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El marxismo del siglo XXI. Redescubriendo y repensando el marxismo

Enviado por José López


Partes: 1, 2

    Prólogo

    Este libro (de libre distribución, como todos mis libros y artículos, disponibles todos ellos en mi blog) recopila las ideas relacionadas con el marxismo que he ido desarrollando a lo largo de mis diversos escritos. Básicamente he retomado material de mis anteriores libros ¿Reforma o Revolución? Democracia y Manual de resistencia anticapitalista, así como de mis artículos Relativizando el relativismo y Democracia vs. Oligocracia. El objetivo es doble: por un lado divulgar el marxismo (según mi visión, que yo creo que es la correcta, pero reconozco que no es la única), y por otro, criticarlo constructivamente para intentar hacerlo avanzar.

    Y es que quien desea cambiar profundamente la sociedad actual, si practica el librepensamiento (práctica imprescindible para buscar la verdad y transformarla), inevitablemente, debe toparse tarde o pronto con el marxismo. Y esto es así porque el marxismo, a pesar de sus carencias y contradicciones, a pesar de sus aplicaciones prácticas distorsionadas (a las cuales también contribuyeron sus errores teóricos), es la mejor teoría revolucionaria desarrollada hasta la fecha. Y lo es porque para transformar la sociedad en primer lugar hay que comprenderla bien. Una vez que uno descubre o redescubre el marxismo comprende mucho mejor la sociedad humana porque el marxismo es la ciencia aplicada a la sociedad humana. Marxismo es ante todo librepensamiento y método científico. Cuando uno tiene ocasión de contrastar entre sí las distintas teorías que intentan explicar el funcionamiento de nuestra sociedad, uno puede comprobar que la teoría marxista supera con mucho a sus rivales. Concuerda mucho más con lo que uno vive en el día a día.

    Cuando yo empecé a escribir, allá por el año 2007, tras el famoso incidente verbal entre el Rey Juan Carlos I de España y el ya desparecido líder bolivariano Hugo Chávez, el famoso "¿Por qué no te callas?", yo sólo conocía de lejos al marxismo, tenía la típica imagen de él que tiene la mayor parte de la gente. Pero ese famoso incidente verbal a mí me despertó, me indignó hasta tal punto la manera en que fue tratado en los medios de "comunicación" de masas de mi país (España), que no pude evitar empezar a investigar por Internet. Supongo que tarde o pronto habría despertado de una u otra forma. A mí me pasó tras ver cómo trataba el Borbón a un jefe de Estado en una reunión internacional. En determinado momento, me topé con un libro que me disparó hasta el infinito esa ansia (que permanecía en estado de hibernación) por saber, por comprender, por conocer mejor la realidad que vivía. Ese libro se titula "Un Rey golpe a golpe" y es de libre distribución. Así, poco a poco, o no tan poco a poco, pues en unos pocos años he leído más que en toda mi vida, fui indagando, leyendo por aquí, por allá, hasta toparme con el marxismo. Empecé, por fin, a conocerlo de primera mano, en vez de por lo que se decía de él. Me leí muchos de los escritos originales (en español, obviamente, pues yo no sé alemán). Es decir, acudí a las fuentes originales del marxismo, además de leer a algunos de sus magníficos divulgadores. Fui descubriendo lo que era en verdad el marxismo. Pero no sólo esto, no me conformé con leer pasivamente todo lo que descargaba de Internet, sino que me propuse hacerlo de manera activa, de manera crítica. Yo, un simple

    trabajador (aunque con cierta formación), un ciudadano corriente, se propuso, modestamente, humildemente, pero sin complejos, intentar aportar algo al marxismo, intentar ver qué podía ser válido de él en la actualidad y qué había que desechar de él. No me conformé con repetir como un loro lo que ya se dijo hace más de un siglo. No me conformé con ser un "espectador" más de las ideas que se cuecen en pos de una sociedad más libre y justa, sino que me propuse participar en dicho proceso, aportar mi granito de arena. No sólo leía y leía sino que empecé a hacer anotaciones y a escribir. A medida que leía escribía, y a medida que escribía leía. Yo viví en primera persona el proceso dialéctico mediante el cual la lectura y la escritura se realimentan mutuamente, yo sufrí en mis propias carnes (en mi propia mente, mejor dicho) la conversión de la cantidad en calidad, mi conciencia se disparó en muy poco tiempo.

    Yo pienso que el marxismo no sólo puede revitalizarse enormemente con las aportaciones de ciertos intelectuales, sino que también, quizás más, con las aportaciones de los trabajadores, los cuales estamos ahora más formados que nunca (este "problema" ya están intentando corregirlo las élites) y tenemos, por primera vez en la historia, acceso fácil a cualquier tipo de escrito a través de Internet (este "problema" también intentarán corregirlo las élites, aunque no se ve muy bien cómo pueden lograrlo). No sólo puede aportar al marxismo el catedrático desde su cátedra, sino, incluso más, el trabajador que sufre a diario la explotación capitalista. Este obrero mental que escribe estas líneas así lo ha intentado. La verdad no sólo está en los libros, está sobre todo en la realidad que se vive. La mejor fuente de conocimientos, que no la única (pues la lectura es también esencial), es la práctica. Ésta es la juez suprema de toda teoría. El método científico podemos, debemos, practicarlo cada ciudadano, cada trabajador, en nuestra vida cotidiana. No es patrimonio de ningún sesudo científico encerrado en su laboratorio, es patrimonio de la humanidad entera. El mejor "laboratorio" es la calle, la empresa. Quienes conocemos mejor cómo funciona el capitalismo somos los trabajadores, quienes lo sufrimos cada día, cuya "cátedra" es la empresa capitalista. Si complementamos las diversas fuentes de conocimiento, recordando siempre que la realidad práctica es la que manda (pero que es interpretable, que podemos estar equivocados en su interpretación), si adoptamos una mente abierta, inquieta, que huya de sectarismos, de dogmatismos, de simplismos, si juzgamos a las ideas por sí mismas, si prescindimos de los prejuicios, si somos insistentes en la difícil búsqueda de la verdad, si…., poco a poco las puertas de la verdad se nos van abriendo, vamos comprendiendo realmente el mundo en el que vivimos y por tanto vamos viendo de manera concreta cómo puede irse transformando.

    Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria decía Lenin muy acertadamente (lo cual no le eximió de cometer también grandes errores). Yo estoy convencido de que la teoría revolucionaria del siglo XXI se nutrirá en parte del anarquismo, de las ideas de la Ilustración, pero sobre todo del marxismo, el cual será el epicentro de dicha teoría. Ésta no será sólo el marxismo del siglo XXI, pero girará en gran parte en torno a él. Por esto es imprescindible, en primer lugar, pero no en último, comprender bien las bases del marxismo, para a continuación criticarlo de manera constructiva, lo cual significa retomar sus aciertos e intentar corregir sus errores, sus contradicciones. Nada (ni nadie) es perfecto, pero debemos aspirar a la perfección. Ésta nunca la alcanzaremos, pero cuanto más la busquemos, más avanzaremos. Parafraseando a Eduardo Galeano: La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar. Cámbiese la palabra "utopía" por "perfección" y esta hermosa cita seguirá siendo válida. El camino en busca de la utopía deberemos recorrerlo en el mundo de la práctica al mismo tiempo que en el de la teoría. La Revolución habrá que irla pensando a medida que la vayamos practicando y viceversa. Pero, antes de partir (tal vez el camino ya lo hayamos comenzado a recorrer, aunque tímidamente todavía en los principios de este siglo XXI), como mínimo, debemos tener claro el gran objetivo a largo plazo, los objetivos a más corto y medio plazo, como etapas intermedias en el largo camino de la transformación social, y deberemos proveernos de cierto vehículo para recorrer dicho sendero hacia la utopía. El objetivo a largo plazo no puede ser otro que una sociedad más libre, más justa, donde todos los seres humanos tengan las mismas oportunidades de sobrevivir con dignidad, de ser felices, de realizarse con todo el potencial que tienen. Una sociedad así debe superar el sistema capitalista. Como he dicho ya en muchos de mis escritos, el vehículo no puede ser otro que la auténtica democracia, la más amplia y profunda posible, la cual deberá evolucionar continuamente. Para recorrer dicho camino no nos debe preocupar si tal o cual idea es "marxista" o no, sino si es correcta o no. Para ello deberemos aplicar el método científico, retocando la teoría en base a los resultados prácticos. La práctica se nutre de la teoría y al mismo tiempo la realimenta.

    Si quisiéramos sintetizar en pocas palabras qué es el marxismo, en una simple "ecuación", podríamos decir que es materialismo dialéctico, más determinismo débil, más relativismo relativo. Yo creo que estos tres conceptos (los cuales están relacionados entre sí) son los pilares en los que se sustenta, constituyen el "trípode" en el que se apoya, toda la teoría marxista. Todas sus ideas son una consecuencia de esta visión de la realidad que es en verdad el marxismo. Éste, incluso, no se limita a analizar la realidad humana, sino que la realidad general, el marxismo es también una concepción del mundo, una cosmovisión. Es más, el marxismo aspira a transformar la realidad humana. Su razón de ser es cambiar conscientemente la sociedad. De poco nos sirve conocer las leyes fundamentales de la historia humana si no intentamos también cambiarlas.

    Este libro está dividido en cuatro capítulos. En el primero se habla del materialismo dialéctico y del materialismo histórico (el cual es la aplicación a la sociedad humana del primero). El marxismo es casi sinónimo de materialismo dialéctico. Si éste no se comprende no puede comprenderse el marxismo. La dialéctica (materialista) es el principal ingrediente de la teoría marxista. En el segundo capítulo se habla del determinismo y del voluntarismo. En el tercero del relativismo. En este tercer capítulo yo ya empiezo a criticar al marxismo, o al menos a cierta interpretación del mismo. Tanto el anarquismo como el marxismo, aunque por distintos motivos, cometieron errores de fondo en cuanto a la aplicación del relativismo. Errores que explican en parte la mala praxis. El fracaso de las experiencias prácticas de inspiración marxista o anarquista no puede explicarse satisfactoriamente tan sólo por errores estratégicos, tácticos, por traiciones personales o por el contexto, también existían errores ideológicos profundos en la teoría revolucionaria en la que se basaron dichas experiencias. Finalmente, en el cuarto capítulo, de manera muy resumida explico el principal error ideológico del marxismo, según mi opinión: el concepto de la dictadura del proletariado. Este concepto, además de tener una envoltura lingüística inadecuada, peligrosa, en verdad atentaba contra las bases del propio marxismo. Usando el método marxista, el cual es esencialmente válido, es posible despojar al marxismo de sus principales contradicciones, siendo la madre de todas ellas la idea de la dictadura del proletariado.

    Te invito, lector, a que leas este libro de manera activa, crítica, a que contrastes suficientemente lo dicho por mí con las fuentes originales del marxismo así como con otras interpretaciones del mismo, pues yo no pretendo ser el guardián ideológico de ninguna ideología. Nada más lejos de mi intención. Te invito también a leer a sus críticos. Yo he intentado usar un lenguaje sencillo y claro, como en todos mis escritos. Yo no sé expresarme de otra manera. He procurado ser ameno en mis explicaciones, asentar bien las ideas, aun a costa de ser reiterativo. Lo más importante es que adoptemos una actitud sana de librepensamiento, de apertura de mente. No juzguemos a las ideas por sus etiquetas sino que por sus contenidos. No prejuzguemos. No nos dejemos impresionar por las autoridades intelectuales. Atrevámonos a leer directamente aquellos libros demonizados por las élites intelectuales. No pensemos que un simple trabajador, como quien escribe estas líneas, no puede aportar nada. Tú, lector, juzgarás si lo dicho en este libro aporta algo o no. Tal vez tú puedas retomar mi trabajo y mejorarlo, ampliarlo, corregirlo. Tal vez mi trabajo sea desechable. Por lo menos yo lo he intentado. Tan sólo te pido que des una oportunidad a este libro, que empieces a leerlo. La revolución social del siglo XXI, tan necesaria para revertir la involución que estamos viviendo, depende de cada uno de nosotros, los ciudadanos corrientes. La emancipación del proletariado debe ser obra (no sólo práctica sino que también teórica, individual y colectiva) del propio proletariado.

    El marxismo del siglo XXI se nutrirá en portentosa cuantía del marxismo original, pues éste sentó las bases de la ciencia social, ¡pero no podrá obviar todo lo acontecido en el siglo XX! Como decía Rosa Luxemburgo, la autocrítica más despiadada, cruel y que llegue al fondo de las cosas, es el aire y la luz vital del movimiento proletario. La ciencia no puede evolucionar sin cuestionamiento, sin considerar lo ocurrido en la práctica. Redescubramos y repensemos el marxismo. ¡Pero de manera crítica, no dogmática! Seamos fieles al espíritu de sus padres. Pues Marx y Engels fueron ante todo librepensadores, científicos sociales. Científicos que no se conformaron con estudiar la sociedad humana fríamente, desde la lejanía, como hacen tantos y tantos intelectuales, sino que intentaron cambiarla, se implicaron en la práctica revolucionaria. La razón de ser del marxismo es la transformación de la realidad en busca de una sociedad mejor. El marxismo es por encima de todo una guía para la acción revolucionaria. Es a ese espíritu de los creadores del marxismo, sobre todo, al que debemos intentar ser fieles. Es en base a ese espíritu que debemos criticar constructivamente al marxismo para que pueda avanzar y resurgir con fuerza.

    José López, Agosto de 2013

    http://joselopezsanchez.wordpress.com/

    1) El materialismo histórico

    La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, barón y siervo, maestro de gremio y oficial – en una palabra, opresores y oprimidos en perpetua oposición – han llevado una lucha ininterrumpida, ya sea secreta, ya sea abierta, y que acababa siempre o bien en una transformación revolucionaria de toda la sociedad, o bien en la ruina común de las clases en lucha.

    Karl Marx & Friedrich Engels.

    Antes de nada, para quien no tenga nociones sobre materialismo dialéctico (también conocido como dialéctica materialista), en el apéndice A de este mismo libro se lo describe brevemente. Además, en el apéndice B he incluido el documento escrito por el propio Marx titulado Las tesis sobre Feuerbach, que sintetiza el pensamiento marxista, su método, el materialismo dialéctico. Asimismo, en el apéndice C se resume qué era el comunismo para el padre del marxismo.

    El materialismo histórico no es más que la aplicación del materialismo dialéctico para la historia humana. Si no se comprende el materialismo dialéctico es imposible comprender la teoría marxista. Aunque, paradójicamente, Marx desarrolló primero el materialismo histórico y luego lo completó con la dialéctica de Hegel puesta del revés (aproximadamente). Marx se desprendió del idealismo de su predecesor. Para la dialéctica materialista el pensamiento no determina la realidad, sino, al revés, la realidad el pensamiento. En verdad, más en concreto, mejor dicho, el materialismo dialéctico nos dice que el pensamiento forma parte de la realidad, que lo inmaterial está enraizado en lo material, que las ideas y las condiciones materiales de existencia son dos aspectos de lo mismo, están íntimamente relacionadas, aunque, en última instancia, todo viene determinado por lo material. Sin materia no hay ideas. Pero las ideas también influyen en lo material. Aunque cronológicamente hablando el materialismo histórico precedió al dialéctico, éste completó a aquél hasta convertirse en su base. Por otro lado, tal como afirma Henri Lefebvre en su libro El materialismo dialéctico: aunque Marx no prosiguió nunca su proyecto, de una exposición de su metodología dialéctica, y si bien él no empleó nunca las palabras "materialismo dialéctico" para designar su doctrina, los elementos de su pensamiento son incontestablemente los que expresan estos términos.

    Engels, en el entierro de su compañero de batallas y amigo, resume de esta manera la principal aportación de Marx:

    Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, del mismo modo descubrió Marx la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho tan sencillo, pero encubierto hasta ahora bajo una proliferación de ideologías, de que los hombres deben ante todo comer, beber, tener un techo y vestirse antes de practicar la política, la ciencia, el arte, la religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios materiales inmediatos para la subsistencia, y con ello, el grado de desarrollo económico alcanzado en cada caso por un pueblo, o en un determinado período, constituye la base a partir de la cual se desarrollan las instituciones del Estado, las concepciones jurídicas, el arte, e incluso las representaciones religiosas de los hombres, y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.

    Marx en el prólogo de Contribución a la crítica de la economía política nos describe los principales postulados del materialismo histórico, como así nos los compila Michael Burawoy en su trabajo El marxismo como ciencia:

    1) Para que haya historia, los hombres y mujeres deben transformar la naturaleza en medio para su supervivencia, es decir deben producir sus medios de existencia. "En la producción social de su vida, los hombres entran en relaciones definidas que son indispensables e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una etapa definida del desarrollo de las fuerzas productivas".

    2) La "base económica" o modo de producción define los límites de variación de la superestructura. "El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, el fundamento real, sobre el que se erige una superestructura legal y política y a la que corresponden formas definidas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, político e intelectual en general".

    3) Un modo de producción se desarrolla a través de la interacción de las fuerzas productivas (cómo producimos los medios de existencia) y las relaciones de producción (cómo se apropia y distribuye el producto del trabajo). "En una cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes… De formas de desarrollo de las fuerzas productivas estas relaciones de producción se vuelven trabas suyas. Se abre así una época de revolución social".

    4) La lucha de clases es el motor de la transición de un modo de producción a otro. "Con el cambio del fundamento económico la entera inmensa superestructura es más o menos rápidamente transformada. Al considerar esas transformaciones debe siempre distinguirse entre la transformación material de las condiciones económicas de producción, que pueden determinarse con la precisión de la ciencia natural, y las formas legales, políticas, religiosas, estéticas o filosóficas -en suma ideológicas- en las que los hombres toman conciencia de este conflicto y luchan para resolverlo".

    5) Una transición exitosa sólo puede darse cuando se cumplen las condiciones materiales. "Ningún orden social perece jamás antes que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben en él. Y nuevas y más altas relaciones de producción nunca aparecen antes que las condiciones materiales de su existencia han madurado en el seno de la propia sociedad antigua".

    6) La historia es progresiva en la medida en que acompaña la expansión de las fuerzas productivas. "A grandes rasgos el modo de producción asiático, antiguo, feudal y moderno burgués pueden considerarse épocas progresivas en la formación económica de la sociedad".

    7) El comunismo marca el fin de los antagonismos sociales y el comienzo de la emancipación de los individuos. No hacemos ya la historia empujados desde atrás sino consciente y colectivamente. "Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción – antagónica no en el sentido del antagonismo individual, sino del que surge de las condiciones sociales de vida de los individuos-. Al mismo tiempo las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean las condiciones materiales para la solución de ese antagonismo. En consecuencia con esta formación social se cierra la prehistoria de la sociedad humana".

    Henri Lefebvre en su magnífica Introducción al marxismo propone sustituir marxismo por materialismo dialéctico, pues realmente lo que se llama habitualmente marxismo corresponde con una cierta concepción del mundo:

    ¿Cuáles son las grandes concepciones del mundo que se postulan actualmente? Son tres, y sólo tres.

    1) La concepción cristiana, formulada con gran rigor y claridad por los grandes teóricos católicos. Reducida a lo esencial, se define por la afirmación de una jerarquía estática de seres, actos, «valores», «formas» y personas. En la cima de la jerarquía se halla el Ser Supremo, el puro Espíritu, el Señor-Dios. Esta doctrina, que trata, en efecto, de dar una visión de conjunto del universo, fue formulada con máxima amplitud y rigor en la Edad Media. Los siglos posteriores agregaron poco a la obra de Santo Tomás. Por razones históricas que requerirían un estudio especial, la teoría de la jerarquía se adecuaba particularmente a la Edad Media (no porque la jerarquía estática de personas haya desaparecido desde entonces, sino porque era más visible, más oficial que posteriormente).

    Esta es la concepción medieval del mundo, cuya validez se postula aún en nuestros días.

    2) Viene a continuación la concepción individualista del mundo. Aparece con Montaigne, a fines de la Edad Media, en el siglo XVI; durante cerca de cuatro siglos, hasta nuestros días, muchos pensadores han formulado o reafirmado esta concepción con numerosos matices. No agregaron nada a sus rasgos fundamentales: el individuo (y no ya la jerarquía) aparece como la realidad esencial; poseería la razón en sí mismo, en su propia interioridad; entre esos dos aspectos del ser humano –lo individual y lo universal, es decir, la razón— existiría una unidad, una armonía espontánea, lo mismo que entre el interés individual y el interés general (el de todos los individuos), entre los derechos y los deberes, entre la naturaleza y el hombre.

    El individualismo trató de sustituir la teoría pesimista de la jerarquía (inmutable en su fundamento y cuya justificación se halla en un «más allá» puramente espiritual) por una teoría optimista de la armonía natural de los hombres y las funciones humanas. Históricamente, esta concepción del mundo corresponde al liberalismo, al crecimiento del Tercer Estado, a la burguesía de la belle époque. Es pues esencialmente la concepción burguesa del mundo (aunque la burguesía declinante la abandone actualmente y se vuelva hacia una concepción pesimista y autoritaria, y por lo tanto jerárquica, del mundo).

    3) Por último viene la concepción marxista del mundo. El marxismo se niega a establecer una jerarquía exterior a los individuos (metafísica, pero, por otra parte, no se deja encerrar, como el individualismo, en la conciencia del individuo y en el examen de esa conciencia aislada). Advierte realidades que escapaban al examen de conciencia individualista: son estas realidades naturales (la naturaleza, el mundo exterior); prácticas (el trabajo, la acción); sociales e históricas (la estructura económica de la sociedad, las clases sociales, etcétera).

    Además, el marxismo rechaza deliberadamente la subordinación definitiva, inmóvil e inmutable, de los elementos del hombre y de la sociedad entre sí; pero no por eso admite la hipótesis de una armonía espontánea. Comprueba, en efecto, la existencia de contradicciones en el hombre y en la sociedad humana. Así, el interés individual (privado) puede oponerse, y se opone con frecuencia, al interés común; las pasiones de los individuos, y más todavía de ciertos grupos o clases (y por lo tanto sus intereses) no concuerdan espontáneamente con la razón, el conocimiento y la ciencia. Para expresarlo con mayor generalidad: no existe la armonía que grandes individualistas como Rousseau creyeron descubrir entre la naturaleza y el hombre. El hombre lucha contra la naturaleza; no debe permanecer pasivamente a su nivel, contemplarla o sumergirse románticamente en ella; debe, por el contrario, vencerla, dominarla mediante el trabajo, la técnica, el conocimiento científico, y es de este modo como llega a ser él mismo.

    Quien dice contradicción dice también problema por resolver, dificultades, obstáculos —por lo tanto lucha y acción—, pero también posibilidad de victoria, de paso adelante, de progreso. En consecuencia, el marxismo escapa tanto al pesimismo definitivo como al optimismo fácil.

    Las contradicciones están por doquier. La naturaleza es en sí misma contradictoria. La ley dialéctica de la unidad y lucha de contrarios estipula precisamente esto. El ser humano es por naturaleza contradictorio. Es imposible no ver contradicciones en cualquier persona, sociedad o ideología. La única manera de no verlas es autorreprimiéndonos, no queriendo verlas. Muchos marxistas, presos del dogmatismo, parten de la hipótesis de que las ideas de Marx o de Engels son perfectas, están libres de errores. Lo cual es un grave error. Flaco favor le hacen al marxismo, que así se estanca, se apolilla. Aunque digan incluso que el marxismo no es un dogma, ellos, contradiciéndose a sí mismos, no le encuentran ningún error. Y no lo encuentran porque ni siquiera lo buscan. Ellos se contradicen a sí mismos cuando al mismo tiempo que dicen que no son dogmáticos se autoproclaman como "marxistas". Yo no me declaro marxista, aunque esté de acuerdo con muchos de los postulados del marxismo, con su esencia más profunda, con su concepción del mundo y de la sociedad humana. Pero yo tampoco me libro de las contradicciones. El lector podrá encontrar, con toda seguridad, más o menos contradicciones en este mismo libro. La cuestión radica en esmerarse en minimizarlas, o, por lo menos, en suavizarlas. Pero la perfección no existe. Aunque debemos aspirar a acercarnos a ella. En esto consiste avanzar. Y para ello es imprescindible practicar todo lo posible el librepensamiento, el que nos libera de los dogmatismos, de los prejuicios, de las cadenas mentales que nos limitan el pensamiento. Ese mismo librepensamiento que usó, en mayor o menor medida, pero desde luego un mínimo (más que sus contemporáneos), cualquier gran pensador de cualquier época, incluidos Marx o Engels. Ese librepensamiento que hay que maximizar, pero que nunca logramos del todo. Los errores de ciertas ideas o teorías son superados con más librepensamiento que sus creadores. Esa actitud es condición necesaria pero no suficiente. Además se necesita ciertas aptitudes y cierto contexto. Pero sin esa intención, no hay nada que hacer. Marx superó a Hegel en cuanto a la dialéctica porque practicó más librepensamiento que él, entre otros motivos (entre ellos el contexto social). Nosotros, en este siglo XXI, debemos superar a Marx o a Engels, practicando más librepensamiento que ellos. Superar no significa desechar sus teorías por completo, desechar por desechar, sino buscar imperativamente sus contradicciones e intentar resolverlas.

    Si no detectamos las contradicciones no podremos superarlas. Si no las buscamos, si partimos de la premisa de que no las hay, no podremos encontrarlas. El impulso por encontrar la verdad, por detectar y corregir contradicciones, debe ser suficiente, hasta el punto de superar los dogmas, de cuestionar las bases, las hipótesis de partida. Pero no de cualquier manera. Cuestionar algo no significa automáticamente darlo por falso. Significa, precisamente, no darlo automáticamente como verdadero. No darlo automáticamente por falso o por verdadero. Por lo menos en cierto momento, sobre todo cuando las aplicaciones prácticas basadas o inspiradas en ello han fracasado. Las experiencias prácticas de las ideas nos dan pistas sobre la necesidad de cuestionarlas. Aunque, luego, finalmente, en el proceso de recuestionamiento catalizado por las experiencias prácticas, no encontremos errores fundamentales en las ideologías o teorías, no podemos descartarlos de antemano, como así hacen muchos marxistas cuando analizan las experiencias prácticas. No cuestionar en lo más mínimo al marxismo, o cuestionarlo sólo superficialmente, es contradecir al método científico en el que se basaron sus autores, es no continuar su labor, es frenarla, es traicionar el mismo espíritu del marxismo. Al cuestionarlo, asentaremos algunas de sus verdades, tal vez las esenciales, y le despojaremos de sus errores, que seguro los tiene pues sus autores eran seres humanos, que nunca son perfectos. Por lo menos lo intentaremos. Así el marxismo se somete a la esencia de la dialéctica, de que todo cambia y fluye, en la cual se basó. Así, el marxismo, cualquier ideología, evoluciona, no muere. Analizando sus contradicciones internas, el marxismo puede resurgir con mucha fuerza, puede sufrir la ley dialéctica de la conversión de la cantidad en calidad, asimismo la ley dialéctica de la negación de la negación nos dice que ideas que aparentemente han sido desacreditadas o negadas hacen su reaparición, pero a un nivel superior, enriquecidas por las nuevas experiencias y descubrimientos. Tras haber sido negado por las experiencias prácticas (por cierta interpretación simplista e interesada de los acontecimientos históricos), pero también tras haberse imposibilitado su evolución ideológica (al haber sido adoptado como un dogma por muchos "marxistas", al haber convertido éstos algo vivo en muerto, algo dinámico en estático), puede resurgir con inusitada fuerza, siempre que forcemos su evolución, siempre que empecemos por analizar sus contradicciones. Las experiencias prácticas nos proporcionan la posibilidad de replantear la teoría marxista. No aprovechar esa posibilidad atenta contra los principios más elementales del propio marxismo: la dialéctica y la ciencia. ¡El marxismo tiene mucho que aportar, no debemos ni podemos permitir que muera!

    Muchos marxistas que dicen aplicar el método marxista (el materialismo dialéctico) para cualquier cosa, se niegan a aplicarlo para con el mismo marxismo. ¿No es esto una gran y profunda contradicción? Ven contradicciones por todos los sitios, pero no en el propio marxismo. Y no las ven porque no miran. Ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Acusan a los demás de ser contradictorios (y en esto llevan razón), pero ellos son también muy contradictorios. Todos sucumbimos ante nuestro ego, en mayor o menor medida. El principal obstáculo para encontrar la verdad, es la actitud, el no buscarla suficientemente. Todos caemos ante dicho obstáculo. Aunque no de la misma manera ni con la misma intensidad. La búsqueda de la verdad sólo puede realizarse colectivamente, liberándonos de nuestros respectivos egos. Un ego sólo puede ser combatido con otro ego. Si escuchamos a otros podemos superar nuestros prejuicios. Unos pueden tomar el relevo a otros. Algunos de los principales enemigos del marxismo son muchos marxistas presos del dogmatismo. Así como Hegel sentó las bases de la moderna dialéctica (moderna porque la dialéctica ya la "inventaron" hace tiempo los griegos), el filósofo alemán no pudo superar sus prejuicios idealistas y tuvo que ser Marx, quien partiendo del gran trabajo de Hegel, le diera la vuelta a su dialéctica convirtiéndola en el materialismo dialéctico. Y esto pudo hacerlo Marx porque superó los prejuicios de su antecesor, porque le cuestionó. Cuestionar no significa negar por completo, ciegamente, sino estudiar sin prejuicios para separar los aciertos de los errores. De manera similar, muchos marxistas, presos de sus prejuicios, de una interpretación insuficiente del marxismo, dogmática, metafísica, víctimas de una incomprensión de su filosofía más profunda, imposibilitan el avance del marxismo. Se convierten, sin querer, en los sepultureros del marxismo, de las bases de la ciencia revolucionaria. ¡La ciencia revolucionara debe seguir adelante! No reconsiderar la teoría, no tener en cuenta las experiencias prácticas, es estancarse, es permitir, incluso contribuir a, la muerte del marxismo. La única ideología que ha abierto seriamente las puertas de la transformación social.

    Conectar los efectos con las causas más superficiales pero también con las más profundas, es la esencia del método dialéctico. El materialismo histórico no es más que la aplicación del materialismo dialéctico para la sociedad humana, para su historia.

    Plejánov en su obra El materialismo histórico nos explica en qué consiste el modo de pensar metafísico:

    Un metafísico considera y estudia los objetos unos tras otros, e independientemente unos de otros. Cuando siente la necesidad de elevarse a una visión de conjunto, considera los objetos en su acción recíproca y ahí se mantiene; no va más lejos y no puede ir más lejos, pues los objetos siguen para él separados los unos de los otros por una especie de abismo, dado que no tiene ninguna idea del desarrollo que explica su origen ni de las relaciones que existen entre ellos.

    Engels en su trabajo Anti-Dühring nos resume de manera magistral lo que significa el materialismo dialéctico, cuando lo aplica para explicar el surgimiento del socialismo a partir del capitalismo:

    Por su contenido, el socialismo moderno es, ante todo, el producto de la toma de conciencia, por una parte, de las oposiciones de clase que reinan en la sociedad moderna entre poseedores y no poseedores, asalariados y burgueses, y, por otra parte, de la anarquía que reina en la producción. Pero, por su forma teórica, aparece en un principio como una continuación –que se quiere más consecuente– de los principios establecidos por los grandes filósofos de las luces en la Francia del siglo XVIII. Como toda teoría nueva, el socialismo ha debido empezar por vincularse al fondo de ideas pre- existentes, y tan profundamente que sus raíces se internan en los hechos económicos.

    Para Engels el socialismo moderno es, ante todo, el producto de una toma de conciencia. Es decir, las ideas socialistas preceden a sus realizaciones prácticas. El socialismo que se implementará, o se intentará implementar, es efecto de las ideas socialistas, que a su vez son efecto de la toma de conciencia de unas nuevas condiciones materiales (en verdad de la agudización de sus contradicciones al desarrollarse dichas condiciones) y que también son en cierta medida influidas por ideas que las antecedieron (la Ilustración). Las ideas también pueden ser causas y no siempre efectos. Las ideas también influyen además de ser influidas. Las condiciones materiales de existencia también pueden ser efectos y no siempre causas. Lo material también es influido además de influir. Pero si buscamos las causas últimas siempre nos topamos con los hechos económicos, con lo material. Todo está enraizado en lo material. El materialismo dialéctico combina el materialismo (que dice que las causas son las materiales) con la dialéctica (que dice que lo inmaterial también se convierte en causa, que todo está interrelacionado con todo). El idealismo decía que las causas eran siempre las ideas. El materialismo (metafísico) que las causas eran siempre las materiales. El materialismo dialéctico dice que las causas son a veces las condiciones materiales, a veces las ideas, la mayor parte de las veces ambas, y en última instancia siempre las condiciones materiales. En la concepción de la dialéctica materialista las ideas y las condiciones materiales de existencia no están separadas de manera estanca, no se oponen las unas a las otras (como así lo estaban en el modo de pensar metafísico), sino que ambas forman parte de la realidad, son dos formas en que ésta se expresa. En el pensamiento metafísico están separadas y confrontadas, son independientes. En el pensamiento dialéctico están íntimamente relacionadas, conforman un todo, estipulando el materialismo dialéctico que la base de todo es la realidad física, material.

    En Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Engels nos explica la razón por la cual existen leyes en la historia de la sociedad humana, que si bien emanan de la voluntad consciente de los seres humanos, por decirlo de alguna manera, también escapan al control absoluto de los individuos:

    La historia del desarrollo de la sociedad difiere sustancialmente, en un punto, de la historia del desarrollo de la naturaleza. En ésta —si prescindimos de la reacción ejercida a su vez por los hombres sobre la naturaleza—, los factores que actúan los unos sobre los otros y en cuyo juego mutuo se impone la ley general, son todos agentes inconscientes y ciegos. De cuanto acontece en la naturaleza —lo mismo los innumerables fenómenos aparentemente fortuitos que afloran a la superficie, que los resultados finales por los cuales se comprueba que esas aparentes casualidades se rigen por su lógica interna—, nada acontece por obra de la voluntad, con arreglo a un fin consciente. En cambio, en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin deseado. Pero esta distinción, por muy importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí reina, en la superficie y en conjunto, pese a los fines conscientemente deseados de los individuos, un aparente azar; rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos los muchos fines perseguidos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables o insuficientes los medios de que se dispone para llevarlos a cabo. Las colisiones entre las innumerables voluntades y actos individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los fines que se persiguen con los actos son obra de la voluntad, pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son, y aun cuando parezcan ajustarse de momento al fin perseguido, a la postre encierran consecuencias muy distintas a las apetecidas. Por eso, en conjunto, los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. Pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes.

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