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Responsabilidad de los cristianos en la génesis del ateísmo

Enviado por vivianaendelman


    Responsabilidad de los cristianos en la génesis del ateísmo

    1. Inadecuada exposición de la doctrina
    2. Defectos en la vida religiosa
    3. Defectos en la vida Moral
    4. Defectos en la vida social
    5. Conclusiones para un anuncio de Dios que revele realmente su rostro
    6. Bibliografía consultada

    Inadecuada exposición de la doctrina

    -Por un lado, los manuales de teología, con su visión predominantemente metafísica y esencialista de Dios, con una imagen de Dios identificada con una verdad absoluta, fría y lejana apoyada en el tratado clásico que divide el Dios uno del Dios trino, en el que la existencia de Dios aparece como algo distinto de su presencia histórica y de su revelación, de su presencia trinitaria manifestada en el NT. Manuales que han contribuido a la despersonalización de la imagen de Dios, al considerarlo a no como persona que actúa en la historia de la salvación, al que sólo nos aproximamos desde la experiencia existencial y dinámica, sino como alguien que posee ciertos atributos metafísicos esenciales y que se deben reconocer con la razón, alguien inaccesible para la experiencia, incomunicable, que está al margen de toda aspiración humana (un Dios en sí de carácter abstracto y filosófico, no un Dios para nosotros). Aquí debemos referirnos especialmente la concepción teológica aristotélica-tomista, que aportó a una laicización y racionalización de la imagen de Dios, determinada sobre todo por la ausencia explícita de la persona y obra de Jesús en cuanto a los contenidos y por un proceso racional de acercamiento a Dios ajeno al dato revelado como metodología, donde se observa una ausencia del carácter antropológico y pastoral, de la Escritura y de los ecos salvadores.

    -Y por otro, la teología abstracta y cosificante de Dios recogida en gran parte por la presentación pastoral de Dios en los catecismos con los que han sido adoctrinados los fieles. En estos catecismos los pensadores del medioevo también dejaron sus huellas y nos encontramos con una catequesis sobre Dios donde hay falta del mensaje salvador y abunda la exposición racionalista de la fe. Nos encontramos con una catequesis como transmisión de conceptos y abstracciones (aunque el motivo de fondo haya sido preservar la fe tradicional frente a determinadas corrientes y herejías). Una catequesis donde la fe es presentada como deber (carácter moralizante), como verdades que debemos creer más allá de la respuesta libre y dialogante de quien recibe y acepta la Palabra, descubriendo en ella el sentido más profundo de su existencia.

    Lejos de desarrollar la actitud de fe en cuanto adhesión personal y comunitaria del hombre con Dios, esta imagen de Dios presentada engendraría muchas veces en el creyente actitudes como el miedo o la sumisión por sobre la del amor.

    El Dios anunciado muchas veces no ha sido sólo el Dios de la fe, el Dios bíblico, sino una imagen de Dios en la que han entrado otros elementos culturales que pudieron ser en otro tiempo útiles a la interpretación del mensaje bíblico, pero que han sido desplazados por otra cultura. Por ejemplo, ante la imagen de Dios autocrática y lejana modelada por el ambiente cultural y social de la Edad Media o el Dios anunciado desde la razón cuando la cultura es racionalista, iluminista, intelectualista, surge un "lógico" rechazo a un Dios así presentado en una cultura interesada por la historia, por la existencia, la libertad y el futuro, y también antisobrenaturalista. En relación a esto, se hace evidente una falta de diálogo entre la fe revelada y nuestra cultura actual. Es decir, la imagen metafísica de Dios que aparece en la reflexión teológica de los manuales y la presentación de Dios en los catecismos tradicionales ya no son válidas, no sólo en relación a la imagen bíblica de Dios sino también por la misma transformación cultural que se ha producido.

    La inadecuada exposición de la doctrina ha dado como fruto imágenes distorsionadas de Dios que han despertado en el hombre la rebelión. Basta pensar en la imagen de un Dios castigador, que esclaviza y frena el desarrollo personal… ¿Qué relación puede tener el hombre con Dios si la imagen que tiene es la del injusto opresor? Por supuesto que a nadie le gusta relacionarse con quien lo oprime y le exige cosas "injustas", que lleven a la infelicidad.

    Defectos en la vida religiosa

    -La falta de experiencia personal y comunitaria del Dios vivo, la falta de verdadera conversión a Jesucristo en muchos cristianos lleva al antitestimonio y promueve el alejamiento.

    Muchos cristianos viven más preocupados por lo que no hay que ser que por lo que hay ser. No viven dando razones de la esperanza y de los valores cristianos sino más bien asustados, construyendo trabajosamente una vida interior y combatiendo los anti-valores.

    Estas actitudes, que son reflejo de imágenes distorsionadas de Dios, llegan a despertar el rechazo en el hombre.

    -También observamos que puede faltar a veces en los cristianos el descubrir a Dios en medio de la realidad, el tener una experiencia unificante entre la ciudad terrena y la ciudad celestial; por lo cual lejos se está del Dios que habla y actúa en la historia, del "Dios entre nosotros", y lejos se está de atraer a otros a la vida de fe.

    Tal como veíamos en la unidad anterior, con frecuencia el rostro de la Iglesia llega a ocultar el rostro real de Dios. Así sucede por ejemplo cuando se cae en un positivismo eclesiástico (raíz: teología abstracta y cosificante de Dios) que no muestra una profunda orientación y búsqueda de Dios detrás de tantos planes de pastoral y reorganizaciones administrativas o del apostolado en diversas áreas humanas. Evidentemente, este desplazamiento de lo teocéntrico por lo eclesiocéntrico o por lo antropocéntrico debilita el anuncio y por tanto, aunque sea indirectamente, gesta o refuerza el alejamiento de Dios de otros hermanos.

    -Es muy frecuente escuchar a personas que se han alejado de la Iglesia por determinadas actitudes de sacerdotes o religiosos, rebelándose de tal forma que han caído con los años en un ateísmo militante. Entre otros factores, esto también puede ser fruto de una imagen idealizada del clero, que no contempla la debilidad ni la acepta y además la generaliza.

    -Con frecuencia vemos que el reconocimiento y la práctica de la eclesialidad tienen deficiencias preocupantes. Hay quienes se presentan como muy devotos del Papa, pero prescinden de la presidencia efectiva de su Obispo respectivo en comunión con el Papa y con la Iglesia universal. A veces se rechazan o se seleccionan las enseñanzas de los Papas, acogiendo unas con entusiasmo y dejando otras en la sombra. Otras veces se vive el cristianismo en grupos selectivos configurados en torno a una persona, a unas doctrinas particulares o, incluso, a unas determinadas preferencias políticas. En tales casos se corre el riesgo de que lo decisivo no sea la fe apostólica y verdaderamente eclesial, que es la única que puede salvarnos, sino las propias ideas o preferencias sociales, políticas y hasta económicas. Los grupos, las comunidades, las mismas instituciones seglares o religiosas, que están llamadas a ser el florecimiento vital y la riqueza espiritual de la Iglesia, pueden degenerar, o por lo menos empobrecer su vitalidad cristiana, espiritual y apostólica, si se cierran sobre sí mismas sustituyendo el magisterio y la amplitud de la Iglesia universal por las tradiciones, las ideologías y hasta los intereses meramente humanos.

    Al faltar el espíritu de unidad, se contribuye al descrédito del Evangelio y a la creciente división de los hombres en vez de animarlos a creer en Dios y a vivir como hermanos.

    Defectos en la vida Moral

    – En nuestra sociedad actual se detecta un frecuente rechazo de toda normativa ética. Y, en algunos casos, esa actitud es comprensible como reacción espontánea a una presentación del mensaje moral de la Iglesia, hecha desde una visión demasiado legalista. En tiempos todavía próximos a los nuestros, la ley de Dios ha llegado a ser interpretada por algunos como algo escrito en tablas de piedra, amenazador para el hombre y exterior a él. (que nos es así como se nos muestra en la Biblia). Los mismos católicos, con frecuencia, viven y muestran un orden moral que, lejos de responder a las aspiraciones más hondas del hombre y estar al servicio de su plenitud como persona y su felicidad, parece algo mortificante para él.

    -Con frecuencia se presentan y se pretenden vivir los valores pero desarraigados de su fundamento (Dios creador) y del reconocimiento que sólo es posible la vivencia íntegra del mensaje cristiano con la fuerza del Espíritu Santo derramado en los corazones. Estos valores entonces aparecen como vacíos de contenido y de sus raíces cristianas. Y hasta parecen más una imposición, una simple conducta a la que el cristiano se "somete", pero que no tiene nada que ver con la responsabilidad de la libertad a la que ha sido llamado todo hombre.

    Quizás el drama de la ética de la modernidad tiene como uno de sus ingredientes decisivos la creencia de que valores que, históricamente, nacieron de la experiencia cristiana, como son la libertad, la solidaridad y la igualdad podrían sobrevivir por si mismos y como algo evidente, arrancados del humus en el que se habían desarrollado (como está pasando en la actualidad, por ejemplo, en el ámbito político-jurídico europeo). En un primer momento, pudieron efectivamente sobrevivir por inercia; más tarde sólo como retórica, para terminar, al final, disolviéndose.

    -Ante los recientes cambios culturales y sociales, podemos reconocer la carencia de una formación moral suficiente y a la altura de las necesidades de los nuevos tiempos en el seno de la comunidad católica. De esto se deriva la desorientación moral de no pocos católicos de buena voluntad, sobre todo en materias complejas, como la moral sexual y económica (ejemplo: situación donde una mujer con SIDA tiene un hijo a quien transmite la enfermedad y se propone una ligazón de trompas para evitar futuros embarazos). Incluso, en la búsqueda de una orientación en estas cuestiones, es frecuente encontrar divergencia de opiniones y enseñanzas en la catequesis o en el consejo moral. Todo esto conlleva el peligro de terminar en un subjetivismo o laxismo moral, una moral de situación o, en el otro extremo, un rigorismo que pareciera defender una fe ciega, o mandatos que no tienen un sentido de plenitud para el hombre, un moralismo legalista impuesto que sería más un medio de esclavitud que un cauce de realización humana auténtica.

    Afirmar, como lo hace la Iglesia, la verdad irrenunciable de los valores y normas fundamentales de su ética, puede parecer una pretensión excesiva que no deja lugar a otras ofertas morales. Y esta impresión tiene su origen, a veces, en una inadecuada presentación de la verdad revelada por Dios.

    -También encontramos, sobre todo en los últimos tiempos, que en algunos sectores católicos se ha enquistado una mentalidad difusa que, quizás surgida del buen deseo de acercar la Iglesia al mundo contemporáneo y hacerla más "amigable", ha asimilado esquemas de pensamiento, puntos de vista y modelos de acción de una cultura secularizada, haciéndose permeable a elementos que desfiguran la concepción de la verdad y la identidad cristiana. Se someten la doctrina cristiana, los criterios de juicio, a la sensibilidad e intereses de la nueva cultura en detrimento de un discernimiento desde la fe recibida y vivida en la Iglesia. Se logra como una "versión secularizada de lo cristiano" que no cuestiona la "mentalidad de este mundo", sino que va recortando y seleccionando los contenidos del mensaje cristiano según si resultan compatibles con el "espíritu de la época". Esta mentalidad laicizadora introduce dentro de la fe un germen de racionalismo, que rompe la unidad de conciencia personal de los católicos, amenaza la unidad visible de la Iglesia y, finalmente, conlleva un debilitamiento del anuncio radical de Dios haciéndolo ineficaz ante el ateísmo y motivador del mismo.

    Son graves las consecuencias que puede traer que los católicos recorten la moral cristiana, bajo disfraz de pluralismo o tolerancia, y la vayan diluyendo en el marco de una hipotética ''ética civil" basada en valores y normas "consensuados" por ser los dominantes en un determinado momento histórico. La sola aceptación de unos "mínimos" morales puede equivaler a entronizar en el lugar de "criterio de verdad" a la razón moral vigente, precaria y provisional.

    -Se debe reconocer que últimamente se ha debilitado la conciencia cristiana de las realidades últimas; incluso la predicación y la catequesis no han dirigido toda la atención necesaria a estas realidades. Este debilitamiento vacía la conducta cristiana y la despoja de sus motivaciones más radicales.

    Defectos en la vida social

    – El hecho de que muchas personas consideren que la fe de los cristianos es algo que afecta exclusivamente al campo espiritual, entendiendo por espiritual una relación individual e íntima entre el hombre y Dios, nos debe llevar a reconocer que efectivamente hay cristianos que viven como ensimismados y en una profunda incoherencia entre su fe y su vida concreta. Y esto no siempre se debe a que el egoísmo o la debilidad personal les impida una vivencia más plena del Evangelio, sino que proviene de una mala lectura de los místicos, que defiende la separación entre la fe y la vida, que convierte la "huida del mundo" en lo central, como si la vida cristiana fuera tanto más perfecta cuanto más alejada de las realidades temporales, como si la vida espiritual no se refiriera a una realidad que afecta al hombre entero.

    Un hecho concreto que demuestra lo real de esta incoherencia entre fe y vida es la existencia de la corrupción. Me parece muy claro lo que expresaba recientemente el arzobispo de Resistencia, Mons. Giaquinta: "la incapacidad para desterrar la corrupción y la injusticia de la vida social de Argentina, un país con profundas raíces cristianas, demuestra que existe una incoherencia preocupante entre la fe anunciada y la vivencia cotidiana." Tras recordar los desafíos que vivieron los primeros apóstoles -no convertirse en otra secta judía o cómo hacer que los cristianos viviesen en el mundo según el Evangelio-, monseñor Giaquinta advirtió sobre la tentación de pensar que "lo importante es encuadrarse en los esquemas religiosos de la mayoría, y no la adhesión a la persona de Jesús, y por lo tanto, la conversión permanente a Él y a su Evangelio".

    -Una religión que tenga concepciones erradas de Dios, considerándolo como el primer principio de todas las cosas, impersonal y abstracto, o como un ser personal y todopoderoso pero que ha creado todo para luego permanecer inaccesible e indiferente a su obra, está "colaborando" con una separación Dios-mundo, un mundo que no tendría nada que ver con Dios. Si no se anuncia a Dios como ser personal que ha creado todo por amor, con quien está el hombre llamado al diálogo, un Dios que se revela al hombre, que le habla y le expresa su voluntad, es "lógico" que no se esté ayudando a descubrir el mundo como una obra buena creada por un Padre y confiada al gobierno del hombre. Y esto también habla de la responsabilidad de los cristianos en la génesis del ateísmo.

    Conclusiones para un anuncio de Dios que revele realmente su rostro

    En cuanto a la exposición de la doctrina

    -La Gaudium et spes, como remedio del ateísmo menciona primero la exposición adecuada de la doctrina (Nº21).

    -Me parece importante que los cristianos empecemos por plantearnos un análisis crítico del pensamiento y la catequesis tradicionales sobre Dios para advertir imágenes equivocadas y que han contribuido a la génesis del ateísmo.

    -Junto con esto, la actitud que no debe faltar, a mi entender, es superar la distancia entre la reflexión y la vida, para poder encarnar lo verdadero y rechazar las imágenes falsas de Dios que vayamos descubriendo. Es necesaria una fe crítica, pero sobre todo una fe viva que transforme la existencia y que esta existencia hable de Dios.

    La experiencia de Dios nos defiende de confundir la fe con ideas, conceptualizaciones, normas, ideología.

    -En la catequesis, un anuncio de Dios que revele realmente su rostro necesita tener como centro a Jesús. Lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él. Lo que se transmite no es la propia doctrina o la de algún maestro, sino la enseñanza de Jesucristo, o más exactamente, a El mismo.

    El fin definitivo que debe perseguir la catequesis es poner a la persona no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo.

    -El desafío de la educación cristiana lo resumió recientemente Su Santidad Juan Pablo II: educar en la santidad: "Acompañad a vuestros alumnos con paciencia y sabiduría; esforzaos en abrir sus mentes y sus corazones a la verdad y al bien, educándolos en la auténtica justicia y en la paz. En definitiva, educadlos a la santidad". Para alcanzar este objetivo, el Papa destacó la "dimensión cristológica que debe llenar toda la acción educadora en la Iglesia y en el mundo". Afirmó que "vestirse de Cristo, Evangelio de salvación para los hombres de todos los tiempos, conlleva ponerle en el centro de la vida personal y comunitaria; en el centro de las actividades didácticas y de toda otra forma de apostolado. Conlleva, en particular, hacerse imitadores de Cristo para ser testimonios coherentes de Él, capaces de comprometer a los adolescentes y jóvenes a seguirlo sin titubeos".

    -Un anuncio que revele realmente el rostro de Dios debe estar apoyado en Aquél que es el principio inspirador de toda la obra catequística y de los que la realizan: el Espíritu del Padre y del Hijo: el Espíritu Santo: "El os lo enseñará y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26). Sin el Espíritu no podemos anunciar que "Jesús es el Señor".(1 Co 12, 3)

    -La catequesis debe preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la fe inicial, sino de suscitarla con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de orientar una adhesión integral a Jesús, de hacer crecer (a nivel de conocimiento y de vida) la semilla de la fe sembrada a través del Bautismo. Esto debiera inspirar el testimonio, el tono, el método catequístico. Máxime teniendo en cuenta que muchos bautizados llegan a la catequesis sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía adhesión alguna explícita y personal a Jesucristo.

    -Si bien los jóvenes y los niños son los destinatarios privilegiados de esta enseñanza, también los adultos, especialmente ante las nuevas situaciones y problemas que experimentan en la vida personal, familiar, social o económica, están necesitados de una enseñanza que ilumine y oriente la vida humana en el mundo de hoy con suficiente claridad, objetividad y vigor para que puedan vivir radicalmente el seguimiento de Jesucristo.

    -Solamente en íntima comunión con Jesús y los hermanos, en el contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el Magisterio de la Iglesia, con espíritu de oración, los catequistas encontrarán luz y fuerza para una renovación auténtica de su enseñanza.

    -La Evangelización requiere un esfuerzo positivo para presentar los misterios de Dios y de nuestra salvación de manera que resulten comprensibles y despierten el interés de sus destinatarios.

    Es preciso, sin embargo, cuidar de no alterar ni omitir los contenidos fundamentales de la revelación y de la fe tal como son interpretados y vividos auténticamente por la Iglesia. La correlación entre el mensaje que se quiere anunciar y los factores sociales y culturales no se puede hacer de manera que las promesas de Dios queden alteradas a "gusto" de las expectativas o preferencias de la cultura determinada.

    No se debería aceptar ningún lenguaje que, bajo el pretexto que sea, aun supuestamente científico, tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo. Tampoco es admisible un lenguaje que engañe o seduzca. Al contrario, los grandes progresos realizados en el campo de la ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la catequesis para que ésta pueda comunicar más fácilmente al niño, al adolescente, a los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin deformación.

    Nos urge buscar las formas de ofrecer a los otros los acontecimiento fundamentales de nuestra salvación de manera sencilla, clara, transparentando lo más posible a Dios para que pueda manifestarse como es, sin reducir su Palabra sometiéndola a los filtros de la coyuntura.

    -En esta renovación, me parece fundamental el darle un lugar central a la Palabra, justamente para no recortar el anuncio de la Salvación.

    Desde el Dios bíblico se puede entender la propia vida como un proyecto amoroso: somos creados por amor, no fruto de la casualidad ni del azar, y destinados a un futuro de amor en el encuentro con el mismo Dios que nos ha creado. Él es nuestro origen y también nuestro destino. En este sentido, es bueno, antes que reconocer a Dios como todopoderoso, descubrirlo como Padre. No somos esclavos sino hijos. El poder de Dios aparece en las obras de Jesús al servicio de la debilidad humana y se expresa en la misericordia y el perdón. Su omnipotencia no fuerza nuestra libertad. Dios se muestra todopoderoso, especialmente cambiándoles el corazón, a quienes le abren libremente su vida.

    -También hay que prestar una particular atención a la enseñanza en las Facultades, Institutos y Escuelas de Teología, y también en las Escuelas de Formación de agentes de Pastoral y, sobre todo, en los Seminarios o en aquellas instituciones donde se forman intelectualmente los aspirantes al sacerdocio.

    Se necesita una formación que recupere la savia bíblica e instaure un diálogo fecundo con la racionalidad contemporánea, aunque con el discernimiento preciso para no dejarse "fascinar" por planteamientos o propuestas que desnaturalicen la enseñanza a cuyo servicio han sido llamados.

    -El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el formar unos cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe.

    En cuanto a la vida religiosa

    Cuando la Gaudium et spes se refiere al remedio del ateísmo, luego de mencionar la exposición adecuada de la doctrina, expresa: "hay que buscarlo en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo. Esto se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer. Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de la presencia de Dios el amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del Evangelio y se alzan como signo de unidad." (Nº 21)

    Vivir y anunciar la fe en el actual ambiente de ateísmo, que cree poder prescindir de Dios, es un gran desafío para la evangelización. Nos pone en la necesidad de reflexionar sobre las exigencias internas de la misión evangelizadora. ¿Cómo ha de ser la Iglesia y cada cristiano para esta misión? La misión de evangelización en estos tiempos, ¿qué exigencias internas de fortalecimiento religioso y de purificación evangélica tienen? ¿Cómo ha de ser la Iglesia y cómo hemos de formar parte de Ella los cristianos para anunciar a Dios y su Reino en este mundo, para revelar realmente su rostro?

    -Y la primer exigencia que brota de esta responsabilidad es la necesidad de ahondar y purificar nuestra propia fe y esperanza en la salvación de Dios, haciéndolas más teologales, más profundamente religiosas y más comprometidas en la transformación de nuestra vida y nuestras maneras de estar en este mundo. Reconociendo de entrada que una mayor autenticidad purificada de la vida cristiana no se condice ni con el espiritualismo desencarnado ni con las actitudes secularizantes.

    -Purificar la fe para anunciar la verdadera "buena noticia". Creer en Jesús es creer que está vivo, pues sólo así Jesús se convertirá en el Señor de la propia vida y la fe no se apoyará en fantasías. Es la Resurrección lo que transforma el horizonte de nuestra vida y es lo que anuncia la Iglesia. Si no se cree en la Resurrección se rebaja el Evangelio a unas ideas, unas prácticas que, por otro lado, no serán nada eficaces al oponerlas al materialismo y secularismo de nuestros tiempos. Además, si Jesús vivo no está en el centro, el anuncio se convierte en palabras vacías, en la defensa sin razones de la esperanza, en la búsqueda de intereses personales… Y este anuncio no dará frutos de conversión.

    -El crecimiento de la fe, y más en el contexto adverso en que vivimos, necesita un esfuerzo positivo y un ejercicio permanente de la libertad personal que comience por la estima de la propia fe como lo más importante de nuestra vida. A partir de esta estima nacerá el interés por conocer y practicar cuanto está contenido en la fe en Dios y el seguimiento de Cristo en el contexto complejo y variante de la vida real de cada día.

    Descubrir a Dios vivo y presente en la realidad. El Dios vivo de la revelación es el Dios que se manifiesta en la historia o sea que está íntimamente unido al hombre en Cristo; se revela a través de sus obras. Por tanto, la experiencia de Dios necesita de un discernimiento, una capacidad crítica para descubrirlo en medio de la realidad que vivimos, una sensibilidad para captar e interpretar los signos de los tiempos. Esto requiere docilidad al Espíritu Santo, gracias al cual podemos tener experiencia de Dios y anunciar al Dios que escuchamos, vemos, experimentamos, tocamos y compartimos, del cual nos sentimos hijos. Y esta docilidad al Espíritu Santo permitirá descubrir nuevos métodos y un nuevo ardor en la evangelización, como manifestara Juan Pablo II.

    -Encontrarlo vivo en la Sagrada Escritura, en las celebraciones litúrgicas, los sacramentos, encontrarlo vivo en la oración, encontrarlo vivo en la Iglesia a través de los hombres que, al vivir en comunión con un Dios verdadero y haciendo su voluntad, muestran a Jesús.

    -La respuesta personal a la llamada de la fe tiene que realizarse en el intercambio y con el apoyo de los demás creyentes dentro de la comunidad de fe que es la Iglesia. En las actuales circunstancias sociales y culturales, esta necesidad aparece más evidente. En un mundo como el nuestro, quienes creen en Dios y en Jesucristo, pero viven alejados de la Iglesia, corren el riesgo de perder la fe en el Dios vivo y la esperanza en la salvación cristiana. La situación del cristiano poco o nada practicante es contradictoria y peligrosa. Poco a poco las ideas y criterios no cristianos que están en el ambiente deforman la pureza y apagan el dinamismo de la fe de quien no participa personalmente en la vida comunitaria de la Iglesia. Y, claro, finalmente, mas que combatir el ateísmo se termina adhiriendo a éste.

    -Es necesario redescubrir constantemente la importancia de realizar y anunciar la fe desde el amor comunitario, y creo que en esto es clave la oración de Jesús por sus discípulos: "Padre, que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en Mí, y yo en Ti. Entonces el mundo reconocerá que Tú me has enviado y que yo les he amado como Tú me amas a mí." (Jn. 18, 21-23).

    Jesús nos pide que nos amemos, que entre nosotros se vea el amor de Dios, que vivamos el amor de Dios, para que otros crean. Este es el corazón de nuestra vida cristiana. Como lo dice también Jesús: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado. Así reconocerán todos que son mis discípulos: si se tienen amor unos a otros". (Jn. 13, 34)

    Este amor funda la comunidad. Jesús construye su comunidad, su Iglesia, sobre el mandamiento del amor. "Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros" (1 Jn. 4,12) Así, en la experiencia del amor, conocemos auténticamente a Dios. Además, el amor con que nos amemos es el signo para que otros crean (cf Jn. 17,21)

    – Además de la conversión personal, que va unida a una experiencia de fraternidad, a la práctica del amor mutuo, es necesario avanzar hacia una renovación de las estructuras eclesiales para que estén orientadas totalmente hacia Dios, y que hagan transparente el rostro del Dios vivo desde una fe que obra por el amor.

    No podemos los cristianos volcarnos prioritariamente a la acción y al obrar sin preocuparnos de ser comunidad con una unidad de vida manifestada en el amor fraterno. La comunidad es parte del ser cristiano y de este ser comunidad sigue la acción pastoral bajo la guía del Espíritu Santo. Como Cuerpo, debemos dejarnos conducir por la Cabeza y esto llevará a mostrar la identidad verdadera de la Iglesia.

    -Puesto que del Espíritu proceden todos los carismas que edifican la Iglesia, comunidad de cristianos (Cf. 1 Co. 12, 4-11), es necesario vivir la consigna que San Pablo da a cada discípulo de Cristo: "Llenaos del Espíritu".(Ef. 5, 18). Todo cristiano, al ejercer en la Iglesia y en nombre de la Iglesia su misión de anunciar, debe ser muy consciente de que actúa como instrumento vivo y dócil del Espíritu Santo. Y su actitud debe ser invocar constantemente este Espíritu, estar en comunión con Él, esforzarse en conocer sus auténticas inspiraciones.

    En medio de tanta crítica de todo lo institucional y del ser mismo de la Iglesia, los fieles deben esforzarse en aceptar el misterio de la Iglesia, con verdadero espíritu de fe, sin dejarse impresionar ni influir por quienes juzgan y discuten la vida de la Iglesia, las actuaciones del Papa, de los Obispos, de sacerdotes, etc. con criterios puramente humanos, que ignoran el carácter religioso y cristiano de tal ministerio.

    Sin negar que las críticas pueden ayudar para purificar y renovar la vida de la Iglesia (compuesta y dirigida por hombres débiles y pecadores), debemos estar atentos a que no nos lleven a distanciarnos afectivamente de la realidad concreta de la Iglesia para convertirnos en sus jueces, lo cual desfigura y empobrece nuestra fe. Solamente quien entra más profundamente en el misterio de la Iglesia, se anima a llegar a su corazón y se siente responsable de su vida en su contexto real, con humildad y paciencia, encontrará en ella misma la luz y el espíritu necesario para su verdadera renovación.

    Por ello, una de las exigencias que nos plantea como cristianos el momento presente, además de aceptar humildemente las críticas y las adversidades que nos purifican y estimulan, es desarrollar expresamente la adhesión a la Iglesia por encima de las tensiones o dificultades que puedan aparecer. Así es como han vivido los grandes testigos de la fe y los cristianos en las épocas difíciles. Así es como debemos vivir ahora nuestra pertenencia a la Iglesia por encima de las diferentes sensibilidades y preferencias personales.

    "Evangelizadores: nosotros debemos ofrecer… la imagen… de hombres adultos en la fe, capaces de encontrarse más allá de las tensiones reales gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad. Sí, la suerte de la evangelización está ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado por la Iglesia. He aquí una fuente de responsabilidad, pero también de consuelo".

    (Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 1967, Nº 77).

     En cuanto a la vida social

    El anuncio de Dios, la acción evangelizadora, incluye también la realización de este Reino en el mundo, aunque sea de manera fragmentada y deficiente, con hechos y signos que indiquen la presencia del amor de Dios y la certeza de la salvación que esperamos.

    En las actuales circunstancias, la Iglesia, todos los cristianos, nos debemos sentir urgidos a ofrecer con sencillez y confianza lo que, para nosotros, es el único camino de salvación, el que Dios ha dispuesto para ofrecerlo a todos los hombres: Jesucristo, Verdad y Vida.

    El anuncio del Reino implica primero que los cristianos lo hagamos realidad entre nosotros y con todos los hombres, de manera que aparezcan signos reales de la presencia del amor y de los dones de Dios como invitación a la fe, estímulo para la esperanza y anticipo de la paz y de la felicidad eterna que Dios ha preparado para todos (Cfr. Mc. 16,20). Por eso, la conversión personal sigue siendo piedra angular para el cristiano y para la comunidad eclesial.

    Mostrando la posibilidad de vivir ya desde ahora las realidades del Reino, inspirando la convivencia humana en los valores del Evangelio, vinculándonos solidariamente con los demás, luchando contra todo aquello que es contrario al Reino en la vida concreta, se puede ayudar a los hombres a creer en el Dios de la salvación.

    -No podremos afrontar esta tarea si los cristianos y las comunidades cristianas, no vivimos gozosa e intensamente la fe y la vida del Evangelio, con toda su capacidad renovadora y liberadora. Es preciso que se avive la experiencia de la fe y de la gracia para que vivamos desde el reconocimiento efectivo de la soberanía de Dios y desde la esperanza de la vida eterna.

    -Debemos corregir toda forma de oposición entre las dimensiones espirituales o escatológicas del Cristianismo y su fuerza transformadora de la realidad. De lo contrario, estamos escondiendo lo más original y radical del cristianismo, su capacidad para transformar desde dentro del corazón de los hombres la realidad humana entera. Convertidos a Jesucristo y fieles a su Evangelio, los cristianos debemos hacer presente en nuestras vidas, proclamar con palabras y defender con decisión, el valor absoluto de la persona humana.

    -Mostrar el rostro real de Dios implica esperar otro mundo pero no desentenderse de éste. Los católicos han de mostrar, en la vida cotidiana y en la práctica real y social, que el servicio del hombre es el criterio de autenticidad de su fe y de su experiencia de Dios como Dios; y viceversa, que esta experiencia es la condición para un servicio verdaderamente reconciliador y liberador del hombre. Pues el cristiano, por la fe en Jesucristo, cree que la plenitud de la vida ha sido revelada en Él. No desentenderse de este mundo es un paso necesario para mostrar la equivocación que hay en pensar que Dios sólo puede ser afirmado a costa del hombre o que el hombre sólo puede realizarse al margen de Dios.

    -Hacer vida el Evangelio implica responder con verdad y honestidad a las circunstancias concretas que se viven. No podemos tener un anuncio eficaz ante la secularización, ante la expulsión de Dios de la vida pública, si como cristianos reducimos lo religioso al ámbito privado y del culto. ¿Cómo podemos anunciar si no la vinculación de todos los campos de la vida humana al Creador, a la presencia de Cristo?

    Tanto en la vida privada como en la pública, el cristiano debe inspirarse en la doctrina y seguimiento de Jesucristo. El estilo de la vida de Jesús y de sus discípulos quedó sintetizado en las Bienaventuranzas y en el Sermón de la Montaña. Todo ello es la consecuencia de una profunda y radical actitud de amor a Dios y al hombre.

    La luz del Evangelio y los valores del Reino de Dios irán impregnando la vida social si son anunciados y vividos por la comunidad cristiana, aunque sea con las dificultades y deficiencias propias de los hombres, sin son irradiados por medio de los cristianos que actúan de una u otra manera en los diversos sectores de la vida pública, social, cultural, económica, laboral o política. Los cristianos deberán buscar purificar estas dimensiones de las consecuencias de los pecados, confirmar cuanto en ellas hay de noble y verdadero, potenciar sus esfuerzos hacia las metas más altas de humanidad, anticipando de alguna manera la paz y la felicidad que Dios quiere definitivamente para todos sus hijos.

    Con el fin de intensificar la vida y la acción de la Iglesia y de los cristianos en los diferentes sectores y ambientes de la vida real, es necesario crecer hacia una Iglesia en la que todos encuentren su sitio y su misión.

    -Para "entrar" en este mundo secularizado, los cristianos deben permanecer lúcidos y coherentes en la fe, afirmando serenamente su identidad cristiana y católica, adhiriéndose de tal manera a Dios que puedan dar testimonio de Él en una civilización materialista que lo niega.

    En cuanto a la vida moral

    -Hay que partir afirmando que la moral cristiana no puede estar sustentada en el imperativo categórico de la ley, sino en la fe en Dios como creador y salvador que ama a los hombres. Tampoco debiera estar sustentada en apreciaciones puramente subjetivas, sino más bien en un convencimiento firme de que sólo en Dios el hombre encuentra la respuesta cabal a sus aspiraciones más profundas, porque ha sido creado a su imagen, según el modelo de Jesucristo.

    La Ley nueva de Cristo se traduce, en última instancia, en el seguimiento de una persona, la de Jesucristo; consiste en aceptar que El mismo es el Evangelio, la buena noticia de salvación comunicada y otorgada por Dios a los hombres.

    La vivencia del Evangelio es imposible sin la fuerza del Espíritu Santo que es, verdaderamente, la ley interior de la Nueva Alianza, aquella ley que Dios graba en la mente y el corazón de sus hijos para renovarlos y colmarlos de vida. Y esto es preciso anunciarlo: la moral cristiana muestra su autenticidad cuando el Espíritu es derramado sobre el creyente y dispone su interior para acoger la realidad ofrecida, le hace amarla y descubrir en ella su propia plenitud. Desde este anuncio hecho vida se podrá afirmar que el Espíritu no violenta, ilumina interiormente; no humilla, eleva; no hipoteca, capacita. Y así la vocación cristiana se descubrirá y se podrá mostrar como vocación a la libertad: ''hermanos, habéis sido llamados a la libertad" (Gál. 5,13). Sobre todo, desmintiendo la falsa oposición moral, valores-libertad.

    La ley de Dios (interpretada por algunos como algo escrito en tablas de piedra, amenazador para el hombre y exterior a él) se nos muestra, por el contrario, en la Biblia como una realidad viva. La ley de Dios es luz para la vida de todo hombre, una lámpara en el sendero de su vida (Cfr. Sal 119, 105).

    -Los valores deben ser anunciados sin desarraigarlos de su fundamento, de sus raíces cristianas. El humus necesario para que los valores puedan mantener su vigencia es la experiencia de Cristo vivida en la Iglesia. Porque, sin la Iglesia, incluso Jesucristo está expuesto a quedar reducido a un discurso formal o a convertirse en un ejemplo de conducta del que, una vez extraída "una doctrina moral", resulta fácil prescindir, al tiempo que se abandona también el intento de vivir una vida conforme a la suya y la esperanza que El suscita.

    Los católicos podrán contribuir eficazmente a la ordenación moral de la sociedad clarificando y fortaleciendo por la fe cristiana los grandes valores éticos.

    -Es preciso tener en cuenta que la moral cristiana afecta al hombre en la integridad de sus dimensiones y, en consecuencia, abarca desde las normas morales inscritas en el corazón del hombre hasta los imperativos del comportamiento humano alumbrados por Cristo desde el mandamiento del amor a Dios y al prójimo.

    – Creer que Dios creó al hombre libre, capaz de decidir por si mismo y dueño de sus actos, implica reconocer y anunciar con firmeza la responsabilidad que el hombre tiene ante Él, ante sí mismo, los otros y el mundo. Las decisiones morales no pueden separarse de esta responsabilidad, la más importante de la vida. Es la responsabilidad que tiene todo hombre, como "imagen de Dios", de responder al llamado a realizarse en la verdad. Hay que afirmar particularmente que el hombre, por su inteligencia, reflejo de la luz de la mente divina, puede encontrar la verdad, llegando a formarse juicios de valor universal sobre si mismo, sobre las normas de conducta y su última meta. Negar que la verdad existe y se hace perceptible para el hombre equivale a sustraer toda orientación razonable a sus opciones libres.

    Porque existe la verdad y porque el ser humano está hecho para encontrarla en libertad responsable, es posible igualmente asentar la vida personal y colectiva en un conjunto de certezas sobre el ser y el sentido de la vida y actuar del hombre. Y en este punto, el cristiano ha de afirmar: fuera de la verdad, la existencia humana acaba oscureciéndose y puede llegar a falsearse a si misma. Sin la verdad, el hombre se mueve en el vacío, su existencia se convierte en una aventura desorientada. En la situación cultural contemporánea, es necesario, ante todo, recordar y proclamar estas certezas.

    -Hay que anunciar, especialmente en estos tiempos de laxismo moral , que en el ejercicio de su libertad, el hombre no puede desligarse de referencias objetivas, compromisos y responsabilidades, de tal manera que su actuación no se puede disociar de los imperativos y exigencias que, para bien suyo, han sido inscritos por Dios en su mismo ser personal, en la naturaleza de sus actos y en las demás realidades de la creación. La libertad humana es, pues, falible y limitada. En consecuencia, es necesario aquilatar continuamente la libertad para que pueda actuar responsablemente y acertar al tomar sus decisiones.

    La fidelidad a la conciencia*, rectamente formada (pues no es un oráculo infalible sino que es errónea), es el punto de partida y el lugar de encuentro donde los católicos y sus conciudadanos pueden ahondar en la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que afectan hoy día a los individuos y a la colectividad.

    -La búsqueda del diálogo en el terreno moral es incompatible con el regateo o la transacción innegociable: no cabe aquí un consenso obtenido a costa de rebajar las exigencias morales cristianas. Pero debe quedar siempre claro que la propuesta moral que hace la Iglesia no pretende, de ningún modo, violentar la libertad humana, sino que le urge la necesidad de proteger los derechos fundamentales del hombre.

    La moral del Evangelio no puede renunciar a su original novedad, escándalo para unos y locura para otros (Cfr. 1 Co. 1,23). Corresponde, por el contrario, a toda la Iglesia aportar la luz del Evangelio a las tareas cívicas y políticas y cooperar para que la conciencia y normas éticas vigentes en una sociedad se depuren, se aseguren y se enriquezcan en la dirección del humanismo cristiano. Pues, como señala el Concilio Vaticano ll: "no hay ley humana que pueda garantizar la dignidad personal y la libertad del hombre con la seguridad que comunica el Evangelio de Cristo confiado a la Iglesia". (GS Nº 41) .

    – Los cristianos han de vivir su vocación conscientes de que no vivirán en este mundo para siempre. El don supremo de la vida eterna es lo que da su justo valor a la vida presente, jerarquiza todos los bienes de la tierra y evita que alguno de estos bienes pase a ocupar el lugar de Dios, como realidad última y bien supremo.

    -La Iglesia tiene aún otro cometido respecto a la moral que profesa: ha de estar atenta a aquellas metas hacia donde la conciencia ética de la humanidad va avanzando en madurez, cotejar esos logros con su propio programa, dejarse enriquecer por sus estímulos y reinterpretar, en fidelidad al Evangelio, actitudes e instituciones a las que hasta ahora tal vez no había prestado la debida atención. Actuando de esta manera, la Iglesia vigorizará continuamente la fuerza de su propio mensaje promoviendo, a la vez, su credibilidad y significación para el hombre.

    Viviana Endelman Zapata

    Agosto 2003

    E-Mail: vivianaendelman[arroba]hotmail.com

    Bibliografía consultada

    Catechesi Tradendae (1979), Exhortacion Apostolica de Su Santidad Juan Pablo II sobre la Catequesis en nuestro tiempo.

    La verdad os hará libres (1990), Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española sobre la conciencia cristiana ante la actual situación moral de nuestra sociedad, Madrid.

    Los católicos en la vida pública (1986), Instrucción Pastoral de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, Madrid.

    Testigos del Dios vivo (1985), Reflexión sobre la misión e identidad de la Iglesia en nuestra sociedad, XLII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Madrid.

    Viviana Endelman Zapata