Descargar

El marxismo del siglo XXI. Redescubriendo y repensando el marxismo (página 2)

Enviado por José López


Partes: 1, 2

Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines propios con la conciencia y la voluntad de lo que hacen; y la resultante de estas numerosas voluntades, proyectadas en diversas direcciones, y de su múltiple influencia sobre el mundo exterior, es precisamente la historia. Importa, pues, también lo que quieran los muchos individuos. La voluntad está movida por la pasión o por la reflexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven directamente a éstas, son muy diversos. Unas veces, son objetos exteriores; otras veces, motivos ideales: ambición, "pasión por la verdad y la justicia", odio personal, y también manías individuales de todo género. Pero, por una parte, ya veíamos que las muchas voluntades individuales que actúan en la historia producen casi siempre resultados muy distintos de los perseguidos —a veces, incluso contrarios—, y, por tanto, sus móviles tienen una importancia puramente secundaria en cuanto al resultado total. Por otra parte, hay que preguntarse qué fuerzas propulsoras actúan, a su vez, detrás de esos móviles, qué causas históricas son las que en las cabezas de los hombres se transforman en estos móviles.

Esta pregunta no se la había hecho jamás el antiguo materialismo. Por esto su interpretación de la historia, cuando la tiene, es esencialmente pragmática; lo enjuicia todo con arreglo a los móviles de los actos; clasifica a los hombres que actúan en la historia en buenos y en malos, y luego comprueba, que, por regla general, los buenos son los engañados, y los malos los vencedores. De donde se sigue, para el viejo materialismo, que el estudio de la historia no arroja enseñanzas muy edificantes, y, para nosotros, que en el campo histórico este viejo materialismo se hace traición a sí mismo, puesto que acepta como últimas causas los móviles ideales que allí actúan, en vez de indagar detrás de ellos, cuáles son los móviles de esos móviles. La inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles ideales, sino en no remontarse, partiendo de ellos, hasta sus causas determinantes.

[…]

Por tanto, si se quiere investigar las fuerzas motrices que —consciente o inconscientemente, y con harta frecuencia inconscientemente— están detrás de estos móviles por los que actúan los hombres en la historia y que constituyen los verdaderos resortes supremos de la historia, no habría que fijarse tanto en los móviles de hombres aislados, por muy relevantes que ellos sean, como en aquellos que mueven a grandes masas, a pueblos en bloque, y, dentro de cada pueblo, a clases enteras; y no momentáneamente, en explosiones rápidas, como fugaces hogueras, sino en acciones continuadas que se traducen en grandes cambios históricos. Indagar las causas determinantes de sus jefes —los llamados grandes hombres— como móviles conscientes, de un modo claro o confuso, en forma directa o bajo un ropaje ideológico e incluso divinizado: he aquí el único camino que puede llevarnos a descubrir las leyes por las que se rige la historia en conjunto, al igual que la de los distintos períodos y países. Todo lo que mueve a los hombres tiene que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que adopte dentro de ellas depende en mucho de las circunstancias.

[…]

Pero mientras que en todos los períodos anteriores la investigación de estas causas propulsoras de la historia era punto menos que imposible —por lo compleja y velada que era la trabazón de aquellas causas con sus efectos—, en la actualidad, esta trabazón está ya lo suficientemente simplificada para que el enigma pueda descifrarse.

El materialismo histórico tiene por objeto, precisamente, el descubrimiento de dichas leyes, de las causas determinantes de los acontecimientos, de las causas propulsoras de la historia. Con el método marxista, la historia humana, que hasta entonces se nos aparecía como una concatenación de casualidades, como algo caótico, enigmático, se nos vuelve verdaderamente cognoscible. El aparente azar da lugar a cierto orden. El enigma empieza a resolverse. El materialismo histórico no sólo dice que es posible encontrar cierto orden en la historia de la sociedad humana, nos dice además cuáles son las causas determinantes, primigenias, nos dice dónde buscar: en las circunstancias, en las relaciones sociales entre los individuos que conforman la sociedad, además de en las ideas o en las voluntades de los individuos. El materialismo histórico dice, en esencia, que las causas de los acontecimientos históricos son, en última instancia, materiales, están en la Tierra, y no en el Cielo, en la propia historia humana y no en algo externo a ella. Nos dice que es posible comprender la dinámica de la sociedad humana si comprendemos las leyes generales que la gobiernan. Pero esto no quiere decir que dichas leyes sean exactas. El ser humano no es una máquina. La sociedad humana no se comporta de manera totalmente determinista, pero tampoco de manera completamente azarosa, aleatoria. Las leyes de la sociedad humana son, por fuerza, probabilísticas. No podemos hablar de certeza, sino de posibilidad. La sociedad tiene sus tendencias, sus contradicciones, las cuales pueden ser conocidas, pero dichas tendencias no se resuelven siempre de la misma manera. El libro de la historia no está escrito de antemano, pero es posible conocer su gramática. Es posible escribirlo conscientemente, pero hasta cierto punto, dentro de unos límites. No hay un solo futuro posible, pero tampoco hay infinitud de posibilidades. La historia humana no se hace sola, la hacen los seres humanos, pero éstos no la pueden hacer controlándola por completo. Sin embargo, conociendo las leyes de la sociedad humana, dicho control aumenta considerablemente. Con el marxismo, no sólo es posible conocer mejor la historia, sino que se nos abre las puertas para poder hacerla de manera más consciente. Gracias al materialismo histórico, la sociedad humana puede empezar a tomar las riendas de su propio destino, aunque siempre dentro de unos límites. En verdad que estos límites se atenúan notablemente con el método marxista, pero no desaparecen.

En su obra inconclusa Dialéctica de la naturaleza, Engels nos resume en qué consiste el materialismo histórico, además de recordarnos la mutua dependencia entre lo material y lo inmaterial, la interdependencia entre el ser humano y su entorno:

Mediante la combinación de la mano, los órganos lingüísticos y el cerebro, y no sólo en el individuo aislado, sino en la sociedad, se hallaron los hombres capacitados para realizar operaciones cada vez más complicadas, para plantearse y alcanzar metas cada vez más altas. De generación en generación, el trabajo mismo fue cambiando, haciéndose más perfecto y más multiforme. A la caza y la ganadería se unió la agricultura y tras ésta vinieron las artes del hilado y el tejido, la elaboración de los metales, la alfarería, la navegación. Junto al comercio y los oficios aparecieron, por último, el arte y la ciencia, y las tribus se convirtieron en naciones y Estados. Se desarrollaron el derecho y la política y, con ellos, el reflejo fantástico de las cosas humanas en la cabeza del hombre: la religión. Ante estas creaciones, que empezaron presentándose como productos de la cabeza y que parecían dominar las sociedades humanas, fueron pasando a segundo plano los productos más modestos de la mano trabajadora, tanto más cuanto que la cabeza encargada de planear el trabajo pudo, ya en una fase muy temprana de desarrollo de la sociedad (por ejemplo, ya en el seno de la simple familia), hacer que el trabajo planeado fuese ejecutado por otras manos que las suyas. Todos los méritos del rápido progreso de la civilización se atribuyeron a la cabeza, al desarrollo y a la actividad del cerebro; los hombres se acostumbraron a explicar sus actos por sus pensamientos en vez de explicárselos partiendo de sus necesidades (las cuales, ciertamente, se reflejan en la cabeza, se revelan a la conciencia), y así fue como surgió, con el tiempo, aquella concepción idealista del mundo que se ha adueñado de las mentes, sobre todo desde la caída del mundo antiguo. Y hasta tal punto sigue dominándolas todavía, hoy, que incluso los investigadores materialistas de la naturaleza de la escuela de Darwin no aciertan a formarse una idea clara acerca del origen del hombre porque, ofuscados por aquella influencia ideológica, no alcanzan a ver el papel que en su nacimiento desempeñó el trabajo.

Los animales, como ya hemos apuntado, hacen cambiar con su acción la naturaleza exterior, lo mismo que el hombre, aunque no en igual medida que él, y estos cambios del medio así provocados repercuten, a su vez, como hemos visto, sobre sus autores. Nada, en la naturaleza, ocurre de un modo aislado. Cada cosa repercute en la otra, y a la inversa, y lo que muchas veces impide a nuestros naturalistas ver claro en los procesos más simples es precisamente el no tomar en consideración este movimiento y esta interdependencia universales.

Más adelante en ese mismo libro Engels comenta:

El animal utiliza la naturaleza exterior e introduce cambios en ella pura y simplemente con su presencia, mientras que el hombre, mediante sus cambios, la hace servir a sus fines, la domina. Es esta la suprema y esencial diferencia entre el hombre y los demás animales; diferencia debida también al trabajo.

No debemos, sin embargo, lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Ésta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros.

[…]

Todo nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente.

No cabe duda de que cada día que pasa conocemos mejor las leyes de la naturaleza y estamos en condiciones de prever las repercusiones próximas y remotas de nuestras ingerencias en su marcha normal. Sobre todo desde los formidables progresos conseguidos por las ciencias naturales durante el siglo actual, vamos aprendiendo a conocer de antemano, en medida cada vez mayor, y por tanto a dominarlas, hasta las lejanas repercusiones naturales, por lo menos, de nuestros actos más habituales de producción. Y cuanto más ocurra esto, más volverán los hombres, no solamente a sentirse, sino a saberse parte integrante de la naturaleza y más imposible se nos revelará esa absurda y antinatural representación de un antagonismo entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo, como la que se apoderó de Europa a la caída de la antigüedad clásica, llegando a su apogeo bajo el cristianismo.

¡Y esto lo dice Engels en el año 1875! Su pensamiento dialéctico le permite comprender fácilmente el ecologismo. ¡El marxismo también es ecologista! El propio Marx dice en El Capital:

En la agricultura, lo mismo que en la manufactura, la transformación capitalista de la producción parece no ser otra cosa que el martirologio del productor; el medio de trabajo, apenas la forma de domar, explotar y empobrecer al trabajador; la combinación social del trabajo, la opresión organizada de su vitalidad, su libertad y su independencia individuales. La dispersión de los trabajadores agrícolas en superficies más extensas quiebra su fuerza de resistencia, en tanto que la concentración aumenta la de los obreros urbanos. En la agricultura moderna, al igual que en la industria de las ciudades, el crecimiento de la productividad y el rendimiento superior del trabajo se adquieren al precio de la destrucción y la aniquilación de la fuerza de trabajo. Además, cada progreso de la agricultura capitalista es un progreso, no solo en el arte de explotar al trabajador, sino también en el de despojar el suelo. Cada progreso en el arte de acentuar su fertilidad durante un tiempo, un progreso en la ruina de sus recursos duraderos de fertilidad. Cuanto más se desarrolla un país, por ejemplo Estados Unidos, sobre la base de la gran industria, más rapidez presenta el desarrollo de ese proceso de destrucción. Por consiguiente, la producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del proceso social al mismo tiempo que agota las dos fuentes de las cuales brota toda riqueza: la tierra y el trabajador.

La dialéctica nos permite ser conscientes de que influimos en la naturaleza y de que ésta influye también en nosotros. Esto ya lo sabían, por supuesto, todas las tribus primitivas que vivían en contacto directo con el mundo natural. Pero no del modo tan consciente en que puede llegar a saberse cuando el ser humano adopta el pensamiento dialéctico que, además, le permite conocer las leyes naturales y saber aplicarlas acertadamente. El marxismo ya preveía las posibles consecuencias ecológicas de un desarrollo incontrolado (como es el que provoca inevitablemente el capitalismo, la anarquía económica). Sólo cuando las nefastas consecuencias de nuestro desarrollo empezaron a ser evidentes (esperemos que no irreversibles) en la naturaleza, allá por los años 60 del pasado siglo XX, la humanidad empezó a concienciarse seriamente sobre el problema ecológico. Sin embargo, aún en nuestros días los hay quienes lo niegan. Y, lo que es peor, aun siendo conscientes del problema, no se toman las medidas necesarias. El capitalismo salvaje está poniendo en peligro de extinción al planeta y a todas las especies vivas que habitan en él, incluido el ser humano. ¡El capitalismo atenta contra la sociedad humana y su hábitat! El capitalismo no sirve a los intereses generales, incluso atenta contra ellos, contra los más elementales, como la supervivencia. El materialismo histórico, es decir, el materialismo dialéctico aplicado a la sociedad humana, ya preveía a mediados del siglo XIX el problema ecológico que ahora padecemos en el siglo XXI. Cuando una teoría es capaz no sólo de explicar el presente o el pasado, sino que, además, permite entrever el futuro, es que entonces, muy probablemente, es válida. Una teoría científica que explica satisfactoriamente la realidad y que incluso la prevé mejor que otras teorías o modos de pensar, ha de ser forzosamente considerada como la mejor. Esto es la esencia del método científico. En la ciencia la realidad manda, ésta es la que lleva a cabo la selección natural de las mejores ideas, aquellas que mejor concuerdan con la práctica, con lo observado realmente.

Como ya mencioné, Marx en el prólogo de Contribución a la crítica de la economía política, nos resume de una manera bastante clara la concepción materialista de la historia. Vale la pena reproducir íntegramente el famoso párrafo:

Mi primer trabajo, emprendido para resolver las dudas que me asaltaban, fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana del derecho, trabajo cuya introducción vio la luz en 1844 en los Anales franco-alemanes, que se publicaban en París. Mi investigación desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado, no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de "sociedad civil", y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política. En Bruselas, a donde me trasladé en virtud de una orden de destierro dictada por el señor Guizot, hube de proseguir mis estudios de economía política, comenzados en París. El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad humana.

Marx demostró la validez de su método, sucintamente explicado en las líneas anteriores, explicado más extensamente sobre todo en el capítulo primero de La ideología alemana, analizando el sistema económico burgués en la obra mencionada Contribución a la crítica de la economía política y sobre todo en El Capital. Sus análisis de ciertos episodios históricos como El 18 brumario de Luís Bonaparte o La guerra civil en Francia, están impregnados de materialismo histórico. Engels, en su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, al cual añadió en el apéndice un documento de apenas dos páginas titulado Las tesis sobre Feuerbach escrito por Marx para su autoesclarecimiento, sistematizó el método materialista dialéctico para explicar la historia de la sociedad humana. Así como Marx no pudo dedicar suficiente tiempo para explicar su método, el materialismo histórico, sustentado en la dialéctica materialista, probablemente desbordado por todo su trabajo teórico y práctico (no olvidemos que no pudo acabar su principal obra El Capital), Engels, afortunadamente, sí pudo desempeñar una importante labor pedagógica.

Henri Lefebvre en Introducción al marxismo nos explica de esta manera tan sencilla (aquí es cuando alguien demuestra su verdadero talante pedagógico: en la capacidad de expresarse de manera sencilla, en la capacidad de ser entendido por cualquiera) en qué consiste el materialismo histórico:

Aunque es verdad que en el curso de su desarrollo la conciencia y el pensamiento se liberan de las relaciones inmediatas y locales (relaciones simples con el medio), jamás se separan de ellas. ¡Admitirlo sería aceptar la ilusión ideológica e idealista! La extensión y la profundización de la conciencia, la aparición y el fortalecimiento del pensamiento racional se hallan también condicionados por las relaciones sociales (por el desarrollo de las comunicaciones y el cambio, por la vida social que se organiza y se concentra en las grandes ciudades comerciales e industriales etcétera). ¿Pero qué son esencialmente esas relaciones sociales? Ciertamente son, y así se nos presentan, sobre todo en nuestra época, extremadamente complejas. ¿Es posible separar de su entrelazamiento relaciones fundamentales? ¿Es posible distinguir, para usar una metáfora, pisos o sedimentos sucesivos sobre una base?

Marx y los marxistas afirman que sí. Hay relaciones fundamentales; el edificio de toda sociedad reposa sobre una base. En una casa, ciertamente, lo que importa son los pisos, las piezas habitables. ¿Pero es ésta una razón para despreocuparse de la base y de los cimientos, para olvidar que estos cimientos determinan la forma, la altura, la estructura del edificio, es decir, las grandes líneas esenciales (aunque dejando indeterminados los múltiples detalles y más aún las ornamentaciones)? Pensar de otro modo es creer que se puede comenzar una casa por el techo y terminarla por la base. Pensar que en una sociedad las ideas son fundamentales, es creer que porque las ventanas son necesarias y dan luz a las piezas constituyen la causa de la casa. Las relaciones fundamentales para toda sociedad son las relaciones con la naturaleza. Para el hombre la relación con la naturaleza es fundamental, no porque siga siendo un ser de la naturaleza (interpretación falaz del materialismo histórico) sino, por el contrario, porque lucha contra ella. En el curso de esta lucha, pero en las condiciones naturales, arranca a la naturaleza lo que necesita para mantener su vida y superar la vida simplemente natural. ¿Cómo? ¿Por qué medios? Por el trabajo, mediante los instrumentos de trabajo y la organización del trabajo.

Así y sólo así los hombres producen su vida, es decir superan la vida animal (natural), aunque no pueden evidentemente liberarse de la naturaleza por un decreto soberano. Los hombres no superan la naturaleza más que dentro de ciertos límites, y en las condiciones determinadas por la naturaleza misma (clima, fertilidad del suelo, flora y fauna naturales, etc.).

Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son por lo tanto las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie de esa sociedad, todo el decorado: debe penetrar bajo esa superficie y llegar a las relaciones de producción o sea las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo.

[…]

Las relaciones superiores y complejas que se expresan en la cultura implican y presuponen las relativamente simples relaciones de producción; esas relaciones complejas no pueden introducirse desde afuera en la estructura de una sociedad; no pueden por lo tanto separarse de ella y estudiarse aisladamente.

El desarrollo de las fuerzas productivas, sus grados, niveles alcanzados, tienen por lo tanto una importancia histórica fundamental: constituyen el fundamento del ser social del hombre en un momento dado, y, por consiguiente, de las modalidades de su conciencia y de su cultura.

Engels en una carta a José Bloch escrita en 1890 (cuando Marx ya había muerto) tiene que aclarar la concepción materialista (dialéctica) de la historia por parte del marxismo:

Según la concepción materialista de la historia, el factor determinante en la historia es, en última instancia, la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca nada más. Si alguien desnaturaliza esta posición en el sentido de que el factor económico es el único determinante, lo transforma en una frase hueca, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos elementos de la superestructura: las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados – las Constituciones establecidas una vez la batalla ganada por la clase victoriosa, etc., – las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, teorías políticas, jurídicas, filosóficas, concepciones religiosas y su desarrollo ulterior en sistemas dogmáticos, ejercen igualmente su acción sobre el curso de las luchas históricas y, en muchos casos, determinan de modo preponderante su forma. Hay interacción de todos estos factores, en el interior de la cual el movimiento económico acaba por abrirse camino como una necesidad, a través de una multitud infinita de contingencias (es decir, de cosas y de acontecimientos cuya ligazón interna entre sí es tan lejana o tan difícil de demostrar que podemos considerarla como inexistente y no tomarla en consideración). Si no, la aplicación de la teoría a cualquier período histórico sería, a fe mía, más fácil que la resolución de una simple ecuación de primer grado.

Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas, y hasta la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres.

[…]

La historia se hace de tal modo, que el resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales, a su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones especiales de vida; son, pues, innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas con las otras, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas, de las que surge una resultante –el acontecimiento histórico–, que a su vez, puede considerarse producto de una fuerza única, que, como un todo, actúa sin conciencia y sin voluntad.

EL PRESENTE TEXTO ES SOLO UNA SELECCION DEL TRABAJO ORIGINAL. PARA CONSULTAR LA MONOGRAFIA COMPLETA SELECCIONAR LA OPCION DESCARGAR DEL MENU SUPERIOR.

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente