exhaustivo significa una semana, un mes.
– ¿Sugiere que esperemos en el espacio mientras nuestros expertos estudian al monstruo? – preguntó Morton.
– Eso es – dijo el físico. Morton calló varios segundos. – Tendré que deliberar con los demás, Von Grossen. Ésta es una expedición exploratoria. Estamos equipados para llevar miles de especímenes. Siendo científicos, todo es agua para nuestro molino. Todo debe ser investigado. Pero si nos detenemos un mes en el espacio por cada espécimen que llevamos a bordo, objetarán que este viaje durará quinientos años en vez de cinco o diez. No es mi objeción personal. Obviamente, es preciso examinar y encarar cada espécimen según sus propias características.
– Sólo digo que lo pensemos – respondió Von Grossen.
– ¿Alguna otra objeción? – preguntó Morton. Como no hubo ninguna, concluyó en voz baja -: De acuerdo, muchachos. Salgan a buscarlo.
Sus pensamientos continuaban dividiéndose en recuerdos caleidoscópicos de todas las cosas que había conocido o pensado. Tuvo una visión de su planeta natal, destruido tiempo atrás. La imagen suscitaba orgullo, y un creciente desprecio por estos seres bípedos que esperaban capturarlo.
Recordaba una época en que su raza controlaba el movimiento de sistemas solares enteros por el espacio. Eso fue antes de que abandonaran el viaje espacial para adoptar una existencia más apacible, construyendo belleza a partir de las fuerzas naturales, en un éxtasis de prolongada producción creativa.
Observó mientras llevaban la jaula hacia él. La jaula atravesó una abertura de la pantalla, que se cerró al instante. La transición fue imperceptible. Aunque hubiera querido, no habría podido aprovechar esa efímera abertura. No deseaba hacerlo. No debía hacer un solo movimiento hostil hasta estar dentro de la nave. Lentamente la jaula se acercó. Sus dos operadores eran cautos y atentos. Uno empuñaba un arma. Ixtl sospechó que descargaba un proyectil atómico. ESo le inspiró respeto, aunque también reconocía sus limitaciones. Se podía usar contra él en el exterior, pero no se atreverían a emplear una energía tan violenta en el interior de la nave.
Con creciente lucidez, Concentró su voluntad. ¡Subir a la nave! ¡Meterse dentro!
Mientras crecía su determinación, la boca de la jaula lo devoró. La puerta de metal se cerró en silencio. Ixtl cogió el barrote más próximo, lo aferró tenazmente. Sintió vértigo. ¡Estaba a salvo! Su mente se expandía Con la fuerza de esa realidad. Había un efecto físico, no sólo mental. Enjambres de electrones libres se descargaron dentro de su cuerpo desde el caos de sistemas atómicos giratorios, y frenéticamente buscaron la unión Con otros sistemas. Estaba a salvo después de miles de millones de años de desesperación. A salvo en un cuerpo material. Al margen de lo que ocurriera después, el control de la fuente energética de esa jaula lo liberaba para siempre de su incapacidad para dirigir sus movimientos. Nunca más estaría sostenido a los débiles tirones de galaxias remotas. A partir de ahora, podía viajar en cualquier dirección que deseara y había ganado todo eso sólo con la jaula.
Mientras se aferraba a loS barrotes, su prisión comenzó a moverse hacia la superficie de la nave. La pantalla protectora se entreabrió cuando se acercaron, y se cerró detrás. De cerca, esos hombres eran patéticos. Su necesidad de utilizar trajes espaciales demostraba su incapacidad para adaptarse a entornos radicalmente diferentes, lo cual significaba que físicamente estaban en un plano inferior de la evolución. Sería imprudente, sin embargo, subestimar sus logros científicos. Aquí había cerebros agudos, capaces de crear y utilizar potentes máquinas. y ahora habían aproximado varias de esas máquinas, evidentemente con el propósito de estudiarlo. Eso revelaría su intención, identificaría los preciosos objetos que llevaba ocultos en el pecho, y expondría algunos de sus procesos vitales. No podía permitir que hicieran ese examen.
Vio que varios de esos seres no llevaban una sino dos armas. Estaban metidas en fundas, al alcance de la mano, en cada traje espacial. Una de esas armas era el lanzador de proyectiles atómicos con el cual ya lo habían amenazado. La otra tenía una manija chispeante y traslúcida. Ixtl lo analizó y dedujo que era una pistola de vibraciones. Los hombres de la jaula también estaban armados con el segundo tipo de arma.
Mientras la jaula descendía al improvisado laboratorio, una cámara avanzó hacia la angosta abertura que separaba dos barrotes. Ixtl entró en acción. Sin esfuerzo, se elevó al cielo raso de la jaula. Aguzó la visión, que se volvió sensible a frecuencias muy cortas. Al instante pudo ver la fuente energética del vibrador como una mancha brillante que estaba a su alcance.
Un brazo, con sus ocho dedos sinuosos, se lanzó con indescriptible celeridad hacia el metal, lo atravesó, desenfundó el vibrador de uno de los hombres de la jaula.
No intentó reacomodar la estructura atómica del arma como había reacomodado su brazo. Era importante que no supieran quién había disparado. Procurando mantener su incómoda posición, apuntó el arma a la cámara y al grupo de hombres que había detrás. Haló el gatillo. En un movimiento continuo, Ixtl soltó el vibrador, retiró la mallo y bajó al suelo. Su temor inmediato se había disipado. La energía puramente molecular había resonado por la cámara y había afectado a la mayor parte del equipo del improvisado laboratorio. La película sensible sería inútil; habría que ajustar los medidores, examinar los calibradores, probar cada máquina. Tal vez tuvieran que reemplazar todos esos trebejos. y lo mejor era que lo sucedido, por su naturaleza, se consideraría un accidente.
Grosvenor oyó maldiciones en el comunicador, y supuso con alivio que los demás combatían, como él, la irritante vibración que el material de sus trajes espaciales había amortiguado sólo en parte. Sus ojos se adaptaron lentamente. Al fin volvió a ver el metal curvo donde estaba apoyado, y más allá la árida cresta de la nave y los ilimitados kilómetros de espacio, abismos oscuros, insondables, inconcebibles. También vio un borrón entre las sombras, la jaula de metal.
– Lo lamento, director – se disculpó uno de los hombres que estaba sobre la jaula -. El vibrador se debe de haber resbalado de mi cinturón y se disparó.
– Director – intervino Grosvenor -, esa explicación es poco plausible, dada la ausencia de gravedad.
– Bien dicho, Grosvenor – dijo Morton -. ¿Alguien vio algo?
– Tal vez la toqué sin darme cuenta, señor – sugirió el hombre cuya arma había causado el alboroto. Hubo rezongos de Smith. El biólogo masculló algo parecido a «ese estrábico erisipelatoso…». Grosvenor no entendió el resto, pero supuso que así insultaban los biólogos. Lentamente, Smith se enderezó.
– Un minuto – murmuró -. Trataré de recordar lo que vi. Yo estaba en plena línea de fuego… Ah, ya, mi cuerpo ha dejado de temblar. – Su voz cobró nitidez -. No podría jurarlo, pero antes de que me sobresaltara ese vibrador, la criatura se movió. Creo que saltó al cielo raso. Admito que estaba demasiado negro para ver algo más que un borrón, pero… – No concluyó la frase.
– Crane – ordenó Morton -, encienda la luz de la jaula, y veamos qué tenemos aquí.
Con los otros, Grosvenor dio la vuelta mientras un fulgor luminoso bañaba a Ixtl, que estaba agazapado en el fondo de la jaula. Guardó silencio, pasmado a pesar de sí mismo. El lustre metálico y rojizo del cuerpo cilíndrico de la criatura, los ojos como ascuas, los dedos sinuosos, y el aire de perfidia escarlata lo sobresaltaron.
– Quizá sea muy guapo… para sí mismo – jadeó Siedel por el comunicador.
Esa leve humorada rompió el hechizo del horror.
– Si la vida es evolución – dijo rígidamente un hombre -, y nada evoluciona salvo para utilizarse, ¿cómo puede una criatura que vive en el espacio tener patas y brazos? Sus entrañas deben ser interesantes. Pero ahora la cámara no sirve. Esa vibración distorsionó la lente, y la película está estropeada. ¿Hago enviar otra?
– No – intervino Morton dubitativamente, pero pronto continuó con voz más firme -. Hemos perdido mucho tiempo, ya fin de cuentas podemos recrear el vacío del espacio en los laboratorios de la nave, viajando con plena aceleración.
– ¿Debo entender que ignorará mi sugerencia? – Era Von Grossen, el físico. Continuó -: Recordará que recomendé estudiar ala criatura por lo menos una semana antes de tomar la decisión de llevarla a bordo.
Morton titubeó.
– ¿Alguna otra objeción? – preguntó al fin. Parecía preocupado.
– No creo que debamos pasar de la cautela extrema a la total ausencia de precauciones – dijo Grosvenor.
– ¿Alguien más? – murmuró Morton. Cuando no recibió respuesta, añadió -: ¿Smith?
– Obviamente la llevaremos a bordo – dijo Smith -. No olvidemos que una criatura que vive en el espacio es lo más extraordinario que hemos encontrado. Aun el gatito, que se sentía a sus anchas tanto con oxígeno como con cloro, necesitaba algún tipo de calor, y el frío y la falta de presión del espacio le habrían resultado fatales. Si, como sospechamos, el hábitat natural de esta criatura no es el espacio, debemos encontrar cómo y por qué llegó adonde está.
Morton frunció el entrecejo.
– Veo que tendremos que someterlo a votación. Podríamos forrar la jaula con un metal que tuviera una pantalla externa. ¿Eso le satisfaría, Von Grossen?
– Ahora hablamos con sensatez – dijo Von Grossen -. Pero tendremos más discusiones antes de desactivar la pantalla energética.
Morton rió.
– Una vez que hayamos emprendido el regreso, usted y los demás pueden discutir los pros y los contras hasta el final del viaje. ¿Alguna otra objeción? ¿Grosvenor?
Grosvenor sacudió la cabeza.
– Creo que la pantalla servirá, director
– Si alguien está en contra, que lo diga – dijo Morton. Como nadie habló, dirigió una orden a los hombres de la jaula -. Muevan esa cosa hacia aquí, así podremos prepararla para la energización.
Ixtl sintió una tenue palpitación en el metal cuando arrancaron los motores, vio que los barrotes se movían. Luego reparó en un cosquilleo agudo y agradable. Era una actividad física dentro de su cuerpo, y mientras se producía detenía el funcionamiento de su mente. Cuando pudo pensar de nuevo, estaba bajo el suelo de la jaula, tendido en la dura superficie del casco externo de la nave espacial.
Con un rugido, se incorporó mientras comprendía la verdad. Se había olvidado de readaptar los átomos de su cuerpo después de disparar el vibrador. Había atravesado el suelo metálico de la jaula.
– ¡Santo cielo! – La exclamación de Morton casi ensordeció a Grosvenor.
El largo cuerpo escarlata de Ixtl correteó por las sombras del impenetrable metal del casco externo de la nave, hacia la cámara estanca. Se zambulló en sus deslumbrantes honduras. Su cuerpo adaptado se disolvió en las dos puertas internas. Apareció en el extremo de un corredor largo y reluciente, a salvo por el momento. y había un dato importante.
En la inminente lucha por el control de la nave tendría una gran ventaja, aparte de su superioridad individual. Sus oponentes aún desconocían sus mortíferas intenciones.
Veinte minutos después, Grosvenor estaba sentado en una de las butacas del auditorio de la sala de control. Morton y el capitán Leeth deliberaban en voz baja en una de las gradas que conducían ala sección principal del tablero de instrumentos.
La sala estaba atestada. Con excepción de los guardias apostados en centros clave, se había ordenado la asistencia de todos. Los militares y sus oficiales, los jefes de los departamentos de ciencias con su personal, las ramas administrativas y los técnicos que no pertenecían a ningún departamento, todos estaban en la sala o congregados en los corredores contiguos.
Sonó una campana. El murmullo de la conversación comenzó a apagarse. La campana sonó de nuevo. Toda conversación cesó. El capitán Leeth se adelantó.
– Caballeros, siguen surgiendo problemas, ¿verdad? Me temo que los militares no hemos sabido valorar a los científicos en el pasado. Creí que vivían en laboratorios, lejos del peligro, pero comienzo a advertir que los científicos pueden descubrir problemas donde antes no existían.
Vaciló brevemente, y continuó con el mismo tono humorístico y seco.
– El director Morton y yo hemos acordado que este problema no afecta sólo a las fuerzas militares. Mientras la criatura esté suelta, cada hombre debe ser su propio policía. Deben ir armados, en pareja o en grupo… cuantos más, mejor.
Una vez más escrutó al público, y continuó con tono más sombrío.
– Sería una tontería creer que esta situación no implicará peligro o muerte para algunos de nosotros. Puedo ser yo. Pueden ser ustedes. Prepárense para ello. Acepten la posibilidad. Pero si alguien tiene el destino de establecer contacto con esta peligrosa criatura, que se defienda hasta morir. Que trate de llevársela consigo. Que no sufra ni muera en vano. – Se volvió hacia Morton -. Ahora el director coordinará una discusión donde decidiremos cómo usar los considerables conocimientos científicos que haya bordo de esta nave contra nuestro enemigo. Señor Morton.
Morton se adelantó lentamente. Su cuerpo robusto y vigoroso quedaba empequeñecido por el gigantesco tablero de instrumentos que se erguía a sus espaldas, pero aun así era imponente. Los ojos grises del director recorrieron inquisitivamente la hilera de rostros sin detenerse en ninguno, como si evaluara el estado de ánimo general. Comenzó por alabar la actitud del capitán Leeth.
– He examinado mis propios recuerdos de lo que ocurrió – dijo a continuación -, y creo que puedo decir con franqueza que nadie es culpable de que la criatura esté abordo, ni siquiera yo. Habíamos decidido, como recordarán, subirla a bordo dentro de un campo de fuerza. Esa precaución satisfacía a nuestros críticos más meticulosos, y fue lamentable que no se tomara a tiempo. El ser entró en la nave por sus propios poderes, mediante un método que era imprevisible. – Hizo una pausa. Su aguda mirada barrió la sala -. ¿O alguien tenía algo más que una premonición? En tal caso, hablen, por favor.
Grosvenor irguió el cuello, pero nadie alzó la mano. Se reclinó en el asiento, y se sorprendió al ver que Morton le clavaba los ojos grises.
– Señor Grosvenor, ¿la ciencia del nexialismo le permitió predecir que esta criatura podía disolver su cuerpo y atravesar una pared?
– No – respondió claramente Grosvenor.
– Gracias – dijo Morton.
Parecía satisfecho, pues no le preguntó a nadie más. Grosvenor ya había comprendido que el director trataba de justificar su propia posición. El hecho de que debiera hacerlo era un triste comentario sobre la política de a bordo. Pero lo que más interesó a Grosvenor fue que apelara al nexialismo como una especie de autoridad definitiva.
Morton hablaba de nuevo.
– Siedel – dijo -, denos una descripción psicológicamente aceptable de lo que ha sucedido.
– Para capturar a este ser – dijo el jefe de psicología -, debemos tener una idea clara de lo que es. Tiene brazos y patas, pero flota en el espacio y permanece con vida. Se deja atrapar en una jaula, pero sabe que la jaula no puede retenerlo. Luego atraviesa el fondo de la jaula, lo cual es una tontería si no quiere que sepamos que puede hacerlo. Hay un motivo por el cual los seres inteligentes cometen errores, una razón fundamental que debería permitirnos hacer ciertas conjeturas acerca de su origen y analizar por qué está aquí. Smith, háblenos de su configuración biológica.
El desmañado y huraño Smith se puso de pie.
– Ya hemos comentado el obvio origen planetario de sus manos y sus patas. Su capacidad para vivir en el espacio, si es producto dé la evolución, es por cierto un atributo notable. Sugiero que aquí tenemos al miembro de una raza que ha resuelto los problemas finales de la biología. Y si supiera cómo buscar a una criatura que se puede escabullir a través de una pared, mi consejo sería perseguirla y matarla al instante.
– Ah… – suspiró Kellie, el sociólogo. Era un hombre calvo, cuarentón, de ojos grandes e inteligentes. Cualquier ser que pueda adaptarse ala vida en el vacío sería señor del universo. Su especie habitaría todos los planetas, atestaría las galaxias. Enjambres de sus congéneres flotarían en el espacio. Pero sabemos que su raza no infesta nuestra zona galáctica. Una paradoja digna de investigación.
– No entiendo a dónde quiere llegar, Kellie – dijo Morton.
– Es simple. Una raza que ha resuelto los secretos máximos de la biología debe estar milenios por delante del hombre. Sería altamente simpodial, es decir, capaz de adaptarse a cualquier entorno. según la ley de la dinámica vital, se expandiría hasta la frontera más lejana del universo, tal como el hombre intenta hacer.
– Es una contradicción – admitió Morton -, y parece demostrar que la criatura no es un ser superior. Korita, ¿cuál es la historia de esta cosa?
El científico japonés se encogió de hombros, pero se puso de pie.
– Me temo que puedo ser de muy poca ayuda con datos tan escasos. Ustedes conocen la teoría predominante: que la vida se eleva, si elevarse es el término apropiado, mediante una serie de ciclos. Cada ciclo comienza con el campesino, que está arraigado al suelo. El campesino llega al mercado, y lentamente el mercado se transforma en ciudad, con un contacto cada vez menos «interior» con la tierra. Luego tenemos ciudades y naciones, y al fin las impersonales ciudades planetarias y una lucha devasta dora por el poder, una serie de guerras espantosas que arrastran a los hombres al estado fellah, y así al primitivismo, a un nuevo estadio campesino. La pregunta es si esta criatura está en la era campesina de su ciclo, o en una era de grandes ciudades, de megalópolis, o en cuál.
Hizo una pausa. Grosvenor pensó que se habían presentado algunas imágenes muy elocuentes. Las civilizaciones parecían operar en ciclos. Cada período del ciclo debía tener su propio fondo psicológico. Había muchas explicaciones posibles para el fenómeno, y el concepto spengleriano de los ciclos era sólo uno. Incluso era posible que Korita pudiera prever los actos del alienígena gracias a la teoría cíclica. En el pasado había demostrado que el sistema funcionaba y podía realizar predicciones. Por el momento, tenía la ventaja de ser el único enfoque histórico con técnicas que se podían aplicar a una situación dada.
La voz de Morton cortó el silencio. – Korita, dado nuestro limitado conocimiento de este ser, ¿qué rasgos básicos deberíamos buscar, suponiendo que esté en la etapa megalopolitana de su cultura?
– Tendría un intelecto casi invencible, temible en alto grado. En su propio juego, no cometería ningún tipo de error, y sólo sería derrotado en circunstancias que escaparan a su control. El mejor ejemplo – observó Korita con discreción – es el muy entrenado ser humano de nuestra época.
– Pero ya ha cometido un error – señaló Von Grossen -. Cayó tontamente por el fondo de la jaula. ¿Es la clase de cosa que haría un campesino?
– Supongamos que está en la etapa campesina – sugirió Morton.
– Entonces – respondió Korita – sus impulsos básicos serían mucho más simples. Ante todo estaría el deseo de reproducirse, de tener un hijo, de saber que ha legado su sangre. Suponiendo una gran inteligencia, este impulso podría cobrar, en un ser superior, la forma de un fanático afán de asegurar la supervivencia de la raza. Yeso es todo lo que diré con los datos disponibles.
Se sentó. Morton permaneció junto al tablero de instrumentos y miró a su público de expertos. Detuvo la mirada en Grosvenor.
– Recientemente – dijo – he llegado a entender que la ciencia del nexialismo puede ofrecer un nuevo enfoque para la solución de problemas. Como es un enfoque holístico de la vida, llevado ala enésima potencia, puede ayudarnos a tomar una decisión rápida en un momento en que se requiere una decisión rápida. Grosvenor, por favor, díganos qué opina de esta criatura alienígena.
Grosvenor se puso de pie.
– Puedo ofrecer una conclusión basada en mis observaciones. Podría presentar una teoría propia en cuanto a cómo hicimos contacto con esta criatura, el modo en que succionó la energía de la pila, obligándonos a reparar la pared externa de la sala de máquinas… y hubo intervalos de tiempo significativos… pero en vez de explayarme sobre eso me gustaría decirles, en los próximos minutos, cómo deberíamos matar…
Hubo una interrupción. Media docena de hombres se abrían paso en medio del grupo que cubría la puerta. Grosvenor hizo una pausa y miró inquisitivamente a Morton. El director se había vuelto hacia el capitán Leeth. El capitán avanzó hacia los recién llegados, y Grosvenor vio que Pennons, el jefe de máquinas, era uno de ellos.
– ¿Ha concluido, señor Pennons? – preguntó Leeth. El jefe de máquinas asintió.
– Sí, señor. – y añadió con tono de advertencia -: Es esencial que todos los hombres estén vestidos con traje de cauchita, y que usen guantes y zapatos de cauchita.
El capitán Leeth explicó.
– Hemos energizado las paredes de los dormitorios. Quizá tardemos un poco en atrapar a esta criatura, y así no correremos el riesgo de que nos asesine mientras dormimos. Nosotros… – Se interrumpió, preguntando de mal humor -: ¿Qué pasa, señor Pennons?
Pennons miraba un pequeño instrumento que tenía en la mano.
– ¿Estamos todos aquí, capitán? – preguntó lentamente.
– Sí, salvo los guardias de la sala de máquinas.
– Entonces hay algo atrapado en las murallas de fuerza. ¡Pronto, debemos rodearlo!
Sufrió un shock devastador cuando regresaba a los pisos superiores después de explorar los inferiores. Primero pensaba con complacencia en las secciones metálicas de la bodega de la nave, donde secretaría sus guuls. De pronto quedó atrapado en el chispeante y furioso centro de una pantalla energética.
El dolor le ennegreció la mente. Nubes de electrones se liberaron en su interior. Saltaban de sistema en sistema, buscando la unión, para ser violentamente repelidos por sistemas atómicos que luchaban tenazmente para conservar la estabilidad. Durante esos largos, fatídicos segundos, el maravilloso equilibrio de su estructura estuvo al borde del colapso. Se salvó porque el genio colectivo de su raza había previsto incluso esta peligrosa eventualidad.
Al imponerse una evolución artificial, habían tenido en cuenta la posibilidad de un encuentro fortuito con una radiación violenta. Como el rayo, su cuerpo se ajustaba una y otra vez, y cada estructura recién construida soportaba la intolerable carga durante una fracción de microsegundo. y luego saltó de la pared, y estuvo a salvo.
Concentró su mente en la situación. La muralla de fuerza defensiva tendría un sistema de alarma conectado. Eso significaba que los hombres se aproximarían desde los corredores adyacentes en un intento organizado de acorralarlo. Los ojos de Ixtl eran relucientes estanques de fuego cuando comprendió su oportunidad. Estarían desperdigados, y él podría pillar a uno, investigar sus posibilidades y usarlo para el primer guul.
No había tiempo que perder. Se metió en la pared no energizada más próxima, una silueta alta, desgarbada. Sin pausa, corrió de sala en sala, manteniéndose paralelo aun corredor principal. Sus sensitivos ojos siguieron las figuras borrosas de los hombres que pasaban corriendo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco en este corredor. El quinto estaba a cierta distancia de los demás. Era una ventaja pequeña, pero era todo lo que Ixtl necesitaba.
Como un espectro atravesó la pared, apareció delante del último hombre, embistió con ímpetu irresistible. Era una danzante y temible monstruosidad de ojos centelleantes y boca repulsiva. Extendió los cuatro brazos color fuego, y con su inmensa fuerza aferró al ser humano. El hombre se resistió espasmódicamente, y al fin fue doblegado y arrojado al suelo.
Quedó tendido de espaldas. Ixtl vio que abría y cerraba la boca en una serie despareja de movimientos. Cada vez que la abría, Ixtl sentía un cosquilleo en los pies. La sensación no era difícil de identificar. Eran las vibraciones de una llamada de auxilio. Con un gruñido, Ixtl se lanzó sobre él. Con su manaza trituró la boca del hombre. El cuerpo se aflojó. Pero todavía estaba vivo y consciente, e Ixtl hundió dos manos en él.
Ese acto paralizó al hombre. Dejó de resistirse. Con ojos desorbitados, miró los brazos largos y sinuosos que entraban por su camisa y le revolvían el pecho. Luego, horrorizado, miró el cuerpo rojo y cilíndrico que se erguía sobre él
El interior del cuerpo del hombre parecía ser de carne sólida. Ixtl necesitaba un espacio abierto, o un espacio que se pudiera abrir, mientras la presión no matara a su víctima. Para sus propósitos, necesitaba carne viviente.
¡Deprisa, deprisa! Sus pies detectaban las vibraciones de pisadas que se acercaban. Venían sólo de una dirección, pero se aproximaban rápidamente. En su ansiedad, Ixtl cometió el error de acelerar su investigación. Endureció sus dedos momentáneamente, llevándolos a un estado de semisolidez. En ese momento tocó el corazón. El hombre suspiró convulsivamente, tiritó y cayó muerto.
Un instante después los dedos de Ixtl descubrieron el estómago y los intestinos. Se enfureció consigo mismo. Ahí estaba lo que necesitaba, y lo había inutilizado. Se enderezó despacio, aplacando su furia y consternación, No había previsto que estos seres inteligentes murieran tan fácilmente. Eso cambiaba y simplificaba todo. Estaban a su merced, no a la inversa. Ya no necesitaba ser tan cauto para enfrentarlos.
Dos hombres con vibradores desenfundados doblaron el recodo más próximo y se detuvieron al ver esa aparición que gruñía junto al cadáver de su compañero. Cuando salieron de su momentánea parálisis, Ixtl se metió en la pared. Primero era un borrón escarlata en ese luminoso corredor, y de pronto desapareció como si nunca hubiera existido. Sintió la vibración de las armas mientras la energía desgarraba en vano las paredes.
Ahora su plan estaba claro. Capturaría media docena de hombres y los usaría como guuls. Luego mataría a los demás, pues ya no serían necesarios. Después seguiría viaje hacia la galaxia a la que se dirigía la nave para adueñarse del primer planeta habitado. Después de eso, la conquista del universo alcanzable sólo sería cuestión de tiempo.
Grosvenor se detuvo frente aun comunicador de pared con otros hombres, y observó la imagen del grupo que se había reunido alrededor del técnico muerto. Le habría gustado estar ahí, pero tardaría varios minutos en llegar. Durante ese tiempo estaría fuera de contacto. Prefería observar, y ver y oír todo.
El director Morton estaba cerca de la pantalla transmisora, a un metro de donde el doctor Eggert examinaba al hombre muerto. Parecía tenso. Apretaba la mandíbula. Cuando habló, su voz era apenas un susurro. Pero las palabras cortaron el silencio como un latigazo.
– ¿Bien, doctor? El doctor Eggert se levantó y giró hacia Morton. Enfrentó la pantalla. Grosvenor vio que fruncía el entrecejo.
– Paro cardíaco – dijo.
– ¿Paro cardíaco?
– Está bien, está bien. – El doctor alzó las manos defensivamente -. Sé que parece que le hubieran aplastado los dientes contra el cerebro. Y, habiéndolo examinado muchas veces, sé que su corazón estaba perfecto. No obstante, parece un paro cardíaco.
– Le creo – dijo amargamente un hombre -. cuando doblé ese recodo y vi a esa bestia, yo también estuve a punto de sufrir un paro cardíaco.
– Estamos perdiendo el tiempo. – Grosvenor reconoció la voz de Von Grossen antes de ver al físico de pie entre dos hombres, del otro lado de Morton. El científico continuó -: Podemos derrotar a ese ser, pero no hablando de él y sintiéndonos mal cada vez que hace algo. Si soy el siguiente en su lista de víctimas, quiero saber que el mejor grupo de científicos del sistema no está llorando por mi destino sino que está devanándose los sesos para vengar mi muerte.
– Tiene razón – intervino Smith -. Nuestro problema es que nos hemos sentido inferiores. Hace menos de una hora que está en la nave, pero veo claramente que algunos de nosotros morirán. Acepto mi suerte. Pero organicémonos para combatirlo.
– Señor Pennons – dijo Morton -, aquí hay un problema. Tenemos tres kilómetros cuadrados de superficie en nuestros treinta niveles. ¿Cuánto tardaremos en energizar cada pulgada?
Grosvenor no pudo ver al jefe de máquinas. No estaba al alcance de la lente curva de la pantalla. Pero la expresión del oficial debía de ser digna de verse. Cuando le respondió a Morton había asombro en su voz.
– Podría recorrer la nave y quizá prepararla por completo en una hora. No entraré en detalles. Pero una energización no controlada matará a todo ser viviente de abordo.
Morton daba la espalda a la pantalla comunicadora que transmitía las imágenes y las voces de los que estaban junto al cadáver del hombre a quien Ixtl había matado.
– ¿No podría introducir más energía en esas paredes, Pennons?
– ¡No! – exclamó el jefe de máquinas -. Las paredes no lo soportarían. Se derretirían.
– ¡Las paredes no lo soportarían! – jadeó un hombre -. ¿Se da cuenta de lo que eso implica sobre la resistencia de esta criatura?
Grosvenor vio que había consternación en la cara de los hombres cuya imagen se transmitía. La voz de Korita interrumpió el tenso silencio.
– Director, lo estoy observando por un comunicador de la sala de control. Ante la sugerencia de que nos enfrentamos a una supercriatura, quiero recordarles esto: cometió el error de caer en la muralla de fuerza, y retrocedió asustado sin entrar en los dormitorios. y empleo la palabra error deliberadamente, pues nos indica que no es infalible.
– Eso me lleva, una vez más – dijo Morton -, a lo que usted dijo antes sobre las características psicológicas que debemos esperar en las diversas etapas cíclicas. Supongamos que es un campesino de su ciclo.
La respuesta de Korita fue entusiasta, tratándose de alguien que siempre hablaba con suma cautela.
– En tal caso, no comprende el poder de la organización. Es muy probable que piense que para controlar la nave sólo tendrá que luchar contra los hombres que hay en ella. Por instinto, restará importancia al hecho de que formamos parte de una gran civilización galáctica. La mente de los auténticos campesinos es muy individualista, casi anárquica. Su deseo de reproducirse, de legar su propia sangre, es una forma de egoísmo. Esta criatura, si está en una etapa campesina de desarrollo, quizá desee tener seres similares a él para que le ayuden en su lucha. Le gusta la compañía pero no quiere interferencias. Cualquier sociedad organizada puede dominar a una comunidad campesina, porque sus miembros nunca logran formar sino una unión informal contra los forasteros.
– Una unión informal de esos demonios sería suficiente – comentó ácida mente un técnico -. Yo… ah… sus palabras se perdieron en un aullido. Abrió la mandíbula. Sus ojos, claramente visibles para Grosvenor, se hincharon. Todos los hombres que eran visibles en la pantalla retrocedieron un par de metros; Ixtl apareció en el centro de la pantalla.
Allí estaba, temible espectro de un infierno escarlata. Sus ojos penetrantes brillaban, aunque ya no estaba alarmado. Había evaluado a esos seres humanos, y los despreciaba, pues sabía que podía zambullirse en la pared más próxima antes de que cualquiera de ellos lo atacara con su vibrador.
Había venido en busca de su primer guul. Al arrebatar ese guul del centro del grupo, desmoralizaría a todos los demás. Grosvenor sintió que una oleada de irrealidad lo envolvía mientras miraba la escena. Sólo algunos de esos hombres estaban dentro del campo del comunicador. Von Grossen y dos técnicos eran los que estaban más cerca de Ixtl. Morton estaba detrás de Von Grossen, y cerca de uno de los técnicos se veía parte de la cabeza y el cuerpo de Smith. Como grupo parecían oponentes insignificantes para esa monstruosidad alta, gruesa y cilíndrica que se erguía ante ellos.
Fue Morton quien rompió el silencio. Con lentitud, apartó la mano de la culata traslúcida del vibrador, y dijo con voz firme:
– No traten de dispararle. Se mueve como el rayo y no estaría aquí si pensara que podemos liquidarlo. Además, no podemos arriesgarnos a fracasar. Ésta puede ser nuestra única oportunidad.
Continuó deprisa, con voz urgente:
– Todas las dotaciones de emergencia que estén escuchando, rodeen este corredor. Traigan las armas portátiles más pesadas, e incluso algunas semiportátiles, para quemar las paredes. Abran una senda clara alrededor de esta área, y barran ese espacio con sus rayos en haz angosto. ¡Ya!
– ¡Buena idea, director! – El rostro del capitán Leeth apareció un instante en el comunicador de Grosvenor, tapando la imagen de Ixtl y los demás -. Estaremos allí si puede retener a ese demonio tres minutos. – Su rostro se alejó tan rápidamente como había llegado.
Grosvenor abandonó su comunicador. Sabía que estaba demasiado lejos de la escena para lograr la clase de observación precisa en que un nexialista debía basar sus actos. No formaba parte de una dotación de emergencia, así que se proponía reunirse con Morton y los demás en la zona de peligro.
Mientras corría, pasó frente a otros comunicadores, y notó que Korita daba consejos desde lejos.
– Morton, aproveche esta oportunidad, pero no cuente con el éxito. Vea que ha reaparecido antes de que tuviéramos la posibilidad de prepararnos. No importa si nos presiona intencional o accidentalmente. El resultado, sea cual fuere la motivación, es que estamos en fuga, corriendo sin ton ni son. Hasta ahora no hemos aclarado nuestros pensamientos.
Grosvenor estaba bajando en un ascensor. Abrió la puerta y echó acorrer.
– Estoy convencido – siguió la voz de Korita desde el comunicador del siguiente corredor – de que los vastos recursos de esta nave pueden derrotar a cualquier criatura que haya existido… – Si Korita dijo algo más, Grosvenor no lo oyó. Había doblado el recodo. Adelante estaban los hombres, y más allá Ixtl. Vio que Von Grossen acababa de dibujar algo en su libreta. Mientras Grosvenor observaba con aprensión, Von Grossen se adelantó y le mostró la hoja a Ixtl. La criatura titubeó, la aceptó. Le echó un vistazo y retrocedió con un gruñido siniestro.
– ¿Qué demonios ha hecho?
Von Grossen sonreía tensamente.
– Acabo de mostrarle cómo podemos derrotarlo – murmuró -. Y sus palabras fueron interrumpidas. Grosvenor, todavía lejos, vio el incidente como un mero espectador. Todos los demás del grupo participaron en la crisis.
Morton debió de comprender lo que sucedía. Avanzó como para interponerse entre el monstruo y Von Grossen. Una mano de dedos largos y sinuosos arrojó al director contra los hombres que estaban detrás. Cayó, volteando a los que estaban más cerca. Se recobró, cogió el vibrador, quedó paralizado.
Como a través de un espejo deformante, Grosvenor vio que la cosa aferraba a Von Grossen con cuatro brazos color fuego. El físico, que pesaba más de cien kilos, se contorsionaba y retorcía en vano. Los delgados y duros músculos lo sostenían como grilletes. Grosvenor no disparaba su vibrador porque era imposible acertarle a la criatura sin acertarle a Von Grossen. Como el vibrador no podía matar a un ser humano pero podía dejarlo inconsciente, se preguntó si debía activar el arma o tratar desesperadamente de sonsacarle información a Von Grossen. Optó por lo segundo.
– Von Grossen – exclamó con voz apremiante -, ¿qué le mostró usted? ¿Cómo podemos derrotarlo?
Von Grossen oyó, porque movió la cabeza. Sólo tuvo tiempo para eso. En ese momento ocurrió algo descabellado. La criatura echó a correr y desapareció en la pared, aún aferrando al físico. Por un instante, Grosvenor pensó que su visión le había hecho una jugarreta. Pero sólo quedaban la lisa y reluciente pared y once hombres pasmados y sudorosos, siete de ellos empuñando armas que acariciaban con impotencia.
– ¡Estamos perdidos! – susurró uno de ellos -… Si puede, ajustar nuestras estructuras atómicas y llevamos con él por la materia sólida, no podemos luchar contra él.
Grosvenor notó que el comentario irritaba a Morton. Era la irritación de un hombre que procuraba mantener el equilibrio en circunstancias difíciles.
– ¡Mientras vivamos, podemos combatirlo! – exclamó airadamente el director. Se acercó aun Comunicador y preguntó -: Capitán Leeth, ¿qué ha conseguido?
Tras una demora, la cabeza y los hombros del comandante aparecieron en pantalla.
– Nada – dijo sucintamente -. El teniente Clay cree haber visto un relámpago escarlata que atravesaba un piso, bajando. Por el momento, podemos circunscribir nuestra búsqueda a la mitad inferir de la nave. En cuanto a los demás, estábamos alineando nuestras unidades cuando sucedió. No nos dieron tiempo.
– No fue nuestra decisión – dijo hurañamente Morton.
Grosvenor pensó que esa afirmación no era del todo cierta. Von Grossen había apresurado su captura al mostrarle a la criatura un diagrama de cómo la derrotarían. Era un acto típicamente humano y egocéntrico, con poco valor de supervivencia. Más aún, reforzaba su argumento contra el especialista que actuaba unilateralmente y era incapaz de colaborar inteligentemente con otros científicos. Detrás de lo que había hecho Von Grossen había una actitud secular. Esa actitud había sido valiosa en los primeros tiempos de la investigación científica, pero no servía de mucho ahora que cada desarrollo requería el conocimiento y la coordinación de muchas ciencias.
Grosvenor se preguntó si Von Grossen realmente había dado con una técnica para derrotar a Ixtl. Dudaba de que una técnica victoriosa se limitara a una sola especialidad. La figura que Von Grossen hubiera dibujado para la criatura debía de estar limitada a lo que sabía un físico.
Morton interrumpió sus reflexiones.
– Me gustaría tener alguna teoría acerca de lo que Von Grossen dibujó en el papel que le mostró a la criatura.
Grosvenor esperó a que otro respondiera. Como nadie hablaba, dijo:
– Creo tener una, director. Morton vaciló apenas un instante.
– Adelante – dijo al fin. – El único modo de llamar la atención de un alienígena – dijo Grosvenor – sería mostrarle un símbolo universalmente reconocido. Como Von Grossen es físico, el símbolo que habría usado es evidente.
Hizo una enfática pausa y miró en torno. Era un gesto melodramático pero inevitable. A pesar de la amistad de Morton, y del incidente de Riim, no era reconocido como autoridad en esa nave, así que sería mejor que la respuesta se les ocurriera espontáneamente a varias personas.
Morton rompió el silencio. – Adelante, joven. No nos haga esperar.
– Un átomo – dijo Grosvenor.
Todos lo miraron con desconcierto.
– Pero eso no significa nada – dijo Smith -. ¿Por qué le mostraría un átomo?
– No cualquier átomo. Apuesto a que Von Grossen dibujó para la criatura una representación estructural del excéntrico átomo del metal que constituye el casco externo del Beagle.
– ¡Ha dado en la tecla! – exclamó Morton.
– Un momento – dijo el capitán Leeth desde la pantalla del comunicador -. Confieso que no soy físico, pero me gustaría saber en qué tecla ha dado.
– Grosvenor quiere decir – explicó Morton – que sólo dos partes de la nave están compuestas por ese material increíblemente resistente, el casco externo y la sala de máquinas. Si usted hubiera estado con nosotros cuando capturamos a la criatura, habría notado que el duro metal del casco externo de la nave la detuvo cuando atravesó el suelo de la jaula. Parece que no puede atravesar ese metal. El hecho de que tuviera que correr a la cámara estanca para entrar es otra prueba de ello. Lo extraño es que no hayamos pensado en ello de inmediato.
– Si Von Grossen le mostraba a la criatura la naturaleza de nuestras defensas – objetó el capitán Leeth -, ¿no estaría señalando las pantallas energéticas que pusimos en las paredes? ¿Esa teoría no es tan válida como la del átomo?
Morton miró inquisitivamente a Grosvenor.
– La criatura – dijo el nexialista – ya había experimentado la pantalla energética y había sobrevivido. Sin duda Von Grossen creía haber dado con algo nuevo. Además, el único modo en que se puede mostrar un campo de fuerza en el papel es mediante una ecuación que contiene símbolos arbitrarios.
– Ese razonamiento es confortante – dijo el capitán Leeth -. Al menos tenemos un lugar a bordo donde estaremos a salvo, la sala de máquinas, y quizá cierta protección con las pantallas energéticas de nuestro dormitorio. Entiendo por qué Von Grossen pensaba que eso nos daba una ventaja. Todo el personal de esta nave se concentrará sólo en esas zonas, salvo por autorización u orden específica. – Se volvió hacia otro comunicador, repitió la orden y dijo -: Los jefes de departamento deben estar preparados para responder preguntas relacionadas con su especialidad. Quizá se encomienden misiones especiales a los individuos debidamente entrenados. Grosvenor, considérese incluido en esta categoría. Doctor Eggert, reparta antisomníferos. Nadie se acostará hasta que esta bestia haya muerto.
– ¡Buen trabajo, capitán! – dijo cálidamente Morton.
El capitán Leeth cabeceó y desapareció de la pantalla.
– ¿y qué hay de Von Grossen? – preguntó un técnico en el corredor.
– La única manera de ayudar a Von Grossen – replicó Morton – es destruyendo a su captor.
En esa vasta sala de vastas máquinas, los hombres parecían enanos en una residencia de gigantes. Grosvenor parpadeaba involuntariamente ante cada estallido de luz azul que chisporroteaba y bailaba sobre el reluciente cielo raso y había un sonido que le carcomía los nervios tanto como la luz afectaba a sus ojos. Estaba en el aire mismo. Un zumbido de poder aterrador, un murmullo semejante al trueno en el horizonte, la trémula reverberación de un inconcebible flujo de energía.
El motor estaba encendido. El navío espacial aceleraba, internándose cada vez más en el abismo de negrura que separaba la galaxia en espiral donde la Tierra era un diminuto átomo giratorio de otra galaxia de tamaño casi similar. Ése era el trasfondo de la batalla decisiva que ahora se estaba librando. La más numerosa y ambiciosa expedición exploratoria que jamás había partido del sistema solar corría el mayor peligro de su existencia.
Grosvenor lo creía con firmeza. Esta bestia no era Coeurl, cuyo cuerpo excesivamente estimulado había sobrevivido a las guerras devastadoras de la raza muerta que había realizado experimentos biológicos con los animales del planeta de los gatos. Tampoco era comparable con el peligro de las gentes de Riim. Después de ese errado intento de comunicación, él había controlado cada acción en lo que había considerado una lucha entre un hombre y una raza.
El monstruo escarlata pertenecía inequívocamente a una clase aparte.
El capitán Leeth subió por la escalera de metal que conducía a un pequeño balcón. Poco después Morton se juntó con él y miró a los hombres reunidos. Tenía un fajo de notas en la mano, e insertaba un dedo para separar dos pilas. Los dos hombres estudiaron las notas.
– Éste es el primer descanso – dijo Morton – que hemos tenido desde que la criatura subió abordo. Por increíble que parezca, eso ocurrió hace menos de dos horas. El capitán Leeth y yo hemos leído las recomendaciones presentadas por los jefes de departamento. Hemos dividido estas recomendaciones en dos categorías. Dejaremos una de esas categorías para después, pues es de índole teórica. La otra categoría, que se relaciona con planes mecánicos para acorralar a nuestro enemigo, naturalmente tiene prioridad. Ante todo, sin duda todos ansiamos conocer qué planes hay para localizar y rescatar a Von Grossen. Señor Zeller, cuente a los demás lo que tiene en mente.
Zeller se adelantó, un enérgico joven de poco más de treinta y cinco años. Había ascendido a jefe del departamento de metalurgia cuando Coeurl mató a Breckenridge.
– El descubrimiento de que la criatura no puede penetrar las aleaciones que llamamos metales resistentes automáticamente nos dio una pista en cuanto al tipo de material que usaríamos para construir un traje espacial. Mi asistente ya está trabajando en el traje, y estará listo dentro de tres horas. Para la búsqueda, naturalmente, usaremos una cámara de fluorita. Si alguien tiene sugerencias…
– ¿Por qué no hacer varios trajes? – preguntó alguien.
Zeller sacudió la cabeza.
– Tenemos una cantidad limitada de material. Podríamos fabricar más, pero sólo por transmutación, y eso lleva tiempo. Además, nuestro departamento siempre ha sido pequeño. Tendremos suerte de completar un traje en el tiempo que he fijado.
No hubo más preguntas. Zeller desapareció en el taller contiguo a la sala de máquinas.
El director Morton alzó la mano. Cuando los hombres guardaron silencio, dijo:
– Por mi parte, me siento mejor sabiendo que, una vez que el traje esté construido, la criatura tendrá que seguir moviendo a Von Grossen para impedir que descubramos el cuerpo.
– ¿Cómo saben que está vivo? – preguntó alguien.
– Porque ese maldito monstruo pudo haberse llevado el cuerpo del hombre que mató, pero no lo hizo. Nos quiere con vida. Las notas de Smith nos han dado una posible pista de sus intenciones, pero pertenecen a la categoría dos, y se comentarán más tarde.
Después de una pausa, continuó:
– Entre los planes presentados para destruir a la criatura, tengo aquí el de dos técnicos del departamento de física, y el de Elliott Grosvenor. El capitán Leeth y yo hemos comentado estos planes con el jefe de máquinas Pennons y otros expertos, y hemos decidido que la idea de Grosvenor es demasiado peligrosa para los seres humanos, así que la usaremos como último recurso. Comenzaremos de inmediato con el otro plan, a menos que se presenten objeciones importantes. Se han hecho varias sugerencias adicionales, y se han incorporado. Aunque es habitual permitir que cada individuo exponga sus propias ideas, creo que ahorraremos tiempo si yo resumo el plan que han aprobado los expertos. – Morton miró los papeles que tenía en la mano -. Los dos físicos, Lomas y Hindley, admiten que su plan depende de que la criatura nos permita realizar las necesarias conexiones energéticas. Eso parece probable, dada la teoría de la historia cíclica de Korita, en el sentido de que un «campesino» está tan obsesionado con sus propósitos reproductivos que suele ignorar el potencial de una oposición organizada. Sobre esta base, siguiendo el plan modificado de Lomas y Hindley, energizaremos los niveles siete y nueve… sólo el suelo, no las paredes. Nuestra esperanza es la siguiente. Hasta ahora, la criatura no ha realizado un intento sistemático de matamos. Korita opina que, siendo un campesino, el monstruo aún no ha comprendido que debe destruimos porque en caso contrario lo destruiremos. Tarde o temprano, sin embargo, incluso un campesino comprenderá que debe matamos. Si no interfiere con nuestra tarea, lo atraparemos en el nivel ocho, entre los dos pisos energizados. Allí, en circunstancias en que no podrá subir ni bajar, lo buscaremos con nuestros proyectores. Como Grosvenor comprenderá, este plan es mucho menos arriesgado que el suyo, y por tanto tiene prioridad.
Grosvenor tragó saliva, titubeó, y al fin objetó: – Si lo que tenemos en cuenta es el riesgo, ¿por qué no nos quedamos en la sala de máquinas y esperamos a que él desarrolle un método para atacarnos? Por favor, que nadie crea que trato de promover mis propias ideas, pero personalmente… creo que el plan que usted acaba de describir es inconducente.
Morton estaba genuinamente pasmado. Frunció el entrecejo.
– ¿No es un juicio un poco duro?
– Entiendo que el plan que acaba de describir no es el original, sino una versión modificada. ¿Qué se excluyó?
– Los dos físicos – respondió el director – recomendaban energizar cuatro niveles… siete, ocho, nueve y diez.
Grosvenor titubeó una vez más. No deseaba ser excesivamente crítico. En cualquier momento, si se empecinaba, dejarían de pedirle su opinión.
– Eso está mejor – dijo al fin. Desde atrás de Morton, el capitán Leeth interrumpió:.
– Señor Pennons, explique al grupo por qué no es aconsejable energizar más de dos pisos.
El jefe de máquinas se adelantó, frunciendo el entrecejo.
– La principal razón es que nos llevaría tres horas adicionales, y todos hemos convenido en que el tiempo apremia. Si el tiempo no importara, sería mucho mejor energizar toda la nave bajo un sistema controlado, las paredes además de los suelos. Así no podría escapársenos. Pero eso requeriría unas cincuenta horas. Como he declarado anteriormente, la energización no controlada sería un suicidio. Hay otro factor que hemos comentado puramente como seres humanos. La criatura nos buscará porque necesita más hombres, así que, cuando empiece, tendrá a uno de nosotros con él, Queremos que ese hombre, sea quien fuere, tenga una oportunidad de vivir. – Su voz enronqueció -. Durante las tres horas que tardaremos en poner en efecto el plan modificado, estaremos indefensos salvo por los vibradores móviles de alta potencia y los proyectores térmicos. No nos atrevemos a usar nada más pesado dentro de la nave, y estas armas se usarán con cautela, pues pueden matar seres humanos. Desde luego, cada hombre deberá defenderse con su propio vibrador. – Retrocedió -. ¡En marcha!
– No tan rápido – protestó el capitán Leeth -. Quiero oír las otras objeciones de Grosvenor.
– Si tuviéramos tiempo – dijo Grosvenor -, sería interesante ver cómo reacciona esta criatura ante las paredes energizadas.
– No entiendo – dijo un hombre con fastidio -. Si esta criatura queda atrapada entre dos niveles energizados, será su fin. Sabemos que no puede atravesarlos.
– No lo sabemos – objetó Grosvenor con firmeza -. Sólo sabemos que se metió en una muralla de fuerza y escapó. Suponemos que no le gustó. Está claro que no puede permanecer dentro de un campo energético durante mucho tiempo. Para nuestra desgracia, sin embargo, no podemos usar una pantalla energética plena contra él, las paredes, como ha aclarado Pennons, se derretirían. Quiero decir que sólo escapó de lo que teníamos.
El capitán Leeth parecía desconcertado.
– Caballeros – dijo -, ¿por qué no se mencionó esto durante la discusión? Sin duda es una objeción válida.
– Yo estaba a favor de invitar a Grosvenor a la discusión – señaló Morton -, pero se votó en contra de mi moción por respeto a una larga tradición por la cual el hombre cuyo plan se comenta no está presente. Por la misma razón, no se invitó a los dos físicos.
Siedel se aclaró la garganta.
– No creo que Grosvenor comprenda lo que acaba de hacernos – dijo -. Nos habían asegurado que la pantalla energética de esta nave es uno de los grandes logros científicos del hombre. Eso me daba una sensación personal de bienestar y seguridad. Ahora él nos dice que este ser puede penetrarla.
– Yo no dije que la pantalla fuera vulnerable, Siedel – replicó Grosvenor -. Más aún, hay motivos para creer que el enemigo no podrá atravesarla, pues esperó fuera de ella hasta que lo trajimos adentro. la energización del piso, que ahora comentamos, es una versión mucho más débil.
– Aun así – dijo el psicólogo -, ¿no cree usted que los expertos inconscientemente suponen una similitud entre ambas formas? la justificación sería: si esta energización no sirve, estamos perdidos. Ergo, debe servir.
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