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Historia y Tiempo. Problemas y Perspectivas

Enviado por Tomás Elias Zeitler


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Las concepciones filosóficas y científicas del tiempo
  3. La historia y la dimensión temporal
  4. Los "tiempos" de Fernand Braudel
  5. El tiempo y el relato en la filosofía de Paul Ricoeur
  6. Conclusiones
  7. Bibliografía

Introducción

El tiempo se constituye en el elemento más importante que el historiador debe manejar en su práctica disciplinar. Paradójicamente, muchas veces esta categoría es mal empleada por suponerse a priori su comprensión adecuada y acabada.

Nada más lejos que esto. El tiempo es una dimensión de la existencia, compleja y profunda, cuyos límites y posibilidades apenas son conocidos por el hombre. Filósofos y pensadores han hecho esfuerzos intelectuales serios por lograr asir aquello que parece inalcanzable: el tiempo. Curiosamente mientras el hombre intenta apropiarse del tiempo, este parece consumirlo a él en el intento. Desde Agustín que se preguntó una y otra vez ¿qué es el tiempo?, y que lejos de lograr alcanzar una respuesta que acabe el problema lo agudizó aun más, hasta Heidegger o Sartre que condenaron toda la existencia del ser a su experiencia temporal, el hombre busca tomar al tiempo de las riendas y manejarlo a su capricho; sin embargo la historia, que debería ser el jinete apropiado para esta domesticación, y el hombre que la crea en este estadio aun no pasan del neolítico y más de una vez sucumben a los arrebatos intempestivos e impredecibles que el tiempo impone a la vida humana y junto con ella al devenir histórico.

No es la intención hacer una apología del tiempo ni mucho menos reducir la existencia del ser a la nada, con motivos distintos sólo pretendemos denotar la complejidad de esta dimensión y denunciar con ello la ingenuidad de historiadores al abordarla.

Para cambiar esta situación proponemos un esbozo sobre la problemática del tiempo en la filosofía y la historia, destacando especialmente las contribuciones que Fernand Braudel y Paul Ricoeur hicieron al respecto.

Las concepciones filosóficas y científicas del tiempo

La naturaleza del tiempo ha sido y es uno de los temas principales de la reflexión filosófica y conocer las interpretaciones que al respecto se formularon a lo largo de los siglos nos permite comprender mejor la cosmovisión que las sociedades fueron formando en el tiempo sobre el tiempo.

Ya desde sus orígenes, el tiempo fue abordado como un problema filosófico. Los presocráticos afirmaban que existía un continuo enfrentamiento entre naturaleza y lenguaje, es decir entre lo que las cosas realmente son y lo que son por medio del lenguaje, por lo que el devenir humano estaba en constante cambio y el tiempo era el sustento de este devenir junto al lenguaje que buscaba comprenderlo. Tanto en Heráclito como en Anaximandro el estudio del ser y el mundo estaban ligados al tiempo. Pero fue Parménides quien complejizó la concepción del tiempo al concebir al ser como un devenir infinito que se desenvuelve en la ausencia del tiempo: "el ser no fue ni será, sino que es". El problema del ser era entonces tratado no en relación a su sustancia sino en relación a su existencia o temporal.

Platón desarrolló una concepción cíclica el tiempo en relación a la eternidad y la existencia del ser. Porque era el conocimiento de las Ideas eternas, esto es de la eternidad del tiempo, el único camino posible para conocer la verdad de las cosas. Así como las cosas naturales están en dependencia de las ideas inmutables, el tiempo está en dependencia de la eternidad. La eternidad entonces no niega la temporalidad sino que la sustenta, porque la eternidad constituye un tiempo total y real que permite la existencia aparente del tiempo.

Aristóteles cambia el enfoque platónico al concebir al tiempo como una percepción del movimiento. Aunque el tiempo no es movimiento, no puede existir sin él, el tiempo pertenece al movimiento, pero también es dependiente del alma en tanto que éste es necesario para numerar o percibir el movimiento. En la concepción aristotélica el tiempo está ligado al espacio en tanto que sus estructuras, la sucesión y la coexistencia, dependen mutuamente. Aunque su postura engendra muchas aporías también da origen a una nueva concepción del tiempo, como el marco total e infinito que contiene los acontecimientos particulares y finitos. En esta concepción se basan las dos formas predominantes de interpretar el tiempo: la perspectiva física, que depende del movimiento, y la perspectiva psicológica, que depende de la conciencia.

La religión judeocristiana y su cosmovisión aportaron una concepción distinta del tiempo al pensamiento occidental. El tiempo aparece como lineal y progresivo y es por su desplegar que la historia es creada, sin embargo esta idea del tiempo se fue mezclando con la concepción filosófica griega a través de los escritos teológicos católicos algunos de los cuales buscaban una interpretación sacra del pensamiento platónico al considerar que el tiempo de los hombres era la historia mientras que la eternidad contenía lo divino. A su vez, la concepción aristotélica fue reinterpretada por el catolicismo tomando al tiempo total o eterno como marco en el que se mueven los acontecimientos naturales.

Fue Agustín de Hipona uno de los padres que más reflexionó sobre el tiempo a partir de la influencia platónica en su pensamiento. Agustín concebía al tiempo desde una perspectiva moral que buscaba comprender la eternidad desde el alma por medio de la iluminación o revelación divina. Aunque el tiempo se inicia con la creación y se expande linealmente no por eso depende del movimiento, ya que el tiempo es siempre presente en tanto que lo pasado, lo presente y lo futuro anidan en el alma, cuya vida es precisamente el tiempo. En definitiva, Agustín manifiesta una inclinación psicológica del tiempo.

Esta concepción psicológica se mantendrá firme hasta fines del Medioevo cuando los adelantos científicos, especialmente en la física, socavarán los cimientos de esta cosmovisión. La invención del reloj mecánico propició este cambio en la concepción del tiempo al transformarlo en una variable física y abstracta y la perspectiva física del tiempo fue ganando lugar en la cosmovisión moderna.

Fue Isaac Newton quien estableció las bases de esta noción del tiempo como absoluto, verdadero, matemático e intrascendente pero desligándolo del movimiento, ya que el tiempo y el espacio son independientes de los cuerpos. Newton asimilaba el tiempo a un ámbito, un ambiente, un flujo, una realidad en cuyo seno suceden las demás realidades físicas.

A esta idea absolutista G. W. Leibniz, uno de los mayores intelectuales del siglo XVII, opuso una concepción relacional del tiempo al considerarlo como inseparable de las cosas. Esta crítica fue reforzada por Ernst Mach para quien el tiempo y el espacio no existían como realidades absolutas y externas y que sólo era posible medir el tiempo por el cambio de las cosas.

La concepción absoluta del tiempo fue formulada con mayor sustento por Immanuel Kant en el siglo XVIII, quien sostuvo la total independencia de éste respecto a las cosas que se mueven en él. Para Kant el tiempo no es un concepto empírico ni intelectual, tampoco es una cosa, más bien es una representación de la intuición humana, ideal y real.

Esta forma de pensar el tiempo dará un giro con Friedrich Hegel para quien el tiempo no es ni un marco formal ni un devenir en sí mismo. El tiempo es el despliegue o la manifestación de la Idea, del Yo, de lo Absoluto o del Espíritu, es la autoconciencia del ser.

La teoría de la relatividad de Albert Einstein cambió radicalmente las concepciones sobre el tiempo y el espacio en el siglo XX. Para Einstein es el movimiento y el cambio lo que denota el tiempo, sin embargo el tiempo no es cambio, aunque la percepción y conceptualización del tiempo por el hombre parte de la denotación del cambio en el mundo real. Desde este relativismo, el tiempo no es considerado una sustancia, ni un flujo ni un fondo, sino una dimensión de las cosas que depende de la duración o la permanencia de estados. El tiempo está en relación a las cosas y no puede denotarse sino a través del cambio por medio del movimiento y según la velocidad.

A partir de entonces la temporalidad será pensada con mayor complejidad durante el siglo XX por distintos pensadores. Henri Bergson criticó la postura de la ciencia positiva por estudiar solo el tiempo especializado –como sucesión de acontecimientos ubicados cuantitativamente y en orden yuxtapuesto- que sería el tiempo físico y falsificado en oposición al tiempo auténtico que sería un fluir único, un movimiento continuo, la duración de la conciencia sin dependencia espacial. Con estos argumentos Bergson se opuso al pensamiento de Einstein porque aunque sostenía la relatividad del tiempo lo siguió considerando como un orden de sucesión.

Con Wilhelm Dilthey el análisis de la problemática del tiempo se acerca más a las necesidades de la historia por cuanto este filósofo no sólo criticó la falsa concepción positiva del tiempo que se impuso en las "ciencias del espíritu" sino que también sostuvo una idea del tiempo como realización concreta de la vida. El tiempo para él no es un marco en el que se ordenan los hechos y no puede, por lo tanto, ser concebido a priori ni a posteriori.

Un aporte nuevo y significativo vino por medio de Edmund Husserl. Su fenomenología de la conciencia pretendía describir y analizar los fenómenos o las vivencias de la conciencia. Surge así la noción de "tiempo fenomenológico" que versa sobre la duración de las vivencias o el tiempo interno de la conciencia, ya que de ella proviene la temporalidad que es la duración real de lo vivido. Desde esta concepción el tiempo no está más en el objeto sino en el sujeto.

La relación entre el ser y el tiempo fue la problemática central en la filosofía de Martín Heidegger. Para él es una comprensión vulgar considerar al tiempo como marco previo en el que se ordenan los hechos, ya que al tener la temporalidad un valor ontológico ésta surge del ser que la contiene como un siempre "haber ya sido". En esta temporalidad la muerte es la posibilidad más certera de la existencia y en su referencialidad el ser vivirá el tiempo.

La historia y la dimensión temporal

Paradójicamente aunque el hombre construye su propio tiempo éste se torna una realidad que lo envuelve por fuera. En este sentido si bien el hombre lleva dentro de sí un tiempo interno, subjetivo, también participa del tiempo de la naturaleza y del tiempo socialmente construido como institución.

El tiempo es una dimensión, una variable de la realidad histórica y una coordenada elemental para captar y comprender toda estructura social y en la historia cobra especial importancia porque el devenir histórico lleva implícito el concepto de desarrollo en el tiempo.

Al ser el tiempo una construcción social puede adquirir distintas dimensiones que pueden cambiar o transcurrir en profundidad y rapidez según las valoraciones e interpretaciones que cada sociedad elabore. El tiempo entonces depende del sistema social en el que opera y esto lo hace necesariamente plural y relativo.

Todo intento de separación del tiempo, distinguiendo un tiempo físico de un tiempo astronómico, histórico o social, es el resultado siempre de una operación arbitraria, inexacta e inconsistente ya que el tiempo en su realidad es uno sólo. Sin embargo las percepciones que el hombre tiene del tiempo son variadas y subjetivas por lo cual establecer distinciones puede tener usos necesarios y útiles.

En el ámbito histórico las concepciones sobre el tiempo son también variadas según los paradigmas científicos desde los que opere el historiador y según también sus propias concepciones histórico-filosóficas. Lo característico de nuestra disciplina es la reticencia a abordar teóricamente la cuestión del tiempo. Para muchos historiadores el tiempo se presenta como un supuesto o una categoría a priori que está ausente del relato histórico y que no requiere por ende una atención especial en sus investigaciones. La mayoría de los aportes teóricos que sobre el tiempo histórico se han elaborado provienen de filósofos, de antropólogos o sociólogos más que de historiadores, y si estos últimos lo estudian es de forma pragmática con el fin de analizar las formas de captación o la interpretación que las sociedades hacen del curso de los acontecimientos (circular o lineal) o bien para desarrollar técnicas y formas de medición: su concepción del tiempo está asimilada erróneamente a la cronología.

En este contexto el aporte de Fernand Braudel es significativo tanto por la concepción que sostiene y como por el intento mismo de abordarlo en su esencia y estructura. Tal fue la repercusión de su pensamiento que antropólogos y filósofos tomaron sus ideas como referencia obligada en el abordaje de la problemática del tiempo, basta pensar en las discusiones que mantuvo con el antropólogo estructuralista Levi Strauss o la atención especial que Paul Ricoeur le prestó en sus escritos filosóficos, los cuales tuvieron fuerte repercusión en el campo histórico en tanto replantean críticamente la visión del concepto, la forma y el contenido mismo de la disciplina histórica.

Los "tiempos" de Fernand Braudel

Fernand Braudel nació en 1902 en el departamento de Mosam en Francia. En 1923 fue a Argelia entonces una colonia francesa a enseñar historia y de regreso en Francia en 1932 trabajó como maestro de escuela secundaria donde se encontró con Lucien Febvre, el co-fundador de la publicación de los Anales. En 1939 al estallar la Segunda Guerra Mundial se alisto en el ejército pero fue capturado en 1940 y hecho prisionero de guerra en Alemania en un campamento cerca de Lübeck; desde la cárcel comenzó a trabajar solo con la propia memoria y sentó así las bases de su futuro gran trabajo "La Méditerranée et le Monde Méditerranéen a l'époque de Philippe II" ("El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II"). Después de la guerra trabajó con Febvre en una nueva universidad fundada separadamente de la Sorbona que se dedicaba especialmente al estudio de la historia social y económica.

En 1962 Braudel escribió una Historia de las Civilizaciones como base para un curso básico de historia pero el ministerio francés lo rechazó por su oposición radical a la narrativa tradicional basada en los eventos superficiales. Contra la historia tradicional que narraba acontecimientos principalmente políticos Braudel buscaba escribir una historia de "larga duración" que viese los grandes procesos de la historia para poseer una comprensión más compleja y global de ella.

En la obra más representativa y madura de su postura "El Mediterráneo…" pretendía estudiar ese amplio espacio geográfico en la segunda mitad del siglo XVII desde una perspectiva histórica radicalmente novedosa. Para lograr su cometido dividió su libro en tres secciones, uno para la larga duración ("…ciertos marcos geografitos, ciertas realidades biológicas, ciertos limites de la productividad, y hasta determinadas coacciones espirituales…"[1]), otro para la mediana duración, el tiempo coyuntural (…una curva de precios, una progresión demográfica, el movimiento de salarios, las variaciones de la tasa de interés, el estudio de la producción o un análisis riguroso de la circulación…"[2]) y la última para la corta duración, los acontecimientos y personajes de la historia ("…los mediocres acontecimientos de la vida ordinaria: un incendio, una catástrofe ferroviaria, el precio del trigo, un crimen, una representación teatral, una inundación."[3]).

El mismo vocabulario que utiliza Braudel da a entender su preferencia para con la historia estructural y coyuntural y su rechazo radical, casi burlesco[4]de la historia acontecimental: "el tiempo corto es la mas caprichosa, la mas engañosa de las duraciones" (op.cit. p. 66).

Su monumental obra que le llevó años de investigación tenía por fin mostrar cómo ésta teoría de las tres duraciones podía ser aplicada a un análisis empírico concreto. El sólo intento de hacerlo ya le merece gran mérito pues la labor investigativa que ello requería no fue para nada sencilla.

En la primera parte la obra trata sobre la historia lenta, casi inmóvil, de las relaciones de los hombres con el medio que los rodea en donde atiende a los lugares geográficos particulares que caracterizan a una población y que influyen (o determinan) la vida de la misma. Su estudio busca ser más que una descripción de la geografía del mundo mediterráneo una explicación de la misma, de sus montañas (Atlas, Apeninos, Taurus), sus llanuras (Languedoc, Campania), sus mares interiores (mar Negro, Egeo, Adriático), sus islas (Cerdeña, Creta, Chipre), sus límites geográficos, sus rasgos climáticos, sus ciudades. El mediterráneo se transforma así en el personaje histórico principal de toda la obra: un "actor cambiante, astuto, apremiante y a veces decisivo en sus intervenciones"[5].

De esta manera Braudel intenta defender una concepción de Geohistoria que justamente se aleje de la tradicional geografía histórica de Longnon y que tenga por objetivo tratar los problemas humanos dentro del contexto geográfico (clima, suelo, plantas, animales, géneros de vida) en que se desenvuelven, acercando la geografía al estudio de las realidades pasadas y la historia al espacio que sustenta, engendra, facilita o entorpece las actividades humanas: realizar una verdadera geografía humana retrospectiva [6]

La cuestión sobre la cual han girado todas las críticas hacia Braudel es el estrecho acercamiento con el determinismo geográfico de Ratzel que supone este tipo de análisis. Tal es el cuestionamiento de Pierre Vilar para quien las concepciones de Braudel conllevan diversos problemas: reduce al espacio los problemas históricos y centra su objeto en los obstáculos en lugar de las innovaciones con lo cual "se puede caer en un determinismo geográfico que los restantes factores de la historia vuelven a poner constantemente en cuestión" [7]

En su trabajo "La larga duración" Braudel desarrolló teóricamente sus concepciones sobre el tiempo histórico y en ella se puede apreciar una inclinación a considerar a esta "Geohistoria" como un relegamiento de los procesos históricos humanos a un determinismo geográfico bastante rígido:

"Parece que el ejemplo más accesible continúa todavía siendo el de la coacción geográfica. El hombre es prisionero, desde hace siglos, de los climas, las vegetaciones, de las poblaciones animales, de las culturas, de un equilibrio lentamente construido del que no puede apartarse…" (p. 71)

En la obra de Braudel es posible reconocer cómo el hombre ocupa una posición subordinada al medio geográfico que lo cohíbe, lo limita, lo mantiene prisionero y al cual debe de adaptarse. En "El Mediterráneo…" esto se revela claramente cuando relega las cuestiones económicas y comerciales a condiciones marítimas y climáticas:

  • "…el mar es el vehículo de las exigencias económicas del exterior…"; p. 325

  • "…la navegación por el Mediterráneo ha tropezado siempre con el mal tiempo invernal…"; p. 325

  • "El medio geográfico constriñe (al hombre) cada vez más…"; p. 1

  • el hombre lucha por "desembarazarse de la opresión de la naturaleza…"; p.1

O cuando reduce las formas socioculturales que caracterizan una sociedad al medio geográfico en el cuál se desarrollaron:

  • "El Cercano Oriente no fue conquistado por los árabes, sino que conquistó a sus invasores, asimilándolos a su propia sustancia"; p.321

  • el Mediterráneo es un "medio humano, un hacinamiento de hombres en que fueron incapaces de hacer mella las invasiones más estrepitosas y espectaculares…", p. 321

Aunque Braudel intentó escapar a este tipo de cuestionamientos afirmando por ejemplo que "la geografía no explica toda la vida ni toda la historia del hombre… no lo gobierna todo." (p. 324) y que las fuerzas impersonales, colectivas, "no destruyen, ni mucho menos, el papel del individuo…" (p. 549), contrariamente en la conclusión final de su obra afirma que el medio geográfico: "Sincroniza la vida de los pueblos, de las razas, de los Estados, de las naciones y de las civilizaciones que lindan con su ámbito" (p.550).

En la segunda parte, Braudel analiza las comunicaciones, las relaciones comerciales, las rutas comerciales, los mercados, los precios, la población, los puertos, los mecanismos monetarios, las rentas: en definitiva la historia de las sociedades y las economías del mundo mediterráneo. Esta perspectiva fue elaborada años antes por la historia económica de Labrousse quien aplicó el método de análisis histórico coyuntural a la economía francesa del siglo XVIII, pero Braudel no se limitó a la economía sino que pretendió abordar la vida social en toda su complejidad: "…las economías, los Estados, las sociedades, las civilizaciones y… las diversas formas de la guerra"[8], pues como él mismo señala aunque el historiador puede recortar la realidad para analizarla mejor tal recorte es siempre arbitrario dado que "La historia es la imagen de la vida bajo todas y cada una de sus formas. No es una selección". Paradójicamente su misma obra muestra una gran falencia al respecto puesto que entre las tres partes que la integran no existe una correlación. [9]

Probablemente por eso Braudel prefiere hablar de una "historia social", "historia de grupos", "historia de estructuras" o "historia de los destinos colectivos" enmarcada en un tiempo coyuntural de décadas, cuartos de siglo o medio siglo que abarca el conjunto de las condiciones que caracterizan una sociedad en un momento determinado. Recurrirá por ello al análisis de indicadores económicos como precios, salarios, tasas de interés, producción, censos y estadísticas con el fin de determinar tendencias, orientaciones o ciclos de alza y baja en la evolución tanto de la economía como de la población en un intento por encontrar los ritmos de crecimiento y las regularidades: "Se trata, si se quiere, de encontrar la medida del siglo XVI" (p.333). Y es justamente esto lo que se le critica: su análisis coyuntural que como tal debería centrarse en las crisis, los cambios y las transformaciones termina convirtiéndose más bien en un análisis estructural que atiende a las permanencias y las continuidades.

En la tercera parte, Braudel realiza una historia política, diplomática y militar al estilo tradicional del reinado de Felipe II basándose en el estudio de las instituciones, las divisiones políticas, las fuerzas militares, las flotas, las fortificaciones, los tratados de paz, las guerras, las alianzas, las batallas y las treguas. Recurre para ello a la fuente y el método tradicional por excelencia: el documento escrito y el relato episódico.

Sin duda alguna esto llama la atención de cualquier lector pues ¿cómo entender a un crítico radical de la historia tradicional que termina realizando él mismo una historia cronológica y acontecimental? Ante el cuestionamiento Braudel responde de antemano: "La historia es también este polvo de los actos, de las vidas individuales…", y justifica su análisis del plano de los acontecimientos alegando que el mismo está enfocado desde una perspectiva diferente bajo el ángulo del Mediterráneo, aunque más tarde reconoció que hasta el mismo Ranke hubiese visto reflejado en la tercera parte de su obra su estilo, su método y hasta su forma de pensar sobre la historia.

Hoy, a más de cincuenta años de la publicación de "El Mediterráneo…" resulta más inteligible realizar una crítica valorativa de los aportes que Braudel y la segunda generación de Annales que se núcleo en torno a su figura dieron a la historiografía e incluso a las demás ciencias sociales.

Antes que nada, debemos recalcar su gran esmero por defender a la historia de las duras críticas que se le hacían desde la antropología estructural de Levi-Strauss, como desde la sociología objetivista de Durkheim, y situarla como una ciencia prominente en el campo de las ciencias sociales en general. A esto se suma su aporte por establecer bases teóricas fundamentadas, y fundamentales, que no sólo combatían a la tradicional forma de hacer historia predominante hasta entonces en Alemania y Francia sino que también sostenían una nueva forma de hacer historia basada en una nueva concepción del tiempo histórico y en una relación estrecha con las demás ciencias sociales, especialmente la geografía, la demografía, la sociología, la antropología y la psicología colectiva.

Lamentablemente, tras su alejamiento de la dirección de la Escuela de los Annales sus posturas fueron intencionalmente olvidadas y en muchos casos refutadas, hasta el punto de que aunque la Historia de las Mentalidades sólo fue posible gracias al aporte de la larga duración que hizo Braudel sus representantes buscaron los fundamentos de esta nueva especialidad histórica en Febvre y no en él, en gran medida por el recelo que provocó el largo dominio de la escuela bajo su personalidad atrayente.

A pesar de esto hasta sus críticos más fuertes no dejan de reconocer a Braudel el mérito de haber atacado desde las bases mismas a aquella vieja concepción del tiempo como progreso lineal, evolutivo y medible con fechas y haber alumbrado teóricamente sobre la importancia de abarcar procesos de larga duración que escapan incluso al tiempo mismo, como necesidad indispensable para la comprensión del pasado y de la vida humana.

Para Julio Aróstegui si bien los tiempos de Braudel sólo miden tipos de cambio o tipos de realidades según su velocidad de cambio y carecen de una articulación para conformar un tiempo total, no por esto deja de ser significativa su contribución al plantear al tiempo como dimensiones que se entrecruzan, se interrelacionan y se complementan dentro del tiempo histórico.

El tiempo y el relato en la filosofía de Paul Ricoeur

El reconocido filósofo francés Paul Ricoeur escribió una gran obra de carácter ontológico que en la actualidad es considerada una de las más importantes síntesis de teoría literaria e histórica del siglo XX, pues toda su filosofía se basa justamente en el intento por conciliar diversas teorías y enfoques como hermenéutica, fenomenología, existencialismo, crítica literaria, estructuralismo, psicoanálisis y el formalismo ruso. Es por eso que su pensamiento se nutre de muchos pensadores (Aristóteles, San Agustín, Hegel, Freud, Husserl, Heidegger, Gadamer, Levi-Strauss, Benveniste, Jakobson, Saussure, Chomsky, Austín y Searle, Goodman…) de quienes toma elementos teóricos para el desarrollo de su más importante obra: Tiempo y Narración[10]Dicha obra pretende abarcar una problemática que se extiende desde San Agustín hasta Heidegger: "el enigma del ser en el tiempo".

La tesis central que recorre toda su obra es que: "el tiempo se hace humano en la medida en que se articula en un modo narrativo, y la narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia temporal" (p. 16).

Semejante afirmación le valió la caracterización de Hayden White como un intento por establecer una verdadera metafísica de la narratividad[11]Pero para entender dicha tesis es necesario sintetizar primero el extenso recorrido teórico que realiza.

Ricoeur parte de la problemática que engendra la experiencia temporal del hombre y de la dificultad que tiene éste para pensar dicha experiencia, pues al intentarlo no puede escapar a una doble aporía: el hombre no puede no-pensar su experiencia en el tiempo y paradójicamente no puede pensarla racionalmente y sin subjetividad. Con ello, Ricoeur no hace más que retomar la vieja pregunta de San Agustín: "¿Qué es, en efecto el tiempo?" a lo cual el filósofo del siglo IV respondía: "si nadie me lo pregunta, lo sé, y si trato de explicárselo a quien me lo pregunta no lo sé". Obviamente la respuesta no satisface a nadie, pero pone de manifiesto la dificultad que tiene el hombre de pensar el tiempo.

Dicha dificultad surge porque intuitivamente tenemos una doble experiencia del tiempo. por una lado experimentamos el tiempo cosmológico (sobre el que indagó Aristóteles) que consiste en una infinidad de instantes sucesivos e iguales que pasan uno detrás de otro, y es por ello un tiempo pautado, un tiempo externo que no puede ser controlado por el hombre pues precede a su existencia y permanece tras su muerte, y por otro lado encontramos un tiempo fenomenológico (sobre el que reflexionó San Agustín) a través del cual tenemos una experiencia íntima del tiempo; éste es vivido de manera existencial entre nuestro presente que permanece desde un pasado que se fue y hacia un futuro que aun no ha llegado; es un tiempo intrínseco a la misma existencia del hombre que comienza y termina en él y con él. La paradoja es que el tiempo cósmico y el tiempo vivido, tan antagónicos entre sí, organizan y regulan nuestra existencia en el mundo de tal forma que nos mantienen prisioneros del tiempo.

¿Cómo articular el salto que se da en el hombre entre ambas experiencias temporales? ¿Cómo organizar al tiempo en un tiempo que sea meramente humano? ¿Cómo se puede apropiar el hombre del tiempo? Para encontrar dicha articulación Ricoeur se centrará en el lenguaje.

Su tesis es que los hombres logran escapar a esa alternativa de un modo práctico, no especulativo-filosófico, cuando logran inscribir su experiencia íntima del tiempo en el tiempo físico por medio del lenguaje. Así se construye un tercer tiempo que es propiamente el tiempo humano y que se lo puede llamar el tiempo del calendario. Este es un tiempo que se construye socialmente y por ello se lo puede considerar como una creación del lenguaje, como una institución social.

Este tiempo posee una diferenciación entre el pasado, el presente y el futuro como el tiempo vivido pero a diferencia de éste, que no tiene referencias objetivas, el tiempo humano conecta nuestra experiencia personal y subjetiva con el tiempo de los otros y del mundo en el que vivimos. Por ello se puede afirmar que: el tiempo humano socializa el tiempo de nuestras experiencias íntimas.

Ahora bien, este tiempo humano sólo existe como tal en la medida en que se pueda articular de modo narrativo, es por ello que también lo podemos denominar tiempo narratológico. Recuérdese la tesis ricoeurniana de que el tiempo humano es siempre algo narrado y la narración, a su vez, revela e identifica la existencia temporal del hombre: el tiempo apunta a la narración y ésta apunta a un sentido de más allá de su propia estructura.

Este círculo entre Tiempo y Narración no es sin embargo un círculo vicioso que implica un eterno retorno a la misma condición, sino que puede ser comparado más bien como un círculo en forma de espiral que se prolonga hacia nuevas dimensiones y que se articula en torno a la trama.

La invención de la narración en Ricoeur es la misma trama: "síntesis de lo heterogéneo", en tanto que toma e integra diversos y dispersos acontecimientos en una Historia total y completa dotando a la narración, como un todo, de un significado autónomo. La narración histórica es entonces en esencia metafórica y el lenguaje del historiador es por lo tanto autónomo respecto del pasado.

La "historia" sería entonces la comprensión hermenéutica de las acciones humanas, es decir la recuperación de la operación que unificó lo diverso en una acción total y completa, por medio de la captación de las intenciones, las motivaciones, las acciones y las consecuencias en determinados contextos que están configurados en la trama. La trama es por lo tanto la mímesis de una acción.

Su concepción de mímesis difiere sustancialmente de la definición aristotélica como simple imitación de la naturaleza pues opta por distinguir tres momentos de la mímesis en la mediación entre tiempo y narración, destacando el papel mediador que tiene la construcción de la trama entre la experiencia práctica que la precede y la que le sucede.

Para poder comprender una trama, el historiador parte primero de la pre-comprensión que tiene del mundo de la acción, de sus rasgos estructurales, simbólicos y temporales (Mímesis I), luego desde esta precomprensión se accede al reino de la ficción para construir la trama que unifique lo diverso, que sintetice lo heterogéneo[12]Esta unificación se da por medio de una operación de configuración que tiene lugar en Mímesis II, y cuyo valor reside en su posición intermediaria entre el antes y el después de dicha configuración. Pero la unidad plural del pasado-presente-futuro sólo se logra en Mímesis III, cuando la narración obtiene su pleno sentido al convertirse en una condición de la existencia temporal. Ya que Mímesis III re-configura la ficción (Mimesis II) de la precomprensión del orden de la acción (Mímesis I) y de esta manera actúa como punto de inflexión entre el mundo-del-texto y el mundo-del-lector en el cual tiene lugar el acto de la lectura.

Esta triple dimensión de la relación entre Tiempo y Narración la somete a prueba en dos modelos narrativos: el relato histórico y el relato de ficción. Aunque Ricoeur concluya que la referencia última de ambos tipos de relato es la misma, la temporalidad, la referencia inmediata difiere en cada uno de ellos ya que la narración histórica siempre se refiere a acontecimientos reales y no imaginarios, aunque la coherencia que les de el narrador en una unidad total es producto de su interpretación.

La historia, de este modo, no caería en la clasificación peyorativa de semi-ciencia o de discurso semi-literario ya que la relación entre Tiempo y Narración no es directa sino que entre ambos existe un vínculo indirecto de derivación: el saber histórico deriva de la comprensión narrativa pero no pierde por ello su carácter científico.

Es por esto que podemos ubicar a Ricoeur en una perspectiva particular que aunque se posiciona en contra de aquellos teóricos que intentaron mostrar la no existencia de un vínculo entre Historia y Narración, dado el corte epistemológico existente en el plano de los procedimientos, las entidades y la temporalidad, no por ello acepta la tesis narrativista sobre la existencia de un vínculo directo entre ambas.[13]

Ya que si no existe ningún vínculo, la historia no tendría carácter histórico (pues la narración refleja el tiempo humano), y si dicho vínculo es directo, la historia (history) sería sólo una especie de cuento (story).

El logro más importante de la filosofía de Ricoeur en relación al tiempo histórico es haber mostrado la vinculación que éste tiene con la narración. La cual al ser la única que revela el significado, coherencia y significación de los acontecimientos ocurridos en el tiempo, obtiene por sí misma su legitimidad como práctica discursiva suficiente para la representación histórica:

Si las consecuencias de las acciones humanas tienen la estructura de textos narrativos, la narrativa se convierte en el medio idóneo para representarlas.

Si las acciones humanas son narrativizaciones vividas (en tanto que cada sujeto vive su vida como una trama con principio, medio y fin), los acontecimientos que éstas generan son históricos en la medida en que contribuyen al desarrollo de una trama, cuya función es construir todos significativos a partir de dichos acontecimientos dispersos.

La trama se transforma así en una entidad que se encuentra en proceso de desarrollo antes de que cualquier acontecimiento suceda, y por ello no puede ser un código impuesto por el historiador (como para H. White).

A pesar del reconocimiento de tal relación entre Tiempo y Narración, sus críticos no dejan de mencionar que su filosofía de la acción centrada en las intenciones voluntarias de los sujetos no tiene en cuenta que la verdadera significación histórica se encuentra en las consecuencias involuntarias de las acciones de los sujetos y que si se acepta que el pasado es como un texto, al ser significativo, debe recordarse siempre que el contenido de dicho texto es significativo de algo que está fuera de sí mismo, esto es de su referencia, pero tal tipo de cuestionamiento implica nuevamente plantear la cuestión en términos de texto-contexto: una antinomia que se presenta como una aporía al igual que el tiempo mismo.

Conclusiones

Lo anteriormente expuesto tiene como fin principal despertar la reflexión sobre el tiempo como un problema. Sin lugar a dudas el tiempo aunque puede ser usado como una categoría o una variable para el análisis histórico no se reduce a eso, por el contrario la temporalidad es una dimensión compleja fuertemente imbricada con la misma existencia.

Hemos visto que aunque el hombre lleva un tiempo dentro de sí en tanto es un ser autorreflexivo, también está envuelto por el tiempo desde fuera en tanto construcción social.

También hemos llegado a la conclusión de que estudiar la naturaleza de la historia implica necesariamente estudiar la naturaleza de la sociedad y del tiempo: historia, tiempo y sociedad son inseparables.

Al analizar el pensamiento filosófico y su desarrollo a lo largo de los siglos queda manifestado un cambio significativo en la concepción del tiempo que la sociedad occidental elaboró: de considerar ingenuamente al tiempo como la realidad en la que suceden los eventos y que contiene las cosas se problematizó la cuestión al comprenderlo en su complejidad como una dimensión de las cosas pues son los eventos los que crean al tiempo.

Para los historiadores abordar al tiempo como problema es una necesidad para comprender la verdadera naturaleza y significación del devenir histórico pues es justamente el tiempo el indicador de la existencia histórica. Es precisamente la conceptualización que el hombre hace del cambio y de la existencia la fuente creadora de conciencia histórica.

El aporte de Braudel, pese a sus limitaciones, llevó a los historiadores a repensar el tiempo y a buscar comprenderlo en su complejidad. Con sus estudios demostró que la historia no se opone a la duración pues existe una articulación directa entre permanencia y cambio ante la presencia de diversos tiempos que se dan según cómo se producen los eventos.

La perspectiva de Ricoeur exigió a los historiadores reflexionar teóricamente sobre el tiempo para poder encontrar un sustento a su actividad como científica. La relación entre tiempo y narración puso de manifiesto las problemáticas más profundas que la historia y los historiadores aun no pueden resolver.

En este estado de cosas es interesante la apreciación de Pierre Vilar al afirmar que lo más importante para debatir no gira en torno a considerar a la historia como producto del tiempo sino al tiempo mismo como un producto de la historia.

Bibliografía

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